Sacrificio
De Enciclopedia Católica
(Latín sacrificium; italiano sacrificio; francés sacrifice). Este término es idéntico al inglés offering (latín offerre) y al alemán Opfer; este último se deriva, no de offerre, sino de operari (en alto alemán antiguo opfâron; en alto alemán medio opperu, opparôn), y así significa "hacer celosamente, servir a Dios, ofrecer sacrificio" (cf. Kluge "Etymologisches Wörterbuch der deutschen Sprache", Estrasburgo, 1899, p. 288). Por “sacrificio”, en su sentido real, se entiende universalmente la ofrenda hecha a la deidad de un don perceptible por los sentidos como manifestación externa de nuestra veneración por él y la cual tiene por objeto alcanzar la comunión con él. Sin embargo, en sentido estricto esa ofrenda no se convierte en sacrificio sino hasta que el don visible sufre una transformación real (por ejemplo, al ser matado, al derramar su sangre, al quemarlo o al derramarlo). Ya que el significado e importancia del sacrificio no pueden ser determinados con métodos a priori, toda teoría ded sacrificio admisible debe moldearse de acuerdo a los sistemas sacrificiales de las naciones paganas, y especialmente de aquellas de las religiones reveladas como el judaísmo y el cristianismo. El budismo puro, el islamismo y el protestantismo no requieren nuestra atención aquí pues no tienen verdaderos sacrificios. Aparte de esas, no hay ni ha habido religión desarrollada en el mundo que no haya aceptado el sacrificio como elemento esencial de su culto. En este trabajo consideraremos sucesivamente los siguientes temas:
Contenido
Sacrificios Paganos
ENTRE LOS INDIOS
El vedismo de los antiguos hindúes fue, en un grado que no se ha alcanzado en ninguna otra parte, una religión sacrificial relacionada con las deidades Agni y Soma. Un proverbio veda dice: “El sacrificio es el ombligo del mundo”. El sacrificio era visto originalmente como una fiesta para los dioses; ante sus altares, sobre el césped sagrado, se ponían ofrendas de comida (pastelillos, leche, mantequilla, carne y la bebida del soma). Pero poco a poco el sacrificio llegó a significar una actividad mágica que buscaba influir en los dioses, según se expresa en la fórmula: “Do ut des” (Te doy para que me des), o en el proverbio védico: “Aquí está la mantequilla; ¿dónde están tus regalos?”. Las oraciones sacrificiales védicas no expresan espíritu de humildad o sumisión, e incluso la palabra “gracias” es desconocida en el lenguaje védico. Los dioses quedaban rebajados a nivel de meros sirvientes de los seres humanos, mientras los sacerdotes o brahmanes a cargo de los complicados ritos adquirían gradualmente una dignidad cuasi divina. En sus manos el ceremonial sacrificial, desarrollado hasta en sus más mínimos detalles, se convirtió en un poder irresistible sobre los dioses. Reza un proverbio: “El sacrificador caza a Indra como juego, y lo sostiene con fuerza igual que el cazador hace con el ave; el dios es una rueda que el cantor sabe cómo girar”. Los dioses obtenían todo su poder y fuerza de los sacrificios como la condición de su existencia, de modo que los brahmanes eran indispensables para la continuidad de su existencia.
Sin embargo, el serio carácter expiatorio, que no fue totalmente eliminado de los sacrificios védicos, prueba que los dioses no eran del todo indiferentes hacia el hombre, sino que les brindaban su ayuda. La ofrenda real de los sacrificios, que nunca se realizaba sin fuego, se llevaba a cabo dentro de las casas o a la intemperie; se desconocían los templos. Entre los varios sacrificios había dos sobresalientes: la ofrenda del soma y el sacrificio del caballo. La ofrenda del soma (Agnistoma) ---un néctar obtenido al prensar algunas plantas--- se realizaba en la primavera; el sacrificio duraba un día completo y era un día de fiesta universal para el pueblo. El triple prensado del soma, realizado a ciertos intervalos durante el día, se alternaba con el ofrecimiento a varios dioses de panes sacrificiales, libaciones de leche y el sacrificio de once chivos. Los dioses (especialmente Indra) estaban ávidos por la embriagadora bebida soma: “Del mismo modo que el buey brama después de la lluvia, así Indra desea el soma”.
El sacrificio del caballo (açvamedha), realizado bajo las órdenes del rey y en el que participaba todo el pueblo, requería un año de preparación. Este era el culmen, el “rey de los sacrificios”; las solemnidades duraban tres días e iban acompañadas de toda clase de diversiones públicas. La idea de este sacrificio era proveerles a los dioses de la luz otro corcel para su yunta celestial. En sus orígenes, parece que era común sacrificar seres humanos en vez de caballos, y aquí también encontró expresión el concepto de substitución; pues los indios de épocas posteriores tenían un dicho: “En el principio los dioses aceptaban hombres como víctimas sacrificiales; luego la eficacia sacrificial pasó de ellos al caballo. Así, el caballo se volvió eficaz. Los dioses aceptaban el caballo, pero la eficacia sacrificial pasó al novillo, al cordero, al chivo y finalmente al arroz y la cebada: así para el instruido, un pan sacrificial hecho de arroz y cebada tiene el mismo valor que esos [cinco] animales” (cf. Hardy, "Die vedisch-brahmanisehe Periode der Religion des alten Indiens", Münster, 1892, p. 150).
El hinduismo moderno con sus innumerables sectas honra a Vishnu y Shiva como deidades principales. Como culto, se distingue del antiguo vedismo principalmete en su servicio en el templo. En cuanto culto, se distingue del Vedismo antiguo principalmente por sus rituales en los templos. Éstos generalmente son edificios magníficos y artísticos con numerosos patios, capillas y salones en los que se exponen todo tipo de representaciones de los dioses e ídolos. Las pagodas menores tienen el mismo objetivo. Si bien el hinduismo se centra en su idolatría, el sacrificio no ha sido totalmente erradicado de su antiguo sitio. El símbolo de Shiva es el falo (phallus, linga); A lo largo y ancho de la India pueden encontrarse innumerables piedras de linga, especialmente en los lugares santos. Las facetas más obscuras de esta superstición, que luego degeneraron en fetichismo, fueron sin embargo sublimadas parcialmente gracias a la piedad y la elevación de muchos himnos o canciones de alabanza (stotras) hindúes, que sobrepasan incluso los antiguos himnos védicos en su sentimiento religioso.
Entre los Iraníes
La religión de los antiguos iraníes se centraba, sobre todo después de la reforma llevada a cabo por Zoroastro, en el servicio del verdadero dios Ormuzd (Ahura Mazda), cuya voluntad es la verdad y cuyo reino es el bien. Esta religión de tan elevada moral promueve una vida de pureza, el cumplimiento consciente de todos los preceptos morales y litúrgicos y el rechazo positivo del Demonio y de todas las fuerzas demoníacas. Si la antigua religión de India fue esencialmente una de sacrificio, la religión de los antiguos persas puede ser descrita como una de obediencia. En el antiguo Avesta, el libro sagrado de los persas, la guerra entre el dios bueno Ormuzd y el Diablo termina escatológicamente con la victoria total del dios bueno. En ese sentido, podemos afirmar que el antiguo Parsismo era monoteísta. Empero, el Avesta posterior enseña un dualismo teológico, en el que malvado anti-dios Ahriman es presentado como un principio absoluto que se opone al dios bueno Ormuzd. Tal enseñanza ya se había dejado entrever en muchos poemas didácticos (Gâthas) del anterior Avesta. El sacrificio y la oración tienen como objeto paralizar las maquinaciones diabólicas de Ahriman y sus demonios. El elemento esencial del culto avéstico era la adoración del fuego, que no tenía relación alguna con los templos del fuego. Tal como los modernos mobeds de India, los sacerdotes llevaban altares portátiles y en ellos podían ofrecer sacrificios en cualquier parte. Los templos del fuego, sin embargo, se erigían a temprana hora y en ellos los sacerdotes entraban a las salas sagradas del fuego cinco veces al día para cuidar el fuego que ardía en vasos metálicos, alimentados con maderas aromáticas. En una antecámara se preparaban el haoma intoxicante (la contraparte de la bebida india del soma) y el agua bendita, y se ofrecía a los dioses el sacrificio de carne (myazda) y pan (darun). El ahoma, la bebida de la inmortalidad, no sólo guiaba a los humanos hacia la vida eterna, sino que era una bebida de los dioses también. En el Avesta posterior, esta bebida, que originalmente era únicamente un elemento cultual, fue formalmente deificada e identificada con la divinidad. No sólo eso, sino que hasta los vasos sagrados, usados en la fabricación de la bebida a partir de las ramas del haoma, fueron alabados y adorados en los cantos de alabanza. Merecen mención también las ramas sacrificiales que eran utilizadas como ramas de oración o varas mágicas, atadas como prolongación de las manos. Después de la reducción del reino de los Sassanidas a manos de los árabes (642 d.C), la religión persa quedó condenada a morir, y la mayor parte de sus seguidores terminó convirtiéndose al Islam. Además de algunos pequeños restos que quedan en la Persia moderna, algunas comunidades de buen tamaño aún existen en la costa occidental de India, en Guzerat y Bombay, lugares a donde migraron gran cantidad de Parsis.
Entre los Griegos
La religión de la antigua Grecia era un alegre politeísmo muy estrechamente relacionado con la vida ciudadana. El antiguo Consejo Amfictiónico era una confederación de Estados que tenía como propósito tener un santuario común. El objeto de las acciones religiosas, oraciones, sacrificios y ofrendas votivas, era obtener el favor y la ayuda de los dioses, siempre recibidos con sentimientos de asombro y agradecimiento. Las ofrendas de sacrificio, cruentas e incruentas, eran generalmente artículos de consumo humano. A los dioses superiores se les ofrecían pastelillos, panes, frutas y vino. A los dioses inferiores, panes de miel y, como bebida, una mezcla de leche, miel y agua. La consagración sacrificial frecuentemente consistía simplemente en la colocación de los alimentos en recipientes a los lados de los caminos o en montículos funerarios con objeto de contentar a los dioses o a los difuntos. Usualmente se reservaba una porción para consumir y con ello solemnizar la fiesta sacrificial en unión con los dioses, o el sacrificio de los dioses inferiores en el Hades. Pero nada debía sobrar. Los grandes banquetes de los dioses (theoxenia) eran tan bien conocidos por los griegos como los leotisternia por los romanos. Los sacrificios se quemaban sobre el altar, en forma de holocaustos. El incienso se añadía a casi todos los sacrificios como una ofrenda secundaria, aunque también había ofrendas especiales de incienso. Quien ofrecía los sacrificios llevaba ropa limpia y guirnaldas alrededor de la cabeza, rociaba sus manos y el altar con agua bendita y salpicaba con oraciones solemnes la comida sacrificial sobre la cabeza de las víctimas (puercos, chivos y gallos). La música de flautas acompañaba la muerte de la víctima y se hacía que la sangre corriera a través de unos agujeros hacia los depósitos sacrificiales. El mérito del sacrificio en gran medida se calculaba por su costo. Los cuernos de la víctima se cubrían de oro, y en los festivales se realizaban las hecatombes; lo más normal era sacrificar doce, pero sobre todo, tres víctimas (trittues). Incluso hasta los tiempos históricos, en casos de extrema aflicción, se ofrecían víctimas humanas. El centro del culto griego eran los sacrificios, y no se tomaba ningún alimento hasta que no se ofreciese una libación de vino ante los dioses. Entre las características peculiares de la religión griega puede mencionarse la ofrenda votiva (anathemata), la cual (además de los primeros nacidos, el diezmo y objetos de valor) consistía en guirnaldas, calderos y los populares trípodes. El número de las ofrendas votivas- que frecuentemente eran colgadas de los robles sagrados, llegó a ser tan grande que varios Estados hubieron de erigir tesorerías en Olimpo y Delfos.
Entre los Romanos
La religión y todo el sistema de sacrificios fue considerado entre los antiguos romanos, mucho más que entre los griegos, algo propio del Estado. Habiendo poblado el mundo de dioses, genios y lares, hicieron que toda acción y condición estuviera subordinada a una deidad (dios o diosa) particular. Un calendario preparado por los pontífices daba a los ciudadanos romanos información detallada respecto a cómo debían comportarse con los dioses a lo largo del año. El propósito del sacrificio era ganar el favor de los dioses y protegerse de sus influencias siniestras. También se programaban los sacrificios de redención (piacula) por crímenes y errores pasados. Se sabe que en los tiempos más primitivos ofrecían sacrificios de origen indo-germánico tales como el del caballo, pero también de corderos, cerdos y bueyes. A partir de ciertas costumbres (arrojar muñecos de paja al Tiber y colgar monigotes de lana en las intersecciones de los caminos o en los dinteles de las casas) de períodos posteriores se puede concluir que en algún tiempo se acostumbraron los sacrificios humanos. Bajo el gobierno de los emperadores se introdujeron los cultos de varios dioses extranjeros, tales como las deidades egipcias Isis y Osiris, la siria Astartés, la diosa frigia Cibeles, etc. El Panteón Romano llegó a unir en paz a las deidades más incongruentes de todos los países. Pero ningún culto igualó al que se brindaba al dios indo-iraní de la luz, Mitra, al que los soldados y oficiales del ejército romano, así estuvieran en lugares tan distantes como el Danubio o el Rhin, no dejaban de ofrecer sacrificios. Los ritos llamados “taurobolia”, que se realizaban en honor del dios matador de reses, Mitra, fueron introducidos desde el Oriente. El taurobolium consistía en una ceremonia vergonzosa en la que los adoradores de Mitra hacían fluir por sus espaldas desnudas la sangre aún tibia de una res recién sacrificada, mientras yacían en unas zanjas. Pensaban que con ello obtendrían no sólo fuerza física sino renovación mental y regeneración.
Entre los Chinos
La religión de los chinos, una extraña mezcla de naturalismo y culto a los antepasados, estaba indisolublemente vinculada con el Estado. El sinismo más antiguo era un perfecto monoteísmo. Sin embargo, estamos más familiarizados con la forma sacrificial china que nos presenta el gran reformador Confucio (siglo VI a.C.) y que permaneció en uso, sin alteraciones, durante más de 2000 años. El emperador de China era el “Hijo del Cielo” y cabeza de la religión de Estado. También era el sumo sacerdote al que pertenecía el derecho exclusivo de ofrecer sacrificios al Cielo. El sacrificio principal tenía lugar anualmente en la noche del solsticio de invierno, y se realizaba sobre el “altar del Cielo” en la parte sur de Beijing. En la terraza más alta de este altar se colocaba una tableta de madera que simbolizaba el alma del dios del Cielo. Había otras muchas tabletas (del sol, la luna, las estrellas, las nubes, el viento, etc.), que incluían las correspondientes a los diez predecesores inmediatos del emperador. Delante de cada tableta se hacían ofrendas de sopa, carne, vegetales, etc. En honor de los antepasados del emperador, así como del sol y la luna, se ofrecía también un toro. Ante las tabletas de los planetas y las estrellas, un becerro, un cordero y un cerdo. Simultáneamente, sobre una pira levantada al sureste del altar, se ofrecía un toro en honor del supremo dios del Cielo. Mientras ese toro era consumido por el fuego, el emperador presentaba una ofrenda de incienso, seda y caldo de carne ante la tableta del Cielo y las de sus predecesores. Una vez terminadas esas ceremonias, todos los artículos sacrificados se llevaban a hornos especiales donde eran arrojados al fuego para ser consumidos. El emperador también hacía sacrificios especiales en honor de la tierra frente a la muralla norte de Beijing, aunque en este caso las víctimas no eran quemadas sino enterradas. Los dioses del suelo y del maíz, al igual que los ancestros del emperador, también tenían sus sitios y fechas particulares de sacrificio. Los funcionarios reales representaban al emperador en la realización de los sacrificios en otras partes del territorio. En el libro clásico de los ritos, el Li-King, se dice claramente: “El hijo del Cielo ofrece sacrificios al Cielo y a la tierra; los vasallos, a los dioses del suelo y del maíz”. Aparte de los sacrificios principales, había otros de segundo o tercer rango, que eran realizados por funcionarios del reino. La religión popular, con sus innumerables imágenes, residentes en sus templos propios, era idolatría descarada.
Entre los Egipcios
La antigua religión de Egipto, con su altamente desarrollado sacerdocio y su vasto sistema de sacrificios, marca la transición a la religión de los semitas. El templo egipcio generalmente estaba conformado por una capilla obscura en la que se hallaba la imagen de la deidad. Frente a ella se encontraba un salón con pilares (hypostilo) escasamente iluminado por una ventanilla en el techo. Y antes de ese salón estaba un patio rodeado de una serie circular de pilares. El plano del edificio nos muestra que el templo no era utilizado para asambleas populares ni para residencia de los sacerdotes, sino exclusivamente para la conservación de las imágenes de los dioses, los tesoros y los vasos sagrados. Solamente los sacerdotes y el rey tenían acceso al santuario propiamente dicho. Los sacrificios se ofrecían en el patio, a donde convergían las muy populares procesiones en las que las imágenes de los dioses eran transportadas en barcas. El ritual del culto diario del templo, sus movimientos, palabras y oraciones del sacerdote celebrante, estaban reglamentados hasta el mínimo detalle. Ante la imagen del dios se ofrecía diariamente comida y bebida, que eran colocados en la mesa de los sacrificios. La colocación de la piedra angular de un templo nuevo conllevaba el ofrecimiento de sacrificios humanos, aunque esta costumbre fue abolida en la era de los Ramasidas. Una huella de esta repugnante costumbre sobrevivió en la ceremonia de marcar sobre la víctima un sello que tenía la imagen de un hombre encadenado al que se le ponía un cuchillo al cuello. Los gobernantes del Imperio Nuevo presentaron tantas y tan costosas ofrendas votivas al dios favorito de los egipcios, Amón-Ra, que el Estado estuvo a punto de caer en bancarrota. La religión de Egipto, que posteriormente se transformó en una abominable bestiolatría, se corrompió con la destrucción del Serapeum de Alejandría (admirable templo dedicado a Serapis, una de las deidades egipcias, en donde se daba culto al buey Apis) manos del emperador oriental Teodosio I (391).
Entre los Semitas
Los babilonios y asirios merecen ser mencionados primero entre los semitas. El santuario del templo babilónico contenía la imagen del dios al que estaba dedicado, y las capillas adyacentes contenían las de otros dioses. Los sacerdotes babilonios constituían una casta privada; eran mediadores entre los dioses y los hombres, guardianes de la literatura sagrada y maestros de las ciencias. Por otra parte, en Asiria, el rey era el sumo sacerdote que ofrecía los sacrificios. De acuerdo al concepto babilónico, el sacrificio (libaciones, ofrendas de comida, sacrificios cruentos) es el debido tributo de la humanidad a los dioses, y es algo tan antiguo como el mundo. Los sacrificios son los banquetes de los dioses, y el humo que sale de las ofrendas es para ellos una fragancia. Un banquete sacrificial une al sacrificador con sus divinos huéspedes. Tanto las ofrendas quemadas como las aromáticas eran comunes a babilonios y asirios. Los dones sacrificiales incluían animales salvajes y domésticos, aves, pescados, frutas, quesos, miel y aceite. Los animales sacrificados eran generalmente machos; tenían que ser sin defecto, fuertes y gordos, ya que únicamente lo perfecto es digno de los dioses. Los animales hembras solamente eran aceptados en los ritos de purificación; los animales con defectos, únicamente en ceremonias de menor categoría. Era común también el ofrecimiento de pan sobre mesas. Se atribuía un poder purificador y redentor al sacrificio. Y claramente se expresaba la idea de la substitución, por la que el hombre era substituido por la víctima. La profunda conciencia del pecado y la culpa encuentran notable expresión especialmente en los salmos babilónicos. Los hombres eran sacrificados solamente entre lamentos por los muertos.
La demostración de que los cananeos habían llegado de Arabia (el antiguo hogar de las razas) a Palestina, y que ahí habían diseminado la cultura de los antiguos árabes, constituye un triunfo de los investigadores modernos. Mientras que la religión de Babilonia era gobernada por el curso de las estrellas (astrología), el horizonte espiritual de los cananeos era determinado por los cambios periódicos del morir y renacer de la naturaleza, y consecuentemente sólo dependía secundariamente de la influencia vivificante de los astros, especialmente del sol y la luna. La deidad tenía su asiento dondequiera que la fuerza de la naturaleza revelaba evidencias de vida. Los templos se levantaban a orillas de los ríos y fuentes, porque el agua da vida y la sequía muerte. Los cananeos se sentían más cercanos de la deidad en las montañas y de ahí la popularidad del culto que se realizaba sobre las colinas (del que habla el Antiguo Testamento). En la cima se encontraba el altar, que tenía una abertura oval, y alrededor de ésta había una canaleta por la que chorreaba la sangre de la víctima. Se acostumbraba ofrecer sacrificios de niños al cruel dios Moloch, horrible costumbre contra la que la Biblia habla fuertemente. El culto de los fenicios se originó a partir de una idea inferior de la deidad, que se inclinaba a la tristeza, a la crueldad y a la voluptuosidad. Baste mencionar el culto a Baal y a Astarté, el falismo y el sacrificio de la castidad, el sacrificio de hombres y niños, que los romanos civilizados quisieron infructuosamente abolir. Los fenicios tenían algunos puntos comunes con los israelitas en lo referente a su sistema de sacrificios. La “mesa de sacrificios de Marsella” que, al igual que la “mesa de sacrificios de Cartago”, era de origen fenicio, menciona algunas víctimas de sacrificios: reses, becerros, ciervos, corderos, cabras, chivos, cervatillos y aves, salvajes y domésticos. Estaban prohibidos los animales enfermos o débiles. Los fenicios también conocían los holocaustos (kalil), los cuales eran siempre sacrificios de súplica y ofrendas parciales, que, a su vez, podían ser sacrificios de súplica o acción de gracias. La eficacia de los sacrificios de hombres y animales residía en la sangre. En los casos en los que la víctima no era consumida totalmente, los sacrificadores participaban de un banquete con música y baile.
El Sacrificio Judío
En general
No debe ser motivo de sorpresa el hecho de que tantas ideas generales y ritos encontrados en las religiones paganas también tengan un lugar en el sistema de sacrificios judíos, así como el hecho de que la religión revelada en general no rechaza en absoluto toda la religión y la ética naturales, sino que más bien las adopta y eleva a un nivel superior. La pureza ética y la excelencia del sistema sacrificial judío se puede percibir de inmediato en el hecho de que la religión oficial de Yahveh rechaza los detestables sacrificios humanos ( Dt. 12,31; 18,10). La prueba de Abraham ( Gén. 22,1 ss.) finalizó cuando Dios prohibió el asesinato de Isaac, y ordenó en su lugar el sacrificio del carnero que estaba trabado en el zarzal. Para los hijos de Israel el sacrificio humano constituía una profanación del nombre de Yahveh ( Lev. 20,1 ss.). Los profetas posteriores también elevaron sus poderosas voces en contra del perverso culto a Moloc, con su sacrificio de niños.
Es verdad que la perniciosa influencia del ambiente pagano predominó desde el tiempo del rey Ajaz hasta el de Josías a tal punto que en el malhadado Valle de Hinón, cerca de Jerusalén, miles de niños inocentes fueron sacrificados a Moloc. Es precisamente con este perverso ejemplo pagano, y no con el espíritu de la religión de Yahveh que se debe relacionar el sacrificio que realizó Jefté de mala gana, como consecuencia de su voto, de sacrificar a su propia hija ( Jc. 11,1 ss.). No se sostiene históricamente la opinión de muchos investigadores (Ghilany, Daumer, Vatke) que afirman que incluso en el servicio legítimo a Yahveh hubo sacrificios humanos; pues, aunque la ley mosaica prescribía que no sólo las primicias de los frutos de la tierra y los primogénitos del hombre se debían a Yahveh, esa misma ley ordenaba expresamente que estos últimos no debían ser sacrificados sino redimidos. El ofrecimiento de la sangre de un animal en lugar de una vida humana tuvo su origen en la profunda idea de substitución. Y tiene su justificación en las referencias metafóricas proféticas al único sacrificio vicario ofrecido por Jesucristo en el Gólgota.
La venganza de sangre (cherem) acostumbrada entre los israelitas, según la cual los enemigos y las cosas impías debían ser radicalmente exterminados (cf. Jos. 6,21 ss.; 1 Sam. 15,15, etc.) no tiene nada que ver con los sacrificios humanos. La idea de la venganza de sangre se originó, no como en varias religiones paganas, en la sed de Dios por sangre humana, sino en el principio de que los poderes hostiles a Dios debían ser eliminados del camino del Señor de la vida y de la muerte por medio de un castigo cruento. Los malditos no eran sacrificados, sino exterminados de la faz de la tierra.
Según la tradición judía, los sacrificios, tanto cruentos como incruentos, se remontan al comienzo de la raza humana. El primer sacrificio mencionado en la Biblia es el de Caín y Abel ( Gén. 4,3 ss.). Siempre iba asociados un altar al sacrificio (Gén. 12,7 ss.). Ya encontramos la comida sacrificial en tiempos patriarcales, sobre todo en relación con la firma de tratados y acuerdos de paz. La conclusión de la alianza en el Monte Sinaí también se celebró bajo los auspicios de un sacrificio solemne y un banquete ( Ex. 24,5). Posteriormente, Moisés, como enviado de Yahveh, elaboró todo el sistema de sacrificios, y fijó en el Pentateuco con la exactitud más escrupulosa las varias clases de sacrificio y sus ritos correspondientes. Como todo el culto mosaico, el sistema de sacrificios está regido por una idea central, peculiar de la religión de Yahveh: “Sean santos porque yo soy santo” ( Lev. 11,44).
Material de los Sacrificios
El nombre general del sacrificio judío fue originalmente minchah (hebreo, MCNHH; griego, anaphora, donum), que fue luego el término técnico especial para la ofrenda incruenta de alimentos, a la cual se oponía el sacrificio cruento (hebreo, ZBCH; griego, thusia, victima). De acuerdo al método de ofrecerlo, los sacrificios eran conocidos como korban (hebreo: QRBN, acercando) u 'õlah (hebreo: `LH, ascendiendo); este último término se utilizan especialmente para nombrar el holocausto. El material del sacrificio cruento debía ser tomado de las posesiones personales del oferente, y debía pertenecer a la categoría de animales limpios. Así, por un lado, sólo se permitían animales domésticos (vacas, ovejas, cabras) de los rebaños del sacrificador (Lev. 22,19 ss.), y por lo tanto, ni peces ni animales salvajes. Por otro lado, quedaban excluidos todos los animales impuros (por ej. perros, cerdos, asnos, camellos), a pesar de que eran animales domésticos. Las palomas eran casi la única clase de ave que se podía utilizar. A los pobres se les permitía sustituir los animales más grandes por tórtolas o pichones (Lev. 5,7; 12,8). También había preceptos exactos en cuanto al sexo, edad, y condición física de los animales; como regla general tenían que estar libres de defectos, ya que sólo los mejores eran aptos para Yahveh (Lev. 23,20 ss; Mal. 1,13 ss.).
El material de los sacrificios incruentos (generalmente adiciones al sacrificio cruento o sacrificios subsidiarios) era elegido ya sea de los artículos sólidos o líquidos de la alimentación humana. El incienso aromático, símbolo de la oración que asciende a Dios, fue una excepción. El sacrificio de sólidos (minchah) consistía en parte de las espigas de maíz tostadas (o grano sin cáscara) junto con aceite e incienso (Lev. 2,14 ss.), en parte de la harina de trigo más fina con los mismos dones adicionales (Lev. 2,1 ss.), y en parte de panes sin levadura (Lev. 2,4 ss.). Dado que no solo la levadura, sino también la miel, producía fermentación en el pan, lo que sugiere podredumbre, el uso de la miel también estaba prohibido (Lev. 2,11; cf. 1 Cor. 5,6 ss.). Sólo eran leudados el pan de las primicias, que se ofrecía en la fiesta de Pentecostés, y el pan añadido a muchos sacrificios de alabanza, y estos no podían ser llevados ante el altar, sino que pertenecían a los sacerdotes (Lev. 2,4 ss.; 7,13 ss, etc.)
Por otro lado la sal era considerada como un medio de purificación y conservación, y era prescrita como un condimento para todas las ofrendas de alimentos preparadas con maíz ( Lev. 2,13). En consecuencia, entre las producciones naturales suministradas al Templo (posterior), había una gran cantidad de sal, que, como "sal de Sodoma", se obtenía generalmente del Mar Muerto, y se almacenaba en una cámara especial para la sal ( Esd. 6,9; 7,22; Josefo, "Antigüedades", XII, 3:3). Como parte integral de la ofrenda de alimentos siempre encontramos la libación (hebreo: NSN, griego: spondeion, libamen), que nunca se ofrecía de forma independiente. El aceite y el vino eran los únicos líquidos utilizados (cf. Gén. 28,18; 35,14; Núm. 28,7.14.); el aceite se utilizaba en parte en la preparación del pan, y en parte se quemaba con los otros dones en el altar; el vino se derramaba ante el altar. En la Ley de Moisés no se producían libaciones de leche, tales como las de los árabes y los fenicios. El hecho de que, además de los sacrificios subsidiarios, también eran habituales los sacrificios incruentos, ha sido injustificadamente impugnado por algunos protestantes en sus polémicas contra el Sacrificio de la Misa, de la que los sacrificios de comida y bebida fueron los prototipos.
Omitiendo los más antiguos sacrificios de este tipo en el caso de Caín y Abel (vea Sacrificio de la Misa), el culto mosaico reconocía los siguientes sacrificios independientes en el santuario:
- la ofrenda de pan y vino en la mesa de propiciación;
- la ofrenda de incienso sobre el altar de incienso;
- la ofrenda de la luz en las lámparas encendidas del candelero de oro.
Y en el atrio exterior:
- el minchah diario del sumo sacerdote, que, como cualquier otro minchah sacerdotal, tenía que ser consumido totalmente como un holocausto ( Lev. 6,20 ss; cf. Josefo, "Antig.", III, 10:7);
- el pan de los primeros frutos el segundo día de la Pascua;
- el pan de los primeros frutos en la fiesta de Pentecostés.
De los sacrificios incruentos independientes al menos una parte se quemaba siempre como un memorial (askara, memoriale) para Yahveh; el resto pertenecía a los sacerdotes, quienes lo consumían como alimento sagrado en el atrio exterior (Lev. 2,9 ss.; 5,12 ss.; 6,16).
Los Ritos del Sacrificio Cruento
El ritual del sacrificio cruento es de especial importancia para el conocimiento más profundo del sacrificio judío. A pesar de otras diferencias, cinco acciones eran comunes a todas las categorías: la presentación de la víctima, la imposición de manos, el asesinato, la aspersión de la sangre y la quema.
La primera consistía en llevar la víctima al altar de los holocaustos en el atrio exterior del tabernáculo (o del Templo) "delante del Señor" ( Éx. 29,42; Lev. 1,5; 3,1; 4,6). Luego seguía en el lado norte del altar la imposición de las manos (o, más exactamente, el reposo de las manos sobre la cabeza de la víctima), por cuyo gesto significativo el sacrificador transfería a la víctima su intención personal de adoración, acción de gracias, petición y, especialmente, de expiación.
Si el sacrificio iba a ser ofrecido a toda la comunidad, los ancianos, como representantes del pueblo, realizaban la ceremonia de imposición de manos (Lev. 4,15). Esta ceremonia se omitía en el caso de ciertos sacrificios (primicias, diezmos, el cordero pascual, palomas) y en el caso de los sacrificios cruentos realizados a instancia de los paganos. Desde la época de Alejandro Magno se permitía la ofrenda de sacrificios, incluso por los gentiles, en reconocimiento de la supremacía de los gobernantes extranjeros; así, el emperador romano Augusto requería una ofrenda quemada diaria de dos corderos y un buey en el Templo (cf. Filo, "Leg ad Caj,". § 10; "Contra Ap" Josefo, II, VI). La retirada de este permiso al comienzo de la Guerra Judía fue considerado como una rebelión pública contra la dominación romana (cf. Josefo, "De bello Jud.", II, XVII, 2). La ceremonia de la imposición de manos solía ir precedida de una confesión de los pecados (Lev. 5,5 ss; 16,21; Núm. 5,6 ss.), la cual, según la tradición rabínica, era verbal (cf . Otho, "Lex rabbin", 552).
El sacrificador mismo tenía que realizar también, al igual que la presentación y la imposición de manos, el tercer acto o asesinato mediante un corte profundo en la garganta, el cual efectuaba un derramamiento de la sangre tan rápido y completo como fuese posible ( Lev. 1,3 ss); el sacerdote realizaba la matanza sólo en caso de la ofrenda de palomas (Lev. 1,15). En tiempos posteriores, sin embargo, los sacerdotes y levitas realizaban la matanza, la desolladura y el desmembramiento de los animales más grandes, especialmente cuando todo el pueblo debía ofrecer sacrificios por sí mismo en los grandes festivales (2 Crón. 29,22 ss.).
La función sacrificial verdadera comenzaba con el cuarto acto, cuando el sacerdote derramaba la sangre, acto que, de acuerdo con la Ley, le pertenecía sólo a él (Lev. 1,5; 3,2; 4,5; 2 Crón. 29,23, etc.). Si un laico realizaba el derramamiento de la sangre, el sacrificio no era válido (cf. Mischna Sebachim, II, 1). La ofrenda de la sangre en el altar por el sacerdote formaba de este modo la verdadera esencia del sacrificio cruento. Esta idea fue realmente universal, pues "en todas partes de China a Irlanda, la sangre es lo principal, el centro del sacrificio; en la sangre reside su poder" (Bähr, "Symbolik des mosaischen Kultus", II, Heidelberg, 1839, p. 62). Que el acto de matanza o destrucción de la víctima no era el elemento principal, se desprende del precepto de que los propios sacrificadores, que no eran sacerdotes, tenían que encargarse de la matanza. La tradición judía también designó expresamente la aspersión sacerdotal de la sangre sobre el altar como "la raíz y principio del sacrificio". La explicación se da en Lev. 17,10 ss. "Si un hombre cualquiera de la casa de Israel, o de los forasteros que residen en medio de ellos, come cualquier clase de sangre, yo volveré mi rostro contra el que coma sangre y los exterminaré de en medio de su pueblo. Porque la vida de la carne está en la sangre, y yo os la doy para hacer expiación en el altar por vuestras vidas, pues la expiación por la vida, con la sangre se hace.” Aquí se declara en los términos más claros que la sangre de la víctima va a ser el medio de propiciación, y la propia propiciación está asociada con la aplicación de la sangre sobre el altar. Pero la propiciación por el alma cargada de culpas se logra sólo mediante la sangre en virtud de la vida contenida en la misma, que pertenece al Señor de la vida y la muerte. De ahí la prohibición estricta de "comer" la sangre, bajo pena de ser cortado de entre el pueblo. Pero en la medida en que la sangre, ya que tiene la vida de la víctima, representa o simboliza el alma o vida del hombre, la idea de la sustitución se expresa claramente en la aspersión de la sangre, tal como ya se ha expresado en la imposición de manos. Pero la sangre obtenida por el asesinato ejerce su poder expiatorio primero en el altar, donde el alma de la víctima simbólicamente cargada con el pecado entra en contacto con el poder purificador y santificador de Dios. El término técnico para la reconciliación y el perdón de los pecados es kipper "expiar" (hebreo: KPR, Piel de KPR "cubrir"), un verbo que está conectado más bien con el asirio kuppuru (limpiar, destruir) que con el árabe "cubrir, encubrir".
El quinto y último acto, la quema, se realizaba de forma diferente, de acuerdo a si serían consumidas por el fuego la víctima completa (holocausto) o sólo ciertas partes de ella. Mediante el altar y el "fuego devorador" ( Deut. 4,24) Yahveh se apropiaba simbólicamente, como a través de su boca divina, de los sacrificios ofrecidos; esto se mostraba llamativamente en los sacrificios de Aarón, Gedeón y Elías (cf. Lev. 9,24; Jc. 6,21; 1 Rey. 18,38).
Diferentes Categorías de Sacrificio Cruento
(A) La quema de ofrendas ocupa el primer lugar entre las variadas clases de sacrificio cruento. Es llamado tanto el “sacrificio ascendente” ('õlah) como el “holocausto" (kâlil); ( Los Setenta holokautoma; en Filo, holokauston), porque toda la víctima ---con la excepción de los músculos de la cadera y la piel--- se hace pasar a través del fuego para ascender a Dios en el humo y el vapor (véase holocausto). Aunque la idea de la expiación no fue excluida ( Lev. 1,4), fue relegada un poco a un segundo plano, ya que la absoluta sumisión del hombre a Dios encontraría expresión en la destrucción completa de la víctima por el fuego. El holocausto es, de hecho, el sacrificio más antiguo, más frecuente y más extendido (cf. Gén. 4,4; 8,20; 22,2 ss.; Job 1,5; 42,8). Como sacrificio “perpetuo”, tenía que ser ofrecido dos veces al día, por la mañana y por la noche (cf. Éx., 29,38 ss; Lev. 6,9 ss; Núm., 28,3 ss., etc.) Como el sacrificio de adoración por excelencia, incluía en sí todas las demás especies de sacrificio. (Respecto al altar, vea Altares (en la Escritura)).
(B) La idea de expiación recibió expresión especialmente fuerte en los sacrificios expiatorios, de los cuales se distinguieron dos clases: el sacrificio por el pecado y la ofrenda por la culpa. La distinción entre ambos estriba en el hecho de que el primero se refería más bien a la absolución de la persona del pecado (expiatio); la segunda más bien con la realización de la satisfacción por el daño hecho (satisfactio).
(1) Volviendo primero a la ofrenda por el pecado (sacrificium pro peccato, chattath), encontramos que, de acuerdo a la Ley, no todas las transgresiones éticas podían ser expiadas por él. Se excluían de la expiación todos los delitos deliberados o "pecados con la mano levantada", que constituían una ruptura de la alianza y que le conllevaban al transgresor como castigo la expulsión de entre el pueblo, porque había "sido rebelde contra Yahveh" ( Núm. 15,30 ss.). A tales pecados pertenecían la omisión de la circuncisión (Gén. 17,14), la profanación del día de reposo (Éx. 31,14), la blasfemia de Yahveh ( Lev. 24,16), el hecho de no celebrar la Pascua (Núm. 9,2 ss.), el "comer sangre" (Lev. 7,26 ss.), trabajar o no ayunar en el Día de la Expiación (Lev. 23,21). La expiación servía sólo para delitos cometidos por ignorancia, olvido o prisa. Los ritos eran determinados no tanto por el tipo y la gravedad de las transgresiones, sino por la calidad de las personas por las que se ofrecería el sacrificio de expiación. Así, para las faltas del sumo sacerdote o de todo el pueblo se prescribía un novillo (Lev. 4,3, 16,3); por los del príncipe de una tribu (Lev. 4,23), así como en ciertos festivales, un macho cabrío; para los de los israelitas ordinarios, una cabra o cordera (Lev. 4,28; 5,6); para la purificación después del parto y algunas otras impurezas legales, tórtolas o pichones (Lev. 12,6; 15,14.29). Este último también podía ser utilizado por los pobres como el sustituto de uno de ganado menor (Lev. 5,7; 14,22). Los muy pobres, que no podían ofrecer incluso palomas, podían, en el caso de transgresiones ordinarias, sacrificar la décima parte de una “efá” de flor de harina, pero sin aceite ni incienso (Lev. 5,11 ss.). La forma de la aplicación de la sangre era diferente según los diversos grados de pecado, y consistía, no en la mera aspersión de la sangre, sino en frotarla sobre los cuernos del altar para holocaustos o el altar del incienso, después de lo cual se vertía el resto de la sangre al pie del altar. En cuanto a los detalles de esta ceremonia, se debe consultar los manuales de arqueología bíblica. Las usuales y mejores porciones sacrificiales de las víctimas (trozos de grasa, riñones, lóbulos del hígado) eran luego quemadas en el altar de los holocaustos, y los sacerdotes ingerían el resto de la víctima como alimento sagrado en el patio exterior del santuario (Lev. 6,18 ss.) Si alguna de la sangre había sido introducida al santuario, la carne tenía que ser llevado al vertedero de las cenizas y ser quemadas allí igualmente (Lev. 4,1 ss.; 6,24 ss.).
(2) El sacrificio de reparación (sacrificium pro delicto, asham) fue establecido especialmente para los pecados y transgresiones que requerían una restitución, ya sea que dañasen los intereses materiales del santuario o los de personas privadas ---por ej., la apropiación indebida de regalos al santuario, defraudar al prójimo, retener la propiedad de otro, etc. (cf. Lev. 5,15 ss.; 6,2 ss; Núm. 5,6 ss.). La restitución material se calculaba en una quinta parte mayor que la pérdida infligida (por lo tanto, había que pagar seis quintos). Además, se debía ofrecer un sacrificio de reparación, el cual consistía del sacrificio de un carnero en el lado norte del altar. Se rociaba la sangre en un círculo 11alrededor22 del altar, en el que se quemaban las porciones grasas; el resto de la carne como sacrosanta era comida por los sacerdotes en el lugar santo (Lev. 7,1 ss.).
(3) La tercera clase de sacrificio cruento constaba de los “sacrificios de comunión ( ofrendas por la paz)" (victima pacifica, shelamim), los cuales se subdividían en tres clases: el sacrificio de acción de gracias o alabanza, el sacrificio en cumplimiento de un voto y las ofrendas completamente voluntarias. Los sacrificios de comunión en general se distinguían por dos características: (a) la notable ceremonia de la “mecida” y la “elevación”; (b) la comida sacrificial comunitaria que se celebraba en relación con ellos.
Se podían utilizar todos los animales permitidos para los sacrificios (incluso hembras) y, en el caso de los "sacrificios enteramente voluntarios", incluso los animales que no eran completamente sin defectos ( Lev. 22,23). Hasta el acto de rociar la sangre, los ritos eran los mismos que en el sacrificio quemado, a excepción de que la matanza no necesariamente se realizaba en el lado norte del altar (Lev. 3,1 ss.; 7,11 ss.). Al igual que en sacrificio de expiación, las porciones habituales de grasa tenían que ser quemadas en el altar. Sin embargo, en el corte de la víctima el pecho y el hombro derecho ( Los Setenta, brachion; Vulg., armus) tenían que ser cortados primero por separado, y se realizaba con ellos la ceremonia de la "mecida" (tenupha) y la "elevación" (Teruma). Según la tradición talmúdica la “mecida” se realizaba como sigue: el sacerdote colocaba el pecho de la víctima sobre las manos del oferente, y luego de haber colocado sus manos debajo de las manos de esa persona, las movía hacia atrás y hacia delante en señal de la reciprocidad en el dar y recibir entre Dios y el oferente. Luego se realizaba la misma ceremonia con el hombro derecho, a excepción de que la "elevación" o "Teruma" consistía en un movimiento hacia arriba y hacia abajo. El pecho y el hombro utilizados en estas ceremonias les correspondían a los sacerdotes, que lo debían consumir en un "lugar puro" (Lev. 10,14). También recibían un pan de la ofrenda de alimentos suplementaria (Lev. 7,14). El oferente reunía a sus amigos en una comida común ese mismo día para consumir en las proximidades del santuario la carne que quedaba después del sacrificio. Se admitía a invitados levíticamente puros, especialmente los levitas y los pobres (Lev. 19 ss; Deut. 16,11), y en esta comida se tomaba vino libremente. Lo que quedaba de un sacrificio de acción de gracias o de alabanza tenía que ser quemado al día siguiente; el restante se podía comer al segundo día siguiente sólo en el caso de los sacrificios voluntarios y en cumplimiento de un voto, pero todo lo que quedase a partir de entonces tenía que ser quemado al tercer día (Lev. 7,15 ss; 19,6 ss.). La idea de los sacrificios de comunión se centra en la amistad divina y la participación en la mesa divina, en la medida en que los oferentes, en calidad de invitados y compañeros de mesa, participaban de cierta manera en el sacrificio al Señor. Pero, debido a esta amistad divina, cuando se combinaban las tres clases de sacrificio, el sacrificio de expiación por lo general precedía al holocausto, y éste al sacrificio de comunión.
Además de los sacrificios periódicos que acabamos de describir, la Legislación de Moisés reconocía otros sacrificios extraordinarios, los cuales al menos se deben mencionar. A éstos pertenecen el sacrificio ofrecido sólo una vez con ocasión de la conclusión de la alianza del Sinaí (Ex. 24,4 ss.), los que ocurrían en la consagración de los sacerdotes y levitas ( Éx. 29,1 ss.; Lev. 8; Núm. 8,5 ss.) y ciertos sacrificios ocasionales, tales como el sacrificio de purificación de un leproso curado (Lev. 14,1 ss.), el sacrificio de la vaca roja (Núm. 19,1 ss.), el sacrificio de los celos (Núm. 5,12 ss.) y el sacrificio de los nazareos (“nazir”) (Núm. 5,12 ss.). Debido a su carácter extraordinario, entre esta clase se podría incluir el sacrificio anual del cordero pascual (Éx. 12,3 ss.; Deut, 16,1 ss.) y el de los dos machos cabríos en el Día de la Expiación (Lev. 16,1 ss.). Con la aparición del Mesías, todo el sistema sacrificial de Moisés, según la opinión de los rabinos, llegaría a su fin, como de hecho lo hizo después de que Tito destruyó el Templo (70 d.C.). En cuanto a las personas que realizaban el sacrificio, vea el artículo SACERDOCIO.
Crítica Moderna
No se puede intentar aquí hacer un examen detallado de la crítica moderna en relación con el sacrificio judío, ya que la discusión involucra todo el problema del Pentateuco (véase Pentateuco). La llamada "hipótesis de Graf-Wellhausen" niega que la legislación ritual en el Pentateuco venga de Moisés. Se afirma que el establecimiento de la legislación del sacrificio comenzó por primera vez en el período del ||Cautiverios de los Israelitas | Exilio]]. Desde la época de Moisés hasta el Exilio a Babilonia el sacrificio se ofrecía libremente y sin ningún tipo de obligación legal, y siempre en el marco de una comida sacrificial alegre. Las estrictas formas del rito sacrificial minuciosamente prescrito se establecieron por primera vez en el Código Sacerdotal (P), y posteriormente se reclamó para él la autoridad divina al proyectarlos artificialmente en la era mosaica. Incluso durante la época de los grandes profetas no se conocía nada de una thora sacrificial mosaica, como lo prueba sus comentarios despectivos acerca de la inutilidad del sacrificio (cf. Is.. 1,11 ss.; Jer.. 6,19 ss.; Amós 5,21 ss.; Oseas 8,11 ss. etc.). Sin embargo, un cambio es visible en Ezequiel, donde se aprecian altamente las formas rituales de sacrificio como una ley divina. Pero es imposible adjudicar esta ley a Moisés.
Podemos responder brevemente que las declaraciones despectivas de los profetas anteriores al Exilio no son ninguna prueba para afirmar que en su tiempo no había ninguna ley sacrificial adjudicada a Moisés. Al igual que los Salmos (40(39),7 ss.; 50(49),8 ss.; 69(68),32 ss.), los profetas enfatizaron sólo la antigua y venerable verdad de que Yahveh valora más el sacrificio interior de la obediencia, y rechaza como sin valor los actos puramente sin disposiciones piadosas. Él le exigió a Caín el sentimiento correcto de sacrificio (cf. Gén. 4,4 ss.), y proclamó por medio de Samuel: "La obediencia es mejor que los sacrificios" (1 Sam. 15,22). Este requisito de disposiciones éticas no es equivalente al rechazo del sacrificio externo.
Tampoco se puede aceptar la afirmación de que Moisés no reguló legalmente el sistema sacrificial judío. De otro modo, ¿cómo los judíos podrían haberlo considerado como el fundador designado por Dios de la religión de Yahveh, la cual es inconcebible sin el servicio divino y el sacrificio? Es una suposición natural e inteligente el que durante los siglos posteriores a Moisés el culto sacrificial experimentó un desarrollo interno y externo, que alcanzó su punto culminante en el código sacerdotal existente, cuyas indicaciones aparecen en el propio Pentateuco. Toda la reorganización del culto por el profeta Ezequiel muestra que Yahveh siempre estuvo por encima de la letra de la ley, y que no estaba de ningún modo obligado a mantener la rigidez inalterable de los antiguos reglamentos. Pero los cambios y desviaciones en Ezequiel no son de tal magnitud como para justificar la opinión de que ni siquiera el principio del código sacrificial se originó con Moisés.
Es una generalización injustificada la declaración posterior de que una comida sacrificial estaba conectada regularmente con los sacrificios antiguos. Pues el holocausto (holocaustum, 'õlah), con el que no se asociaba ninguna comida, perteneció a los sacrificios más antiguos (cf. Gén. 8,20), y es al menos tan antiguo como el de comunión (shelamim), el cual terminaba siempre con una comida. De nuevo, es antecedente al menos improbable que los sacrificios más antiguos tuvieran siempre, como se afirma, un carácter alegre y feliz, ya que la necesidad de expiación no era menor, sino que los israelitas la sentían más seriamente que las naciones paganas de la antigüedad. Donde había una conciencia de pecado, también debió haber habido la ansiedad por la expiación.
El Sacrificio Cristiano
El cristianismo conoce un solo sacrificio, el sacrificio que Cristo ofreció una vez de manera cruenta sobre el madero de la Cruz. Pero a fin de aplicarles a los hombres individuales los méritos de la redención, ganados definitivamente por el sacrificio de la Cruz, en forma de sacrificio a través de un constante sacrificio, el Redentor mismo instituyó el santo Sacrificio de la Misa como una continuidad incruenta y una representación del sacrificio cruento del Calvario. En cuanto a este sacrificio eucarístico y su relación con el sacrificio de la Cruz, vea el artículo Sacrificio de la Misa. En vista de la posición central que el sacrificio de la Cruz ocupa en toda la economía de la salvación, debemos discutir brevemente la realidad de este sacrificio.
Dogma del Sacrificio de la Cruz
Problemas Teológicos
Teoría de Sacrificio
Bibliografía
Fuente: Pohle, Joseph. "Sacrifice." The Catholic Encyclopedia. Vol. 13. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/13309a.htm>.