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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Clementinas

De Enciclopedia Católica

Revisión de 23:59 13 feb 2020 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Uso primitivo de las Clementinas)

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Definición

Clementinas (Klementia; Escritos Pseudo-Clementinos) es el nombre dado al curioso romance religioso que nos ha llegado en dos formas como compuesto por el Papa San Clemente I. La forma griega se conserva sólo en dos manuscritos y consiste de veinte libros de homilías. La forma latina es una traducción hecha a partir del griego por Rufino (m. 410), y la cual es llamada “Reconocimientos”. Existen también dos epítomes después de las homilías, y hay una traducción siríaca parcial, que abarca Reconocimientos I-III y Homilías X-XIV conservadas en dos manuscritos del Museo Británico, uno de los cuales fue escrito en el año 411. Algunos fragmentos son conocidos en arábigo y en lengua eslava. Los escritos son curiosos y no admirables, y su principal interés reside en las teorías extraordinarias que han hecho apoyar durante el siglo XIX.

El jesuita Turriano, quien era un diligente buscador de bibliotecas, dio a conocer por primera vez la existencia de las Homilías Clementinas en 1572 y 1578. Parece que él encontró un manuscrito de una versión bastante diferente de la que poseemos. La primera edición fue la de Cotelier, 1672, a partir del manuscrito de París, en el que faltan el libro vigésimo y parte del décimo nono, la cual fue re-editada en 1847 por Schwegler. Todo el manuscrito del Vaticano fue utilizado por primera vez en la edición de Dressel (1853) reimpreso en Migne, PG, II y otra edición de Lagarde (1865). Los “Reconocimientos" se encuentran en numerosos manuscritos, pues fueron muy populares en la Edad Media: de hecho, la extraña historia de Clemente y su padre Fausto, o Faustiniano, se dice que originó la leyenda de Fausto (cf. Richardson, "Papers of Amer. Soc. of Ch. Hist.”, VI, 1894). La primera edición, por Faber Stapulensis, apareció en 1504; Migne, PG, I, da una reimpresión de la edición de Gersdorf de 1838. Una nueva y muy necesaria edición se espera de C.E. Richardson. Las Homilías llevan prefijadas dos cartas y un relato de la recepción de uno de ellos. La de Clemente a Santiago fue traducida por Rufino en una fecha anterior a los “Reconocimientos” (mejor edición por Fritzsche, 1873).

Contenido

Grandes porciones de las Homilías (H.) y de los “Reconocimientos” (R.) son casi idénticas palabra por palabra; sin embargo, porciones más grandes corresponden en materia y más o menos en tratamiento. Otras partes que figuran sólo en una de las dos obras parecen ser citadas o presupuestas en la otra. Las dos obras son más o menos de la misma longitud, y contienen el mismo marco de romance. Neander, Baur, Schliemann, Schwegler y otros consideraron que H. era el original. Lehmann pensó que los tres primeros libros de R. son originales, y H. para el resto. Uhlhorn alegó que ambos eran recensiones de un libro anterior, "Predicaciones de Pedro"; que R. conservó mejor la narración, y H, la enseñanza dogmática. Cueva, Whiston, Rosenmüller, Ritschl, Hilgenfeld, y otros afirmaron que R. era el original. Ahora se acepta casi universalmente (siguiendo a Hort, Harnack, Waitz) que H. y R. son dos versiones de un romance clementino original, que era más largo que cualquiera, y contenía la mayor parte del contenido de ambos. A veces, H., a veces R., es el más fiel al arquetipo. Con el elaborado discurso filosófico y dogmático que constituye el grueso de ambas obras se entreteje una historia que, si tenemos en cuenta su fecha, se puede describir como positivamente emocionante y romántica, y difiere levemente en los dos libros.

El relato se dirige a Santiago, el obispo de Jerusalén, y está narrado en primera persona por Clemente mismo, el cual comienza detallando sus cuestionamientos religiosos, sus dudas acerca de la inmortalidad, etc. Oye en Roma la predicación de un hombre de Judea que relata los milagros de Cristo. Este hombre (R.) fue Bernabé; Clemente lo defiende de la turba, y le sigue a Palestina. (En H., que evidentemente es la forma original, no se da el nombre. Clemente sale para Palestina, pero las tormentas lo impulsan a Alejandría; ahí los filósofos lo dirigen a Bernabé, a quien defiende de la turba y sigue a Cesarea.) En Cesarea Clemente se entera de que Pedro está ahí y está a punto de tener una disputa con Simón el Mago. En el alojamiento de Pedro se encuentra a Bernabé, quien lo presenta. Pedro invita a Clemente a que lo acompañe de ciudad en ciudad, de camino a Roma, con el fin de escuchar sus discursos. Clemente (así R., o el mismo Pedro, H.) envía un informe de esto a Santiago, de quien Pedro tiene orden de trasmitirle los relatos de todas sus enseñanzas.

Hasta ahí H.I y R., 1-21; luego las dos recensiones varían. El orden original pudo haber sido el siguiente: Clemente se levanta al amanecer (H. II, 1) y se encuentra a Pedro, que continúa instruyéndolo (2-18, cf. R. II, 33 y III, 61). Pedro manda a buscar a dos de sus discípulos, Nicetas y Aquila, a quienes describe como hijos de crianza de Justa, la mujer siro-fenicia que fue sanada por Cristo. Ellos habían sido educados desde la infancia por Simón el Mago, pero se habían convertido por la predicación de Zaqueo, otro discípulo de Pedro (19-21). Aquila relata sobre el linaje de Simón y su origen samaritano, y declara que él reclama ser mayor que Dios que creó el mundo (H. II, 22, R. II, 7). Él había sido un discípulo de San Juan el Bautista, quien es representado en H como la cabeza de la secta de los “bautizadores diarios”; Dositeo sucedió a Juan como jefe de ella, y Simón suplantó a Dositeo (23-4). En R. se omite al Bautista, y la secta es la de Dositeo. Se describe a Helena, la mujer a quien Simón llevaba con él (en R. se le llama la luna ---R. II, 12, H. II, 26), y los falsos milagros que pretendía haber hecho (H II, 32, R. II, 10). Él podía hacerse visible o invisible a voluntad, podía pasar a través de las rocas como si fueran de arcilla, arrojarse desde una montaña y caer ileso, podía soltarse si lo ataban, podía animar estatuas, hacer que nacieran árboles, podía lanzarse al fuego sin daño, podía aparecer con dos caras: «Yo me transformaré en una oveja o una cabra. Puedo hacer que le crezca la barba aún a niños pequeños. Ascenderé al aire volando, exhibiré abundancia de oro, voy a hacer y deshacer reyes, seré adorado como Dios, tendré honores asignados a mí públicamente, de modo que se haga una imagen mía y seré adorado como Dios.” (R. II, 9.) Al mediodía del día siguiente Zaqueo anuncia que Simón ha cancelado la prometida disputa (H. II, 35-7, R. II, 20-1). Pedro instruye a Clemente hasta la tarde (H. II, 38-53).

[Probablemente antes de éste debería venir un largo pasaje de R. (I, 22-74) en el cual Pedro habla de la historia del Antiguo Testamento (27-41) y luego da un relato de la venida del verdadero Profeta, su rechazo Pasión y Resurrección, y describe la predicación a los gentiles. La Iglesia en Jerusalén había sido gobernada por Santiago durante una semana de años, los Apóstoles regresan de sus viajes y a petición de Santiago declaran lo que realizaron. Caifás manda a preguntar si Jesús era el Cristo. Aquí Pedro, en una digresión, explica por qué al verdadero profeta se le llama Cristo y describe las sectas judías. Luego se nos dice cómo los apóstoles debatieron ante Caifás, y refutaron sucesivamente a los saduceos, los samaritanos, los escribas, los fariseos, los discípulos de Juan, y a Caifás mismo. Cuando Pedro predice la destrucción del Templo, los sacerdotes se enfurecen, pero Gamaliel sofoca el tumulto, y al día siguiente pronuncia un discurso. Santiago predica durante siete días, y la gente está a punto de ser bautizada, cuando un enemigo (no nombrado, pero obviamente Simón) los excita contra Santiago, a quien lanzan por las escaleras del Templo y lo dejan por muerto. Él es llevado a Jericó con cinco mil discípulos. Al recuperarse envía a Pedro a Cesarea a refutar a Simón. Zaqueo lo recibe y le cuenta sobre los hechos de Simón. El autor de H. probablemente consideró toda esta historia incompatible con los Hechos, y omitió la misma.]

A la mañana siguiente antes del amanecer Pedro despierta a sus discípulos (H. III, 1, R. II, 1), a los que se enumera (H. II, 1 , R. II, 1). Pedro da un discurso preparatorio privado (H.) y luego sale a la discusión pública con Simón. Sólo se relata un día de la misma en H. (III, 38-57), pero todo el asunto de los tres días se da en R. (II, 24-70, III, 12-30, 33-48). Pero, lo que omite H, R. lo da en gran medida, aunque de una forma diferente, en el XVI, XVII, XVIII y parte en XIX, como otra discusión con Simón en Laodicea. Es evidente que R. tiene el orden original. Al ser derrotado, Simón huye por la noche a Tiro. Pedro decide continuar, y deja a Zaqueo como obispo de Cesarea (H. III, 58-72, R. III, 63-6). H. añade que Pedro permaneció siete días más y bautizó a 10,000 personas, y envío a Nicetas y Aquila a permanecer en Tiro con Berenice, hija de su madrastra, Justa (III, 73). Pero R. relata que siete otros discípulos fueron enviados, mientras que Clemente permaneció en Cesarea durante tres meses con Pedro, quien repitió en privado en la noche las instrucciones públicas que había dado durante el día. Clemente escribió todo esto y se lo envió a Santiago. En el cap. 74 se describe el contenido de los diez libros de estos sermones enviados a Jerusalén. H. ahora dice que Clemente, Nicetas y Aquila se fueron a Tiro. Berenice les dice como Simón ha estado promoviendo fantasmas, infectando a las personas con enfermedades, y trayendo demonios sobre ellos, y se ha ido a la ciudad de Sidón. Clemente tiene una discusión con Apión discípulo de Simón (H. V, 7 - VI, 25). Todo esto se omite en R., pero los mismos temas se discuten en R. X, 17-51. Pedro continúa hacia el norte hacia Tiro, Sidón, Berito y Biblos a Trípoli (H. VII, 5-12). (R. añade Dora y Ptolemais, y omite a Biblos, IV, 1). Luego se detallan los discursos de Pedro a la multitud de Trípolis, VIII, IX, X, XI, y en R. (sólo tres días) IV, V, VI, con considerables diferencias. Clemente es bautizado (H XI, 35, R. VI, 15). Después de una estancia de tres meses pasa por Ortosias a Antarado (H. XII, 1, R. VII, 1).

En este punto, Clemente le relata su historia al Apóstol. Él estaba estrechamente relacionado con el emperador. Poco después de su nacimiento, su madre tuvo una visión que a menos que saliese rápidamente de Roma con sus hijos gemelos mayores, los tres perecerían miserablemente. Por lo tanto, su padre los envió con muchos sirvientes a Atenas, pero desaparecieron, y nada se pudo saber de su destino. Por fin, cuando Clemente tenía doce años, su padre se dedicó a buscarlos, pero de él tampoco se supo nada luego (H. XII, 9-11, R. VII, 8-10). En la isla de Arado, frente a la ciudad, Pedro encuentra una mendiga miserable, que resulta ser la madre de Clemente. Pedro les reúne y sana a la mujer (H. XII, 12-23, R. VII, 11-23). H. añade un discurso de Pedro sobre la filantropía (25-33). El grupo ahora sale de Arado (Matidia, la madre de Clemente, viaja con la esposa de Pedro) y pasan por Balaneae, Paltos, y Gábala a Laodicea de Siria. Nicetas y Aquila los reciben y escuchan asombrados la historia de Clemente; ellos declaran que son Fausto y Faustiniano, los hijos gemelos de Matidia y hermanos de Clemente. Ellos habían sido salvados en un fragmento de naufragio, y algunos hombres en un bote los había recogido. Habían sido golpeados y muertos de hambre, y finalmente vendidos en Cesarea Stratonis a Justa, que los había educado como sus propios hijos. Más tarde, se habían adherido a Simón, pero Zaqueo los trajo donde Pedro. Matidia recibe el bautismo, y Pedro da un discurso sobre las recompensas que se conceden a la castidad (H. XII, R. VII, 24-38).

A la mañana siguiente Pedro es interrumpido en sus oraciones por un anciano, quien le asegura que la oración es un error, pues todas las cosas se rigen por la genesis o el destino. Pedro le contesta (H. XIV, 1-5 ---en R. Nicetas); Aquila y Clemente tratan también de refutarlo (VIII, 5 - IX, 33; cf. H. XV, 1-5), pero sin éxito, pues el viejo había trazado el horóscopo de él y su esposa, y se hizo realidad. Él cuenta su historia, y Clemente, Nicetas y Aquila suponen que éste es su padre. Pedro le pregunta su nombre y el de sus hijos. La madre se apresura, y todos se abrazan en un mar de lágrimas. Fausto se convierte entonces por una larga serie de discursos sobre el mal y sobre mitología (R. X, 1-51, a los que corresponden en H. XX, 1-10 y IV, 7 ---VI, 25--- la discusión entre Clemente y en Apión en Tiro. Las largas discusiones con Simón frente a Fausto en H. XVI, XVII, XVIII estaban en su lugar correcto en R. como parte del debate en Cesarea). Simón es expulsado por las amenazas de Cornelio, el centurión, pero primero le embadurna la cara a Fausto con un jugo mágico, el cual se la cambia a la imagen de Simón, con la esperanza de que Fausto sea asesinado en lugar de él. Pedro ahuyenta a los discípulos de Simón por lo que son simplemente mentiras, y envía a Fausto, con la apariencia de Simón, a Antioquía para que desdiga todos los abusos que Simón había estado diseminando allí sobre el Apóstol. El pueblo de Antioquía, en consecuencia de la larga espera por la venida de Pedro, casi matan al falso Simón. Pedro lo devuelve a su propia forma, y desde entonces todos viven felices.

Una carta de Clemente a Santiago forma un epílogo a H, en el cual Clemente relata cómo Pedro, antes de su muerte, dio sus últimas instrucciones y estableció a Clemente en su propia silla como su [sucesión apostólica | sucesor]] a la Sede de Roma. Se dirige a Santiago como "obispo de obispos, que gobierna a Jerusalén, la santa Iglesia de los hebreos, y de las iglesias en todas partes". Clemente le envía un libro, "Epítome de Clemente de las predicaciones de Pedro de un lugar a otro". Otra carta, la de Pedro a Santiago, formas una introducción. El Apóstol insiste en que el libro de sus enseñanzas no está destinado a nadie antes de la iniciación y noviciado. La carta es seguida por una nota, que narra que cuando Santiago recibió la carta llamó a los ancianos y se la leyó. El libro se dará sólo a uno que sea piadoso, y un maestro, y circuncidado, e incluso sólo una parte a la vez. Se prescribe para el lector una forma de promesa (no juramento, lo cual es ilegal), por el cielo, tierra, agua y aire, de que tendrá cuidado extraordinario de los escritos y que no se los comunicará a nadie; invoca para sí mismo terribles maldiciones en caso de que él sea infiel a esta alianza. El pasaje más curioso es: "Incluso si llego a reconocer a otro Dios, ahora juro por él, ya sea que exista o no." Después de la adjuración comerá pan y sal. Al enterarse de esta solemnidad, los ancianos se aterrorizan, pero Santiago les tranquiliza. El conjunto de esta mistificación elaborada está, evidentemente, destinado a explicar cómo los escritos Clementinos llegaron a ser desconocidos desde el tiempo de Clemente hasta la fecha de su autor desconocido. Muchos paralelismos se pueden encontrar en los tiempos modernos; los prefacios de Sir Walter Scott ---el imaginario señor Oiled y sus amigos--- se le ocurrirá a todos. Sin embargo, muchos críticos modernos aceptan la “adjuración” con la mayor gravedad, como el rito secreto de una oscura y muy antigua secta de los judaizantes.

Doctrina

La doctrina central y muy importante de las Clementinas es la Unidad de Dios. Aunque es trascendente e incognoscible, Él es el Creador del Mundo. Aunque infinito, Él tiene (según las Homilías) forma y cuerpo, porque Él es el arquetipo de toda belleza, y, en particular, el ejemplar a cuya semejanza se creó el hombre. Él, por lo tanto, incluso tiene miembros, de alguna manera eminentes. Él es el auto-engendrado o ingénito, del que procede su sabiduría como una mano. A su sabiduría le dijo: "Hagamos al hombre", y es Él el "padres" (es decir, el padre y la madre) de los hombres.

Las Homilías también explican que los elementos proceden de Dios como su hijo. De ellos procedió el maligno de una mezcla accidental. Por lo tanto, él no es el hijo, ni siquiera se llama hermano del Hijo. Dios es infinitamente variable, y puede asumir todas las formas a voluntad. El Hijo procede de la más perfecta de estas modificaciones de la naturaleza divina y es consustancial con esa modificación, pero no con la naturaleza divina misma. Por lo tanto, el Hijo no es Dios en el sentido pleno, ni tiene todo el poder de Dios. Él mismo no se puede cambiar, aunque puede ser cambiado a voluntad de Dios. Del Espíritu Santo no nos dice de nada definido. El conjunto de esta enseñanza extraordinaria se omite en R., excepto la generación accidental del diablo. En su lugar nos encontramos con un largo pasaje, R. III, 2-11, en latín corrupto e ininteligible, conservado también en los primeros manuscritos siriacos. Rufino en su prólogo nos dice que él lo omitió, y en su obra sobre la adulteración de los libros de Orígenes declara que es tan eunomiano en la doctrina que a uno le parece escuchar a Eunomio mismo hablando. Naturalmente no se encuentra en los mejores manuscritos de R., pero según se conserva en muchos manuscritos, es una interpolación por algún editor arriano, que parece haberlo traducido del original griego sin haber entendido siempre su significado. La doctrina es, como dice Rufino, el arrianismo de la segunda mitad del siglo IV. El Hijo es una criatura, el Espíritu Santo es la criatura del Hijo.

De los demonios se habla mucho. Ellos tienen mucho poder sobre los que satisfacen sus propios apetitos, y son tragados con los alimentos por los que comen demasiado. Se menciona constantemente la magia, y se reprueba su uso. Se argumenta por extenso contra la idolatría. Se ridiculiza la inmoralidad de las historias de los dioses griegos, y se confutan los intentos de explicación mística. Varias virtudes reciben alabanza: la templanza, la bondad o la filantropía, la castidad en el matrimonio; San Pedro practica un tipo de ascetismo más riguroso. Se denuncia violentamente la introducción después del Diluvio de la ingestión de carne, según el Libro del Génesis, por haber conducido naturalmente al canibalismo. Sin embargo, no prohíbe como pecado el consumo de carne, y es probablemente permitido como una costumbre mala, pero imposible de erradicar. No hay rastro de ninguna observancia judaica, pues aunque la carta de Pedro y el discurso de Santiago no permiten que los libros se le den a nadie que no sea "un creyente circuncidado", esto es sólo una parte de la mistificación, por la que se limita en la medida de lo posible número de adeptos.

Todos los críticos ahora comienzan a reconocer que los escritos originales no estaban destinados para el uso de cristianos bautizados de ninguna secta. La mayoría de los críticos recientes dicen que eran para catecúmenos, y de hecho se elogia altamente el oficio del maestro; pero sería más exacto decir que los argumentos se adaptan a las necesidades de paganos que preguntan. Se dice mucho sobre el bautismo, pero poco sobre el arrepentimiento. Se halla poca doctrina característicamente cristiana; la expiación y el sacrificio de la Cruz, el pecado y su pena, el perdón, la gracia, son difíciles de encontrar. Se menciona a la Eucaristía por su nombre sólo una vez: "Pedro partió la Eucaristía" (H. XI, 36, R. VI, 15). A Cristo siempre se le llama "el verdadero profeta”, como el que revela a los hombres a Dios, la verdad, las respuestas al enigma de la vida. El escritor conoce un sistema completo de organización eclesiástica. Pedro establece un obispo en cada ciudad, con sacerdote y diáconos bajo su mandato; el oficio de obispo está bien definido. Fue principalmente este hecho el que impidió que los críticos de la Escuela de Tubinga dataran H. y R. a antes de la mitad del siglo II. El escritor no fue un ebionita, ya que él cree en la preexistencia del Hijo, en su Encarnación y en la concepción milagrosa, mientras que no impone ninguna observancia judía.

Se suele afirmar que una de las características de las Clementinas es el antagonismo a San Pablo. Nunca se le menciona, pues la supuesta fecha de los diálogos es antes de su conversión, y el escritor es muy cuidadoso para evitar anacronismos; pero utiliza regularmente sus epístolas, y son muy débiles las bases para suponer que Simón siempre o algunas veces representa a San Pablo. Los críticos, que aún admiten que de vez en cuando se combate a San Pablo, no atribuyen esta actitud al escritor clementino, sino sólo a algunas de las supuestas fuentes. De hecho, en R. III, 61 hay una clara referencia profética a San Pablo como el maestro de las naciones; pero no es segura la admisión de cualquier polémica contra la persona de San Pablo en cualquier parte de los escritos, por la sencilla razón de que no existe ningún rastro de antagonismo hacia sus doctrinas.

Parece ser universalmente admitido que las Clementinas se basan en las doctrinas del Libro de Elchasai o Helxai, que fue muy utilizado por los ebionitas. Se decía que su contenido había sido revelado por un ángel de noventa y seis millas de alto al hombre santo Elchasai en el año 100, y ésta es seriamente aceptado por Hilgenfeld y Waitz como su fecha real. No obstante, no parece haber sido conocido hasta que fue llevado a Roma alrededor del año 220, por un cierto Alcibiades de Apamea. Conocemos sus doctrinas a partir de la “Philosophumena” y por San Epifanio. Enseñaban un segundo bautismo (en corrientes de agua con toda la ropa puesta) para la remisión de los pecados, y el cual debía ir acompañado de un conjuro de siete elementos; se recomendaba el mismo proceso como una cura contra la mordedura de perros rabiosos y males similares. Esto no es particularmente similar a la llamada de cuatro (no siete) elementos para atestiguar una promesa solemne a la orilla del agua (sin baño) en las Clementinas.

Por lo demás, Elchasai enseñó la magia y la astrología, hizo compulsorio el matrimonio, celebraba la Eucaristía con pan y agua, mandaba a circuncidar a todos los creyentes y a que vivieran conforme a la ley judía, y además afirmaba que Cristo nació de un padre humano. Todo esto se contradice con las Clementinas. El único punto de semejanza parece ser que las Homilías representan a Cristo habiendo estado en Adán y Moisés, mientras que Elchasai dijo que había estado con frecuencia encarnado en Adán y desde entonces, y lo estaría de nuevo. Al escritor clementino le gustaban los pares de antítesis, o auliyca, como Cristo y el tentador, Pedro y Simón. Pero éstas no tienen ninguna conexión con cualquier antítesis gnóstica o marcionita, ni hay ningún rastro de las genealogías gnósticas. Él está simplemente ventilando sus propias especulaciones pseudo-filosóficas. A menudo se ha señalado la polémica contra el marcionismo. Pero la negación de dos dioses, un Dios trascendente y un creador, va dirigido contra el neoplatonismo popular, y no contra Marción. Una vez más, se dan respuestas a las objeciones al cristianismo procedentes de la inmoralidad o antropomorfismo en el Antiguo Testamento; sin embargo, estas objeciones no son marcionitas. Al escritor le gusta citar palabras de Cristo que no se encuentran en las Escrituras. Hilgenfeld, Waltz y otros han analizado su texto de la Escritura. Nunca cita por su nombre un libro del Nuevo Testamento, lo que sería un anacronismo en la fecha que ha elegido.

Uso primitivo de las Clementinas

Por mucho tiempo se creyó que la fecha temprana de las Clementinas quedaba probada por el hecho de que fueron citados en dos ocasiones por Orígenes. Una de estas citas aparece en la "Philocalia" de los santos Gregorio Nacianceno y Basilio (c. 360). El Dr. Armitage Robinson mostró en su edición de esa obra (1893) que la cita es una adición al pasaje de Orígenes hecha por los compiladores, o posiblemente por un editor posterior. La otra cita ocurre en la antigua traducción latina de Orígenes sobre Mateo. Esta traducción está lleno de interpolaciones y alteraciones, y el pasaje del Pseudo-Clemente es aparentemente una interpolación por el traductor de la obra arriana "Opus imperfectum in Matt." (Ver Journal of Theol. Studies, III, 436).

Omitiendo a Orígenes, el primer testigo es Eusebio. En su "Hist. Ecl.", III.38 (325 d.C.) menciona algunos escritos cortos y añade: "Y ahora algunos han presentado sólo hace días otras composiciones largas y con muchas palabras como escritas por Clemente, que contienen los diálogos de Pedro y Apión, de los cuales no hay absolutamente ninguna mención en los antiguos". Estos diálogos no tienen por qué haber sido el romance completo, pero puede haber sido un borrador anterior de parte del mismo. A continuación se encuentran las Clementinas utilizadas por los ebionitas (c. 360) (Epifanio, Haer., XXX, 15). San Jerónimo en 387 y 392 (On Gal. I,18, y "Adv. Jovin.", I, 26) los cita con el nombre de “Periodi”. Rufino conocía dos formas de los “Reconocimientos”, y tradujo uno de ellas cerca del año 400. Alrededor de 408 San Paulino de Nola, en una carta a Rufino, menciona que había traducido una parte o la totalidad, tal vez como un ejercicio en griego. El “Opus imperfectum" antes mencionado tiene cinco citas. Aparentemente es de un arriano de comienzos del siglo V, posiblemente de un obispo llamado Máximo. La traducción al siríaco fue hecha antes del 411, fecha de uno de los manuscritos. Después de este tiempo aparecen citas en muchos escritores bizantinos, y por la recomendación dada por Nicéforo Callisti (siglo XIV), podemos deducir que era corriente una versión ortodoxa. En Occidente se hizo muy popular la traducción de Rufino, y las citas se encuentran en escritos siríacos y arábigos.

Teorías modernas de origen y fecha

Baur, el fundador de la " Escuela de Tubinga" de la crítica del Nuevo Testamento, apoyó sus ideas sobre el Nuevo Testamento en los Clementinos, y sus ideas sobre los Clementinos en San Epifanio, quien encontró los escritos utilizados por una secta ebionita en el siglo IV. Esta secta judeo-cristiana en esa época rechazó a San Pablo como un apóstata. Se suponía que esta opinión del siglo IV representaba el cristianismo de los Doce Apóstoles; el paulinismo era originalmente una herejía, y un cisma del cristianismo judío de Santiago y Pedro y los demás; Marción fue un líder de la secta paulina en su supervivencia en el siglo II, que usó sólo el evangelio paulino, San Lucas (en su forma original), y las Epístolas de San Pablo (sin las epístolas pastorales). La literatura clementina tuvo su origen en la era apostólica, y pertenecía a la Iglesia original judía, petrina. Está dirigida totalmente contra San Pablo y su secta. Simón el Mago nunca existió, sino que es un apodo para San Pablo. Los Hechos de los Apóstoles, compilados en el siglo II, tomaron prestada su mención de Simón de la forma más antigua de los Clementinos. El catolicismo, bajo la presidencia de Roma fue el resultado del ajuste entre las secciones petrina y paulina de la Iglesia en la segunda mitad del siglo II. El Cuarto Evangelio es un monumento de esta reconciliación, en el que Roma tuvo un papel protagonista, después de haber inventado la ficción de que tanto Pedro como Pablo fueron los fundadores de la Iglesia, que ambos fueron martirizados en Roma, y el mismo día, en perfecta unión.

A lo largo de mediados del siglo XIX esta teoría, en muchas formas, fue dominante en Alemania. La demostración, sobre todo por los estudiosos ingleses, de la imposibilidad de las fechas tardías adscritas a los documentos del Nuevo Testamento (cuatro Epístolas de San Pablo y el Apocalipsis fueron los únicos documentos generalmente aceptados como de fecha temprana), y las pruebas de la autenticidad de los Padres Apostólicos y de la utilización del Evangelio según San Juan por San Justino, San Papías y San Ignacio de Antioquía gradualmente desacreditaron las teorías de Baur. Adolf Hilgenfeld (m. 1907) puede ser considerado el último sobreviviente de la escuela original. Hace mucho tiempo fue inducido a admitir que Simón el Mago fue un personaje real, a pesar de que insiste que en los Clementinos representa a San Pablo. Para los críticos a priori no cuenta para nada el que Simón no afirme ninguna doctrina paulina y que el autor no dé señales de ser un judeo-cristiano. En 1847 Hilgenfeld fechó el núcleo original (Predicaciones de Pedro) poco después de la guerra judía del 70; revisiones sucesivas de la misma eran anti- basilidianas, anti- valentinianas, y anti-marcionitas respectivamente. Baur colocó la forma completa, H., poco después de mediados del siglo II; y Schliemann (1844) estuvo de acuerdo, y colocó a R., como una revisión, entre 211 y 230. Este escritor resume así las opiniones de sus predecesores:

  • R. siglo II: Sixto Senensis, Blondelo, Nourri, Cotelerio, Alexander Natalis, Cave, Oudin, Heinsius, Rosenmüller, Flügge, Gieseler, Tholuck, Bretschneider, Engelhardt, Gfrörer.
  • R. siglos II ó III: Schröck, Stark, Lumper, Krabbe, Locherer, Gersdorf.
  • R. siglo III: Strunzius (sobre Bardesanes, 1710), Weismann (1718), Mosheim, Kleuker, Schmidt (Kirchengesch.).
  • R. siglo IV: Corrodi, Lentz (Dogmengesch.).
  • H. siglo II (comienzos): Credner, Bretschneider, Kern, Rothe.
  • H. siglo II: Clericus, Beausobre, Flügge, Münscher, Hoffmann, Döllinger, Hilgers; (mediados del II) Hase.
  • H. finales de siglo II: Schröck, Cölln, Gieseler (3ra. ed.), Schenkel, Gfrörer, Lücke.
  • H. siglo III: Mill, Mosheim, Gallandi, Gieseler (2da. ed.).
  • H. siglo II ó III: Neander, Krabbe, Baur, Ritter, Paniel, Dähne.
  • H. siglo IV: Lentz.

Uhlhorn en su valiosa monografía (1854) colocó el documento original, o Grundschrift, en el este de Siria, después de 150; H. en la misma región después de 160; R. en Roma después de 170. Lehmann (1869) puso la fuente (Predicación de Pedro) muy temprano, H. y R. I-II, antes de 160, y el resto de R. antes de 170. En Inglaterra Salmon colocó a R cerca de 200; a H. aproximadamente en 218. Dr. Bigg dice que H es el original, siríaco, primera mitad del siglo II; y que R. es una nueva hechura en un sentido ortodoxo. H. fue escrito originalmente por un católico, y las partes heréticas pertenecen a una recensión posterior. Dr. Headlam, en un artículo muy interesante, considera que la forma original era más bien una colección de obras y no un solo libro, sin embargo, todos producto de un diseño y un plan, viniendo de un escritor, de una mente curiosa, versátil, desigualmente desarrollada. Si bien acepta la dependencia en el Libro de Elchasai, el Dr. Headlam no ve antagonismo con San Pablo, y declara que el escritor es bastante ignorante sobre el judaísmo. Bajo la impresión de que Orígenes conocía la obra original, se vio obligado a datarla a finales del siglo II o principios del III. En 1883 Bestmann hizo de los Clementinos la base de una teoría infructuosa que, como dice Harnack, "reclamaba para el cristianismo judío la gloria de haber desarrollado por sí mismo toda la doctrina, culto, y la constitución del catolicismo, y de habérselos transmitido al cristianismo gentil como un producto terminado que sólo requería ser despojado de unas pocas cáscaras judías" (Hist. of Dogma, I, 310).

Otra teoría popular basada en los Clementinos ha sido que fue la Epístola de Clemente a Santiago la que originó la idea de que San Pedro fue el primer obispo de Roma. Esto ha sido afirmado por autoridades no menores que Lightfoot, Salmon y Bright, y ha sido hecho un punto importante en la controvertida obra del Rev. F. W. Puller, "Primitive Saints and the Roman See”. Se reconoce que en la época de San Cipriano (c. 250) era una creencia universal que San Pedro fue obispo de Roma, y que estaba considerado como el tipo y origen del episcopado. La crítica moderna hace mucho tiempo que situó la carta de Clemente demasiado tarde para permitir que esta teoría sea sostenible, y ahora Waitz la coloca después de 220, y Harnack, después de 260. Veremos ahora que probablemente pertenece al siglo IV.

En 1890 el " Viejo Católico" profesor Langen elaboró una nueva teoría. Hasta la destrucción de Jerusalén en 135, dice, esa ciudad era el centro de la Iglesia cristiana; entonces se necesitaba un nuevo eje. La Iglesia de la capital presentó una oferta audaz para el puesto vacante de preeminencia. Poco después de 135 se publicó la forma original del romance Clementino. Fue una falsificación romana, que reclamaba para la Iglesia de Pedro la sucesión de una parte del liderato de la Iglesia de Santiago. Santiago, de hecho, había sido “obispo de obispos”, y el sucesor de Pedro no podía reclamar ser más que Pedro entre los Apóstoles, primus inter pares. Eventualmente el intento romano fue exitoso, pero no sin lucha. Cesarea, la metrópolis de Palestina, también reclamaba la sucesión a Jerusalén. H. es el monumento a esa reclamación, una recensión de la obra romana hecha en Cesarea antes de finales del siglo II a fines de pelear con Roma con sus propias armas. (Se debe admitir que la intención fue bastante disimulada.) A comienzo del siglo III la metrópolis de Oriente, Antioquía, produjo una nueva edición, R., reclamando para esa ciudad la primacía vacante. La opinión de Langen no ha encontrado seguidores.

El Dr. Hort se quejó de que los Clementinos no habían dejado huellas en los ochenta años entre Orígenes y Eusebio, pero se sintió obligado a datarlos antes de Orígenes, y colocó el original cerca del año 200 como la obra de un sirio helxaita. Harnack, en su "Historia del Dogma", vio que no tenían ninguna influencia en el siglo III; dató a R. y H. no antes de la primera mitad de ese siglo, o incluso unas pocas décadas más tarde. Todos los escritores anteriores presuponen que Orígenes conocía los Clementinos. Dado que se ha demostrado que esto no ha sido probado (1903), el estudio elaborado de Waitz ha aparecido (1904), pero su punto de vista, evidentemente, se formó antes. Su opinión es que H. es la obra de un cristiano arameo posterior al 325 (pues usa la palabra homoousion) y anterior a 411 (el manuscrito siríaco), R. probablemente después de 350, también en Oriente. Pero el Grundschrift o arquetipo, fue escrito en Roma, tal vez bajo el sistema de culto sincretista a favor de Alejandro Severo en la corte, probablemente entre 220 y 250. Harnack, en su "Chronologie" (II), da como la fecha el 260 o más tarde, pero cree que H. y R. puede ser anteriores al Primer Concilio de Nicea. Waitz supone que en el romance se usaron dos fuentes anteriores, las “Predicaciones de Pedro" (originadas en el siglo I, pero utilizadas en una recensión antimarcionita posterior) y el "Hechos de Pedro" (escrito en un círculo católico en Antioquía cerca del año 210). Harnack acepta la existencia de esas fuentes, pero piensa que ninguna fue anterior a cerca del año 200. Se deben distinguir cuidadosamente de las muy conocidas obras del siglo II, la "Predicación de Pedro" y "Hechos de Pedro", de los cuales aún existen fragmentos. Estas son citados por muchos escritores antiguos, mientras que se desconocen las supuestas fuentes de los Clementinos, por lo que probablemente nunca existieron en absoluto. Un largo pasaje del “De Fato”, de Pseudo Bardesanes, aparece en R. IX, 19 ss. Hilgenfeld, Ritschl, y algunos críticos anteriores afirmaban característicamente que Bardesanes utilizó los Clementinos. Merx, Waitz y muchos otros sostienen que R. cita directamente a Bardesanes. Nau y Harnack están ciertamente en lo correcto al decir que R. tomó prestada la cita de segunda mano de Eusebio (Præp. Evang., VI, 10, 11-48, 313 d.C.).

Fecha probable de las Clementinas

Ahora sabemos que el autor de los Clementinos no necesariamente vivió antes de Orígenes. Añadamos que no hay razón para pensar que fue un judeo- cristiano, un elchasaita, anti-paulino, o anti- marcionita, que empleó fuentes antiguas ni que perteneció a una secta secreta. Somos libres, entonces, de buscar indicaciones de fechas sin prejuicio.

Como ha demostrado Waitz, R. es ciertamente posterior al Primer Concilio de Nicea (325). Pero podemos ir más allá. El curioso pasaje R. III, 2-11, que Rufino omitió, y en el que le pareció oír hablando a Eunomio mismo, da de hecho la doctrina de Eunomio tan exactamente que con frecuencia casi cita palabra por palabra el "Apologeticus" (c. 362-3) de ese hereje. (La doctrina eunomiana dice que la esencia de Dios es ser no nacido, por consiguiente, el Hijo, quien es engendrado, no es Dios. Él es una criatura, el primogénito de toda creación y la imagen de Dios. El Espíritu Santo es la criatura del Hijo.) El acuerdo con la ekthesis pisteos de Eunomio es menos estrecho. Como Rufino encontró el pasaje eunomiano en las dos recensiones de Clemente conocidas por él, podemos suponer que la interpolación fue hecha en la obra original por un eunomiano alrededor de 365-70, antes de que se hiciese el compendio R. alrededor 370-80. (La palabra archiepiscopus utilizada de Santiago sugiere el final del siglo IV. Aparecía a mediados de ese siglo en algunos documentos melecianos citados por San Atanasio, y luego no hasta el Concilio de Éfeso, 431).

H. tiene también una disquisición sobre la generación del Hijo (XVI, 15-18, y XX, 7-8). El escritor llama a Dios autopator y autogennetos, y tanto Madre como Padre de los hombres. Ya se mencionó antes su idea de un Dios variable y un Hijo inmutable proyectado desde la mejor modificación de Dios. Esta doctrina le permite al ingenioso escritor aceptar las palabras de la definición de Nicea, al tiempo que niega su sentido. El Hijo puede ser llamado Dios, pues así los hombres pueden ser, pero no en el sentido estricto. Él es homoousion al Patri, engendrado ek tes ousias, Él no es treptos o alloiotos. Aparentemente Él no es ktistos, ni hubo un tiempo cuando Él no lo fue, aunque esto no se enuncia claramente. El escritor es claramente un arriano que trata de aceptar la fórmula de Nicea por una hazaña acrobática, con el fin de salvarse a sí mismo. La fecha está por lo tanto probablemente durante el reinado de Constantino (m. 337), mientras que el gran concilio era todavía impuesto a todos por el emperador, digamos, alrededor de 330.

Pero esta no es la fecha de H., sino del original detrás de ambos H. y R.; pues es claro que el interpolador eunomiano de R. ataca la doctrina que encontramos en H. Ridiculiza autopator y autogennetos, declara que Dios es inmutable, y que el Hijo es creado, no engendrado de la esencia del Padre y consustancial. Dios no es masculo-femina. Es evidente que el interpolador tenía ante sí la doctrina de H. en una forma aún más clara, y que la sustituyó por su propio punto de vista (R. III, 2-11). Pero es notable que él conservó una parte integral de la teoría de H., a saber., el origen del Maligno de una mezcla accidental de elementos, pues Rufino nos dice (De Adult. Libr. Origenis) que encontró esa doctrina en R. y omitió la misma. La fecha del certificado original por lo tanto se fija como después de Nicea, 325, probablemente cerca de 330; el de H. puede ser en cualquier lugar en la segunda mitad del siglo IV. El interpolador eunomiano fue cerca de 365-70, y la compilación de R. alrededor de 370-80.

El autor original muestra un conocimiento detallado de las ciudades de la costa fenicia desde Cesarea hasta Antioquía. Él era arriano, y el arrianismo tuvo su origen en la diócesis civil de Oriente. Utiliza el “Præp Evang." de Eusebio de Cesarea (escrito cerca de 313). En el año 325 el historiador menciona los diálogos de Pedro y Apión como acabados de publicar ---presumiblemente en su propia región; éstos fueron, probablemente, el núcleo de la obra más grande completada por la misma mano unos cuantos años más tarde. Hay citaciones del Pseudo-Clemente por el palestino Epifanio, quien encontró el romance entre los ebionitas de Palestina; por San Jerónimo, que había vivido en el desierto sirio y se estableció en Belén; por el viajero Rufino; por las "Constituciones Apostólicas", compiladas en Siria o Palestina. La obra se tradujo al siríaco antes de 411. El autor arriano del “Opus imperfectum” lo citó libremente. Fue interpolado por un eunomiano cerca de 365-70. Todas estas indicaciones sugieren un autor arriano de antes de 350 en Oriente, probablemente no muy lejos de Cesarea.

El autor, aunque arriano, probablemente pertenecía nominalmente a la Iglesia Católica. Escribió para los paganos de su tiempo, y observaba la rígida y a menudo meramente formal disciplina arcani que el siglo IV hacía cumplir. Solamente por esa causa se omiten la expiación, los Sacramentos y la gracia. "El verdadero profeta" no es un nombre para Cristo, utilizado por los cristianos, sino el oficio de Cristo, que el autor le presenta al mundo pagano. Muestra a Pedro celebrando el ágape vespertino y la Eucaristía en secreto de Clemente cuando no estaba bautizado; era sin duda una Eucaristía de pan y vino, no de pan y sal. El gran antagonista pagano del siglo III fue el filósofo neoplatónico Porfirio, pero bajo Constantino su discípulo Jámblico fue el principal restaurador y defensor de los antiguos dioses, y su sistema de defensa es la que nos encontramos que oficializó Juliano (361-3). En consecuencia, no es sorprendente encontrar que Simón y sus discípulos no representan a San Pablo, sino a Jámblico.

Las doctrinas y prácticas repelidas son la teúrgia y la magia, la astrología y los milagros absurdos y las reclamaciones a la unión con la Divinidad, que caracterizaron el neoplatonismo degradado de 320-30. No es contra Marción, sino contra Platón que el Pseudo-Clemente enseña la supremacía del Creador de todos. Él defiende el Antiguo Testamento contra la escuela de Porfirio, y cuando declara que es interpolada, está utilizado la propia crítica superior de Porfirio de una manera torpe. La elaborada discusión de la historia antigua, el elenco ridículo sobre la obscena mitología de los griegos, y las explicaciones filosóficas de un sentido superior van también en contra de Porfirio. La refutación de la más grosera idolatría es contra Jámblico.

Es quizá mera casualidad que no oímos nada sobre los Clementinos desde 330 hasta 360. Pero cerca de 360-410 son interpolados, se revisan y abrevian en H., aún más abreviados y revisados en R., traducidos al latín, traducidos al siríaco, y citados con frecuencia. Parece, por tanto, que fue la política de Julián que los sacó de la oscuridad. Eran armas útiles contra la resurrección momentánea del politeísmo, la mitología, la teúrgia y la idolatría.


Bibliografía: Las principales ediciones han sido mencionadas arriba. La literatura es tan enorma que una selección de ella será suficiente. Listas algo más completas se pueden hallar en HARNACK, Chronologie, II, en BARDENHEWER, Patrologie and Geschichte der kirchlichen Litteratur y en CHEVALIER, Répertoire. — SCHLIEMANN, Die Clementinen (1844); HILGENFELD, Die Clem. Recogn. und Hom. nach ihrem Ursprung und Inhalt (Jena, 1848); Kritische Untersuchungen über die Evangelien Justins, der Clem. Hom. und Marcions (Halle, 1850); UHLHORN, Die Hom. und Recogn. des Clemens Romanus (Göttingen, 1854); LEHMANN, Die clementinischen Schriften (Gotha, 1869) LIPSIUS, Quellen der römischen Petrussage (1872) y Apokr. Apostelgeschichte (1887), II; SALMON en Dict. Chr. Biog. (1877); LANGEN, Die Clemensromane (Gotha, 1890): FUNK en Kirchenlex. (1884); BIGG, The Clementine Homilies in Studia Biblica (Oxford, 1890), II; BUSSELL, The Purpose of the World-Process and the Problem of Evil in the Clementine and Lactantian Writings in Studia Biblica (1806), IV; W. C[HAWNER], Index of noteworthy words and phrases found in the Clementine writings en Lightfoot Fund Public. (Londres, 1893); HORT, Clementine Recognitions (conferencias dictadas en 1884; pub. Londres, 1901); MEYBOOM De Clemens Roman (1902); HEADLAM, The Clementine Literature in Journ. Theol. Stud. (1903), III, 41; CHAPMAN, Origer and Pseudo-Clement in Journ. Theol. Stud., III, 436; HILGENFELD, Origenes und Pseudo-Clemens in Zeitschr. für Wiss. Theol. (1903), XLVI, 342; PREUSCHEN In HARNACK, Gesch. der altchristl. Literatur (1893), I, 212; y II, Chronologie, 518; WAITZ, Die Pseudoclementinen in Texte und Unters., Nueva Series, X, 4; CHAPMAN, The Date of the Clementines in Zeitschr. für Neu-Test. Wiss. (1908). Una traducción al inglés de las Recognitions, por el REV. T. SMITH, D. D., se puede hallar en la Librería Ante-Nicena. III, y de las Homilías, ibid., XVII (Edimburgh, 1871-2).

Fuente: Chapman, John. "Clementines." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4. New York: Robert Appleton Company, 1908. <http://www.newadvent.org/cathen/04039b.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.