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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Monacato Oriental

De Enciclopedia Católica

Revisión de 23:02 2 nov 2016 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Desde el Gran Cisma hasta los Tiempos Modernos)

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Origen

El primer hogar del monacato cristiano fue el desierto de Egipto. Hacia él, durante la persecución, los hombres huyeron del mundo y del peligro de apostasía para servir a Dios en la soledad. San Antonio (270-356) es considerado el padre de todos los monjes. Su fama atrajo a muchos otros, de modo que bajo el gobierno de Diocleciano y Constantino hubo grandes colonias de monjes en Egipto, la primer laurai. Las amistosas relaciones de San Atanasio (m. 373) con los monjes de Egipto y el refugio que encontró entre ellos durante su segundo (356-362) y tercer (362-363) exilios son incidentes muy conocidos en su vida. Los monjes vivían cada uno en su propia cabaña, proveyéndose sus simples necesidades con sus propias manos, unidos por un lazo de sumisión voluntaria a la dirección de algún ermitaño mayor y más experimentado. Se reunían los sábados y domingos para la oración común, otras veces pasaban su tiempo en la contemplación privada y en obras de penitencia. El celibato fue desde el principio la nota esencial del monacato. Una esposa y familia eran parte del “mundo” que habían dejado.

La pobreza y la obediencia eran, en cierta medida, relativas, aunque el ideal de ambas se estaba desarrollando. El monje del desierto no era necesariamente un sacerdote; formaba una clase diferente del clero que permanecía en el mundo y ayudaba a los obispos. Durante mucho tiempo permaneció esta diferencia entre los monjes y el clero; el monje huía de toda interacción con otras personas para salvar su alma de la tentación. Más tarde, algunos monjes fueron ordenados sacerdotes para administrar los sacramentos a sus hermanos. Pero incluso ahora (1911), en Oriente el sacerdote-monje (leromonachos) es una persona especial distinta del monje habitual (monachos), que es un laico.

Se cree que Pacomio (m. 345), el apenas menos famoso discípulo de San Antonio, comenzó la organización de los ermitaños en grupos, “rebaños” (manorai) con una estricta sujeción al líder (archimandrites); pero la organización era vaga. El monacato era todavía una forma de vida en lugar de una afiliación a un cuerpo organizado; cualquiera que dejase esposa, familia y el “mundo” para buscar la paz lejos de la gente era un monje. A Pacomio se le atribuyen dos “Reglas” codificadas; de éstas, la más larga fue traducida al latín por San Jerónimo, una segunda y más corta aparece en Paladio, "Hist. Lausiaca" XXXVIII. Sozomenos da un compendio de la “Regla de Pacomio” (H.E., III, XIV). Ninguna de estas reglas es auténtica, pero muy bien pueden contener máximas y principios que se remontan a su época, mezcladas con otras posteriores. Ellas están ya considerablemente avanzadas hacia una vida monástica regulada. Ordenan uniformidad en el vestir, obediencia a un superior, oraciones y comidas a horas fijas en común; regulan tanto las prácticas ascéticas como el trabajo manual.

Al mismo tiempo que San Antonio en Egipto, Hilarión floreció en Gaza en Palestina (vea San Hilarión: Vida escrita por San Jerónimo). Él está a la cabeza del monacato de Siria Occidental. A mediados del siglo IV, Afraates habla de monjes en Siria Oriental. Al mismo tiempo oímos sobre ellos en Armenia, el Ponto y Capadocia. Epifanio, por ejemplo, que en 367 se convirtió en obispo de Salamina en Chipre, había sido durante treinta años monje en Palestina. En la época de San Basilio (330-379), por lo tanto, ya había monjes por todo Oriente. Tan pronto fue bautizado (357) decidió convertirse en monje él mismo; pasó dos años viajando “a Alejandría, a través de Egipto, en Palestina, Siria y Mesopotamia” (Ep. 223), estudiando la vida de los monjes. Entonces en 358 formó la comunidad de Anesos en el Ponto, que habría de ser de algún modo un nuevo punto de salida para el monacato oriental. Describe la vida en Anesos en una carta a San Gregorio Nacianceno (Ep.2). Sus principios están codificados en varias obras ascéticas por él, de las cuales las principales son las dos “Reglas", la más larga (Horoi kata platos, PG, XXXI, 905 a 1052) y la más corta (Horoi kat epitomen, ib., 1051-1306) (Vea REGLA DE SAN BASILIO).

Hasta el Gran Cisma

(Sobre el Gran Cisma, vea el artículo Cisma de Oriente.)

Poco a poco, casi todos los monasterios orientales aceptaron las Reglas de San Basilio. Su organización interna desarrolló una jerarquía de funcionarios entre los cuales se distribuyeron los diversos oficios; las oraciones, las comidas, el trabajo, los castigos, eran repartidos según las obras ascéticas de San Basilio, y así todo el monasterio llegó a un orden de trabajo, el cual todavía prevalece.

En su vida interior, el monacato oriental ha estado extraordinariamente inmóvil; prácticamente no hay desarrollo que describir. Su historia, desde el siglo IV hasta nuestros días, es sólo una crónica de la fundación y dotación de nuevos monasterios, de la parte que toman los monjes en las grandes controversias religiosas y en una o dos controversias propias, de los emperadores, emperatrices, patriarcas y otras grandes personas que, libremente o bajo coacción, terminaron su carrera en el mundo al retirarse a un monasterio. Dos ideas que se repiten constantemente en la teología oriental son que el estado monástico es el de la perfección cristiana y también un estado de penitencia. Eusebio (m. c. 340) en su "Demonstratio evangelica" distingue los dos tipos de vida como cristiano, la vida menos perfecta en el mundo y la vida perfecta de los monjes. La idea recurre continuamente. Los monjes llevan la “vida angélica”, su vestido es el “hábito angélico”; al igual que los ángeles no se casan ni se dan en matrimonio, y como ellos el objetivo principal de su existencia es cantar las alabanzas a Dios (en el Oficio Divino). No incompatible con esta es la otra idea, que se encuentra en San Basilio y muchos otros, que su estado es uno de penitencia (metanoia). Simeón de Tesalónica (m. 1429) considera a los monjes simplemente como "penitentes" (metanoountes). La vida más perfecta en la tierra, a saber, es la de un hombre que obedece el mandamiento de "hacer penitencia, porque el Reino de los Cielos está cerca".

Conocemos la organización y la vida de un monasterio bizantino antes del cisma por los decretos que las afectan hechos por los diversos concilios, las leyes en el “Corpus Juris” (en el “Codex” y el “Novellae”), por las vidas de monjes eminentes, de las cuales el "Sinaxario" ha conservado no pocas, y especialmente por los escritos ascéticos de monjes, cartas, sermones y otros, en que dan consejo a sus colegas. De estos escritores monásticos, San Juan Damasceno (m. 754), Jorge Hamartolo (siglo IX), y especialmente San Teodoro Estudita (m. 826) son quizás los más valiosos para este propósito.

A la cabeza de cada monasterio independiente (cuyo nombre común griego es laura) estaba el superior. Al principio (por ejemplo, por Justiniano I: “Nov.”, V, VII; CXXIII,V y XXXIV) es llamado indistintamente abbas, archimandrites, hegoumenos. Luego el nombre común es sólo hegoumenos. El archimandrita se ha convertido en una persona de rango superior y tiene precedencia a un hegumenos. Algunos piensan que el archimandrita significaba el superior de un monasterio patriarcal, es decir, uno inmediatamente sujeto al patriarca e independiente de la jurisdicción del ordinario. El título entonces correspondería al del Abbas nullius occidental. Marin (Les Moines de Constantinople, págs. 87-90), admite esto y demuestra con ejemplos que hubo un período intermedio (desde alrededor del siglo VI al IX) durante el cual el título archimandrita se daba como un honor puramente personal a ciertos hegumenoi sin conllevar ninguna exención del monasterio. Una precedencia adicional pertenecía a un "gran archimandrita".

La elección y los derechos de los hegumenos son descritos por San Basilio en sus dos Reglas, por Justiniano I (Nov., CXXIII, XXXIV) y por Teodoro (Testamentum, en PG, XCIX, 1817-1818). Era elegido por los monjes por mayoría de votos; en caso de disputa el patriarca u ordinario decidía; a veces lo echaban a la suerte. Era escogido por su mérito, y no de acuerdo al tiempo que había pasado en el monasterio, y debía ser lo suficientemente instruido para conocer los cánones. El patriarca u obispo debía confirmar la elección e instituir a los hegumenos, pero el emperador lo recibía en audiencia y le daba un báculo pastoral (los hrabdos). La ceremonia de la instalación aparece en el Eucologio. Luego permanecía como abad de por vida, salvo en el caso de ser depuesto, después de juicio, por alguna ofensa canónica.

El hegumenos tenía autoridad absoluta sobre todos los monjes, podía recibir novicios e infligir castigos; pero estaba obligado siempre por los cánones y la Regla de San Basilio, y tenía que consultar a un comité de los monjes más experimentados en todos los casos difíciles. Este comité era la sinaxis que en muchos aspectos limitaba la autocracia del superior (Regla de San Basilio, PG, XXXI, 1037). En la época bizantina, después de Justiniano, el hegumenos era en general, pero no siempre, un sacerdote. Recibía las confesiones de sus monjes [hay casos de algunos que no eran sacerdotes que usurpaban este oficio (Marín, op. cit., 96)] y podían ordenarlos a órdenes menores, incluido el subdiaconado. Bajo el abad había una jerarquía de otros funcionarios, más o menos numerosos según el tamaño de la laura. El deutereuon tomaba su lugar en caso de ausencia o enfermedad; el oikonomos estaba a cargo de toda la propiedad; el kellarios se encargaba de la comida; el hepistemonarchos velaba por la celebración regular de los servicios en la iglesia; el kanonarches guiaba a los cantantes durante el Oficio Divino. Estos funcionarios, que generalmente formaban la sinaxis, actuaban como una restricción a la autoridad de los hegumenos. Numerosos oficios menores, como los de enfermero, anfitrión, portero, cocinero, etc., se dividían entre la comunidad.

Los monjes se dividían en tres órdenes: novicios, los que llevan el hábito menor y los que llevan el gran hábito. Los niños (el Concilio In Trullo de 692 admite la profesión como válida después de la edad de diez años), los hombres casados (si sus esposas lo deseaban), incluso los esclavos que eran maltratados por sus amos o que estaban en gran peligro de perder su fe, podían ser recibidos como novicios. Justiniano ordenó que los novicios usaran ropas de laicos (Novel., V, II), pero pronto se introdujo la costumbre de que luego de un período probatorio de seis meses (mientras eran postulantes debían cortarse el pelo (tonsura) y recibir una túnica (chitón) y la gorra alta llamada kalimauchion. El servicio para esta primera vestimenta está en el "Euchologion" (Goar, págs. 378-380).

Después de tres años de noviciado el monje recibía el hábito menor o mandyas (to mikron schema, mandyas). Es tonsurado de nuevo en forma de cruz, recibe una nueva túnica, cinturón, gorra, sandalias y el manto monástico (mandyas). Para el rito, vea Goar, págs. 382-389. El mandyas es el "hábito angélico" que lo hace un verdadero monje; es en este servicio que hace sus votos. Dionisio Areopagita (c. 500), en "de Eccles. Hierarch.", VI, II (PG, III, 533), da una forma más antigua del "sacramento de la perfección monástica" (mystegion monachikes teleioseos), es decir, de la profesión y recepción de un monje. El monje es "ordenado" por un sacerdote (lereous; él siempre llama a los obispos lerarchai), presumiblemente el abad. De pie recita la "invocación monástica" (ten monastiken epiklesin), evidentemente, una oración por la gracia que necesita. El sacerdote le pregunta entonces si renuncia a todo, le explica los deberes de su estado, lo signa con la cruz, lo tonsura y lo viste en hábito, finalmente celebra la sagrada liturgia y le da la Comunión. Desde el momento de su profesión el monje permanece inseparablemente unido al monasterio. Además de los votos de pobreza, castidad y obediencia, hace un voto de perseverancia en los ejercicios religiosos de la laura particular que ha elegido. Normalmente no puede más cambiarse a otra que volver al mundo. Además, nunca debe salir fuera para nada. En teoría todos los monjes están "encerrados" (San Basilio, PG, XXXI, 635-636); pero esta regla nunca se ha tomado muy literalmente. Los monjes viajaban con el consentimiento de sus superiores y con la excusa de que estaban ocupados en negocios de la laura o de la Iglesia en general.

Pero aún quedaba un paso más. Después de haber demostrado su perseverancia durante algunos años los monjes estaban acostumbrados a pedir, como recompensa por su avance en la vida ascética, el "gran hábito" (to mega kaiallelikon schema). Este era simplemente una capa más grande y más digna, conveniente para los veteranos del monasterio. Gradualmente su recepción se convirtió en una ceremonia regular y los portadores del gran hábito comenzaron a formar una clase superior, la aristocracia de la laura . San Teodoro Estudita se opuso firmemente a esta distinción: "Según hay un solo bautismo", decía, "así hay un solo hábito" (PG, XCIX, 1819). Es cierto que no hay un lugar real para tal rango superior en el sistema monástico. En la recepción del primer hábito el monje hace sus votos solemnes para la vida y se convierte en un monje completo en todos los sentidos. Sin embargo, a pesar de la oposición, la costumbre creció. La imposición del gran hábito repite mucho la ceremonia del hábito menor y forma una especie de renovación de votos (Goar, 403-414; es de entre los monjes mayores, que han pasado por este rito y se distinguen honorablemente por sus largas capas, que se eligen los dignatarios de la laura.

Otro desarrollo gradual fue la formación de una clase de sacerdotes-monjes. Al principio ningún monje recibía ordenación alguna; entonces uno o dos eran ordenados sacerdotes para administrar los sacramentos a los otros, luego más tarde se hizo común ordenar a un monje sacerdote. Pero nunca se ha convertido en la regla que todos los monjes de coro deban ser ordenados, como se hacía en Occidente. Al entrar a los monasterios, la gente cambiaba su nombre. El monje debía abstenerse siempre de carne; su comida era fruta y vegetales y en los días de fiesta pescado, huevos, leche y queso. Se permitía el vino. La comida principal, la única comida completa en el día, se servía a la hora sexta (mediodía); en los frecuentes días de ayuno, incluyendo todos los miércoles y viernes y los cuatro tiempos de ayuno, se posponía hasta la hora nona. Más tarde en la noche, después de la apodeipnon (completas), los restos de la comida se colocaban de nuevo en el refectorio y cualquiera que deseara, principalmente los miembros más jóvenes, podían participar de una cena ligera.

La ocupación principal del monje era el canto diario del largo oficio bizantino en la iglesia. Esto les tomaba una gran parte del día y la noche. Estaban además los oficios holonyktika, que en las vísperas de las grandes fiestas duraban toda la noche. El resto del tiempo se dedicaba al trabajo manual, a la excavación, a la carpintería, al tejido, etc., repartidos por el abad, cuya ganancia pertenecía al monasterio (San Basilio, PG, XXXI, 1016, 1017, 1132, etc.; Marin, op cit., 132 - 135). Los hombres que ya conocían un oficio lícito y rentable podían seguir ejerciéndolo como monjes. Algunos practicaban la medicina para el bien de la comunidad. Tampoco se descuidaba el estudio de la teología y las artes de la caligrafía y la pintura. Los monasterios tenían bibliotecas y los monjes escribían obras teológicas e himnos. En la época de San Teodoro, el monasterio de Estudio era famoso por su biblioteca y la hermosa escritura de sus monjes (Theodore, "Orat.", XI, 16; en P.G., XCIX).

Había una escala de castigos que iban desde ayunos y oraciones especiales o la apeulogia —es decir, privación de la bendición del abad —- hasta el aphorismos o aislamiento y excomunión de todas las oraciones comunes y los sacramentos. El castigo por la fornicación era la excomunión durante quince años (cf. la "Epitimia" atribuida a San Basilio en M. P., XXXI, 1305-1314). Un monje que había demostrado su constancia durante muchos años en la comunidad podía recibir el permiso del hegumenos para practicar la vida más severa de un ermitaño. Luego iba a ocupar una celda solitaria cerca de la laura (Regla de San Basilio, P.G., XXXI, 1133). Pero aún se contaba como miembro del monasterio y podía volver a él si encontraba la soledad demasiado dura. En la corte del Patriarca de Constantinopla había un funcionario, el exarca de los monjes, cuyo deber era supervisar los monasterios. La mayoría de los otros obispos tenían un ayudante similar entre su clero.

Gradualmente, el celibato se convirtió en un ideal para el clero en el Oriente, como lo fue en Occidente. En el siglo IV todavía encontramos al padre de San Gregorio Nacianceno, que era obispo de Nazianzos, viviendo con su esposa, sin escándalo. Pero muy pronto después de esto prevaleció la regla oriental actual, la cual era menos estricta que en Occidente. Nadie podía casarse después de haber sido ordenado sacerdote (Pafnucio en el Primer Concilio de Nicea afirma esto, vea la discusión en Hefele-Leclercq, "Histoire des Conciles", París, 1907, I, pp. 620-624; Del Sínodo de Neocaesarea en 314 o 325, ib., pág. 327, y Can. Apost., XXVII. El Concilio de Elvira (c. 300) había decretado celibato absoluto para todos los clérigos en Occidente, Can. XXXIII, ib., págs. 238-239); los sacerdotes ya casados podían retener a sus esposas (la misma ley aplicaba a diáconos y subdiáconos: canon VI del Concilio in Trullo, 692, vea Ethos d'Orient, 1900-1901, pág. 65-71); pero los obispos debían ser célibes. Como casi todos los sacerdotes seculares estaban casados, esto significaba que, como regla general, los obispos eran escogidos de los monasterios, y así estos se convirtieron, como siguen siendo, el camino por el cual se puede alcanzar el progreso. Además de las comunidades en los monasterios hubo muchos desarrollos extraordinarios del monaquismo. Siempre hubo ermitaños que practicaban varias formas extremas de ascetismo, como atar cuerdas apretadas alrededor de sus cuerpos, ayuno muy severo, etc. Una forma singular de ascetismo era la de las estilitas (stylitai), que vivían sobre columnas, práctica que fue comenzada por San Simeón en el año 420.

Desde la época de Constantino, la construcción y dotación de monasterios se convirtió en una forma de buenas obras adoptada por mucha gente rica. Constantino y Helena dieron el ejemplo y casi todos los emperadores (excepto Juliano) lo siguieron (Marín, "Les moines de Constantinople", cap. I), de modo que los monasterios se extendieron por todo el Imperio. Constantinopla estaba especialmente cubierta con ellos (véase la lista, ib., 23-25). Uno de los principales de estos fue Estudio (Stoudion) en el ángulo suroeste de la ciudad, fundada por un romano, Studio, en 462 o 463. Fue ocupado por los llamados monjes "insomnes" (akoimetoi) que, divididos en grupos, mantenían una incesante ronda de oración y canto de salmos día y noche en su iglesia. Pero no eran una orden aparte; no había distinción entre varias órdenes religiosas. San Teodoro, el gran defensor de las imágenes en la segunda persecución iconoclasta, se convirtió en hegumenos de Estudio en 799 (hasta su muerte en 826). Sus cartas, sermones y constituciones para los monjes estuditas dieron nuevos ideales e influyeron en todo el monaquismo bizantino.

Durante este período, un gran número de decretos de sínodos, ordenanzas de patriarcas, emperadores y abades, definieron y expandieron aún más la Regla de San Basilio. Muchos sínodos orientales elaboran entre sus cánones leyes para monjes, a menudo simplemente vigorizando la antigua regla (por ejemplo, el Sínodo de Gangra a mediados del siglo IV, Can., XIX, etc.). San Juan Crisóstomo (véase Montalembert, "Histoire des Moines d'Occident", París, 1880, I, 124), el patriarca Juan el Ayunador (m. 595: Pitra, Spicilegium Solesmense, París, 1852, IV, 416-444), el patriarca Nicéforo (m. 829: ib., 381, 415), y así sucesivamente, hasta Focio (Hergenrother, "Photius", Ratisbona, 1867, II, 222-223) añadieron a estas reglas, las cuales, recopiladas y comentadas en las diversas constituciones y typika de los monasterios, siguen siendo la guía de un monje bizantino. Sobre todo, las "Constituciones de Estudio" de San Teodoro (PG, XCIX, 1703-1720) y su lista de castigos para los monjes (ib., 1734-1758) representan un ejemplo clásico y muy copiado de tal colección de reglas y principios de fuentes aprobadas.

La madre y la hermana de San Basilio habían formado una comunidad de mujeres en Anesos cerca del establecimiento para hombres. Desde entonces, los conventos de monjas se extendieron por toda la Iglesia bizantina, organizada según la misma regla y siguiendo la misma vida que los monjes con las modificaciones necesarias para su sexo. Los conventos estaban sujetos a la jurisdicción del obispo o patriarca. Sus necesidades espirituales eran provistas por un sacerdote, generalmente sacerdote-monje, que era su "padre espiritual" (pneumatikos pater). A la abadesa se le llamaba egoumenissa.

Por último, durante este período los monjes desempeñaron un papel muy importante en las controversias teológicas. Por ejemplo, el patriarca de Alejandría, en sus disputas con Constantinopla y Antioquía podía contar siempre con la fanática lealtad de la gran multitud de monjes que salían del desierto en su defensa. A menudo oímos hablar de monjes que luchaban, creaban tumultos y atacaban atrevidamente a los soldados. En todos los problemas monofisitas los monjes de Egipto, Siria, Palestina y la capital eran capaces de lanzar el gran peso de su influencia unida hacia uno u otro lado. Durante el cisma [[Acacio |acaciano) (482-519), mientras toda la Iglesia Bizantina rompió su comunión con Roma, sólo los monjes “insomnes” de Estudio permanecieron católicos.

En general, los monjes estaban del lado católico. Durante la persecución iconoclasta estaban tan decididos contra la eliminación de las imágenes sagradas que los emperadores iconoclastas hicieron de la abolición del monacato parte de su programa y persiguieron a la gente tanto por ser monjes como por venerar las imágenes (Vea ICONOCLASIA). Especialmente el gran monasterio de Estudio en Constantinopla tenía una tradición de inquebrantable ortodoxia y lealtad a Roma. Sólo ellos mantuvieron la comunión con la Santa Sede en el cisma acaciano, fueron los líderes de los veneradores de imágenes en la época iconoclasta, y su gran abad San Teodoro (826) fue uno de los últimos defensores de la unión y los derechos del Papa antes del gran cisma.

Desde el Gran Cisma hasta los Tiempos Modernos

El cisma hizo poca diferencia en la vida interior de los monasterios bizantinos. Al igual que el clero inferior y la gente, ellos siguieron en silencio a sus obispos, que siguieron a los patriarcas, que siguieron al patriarca ecuménico hacia el cisma. Después de eso, su vida siguió como antes, excepto que, habiendo perdido la ventaja de la interacción con Occidente, poco a poco fueron arrastrados al mismo estancamiento que el resto de la Iglesia Ortodoxa. Perdieron su tradición de erudición, nunca habían hecho ningún trabajo en las parroquias, y así poco a poco llegaron al ideal de que la "vida angélica" significaba, además de sus inmensamente largas oraciones, contemplación y ayuno, el no hacer nada en absoluto. En el siglo XVIII, cuando se intentó fundar escuelas monásticas, resintieron ferozmente semejante profanación de su ideal. Durante la Alta Edad Media, los ortodoxos permanecieron inmensamente detrás de los monjes católicos, que estaban convirtiendo a Europa occidental y haciendo de sus monasterios los hogares de la erudición. El principal acontecimiento de este período es la fundación de los monasterios de Athos, destinados a convertirse en el centro del monacato ortodoxo. Cuando San Atanasio de Athos fundó allí la gran laura, ya había celdas de ermitaños en la montaña sagrada. Sin embargo, se le considera con razón como el fundador de las comunidades que hicieron de Athos un centro tan grande de la ortodoxia (Vea Monte Athos; también Kyriakos, Ekklesiastike istoria, Atenas, 1898, III, 74-78, Ethos d'Orient II , 321 - 31).

En los siglos X y XI los famosos monasterios llamados Meteora (Meteora) en Tesalia fueron construidos en sus picos inaccesibles para escapar de los estragos de los eslavos. La conquista turca hizo poca diferencia para los monjes. Los musulmanes respetan a los religiosos. Su profeta había hablado bien de los monjes (Corán, Sura V, 85) y había dado una carta de protección a los monjes del Sinaí; pero compartieron plenamente la degradación de la Iglesia Ortodoxa bajo el gobierno musulmán. La conquista turca selló su aislamiento del resto de la cristiandad; los monasterios se convirtieron en el refugio de campesinos demasiado perezosos para trabajar, y el monje se ganó el desprecio con que es considerado por la gente educada en el Oriente. Eugenio Bulgaris (1800), uno de los principales restauradores de la erudición clásica entre los griegos, hizo un intento inútil de fundar una escuela en Athos. Los monjes lo expulsaron con desprecio, como un ateo y un blasfemo, y derribaron su escuela. Sus ruinas siguen siendo una advertencia de que el estudio no forma parte de la “vida angelical".

El Monacato en la Iglesia Ortodoxa en 1911

El Monacato en Rusia

El Monacato en las Iglesias Orientales Menores

Monjes Católicos Orientales

Fuente: Fortescue, Adrian. "Eastern Monasticism." The Catholic Encyclopedia. Vol. 10, pp.467-472. New York: Robert Appleton Company, 1911. 31 Oct. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/10467a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina