Coronación
De Enciclopedia Católica
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Los Emperadores en Constantinopla
Coronación: Se ha dicho bien que "un rito de coronación es idealmente el proceso de creación del monarca, aunque con el tiempo, mediante un cambio en la teoría de la sucesión, pueda llegar a ser más bien la ratificación de un hecho consumado que los medios de su realización "(Brightman, Byzantine Coronations, 359). A la luz de esta muy verdadera observación, será necesario rastrear las ceremonias de coronación hasta una época anterior a la introducción de cualquier ritual eclesiástico. Hasta el reinado de Constantino, se puede decir que no hubo la coronación propiamente dicha, pues fue él quien primero que le dio prominencia a la diadema real. Sin embargo, merecen atención ciertas características sobre la accesión de los emperadores en este período temprano.
En primer lugar, al menos teóricamente, el emperador era electo. Normalmente el senado votaba y el pueblo, o más comúnmente el ejército, aclamaba y ratificaba así la elección. Sin duda, a menudo se anticipaba este procedimiento y se aseguraba el resultado antes de que se realizaran las formas. Pero no se prescindió de las formas, e incluso cuando el senado o el ejército habían ejercido una influencia decisiva, el pueblo se reunía y aclamaba en comicios más o menos formales. Sin embargo, a pesar del principio de elección, el emperador a menudo podía ejercer una voz predominante en la elección de su sucesor o de su colega, como también podía nombrar “Augusta” a su esposa. En este período, las insignias imperiales más distintivas eran "la púrpura", es decir, el paludamentum (o clámide) del general en el campo, emblemática de la autoridad militar suprema, pues el emperador era el único imperator; y en segundo lugar, la corona de laurel. La vestimenta más o menos violenta del nuevo emperador en el paludamentum constituía a menudo de una especie de investidura. Por su parte, la promesa de generosidad a los soldados, y en ocasiones al pueblo, se convirtió en el equivalente a una aceptación formal de la elección.
Se produjo un nuevo orden de cosas cuando Constantino asumió la diadema (véase Sickel, en Byzantinische Zeitschrift, VII, 513-534), la cual usó habitualmente durante su vida (caput exornans perpetuo diademate, dice Aurelio Víctor, Ep. LX) y después de su muerte adornó su cadáver. De esta manera, la diadema se convirtió en el símbolo principal de la soberanía, pero al principio sin ninguna prescripción de las formas según las cuales debía conferirse. Cuando sus tropas proclamaron emperador a Juliano (360), lo elevaron de pie sobre un escudo, una ceremonia que parecían haber aprendido de los reclutas alemanes en sus filas, y luego un abanderado se quitó la torques, o collar de oro, que usaba y se lo puso sobre la cabeza de Juliano. No parece haber ocurrido ninguna otra coronación, pero poco después encontramos al emperador en Vienne con una hermosa diadema con joyas.
En el caso de Valentiniano I (364) y su hijo Graciano (367) tenemos igualmente mención de una corona asumida en medio de profusas aclamaciones del ejército reunido. En cada caso, también, el soberano recién elegido pronunciaba un discurso y prometía generosidad a las tropas, que Juliano fijó en cinco piezas de oro y una libra de plata para cada hombre. Por más informales que parezcan haber sido los procedimientos en todos estos casos, la mayoría de los elementos mencionados ocuparon un lugar permanente en la ceremonia de coronación que finalmente se desarrolló.
Incluso la práctica teutónica de izar un escudo (ver Tácito, Ann., XV, 29), aunque rara vez se menciona explícitamente, probablemente se mantuvo durante un tiempo considerable, pues ciertamente se observó en la elección de Anastasio (491) y Justino II ( 565); y la miniatura de la elección de David en un salterio del siglo X en París, en la que se lo representa de pie sobre un escudo sostenido por hombres jóvenes mientras otro le pone una diadema en la cabeza, implica que esta ceremonia era generalmente familiar en una fecha posterior. Aunque la torques militar también se mantuvo a menudo después de la analogía de la elección de Juliano, la diadema fue y continuó siendo el símbolo del poder supremo, y junto con ella, desde la época de Constantino en adelante, fue la ceremonia de "adoración" del monarca mediante la postración.
El siguiente cambio trascendental parece haber sido la introducción por el patriarca de Constantinopla de colocar la diadema sobre la cabeza del soberano elegido. Se discute la fecha en la que esto tuvo lugar por primera vez, pues no podemos ignorar por completo el supuesto sueño de Teodosio I, quien se vio coronado por un obispo (Teodoreto, Church History VI.6), pero Sickel (loc. cit., p. 517; cf. Gibbon, ch. XXXVI) afirma que el patriarca Anatolio en 450 coronó a Marciano y con ese acto originó una ceremonia que se volvió de la mayor importancia posible en la concepción posterior de la realeza.
Al principio, parece que no hubo idea de dar carácter religioso a esta investidura; y la elección del patriarca posiblemente se debió simplemente al deseo de evitar los celos y evitar ofender a los más poderosos pretendientes al honor. Pero ya en 473, cuando León II fue coronado en vida de su abuelo, encontramos al patriarca Acacio no solo figurando en la ceremonia sino recitando una oración antes de la imposición de la diadema. Si fue el abuelo de León y no Acacio quien realmente la impuso, eso es solo debido a la regla aceptada de que solo el emperador reinante en su vida es la fuente del honor cada vez que decida entregar cualquier parte de su autoridad a un colega o consorte. Luego de la primera intervención del patriarca, se desarrolla rápidamente el elemento eclesiástico en el ceremonial de coronación.
En la elección de Anastasio (491), el patriarca estaba presente en la asamblea del senado y los notables cuando hicieron su elección formal, y se expuso en el medio el libro de los Santos Evangelios (Const. Porph., De Cær., I , 92). La coronación no tuvo lugar en un edificio sagrado, sino que el emperador hizo un juramento de gobernar con justicia, y el patriarca le exige otro juramento por escrito de que mantendrá la fe íntegra y no introducirá ninguna novedad en la Iglesia. Luego, después de que el emperador se hubo puesto una parte de las insignias, el patriarca hizo una oración, y se dijo el "Kyrie Eleison" (posiblemente una ektene o letanía), y se colocó sobre el soberano la clámide imperial y la corona enjoyada. También las aclamaciones que acompañaron y siguieron al discurso del emperador con sus promesas de generosidad habitual, fueron de carácter marcadamente religioso; por ejemplo, "¡Dios preservará a un emperador cristiano! ¡Estas son oraciones comunes! ¡Estas son las oraciones del mundo! ¡Señor, ayuda a los piadosos! ¡Santo Señor, eleva tu mundo! ... ¡Dios esté contigo!" Además, al concluir la ceremonia, el emperador se dirigió directamente a Santa Sofía, se quitó la corona y la ofreció en el altar.
El primer emperador en ser coronado en una iglesia fue Focas en 602, y aunque nuestros registros del procedimiento son algo defectuosos, sin duda se puede sentir que a partir de ese momento toda la ceremonia asumió un carácter formal y religioso. El rito aparece en el "Euchologium", el manuscrito más antiguo existente que data aproximadamente del 795. Se vestía parcialmente con la insignia en el metatorium antes del comienzo de la ceremonia, pero el rito se centraba en el otorgamiento de la clámide y la corona. Antes de que se impusiese cada uno de estos, el patriarca leía en silencio una oración impresionante, muy análoga en espíritu a lo que encontramos en los órdenes occidentales en una fecha posterior. Por ejemplo, la oración sobre la clámide comienza así:
- ¡Oh, Señor, Dios nuestro, Rey de reyes y Señor de señores, que a través del profeta Samuel
- escogiste a David, tu siervo, para ser rey de tu pueblo Israel; ahora oye también la súplica
- de nosotros indignos y he aquí desde tu morada a tu fiel siervo N., a quien te has complacido
- en poner como rey sobre tu santa nación, que compraste con la Preciosa Sangre de tu Hijo
- unigénito: dígnate ungirlo con el óleo de la alegría, invístelo con poder de lo alto,
- pon sobre su cabeza una corona de oro puro, concédele larga vida", etc.
Después de la coronación, el pueblo clamaba:" Santo, santo, santo" y repite tres veces "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz”. Entonces se le daba la Sagrada Comunión al emperador de la Sacramento reservado, o quizás incluso se celebraba la Misa del Presantificado; tras lo cual se bajan y elevan de nuevo todos los estandartes y alabardas, y los senadores y el clero se postraban en “adoración”.
Uno no puede evitar sospechar que la elección de este momento en particular, cuando el emperador acababa de recibir la Sagrada Hostia, para el acto de adoración puede haber sido motivada por alguna previsión de posibles objeciones de conciencia acerca de realizar tal adoración meramente a la persona del emperador. El rito de la postración, aunque introducido por Constantino, probablemente no se vio afectado por los recuerdos persistentes de la apoteosis pagana de los césares. Finalmente, después de la adoración venían los laudes (vea ACLAMACIÓN) o acta como se les llamaba en Oriente (la palabra técnica era aktoleogein). Los cantores gritaban “Gloria a Dios en las alturas... Este es el gran día del Señor. Este es el día de la vida de los romanos”, y así sucesivamente para muchos versos el pueblo repetía cada uno una o tres veces. Después de lo cual: “Muchos, muchos, muchos”. R. “Muchos años, para muchos años”. “Larga vida a ti, N. y N. autócratas de los romanos”. R. “Muchos años para ti” y así sucesivamente con mucha repetición.
Finalmente, el emperador sale de la iglesia con su corona y se dirige al metatorium, se sienta en su trono mientras los dignatarios (axiomata) vienen y le rinden homenaje besando sus rodillas. Aunque la oración sobre la clámide le ruega a Dios que lo "unja con el aceite de la alegría", el eucologio primitivo no contiene ninguna mención de ningún rito de unción, y parece bastante cierto que esto no se introdujo en Oriente hasta el siglo XII (Brightman, loc. Cit., 383-386). Incluso cuando se adoptó, la unción se limitó a hacer la Señal de la Cruz con el crisma sobre la cabeza del monarca. La introducción de esta nueva característica parece haber ido acompañada de otros cambios que se encuentran en las coronaciones bizantinas posteriores. La investidura con la clámide púrpura desaparece por completo, pero se conservan dos oraciones o bendiciones distintas, entre las cuales se insertan tanto la unción como la coronación. Finalmente, podemos notar que hasta cierto punto se trata al emperador un eclesiástico, pues una una mandyas, o capa, y desempeña las funciones de un deputatus, que es, o era, el equivalente griego de una de nuestras órdenes menores.
Elementos Visigodos y Celtas
Pasando ahora al rito de inauguración de los primeros reinos en Occidente, los primeros rastros de un orden de coronación parecen encontrarse en España y en Gran Bretaña. Algunos de los concilios españoles hablan copiosa, aunque vagamente, de la elección de los reyes (Migne, PL, LXXXIV, 385, 396, 426), y mientras que en la primera mitad del siglo VII no se menciona la unción sino sólo una profesión de fe y promesa de gobierno justo por parte del rey con el correspondiente juramento de fidelidad por parte de sus súbditos, hacia fines del mismo siglo tenemos la más clara evidencia de que los reyes visigodos en su accesión eran ungidos solemnemente por el obispo de Toledo. Cuando en 672 se vertió el aceite sobre la cabeza del rey Wamba arrodillado, surgió una nube de vapor (evaporatio quædam fumo similis in modum columnæ, Julian, Historia, c. IV; Migne, PL, XCVI, 766) que fue considerada por aquellos presente como un portento sobrenatural. Por lo demás, sabemos poco de este antiguo rito de coronación español más allá del hecho de que se trataba de una ceremonia religiosa y de que el rey asumía ciertas obligaciones para con su pueblo. Es principalmente interesante porque proporciona los primeros ejemplos conocidos de la unción. Ahora parece imposible decidir si esta ceremonia fue instituida por los obispos españoles en imitación de lo que leyeron en el Antiguo Testamento acerca de la unción de Saúl, David y Salomón (1 Sam. 10 y 16; 1 Reyes 1) o si ellos mismos la derivaron de alguna tradición cristiana primitiva.
En vista de lo que se ha escrito últimamente sobre las estrechas relaciones litúrgicas entre España e Inglaterra, a través de canales celtas, es decir, probablemente irlandeses (vea Bishop in Journ. Of Theol. Stud., VIII, 278), es natural pasar de España hasta las primeras coronaciones en las Islas Británicas. No se puede ignorar la afirmación de Gildas (¿c. 530?) cuando, al hablar de la desolación y la corrupción de los modales en Gran Bretaña, dice: "ungebantur reges non per Deum, sed qui ceteris crudeliores exstarent, et paulo post ab unctoribus non pro veri examine trucidabantur, aliis electis trucioribus" (De Excidio, cap. XXI; Mommsen, 37). Además, en su comentario sobre el Primer Libro de los Reyes (10,1) San Gregorio Magno ciertamente parece hablar como si el rito de la unción de los reyes se practicara en su tiempo (Migne, P.L., LXXIX, 278). "Ungatur caput regis", dice, "quia espirituali gratiâ mens est replenda doctoris". Puede ser concebible que estos pasajes sean solo metafóricos, pero al menos muestran una familiaridad con la concepción que en cualquier momento podría encontrar expresión en la práctica real.
Al mismo tiempo, no existe ningún registro del uso de la unción en las primeras coronaciones escocesas. Reuniendo tradiciones dispersas, el Marqués de Bute da la siguiente ceremonia como representativa con toda probabilidad del rito de "ordenación" de un rey celta, dice el Señor de las Islas, en los siglos VII y VIII. Se reunían las principales personas de la nación incluyendo, si es posible, siete sacerdotes. Se elegía al nuevo gobernante a menos que ya se hubiese elegido un tanist (un lugarteniente con derecho de sucesión). El rey se vestía de blanco y se celebraba la Misa hasta el Evangelio, tras lo cual el rey colocaba su pie derecho sobre la huella de Fergus Mor Mac Erca, cuya impresión estaba cortada en piedra; allí prestaba juramento de conservar todas las antiguas costumbres del país y de dejar la sucesión al tanist. La espada de su padre o alguna otra se colocaba en una de sus manos y una vara blanca en la otra, con las oportunas exhortaciones. Luego de esto un bardo o heraldo recitaba su genealogía. Al volver a entrar a la iglesia, si era posible, se recitaban sobre él siete oraciones, según el número de sacerdotes; al menos una de estas oraciones se llamaba la bendición, durante la cual el oferente ponía la mano sobre la cabeza del rey. Entonces se terminaba la Misa y probablemente el rey comulgaba. Al final él daba un banquete y distribuía regalos (Bute, Scottish Coronations, 34). Se notará que aquí, como en el ritual español anterior, no se menciona una corona o diadema, y aunque aparentemente falta la unción, que es un rasgo tan prominente en la ceremonia española, nuestra información es demasiado fragmentaria para permitirnos hablar con confianza, más especialmente en vista de la expresión casual de Gildas.
Órdenes de Coronación Ingleses
De todos los ceremoniales detallados para la investidura de un monarca, el más antiguo que se ha conservado en forma completa es uno de origen inglés. Se le conoce como el Orden Egbertino, porque el manuscrito más conocido en el que aparece es un códice anglosajón que profesa ser una copia del Pontifical del arzobispo Egberto de York (732-766). En tal caso, no podemos tener certeza contra la posibilidad de interpolaciones posteriores, pues el Pontifical de Egberto, ahora en París (Manuscrito Latino 10, 575), es solo del siglo X, pero el carácter del orden mismo de la coronación es bastante consistente con una fecha temprana. Además, el mismo ritual aparece en otros manuscritos tempranos, y fragmentos de él aparecen incluidos en órdenes continentales como el de la coronación de la reina Judith (856).
Casi todo en el Orden Egbertino es de interés y lo analizaremos con bastante detenimiento. En el encabezado se encuentra el título: Missa pro regibus in die benedictionis ejus (sic). Al ser, como dice el título, una Misa, comienza con un introito “apropiado”, colecta, lectura del Levítico (26,6-9), gradual y el Evangelio (Mt. 22,15 ss). Entonces ocurre la rúbrica: “la bendición sobre un rey recién electo”, tras la cual siguen tres oraciones de extensión moderada que comienzan respectivamente con: "Te invocamus, Domine sancte", etc.; "Deus qui populis tuis", etc.; and "In diebus ejus oriatur omnibus æquitas", etc. La segunda de estas oraciones, que todavía permanece prácticamente sin cambios en el orden de coronación usado en la accesión del rey Eduardo VII, se puede citar aquí como ejemplo:
- ¡Oh, Dios, que provees para tu pueblo con tu poder y los gobiernas con amor; concede
- a este tu siervo, el rey Eduardo, el espíritu de sabiduría y gobierno, que consagrado
- a ti con todo su corazón, pueda gobernar sabiamente este reino, que en este tiempo
- tu Iglesia y tu pueblo puedan continuar en seguridad y prosperidad, y que, perseverando
- en las buenas obras hasta el final, pueda por tu misericordia llegar a tu Reino eterno,
- por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén"
Vale la pena señalar que no tenemos ninguna razón para creer que esta oración u otras que aparecen en el Orden Egbertino sea necesariamente de origen inglés. Por el contrario, parece haber sido adaptada de una para el Papa que aparece en el Sacramentario Gregoriano que comienza: Deus qui populis tuis indulgentiâ consulis, y una forma intermedia se usó en la coronación de Carlos el Calvo como rey de Lotaringia en 869. Después de las tres oraciones encontramos la rúbrica: “"Aquí derramará aceite sobre su cabeza con un cuerno, con la antífona: Unxerunt Salomonem, etc., y el Salmo Domine in virtute tuâ, etc. [Sal. 21(20)]. Que uno de los obispos diga la oración mientras los demás lo ungen".
La oración a la que se hace referencia es el Deus electorum fortitudo, algunas de cuyas frases aún permanecen en la oración que ahora se dice inmediatamente antes de la unción. El mismo Deus electorum fortitudo se encuentra en el orden de coronación de la reina Judith, que fue ungida reina por Hincmar, obispo de Reims, en 856. Contiene alusiones a la rama de olivo traída por la paloma al arca y a la unción de Aarón y de los reyes de Israel, y así muestra que fue originalmente diseñada para algún propósito tal como una oración de unción. Luego sigue otra rúbrica: "Aquí todos los obispos con los magnates (principibus) ponen el cetro en su mano". Sin embargo, algunos de los textos omiten esta última rúbrica y escribe simplemente Benediction; y para decir la verdad, las frases cortas que siguen son muy de la naturaleza de aclamaciones de bendición, como ya hemos citado de algunas de los órdenes bizantinos, aunque son de forma un poco más larga y ciertamente no podrían haber sido repetidas en latín por la población anglosajona o incluso los magnates.
La participación del pueblo en esta función probablemente se indicaba por un simple ”Amén” que sigue a cada cláusula. Hay dieciséis de estas breves cláusulas y luego la rúbrica anuncia: "Aquí se pone un bastón en su mano", tras lo cual se dice otra oración de duración moderada a la que seguía una oración de bendición, de lenguaje vago y un tanto extravagante, precedida de la rúbrica: "Aquí que todos los obispos tomen el casco y se lo pongan en la cabeza". La coronación simultánea por varias manos es un rasgo bastante notable en la ceremonia y es curioso que aunque en el "Liber Regalis" posterior y otros órdenes se menciona al arzobispo como el único que impone la corona, las iluminaciones en las crónicas y romances medievales representan casi invariablemente la colocación de la corona por al menos dos obispos, uno a cada lado.
Después de esta oración sigue la que quizás sea la rúbrica más interesante de toda el orden, aunque desafortunadamente incluso con la ayuda de nuestros tres diferentes manuscritos no podemos restaurar el texto de la última parte con un gran grado de confianza. "Y todo el pueblo dirá tres veces con los obispos y sacerdotes: 'Que el rey N viva para siempre amén, amén, amén'. Entonces todo el pueblo vendrá a besar al príncipe; y será fortalecido en su trono por esta [es decir, la siguiente] bendición.” En consecuencia, antes de que se proceda con la Misa, se decía otra oración solemne, Deus perpetuitatis auctor, que en el Pontifical de Egberto se enfatiza con una rúbrica anterior: "Que digan la séptima oración sobre el rey".
La oración en cuestión es realmente la octava, y sin duda este hecho, junto con los rastros de numeración marginal que se revelan en el Pontifical de Egberto, da probabilidad a la teoría de Lord Bute de que esta serie de oraciones revela influencias celtas y que originalmente estaba destinada para los siete sacerdotes cuya presencia se suponía en el ritual celta. La octava oración, según él considera la de la unción, se muestra en esta hipótesis como una interpolación de fecha algo posterior. Después de esta última oración, Deus perpetuitatis auctor, se reanuda la Misa. Las oraciones de la Misa son romanas y las mismas oraciones de la Misa se adjuntan al orden de coronación muy temprano que Mons. Magistretti ha impreso a partir de un pontifical ambrosiano del siglo IX y que él afirma que es también indiscutiblemente romano. Parece bastante probable que estemos aquí de nuevo en presencia de la misma clase de compromiso entre los elementos celtas y romanos que encontramos en el Misal de Stowe (Vea RITO CELTA).
Al terminar la Misa encontramos la siguiente rúbrica —que quizás sea una interpolación de fecha posterior al resto del orden— y vemos aquí la primera proclamación del rey a su pueblo:
- “Es una conducta legítima en un rey recién ordenado hacer estos tres mandatos (præcepta) a su pueblo.”
- "Primero, que la Iglesia de Dios y todo el pueblo cristiana deben mantener la verdadera paz en todo momento. Amén.”
- "El segundo es que debe prohibir todo robo y toda injusticia en todos los órdenes. Amén.”
- "El tercero es que en todas las sentencias ejerza justicia y misericordia, para que el Dios misericordioso y lleno de gracia, por su misericordia eterna nos conceda el perdón a todos. Amén".
Es probable que en esta triple división del juramento primitivo tengamos la explicación de un rasgo que aún sobrevive en el servicio de coronación inglés. Ante el rey se llevan tres espadas desnudas, dos puntiagudas y una sin punta, que así es conocida como curtana, la espada cortada. Los escritores medievales conocían las dos primeras espadas como la espada del clero y la espada de la justicia. Representan las dos promesas del rey: defender a la Iglesia (no como han supuesto injustificadamente ciertos escritores anglicanos, coaccionar y castigar a la Iglesia) y castigar a los malhechores. La tercera, sin punta, simboliza muy acertadamente la misericordia con la que, según al soberano se le enseña a esperar misericordia, toda su justicia debe ser templada. Existe evidencia de que estas tres espadas se conocían en el ceremonial inglés ya desde Ricardo I (1189), mientras que la forma de juramento antes citada se mantuvo en uso hasta un siglo después. Será necesario decir algo más sobre este juramento.
Hacia el final del siglo X encontramos que un nuevo orden de coronación estaba en uso en Inglaterra. Incorporaba la mayor parte del orden de Egberto, pero añadía mucha materia nueva. Varias consideraciones muestran que fue un intento de imitar la coronación imperial de los monarcas carolingios en el continente, y nuestro conocimiento del estado imperial asumido por el rey Eadgar sugiere fuertemente que se debe asignar a la fecha de su coronación diferida (973). Otra modificación tuvo lugar poco después de la conquista y probablemente se debe rastrear a las influencias normandas que se hicieron sentir en la Iglesia y el Estado. Pero el orden inglés más importante es el introducido en la coronación de Eduardo II (1307) y conocido como el "Liber Regalis". Duró prácticamente inalterado durante el período de la Reforma y, aunque se tradujo al inglés tras la accesión de Jacobo I, no se modificó sustancialmente hasta la coronación de su nieto Jacobo II, y se puede decir que incluso en la actualidad constituye la sustancia del ritual por el que se coronan los monarcas de la Gran Bretaña. Si bien contenía muchas oraciones en común con las utilizadas en la coronación imperial del Imperio Occidental y las del "Pontificale Romanum" existente, también conservaba muchas características distintivas. Será útil una breve sinopsis.
Luego de que el soberano hubo sido traído solemnemente a la iglesia de la Abadía de Westminster y hubo hecho una ofrenda ante el altar, era conducido a una plataforma elevada erigida para ese propósito y ahí era presentado al pueblo, quienes, en un corto discurso de uno de los obispos, expresaba con sus aclamaciones su asentimiento a la coronación. Luego el arzobispo interrogaba al rey sobre su voluntad de observar las leyes, costumbres y libertades concedidas por San Eduardo el Confesor, y se le pedía que prometiera paz a la Iglesia y justicia a su pueblo, todo lo cual confirmaba mediante un juramento hecho sobre el altar.
Luego procedían a la unción, que era introducida por el Veni Creator y las letanías, durante las cuales el rey permanecía postrado sobre su rostro. Para la unción, el rey se sentaba y su mano, pecho, omóplatos y articulaciones de los brazos eran ungidos con el aceite de los catecúmenos, mientras se recitaban una antífona y varias oraciones largas. Finalmente se ungía su cabeza, primero con el aceite de los catecúmenos y luego con el crisma.
La siguiente etapa de la ceremonia era el vestuario e investidura del monarca. Se le ponía una túnica (colobium sindonis) con sandalias en los pies y espuelas. Luego se le ceñía una espada y recibía el armillæ, una especie de estola que se colocaba alrededor del cuello y se ataba a los brazos por los codos. Estos eran seguidos por el pallium, o manto, antes equivalente a la clámide, o paludamentum púrpura, y se sujetaba con un broche sobre el hombro derecho, pero ahora representado en las coronaciones inglesas por una especie de manto a modo de capa. Luego se bendecía la corona con una oración especial, Deus tuorum corona fidelium, y era impuesta por el arzobispo con otras dos oraciones. A esto seguía la bendición y el otorgamiento del anillo y finalmente se presentaban el cetro y el bastón, también con oraciones.
Se pronunciaba una bendición más larga cuando el rey era conducido al trono para recibir el homenaje de los pares. A continuación, si no había reina consorte para ser coronada, comenzaba la Misa inmediatamente, una Misa con oraciones y prefacio “apropiados” y el arzobispo daba una bendición del Agnus Dei. Después del credo, el rey volvió iba de nuevo al altar y ofrecía pan, vino y una marca de oro. Se le llevaba al rey en su trono el beso de la paz, pero él iba humildemente al altar para comulgar, tras lo cual recibió un trago de vino del cáliz de piedra de San Eduardo. Al final el rey era conducido al santuario de San Eduardo, donde hacía la ofrenda de su corona.
Como ya se señaló, el servicio para la coronación del rey de Inglaterra, incluso en los tiempos modernos, sigue siendo sustancialmente el mismo, aunque el latín ha sido sustituido por el inglés y aunque se han introducido muchas transposiciones y modificaciones en las oraciones y ceremonias, todas las expresiones distintivamente romanas han sido cuidadosamente suprimidas. La Misa, por supuesto, da lugar al servicio de comunión del Libro de Oración Común, pero el soberano todavía ofrece pan y vino, así como oro, y hasta la coronación de la Reina Victoria se mantuvo incluso el prefacio "adecuado". De hecho, su omisión y otras omisiones y cambios introducidos por primera vez en la coronación del rey Eduardo VII fueron motivados solo por el deseo de abreviar un servicio muy largo.
La alteración más grave de la forma medieval es, por supuesto, el juramento. Desde la época de Guillermo III, el rey ha jurado mantener "la religión protestante reformada establecida por la ley" —una frase que siempre ha sido una espina clavada en el costado de aquellos ritualistas avanzados que afirman que la Iglesia de Inglaterra nunca ha sido protestante. Además, dado que se utiliza la forma interrogativa, esta descripción es pronunciada por el arzobispo de Canterbury ante los Lores y los Comunes y los representantes de toda la Iglesia inglesa. Por otro lado, una de las cláusulas del interrogatorio sigue vigente. Se le pregunta al rey: “¿Harás lo que esté en tu poder para hacer que la ley y la justicia en misericordia se ejecuten en todos tus juicios?" A lo que él contesta: “Lo haré” — una promesa que difiere ligeramente del compromiso asumido en el Orden Egbertino más antiguo.
Después que todas las preguntas del arzobispo han sido respondidas, el rey avanza hacia el "altar", como todavía se llama, y hace este solemne juramento sobre la Biblia que yace allí: "Cumpliré y guardaré las cosas que he prometido aquí, que así me ayude Dios." Debe notarse que el juramento de coronación debe distinguirse cuidadosamente de "la Declaración Protestante", que el soberano, por una cláusula aún no revocada de la Declaración de Derechos (1689), está obligado a hacer el primer día de su primer Parlamento. En esta declaración se repudia la transubstanciación y otras doctrinas católicas y se declara que la Misa es idólatra. Como ha sucedido a veces, cuando la ceremonia de coronación precede a la primera reunión del Parlamento, la declaración contra la transubstanciación debe hacerse en el curso de la ceremonia de coronación. El único elemento nuevo introducido en el rito inglés desde la Reforma es la presentación de la Biblia al soberano. Esto, como la declaración protestante, data de la coronación de Guillermo y María.
El Imperio Occidental y el Pontifical Romano
Otras Ceremonias
Bibliografía:
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Fuente: Thurston, Herbert. "Coronation." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4, págs. 380-386. New York: Robert Appleton Company, 1908. 1 sept. 2020 <http://www.newadvent.org/cathen/04380a.htm>.
Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina