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Sábado, 21 de diciembre de 2024

Visiones

De Enciclopedia Católica

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Este artículo tratará, no con las visiones naturales, sino con las sobrenaturales, es decir, visiones debidas a la intervención directa de un poder superior al hombre. El cardenal Bona (De discret. Spir., XV, n. 2) distingue entre visiones y apariciones. Hay una “aparición” cuando no sabemos si la figura que vemos se relaciona con un ser real; una “visión” cuando la relacionamos con un ser real. Al igual que la mayoría de los místicos consideraremos estos términos como sinónimos.

Tres tipos de visiones

Desde San Agustín (De gen. ad litt., 1. XII, VII, n. 16) los escritores místicos han concurrido en dividir las visiones en corpóreas, imaginativas e intelectuales.

Visiones corpóreas

La visión corpórea es una manifestación sobrenatural de un objeto a los ojos del cuerpo. Puede realizarse de dos maneras: o bien una figura realmente presente golpea la retina y allí determina el fenómeno físico de la visión, o un agente superior al hombre modifica directamente el órgano de la vista y produce en el compuesto una sensación equivalente a la producida por un objeto externo. Según las autoridades la primera es la forma habitual; corresponde a la creencia invencible del vidente, por ejemplo, Bernardita en Lourdes; implica un mínimo de intervención milagrosa si la visión es prolongada o si es común a varias personas. Pero la presencia de una figura externa puede entenderse de dos maneras. A veces se presentará la propia substancia del ser o la persona; otras veces será simplemente una apariencia consistente en una cierta disposición de los rayos luminosos. Lo primero puede ser cierto para personas vivas e incluso, parecería, de los nuevos cuerpos gloriosos de Cristo y María, los cuales por el eminentemente probable fenómeno de bilocación pueden hacerse presentes al hombre sin dejar su morada de gloria. La segunda se realiza en la aparición corpórea de los muertos no resucitados o de los espíritus puros.

Visiones imaginativas

La visión imaginativa es la representación sensible de un objeto sólo por la acción de la imaginación, sin la ayuda del órgano de la vista. A veces el sujeto es consciente de que el objeto existe sólo en su imaginación, que es una imagen puramente reproducida o compuesta. A veces la proyecta invenciblemente afuera, lo cual es el caso de la alucinación sobrenatural. En la visión imaginativa natural la imaginación es movida a la acción únicamente por un agente natural, la voluntad del sujeto, una fuerza interna o externa; pero en la visión imaginativa sobrenatural un agente superior al hombre actúa directamente ya sea en la imaginación misma o en ciertas fuerzas calculadas para estimular la imaginación. La señal de que estas imágenes vienen de Dios se encuentra, aparte de su viveza particular, en las luces y gracias de santidad sincera que las acompañan, y en el hecho de que el sujeto es incapaz de definir o fijar los elementos de la visión. Estos esfuerzos a menudo resultan en el cese o la limitación de la visión. Las apariciones imaginativas por lo general son de corta duración, ya sea porque el organismo humano es incapaz de soportar por un largo tiempo la violencia que se le hace, o porque las visiones imaginativas pronto dan lugar a las visiones intelectuales. Este tipo de visiones se presentan con mayor frecuencia durante el sueño, como fueron los sueños de Faraón y Nabucodonosor (Génesis 41, Daniel 2). El cardenal Bona da varias razones de conveniencia para esta frecuencia: durante el sueño el alma está menos dividida por la multiplicidad de pensamientos, es más pasiva, más inclinada a aceptar, y menos inclinada a la controversia, en el silencio de los sentidos las imágenes hacen una impresión más vívida.

A menudo es difícil decidir si la visión es corpórea o imaginativa. Sin duda, es corpórea (o extrínseca) si produce efectos externos, tales como las marcas de quemado dejadas en un objeto por el paso del diablo. Es imaginativa si, por ejemplo, la imagen persiste después de que uno ha cerrado los ojos, o si no hay rastros de los efectos externos que debió haber producido, por ejemplo, cuando una bola de fuego aparece sobre la cabeza de una persona sin lastimarla. El momento más propicio para estas visiones es el estado de éxtasis, cuando el ejercicio de los sentidos externos se suspende. Sin embargo, aunque la cuestión se ha debatido entre los místicos, parece que también pueden producirse fuera de ese estado. Esta es la opinión de Álvarez de Paz (De grad. contemp., 1., V, art. III, CII, t. 6) y del Papa Benedicto XIV (De servorum Dei beatif., 1. III, c. I, n. 1).

La visión imaginativa puede ser representativa o simbólica. Es representativa cuando presenta una imagen del mismo objeto que va a dar a conocer. Tal debió ser la aparición a Santa Juana de Arco, a Santa Catalina y a Santa Margarita, si no fue (lo cual es más probable) una visión luminosa. Es simbólica cuando indica el objeto por medio de un signo, tal como la aparición de una escalera a Jacob, la aparición del sol, la luna y las estrellas al patriarca José, como lo fueron también numerosas visiones proféticas.

Visiones intelectuales

Las visiones intelectuales perciben el objeto sin una imagen sensible y las mismas se pueden aceptar aparentemente en el orden natural. Incluso cuando afirmamos con los escolásticos que toda idea se deriva de alguna imagen, no se deduce que la imagen no puede en un momento dado abandonar la idea a sí misma. La visión intelectual es del orden sobrenatural cuando el objeto conocido supera el campo natural de la comprensión, por ejemplo, la esencia del alma, cierta existencia del estado de gracia en el sujeto u otro, la naturaleza íntima de Dios y la Trinidad; cuando se prolonga por un período de tiempo considerable (Santa Teresa dice que puede durar más de un año). Se puede reconocer la intervención de Dios especialmente por sus efectos, luz persistente, amor divino, paz en el alma, inclinación hacia las cosas de Dios, frutos constantes de santidad.

La visión intelectual se lleva a cabo en el entendimiento puro, y no en la facultad de razonar. Si el objeto percibido se encuentra dentro de la esfera de la razón, la visión intelectual del orden sobrenatural se lleva a cabo, según los escolásticos, por medio de las especies adquiridas por el intelecto, pero aplicadas por el mismo Dios o iluminadas especialmente por Dios. Si no está dentro del rango de la razón, se lleva a cabo por la infusión milagrosa en la mente de nuevas especies. Es una pregunta abierta si en las visiones intelectuales de orden superior el entendimiento no percibe las cosas divinas sin la ayuda de las especies. En este tipo de operación que el objeto o el hecho se percibe como verdad y realidad, y esto con la garantía y certeza muy superior a la que acompaña a la visión corpórea más manifiesta. De acuerdo con Santa Teresa "No vemos nada, ya sea interior o exteriormente... pero sin ver nada el alma concibe el objeto y siente de dónde es más claramente que si lo viese, salvo que no se le muestra nada en particular. Es como sentir a alguien cerca de uno en un lugar oscuro "(primera carta a Padre Rodrigo Álvarez).”

Este es el sentido de la presencia, para usar la expresión de los escritores modernos. Y otra vez: "Pocas veces he visto al diablo bajo cualquier forma, pero a menudo se me ha aparecido sin forma, como es el caso en las visiones intelectuales, cuando, como he dicho, el alma percibe claramente presente a alguien, a pesar de que no lo percibe bajo ninguna forma" (Vida, 31).

La visión es a veces clara, a veces borrosa. La primera atestigua de la presencia del objeto sin definir cualquier elemento. "En la fiesta del glorioso San Pedro", escribe Santa Teresa, "estando en oración, vi, o más bien (porque yo no vi nada, ni con los ojos del cuerpo ni con los del alma) sentí a mi Salvador cerca de mí y vi que era Él quien me hablaba" (Vida, 27).

A cierto grado de altura o profundidad, la visión se vuelve indescriptible, inexpresable en el lenguaje humano. San Pablo, arrebatado hasta el tercer cielo, fue instruido en los misterios que no está en el poder del alma relatar (2 Cor. 12,4). Sin embargo, no hay ocasión para acusar a los místicos de agnosticismo. Su agnosticismo, si así puede decirse, es meramente verbal. Lo inefable no es lo incomprensible. Desde Dionisio el Pseudo-Areopagita, los místicos han tenido la costumbre de designar a la profundidad de la realidad Divina con términos negativos. La aceptación de la impotencia del lenguaje humano no les impide decir, como lo hizo San Ignacio, por ejemplo, que lo que han visto de la Trinidad sería suficiente para establecer su fe, aun cuando los Evangelios desapareciesen. Es imposible establecer un paralelo entre el grado de espiritualidad de la visión y el grado del estado místico o la santidad del sujeto. Las visiones imaginativas e incluso las corpóreas pueden continuar en el más avanzado estado de unión, como parece haber sido el caso de Santa Teresa. Sin embargo, las visiones intelectuales del orden sobrenatural, como el misterio de la Trinidad, señalan indiscutiblemente a un muy alto grado de unión mística.

Visiones de demonios

Desde el día en que, en el paraíso terrenal, el enemigo de la raza humana tomó la forma de una serpiente para tentar a nuestros primeros padres, el diablo a menudo se muestra a los hombres en una forma sensible. Son bien conocidas las luchas de San Antonio en el desierto contra los ataques visibles del enemigo (San Atanasio, "Vita S. Antonii", PG XXIV ss.), así como en los tiempos modernos están los ataques visibles del diablo contra San Juan Bautista María Vianney, el cura de Ars (Alfred Monnin, Life). Como dice San Pablo (2 Cor. 11,14), Satanás a menudo se disfraza como ángel de luz para seducir a las almas.

Sulpicio Severo nos ha conservado el relato de un intento de este tipo contra San Martín. Un día el santo vio en su celda, rodeado de una luz deslumbrante, a un joven vestido con una prenda real, con la cabeza rodeada por una diadema. San Martín se quedó sorprendido y en silencio. "Reconoce", le dijo la aparición, "lo que ves. Yo soy Cristo a punto de descender sobre la tierra, pero yo quería antes mostraré a ti". San Martín no contestó. “Martín”, continuó la aparición, “¿por qué vacilas en reconocer lo que ves? Yo soy Cristo.” Luego Martín dijo: “El Señor Jesucristo no dijo que regresaría en vestido de púrpura y con una corona. No reconoceré a mi Salvador a menos que lo vea tal como sufrió, con los estigmas y la cruz.” Entonces el fantasma diabólico se desvaneció, dejando tras de sí un intolerable hedor (De Vita Martini).

Newman ha dado una interpretación de esta visión para su propio período (Martín y Máximo, 206). El mejor modo de juzgar el origen de estas manifestaciones es el dado por San Ignacio, es decir, examinar la serie de incidentes; dará un buen resultado el cuestionarse uno mismo respecto al comienzo, medio y final (Spiritual Exercises: Rules for the Discernment of Spirits, 5ª).

Evocación de los muertos y espiritismo

En 1 Samuel 28 dice que Saúl, cuando fue derrotado por los filisteos, fue donde la bruja de Endor y le pidió que le trajera el espíritu de Samuel, y el espíritu salió de la tirra y le reveló a Saúl que Dios estaba enojado con él porque había perdonado a Amalec. Numerosos cultos paganos practicaban la evocación de los muertos; los magos la practicaban en la Edad Media, y en los tiempos modernos los mediums o espiritistas se han tomado la tarea de comunicarse con las almas de los muertos o con espíritus encarnados (vea espiritismo). La Iglesia Católica en varias ocasiones ha condenado la práctica del magnetismo y el espiritismo, en la medida en que esta prática evoca a los muertos y puede llamar a la acción espíritus malvados. Pero nunca ha declarado que cada operación nos pone en relación real con los espíritus de los muertos o un espíritu malo. Las principales condenas son las del Santo Oficio, 4 de agosto de 1856; 21 de abril de 1841; 30 de marzo de 1898. (Vea también Acta Concil. Baltim., II (Col. Lac., III, 406)


Fuente: Roure, Lucien. "Visions". The Catholic Encyclopedia. Vol. 15, págs. 477-478. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/15477a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina. rc