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Martes, 19 de marzo de 2024

Maldición

De Enciclopedia Católica

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Vea también el artículo MALDICIÓN (EN LA ESCRITURA).

En su acepción popular el término maldición se confunde a menudo, especialmente en la frase "maldición y juramento", con el uso de lenguaje profano y ofensivo; en el derecho canónico a veces significa la sentencia de excomunión pronunciada por la Iglesia. En su sentido bíblico más común significa lo contrario de bendición (cf. Núm. 23,27), y es en general ya sea una amenaza de la ira divina, o su visita real, o su anuncio profético, aunque en ocasiones es una mera petición de que Dios aflija con una calamidad a personas o cosas en represalia por sus malas acciones. Así entre muchos otros casos encontramos a Dios maldiciendo a la serpiente (Gén. 3,14), a la tierra (Gén. 3,17) y a Caín (Gén. 4,11). De forma similar Noé maldice a Canaán (Gén. 9,25); Josué, al que reconstruya la ciudad de Jericó (Jos. 6,26-27); y en varios libros de Antiguo Testamento hay largas listas de maldiciones contra los transgresores de la Ley (cf. Lev. 26,14-25; Deut. 27,15, etc.). Así también en el Nuevo Testamento Cristo maldice la higuera estéril (Mc. 11,14), pronuncia su denuncia de calamidad contra las ciudades incrédulas (Mt. 11,21), contra los ricos, los mundanos, los escribas y los fariseos, y predice la terrible maldición que vendrá sobre los condenados (Mt. 25,41). La palabra maldición se aplica también a la víctima de expiación por el pecado (Gál. 3,13), a los pecados temporales y eternos (Gén. 2,17; Mt. 25,41).

En Teología Moral, maldecir es hacer bajar el mal sobre Dios o las criaturas, racionales o irracionales, vivas o muertas. Santo Tomás trata sobre ella bajo el nombre de malediction, y dice que la imprecación puede hacerse eficazmente y a modo de mandato, como cuando se hace por Dios, o ineficazmente y como una simple expresión de deseo. A partir del hecho de que nos encontramos con muchos casos de maldiciones hechas por Dios y sus representantes, la Iglesia y los Profetas, se ve que el acto de maldecir no es necesariamente pecaminosa en sí mismo; al igual que otros actos morales, toma su carácter pecaminoso del objeto, del fin y de las circunstancias. Así, siempre es un pecado, y el mayor de los pecados, maldecir a Dios, pues hacerlo implica tanto la irreverencia de la blasfemia como la malicia de odio a la Divinidad. Asimismo, es una blasfemia, y en consecuencia un grave pecado contra el segundo mandamiento, maldecir a las criaturas de todo tipo, precisamente porque son la obra de Dios. Sin embargo, si la imprecación ser dirigida hacia las criaturas irracionales no a causa de su relación con Dios, sino simplemente como son en sí mismas, la culpa no es mayor que la que se adjudica a las palabras vanas y ociosas, excepto cuando se da un grave escándalo, o que el mal deseado a la criatura irracional no pueda separarse de la pérdida grave a una criatura racional, como sería el caso si uno le desease la muerte al caballo de otro, o la destrucción de su casa por el fuego, para tales deseos conllevan grave violación de la caridad.

Las maldiciones que implican la rebelión contra la Divina Providencia, o la negación de su bondad u otros atributos, tales como maldecir el clima, el viento, el mundo, la fe cristiana, generalmente no son pecados graves porque aquellos que las profieren rara vez perciben el contenido completo e implicación de estas expresiones. Las imprecaciones comunes contra objetos animados o inanimados objetos que causan vejación o dolor, aquellas contra las empresas que no logran el éxito, así, también, las imprecaciones que brotan de la impaciencia, pequeños brotes de ira por pequeñas molestias, y los que hablan a la ligera, sin consideración, bajo impulso súbito o en broma, son, por regla general, sólo pecados veniales ---al ser el mal leve y no deseado en serio.

Invocar el mal moral sobre una criatura racional es siempre ilícito, y lo mismo es válido para el mal físico, a menos que se desee no como mal, sino sólo en la medida en que es bueno, por ejemplo, como un castigo por las faltas, o un medio para enmienda, o un obstáculo para la comisión del pecado; pues en tales casos la intención principal, como dice Santo Tomás, va dirigida en sí misma hacia lo que es bueno. Sin embargo, cuando se desea el mal precisamente porque es el mal y maliciosa y deliberadamente, siempre es pecado, cuya gravedad varía con la gravedad del mal; si es de considerable magnitud, el pecado será grave, si es de carácter insignificante, el pecado será venial. Se debe señalar que las maldiciones simplemente verbales, incluso sin el deseo de cumplimiento, se convierten en pecados graves cuando son proferidas contra y en la presencia de aquellos que están investidos con derecho especial a la reverencia. Un niño, por lo tanto, pecaría gravemente si maldice a su padre, madre o abuelos, o a aquellos que ocupan el lugar de los padres, siempre que lo haga frente a su misma cara, incluso aunque lo haga simplemente con los labios y no con el corazón. Tal acto es una grave violación de la virtud de la piedad. Entre otros grados de maldiciones verbales afines están prohibidos sólo bajo pena de pecado venial. Maldecir al diablo no es en sí un pecado; maldecir a los muertos no es normalmente un pecado grave, porque a ellos no se les hace ningún daño grave, pero maldecir a los santos o las cosas sagradas, como los sacramentos, es generalmente una blasfemia, ya que generalmente se percibe su relación con Dios.


Bibliografía: LESÊTRE in VIG., Dict. de la Bible, s.v. Malédiction; LEVIAS in Jewish Encyclopedia, s.v.; STO. TOMÁS, Sum. Theol., II-II, XXVI; SAN ALFONSO, Theol. Moral., IV, tract. ii; BALLERINI-PALMIERI, Tract. VII, sect. II; LEHMKUHL, Theol. Moral., I, 183; REUTER, Neo-Confessarius (1905), 104; NOLDIN, Quaes. Moral., I, 231.

Fuente: Fisher, John. "Cursing." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4. New York: Robert Appleton Company, 1908. 19 Aug. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/04573d.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.