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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Eclesiástico

De Enciclopedia Católica

Revisión de 20:12 2 oct 2015 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Enseñanza Ética y Doctrinal)

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Eclesiástico (Abrev. Eclo.; también conocido como el Libro de Sirácida) es el más extenso de los libros deuterocanónicos de la Biblia, y el último de los escritos sapienciales en la Vulgata del Antiguo Testamento.

Título

El título habitual del libro en los manuscritos griegos y Padres es Sophia Iesou huiou Seirach, "la sabiduría de Jesús, el hijo de Sirá", o simplemente Sophia Seirach, “la Sabiduría de Sirá". Está manifiestamente conectado con y posiblemente derivado de la siguiente suscripción que aparece al final de los recientemente descubiertos fragmentos hebreos del Eclesiástico: "Sabiduría [Hó khmâ] de Simeón, el hijo de Yeshua, el hijo de Eleazar, el hijo de Sirá". De hecho, su forma completa nos llevaría naturalmente a considerarlo como una traducción directa del título hebreo: Hokhmath Yeshua ben Sira, si no fuera porque San Jerónimo, en su prólogo a los escritos salomónicos, establece que el título hebreo del Eclesiástico era Míshlé (Parabolae) de Jesús de Sirá. Tal vez en el original hebreo el libro llevó títulos diferentes en diferentes momentos: de hecho, en el Talmud se le aplica el nombre simple, Hokhma "Sabiduría", mientras que los escritores rabínicos comúnmente citan el Eclesiástico como Ben Sirá. Entre los otros nombres griegos que se le dan al Eclesiástico en la literatura patrística, se puede mencionar el simple título de Sophia, "Sabiduría", y la designación honoraria he panaretos sophia, "la toda virtuosa Sabiduría".

Como bien podría esperarse, los escritores latinos le han aplicado al Eclesiástico títulos que se derivan de sus nombres griegos, como "Sapientia Sirach" ( Rufino); "Jesu, filii Sirach" (Junilius), "Sapienta Jesu" ( Códice Claromontano); "Liber Sapientiae" ( Misal Romano). Sin embargo, difícilmente se puede dudar que el título "Parabolae Salomonis", que se antepone a veces en el Breviario Romano a las secciones del Eclesiástico, se remonta al título hebreo del que habla San Jerónimo en su prólogo a los escritos salomónicos. Sea como fuere, la Iglesia Latina designa el libro con mayor frecuencia como "Eclesiástico", en sí misma una palabra griega con un final en latín. Este último título ---que no se debe confundir con “Eclesiastés" (Ecl.)--- es el utilizado por el Concilio de Trento en su decreto solemne referente a los libros a ser considerados como sagrados y canónicos. Señala la muy especial estima en la que se tenía anteriormente a esta obra didáctica con el propósito de lectura general e instrucción en las reuniones eclesiales: sólo este libro, de todos los escritos deuterocanónicos, a los que Rufino también llama Eclesiásticos, ha conservado a modo de pre-eminencia el nombre de Eclesiástico (Liber), o sea, "un libro para leerse en la iglesia".

Contenido

El Libro del Eclesiástico es precedido por un prólogo, que se precia de ser obra del traductor griego del original hebreo y cuya autenticidad es indudable. En este prefacio a su traducción, el escritor describe, entre otras cosas, su estado de ánimo al emprender la dura tarea de traducir el texto hebreo al griego. Estaba profundamente impresionado por la sabiduría de los dichos contenidos en el libro, y por lo tanto deseaba, por medio de una traducción, colocar esas valiosas enseñanzas al alcance de cualquier persona que deseara aprovecharlos para vivir conforme a la ley de Dios. Este era un objetivo muy digno, y no hay duda de que al establecerlo ante sí mismo el traductor del Eclesiástico se había percatado muy bien del carácter general del contenido de ese escrito sagrado. La idea fundamental del autor del Eclesiástico es la de la sabiduría según se entiende y se inculca en la literatura hebrea inspirada; pues el contenido de este libro, por muy variado que pueda aparecer en otros aspectos, admite ser agrupado naturalmente bajo el título general de "Sabiduría". Visto desde este punto de vista, que es de hecho universalmente considerado como el propio punto de vista del autor, el contenido del Eclesiástico se puede dividir en dos grandes partes: caps. 1 - 42,14 y 42,15 - 50,26. Los dichos que principalmente componen la primera parte tienden directamente a inculcar el temor de Dios y el cumplimiento de sus mandatos, en lo cual consiste la verdadera sabiduría. Esto lo hace señalando, de manera concreta, cómo el hombre verdaderamente sabio deberá conducirse en las múltiples relaciones de la vida práctica. Ofrece un muy variado caudal de reglas pensadas para guiarse uno mismo

"en la alegría y la tristeza, en la prosperidad como en la adversidad, en la enfermedad y en la salud, en la lucha y en la tentación, en la vida social, en las relaciones con los amigos y enemigos, con altos y bajos, ricos y pobres, con los buenos y los malos, los sabios y los ignorantes, en el comercio, los negocios y en la propia vocación ordinaria, sobre todo, en la propia casa y familia en relación con la formación de los niños, el tratamiento de los siervos y siervas, y la manera en la que un hombre debe comportarse con su esposa y las mujeres en general "(Schürer).

Junto con estas máximas, que se asemejan estrechamente tanto en la materia como en la forma a los Proverbios de Salomón, la primera parte del Eclesiástico incluye varias descripciones más o menos largas sobre el origen y la excelencia de la sabiduría (cf. 1; 4,12-22; 6,18-37; 14,22 - 15,10; 24).

El contenido de la segunda parte del libro es de un carácter decididamente más uniforme, pero contribuye no menos eficazmente al establecimiento del tema general de Eclesiástico. Primero describe en detalle la sabiduría divina tan maravillosamente desplegada en el reino de la naturaleza (42,15 - 43), y luego ilustra la práctica de la sabiduría en los diversos ámbitos de la vida, según se conoce por la historia de personajes ilustres de Israel, desde Henoc hasta el sumo sacerdote Simón, el santo contemporáneo del autor (44 - 50,26). Al cierre del libro (50,27-29) aparece primero una conclusión corta que contiene la suscripción del autor y la declaración expresa de su propósito general; y luego un apéndice (51) en el que el escritor da gracias a Dios por sus beneficios, y especialmente por el don de la sabiduría, y al cual se añade en el texto hebreo recientemente descubierto, una segunda suscripción y la siguiente jaculatoria piadosa: "Bendito sea el nombre de Yahveh desde ahora y por siempre".

Texto Original

Hasta hace muy poco el idioma original del Libro del Eclesiástico era una cuestión de grandes dudas entre los estudiosos. Ellos sabían, por supuesto, que el prólogo del traductor griego afirma que la obra fue escrita originalmente en "hebreo", hebraisti, pero estaban en duda en cuanto al significado preciso de ese término, que podría significar el hebreo propiamente dicho o el arameo. Eran igualmente conscientes de que San Jerónimo, en su prefacio a los escritos salomónicos, habla de que en sus días existía un original en hebreo, pero todavía puede dudarse si era verdaderamente un texto hebreo, o más bien una traducción en siríaco o arameo en caracteres hebreos. Una vez más, a sus ojos, la citación del libro por escritores rabínicos, a veces en hebreo, a veces en arameo, no parecía decisiva, ya que no había certeza de que procediese de un original hebreo. Y este era su punto de vista también respecto a las citas, esta vez en hebreo clásico, por el gaón Saadia de Bagdad del siglo X de nuestra era, es decir, del período después del cual prácticamente desaparecen del mundo cristiano todos los rastros documentales de un texto hebreo del Eclesiástico. Aun así, la mayoría de los críticos pensaban que el lenguaje primitivo del libro era el hebreo, y no el arameo. Su argumento principal para esto era que la versión griega contiene ciertos errores; por ejemplo, 24,37 (en gr. versículo 27), "luz" por “Nilo” (YAR); 25,22 (Gr, versículo 15), "cabeza" por "veneno"(RSH); 46,21 (gr. versículo 18), "tirios" por "enemigos" (TSRYM); etc. .; éstos se explican mejor por la suposición de que el traductor entendió mal un original hebreo ante él.

Y así estuvo el asunto hasta el año 1896, el cual marca el inicio de un periodo totalmente nuevo en la historia del texto original del Eclesiástico. Desde entonces, ha salido a la luz mucha evidencia documental, y tiende a demostrar que el libro fue escrito originalmente en hebreo. Los primeros fragmentos de un texto hebreo del Eclesiástico (34,15 - 40,6) fueron traídos de Oriente a Cambridge, Inglaterra, por la señora A. S. Lewis; los mismos fueron identificados en mayo de 1896, y publicado en "The Expositor" (julio de 1896) por S. Schechter, lector en talmúdico en la Universidad de Cambridge. Casi al mismo tiempo, A. E. Cowley y Ad. Neubauer encontraron en una caja de fragmentos, adquirido de la genizzah Cairo a través del profesor Sayce para la Biblioteca Bodleiana de Oxford, nueve hojas al parecer del mismo manuscrito (ahora llamado B) y que contiene 40,9 - 49,11, los cuales también fueron publicados pronto (Oxford, 1897). Luego el profesor Schechter identificó primero siete hojas del mismo Códice (B), que contienen 30,11 - 31,11; 32,1b - 33,3; 35,11 - 36,21; 37,30 - 38,28b; 49,14c - 51,30; y luego identificó cuatro hojas de un manuscrito diferente (llamado A), y que presentaba 3,6e - 7,31a; 11,36d - 16,26. Estas once hojas habían sido descubiertas por el Dr. Schechter en los fragmentos traídos por él desde el genizzah Cairo; y entre el material obtenido a partir de la misma fuente por el Museo Británico, que G. Margoliouth encontró y publicó en 1899, se encuentran cuatro páginas del manuscrito B, que contienen 31,12 - 32,1a; 36,21 - 37,29.

A principios de 1900, I. Lévi publicó dos páginas de un tercer manuscrito (C) 36,29a - 38,la, es decir, un pasaje ya contenido en el Códice B; y dos páginas de un cuarto manuscrito (D), que presenta de manera defectuosa 6,18 - 7,27b, es decir, una sección que ya se encuentra en el Códice A. A principios de 1900, también, E. S. Adler publicó cuatro páginas del manuscrito A, viz. 7,29 - 12,1; y S. Schechter, cuatro páginas del manuscrito C, que consiste en meros extractos de 4,28b - 5,15c; 25,11b - 26,2a. Por último, dos páginas del manuscrito D fueron descubiertas por el Dr. M. S. Gaster, las cuales contienen algunos versículos de los capítulos 18, 19, 20, 27, algunos de los cuales ya aparecen en los manuscritos B y C. Así, a mediados del año 1900 los estudiosos habían identificado y publicado más de la mitad de un texto hebreo del Eclesiástico. (En las indicaciones anteriores de los fragmentos recién descubiertos del hebreo, los capítulos y versículos indicados son de acuerdo a la numeración de la Vulgata Latina.)

Como naturalmente se anticiparía, y ciertamente era deseable que así sucediera, la publicación de estos diversos fragmentos dio lugar a una controversia en cuanto a la originalidad del texto en él exhibido. En una etapa muy temprana en esa publicación, los estudiosos fácilmente notaron que aunque el idioma hebreo de los fragmentos era aparentemente clásico, sin embargo contenía lecturas que podrían llevar a uno a sospechar su dependencia real de las versiones griega y siríaca del Eclesiástico. De donde manifiestamente implicaba determinar si, y en caso afirmativo, en qué medida, los fragmentos hebreos reproducían un texto original del libro, o por el contrario, sólo presentaba una traducción tardía del Eclesiástico al hebreo por medio de las versiones ya nombradas. Tanto el Dr. G. Bickell como el profesor D. S. Margoliouth, es decir, los dos hombres que poco antes del descubrimiento de los fragmentos hebreos del Eclesiástico habían intentado retraducir pequeñas partes del libro al hebreo, se declararon abiertamente en contra de la originalidad del recién hallado texto hebreo. En efecto, puede admitirse que los esfuerzos naturalmente acarreados por su propio trabajo de re-traducción habían habilitado especialmente a Bickell y Margoliouth para notar y apreciar aquellas características que incluso ahora muchos estudiosos consideran hablan a favor de una determinada conexión del texto hebreo con las versiones griega y siríaca. Sigue siendo cierto, sin embargo, que, con la excepción de Israel Lévi y quizás algunos otros, los más destacados estudiosos de la Biblia y del Talmud del día piensan que los fragmentos hebreos presentan un texto original. Ellos piensan que los argumentos e inferencias más vigorosamente presentados por el Prof. Margoliouth a favor de su punto de vista han sido eliminados a través de una comparación de los fragmentos publicados en 1899 y 1900 con los que habían aparecido en una fecha anterior, y a través de un estudio minucioso de casi todos los hechos ahora disponibles. En los manuscritos recuperados hasta ahora ellos admiten fácilmente faltas de escribas, dobletes, arabismos, aparentes rastros de dependencia en versiones existentes, etc. Pero en sus mentes todos esos defectos no refutan la originalidad del texto hebreo, en la medida en que pueden, y de hecho en un gran número de casos deben, ser explicados por el carácter muy tardío de las copias ahora en nuestro poder.

Los fragmentos hebreos del Eclesiástico pertenecen, como muy temprano, al siglo X o incluso al XI de nuestra era, y en esa fecha tardía, naturalmente se puede esperar que se hayan colado todo tipo de errores al idioma original del libro, porque los copistas judíos de la obra no lo consideraban como canónico. Al mismo tiempo, estos defectos no desfiguran por completo la forma del hebreo en que fue escrito primitivamente el Eclesiástico. El lenguaje de los fragmentos es manifiestamente no rabínico, sino hebreo clásico; y esta conclusión es decididamente corroborada por una comparación de su texto con el de las citas del Eclesiástico, tanto en el Talmud como en el Saadia, a los que ya se ha hecho referencia. Una vez más, el hebreo de los fragmentos recién encontrados, aunque clásico, es todavía uno de un tipo claramente tardío, y suministra material considerable para la investigación lexicográfica.

Por último, el comparativamente grande número de manuscritos hebreos recientemente descubierto en un solo lugar (El Cairo) apunta al hecho de que la obra en su forma primitiva fue a menudo transcrita en la antigüedad, y por lo tanto ofrece la esperanza de que en alguna fecha futura se puedan descubrir otros ejemplares, más o menos completa, del texto original. Para hacer su estudio conveniente, todos los fragmentos existentes se han reunido en una espléndida edición, "Facsimiles of the Fragments hitherto recovered of the Book of Ecclesiasticus in Hebrew" (Oxford y Cambridge, 1901). La estructura métrica y estrófica de partes del texto recién descubierto ha sido especialmente estudiada por H. Grimme y N. Schlögl, cuyo éxito en la materia es, por decir lo menos, indiferente; y por Jos. Knabenbauer, SJ, de una manera menos azarosa, y por lo tanto con resultados más satisfactorios.

Versiones Antiguas

El nieto del autor del Eclesiástico tradujo el libro al griego de un texto hebreo, por supuesto, incomparablemente mejor que el que ahora poseemos. Este traductor fue un judío palestino, que llegó a Egipto en un momento determinado, y quiso que la obra estuviese accesible en lenguaje griego para los judíos de la diáspora, y sin duda también para todos los amantes de la sabiduría. Se desconoce su nombre, aunque una antigua pero poco confiable tradición ("Sinopsis Scripturae Sacrae" en las obras de San Atanasio) le llama Jesús, el hijo de Sirá. Al presente no se pueden comprobar plenamente sus cualificaciones literarias para la tarea que emprendió y llevó a cabo. Sin embargo, comúnmente se le considera, a partir del carácter general de su obra, como un hombre de buena cultura general con buen dominio tanto del hebreo como del griego. Él estaba claramente consciente de la gran diferencia que existe entre el respectivo genio de estos dos idiomas, y de la consiguiente dificultad inherente a los esfuerzos de quien tratase de dar una versión griega satisfactoria del escrito hebreo, y por lo tanto, en su prólogo a la obra, pide expresamente, la indulgencia de sus lectores por cualquier deficiencia que puedan notar en su traducción. Afirma haber pasado mucho tiempo y trabajo en su versión del Eclesiástico, y es justo suponer que su obra no fue sólo concienzuda, sino también, en general, una traducción exitosa del hebreo original.

Uno sólo puede hablar de esta forma cautelosa del valor exacto de la traducción griega en su forma primitiva por la sencilla razón de que una comparación de sus manuscritos existentes ---todos al parecer derivados de un solo ejemplar griego--- muestra que la traducción primitiva ha sido, muy a menudo y en muchos casos, manipulada seriamente. Los grandes códices unciales, el Vaticano, el Sinaítico, el de San Efrén y en parte el Alejandrino, aunque comparativamente libre de glosas, contienen un texto inferior; la mejor forma del texto parece estar preservada en el Códice Veneto y en ciertos manuscritos en cursiva., aunque estos tienen muchas glosas. Sin lugar a dudas, un buen número de estas glosas se puede adjudicar de forma segura al propio traductor, que, a veces agregó una palabra, o incluso unas pocas palabras, al original ante él, para hacer más claro su significado o para proteger el texto contra un posible malentendido. Pero la gran mayoría de las glosas se asemejan a las adiciones griegas en el Libro de los Proverbios; son expansiones del pensamiento, o interpretaciones helenizantes, o adiciones de colecciones actuales de dichos gnómicos.

Los siguientes son los mejores resultados comprobados que fluyen de una comparación de la versión griega con el texto de nuestros fragmentos hebreos. A menudo, las corrupciones del hebreo se pueden descubrir por medio del griego; y, por el contrario, el texto griego se prueba que es defectuoso, en la línea de adiciones u omisiones, por referencia a lugares paralelos en el hebreo. A veces, el hebreo revela una considerable libertad de interpretación por parte del traductor griego; o nos permite percibir cómo el autor de la versión confundió una letra hebrea por otra; o, de nuevo, nos brinda un medio para dar sentido a una expresión ininteligible en el texto griego. Por último, el texto hebreo confirma el orden del contenido en los caps. 30 a 36 que se presenta en las versiones siríaca, latina y armenia, en contraste con el orden no natural que se encuentra en todos los manuscritos griegos existentes.

La versión siríaca del Eclesiástico, al igual que la griega, fue hecha directamente del original hebreo. Esto se acepta poco menos que universalmente; y una comparación de su texto con el de los fragmentos hebreos recién descubiertos debería resolver el punto para siempre: como se acaba de establecer, la versión siríaca da el mismo orden que el texto hebreo para el contenido de los capítulos 30 - 36; en particular, presenta interpretaciones erróneas, cuyo origen, mientras que son inexplicables si se supone un original griego como su base, se explica fácilmente por la referencia al texto de los fragmentos hebreos. Pero el texto hebreo a partir del cual se hizo debe haber sido muy defectuoso, como lo prueban las numerosas e importantes lagunas en la traducción siríaca. Parece, asimismo, que el hebreo ha sido interpretado por el propio traductor de forma descuidada y a veces incluso arbitraria. La versión siríaca tiene todo el valor menos crítico en la actualidad, ya que se revisó considerablemente en una fecha desconocida por medio de la traducción griega.

De las otras versiones antiguas del Eclesiástico, la latina antigua es la más importante. Fue hecha antes del tiempo de San Jerónimo, aunque ahora no se puede determinar la fecha exacta de su origen; y el santo Doctor aparentemente revisó muy poco su texto antes de su adopción a la Vulgata Latina. La unidad de la antigua versión latina, que era antes indudable, ha sido seriamente cuestionada últimamente, y Ph. Thielmann, el más reciente investigador de su texto a este respecto, cree que los caps. 44 - 50 se deben a otro traductor diferente al del resto del libro, que los capítulos 1-43 y 51 son de origen africano y que del 44-50 son de origen europeo. Por el contrario, ahora se considera como totalmente cierta la opinión de que antes dudaban Cornelio a Lapide, P. Sabatier, EG Bengel, etc., es decir, que la versión latina fue hecha directamente del griego. La versión ha conservado muchas palabras griegas en una forma latinizada: eremus (6,3); eucharis (6,5); basis (6,30); acharis (20,21); xenia (20,31); dioryx (24,41); poderes (27,9); etc., etc., junto con ciertos grecismos de construcción; de modo que el texto traducido al latín era, sin duda, griego, no el original hebreo.

De hecho, es cierto que otras características de la versión latina antigua ---especialmente su orden de los caps. 30 - 36, que no está de acuerdo con la traducción griega, y está de acuerdo con el texto hebreo--- parecen apuntar a la conclusión de que la versión latina se basó inmediatamente en el original hebreo. Pero un examen muy reciente y crítico de todas esas características en los caps. 1 - 43 ha llevado a H. Herkenne a una conclusión distinta; tomando en cuenta todas las cosas, el piensa que: "Nititur Vetus Latina textu vulgari graeco ad textum hebraicum alterius recensionis grace castigato." (Vea también Jos. Knabenbauer, S.J., "In Ecclesiasticum", p. 34 ss.)

Junto con formas grecizadas, la antigua traducción en latín del Eclesiástico presenta muchos barbarismos y solecismos (tales como defunctio, 1,13; religiositas, 1,17.18.26; compartior, 1,24; receptibilis, 2,5; peries, periet, 8,18; 33,7; obductio, 2,1; 5,1.10, etc.), que, en la medida en que puedan ser realmente rastreados a la forma original de la versión, van a demostrar que el traductor no tenía más que un escaso dominio de la lengua latina. Una vez más, a partir de un buen número de expresiones que son sin duda debidas al traductor, se puede inferir que a veces él no captó el sentido del griego, y que otras veces fue demasiado libre en la interpretación del texto ante él. La antigua versión latina abunda en líneas adicionales o incluso versos extraños no sólo al griego, sino también al texto hebreo. Tales importantes adiciones ---que a menudo aparecen claramente como tal a partir del hecho de que interfieren con los paralelismos poéticos del libro--- son o repeticiones de anteriores declaraciones bajo una forma algo diferente, o glosas insertados por el traductor o los copistas. Debido al origen temprano de la versión latina (probablemente del siglo II d.C.), y a su íntima conexión tanto con el texto hebreo como con el griego, una de las cosas principales que se desea para la crítica textual del Eclesiástico es una buena edición de su forma primitiva, en la medida en que esta forma se pueda determinar. Entre las otras versiones antiguas del Libro del Eclesiástico, derivadas del griego, son dignas de mención especial la etíope, árabe y copta.

Autor y Fecha

El autor del Libro del Eclesiástico no es el rey Salomón, a quien, según atestigua San Agustín, se le atribuye la obra a menudo "debido a cierta semejanza de estilo" con el de los Proverbios, Eclesiastés y el Cantar de los Cantares; pero, como dice el mismo santo doctor, a quien "los más eruditos" (al parecer entre los escritores de la Iglesia de la época) "saben muy bien que no se debe adjudicar" (En la Ciudad de Dios, Lb. XVII, cap. XX ). En la actualidad, la autoría del libro se le asigna universal y correctamente a un cierta "Jesús", sobre cuya persona y carácter se ha conjeturado mucho pero en realidad se conoce muy poco. En el prólogo griego a la obra, se da el nombre propio del autor como Iesous, y esta información es corroborada por las suscripciones encontradas en el original hebreo: 1,27 ( Vulg. 1, 29); 51,30. El apellido de su familia era Ben Sirá, como concuerdan en atestiguar el texto hebreo y las versiones antiguas.

En las versiones griegas y latinas es descrito como "un hombre de Jerusalén" (1,29), y la evidencia interna (cf. 34,13 ss.; 1) tiende a confirmar la declaración, aunque no se encuentra en el hebreo. Su cercana relación con "la Ley, los Profetas y los otros libros entregados por los padres", es decir, con las tres clases de escritos que componen la Biblia hebrea, se confirma claramente por el prólogo de la obra; y los 367 modismos o frases, que el estudio de los fragmentos hebreos ha demostrado que se derivan de los libros sagrados de los judíos, son una amplia prueba de que Jesús, el hijo de Sirá, conocía a fondo el texto bíblico. Él era un observador filosófico de la vida, como es fácil inferir a partir de la naturaleza de su pensamiento, y él mismo habla del amplio conocimiento que adquirió en sus muchos viajes, y de los que, por supuesto, se aprovechó para escribir su obra (34,9-12). No se puede determinar en qué período especial de la vida del autor se puede colocar la composición del libro, cualquieras sean las conjeturas que puedan haber sido planteadas al respecto por algunos estudiosos recientes. Los datos a los que otros han recurrido (31,22 ss.; 38,1-15; etc.) para demostrar que él era un médico no son pruebas suficientes; mientras que la similitud de los nombres (Jasón-Jesús) no es excusa para los que han identificado a Jesús, el hijo de Sirá, un hombre de carácter manifiestamente piadoso y digno, con el sumo sacerdote impío y helenizante Jasón (175-172 a.C.---respecto a las malas acciones de Jasón, vea 2 Mac. 4,7-26).

La época en que vivió Jesús, el autor del Eclesiástico, ha sido tema de mucha discusión en el pasado; pero en la actualidad, admite el ser determinada con precisión tolerable. Dos datos son particularmente útiles para este propósito. El primero es suministrado por el prólogo griego, donde leemos que el nieto de Jesús de Sirá entró a Egipto en to ogdoo kai triakosto etei epi tou Euergetou Basileos, poco después de haber traducido al griego la obra de su abuelo. El "año treinta y ocho" que menciona aquí el traductor no significa su propia edad, pues tal especificación sería manifiestamente irrelevante. Como es natural, indica la fecha de su llegada a Egipto con una referencia a los años de gobierno del entonces monarca, el egipcio Ptolomeo Evergetes; y de hecho, la construcción gramatical griega del pasaje en el prólogo es la que suele emplearse en la Versión de los Setenta para dar el año de gobierno de un príncipe (cf. Ageo 1,1; 2,1.10; Zac. 1,1.7; 7,1; 1 Mac. 13,42; 14,27; etc.). En efecto, hubo dos Ptolomeos de apellido Evergetes (Benefactor): Tolomeo III y Ptolomeo VII (Fiscón), pero es un asunto fácil decidir a cuál de los dos se refiere en realidad el autor del prólogo. Como el primero, Ptolomeo III, reinó sólo veinticinco años (247-222 a.C.), debe ser al segundo, Ptolomeo VII, al que se refiere. Este último príncipe compartió el trono junto a su hermano (de 170 a.C. en adelante), y posteriormente gobernó solo (de 145 a.C. en adelante). Pero él solía contar los años de su reinado desde la fecha anterior. Por lo tanto, "el año treinta y ocho de Ptolomeo Evergetes", en el que el nieto de Jesús, hijo de Sirá, llegó a Egipto, es el año 132 a.C. Si este es el caso, se puede considerar que el abuelo del traductor, el autor del Eclesiástico, vivió y escribió su obra entre cuarenta y sesenta años antes (entre 190 y 170 a.C.), pues no puede haber ninguna duda de que al referirse a Jesús por medio del término pappos y de la frase definitiva ho pappos mouIesous, el escritor del prólogo designó a su abuelo, y no a un ancestro más remoto.

El segundo dato que está particularmente disponible para determinar la época en que vivió el escritor del Eclesiástico es suministrado por el libro mismo. Se ha considerado durante mucho tiempo que, ya que el hijo de Sirá celebró con un auténtico brillo de entusiasmo las obras del "sumo sacerdote Simón, hijo de Onías", a quien alaba como el último de la larga lista de judíos ilustres, él mismo debe haber sido un testigo ocular de la gloria que él describe (cf. 1,1-16.22.23). Por supuesto, esta fue sólo una inferencia y en la medida en que se basó únicamente en una apreciación más o menos subjetiva del pasaje, uno puede entender fácilmente por qué muchos eruditos cuestionaron, o incluso rechazaron, su corrección. Sin embargo, con el reciente descubrimiento del original hebreo del pasaje, ha llegado un elemento nuevo, y claramente objetivo, lo que sitúa prácticamente fuera de toda duda la exactitud de la inferencia. En el texto hebreo, inmediatamente después de su elogio del sumo sacerdote Simón, el escritor incluye la siguiente oración ferviente

”Que su misericordia (la de Yahveh) esté continuamente con Simón, y que establezca con él la alianza de Fineas, que perdurará con él y con su descendencia, como los días el cielo.” (1,24)

Obviamente, Simón aún estaba vivo cuando esta oración fue formulada de este modo; y su propio fraseo en el hebreo implica esto tan manifiestamente, que cuando el nieto del autor lo tradujo al griego, en una fecha en la que había pasado algún tiempo después de la muerte de Simón, el creyó necesario modificar el texto ante él, y por lo tanto lo tradujo de la siguiente de manera general:

"Que su misericordia esté continuamente con nosotros, y que nos redima en sus días."

Además permitir así que nos demos cuenta del hecho de que Jesús, el hijo de Sirá, fue contemporáneo del sumo sacerdote Simón, el capítulo 1 del Eclesiástico nos da ciertos detalles que nos permiten decidir cuál de las dos Simones, ambos sumos sacerdotes e hijos de Onías y conocidos en la historia judía, es el descrito por el escritor del libro. Por un lado, el único título conocido de Simón I (quien ocupó el pontificado bajo Tolomeo Sóter, alrededor de 300 a.C.) que podría proporcionar una razón para el gran encomio hecho sobre Simón en Eclesiástico 1, es el apellido "el Justo" (cf. Josefo, Antigüedades de los Judíos, Bk. XII, cap. II, 5), de donde se infiere que él era un reconocido sumo sacerdote digno de ser celebrado entre los héroes judíos alabados por el hijo de Sirá. Por otro lado, los detalles dados en el panegírico de Simón, como los hechos de que reparó y reforzó el Templo, fortificó la ciudad contra el asedio y protegía la ciudad contra los ladrones (cf. Eclo., 1,1-4) están en estrecho acuerdo con lo que se conoce de los tiempos de Simón II (200 a.C.). Mientras que en los días de Simón I, e inmediatamente después, el pueblo no fue perturbado por la agresión extranjera, en los de Simón II los judíos fueron duramente hostigados por los ejércitos enemigos, y su territorio fue invadido por Antíoco, según nos informa Josefo (Antiq. de los Judíos, Bk. XII, cap. III, 3). Fue también en el tiempo después de Simón II que sólo las oraciones a Dios del sumo sacerdote impidieron que Ptolomeo Filopator profanara el Lugar Santísimo; luego él comenzó una persecución terrible contra los judíos en el hogar y en el extranjero (cf. III Mach., II, III). Se desprende de estos hechos ---a los que se podría añadir fácilmente otros que apuntan en la misma dirección--- que el autor del Eclesiástico vivió alrededor del comienzo del siglo II a.C. Como cuestión de hecho, los estudiosos católicos recientes, en número creciente, prefieren esta posición a aquella que identifica al sumo sacerdote Simón, mencionado en Eclo. 50, con Simón I, y que, en consecuencia, refiere la composición del libro a cerca de un siglo antes (alrededor de 280 a.C.).

Método de Composición

En la actualidad, hay dos puntos de vista principales sobre la manera en que el autor del Eclesiástico compuso su obra, y es difícil decir cuál es el más probable. El primero, sostenido por muchos estudiosos, afirma que un estudio imparcial de los temas tratados y de su disposición real conduce a la conclusión de que todo el libro es la obra de una sola mente. Sus defensores afirman que en todo el libro se puede distinguir fácilmente uno y el mismo propósito, a saber: el propósito de enseñar el valor práctico de la sabiduría hebrea, y que se puede notar fácilmente uno y el mismo método en el manejo del material, y que el escritor siempre muestra gran conocimiento de los hombres y las cosas, y que nunca cita ninguna autoridad exterior para lo que él dice. Afirman que un examen cuidadoso del contenido da a conocer una unidad clara de la actitud mental por parte del autor hacia los mismos temas principales, hacia Dios, la vida, la Ley, la sabiduría, etc. Ellos no niegan la existencia de diferencias de tono en el libro, pero piensan que se encuentran en varios párrafos relativos a temas de menor importancia; que las diversidades así notadas no van más allá de la gama de la experiencia de un hombre; que el autor muy probablemente escribió a diferentes intervalos y bajo una variedad de circunstancias, por lo que no es de extrañar que las partes así compuestas lleven la impresión manifiesta de un estado mental diferente. Algunos de ellos realmente van tan lejos como para admitir que el escritor de Eclesiástico pudo a veces haber recogido pensamientos y máximas que ya estaban en el uso actual y popular, y que incluso pudo haber sacado material de las colecciones de dichos sabios inexistentes o de discursos inéditos de sabios; pero todos y cada uno de ellos están seguros que el autor del libro "no era un simple colector o compilador; su personalidad característica se destaca demasiado clara y prominente para eso, y no obstante el carácter diversificado de los apotegmas, todos ellos son el resultado de un punto de vista de la vida y del mundo conectados." (Schürer).

El segundo punto de vista sostiene que el Libro del Eclesiástico fue compuesto por un proceso de compilación. Según los defensores de esta posición, el carácter compilatorio del libro no necesariamente conflige con una unidad real del propósito general que impregna y conecta los elementos de la obra; tal propósito prueba, en efecto, que una mente ha entrelazado esos elementos juntos para un fin común, pero realmente deja sin tocar el asunto en cuestión, a saber, si se puede considerar una sola mente como el autor original del contenido del libro, o, más bien, como el que combinó materiales pre-existentes. Aceptando, entonces, la existencia de uno y el mismo propósito general en la obra del hijo de Sirá, y admitiendo asimismo el hecho de que ciertas partes del Eclesiástico pertenecen a él como el autor original, ellos piensan que, en conjunto, el libro es una compilación. En pocas palabras, los siguientes son los fundamentos de su posición. En primer lugar, a partir de la propia naturaleza de su obra, el autor era como "quien racima detrás de los viñadores"; y al hablar así de sí mismo (33,16) da a entender que fue un colector o compilador.

En segundo lugar, la estructura de la obra aún revela un proceso compilatorio. El capítulo final (51) es un apéndice real al libro, y se añadió después de la compleción de la obra, como lo prueba el colofón en 1,29 ss. El primer capítulo se lee como una introducción general al libro, y de hecho como uno diferente en el tono de los capítulos que le siguen de inmediato, mientras que se asemeja a algunas secciones distintas que están incorporados en otros capítulos de la obra. En el cuerpo del libro el cap. 36,1-19 es una oración por los judíos de la diáspora, ajena por completo a los dichos en los versículos 20 ss. del mismo capítulo; el cap. 43,15 a 50,26 es un discurso claramente separado de las máximas prudenciales por las cuales es inmediatamente precedido; los versículos 16,24; 24,1; 39,16, son los nuevos puntos de partida, que, no menos que los numerosos pasajes marcados por el tratamiento de "mi hijo" (2,1; 3,17; 4,1.23; 6.18.24.33, etc.), y la adición peculiar en 1, 27, 28, hablan en contra de la unidad literaria de la obra.

También se ha apelado a otras señales de un proceso compilatorio, las cuales consisten en

  • la repetición significativa de varios dichos en diferentes lugares del libro (cf. 20,32.33, el cual se repite en 41,14-15; etc.);
  • aparentes discrepancias de pensamiento y doctrina (cf. las diferencias de tono en los capítulos 16; 25; 29,21-41; 40,1-11 etc.);
  • en ciertos encabezados relativos al tema al comienzo de secciones especiales (cf. 31,12; 41,16; 44,1 en el hebreo); y
  • en un salmo o cántico adicional hallado en el recién descubierto texto hebreo, entre 51,12 y 51,13;

todos los cuales se explican mejor por el uso de varias colecciones menores que contienen cada una el mismo dicho, o que difieren considerablemente en el tenor general, o que traen sus títulos respectivos.

Por último, parece haber una huella histórica del carácter compilatorio del Eclesiástico en un segundo, pero no auténtico, prólogo al libro, que se encuentra en el "Sinopsis Sacrae Scripturae". En este documento, que aparece impreso en las obras de San Atanasio y también al comienzo del Eclesiástico en la Políglota Complutense, la redacción actual del libro se atribuye al traductor griego como un proceso separado de compilación de himnos, refranes, oraciones, etc., que le había dejado su abuelo, Jesús, hijo de Sirá.

Enseñanza Ética y Doctrinal

Antes de exponer de manera resumida las principales enseñanzas doctrinales y éticas, que figuran en el Libro del Eclesiástico, no estará de más establecer como premisa dos observaciones que, aunque elementales, debe tener claramente en mente cualquier persona que desee ver las doctrinas del hijo de Sirá bajo su luz apropiada. En primer lugar, sería obviamente injusto exigir que el contenido de este libro sapiencial llegue plenamente a los altos estándares morales de la ética cristiana, o que iguale en claridad y precisión las enseñanzas dogmáticas contenidas en los escritos sagrados del Nuevo Testamento o en la tradición viva de la Iglesia; todo lo que se puede esperar razonablemente de un libro compuesto algún tiempo antes de la dispensación cristiana, es que establezca una enseñanza doctrinal y ética sustancialmente buena, no perfecta.

En segundo lugar, tanto la buena lógica como el sentido común demandan que el silencio del Eclesiástico relativo a determinados puntos de la doctrina no sea considerado como una negación positiva de ellos, a menos que se pueda demostrar de forma clara y concluyente que tal silencio debe ser así concebido. La obra se compone mayormente de dichos inconexos que versan sobre todo tipo de temas, y por eso un crítico sobrio casi nunca, o nunca del todo, podrá pronunciarse sobre el motivo real que llevó al autor del libro ya sea a mencionar u omitir un punto de doctrina particular. Más todavía, en presencia de un escritor manifiestamente apegado a las tradiciones nacionales y religiosas de la raza judía, según el tono general de su libro demuestra que él fue, cada estudioso digno del nombre verá fácilmente que el silencio de parte de Jesús respecto a alguna doctrina importante, como por ejemplo la del Mesías, no es prueba alguna de que el hijo de Sirá no asentía a la creencia de los judíos en relación con esa doctrina, y, en referencia al punto especial que acabamos de mencionar, que no compartía las expectativas mesiánicas de su época. Como puede verse fácilmente, las dos observaciones generales hechas, simplemente establecen los cánones elementales de la crítica histórica; y no se habrían tratado aquí si no fuese porque a menudo han sido perdidas de vista por los estudiosos protestantes, quienes, sesgados por su inclinación a refutar la doctrina católica del carácter inspirado del Eclesiástico, han hecho todo lo posible por depreciar la enseñanza doctrinal y ética de este libro deuterocanónico.

Las siguientes son las principales doctrinas dogmáticas de Jesús, el hijo de Sirá. Según él, al igual que según todos los demás escritores inspirados del Antiguo Testamento, Dios es uno y no hay Dios fuera de Él (36,4). Él es un Dios vivo y eterno (18,1), y aunque su grandeza y misericordia superan toda comprensión humana, sin embargo, Él se da a conocer al hombre a través de sus obras maravillosas (16,18.22; 18,4). Él es el creador de todas las cosas (18,1; 24,12), las que produjo por su palabra de mandato, y las selló a todas con las marcas de la grandeza y la bondad (42,15 - 43; etc.). El hombre es la obra escogida de Dios, que lo hizo para su gloria, le puso como rey de todas las demás criaturas (17,1-8), le dio el poder de elegir entre el bien y el mal (15,14-22), y lo hará responsable por sus propios actos personales (17,9.16), pues, mientras tolera el mal moral Él reprende y capacita al hombre para evitarlo (15,11-21). Al tratar con el hombre, Dios no es menos misericordioso que justo: "Él es poderoso para perdonar" (16,11), y: "¡Qué grande es la misericordia del Señor, y su perdón para los que a Él se convierten!" (17,29); sin embargo, nadie debe abusar de la misericordia divina y por lo tanto retrasar su conversión, "pues su ira vendrá de repente, y en el momento de la venganza él te destruirá" (5,6-9).

De entre los hijos de los hombres, Dios escogió para sí una nación especial, Israel, en medio de la cual Él quiere que resida la sabiduría (24,13-16), y a favor de la cual el hijo de Sirá ofrece una oración ferviente, repleta de conmovedores recuerdos de las misericordias de Dios a los patriarcas y los profetas de la antigüedad, y con deseos ardientes por el reencuentro y la exaltación del pueblo elegido (46,1-19). Es bastante claro que el patriota judío que extendió esta petición a Dios para la futura paz y prosperidad nacional, y que, además, esperaba con confianza que el regreso de Elías contribuiría a la gloriosa restauración de todo Israel (cf. 48,10), esperaba con interés la introducción de los tiempos mesiánicos. Sigue siendo cierto, sin embargo, que de cualquier modo que se explique su silencio, él no habla en ningún lugar de un interposición especial de Dios a favor del pueblo judío, o de la futura venida de un Mesías personal. Él alude manifiestamente al relato de la caída, cuando dice: "De la mujer vino el comienzo del pecado, y por ella morimos todos" (25,24), y al parecer conecta con esta desviación inicial de la justicia las miserias y pasiones que pesan tan fuertemente en "los hijos de Adán" (40,1-11).

Él dice muy poco respecto a la próxima vida. Las recompensas terrenales ocupan el lugar más prominente, o quizás el único lugar, en la mente del autor, como una sanción para las acciones presentes buenas o malas (14,22 – 15,6; 16,1-14), ); pero esto no le parecerá extraño a cualquiera que esté familiarizado con las limitaciones de la escatología judía en las partes más antiguas del Antiguo Testamento. Él describe la muerte a la luz de una recompensa o un castigo, sólo en la medida en que ya sea ya una muerte tranquila para el justo o una liberación final de los males terrenales (41,]].4), o, por el contrario, un horrible final que ataca por sorpresa al pecador cuando menos lo espera (9,16.17). En cuanto al bajo mundo o Seol, le aparece al escritor nada más que un lugar triste donde los muertos no alaban a Dios (17,26.27).

La idea central, dogmática y moral del libro es la sabiduría, la cual Ben Sirá describe bajo varios aspectos importantes. Cuando habla de ella en relación con Dios, él casi siempre la inviste con atributos personales. Es eterna (1,1), inescrutable (1,6.7) y universal (24,6 ss.). Es el poder creativo y formativo del mundo (24,3 ss.), aunque en sí misma es creada (1,9; también en griego: 24,9), y en ningún lugar del texto hebreo se la trata como una persona divina existente distinta. En relación con el hombre, la sabiduría se representa como una cualidad que viene del Todopoderoso y trabaja más excelentes efectos en aquellos que le aman (1,10-13). Se la identifica con el "temor de Dios" (1,16), que debe, por supuesto, prevalecer de manera especial en Israel, y promover entre los hebreos el perfecto cumplimiento de la ley mosaica, que el autor del Eclesiástico considera como la viva encarnación de la sabiduría de Dios (14,11-20.32.33). Es un tesoro de valor incalculable, a cuya adquisición hay que dedicar todos los esfuerzos, y en cuya impartición a los demás nunca se debe escatimar (6,18-20; 20,32.33). Es una disposición del corazón que impulsa al hombre a practicar las virtudes de la fe, la esperanza y el amor de Dios (2,8-10), de confianza y sumisión, etc. (2,18-23; 10,23-27; etc.); que también le asegura la felicidad y gloria en esta vida (34,14-20; 33,37-38, etc.). Es un estado de ánimo que impide que el ejercicio de la ley ritual, especialmente la ofrenda de sacrificios, se convierta en un cumplimiento sin corazón con meras observancias externas, y hace que el hombre coloque internamente la justicia por encima de la ofrenda de ricos dones a Dios (35). Como puede verse fácilmente, el autor del Eclesiástico inculcó en todo esto una enseñanza muy superior a la de los fariseos de una fecha algo posterior, y en ningún caso inferior a la de los profetas y de los otros escritores protocanónicos antes que él.

Altamente loables, también, son los numerosos dichos concisos que el hijo de Sirá da para evitar el pecado, en el que se puede decir consiste la parte negativa de la sabiduría práctica. Sus máximas contra el orgullo (3,30; 6,2-4; 10,14-30; etc.), codicia (4,36; 5,1; 11,18-21), envidia (30,22-27; 36,22) impureza (9,1-13; 19,1-3; etc.) ira (18,1-14; 10,6), intemperancia (37,30-34), pereza (7,16; 22,1.2), los pecados de la lengua (4,30; 7,13.14; 11,2-3; ,36-40; 5,16.17; 28,15-27; etc.), malas compañías (11,31-36, 22,14-18; etc.), muestran una estrecha observación de la naturaleza humana, estigmatiza el vicio de forma enérgica, y a veces señalan el remedio contra la destemplanza espiritual. De hecho, es probable que no menos debido al éxito que Ben Sïrá alcanzó en señalar el vicio que por lo que él obtuvo en inculcar directamente la virtud, que su trabajo se utilizó tan gustosamente en los primeros días del cristianismo para la lectura pública en la Iglesia, y lleva, hasta nuestros días, el título preeminente de "Eclesiástico".


Junto con estas máximas, que casi todas tienen que ver con lo que puede llamarse la moral individual, el Libro del Eclesiástico contiene valiosas lecciones en relación con las diferentes clases que componen la sociedad humana. La base natural de la sociedad es la familia, y el hijo de Sirá suministra una serie de fragmentos de consejo especialmente apropiados para los círculos domésticos según constituidos en ese entonces. Él desea que el hombre que desee convertirse en jefe de una familia al elegir a su esposa se deje llevar por su valor moral (36,23-25; 40,19-23). Describe en repetidas ocasiones las preciosas ventajas derivadas de la posesión de una buena esposa, y las contrasta con la miseria que supone la elección de una esposa indigna (26,1-24; 25,17-36). Al hombre, como la cabeza de la familia, lo representa, de hecho, como investido con más poder que el que se le otorgaría entre nosotros, pero no descuida señalar sus numerosas responsabilidades para con sus subordinados: hacia sus hijos, especialmente su hija, cuyo bienestar estaría más particularmente tentado a descuidar (7,24-25), hacia sus esclavos, respecto a los cuales escribe: “Al criado prudente ama como a tu alma” (7,21; 33,31), sin que ello signifique, sin embargo, el fomentar la vagancia u otros vicios en los sirvientes (33,25-30). A menudo se insiste bellamente en los deberes de los hijos hacia sus padres (7,27-28 etc.).

El hijo de Sirá dedica una variedad de dichos a la elección y el valor de un verdadero amigo (6,5-17; 9,14.15; 12,8.9), al cuidado con que tal persona debe ser conservada (22,25-32), y también a la falta de valor y los peligros de la amiga infiel (27,1-6, 17-24; 33,6). El autor no tiene nada en contra de aquellos en el poder, sino, por el contrario, considera que es una expresión de la voluntad de Dios que algunos estén en estados de vida exaltados, y otros, en estados humildes (33,7-15). Concibe a las diversas clases de la sociedad, pobres y ricos, sabios e ignorantes, como capaces de ser dotados de sabiduría (37,21-29). Desea que un príncipe tenga en mente que está en la mano de Dios, y debe justicia igual para todos, ricos y pobres (5,18; 10,1-13). Él insta a los ricos a dar limosnas y visitar a los pobres y los afligidos (4,1-11; 7,38.39; 12,1-7; etc.), pues la limosna es un medio para obtener el perdón de los pecados (3,33.34; 7,10.36), mientras que la dureza de corazón es dañina en todos los sentidos (34,25-29). Por otro lado, instruye a las clases más bajas, como podríamos llamarlas, a mostrarse sumisos a los que están en mayor condición y a tener paciencia con aquellos a los que no pueden resistir segura y directamente (8,1.13; 9,18-21; 13,1-8). Tampoco es el autor del Eclesiástico algo así como un misántropo que se pondría resueltamente contra los placeres legítimos y las costumbres recibidas de la vida social (31,12-42; 32,1 ss.); mientras que dirige severas pero justas reprensiones contra los parásitos (29,28-35; 40,29-32). Por último, tiene dichos favorables sobre el médico (28,1-15), y sobre los muertos (7,37; 38,16-24); y fuertes palabras de advertencia contra los peligros en que se incurre en la búsqueda de los negocios (26,28; 27,1-4; 8,15.16).

Bibliografía

Los autores católicos están marcados con un asterisco (*). Comentarios: CALMET* (Venecia, 1751): FRITZSCHE, (Leipzig, 1859); BISSELL (Nueva York, 1880); LESETRE* (París, 1880); EDERSHEIM (Londres, 1888); ZOCKLER, (Munich, 1891); RYSSEL (Tübinga, 1900-1901); KNABENBAUER* (París, 1902). Introducciones al Antiguo Testamento: RAULT* (París, 1882); VIGOUROUX* (París, 1886); CORNELY* (París, 1886); TRONCHON-LESETRE* (París, 1890); KONIG (Bonn, 1893); CORNILL, (Friburgo, 1899); GIGOT* (Nueva York, 1906) Monografías sobre Versiones Antiguas: PETERS* (Friburgo, 1898); HERKENNE* (Leipzig, 1899). Literatura sobre Fragmentos Hebreos: TOUZARD* (París, 1901); KNABENBAUER* (París, 1902).

Fuente: Gigot, Francis. "Ecclesiasticus." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909. 2 Oct. 2015 <http://www.newadvent.org/cathen/05263a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina