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Martes, 3 de diciembre de 2024

Epístolas a los Corintios

De Enciclopedia Católica

Revisión de 13:01 12 oct 2016 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Importancia de la Primera Epístola)

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Introducción

San Pablo funda la Iglesia en Corinto

San Lucas describe gráficamente (Hch. 16 -18) la primera visita de San Pablo a Europa. Cuando llegó a Tróada, en la esquina noroeste de Asia Menor, en su segundo gran viaje misionero en compañía de Timoteo y Silvano, o Silas (que era un " profeta" y tenía la confianza de los Doce), se encontró con San Lucas, probablemente por primera vez. En Tróada tuvo una visión de "un hombre de Macedonia de pie suplicándole: Pasa a Macedonia y ayúdanos" (Hch. 16,9). En respuesta a este llamamiento procedió a Filipos en Macedonia, donde hizo muchos conversos, pero fue cruelmente azotado con varas de acuerdo con la costumbre romana. Después de consolar a los hermanos viajó hacia el sur a Tesalónica, donde algunos de los judíos "creyeron, y de los que servían a Dios, y de los gentiles una gran multitud, y mujeres nobles no pocas. Pero los judíos, movidos por la envidia, reunieron a algunos hombres malvados de la clase vulgar, y volvieron la ciudad un tumulto… Y alborotaron al pueblo y a las autoridades de la ciudad al oír estas cosas. Pero los hermanos, inmediatamente enviaron a Pablo y a Silas de noche a Berea. Cuando ellos llegaron allí, se fueron a la sinagoga de los judíos, y muchos de ellos creyeron, y de las mujeres honorables que eran gentiles y de los hombres no pocos”. Pero judíos incrédulos de Tesalónica fueron a Berea a "agitar y a alborotar a la multitud". "E inmediatamente los hermanos hicieron marchar a Pablo a toda prisa hasta el mar; Silas y Timoteo se quedaron allí. Los que conducían a Pablo lo llevaron hasta Atenas." ---entonces reducida a la posición de una antigua ciudad universitaria. En Atenas predicó su famoso discurso filosófico en el Areópago. Sólo unos pocos se convirtieron, entre ellos estaba San Dionisio el Areopagita. Algunos de sus oyentes frívolos se burlaron de él. Otros dijeron que eso era suficiente para el presente; que escucharían más en otro momento. Parece que él quedó muy decepcionado con Atenas, la cual nunca volvió a visitar y nunca se menciona en sus cartas.

El decepcionado y solitario apóstol salió de Atenas y viajó hacia el oeste, una distancia de cuarenta y cinco millas, a Corinto, la entonces capital de Grecia. La terrible flagelación en Filipos poco después de que había sido apedreado y dado por muerto en Listra, junto con el maltrato de parte de los judíos, como se describe en 2 Cor., debió haberlo debilitado mucho. Como no debemos suponer que él, al igual que su Maestro, se salvó milagrosamente del dolor y sus efectos, fue con dolor físico, nerviosismo y recelo que el solitario Apóstol entró en esa gran ciudad pagana, que tenía un mal nombre por su libertinaje en todo el mundo romano. Actuar como un corintio era sinónimo de llevar una vida floja. Corinto, que había sido destruida por los romanos, fue restablecida como una colonia por Julio César, el 46 a.C., y Augusto la convirtió en capital de la provincia romana de Acaya. Fue construida en el extremo sur del istmo que conecta el continente con la Morea, y estaba en la gran línea de tráfico entre Oriente y Occidente. Sus dos magníficos puertos, uno a cada lado del istmo, estaban atestados de buques y eran escena de bullicio y actividad constante. Corinto estaba llena de griegos, romanos, sirios, egipcios y judíos, muchos de éstos últimos habían venido hacía poco desde Roma a causa de su expulsión por Claudio; y sus calles estaban atestadas por decenas de miles de esclavos. También venían multitudes de todas partes cada cuatro años para estar presente en los juegos ístmicos. En la cima de la colina al sur de la ciudad estaba el infame templo de Venus, con sus miles de devotos femeninos dedicados a una vida de vergüenza.

Fue a este centro de tráfico, excitación, riqueza y vicio que San Pablo llegó, probablemente hacia finales del 51 d.C.; y donde pasó más de dieciocho meses de su carrera apostólica. Tomó su residencia con dos judíos cristianos, Aquila y su esposa Priscila (refugiados de Roma), porque eran del mismo oficio que él. Como todos los judíos, él había aprendido un oficio en su juventud, y en su casa se mantuvo a sí mismo trabajando en este comercio, a saber, fabricantes de tiendas, puesto que había decidido no recibir ningún apoyo económico de los corintios, los cuales amaban el dinero. Comenzó a predicar en la sinagoga todos los sábados; “y persuadía a los judíos y a los griegos". De este período dice que estuvo con ellos "en la debilidad y miedo, y mucho temblor". El maltrato que había recibido todavía estaba fresco en su memoria, como recuerda uno o dos meses después al escribir a los tesalonicenses, que había sido “tratado vergonzosamente en Filipos" (1 Tes. 2,2). Pero cuando se le unieron Silas y Timoteo, quienes le llevaron ayuda pecuniaria de Macedonia, se volvió más audaz y confiado, y "se dedicó enteramente a la Palabra, dando testimonio ante los judíos de que el Cristo era Jesús. Como ellos se opusiesen y profiriesen blasfemias, sacudió sus vestidos y les dijo: ´Vuestra sangre recaiga sobre vuestra cabeza; yo soy inocente y desde ahora me dirigiré a los gentiles.´” ( Hch. 18. 5-6).

Entonces comenzó a predicar en casa de Tito Justo, contigua a la sinagoga. Crispo, el principal de la sinagoga, y su familia, y varios de los corintios se convirtieron y fueron bautizados. Entre ellos estaban Cayo, Estéfanas y su casa, y la casa de Fortunato y Acaico, "las primicias de Acaya." (1 Cor. 1,14.16; 16,15). Sin embargo, la creciente oposición de los judíos y el estado impío de la ciudad tuvieron una influencia depresiva sobre él, pero "el Señor dijo a Pablo en la noche en una visión: No tengas miedo, sigue hablando y no calles, porque yo estoy contigo y nadie te pondrá la mano encima para hacerte mal, pues tengo un pueblo numeroso en esta ciudad. Y permaneció allí un año y seis meses, enseñando entre ellos la Palabra de Dios” ( Hch. 18,9-11). Muchos se convirtieron; algunos de ellos nobles, ricos y sabios, pero la gran mayoría no eran ni eruditos, ni poderosos, ni nobles (1 Cor. 1,26). Durante este largo período se plantó la fe no sólo en Corinto, sino en otras partes de Acaya, especialmente en Cencreas, el puerto oriental. A la larga los judíos incrédulos, al ver el grupo cada vez mayor de cristianos que frecuentaban la casa de Tito Justo, al lado de su sinagoga, se pusieron furiosos, y se alzaron unánimes y arrastraron a San Pablo ante el recién nombrado procónsul de Acaya, Galión, el hermano de Séneca (54 a.C.). Al percibir que era una cuestión de religión, Galión se negó a escucharlos. La multitud, al ver esto y suponiendo que se trataba de una disputa entre griegos y los judíos, cayó sobre el cabecilla de estos últimos (Sóstenes, que sucedió a Crispo como jefe de la sinagoga) y le dieron una paliza a la misma vista del tribunal; pero Galión fingió no darse cuenta. Su tratamiento debió haber intimidado a los judíos, y San Pablo "se quedó aún muchos días". Cornely opina que en este momento fue que hizo su viaje hasta Ilírico, y que su primera visita a los mismos "en el dolor" fue cuando regresó; otros, con mayor probabilidad, lo sitúan más tarde. San Pablo, por último se despidió de los hermanos, y viajó hasta Éfeso con Áquila y Priscila. Los dejó allí y se trasladó a Jerusalén y regresó por Antioquía, Galacia y Frigia, donde confirmó a todos los discípulos. Después de haber atravesado así "las costas superiores," regresó a Éfeso, donde estableció su cuartel general durante casi tres años. Fue hacia el final de ese período que escribió la Primera Epístola.

Autenticidad de las Epístolas

Hay poco que decir sobre la autenticidad de las Epístolas. Es tan abrumadoramente fuerte la evidencia histórica e interna de que fueron escritas por San Pablo que su autenticidad ha sido francamente aceptada por cada insigne escritor de las escuelas críticas más avanzadas. Aparecieron en las primeras colecciones de las Epístolas de San Pablo, y fueron citadas como Escritura por los primeros escritores cristianos. Los primeros herejes las citaron como autoridades y fueron traducidas a muchos idiomas a mediados del siglo II. La personalidad única de San Pablo está impresa en cada una de sus páginas. Baur, el fundador racionalista de la Escuela de Tubinga, y sus seguidores, afirmaban que las dos Epístolas a los Corintios, la Epístola a los Gálatas y la Epístola a los Romanos son inexpugnables. Uno o dos escritores hipercríticos, de poco peso, presentaron algunas objeciones inútiles contra ellas; pero estas apenas pretendían ser tomadas en serio; fueron refutadas y dejadas de lado por tal ultra escritor como Kuenen. Schmiedel, uno de los críticos modernos más avanzados, dice (Hand-Kommentar, Leipzig, 1893, p. 51) que a menos que se puedan aducir mejores argumentos contra ellas, las dos Epístolas deben ser reconocidas como auténticos escritos de San Pablo. La Segunda Epístola era conocida desde tiempos muy antiguos. Hay un rastro de ella en esa parte de "La Ascensión de Isaías", que data del siglo I (Knowling, "The Testimony of St. Paul to Christ”, p 58; Charles, "The Ascension of Isaiah”, pp. 34, 150). Era conocida por San Policarpo, por el escritor de la Carta a Diogneto, por Atenágoras, por Teófilo y por los herejes Basílides y Marción. En la segunda mitad del siglo II fue tan ampliamente utilizada que no es necesario dar citas.

Primera Epístola

Por qué la escribió

Durante los años que San Pablo estuvo en Éfeso debió haber oído frecuentemente sobre Corinto, ya que estaba a sólo 250 millas de distancia, y la gente estaba constantemente yendo y viniendo. Un barco que navega a una velocidad de cuatro millas por hora cubriría la distancia en tres días, aunque en una ocasión poco propicia Cicerón se tardó más de quince días (Ep VI, 8,9). Poco a poco, llegó a Éfeso la noticia de que algunos de los corintios estaban recayendo en sus antiguos vicios. Alford y otros deducen de las palabras de 2 Cor, 12,20-21; 13,1, "Por tercera vez voy a vosotros”, que hizo una visita relámpago para comprobar estos abusos. Otros suponen que esta venida significaba por carta. Sea como fuere, en general se considera que les escribió una breve nota (ahora perdida) en la que les aconsejó "no asociarse con los fornicarios", les pidió que hiciesen colectas para los hermanos pobres de Jerusalén, y en la cual les contó sobre su intención de visitarlos antes de pasar a Macedonia, y de volver a ellos de nuevo desde ese lugar.

Nuevas que oyó después de la casa de Cloé y otros le hicieron cambiar su plan, y por ello sus enemigos lo acusaron de la falta de firmeza de propósito (2 Cor. 1,17). Los relatos que recibió le causaron una gran ansiedad. Entre ellos habían crecido los abusos, las disputas y las contiendas grupales. Los gritos partidarios eran: "Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo [Apolos]; yo soy de Cefas; yo soy de Cristo." Estos partidos, con toda probabilidad, se originaron de la siguiente manera: durante el recorrido circular de San Pablo de Éfeso a Jerusalén, Antioquía, Galacia, Frigia, y de nuevo a Éfeso, "llegó a Éfeso un cierto judío, llamado Apolo, natural de Alejandría, varón elocuente, poderoso en las Escrituras, y siendo de espíritu fervoroso, hablaba y enseñaba diligentemente las cosas que son de Jesús, aunque solamente conocía el bautismo de Juan". Priscila y Áquila lo instruyeron plenamente en la fe cristiana. De acuerdo con su deseo recibió cartas de recomendación para los discípulos en Corinto. "Una vez allí, fue de gran provecho, con el auxilio de la gracia, a los que habían creído; pues refutaba vigorosamente en público a los judíos, demostrando por las Escrituras que el Cristo era Jesús” (Hch. 18,27-28). Permaneció en Corinto alrededor de dos años, pero, al no estar dispuesto a ser el centro de la lucha, se unió a San Pablo en Éfeso.

A partir de las palabras inspiradas de San Lucas, excelente juez, podemos considerar que en el aprendizaje y la elocuencia de Apolo estaba a la par con el mayor de sus contemporáneos, y que en las facultades intelectuales no era inferior a judíos como Josefo y Filón. Es probable que haya conocido a este último, que era un miembro prominente de la comunidad judía en su ciudad natal de Alejandría, y había muerto sólo catorce años antes; y su profundo interés en la Sagrada Escritura ciertamente le habría llevado a estudiar las obras de Filón. La elocuencia de Apolo, y sus poderosas aplicaciones del Antiguo Testamento al Mesías, cautivó a los griegos intelectuales, especialmente a los más educados. Pensaban que esa era la verdadera sabiduría. Comenzaron a hacer comparaciones injustas entre él y San Pablo, quien debido a su experiencia en Atenas, se había limitado adrede a lo que podríamos llamar la instrucción catequética sólida.

Los griegos amaban encarecidamente el pertenecer a alguna escuela particular de filosofía; por lo que los admiradores de Apolo reclamaban una percepción más profunda de la sabiduría y se jactaban de pertenecer a la escuela cristiana del gran predicador alejandrino. La mayoría, por el contrario, se enorgullecían de su conexión íntima con su Apóstol. No era el celo por el honor de sus maestros lo que realmente impulsaba a cualquiera de estas partes, sino un espíritu de orgullo que les hacía tratar de ponerse encima de sus semejantes, y el cual les impedía dar gracias a Dios humildemente por la gracia de ser cristianos. Cerca de este tiempo vinieron del este algunos que posiblemente habían oído la prédica de San Pedro. Estos consideraban a los demás como sus inferiores espirituales; ellos mismos pertenecían a Cefas, el Príncipe de los Apóstoles. Los comentaristas opinan que este espíritu partidista no fue tan profundo como para constituir un cisma o herejía formal. Todos ellos se reunían para la oración y la celebración de los sagrados misterios; pero hubo acaloradas disputas y muchas violaciones de la caridad fraterna.

Los Padres mencionan sólo tres partidos; pero el texto implica, obviamente, que había otro parte cuyos miembros decían: "Yo soy de Cristo". Varios católicos y muchos no católicos sostienen ahora este punto de vista. Es difícil determinar cuál fue la naturaleza de este partido. Se ha sugerido que algunos de los que estaban especialmente dotados de dones espirituales, o carismas, se jactaban de estar por encima de los demás, puesto que estaban en comunicación directa con Cristo. Otra explicación es que habían visto a Cristo en la carne, o que reclamaban seguir su ejemplo en su reverencia por la ley de Moisés. En cualquier caso, la declaración "yo soy de Cristo" parecía hacer de Cristo un mero nombre de partido, y daba a entender que los otros no eran cristianos en el sentido verdadero y perfecto de la palabra.

Al enterarse de este estado de cosas, San Pablo envió a Timoteo junto con Erasto (probablemente el "tesorero de la ciudad" de Corinto –- Rom. 16,23) alrededor de Macedonia, para poner las cosas en orden. Poco después de que se fueron, Estéfanas y otros delegados llegaron con una carta de los corintios. Esta carta contenía un poco de auto-glorificación y pedía al Apóstol que diera una solución a varios problemas graves que le proponían; pero no hacía mención de sus deficiencias. Por este tiempo estaba plenamente consciente del grave estado de cosas entre ellos. Además de las luchas partidistas, algunas le daban poca importancia a los pecados de impureza. Un hombre había llegado al extremo de casarse con su madrastra, estando su padre vivo aún, un crimen sin precedentes entre los paganos. Estaban tan lejos de sentir horror que le trataban de una manera amigable y le permitían estar presente en sus reuniones. Como los asuntos eran demasiado apremiantes que esperar a la llegada de Timoteo, San Pablo escribió inmediatamente la Primera Epístola a los Corintios y la envió con Tito cerca de la Pascua del año 57 d.C.

Importancia de la Primera Epístola

La Primera Epístola a los Corintios es generalmente considerada como el más grande de los escritos de San Pablo debido a la grandeza y belleza de su estilo y la variedad e importancia de su contenido. Su estilo es tan espléndido que ha dado lugar a la conjetura de que San Pablo tomó lecciones de oratoria en Éfeso; pero esto es muy improbable. La de San Pablo no era el tipo de elocuencia a ser moldeada por reglas mecánicas; el suyo era el tipo de genio que produce la literatura en la que se basan las reglas de la retórica. Si los corintios estaban impresionados por la elocuencia de Apolo, no podían dejar de sentir, cuando escucharon y leyeron esta epístola, que aquí había un autor capaz de soportar la comparación no sólo con Apolo, sino con el mejor del que pudiesen presumir en la literatura griega, de los cuales estaban tan orgullosos. Los eruditos de todas las escuelas lo alaban en voz alta. Las sorprendentes símiles, figuras del lenguaje y frases elocuentes de la Epístola han pasado a las literaturas del mundo. Plummer, en el "Dict. De la Biblia" de Smith, dice que los capítulos 13 y 15 están entre los pasajes más sublimes, no sólo en la Biblia, sino en toda la literatura.

Pero esta epístola es grande no sólo por su estilo sino también por la variedad y la importancia de su enseñanza doctrinal. En ninguna otra epístola San Pablo trata de tantos temas diferentes; y las doctrinas que toca (en muchos casos sólo incidentalmente) son importantes, ya que muestran lo que él y Silvano, un discípulo y delegado de confianza de los Apóstoles mayores, enseñaron a los primeros cristianos. En algunas de sus cartas tenía que defender su apostolado y la libertad de los cristianos de la Ley de Moisés contra los maestros heréticos; pero nunca había tenido que defenderse de sus más encarnizados enemigos, los judaizantes, por su enseñanza sobre Cristo y los principales puntos de la doctrina contenida en estas dos epístolas, al ser la razón obvia que su enseñanza debía haber estado en perfecta armonía con la de los Doce. Él afirma claramente en el cap. 15,11: "Pues bien, tanto ellos [los Apóstoles] como yo esto es lo que predicamos, esto es lo que habéis creído.”

Divisiones de la Primera Epístola

En lugar de dar un resumen formal del contenido de la Epístola, puede ser más útil dar la enseñanza del Apóstol, en sus propias palabras, clasificada en varios títulos, siguiendo, en general, el orden del Credo. Respecto a la disposición, se puede afirmar, de paso, que la epístola se divide en dos partes. En los primeros seis capítulos les reprocha sus errores y corrige los abusos: (1) El autor muestra la absurdidad de sus divisiones y disputas; (2) se refiere al escandaloso caso del incesto; (3) sus demandas ante los tribunales [[paganismo | paganos]; y (4) la falta de suficiente horror de impureza en algunos de ellos.

En la segunda parte (los diez capítulos restantes) resuelve las dificultades que le habían propuesto y establece varias normas para su conducta. Se ocupa de cuestiones relativas a (1) el matrimonio, (2) la virginidad, (3) el uso de cosas ofrecidas a los ídolos, (4) el decoro apropiado en la iglesia y la celebración de la Eucaristía, (5) los dones espirituales, o carismas, (6) la Resurrección, (7) las colectas para los pobres de Jerusalén.

Su enseñanza

Dios el Padre (passim): “…no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros.” (8,6). Compare con 2 Cor. 13,13: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros.” (Bengel, citado por Bernard, llamo esto un egregium testimonium de la Santísima Trinidad.)

Jesucristo:

(1) “…gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo” (1,3). “Pues fiel es Dios, por quien habéis sido llamados a la comunión con su hijo Jesucristo, Señor nuestro” (1,9). “Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1,24). “hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo ---pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria---“ (2,7-8). “Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (6,11; vea también 1,2.4.7.9.13; 3,5.11; 12,4-6).

(2) “La predicación de la cruz para los que se salvan es fuerza de Dios” (1,18). “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado… para los llamados un Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1,23-24). “De Él os viene que estéis en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención (1,30). “Pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado” (2,3). “Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado” (5,7). “¡Habéis sido bien comprados!” (6,20; cf. 1,13.17; 7,23; 8,11-12).

(3) El siguiente pasaje probablemente contiene fragmentos de un credo antiguo: “El Evangelio que os prediqué, que habéis recibido… Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo” (15,1-8). “¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro?” (9,1). “Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe” (15,14). “Cristo resucitó de entre los muertos, como primicias de los que durmieron” (15,20; cf. 6,14).

(4) “Así, ya no os falta ningún don de gracia a los que esperáis la revelación de nuestro Señor Jesucristo” (1,7). “…que el espíritu se salve en el Día del Señor” (5,5). “Mi juez es el Señor. Así que, no juzguéis nada antes de tiempo hasta que venga el Señor. El iluminará los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto los designios de los corazones. Entonces recibirá cada cual del Señor la alabanza que le corresponda (4,4-5).

El Espíritu Santo: “Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos” (12,4-6). “Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios. ...nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios” (2,10-11; cf. 2,12-14.16). “¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (3,16). “Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, …en el Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (6,11). “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ...Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo” (6,19-20). “Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad” (12,11). “Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo” (12,13). “…dice en espíritu cosas misteriosas” (14,2).

La Santa Iglesia Católica: “…la cabeza de todo hombre es Cristo” (11,3).

Unidad: “¿Está dividido Cristo?” (1,13). “Os conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengáis todos un mismo hablar, y no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estéis unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio” (1,10). Dedica cuatro capítulos a la reprobación de sus divisiones, que en realidad no equivalían a nada que constituyese un cisma o herejía formal. Se reunían en común para la oración y la participación de la Eucaristía. “¿No sabéis que sois [el cuerpo cristiano] santuario de Dios… Si alguno destruye el santuario de Dios [haciéndolo pedazos], Dios le destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario” (3,16-17). “Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres” (12,12-13). [Aquí sigue la alegoría del cuerpo y sus miembros, 12,14-25). “Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte” (12,27). “Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar como profetas;… ¿Acaso todos son apóstoles?” (12,28-31). “Pues Dios no es un Dios de confusión, sino de paz” (14,33). “Por esto mismo os he enviado a Timoteo, hijo mío querido y fiel en el Señor; él os recordará mis normas de conducta en Cristo, conforme enseño por doquier en todas las Iglesias” (4,17). “De todos modos, si alguien quiere discutir, no es ésa nuestra costumbre ni la de las Iglesias de Dios” (11,16). “Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué... Si no, ¡habríais creído en vano!” (15,1-2). “Pues bien, tanto ellos los Doce Apóstoles como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído” (15,11). “Las Iglesias de Asia os saludan” (16,19).

Tipos del Antiguo Testamento: “Todo esto les acontecía en figura, y fue escrito para aviso de los que hemos llegado a la plenitud de los tiempos” (10,11).

Autoridad: “¿Qué preferís, que vaya a vosotros con palo o con amor y espíritu de mansedumbre?” (4,21). “En cuanto a la colecta… haced también vosotros tal como mandé a las Iglesias de Galacia” (16,1).

Poder de Excomunión: “Pues bien, yo por mi parte corporalmente ausente, pero presente en espíritu, he juzgado ya, como si me hallara presente, al que así obró: que en Nombre del Señor Jesús, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de Jesús Señor nuestro, sea entregado ese individuo a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu se salve en el Día del Señor” (5,3-5).

Judíos y paganos exentos de la jurisdicción de la Iglesia: “Pues ¿por qué voy a juzgar yo a los de fuera?... A los de fuera Dios los juzgará” (5,12-13).

Santidad: “…porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario” (3,17). “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?” (6,15). “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo… Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo” (6,19-20; cf. 6,11, etc.).

Gracia: “Y fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito” (10,13). “Gracia a vosotros…” (1,3). “Por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo” (15,10).

La vida virtuosa es necesaria para la salvación: “¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios” (6,9-10). Esto, como una nota dominante, suena claro a través de todas las Epístolas de San Pablo como en la enseñanza de su Divino Maestro. “Golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado” (9,27). “Así pues, el que crea estar en pie, mire no caiga” (10,12). “Así pues, hermanos míos amados, manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que vuestro trabajo no es vano el Señor” (15,58). “Velad, manteneos firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes” (16,13). “Hacedlo todo para gloria de Dios” (10,31). “No deis escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios” (10,32). “Sed mis imitadores, como lo soy de Cristo” (11,1).

Resurrección de la carne y la vida eterna: “Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder” (6,14). “Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo” (15,22). “Y una estrella difiere de otra en resplandor. Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria” (15,41-43). “Os revelo un misterio: No moriremos todos, mas todos seremos transformados” (15,51). “En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados” (15,52). (Vea todo el capítulo 15). “Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido” (13,12).

Bautismo: “¿Habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?” (1,13). “También bauticé a la familia de Estéfanas” (1,16). “Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo” (12,13). "Habéis sido lavados [apelousasthe], habéis sido santificados, habéis sido justificados en el Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de Nuestro Dios” (6,11).

Eucaristía: “La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Pero lo que inmolan los gentiles, ¡lo inmolan a los demonios y no a Dios! No podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios” (10,16.20-21) “Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo… Asimismo también la copa... Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor… Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo” (11,23-29). Sobre las palabras de la consagración, vea los dos artículos expertos del Dr. A. R. Eagar en “The Expositor”, marzo y abril de 1908.

Matrimonio: Su uso. El matrimonio es bueno, pero el celibato es mejor. ---Se prohíbe el matrimonio de personas divorciadas. ---Se permite un segundo matrimonio a los cristianos; pero el estado de soltería es preferible para aquellos que tienen el don de Dios. (7,1-8). Dispensa paulina: un cristiano no está obligado a permanecer soltero si su cónyuge pagano no quiere vivir con él. (7,12-15)]].

Virginidad: No está mal para casarse; pero es preferible permanecer soltero ---el ejemplo de San Pablo--- "El que da a su hija virgen en el matrimonio hace bien, y el que no la da hace mejor” (vii, 25-40.).

Principios de teología moral: En el capítulo 7 y siguientes San Pablo resuelve varios casos difíciles de conciencia, algunos de ellos de naturaleza muy delicada, pertenecientes a lo que hoy llamaríamos el tractatus de sexto (sc. præcepto decalogi). Sin duda, él hubiera preferido estar libre de la necesidad de tener que entrar en estos temas desagradables; pero como el bienestar de las almas lo requería, sintió que, como parte de su oficio apostólico, le incumbía tratar el asunto. Es en el mismo espíritu que los pastores de almas han actuado desde entonces. Si tantas dificultades se presentaron en pocos años en una ciudad, era inevitable que numerosos casos complicados debían ocurrir en el curso de los siglos entre los pueblos pertenecientes a todos los grados de la barbarie y la civilización; y se esperaba que la Iglesia diese una respuesta adecuada para estas preguntas; de ahí el crecimiento de la teología moral.

Segunda Epístola

La Segunda Epístola fue escrita pocos meses después de la Primera, en la cual San Pablo había declarado que tenía la intención de dar la vuelta por Macedonia. Salió para este viaje antes de lo que había previsto, debido a los disturbios en Éfeso ( Hch. 19,23 ss.) causados por Demetrio y los devotos de la Diana de los efesios. Viajó hacia el norte hasta Tróada, y después de esperar algún tiempo por Tito, con quien esperaba reunirse en su camino de regreso de Corinto, a donde él había llevado la Primera Epístola, se embarcó rumbo a Macedonia (2. Cor. 2,13) y continuó hacia Filipos. Allí se encontró con Tito y Timoteo. Las noticias que Tito le trajo desde Corinto eran en su mayoría de un carácter alentador. La gran mayoría eran leales a su Apóstol; que estaban arrepentidos de sus faltas; que habían obedecido sus mandatos relativos al pecador público y que el hombre mismo se había arrepentido profundamente. No se oía más de los partidos de Pablo, Apolo y Cefas, aunque la carta parece contener una referencia a un cuarto partido.

Sus amigos, que esperaban una visita de él mismo, se entristecieron mucho al saber que no iría según lo prometido. Unos pocos que eran sus enemigos, probablemente judaizantes, trataron de aprovecharse de esto para socavar su autoridad al descubrir en esto una prueba clara de la inconstancia de su mente y la inestabilidad de su propósito. Dijeron que su renuencia a recibir apoyo revelaba falta de afecto; que usaba un lenguaje amenazante cuando estaba a una distancia segura, pero que en realidad era un cobarde que era suave y conciliador cuando estaba presente; que eran tontos al dejarse conducir por uno que hacía la enorme pretensión de ser un apóstol de Cristo, cuando no era nada de eso, y sí era en realidad, tanto de forma natural como sobrenaturalmente, inferior a los hombres que ellos pudiesen nombrar.

Estas noticias llenaron el alma de San Pablo con la emoción más profunda. Deliberadamente se retrasó en Macedonia, y les envió esta carta para prepararlos mejor para su llegada y para contrarrestar la mala influencia de sus oponentes. Fue enviada con Tito y otros dos, uno de los cuales, es casi seguro, fue San Lucas. Las circunstancias bajo las cuales se escribió la Epístola se pueden recoger mejor desde el texto mismo. Es fácil imaginar el efecto que produjo cuando se leyó por primera vez a los cristianos reunidos en Corinto, por Tito, o en los tonos sonoros del evangelista San Lucas. Se propagó rápidamente por la ciudad la noticia de que su gran apóstol les había enviado otra carta; la anterior había sido una producción tan magistral que todos estaban ansiosos de escuchar esta.

La mayor parte de la congregación expectante eran sus entusiastas admiradores, pero algunos vinieron a criticar, sobre todo un hombre, un judío que había llegado recientemente con cartas de recomendación y estaba tratando de suplantar a San Pablo. Dijo que era un apóstol (no de los Doce, sino de la clase mencionada en la Didajé). Era un hombre de aspecto digno, mientras hablaba con desprecio de la apariencia insignificante de San Pablo. Era experto en filosofía y refinado en su hablar, e insinuaba que San Pablo carecía de ambos. Sabía poco o nada de San Pablo, a excepción de oídas, ya que lo acusó de falta de determinación, de cobardía y de motivos indignos, cosas desmentidas por todos los hechos de la historia de San Pablo. Este último podría aterrorizar a los demás por cartas, pero a él no le asustaría. Este hombre viene a la asamblea esperando ser atacado y preparado para atacar a su vez.

A medida que se leía la carta, de vez en cuando aparecían en el horizonte pequeñas nubes oscuras; pero cuando, en la segunda parte, la Epístola se aquieta en una calmada exhortación a la limosna, este hombre se felicitaba por su fácil escapatoria, y ya estaba encontrando defectos en lo que había escuchado. Entonces, de repente como en el ejército de Sísara, la tormenta se desata sobre él; golpean los relámpagos, los truenos reprochan. Es golpeado por el diluvio, y su influencia es barrida de la existencia por el torrente irresistible. En cualquier caso, nunca más se supo de él. Estas dos epístolas destruyeron tan eficazmente a los oponentes de San Pablo en Corinto, como la Epístola a los Gálatas aniquiló a los judaizantes en Asia Menor.

Estilo

Esta Epístola, aunque no fue escrita con el mismo grado de cuidado y pulido que la primera, es más variada y espontánea en el estilo. Erasmo dice que tomaría todo el ingenio de un orador experto para explicar la multitud de sus estrofas y figuras. Fue escrita con gran emoción e intensidad de sentimiento, y algunos de sus arrebatos repentinos alcanzan los más altos niveles de la elocuencia. Da una visión más profunda que cualquier otro de sus escritos sobre el carácter y la historia personal de San Pablo. Con Cornely, la podemos llamar su "Apologia Pro Vitâ Suâ", hecho que la convierte en uno de los escritos más interesantes del Nuevo Testamento. Erasmo la describe como sigue: "Burbujea hacia arriba como una fuente límpida; luego se precipita como un torrente rugiente que se lleva todo a su paso; y luego fluye tranquila y suavemente a lo largo. Ahora se ensancha como en un lago amplio y tranquilo. Acullá se pierde de vista, y de repente reaparece en una dirección completamente diferente, cuando se ve serpenteando y enrollándose a lo largo, ya desviando hacia la derecha, ya a la izquierda; a continuación, haciendo un lazo más amplio y doblándose ocasionalmente sobre sí misma.”

Divisiones de la Epístola

La Segunda Epístola a los Corintios consta de tres partes. En la primera de éstas (capítulos 1 a 7, incl.), después de (1) la introducción, (2) el Apóstol muestra que su cambio de planes no se debe a ligereza de propósito sino por el bien de las personas, y que su enseñanza no es mutable; (3) que no deseaba regresar de nuevo apesadumbrado. Que se reconcilie el pecador arrepentido, la causa de su dolor. (4) Su gran afecto por ellos. (5) Él no requiere, al igual que otros, cartas de recomendación. Ellos, como cristianos, son sus cartas comendatorias. (6) Él escribe con autoridad, no debido a arrogancia, sino por la grandeza del ministerio que se le confió, en comparación con el ministerio de Moisés. Los que se niegan a escuchar tienen el velo sobre sus corazones, al igual que los judíos carnales. (7) Se esfuerza por complacer a Cristo, que mostró su amor al morir por todos, y recompensará a sus siervos. (8) Exhortación conmovedora.

La segunda parte (capítulos 8 y 9) se refieren a las colectas para los cristianos pobres en Jerusalén. (1) Alaba a los macedonios por su dispuesta generosidad al dar de su pobreza. Exhorta a los corintios a seguir su ejemplo en la imitación de Cristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros. (2) Envía a Tito y otros dos para hacer las colectas y para eliminar todos los motivos de la calumnia de que se estaba enriqueciendo. (3) Presumió de ellos en Macedonia, que empezaron antes que otros. (4) Un hombre cosechará en la proporción en que siembra. Dios ama al dador alegre y es capaz de devolver. El dar no sólo alivia los hermanos pobres, sino que ocasiona la acción de gracias a Dios y oraciones por los benefactores.

La tercera parte (los cuatro últimos capítulos) se dirige contra los pseudo-apóstoles. (1) Es atrevido hacia algunos que piensan que actúa por motivos mundanos. Tiene brazos poderosos de Dios para humillar a tales y castigar su desobediencia. Algunos dicen que aterra en sus cartas “que son severas y fuertes, mientras que la presencia del cuerpo es pobre y la palabra despreciable” (2 Cor. 10,10). Que ese tal entienda que lo que él es por carta, lo será también cuando esté prsente. (2) Que no pretenderá, como hacen ellos, ser mayor de lo que es, ni se ensalzará por trabajos ajenos. (3) Pide perdón por hablar como un hombre mundano, lo cual es para contrarrestar la influencia de la pseudo-apóstoles. Que vigila celosamente a los corintios para que no sean engañados según lo fue Eva por la serpiente. (4) Si los recién llegados les trajeron algo mejor en el camino de la religión, que podía entender su sumisión a su dictadura. (5) Que él no es inferior a esos superapóstoles. Si su discurso es grosero, su conocimiento no lo es. Se humilló a sí mismo entre ellos, y no buscó apoyó con el fin de ganarlos. Los falsos apóstoles profesan un desinterés similar; pero son obreros fraudulentos que se disfrazan como apóstoles de Jesucristo; y no es de extrañar, pues Satanás se transformó en ángel de luz, y ellos imitan a su amo. Ellos hacen falsas insinuaciones contra el apóstol. (6) Él también se gloriará un poco (hablando como una persona mundana tonta, con el fin de confundirlos). Se jactan de las ventajas naturales. Él no es inferior a ellos en nada; pero los supera por mucho en sus sufrimientos por la propagación del Evangelio, en sus dones sobrenaturales y en las pruebas milagrosos de su apostolado en Corinto, "en paciencia perfecta en los sufrimientos, y también señales, prodigios y milagros" (2 Cor. 12,12). Los corintios tienen todo lo que tenían otras Iglesias, excepto la carga de su sustento. Les pide que le perdonen esa injuria. Ni él ni Tito ni ningún otro de sus amigos los ha explotado. Él les escribe de este modo para que no tener que regresar apesadumbrado. Amenaza a los impenitentes.

Unidad de la Segunda Epístola

Mientras que se reconoce universalmente la autoría paulina, no puede decirse lo mismo respecto a su unidad. Algunos críticos sostienen que consta de dos epístolas, o parte de epístolas, escritas por San Pablo; que los primeros nueve capítulos pertenecen a una epístola, y los cuatro últimos, a otra. Mientras que se afirma que estas dos secciones fueron escritas por San Pablo, no parece haber nada en este punto de vista que se pueda decir que se opone a la doctrina católica de la inspiración. Pero la hipótesis está muy lejos de ser probada. Más todavía, a causa de los argumentos que se puedan alegar contra ella, apenas puede ser considerada como probable.

La principal objeción contra la unidad de la Epístola es la diferencia de tono en las dos secciones. Esto es bien establecido y contestado por el erudito católico Hug ("Introducción", tr por Wait, Londres, 1827 p. 392): "Se objeta además cuán diferente es el tono de la primera parte, suave, amable, cariñoso, mientras que la tercera parte es severa, vehemente e independientemente correctiva. Pero, quién debido a esto dividiría en dos partes el discurso “De Coronâ” de Demóstenes, porque en la defensa más general predominan la placidez y la circunspección, mientras que, por el otro lado, al avergonzar y castigar al acusador, en el paralelo entre él y Esquines, palabras de amarga ironía se destilen con ímpetu y caen como la lluvia en una tormenta". Meyer, Cornely y Jacquier mencionan este argumento con aprobación. Otros han explicado la diferencia de tono suponiendo que cuando los primeros nueve capítulos estaban terminados llegaron desde Corinto noticias frescas de un tipo desagradable, y que esto llevó a San Pablo a añadir los últimos cuatro capítulos. Del mismo modo se puede explicar la sección entre paréntesis (6,14; 7,2), que parece haber sido insertada en el último momento. Según Bernard, fueron añadidas para evitar una interpretación errónea de la expresión utilizada en 6,11.13, "nuestro corazón se ha abierto de par en par… abríos también vosotros", que en el Antiguo Testamento tenía el mal sentido de ser demasiado abierto con los infieles.

También ha de tenerse en cuenta la forma de escribir de San Pablo. En esta, como en sus otras epístolas, habla como un predicador que ahora se dirige a una parte de su congregación, ahora a otra, como si fueran las únicas personas presentes, y sin temor a ser mal interpretado. El Dr. Bernard cree que la diferencia de tono puede ser lo suficientemente explicada con la suposición de que la carta fue escrita en diferentes sesiones, y que el escritor se encontraba en un estado de ánimo diferente debido a la mala salud u otras circunstancias.

Las otras objeciones presentadas contra la unidad de la Epístola son hábilmente refutadas por el mismo autor, cuyo argumento puede resumirse brevemente de la siguiente manera: la última sección, se dice, comienza muy abruptamente, y se conecta vagamente por la partícula “de”. Sin embargo, hay varias otras instancias en las Epístolas de San Pablo donde la transición se hace exactamente de la misma manera. En la última parte, se objeta, se denuncia a la gente en rebelión abierta, mientras que ese no es el caso en la primera parte. Aún así, hay una clara referencia en la primera sección a personas que lo acusaban de ser voluble, arrogante, valiente a distancia, etc. Uno de los argumentos más fuertes contra la integridad es que hay varios versículos en los primeros nueve capítulos que parecen presuponer un número igual de pasajes en la segunda, y el argumento es que la última sección es una porción de una Epístola anterior. Sin embargo, al examinar más minuciosamente cada pasaje se ve que esta conexión es sólo aparente. Por otro lado, hay al menos tantos pasajes de la última parte que clara e inequívocamente miran hacia atrás y presuponen versos en la primera. Es de destacar, por otra parte, que los únicos fragmentos existentes de las supuestas dos Epístolas deben encajar tan bien. También se ha insistido que la Primera Epístola no es lo suficientemente "dolorosa" como para explicar las declaraciones en la Segunda. Sin embargo, un examen minucioso de 1,11.14; 2,6; 3,1-4, 18; 4,8-10.18-29; 5, etc., de la Primera Epístola, mostrará que esta objeción es bastante infundada. La unidad lingüística entre las dos partes de la Epístola es muy grande; y se pueden dar muchos ejemplos para demostrar que las dos secciones fueron siempre partes integrales de un todo. La evidencia proporcionada por los antiguos manuscritos, traducciones y citas apunta con fuerza en la misma dirección.

Organización de la Iglesia en Corinto según se muestra en las dos Epístolas

No hay nada en ninguna de ambas Epístolas que nos permita decir cuál fue la naturaleza exacta de la organización de la Iglesia en Corinto. En 1 Cor. 12,28-30 leemos: “Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar como profetas; en tercer lugar como maestros; luego, los milagros; luego, el don (carismas) de las curaciones, de asistencia, de gobierno, diversidad de lenguas. ¿Acaso todos son apóstoles?... ¿Todos con poder de milagros? ¿Todos con carisma de curaciones?” A partir de todo el contexto es claro que este pasaje no es otra cosa que una enumeración de dones extraordinarios, y que no tiene ninguna incidencia en el gobierno de la iglesia. Probablemente, la palabra apóstol se usa aquí en su sentido más amplio, no en el sentido de los Apóstoles de Jesucristo, sino los apóstoles de la Iglesia. Si intenta incluir los primeros, entonces la referencia no es a su poder gobernante, sino a sus dones sobrenaturales, sobre los que gira todo el argumento.

San Pablo daba gracias a Dios porque él hablaba todas sus lenguas. Bernabé es llamado apóstol ( Hch. 14,4.14). En 2 Cor. 8,23, San Pablo llama a sus mensajeros “los apóstoles de las iglesias”. (Compare con Rom. 16,7; Apoc. 2,2). La Didajé, o "Enseñanza de los Doce Apóstoles", que es probablemente una obra del siglo I, tiene la afirmación de que si un apóstol se queda hasta el tercer día reclamando sustento, debe ser considerado como un falso profeta. También dice que todo verdadero maestro y verdadero profeta es digno de su sostenimiento; y da una de las reglas para la detección de un falso profeta. En Hch. 13,1 se habla de los doctores y profetas. Es muy probable que San Pablo había organizado la Iglesia en Corinto durante su larga estancia allí con tanto cuidado como lo había hecho anteriormente en Galacia (" Designaron presbíteros en cada Iglesia… Hch. 14,23) y en Éfeso "en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos" Hch. 20,7.28). Tenemos estas declaraciones sobre la autoridad del autor de los Hechos, que es San Lucas, el compañero del Apóstol, ahora admitido incluso por Harnack.

San Pablo había pasado seis u ocho veces más tiempo en Corinto que en Filipos, sin embargo, lo encontramos escribiéndole a los filipenses: "Pablo y Timoteo… a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con los epíscopos y diáconos” (Fil. 1,1; cf. 1 Tes. 5,12). El oficio principal de los obispos y diáconos era, según la Didajé, consagrar la Santísima Eucaristía. Es sólo por accidente, por así decirlo, a causa de los abusos, que en la Primera Epístola San Pablo habla de la forma de consagración utilizada en Corinto, y que es sustancialmente la misma que la dada en los [[Evangelios. Si no hubiesen surgido los abusos, parece claro que él no habría hecho referencia a la Eucaristía. No dice nada de ella en la Segunda Epístola. En ese caso, no faltarían los que habrían afirmado en voz alta que los corintios "no sabían nada de eso", y, por implicación, que la mente del apóstol todavía no se había desarrollado hasta ese punto. Pero a medida que habla tan claramente podemos considerar como cierto, también, que los ministros de la Eucaristía eran los mismos que en otros lugares. No hay evidencia de que alguna vez se consagró sin obispo o sacerdote. Estos, con los diáconos, eran los ministros regulares en cada lugar, bajo la jurisdicción inmediata de los Apóstoles de Jesucristo. De todo esto se puede concluir que la Iglesia en Acaya se organizó con la regularidad que las iglesias anteriores de Galacia, Éfeso y la vecina provincia de Macedonia, o como en la Iglesia de Creta ( Tito 1,5). Había "obispos" (que ciertamente la palabra significaba sacerdotes y quizá también nuestros obispos y diáconos modernos) y diáconos. Más tarde, Timoteo y Tito y otros fueron nombrados sobre estos "obispos", sacerdotes y diáconos, y fueron obispos monárquicos en el sentido moderno de la palabra. Otros obispos como tales sucedieron a los Apóstoles. (Véase el artículo OBISPO).


Bibliografía: Las introducciones usuales tales como CORNELY, JACQUIER, SALMON, BELSER, ZAHN; BERNARD, Second Corinthians en Expositor's Greek Testament (Londres, 1903); FINDLAY, First Epistle to the Corinthians en Exp. Gr. Test. (Londres, 1900); RICKABY, Romans, Corinthians, Galatians (Londres, 1898); KENNEDY, Second and Third Corinthians (Londres, 1900); ALFORD, The Greek Test. (Londres, 1855), II; ROBERTSON en HASTINGS, Dict. of the Bible; Lives of St. Paul por FARRAR, CONYBEARE y HOWSON, LEWIN, FOUARD; MCEVILLY, An Exposition of the Epistles of St. Paul (3ra ed., Dublin, 1875) CORNELY, Commentarius (París, 1890). Vea también los comentarios de ESTIUS, BISPING, MAIER, LOCH, REISCHL, DRACH, STEENKISTE. El comentario crítico de SCHMIEDEL, Die Briefe an die Korinther in Hand Kommentar (Leipzig, 1893); LIGHTFOOT, Biblical Essays, Notes on Epistles of St. Paul (notas sobre los siete capítulos de Primera Corintios — Londres, 1895); ROBERTSON, Corinthians in The International Critical Commentary (Cambridge, 1908).

Fuente: Aherne, Cornelius. "Epistles to the Corinthians." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4. New York: Robert Appleton Company, 1908. 24 June 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/04364a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina