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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Inmortalidad

De Enciclopedia Católica

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Definición

El término inmortalidad (latín, in, mortalis; alemán Unsterblichkeit) de ordinario denota la doctrina de que el alma humana sobrevivirá a la muerte, y continuará en posesión de una existencia consciente sin final. Junto con la cuestión de la existencia de Dios, forma el tema más trascendental con el que la filosofía tiene que tratar. Pertenece principalmente a la psicología racional o metafísica y a la filosofía de la religión, aunque también entra en contacto con otras ramas de la filosofía y algunas de las ciencias naturales.

La creencia en una vida futura de algún tipo parece haber sido prácticamente universal en todo momento. Aquí y allá, los individuos han rechazado esta creencia, y formas particulares de religión o sistemas de filosofía lógicamente incompatibles con ella han tenido adherentes; aun así, no importa cuán vagos e inconsistentes puedan haber sido los puntos de vista entre los diferentes pueblos en cuanto al carácter de la vida más allá de la tumba, sigue siendo cierto que la persuasión de la realidad de una existencia futura parece haber sido hasta ahora imposible de erradicar en toda la raza humana en su conjunto. La doctrina de la inmortalidad, entendida estricta o adecuadamente, significa la inmortalidad personal, la existencia consciente infinita del alma individual. Esto implica que el ser que sobrevive preservará su identidad personal y estará conectado por la memoria consciente con la vida anterior. A menos que la identidad individual se preserve, una existencia futura tiene relativamente poco interés.

A partir de la doctrina de la inmortalidad así explicada ha habido variaciones diversas. Algunos han sostenido que después de una vida futura de mayor o menor duración el alma en última instancia perecerá. A través de todo Oriente ha sido una tendencia generalizada creer en la metempsicosis o transmigración —que las almas individuales animan sucesivamente diferentes seres humanos, e incluso los cuerpos de animales inferiores. Una forma especial de este punto de vista es la teoría de la metamorfosis, que en una serie de tales reencarnaciones el alma sufre o puede sufrir evolución y la mejora de su condición. El panteísmo, si es lógico, puede ofrecer sólo una inmortalidad impersonal, una condición futura en la que el individuo será absorbido en El Absoluto —el único ser infinito, ya sea consciente o inconsciente. Prácticamente, esto difiere poco de la aniquilación. Para el materialista, el alma o vida consciente es sólo una función del organismo, y necesariamente perece con la muerte. Los positivistas, sin embargo, mientras que adoptan esta conclusión, todavía animan a la humanidad con la esperanza de un lugar en el “coro invisible”, es decir, una existencia futura en las mentes y en los labios de futuras generaciones —una forma no muy substancial de inmortalidad, y una de un carácter muy aristocrático, al estar la franquicia estrechamente limitada.

Historia

EGIPTO: Egipto ofrece en una fecha muy temprana la evidencia más abundante de una creencia sumamente vívida e intensa en una vida futura. Ofrendas de provisiones de todo tipo a los espíritu de los difuntos, ceremonias fúnebres elaborada y la momificación maravillosamente hábil de los cuerpos de los fallecidos, todos atestiguan de la fuerza de las convicciones egipcias de la realidad de la vida futura. (Vea Egipto, especialmente las secciones sobre La Vida Futura y El Libro de los Muertos).

INDIA: La doctrina de la supervivencia personal con una retribución futura por buena y mala conducta se encuentra en las formas más primitivas del brahmanismo. En un período posterior de una escuela filósofos brahmanes desarrolló un sistema de panteísmo vago en el que la absorción en el Ser Infinito era el objetivo final. Aun así, en la práctica la creencia popular siempre ha tendido hacia el politeísmo, mientras que la doctrina de las reencarnaciones sucesivas del alma en diferentes seres humanos o animales permaneció como una expresión constante de la creencia en la supervivencia. Un forma especial de esta creencia es la doctrina del karma —la existencia persistente y la transmisión a través de reencarnaciones de la suma del actos y méritos del individuo. La teoría del nirvana es parecida a la absorción panteísta del panteísmo filosófico, la que constituye un rasgo central en el budismo estricto. Sea cual sea el significado de nirvana para los filósofos y santos del budismo, para la multitud la liberación ideal de trabajo y el dolor es tranquila y relajante, no la muerte o la extinción. (Vea BRAHMANISMO y BUDISMO.)

CHINA: En China el culto a los antepasados es evidencia de la creencia en alguna forma de supervivencia personal que nos remonta a las épocas más primitivas de esa muy antigua y conservadora nación. Los espíritus de los difuntos son a la vez ayudados y propiciados para ayudar a sus descendientes por sacrificios y servicios diversos de filial piedad (vea CONFUCIANISMO).

JAPÓN: Del mismo modo, en Japón, cualquiera que sea la teoría lógica genuina del alma en la religión del sintoísmo, la mente popular encuentra en la gran institución del culto a los ancestros la satisfacción instintiva y la expresión de la creencia en una vida futura, que parece tan profunda y universalmente arraigada en la naturaleza humana.

JUDAÍSMO: A veces se afirma que la historia judía primitiva muestra que la nación hebrea no creía en una vida futura. Es cierto en el Antiguo Testamento se insiste mucho en las recompensas y castigos temporales de Dios, y que la doctrina de una vida futura ocupa una posición menos prominente allí de lo que tal vez deberíamos haber esperado. Aun así, el estudio cuidadoso del Antiguo Testamento revela evidencia incidental e indirecta suficiente para establecer la existencia de esta creencia entre los israelitas en una época temprana (vea Génesis 2,7; Sabiduría 2,22-23; Eclesiastés 12,7; Proverbios 15,24; Isaías 35,10; 51,6; Daniel 12,2, etc.). Sin embargo, habría sido increíble, sobre una base a priori, que el pueblo hebreo no hubiese mantenido esta creencia, teniendo en cuenta su contacto íntimo con los egipcios por un lado y los caldeos por el otro (vea Atzberger, "Die christliche Eschatologie", Friburgo, 1890).

GRECIA: Los griegos parecen haber sido los primeros en intentar un tratamiento filosófico sistemático de la cuestión de la inmortalidad. La creencia en una vida futura está clara en Homero, aunque el carácter de dicha existencia es vago. La concepción de la inmortalidad de Píndaro y de su carácter retributivo es más claro y también más espiritual. Los pitagóricos son vagos y teñidos por el panteísmo oriental, aunque ciertamente enseñaron la doctrina de una vida futura y de la metempsicosis. No tenemos textos definitivos que definan la opinión de Sócrates, pero parece claro que debe haber sido un creyente en la inmortalidad. Sin embargo, fue en manos de su gran discípulo Platón que la doctrina alcanzó su defensa y exposición filosófica más elaborada. Las enseñanzas de Platón sobre el tema aparecen en varios de sus escritos: el “Minos”, "Fedro", "Gorgias", "Timeo" y “La República", pero especialmente en el “Fedón”. Hay muchas variaciones e inconsistencias aparentes, con el uso liberal del mito y la alegoría, en el desarrollo de sus ideas de en estas diferentes obras. Para Platón, el alma es un ser bastante distinto del cuerpo, relacionado con él como el piloto con la nave, el auriga con el carro. El alma racional es el alma correcta del hombre. Es un elemento divino, y esto es lo que es inmortal.

Entre sus argumentos a favor de la inmortalidad están los siguientes:

  • (1) A través del universo los opuestos se generan y suceden entre sí alternadamente. La muerte sigue a la vida y a partir de la muerte la vida se genera de nuevo. El hombre no debe ser una excepción a esta ley general.
  • (2) El alma es una simple substancia, similar en naturaleza a la idea simple e inmutable, y por lo tanto, como esta última, incorruptible.
  • (3) La esencia del alma es vida y auto-movimiento. Al ser un alma sólo en la medida en que participa de la idea de vida, es incapaz de morir.
  • (4) El proceso de aprendizaje es realmente sólo reminiscencia, la memoria del conocimiento de una vida pasada. Por lo tanto, el hombre ha de sobrevivir a la vida presente.
  • (5) La verdad mora en nosotros; el alma está hecha para la verdad, pero la verdad es eterna.
  • (6) El alma está hecha para la virtud, pero el adelanto en la virtud consiste en una liberación progresiva de uno mismo de las pasiones corporales.
  • (7) El alma no es una armonía, sino la lira misma.
  • (8) La destrucción puede efectuarse solamente por un principio antagonista a la propia naturaleza de un ser. El vicio es para el alma el único principio de este tipo, pero el vicio no puede destruir el ser del alma, por lo que el alma es indestructible. De lo contrario el malvado no tendría que esperar ningún castigo futuro.

Por último, presenta en muchas formas el argumento de la justicia retributiva y la necesidad de la existencia futura para una recompensa adecuada del bien y castigo del mal.

Por otro lado, en el sistema filosófico de Aristóteles la cuestión de la inmortalidad ocupa un lugar tan pequeño que es dudoso si él creía en una vida personal futura en absoluto. Enseña claramente que el nous poietikos, el intelecto activo, es indestructible y eterno; pero entonces no es cierto que él no entendía este nous, en un sentido panteísta. Sin embargo, es en su Ética que Aristóteles es más decepcionante sobre este tema. Pues obviamente, la cuestión de la realidad de una vida futura es de primordial importancia en cualquier tratamiento filosófico completo de la moralidad, mientras que Aristóteles en este tratado prácticamente ignora el problema. Su actitud aquí prueba lo mucho que toda la filosofía ética moderna le debe a la revelación cristiana.

La escuela epicúrea nos ofrece la más completa y razonada negación de la inmortalidad entre los filósofos antiguos. De hecho, el más reciente materialismo tiene poca fuerza que añadir a la elaborada exposición de Lucrecio de los argumentos epicúreos (De Natura Rerum, III). Él es bastante cándido al establecer que su objetivo es aliviar a los hombres del miedo a esa vida. La posición de los estoicos es más incierta. Su panteísmo presenta dificultades a la doctrina de la supervivencia, sin embargo, a veces parecen favorecer la creencia. Pero en Grecia y Roma, como en otras partes, cualquiera que haya sido la enseñanza de las escuelas filosóficas, la masa de incluso la humanidad pagana se aferró a una fe y esperanza en una existencia futura, por muy degradada e incoherente que fuese la concepción de su carácter.

CRISTIANISMO: Con el nacimiento de la religión cristiana la doctrina de la inmortalidad tomó una posición bastante nueva en el mundo. Formó la base de todo el esquema de la fe cristiana. Ya no es un principio filosófico dudoso, o una opinión popular nebulosa, ahora es revelada en términos claros y distintos. El dogma de la caída, la concepción cristiana del pecado, la Encarnación del Hijo de Dios, todos los medios de gracia y redención y el valor inestimable de cada alma humana están relacionados en importancia con este artículo del credo. Como parte de la fe cristiana esta doctrina fue uno de los factores principales en el establecimiento de la igualdad del hombre y la liberación del esclavo.

La doctrina recibió su elaboración filosófica completa de Santo Tomás. Al aceptar la teoría de que el alma es de la forma del cuerpo, Aquino todavía insiste que, al poseer las facultades del intelecto y la voluntad, pertenece a un plano de existencia del todo superior al de las otras formas animales. Aunque de la forma del cuerpo, no debe ser concebida como sumergida de acuerdo a todo su ser en el cuerpo. Es decir, no es completa e intrínsecamente dependiente del cuerpo que anima, como form educt ex materiâ. Pues el alma humana es creada e infundida en el cuerpo, y así no hay ninguna imposibilidad intrínseca de su existencia separada del cuerpo. Aun así, como el alma humana alma posee facultades vegetativas y animales, su condición natural es la de la unión con un cuerpo, y durante esta vida las actividades de los poderes espirituales del intelecto y la voluntad presuponen la cooperación de las facultades orgánicas de la imaginación y la sensibilidad. Incluso las operaciones más espirituales del alma son, por tanto, dependientes extrínsecamente del organismo corporal. Las actividades sensoriales y vegetativas del alma debieran necesariamente ser suspendidas cuando el alma se separa del cuerpo, mientras que su vida espiritual consciente debe ser entonces llevada a cabo en alguna forma distinta a la actual. Nuestra experiencia actual no nos permite concebir de manera adecuada cuál es esa forma. Aun así Santo Tomás sostiene que podemos probar el hecho de la vida consciente del alma cuando está separada del cuerpo.

El pensamiento moderno no ha añadido mucho a la filosofía de la inmortalidad. La concepción del alma de Descartes se prestaría a algunos de los argumentos platónicos. En Leibniz la teoría del alma es la principal mónada en la naturaleza humana. Es una substancia simple, espiritual, de una naturaleza activa por sí misma. De esto infiere su indestructibilidad e inmortalidad, pero también cree que su pre-existencia es igualmente deducible. El panteísmo de Espinosa es incompatible con la teoría de la inmortalidad personal. En la filosofía crítica de Kant substancialmente es una mera categoría subjetiva o forma que moldea nuestro modo de pensar. La concepción del alma como una sustancia es ilusoria, y cada intento de establecer la inmortalidad mediante un argumento racional es un mero sofisma. Sin embargo, al igual que la existencia de Dios, la reinstala como un postulado de la razón práctica. Para Humé y los sensualistas en general, para quienes la mente no es más que una serie de estados mentales unidos a cierto cambios cerebrales, obviamente puede haber base metafísica para la doctrina de la inmortalidad, aunque J. Stuart Mill argumenta que su escuela no tiene ninguna dificultad especial en adherirse a la creencia en una serie interminable de tales estados conscientes.

Justificación de la Doctrina de la Inmortalidad

Como ya hemos observado, la inmortalidad del alma humana es uno de los principios más fundamentales de la religión cristiana. En consecuencia, todas las evidencias del carácter divino del cristianismo prueban y confirman la base sobre la que descansa todo el edificio. Los filósofos católicos, sin embargo, con la excepción de Escoto y sus seguidores, en general, han reclamado establecer la validez de la creencia aparte de la revelación. Aun así su tratamiento adecuado presupone, como ya se ha demostrado, algunas de las principales tesis de la teología natural, la ética y la psicología. Es en sí misma la conclusión que corona esta última rama de la filosofía. Aquí sólo se intentará el más breve bosquejo del argumento. Para una discusión más completa el lector podrá consultar cualquier libro de texto católico sobre psicología.

Las siguientes son las principales proposiciones envueltas en la construcción de la doctrina: el alma humana es una substancia o principio sustancial. Es un ser simple, o indivisible, y también espiritual, es decir, intrínsecamente independiente de la materia. Es naturalmente incorruptible. No puede ser aniquilada por ninguna criatura. Dios está obligado a preservar el alma en posesión de su vida consciente, al menos por algún tiempo después de la muerte. Por último, toda la evidencia conduce a la conclusión de que la vida futura ha de continuar para siempre. Por la mente humana, o alma, se denota el principio último dentro de mí mediante el cual siento, pienso y deseo, y por el cual es animado mi cuerpo. Una substancia, en contraste con un accidente, es un ser que subsiste en sí mismo, y que no simplemente es inherente al otro ser como en un sujeto de inherencia. Ahora bien, el sujeto último al cual pertenecen mis estados mentales debe ser una sustancia —incluso si esa sustancia fuese el organismo corporal. Además, la reflexión, la memoria y toda mi experiencia consciente de mi propia identidad personal me aseguran el carácter permanente actual de este principio que es el centro de mi vida mental. Además, la sencillez y el carácter espiritual de muchos de mis actos o estados mentales prueban que el principio al que pertenecen es de una naturaleza simple y espiritual. El carácter de una actividad exhibe la naturaleza del agente. El efecto no transciende a su causa. Pero la observación psicológica cuidadosa y el análisis de muchas de mis operaciones mentales prueban que son de una naturaleza tanto espiritual como simple. Nuestras ideas universales, juicios intelectuales y razonamientos, y especialmente la actividad reflexiva de la conciencia de uno mismo manifiestan su carácter simple, o indivisible, y espiritual. No pueden ser las actividades de un agente corporal o las acciones de una facultad ejercida por o esencialmente dependiente de un ser material.

Una vez más, la psicología demuestra que nuestras voliciones son libres, y que la actividad de la voluntad libre no puede ser ejercida por un agente material, o ser intrínsecamente dependiente de la materia. Si la voluntad fuese así intrínsecamente dependiente de la materia, todos nuestro actos de elección estarían vinculados inexorablemente con y predeterminado por los cambios físicos en el organismo. El alma es, pues, un principio simple, o indivisible, substancial intrínsecamente independiente de la materia. Al no ser compuesta, no está expuesta a perecer por corrupción o por disolución interna ni por la destrucción del principio material con la que está unida, ya que no es intrínsecamente dependiente de este último ser. Si perece del todo, debe ser por simple aniquilación. Pero la aniquilación, como la creación, pertenece sólo a Dios, pues, como se muestra en la teología natural, sólo puede ser efectuada por la retirada de la actividad divina, por la cual todas las criaturas son inmediatamente conservadas en existencia. Dios podría, por supuesto, por un ejercicio de su poder absoluto, reducir el alma a la nada; pero la naturaleza del alma es tal que no puede ser destruida por un ser finito.

Sin embargo, para evidencia positiva de que el alma continuará después de la muerte en la posesión de una vida consciente, debemos apelar a la teleología y a la consideración del carácter del universo en su conjunto. Toda ciencia avanza en la suposición de que el universo es racional, que se rige por la razón, la ley y la uniformidad en todas partes. La filosofía teísta explica, justifica y confirma este postulado al establecer el gobierno del universo por la providencia de un Creador infinitamente sabio y justo. Pero la consideración de ciertas características de la mente humana revela un propósito que se puede realizar sólo si el alma continúa en la posesión de vida consciente después de la muerte. En primer lugar, hay en la mente del hombre, a diferencia de todos los animales inferiores, la capacidad de mirar hacia atrás al pasado indefinido y hacia adelante a un futuro lejano, el impulso de proyectarse en la imaginación más allá de los límites del tiempo y del espacio, a elevarse a la concepción de una duración sin fin. Hay un anhelo cada vez mayor de conocimiento, un ansia de una cada vez más plena posesión de la verdad, que se expande y crece con cada avance de la ciencia. Ahí está el carácter de lo inacabado en nuestra vida y desarrollo mental —el contraste entre las capacidades del intelecto humano y su destino presente, “entre la inmensidad de la perspectiva del hombre y las limitaciones de su horizonte real, entre el esplendor de sus ideales y la insignificancia de sus logros” (Marshall), todos los cuales exigen una futura existencia a menos que la mente humana sea un fracaso ruinoso.

Además, existe el anhelo de la voluntad humana, el deseo insaciable de la felicidad universal en toda la raza. Este no puede ser apaciguado por cualquier alegría temporal. Por último, existe el argumento ético. La razón humana afirma que el cumplimiento del deber es a la vez correcto y razonable en el sentido más amplio, que no puede ser mejor al final para el hombre que viola la ley moral que para aquel que la observa. Pero este sería a menudo el caso si ésta fuese la única vida. Seguramente no sería un universo racional, y estaría en conflicto irreconciliable con la noción del gobierno moral del mundo por un Dios justo e infinito, si el vicio fuese recompensado y la virtud castigada —que el estafador, el asesino, el adúltero y el perseguidor gozasen de los placeres de este mundo hasta el final, mientras que el hombre honesto, la víctima inocente, el casto y el mártir sufriesen toda la vida de injusticia, privaciones y sufrimiento.

Argumento a partir de la creencia universal

Ya hemos trazado a tal extensión la historia de la creencia en una vida futura que aquí sólo es necesario señalar que una convicción universal de este tipo, en oposición a todas las apariencias sensibles, debe tener sus raíces en la naturaleza racional del hombre, y por lo tanto pretende ser aceptada como válida, a menos que estemos dispuestos a sostener que la naturaleza racional del hombre inevitablemente lo lleva a un profundo error en un asunto de importancia fundamental para su vida moral.

Evidencia a partir del espiritismo

Durante el último cuarto del siglo XIX se dedicó considerable esfuerzo a la investigación de lo que se llama "evidencia experimental" de otra vida. Esto, se supone, es especialmente adecuado al Zeitgeist (espíritu de la época) actual. La Sociedad para la Investigación Psíquica, fundada en 1882, ha publicado una veintena de volúmenes de "Procedimientos", y una docena de volúmenes de un "Diario", en los que se acumula una gran cantidad de evidencias respecto a fenómenos extraordinarios relacionados con la lectura del pensamiento, la clarividencia, la telepatía, el trance hipnótico, la escritura automática, las apariciones, los fantasmas, el espiritismo y similares. También, a comienzos del siglo XX aparecieron varias obras de investigadores individuales, que seleccionaron el material de los “Procedimientos” de la Sociedad o de otra parte, y que presentaron estos fenómenos como prueba científica, o más bien como evidencia garantizada por el método científico, a favor de la hipótesis de otra vida.

La principal evidencia enfatizada en la mayoría de las obras recientes (1912) es las supuestas comunicaciones de cierto médiums con las almas de personas particulares fallecidas. Se supone que estos médiums están dotados con alguna facultad superior a lo normal por la que se ponen en relación con los espíritus de los difuntos. Se alega que reciben a veces información de estas almas incorpóreas que le revelan al investigador. Afirman que este conocimiento es a menudo de una clase que el médium no puede haber obtenido por ningún medio reconocido, y por lo tanto establece la identidad personal del espíritu comunicador. En algunos casos el espíritu provee mucha información sobre su condición presente —la cual, es, sin embargo, invariablemente, de un carácter muy hogareño.

Entre los motivos de objeción contra esta línea de argumentación se pueden presentar: el número total de médiums que dan evidencia de experiencias notables es relativamente pequeño. Muchos han demostrado ser impostores. Son extremadamente pocos aquellos cuyos testimonios han sido probados y autenticados. Esto lo demuestra la prominencia de uno o dos reconocidos médiums en toda la literatura reciente (1910). Estas comunicaciones de los “difuntos”, obtenidas incluso por los médiums más exitosos en sus experimentos más afortunados, son muy imperfectas y de carácter incoherente, mientras que la calidad de la información recibida es ridículamente trivial, sugerente del grado de inteligencia que estamos acostumbrados a encerrar en asilos para idiotas (Royce). Además, las supuestas comunicaciones del espíritu descarnado por medio del médium, ya sea de naturaleza singular o privada, nunca puede probar la identidad personal del espíritu con ningún ser humano muerto en particular. Sólo puede probar que el "control" del médium es ejercido por una inteligencia otra que humana; y no hay ningún tipo de evidencia que pruebe la veracidad de dicha inteligencia.

Desde la época de Cristo la Iglesia siempre ha creído en la realidad de la [[obsesión] ocasional por espíritus malignos. Por último, la facultad del médium, si fuese el ejercicio de poder de comunicación genuino con las almas que salieron de esta vida, debe, según la teología católica, efectuarse mediante el uso no de una aptitud personal simplemente supernormal, sino por un agente preternatural. Es la enseñanza de la Iglesia que el resultado final de invocar la intervención de tal agencia en asuntos humanos no será un bien, sino un mal moral serio. No parece muy sólidamente fundada la opinión de que la fe en la vida eterna, revelada por Cristo y garantizada por la milagrosa historia de la religión cristiana, una vez perdida puede ser restaurada por la instrumentalidad de experiencias como las de Moisés Staunton o la señora Pipar (Vea POSESIÓN DEMONÍACA y ESPIRITISMO).


Bibliografía: SANTO TOMÁS, Con. Gent., II, LXXIX, LXXXI; Summa Theol., I, QQ. LXXVI. XC; PLATÓN, Ph do; FELL, Immortality of the Human Soul, tr. (San Luis y Londres, 1906); MAHER, Psychology (6ta ed., Nueva York y Londres, 1905); MARTINEAU, A Study of Religion (2 vols., 2da ed., Oxford, 1889); ALGER, The Destiny of the Soul. A Critical History of the Doctrine of a Future Life (14va ed., Nueva York, 1889) contiene una valiosa bibliografía sobre el tema, pero la presentación que hace el escritor de las doctrinas católicas es a menudo grotesca; ELBÉ, Future Life in the Light of Ancient Wisdom and Modern Science, tr. (Nueva York y Londres, 1907); The Ingersoll Lectures by William James, Royce, Fiske, Osler (Nueva York y Boston, 1896-1904) son útiles sobre algunos puntos particulares; ROHDE, Psyche. Seelenkult u. Unsterblichkeitsglaube der Griechen (2 vols., 3ra ed., Friburgo, 1903); KNEIB, Der Beweis für die Unsterblichkeit der Seele (Freiburg, 1903); KNABENBAUER, Das Zeugnis für die Unsterblichkeit (Freiburg, 1878); PIAT, Destinée de l'homme (París, 1898); JANET AND SÉAILLES, History of the Problems of Philosophy, tr. (Londres, 1902).

La literatura sobre lo que pretende ser la evidencia del espiritualismo ha aumentado rápidamente en los últimos años (a 1912). Vea HYSLOP, Science and a Future Life (Nueva York y Londres, 1906); DELANNE, Evidence for a Future Life, tr. (Londres, 1909); LODGE, Survival of Man (Londres, 1909); MYERS, Human Personality and its Survival of the Bodily State (Londres, 1902-3); IDEM, Science and a Future Life (Nueva York y Londres, 1898); TWEEDALE, Man's Survival after Death (Londres, 1909).

Fuente: Maher, Michael. "Immortality." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7, pp. 687-690. New York: Robert Appleton Company, 1910. 27 Sept. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/07687a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.