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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Bulas y Breves»

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(Bulas Espurias)
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No cabe duda que durante gran parte de la Edad Media las bulas papales y otros documentos se falsificaban en forma muy inescrupulosa.  Una parte considerable de las primeras entradas en casi toda clase de [[cartulario]]s no sólo están abiertas a grave sospecha, sino que son claramente espurias.  Sin embargo, es probable que el motivo para su [[falsificación]] no fuese criminal.  Ellos se vieron movidos por el deseo de proteger la [[propiedad]] [[monacato|monástica]] contra los opresores tiránicos quienes, cuando los títulos de propiedad se perdían o eran ilegibles, perseguían a los tenedores y les exigían grandes sumas de dinero como precio de escrituras confirmatorias.  Sin duda, a menudo también operaban motivos menos loables---por ejemplo, un deseo ambicioso de exaltar el valor de la propia casa---, y mientras prevalecían principios laxos a este respecto casi universalmente, es a menudo difícil distinguir el propósito por el cual se falsificaba una bula papal.
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No cabe duda que durante gran parte de la Edad Media las bulas papales y otros documentos se falsificaban en forma muy inescrupulosa.  Una parte considerable de las primeras entradas en casi toda clase de [[cartulario]]s no sólo están abiertas a grave sospecha, sino que son claramente espurias.  Sin embargo, es probable que el motivo para su [[Falsificación, Falsificador |falsificación]] no fuese criminal.  Ellos se vieron movidos por el deseo de proteger la [[propiedad]] [[monacato|monástica]] contra los opresores tiránicos quienes, cuando los títulos de propiedad se perdían o eran ilegibles, perseguían a los tenedores y les exigían grandes sumas de dinero como precio de escrituras confirmatorias.  Sin duda, a menudo también operaban motivos menos loables---por ejemplo, un deseo ambicioso de exaltar el valor de la propia casa---, y mientras prevalecían principios laxos a este respecto casi universalmente, es a menudo difícil distinguir el propósito por el cual se falsificaba una bula papal.
  
 
Un ejemplo famoso de tal falsificación aparece en dos bulas en papiro que declaran haber sido dirigidos a la [[Abadía]] de [[San Benigno]] en [[Dijon]] por los [[Papas]] [[Papa Juan V|Juan V]] (685) y [[Papa San Sergio I|San Sergio I]] (697), y que fueron aceptados como [[auténtico]]s por [[Jean Mabillion]] y sus colegas.    Sin embargo, M. Delisle ha [[prueba|probado]] que son falsificaciones construidas a partir de una bula posterior enviadas por el [[Papa Juan XV]] al abad William en 995, la cual tenía un lado en blanco.  Un falsificador cortó el documento por la mitad, lo cual le proveyó suficiente papiro para dos falsificaciones inútiles.  Aunque engañados en este caso, Mabillion y sus sucesores, Dom Toustain y [[René-Prosper Tassin|Dom Tassin]], han provisto el más valioso criterio para ayudar a detectar fabricaciones similares, y su trabajo ha sido continuado hábilmente en tiempos modernos por eruditos como Jaffé, Wattenbach, Ewald y muchos más.  
 
Un ejemplo famoso de tal falsificación aparece en dos bulas en papiro que declaran haber sido dirigidos a la [[Abadía]] de [[San Benigno]] en [[Dijon]] por los [[Papas]] [[Papa Juan V|Juan V]] (685) y [[Papa San Sergio I|San Sergio I]] (697), y que fueron aceptados como [[auténtico]]s por [[Jean Mabillion]] y sus colegas.    Sin embargo, M. Delisle ha [[prueba|probado]] que son falsificaciones construidas a partir de una bula posterior enviadas por el [[Papa Juan XV]] al abad William en 995, la cual tenía un lado en blanco.  Un falsificador cortó el documento por la mitad, lo cual le proveyó suficiente papiro para dos falsificaciones inútiles.  Aunque engañados en este caso, Mabillion y sus sucesores, Dom Toustain y [[René-Prosper Tassin|Dom Tassin]], han provisto el más valioso criterio para ayudar a detectar fabricaciones similares, y su trabajo ha sido continuado hábilmente en tiempos modernos por eruditos como Jaffé, Wattenbach, Ewald y muchos más.  
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En particular se ha provisto una nueva prueba para el más cuidadoso estudio del ''cursus'', o cadencia rítmica de las oraciones, la cual se observaba muy cuidadosamente en las bulas [[auténtico|auténticas]] del siglo XII y principios del XIII.  Es imposible entrar en detalles aquí, pero se puede decir que M. Noæl Valois, quien fue el primero en investigar este asunto, parece haber tocado los puntos de primordial importancia.  Aparte de esto, generalmente las bulas espurias se detectan por disparates en las cláusulas de datación y otras formalidades.  En la Edad Media una de las principales pruebas para la autenticidad de las bulas parece haber sido provista por el conteo de número de puntos en el trazado circular del sello de plomo o en la figura de [[San Pedro]] pintada en él.  Aparentemente los ''bullatores'' seguían alguna regla definida al gravar sus estampas.   
 
En particular se ha provisto una nueva prueba para el más cuidadoso estudio del ''cursus'', o cadencia rítmica de las oraciones, la cual se observaba muy cuidadosamente en las bulas [[auténtico|auténticas]] del siglo XII y principios del XIII.  Es imposible entrar en detalles aquí, pero se puede decir que M. Noæl Valois, quien fue el primero en investigar este asunto, parece haber tocado los puntos de primordial importancia.  Aparte de esto, generalmente las bulas espurias se detectan por disparates en las cláusulas de datación y otras formalidades.  En la Edad Media una de las principales pruebas para la autenticidad de las bulas parece haber sido provista por el conteo de número de puntos en el trazado circular del sello de plomo o en la figura de [[San Pedro]] pintada en él.  Aparentemente los ''bullatores'' seguían alguna regla definida al gravar sus estampas.   
  
Finalmente, respecto a esos mismos [[sello]]s, se debe señalar que cuando un [[Papa]] recién [[elecciones papales|electo]] emitía una bula antes de su [[consagración]], sólo se estampaba en la ''bulla'' las cabezas de [[los Apóstoles]], sin el nombre del Papa.  A este tipo de bula se le llamaba ''bullæ dimidiatæ''.  El uso de las bulas doradas (''bullæ aureæ''), aunque aparentemente fue adoptado desde el siglo XIII (Giry, 634) para ocasiones de solemnidad excepcional, es muy raro que necesiten señalamiento especial.  Un ejemplo digno de notarse en que se usó un sello dorado fue en la bula con la que el [[Papa León X]] le confirió al rey [[Enrique VIII]] el título de ''Fidei Defensor''  
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Finalmente, respecto a esos mismos [[sello]]s, se debe señalar que cuando un [[Papa]] recién [[Elecciones Papales|electo]] emitía una bula antes de su [[consagración]], sólo se estampaba en la ''bulla'' las cabezas de los [[apóstoles]], sin el nombre del Papa.  A este tipo de bula se le llamaba ''bullæ dimidiatæ''.  El uso de las bulas doradas (''bullæ aureæ''), aunque aparentemente fue adoptado desde el siglo XIII (Giry, 634) para ocasiones de solemnidad excepcional, es muy raro que necesiten señalamiento especial.  Un ejemplo digno de notarse en que se usó un sello dorado fue en la bula con la que el [[Papa León X]] le confirió al rey [[Enrique VIII]] el título de ''Fidei Defensor''  
  
  

Última revisión de 15:08 25 sep 2021

Introducción

Originalmente una “bulla” era una placa circular o bola de metal, llamada así por su forma similar a una burbuja flotando sobre el agua (latín bullire, hervir). Con el correr del tiempo el término llegó a aplicarse a los sellos de plomo con los que se autenticaban documentos reales y papales en la temprana Edad Media; y con el desarrollo ulterior, de designar el sello, el nombre se le adjudicó al documento mismo. Esto no sucedió antes del siglo XIII y el nombre “bula” sólo era un término popular usado casi promiscuamente para toda clase de instrumentos que se emitían desde la cancillería papal. Una aceptación mucho más precisa prevaleció desde el siglo XV, y desde hace mucho la bula ha estado en agudo contraste con ciertas otras formas de documentos papales. Para los propósitos prácticos una bula puede ser convenientemente definida como “una carta apostólica con un sello de plomo”, a lo cual se puede añadir que en su sobrescrito el Papa invariablemente toma el nombre de “episcopus, servus servorum Dei”.

En lenguaje oficial los documentos papales en todos tiempos han sido llamados por varios nombres, más o menos descriptivos de su carácter. Por ejemplo, hay “constituciones”, es decir, decisiones dirigidas a todos los fieles y que determinan algún asunto de fe o disciplina; “encíclicas”, las cuales son cartas enviadas a todos los obispos de la cristiandad, o por lo menos a todos los de un país en particular, y destinados a guiarlos en sus relaciones con sus rebaños; “decretos”, pronunciamientos sobre puntos que afectan el bienestar general de la Iglesia; “decretales”, (“epistolae decretales”), los cuales son respuestas papales a alguna dificultad particular sometida a la Santa Sede, pero que tienen la fuerza de precedentes a la regla sobre casos análogos. “Rescripto”, además, es una forma aplicable a casi toda forma de carta apostólica que ha sido educida por alguna apelación previa, mientras que la naturaleza de un “privilegio” habla por sí misma. Pero todos éstos, hasta el siglo XV, parecen haber sido ejecutados por la cancillería papal en forma de bulas autenticadas con sellos de plomo, y es bastante común aplicar el término bula incluso a aquellas muy tempranas cartas papales de las que se conoce poco más que la substancia, independientemente de las formas bajo las cuales fueron emitidas.

Probablemente será muy conveniente dividir el tema por períodos, notando los rasgos más característicos de los documentos papales en cada época.

Desde los Primeros Tiempos hasta Adrián I (772)

Es indudable que la creación de una cancillería u oficina para redactar y expedir documentos oficiales fue una obra que tomó mucho tiempo. Desafortunadamente, los primeros documentos papales conocidos se conservan sólo en copias o abstractos, a partir de los cuales es difícil sacar ninguna conclusión segura en cuanto a las formas observadas al emitir los originales. Por todo esto, es prácticamente cierto que no hay reglas uniformes a seguir en cuanto al sobrescrito, fórmula de saludo, conclusión o firma. Fue sólo cuando se organizó alguna forma de registro, y estuvieron disponibles copias de correspondencia oficial antigua, que creció gradualmente una tradición de ciertas formas que no debió ser abandonada.

Excepto por una mención insatisfactoria de un cuerpo de notarios encargados de mantener las Actas de los Mártires, c. 235 (Duchesne, Liber Pontificalis, I, págs. C-CL), no se halla ninguna referencia clara a los archivos papales hasta el tiempo del Papa San Julio I (337-353), aunque en el pontificado del Papa San Dámaso I, antes de fin de siglo, hay mención de un edificio apropiado para este propósito especial. Aquí, en el “scrinium”, o “archivium sanctæ”, se debía registrar y mantener los documentos en un orden definido, pues los extractos y copias existentes todavía muestran rastros de su enumeración. Estas colecciones o “Regesta” se remontaban al tiempo del Papa San Gelasio I (492-96) y probablemente antes. En la correspondencia del Papa San Hormisdas (514-25) hay indicaciones de algún endoso que registra la fecha en que fueron recibidas las cartas dirigidas a él, y para el tiempo de San Gregorio I Magno (590-604) Ewald había logrado algún éxito en la reconstrucción de los libros que contenían copias de las epístolas papales.

Debe haber poca duda que la cancillería pontifical, cuya existencia inferimos de ese modo, estaba modelada como la de la corte imperial. El “scrinium”, los notarios regionales, los altos oficiales tales como el “primicerius” y el “secundarius”, la organización de la Regesta por indicciones, etc., probablemente son todos imitaciones de la práctica del último imperio. Por lo tanto podemos inferir que pronto se estableció el código de las formas reconocidas, análogo al observado por los notarios imperiales. Un formulario de esta descripción probablemente se conserva todavía en el libro llamado “Liber Diurnus”, cuya mayor parte parece haberse inspirado en la correspondencia oficial de San Gregorio I Magno. En las primeras cartas papales, sin embargo, hay sólo pocos signos de observancia de las formas tradicionales. Algunas veces el documento nombra primero al Papa, otras al destinatario. En su mayoría el Papa no lleva título excepto “Sixtus episcopus” o “Leo episcopus catholicae ecclesiæ”, algunas, pero raramente, es llamado Papa. Bajo Gregorio I, a menudo se añadía después de “episcopus” “servus servorum Dei” (siervo de los siervos de Dios). Se dice que Gregorio seleccionó esta designación como protesta contra la arrogancia del patriarca de Constantinopla, Juan el Ayunador, quien se llamaba a sí mismo “obispo ecuménico”. Pero aunque muchos sucesores de Gregorio le siguieron en esta preferencia, no fue hasta el siglo IX que la frase vino a ser usada invariablemente en documentos de importancia.

Antes del Papa Adeodato II (elegido 672) había pocos saludos, pero él usaba la fórmula “salutatem a Deo et benedictionem nostram.” La ahora consagrada frase “salutatem et apostolicam benedictionem” apenas ocurre antes del siglo X. Los autores benedictinos de "Nouveau traité de diplomatique", al adscribirle una fecha mucho más temprana a esta fórmula, fueron confundidos por una bula falsificada que aparentaba estar dirigida al monasterio de San Benigno en Dijon. Además, en estas primeras cartas el Papa a menudo se dirigía a su correspondiente, mas especialmente cuando era a un rey o a una persona de alta dignidad, con el plural Vos. Con el correr del tiempo, esto se volvió más raro, y para la segunda mitad del siglo XII, había desaparecido por completo. Por otro lado, se debe señalar incidentalmente que personas de todos los rangos, al escribirle al Papa, invariablemente se dirigían a él como Vos.

A menudo el Papa introducía un saludo al final de su carta, justo antes de la fecha, por ejemplo, “Deus te incolumem custodiat” o “Bene vale frater carissime.” Este saludo final era un asunto de importancia, y altas autoridades (Bresslau, "Papyrus und Pergament, 21; Ewald in Neues Archiv," III, 548) afirman que era añadida por la propia mano del Papa, y que era equivalente a su firma. El hecho de que en tiempos clásicos los romanos autenticaran sus cartas, no con la firma de sus nombres, sino con una palabra de despedida, le da probabilidad a esta opinión.

En las primeras bulas originales existentes BENE VALETE aparece escribo completo y en mayúsculas. Además, tenemos por lo menos alguna evidencia contemporánea de la práctica antes de los tiempos del Papa Adrián I. El texto de una carta del Papa San Gregorio se conserva en una inscripción de mármol en la basílica de San Pablo Extramuros. Puesto que la carta manda que el documento mismo deba ser devuelto a los archivos papales (“Scrinium”), podemos asumir que la copia en piedra representa exactamente el original. Está dirigida a Félix el subdiácono y concluye con la fórmula BENE VALE. Dat. VIII Kalend. Februarius imp. Du. N. Phoca PP. anno secundo, et consultatus eius anno primo, indict. 7. Esto sugiere que tales cartas eran completamente datadas y ciertamente hallamos rastros de datación en copias existentes de tan temprano como el tiempo del Papa San Siricio (384-398). Tenemos también algunas “bullæ” o sellos de plomo preservados aparte de los documentos al cual estuvieron adheridos. Una de estas fechas se remonta quizás a antes del pontificado del Papa Juan III (560-573) y otra ciertamente pertenece al Papa San Adeodato I (615-618). El espécimen más antiguo simplemente lleva el nombre del Papa a un lado y la palabra “papæ” al otro.

Segundo Período (772-1048)

En tiempos del Papa Adrián I el apoyo de Pepín y Carlomagno había convertido el patrimonio de la Santa Sede en una especie de principado. Esto sin duda pavimentó el camino para cambios en las formas observadas en la cancillería. Ahora el Papa tomaba el primer lugar en la sobreescritura de cartas a menos que estuviesen dirigidas a soberanos. También encontramos el uso más uniforme del sello de plomo. Pero especialmente le debemos atribuir al tiempo de Adriano la introducción de la “doble fecha” endosada al pie de la bula. La primera fecha comenzó con la palabra “Scriptum” y, después de una entrada cronológica que mencionaba sólo el mes y la indicción, añadía el nombre del funcionario que escribía o transcribía el documento. La otra, que comenzaba con “Data” (en época posterior “Datum”), indicaba, con una nueva y más detallada especificación del año y día, el nombre del dignatario que emitía la bula después que había recibido el sello final que indicaba autenticidad. El Papa escribía las palabras BENE VALETE en letras mayúsculas con una cruz antes y después, y en ciertas bulas del Papa Silvestre II encontramos algunas pocas palabras añadidas a mano o en “notas tironianas”. En otros casos el BENE VALETE está seguido por ciertos puntos y por una coma grande, por una S S (“subscripsi”), o por un floreo, todos los cuales sin duda servían como una autenticación personal.

A este período pertenecen las bulas más antiguas existentes conservadas para nosotros en su forma original. Están todas escritas sobre hojas de papiro muy grandes en una escritura peculiar de tipo lombardo, llamada a veces “littera romana”. La copia anexada de un facsímil en el “De re diplomaticâ" de Jean Mabillion, que reproduce parte de una bula del Papa San Nicolás I (863) con el descifre interlineal del editor, servirá para dar una idea del estilo de escritura. Como incluso entonces estos caracteres no eran fácilmente legibles fuera de Italia, parece haber sido costumbre en algunos casos emitir al mismo tiempo una copia sobre pergamino en minúscula ordinaria. Un escritor francés del siglo X, hablando de un privilegio obtenido del Papa Benedicto VII (975-984), dice que cuando el peticionario fue a Roma obtuvo un decreto debidamente expedido y ratificado por autoridad apostólica, del cual a su regreso depositó en nuestros archivos dos copias, una en nuestros propios caracteres (“nostra littera”) sobre pergamino, y el otro en caracteres romanos sobre papiro (Migne, P.L., CXXXVII, 817). Parece que el papiro se usó casi uniformemente como el material para estos documentos oficiales hasta los primeros años del siglo XI, tras lo cual fue rápidamente sustituido por una clase tosca de pergamino. Fuera de un pequeño fragmento de una bula de Adrián I (22 de enero de 788) conservado en la Biblioteca Nacional de París, la bula original más antigua existente es una del Papa San Pascual I (11 de julio de 819). Todavía se halla en los archivos capitulares de Rávena, a cuya iglesia estaba dirigida originalmente. Al presente hay en existencia un total de veintitrés bulas en papiro conocidas, siendo la última una emitida por el Papa Benedicto VIII (1012-24) para el monasterio de Hildesheim. Todos estos documentos tuvieron una vez sellos de plomo adheridos a ellos, aunque en muchos casos estos sellos han desaparecido. El sello se fijaba con cordones de cáñamo y todavía llevaba sólo el nombre del pontífice y la palabra “papæ” en el otro. Después del año 885, las cartas del nombre del Papa usualmente llevaban el sello estampado en un círculo con una cruz en el medio.

Los detalles especificados en la “doble fecha” de estas primeras bulas proporcionaban una cierta cantidad de información indirecta sobre el personal de la cancillería papal. La frase “scriptum per manum” es vaga y deja incertidumbre sobre si la persona mencionada era el oficial que redactaba la bula o el que meramente la transcribía caligráficamente, pero hemos oído a este respecto sobre personas descritas como “notarius”, “scriniarius” (archivista), “proto scrinarius sanctæ Romanæ ecclesiæ”, cancellarius”, “ypocancellarius”, y después de 1057 del “camerarius”, o más luego aún “notarius S. palatii”. Por otro lado, el “datarius”, el oficial mencionado bajo el encabezado “data”, quien presumiblemente enviaba el documento a las partes, parece haber sido un oficial de mayor importancia aun. En documentos anteriores él lleva el título de “primicerius sanctæ sedis apostolicae”, “senior et consiliarius”, etc., pero tan temprano como el siglo IX tenemos la muy conocida frase “bibliothecarius sanctæ sedis apostolicae”, y luego “cancellarius” y “bibliothecarius, como un título combinado ostentado por un cardenal, o quizás por más de un cardenal a la vez. Algo más tarde (bajo el Papa Inocencio III) parece que el cancelario amenazaba con convertirse en un funcionario peligrosamente poderoso, y el oficio fue suprimido. Permaneció un vice-canciller, pero esta dignidad también fue abolida antes de 1352. Pero esto, por supuesto, fue mucho más tarde del período al que hemos llegado.

Tercer Período (1048-1198)

La accesión del Papa San León IX en 1048 parece haber inaugurado una nueva era en el procedimiento de la cancillería. Por este tiempo ya se había creado una tradición definida, y aunque ya se había desarrollado mucho, encontramos uniformidad de uso en los documentos de la misma naturaleza. Es en este punto que comenzamos a tener distinciones claras entre las dos clases de bulas de mayor y menor solemnidad. Los autores benedictinos de “Nouveau traité de diplomatique” las llaman bulas grandes y pequeñas. A pesar de una protesta en tiempos modernos por parte de M. Léopold Delisle, quien preferiría describir la primera clase como “privilegios” y la segunda clase como “cartas”, esta nomenclatura se ha considerado suficientemente conveniente, y corresponde, de cualquier modo, a una distinción muy marcada observable en los documentos papales de los siglos XI, XII y XIII. Los rasgos más peculiares de las “bulas grandes” son los siguientes:

1. En el sobrescrito las palabras “servus servorum Dei” están seguidas por una cláusula de perpetuidad, por ejemplo, “in perpetuam memoriam (abreviado como IN PP. M) o “ad perpetuam rei memoriam”. Por el contrario, las bulas pequeñas usualmente tienen “salutatem et apostolicam benedictionem”, pero esas palabras también aparecen en algunas bulas grandes después de la cláusula de perpetuidad.

2. Después de la segunda mitad del siglo XII, las bulas grandes siempre eran firmadas por el Papa y cierto número de cardenales (obispos, sacerdotes y diáconos. Los nombres de los cardenales-obispos aparecen escritos en el centro, debajo del nombre del Papa; el de los cardenales-sacerdotes a la izquierda, y los de los cardenales-diáconos a la derecha, mientras que un blanco ocasional muestra que se ha dejado ese espacio para el nombre de un cardinal que no estuvo presente. El Papa no tiene ninguna cruz antes de su nombre, mientras que los cardenales sí la tienen. Antes de esto, incluso las bulas grandes eran firmadas sólo por el Papa, a menos que contuvieran decretos conciliares o consistoriales, en cuyo caso también se añadían los nombres de los cardenales y los obispos.

3. Al pie del documento, a la izquierda de la firma del Papa, se coloca la “rota” o rueda. La porción exterior de esta rueda está formada por dos círculos concéntricos y dentro del espacio entre los dos círculos está escrito el “signum” o lema papal, generalmente un texto breve de la Escritura escogido por el nuevo pontífice al comenzar su reinado. Así el lema del Papa San León IX era “Miseracordia domini plena est terra”, el de Adrián IV, “Oculi mei semper ad dominum.” Siempre se ponía una Cruz antes de las palabras del lema, la cual parece haber sido trazada por la misma mano del Papa. No sólo en el caso del Papa, sino incluso en el caso de los cardenales, las firmas no parecen ser las de su propia mano. En el centro del círculo tenemos los nombres de San Pedro y San Pablo, y encima y debajo el nombre del Papa reinante.

4. A la derecha de la firma, en el lado opuesto al círculo, aparece el monograma que dice “Bene Valete”. Desde el tiempo de León IX, y posiblemente algo antes, las palabras nunca han sido escritas completas, sino como una especie de grotesco. Parece claro que “Bene Valete” ya no se considera como equivalente a la firma o autenticación del Papa. Simplemente es un sobreviviente interesante de una forma de saludo antigua.

5. En cuanto al cuerpo del documento, en el caso de las bulas grandes, la carta del Papa siempre termina con ciertas cláusulas imprecatorias y prohibitorias “Decernimus ergo”, etc., “Siqua igitur”, etc. Por otro lado, “Cunctis autem”, etc., es una fórmula de bendición. Estas y cláusulas similares generalmente están ausentes en las “bulas pequeñas”, pero cuando aparecen---lo cual sucede a veces---el parafraseo usado es algo diferente. .

6. En el siglo XI era usual escribir Amén el final del texto de una bula y repetirlo tantas veces como fuese necesario para llenar la línea.

7. Al añadir la fecha, o más precisamente, al añadir la cláusula que comienza el “datum”, era costumbre incluir el lugar, nombre del datario, el día del mes (expresado en el método romano), la indicción, el año de la Encarnación de Nuestro Señor, y el año de reinado del pontífice, el cual se menciona por su nombre. Un ejemplo de una bula del Papa Adrián IV aclarará el asunto: "Datum Laterani per manu Rolandi sanctæ Romanæ ecclesiæ presbyteri cardinalis et cancellarii, XII Kl. Junii, indic. Vo, anno dominicae incar. MCLVIIo pontificatus vero domini Adriani papæ quarti anno tertio."

Antes de este período también era usual insertar la primera cláusula de la fecha, “Scriptum,” y a veces había un intervalo de unos pocos días entre el “Scriptum” y el “Datum”. Sin embargo, pronto se descuidó el uso de la doble fecha incluso en las “bulas grandes” y antes de 1124 había pasado de moda. Probablemente esto fue el resultado del uso general de las “bulas pequeñas”, cuyos rasgos más peculiares enumeraremos a continuación:

1. Aunque tanto las bulas grandes como las pequeñas comienzan con el nombre del Papa---Urbanius, digamos, o León “episcopus, Servus servorum Dei”---en las bulas pequeñas no aparece la cláusula de perpetuidad, sino más bien en lugar de ella aparece inmediatamente “salutatem et apostolicam benedictionem.”

2. Las fórmulas de imprecación, etc., sólo ocurren al final por excepción, y en todo caso son más precisas que en las bulas grandes.

3. Las bulas pequeñas no tienen el círculo, ni el monograma “Bene Valete”, ni las firmas del Papa y los cardenales.

El propósito de esta distinción entre bulas grandes y pequeñas se vuelve tolerablemente claro cuando miramos más estrechamente a la naturaleza de sus contenidos y al procedimiento seguido al emitirlas. Excepto las que se refieren a propósitos de gran solemnidad o interés público, la mayoría de las “bulas grandes” existentes son de naturaleza de confirmaciones de propiedad o privilegios de protección otorgados a monasterios e instituciones religiosas. En una época en que había mucha fabricación de tales documentos, los que pedían bulas a Roma deseaban a toda costa asegurar que la autenticidad de sus bulas estuviese fuera de sospecha. Bajo ciertas condiciones se podía alegar que una confirmación papal constituía suficiente evidencia de título en casos donde la escritura original estuviese perdida o destruida. Ahora bien, las “bulas grandes”, debido a sus muchas formalidades y al número de manos por las que pasaban, eran mucho más seguras contra el fraude de todas clases, y las partes interesadas probablemente deseaban sufragar los gastos adicionales que conllevaba esta clase de instrumento. Por otro lado, debido a las mismas múltiples formalidades, la redacción, firma, selladura, y emisión de una bula grande era necesariamente un asunto de considerable tiempo y labor.

Las bulas pequeñas eran más expeditivas. De ahí nos confrontamos con la curiosa anomalía de que durante los siglos XI, XII y XII, cuando se usaban ambas formas del documento, los contenidos de las bulas pequeñas eran, desde un punto de vista histórico, más interesantes e importantes que el de las bulas solemnes. Por supuesto, las bulas pequeñas pueden dividirse en varias categorías. La distinción entre “litteræ communes” y “curiales” parece más bien haber pertenecido a un período posterior, y haberse referido al modo de entrada en la “Regesta” oficial: las “communes” eran copias en la colección general, y las curiales en un volumen especial en que se preservaban aparte del resto los documentos debido a su forma o contenido.

Sin embargo, debemos señalar la diferencia entre “tituli” y “mandamenta”. Los “tituli” eran cartas de carácter benévolo---donaciones, favores o confirmaciones constituyentes de “título”. Ciertamente eran bulas pequeñas y carecían de la firma de los cardenales, el círculo, etc.; pero, por otro lado, preservaban ciertos rasgos de solemnidad. Usualmente se incluían cláusulas imprecatorias como “Nulli ergo”, “Si quis autem”; el nombre del Papa al principio se escribía en letras grandes con la letra inicial en una mayúscula ornamental, mientras que el sello de plomo se adhería con cordones de seda rojos y amarillos. En contraste con los “tituli”, los “mandamenta”, que eran las “órdenes” o instrucciones de los Papas, observaban menos formalidades, pero eran más expeditivas y sistemáticas. No tenían cláusulas imprecatorias, el nombre del Papa se escribía con una letra mayúscula ordinaria, y el sello de goma se adhería con cáñamo. Pero toda la administración papal, tanto política como religiosa, se conducía por medio de estas pequeñas bulas, o “litteræ” y notablemente de los “mandamenta”. En particular, invariablemente tomaron esta forma los decretales papales, sobre los que se construyó toda la ciencia del derecho canónico

Cuarto Período (1198-1431)

Bajo Inocencio III tuvo lugar de nuevo lo que fue prácticamente una reorganización de la cancillería papal. Pero incluso aparte de esto, podemos encontrar suficiente razón para comenzar una nueva época en esta fecha en el hecho de que casi la serie completa de Regesta conservada en los archivos del Vaticano se remontan a este pontificado. No se debe suponer, por supuesto, que todas las bulas genuinas emitidas en Roma fueron copiadas en la Regesta antes de ser transmitidas a su destino. Hay muchas bulas perfectamente auténticas que no se hallan allí, pero la existencia de esta serie de documentos sitúa en una nueva posición el estudio de la administración papal desde ese tiempo en adelante. Además, con su ayuda es posible construir un itinerario casi completo de los Papas medievales, y esto solo es materia de considerable importancia.

A la luz de la Regesta podemos entender más claramente el trabajo de la cancillería papal. Parece que había cuatro principales departamentos u oficinas.

  • En la oficina de “minutas” ciertos oficinistas (“clerici”), en esos días realmente clérigos, y conocidos entonces o luego como “abreviadores”, redactaban en forma precisa un borrador (“litera notata”) del documento a ser emitido en nombre del Papa. * Después que un alto oficial (uno de los notarios o el vice canciller) lo revisaba, este borrador pasaba a la oficina de “Transcripción Caligráfica”, donde otros oficinistas llamados “grossatores” o “scriptores”, transcribían en letra oficial grande (“in grossam literam”) la copia o copias a ser enviadas a las partes.
  • En la oficina de “Registro” era el deber de los oficinistas copiar tales documentos en los libros, conocidos como Regesta Papal, mantenidos especialmente para ese propósito. Todavía es incierto por qué se copiaban algunos y otros no, aunque parece probable que en algunos casos esto se hacía a petición de las partes interesadas, quienes pagaban por el privilegio que consideraban una seguridad adicional.
  • Por último, en la oficina de “Bulas”, los oficiales llamados “bullatores” o “bullarii” fijaban el sello que tenía las cabezas de los dos apóstoles en un lado, y el nombre del Papa en el otro.

Al comienzo del siglo XIII las bulas grandes, o “privilegia”, como se les llamaba usualmente, con sus formas complejas y firmas múltiples, se volvieron notablemente más raras, y cayeron prácticamente en desuso, salvo unas pocas ocasiones extraordinarias, cuando la corte papal se mudó a Aviñón en 1309.

Las bulas inferiores (“litteræ”) se dividían, como hemos visto, en “tituli” y “mandamenta”, que se distinguieron más y más claramente una de otra no sólo por su contenido y fórmula, sino en materia de escritura. Además, en ciertos casos comenzó a romperse la regla de autenticar la carta con un sello plomizo, a favor de un sello de cera que llevaba la impresión del “Anillo del Pescador”. La primera mención de la nueva práctica pareció ocurrir en una carta del Papa Clemente IV a su sobrino (7 de marzo de 1265). “No te escribimos”, dice, “a ti o a nuestros íntimos bajo una bula (plomiza), sino bajo el signo del pescador que los pontífices romanos usan en sus asuntos privados.” (Potthast, Regesta, no. 19,051). Hay otros ejemplos disponibles pertenecientes a la misma centuria. La más antigua impresión de este sello existente parece ser una descubierta en el tesoro del Sancta Sanctorum en el Palacio de Letrán, la cual pertenece al tiempo del Papa Nicolás III (1277-80). Representa a San Pedro pescando con caña y cordel y no como al presente sacando su red.

Quinto Período (1431-1878)

La introducción de los breves, a comienzo del pontificado del Papa Eugenio IV (1431), se promovió claramente debido al mismo deseo de más simplicidad y rapidez, los que ya habían sido responsables de la desaparición de las bulas grandes y la adopción general de la menos pesada mandamenta. Un breve (“breve”, es decir, “corto”) era una carta papal compendiosa que prescindía de las formalidades previas. Era escrito en vitela, es decir, doblada y sellada con cera roja con el Anillo del Pescador. Primero aparecía arriba el nombre del Papa, normalmente escrito en letras mayúsculas así: PIUS PP III; y en lugar del saludo formal en tercera persona usado en las bulas, el breve enseguida adoptaba una forma directa de apelación, por ejemplo, Dilecte fili, Carissime in Christo fili, donde la frase se adaptaba al rango y carácter del destinatario. La carta comienza a modo de preámbulo con una declaración del caso y causa del escrito, el cual era seguido por ciertas instrucciones sin cláusulas amenazadoras u otras fórmulas.

Al final se expresaba la fecha con el día, mes y año con una mención del sello---por ejemplo, en esta forma: Datum Romae apud Sanctum Petrum, sub annulo Piscatoris die V Marii, MDLXXXXI, pont. nostri anno primo. El año aquí especificado, el cual se usaba para fechar los breves, probablemente se entendía en cualquier caso particular como el año de la Natividad, que comenzaba el 25 de diciembre. Sin embargo, esta no fue una regla absoluta, y las abarcadoras declaraciones hechas a este respecto no son confiables, pues es cierto que en algunos casos se referían a años ordinarios que comenzaban el 1 de enero (Vea Giry, Manuel de diplomatique, págs. 126, 696, 700). Una falta de uniformidad similar se observa en la datación de las bulas aunque, generalmente hablando, desde medidos del siglo XI hasta fines del XVIII, las bulas se databan por los años de la Encarnación, contados desde el 25 de marzo.

Después de la institución de los breves por el Papa Eugenio IV, se hizo menos frecuente el uso de las bulas inferiores en forma de mandamenta. Aun así, se continuó usando las bulas para muchos propósitos, como por ejemplo en las canonizaciones (en cuyo caso se observaban formas especiales, el Papa firmaba su propio nombre por excepción, bajo el cual se añadía un sello que imitaba el círculo así como las firmas de varios cardenales), también en la nominación de obispos, promoción de ciertos beneficios, algunas dispensas matrimoniales particulares, etc. Pero la elección de la forma de instrumento precisa era a menudo bastante arbitraria. Por ejemplo, en la concesión de la dispensa que le permitió a Enrique VIII casarse con la viuda de su hermano, Catalina de Aragón, el Papa Julio II emitió dos formas de dispensa: un breve, aparentemente emitido con gran prisa, y otra bula que fue enviada luego. De la misma forma debemos señalar que, mientras que la jerarquía católica se restauró en 1850 mediante un breve, el Papa León XIII en el primer año de su reinado usó una bula para establecer el episcopado católico en Escocia. Así también la Compañía de Jesús, suprimida por un breve de 1773, fue restaurada en 1818 mediante una bula. En la “Práctica” recientemente publicada por Schmitz-Kalemberg se halla un muy interesante relato sobre las formalidades que había que observar al solicitar bulas a Roma a fines del siglo XV.

Sexto Período (desde 1878)

Desde el siglo XVI los breves habían sido escritos por una mano romana clara sobre una hoja de vitela de tamaño conveniente, mientras que incluso la cera con su guarda de seda y la impresión del Anillo del Pescador fue reemplazado en 1842 por un sello que fijaba los mismos aditamentos en tinta roja. Por otro lado, las bulas hasta la muerte del Papa Pío IX retuvieron muchos rasgos medievales aparte de su gran tamaño, sello plomizo y modo de datación romano. En particular, aunque desde cerca de 1050 hasta la Reforma la escritura usada en la cancillería papal no difería notablemente de la escritura familiar ordinaria a través de la cristiandad, los calígrafos de las bulas papales, incluso después del siglo XVI, continuaron usando un tipo de escritura arcaico y muy artificial conocido como scrittura bollatica, con contracciones dobles y ausencia de toda puntuación, que era casi indescifrable para un lector ordinario. De hecho, era costumbre al emitir una bula acompañarla con una transsumption, o copia, en manuscrito ordinario.

Este estado de cosas llegó a su fin con un “motu proprio” que emitió el Papa León XIII poco después de su elección. Ahora las bulas se escribirían en la misma escritura romana clara que se usaba para los breves, y en vista de las dificultades que surgían de la transmisión por posta, el viejo sello de plomo se sustituyó por un sello simple que llevaba el mismo lema en tinta roja. Sin embargo, a pesar de estas simplificaciones, y aunque la cancillería papal era ahora un establecimiento muy reducido en números, las condiciones bajo las que se preparaban las bulas eran aún muy intrincadas. Todavía había cuatro diferentes “caminos” que tenía que seguir la bula en su preparación. La via di cancellaria, en el cual el abbreviatori de la cancillería preparaba el documento, era el modo ordinario pero estaba tan asediado con formalidades y demoras resultantes (vea Schmitz-Kalember, Practica) que Paulo III instituyó el via di camera (vea cámara apostólica) para evadirlos, con la esperanza de hacer el proceso más expedito. Pero si el proceso era más expedito, no era menos costoso, de modo que el Papa San Pío V, en 1570, hizo arreglos para la emisión gratuita de ciertas bulas por via segreta; y a éstas se añadió en 1735 la via di curia, destinada a bregar con casos excepcionales de interés menos formal y más personal. En los tres procesos anteriores, el cardenal vice-canciller, quien es al mismo tiempo “Sommista”, es ahora el funcionario teóricamente responsable. . En el último caso es el cardenal “pro-datario”, el cual es ayudado en este cargo por el “cardenal secretario de breves.” Como sugiere la mención de este último cargo, el minutanti empleado en la preparación de breves forma un departamento separado bajo la presidencia del cardenal secretario y lo sustituye un prelado.

Bulas Espurias

No cabe duda que durante gran parte de la Edad Media las bulas papales y otros documentos se falsificaban en forma muy inescrupulosa. Una parte considerable de las primeras entradas en casi toda clase de cartularios no sólo están abiertas a grave sospecha, sino que son claramente espurias. Sin embargo, es probable que el motivo para su falsificación no fuese criminal. Ellos se vieron movidos por el deseo de proteger la propiedad monástica contra los opresores tiránicos quienes, cuando los títulos de propiedad se perdían o eran ilegibles, perseguían a los tenedores y les exigían grandes sumas de dinero como precio de escrituras confirmatorias. Sin duda, a menudo también operaban motivos menos loables---por ejemplo, un deseo ambicioso de exaltar el valor de la propia casa---, y mientras prevalecían principios laxos a este respecto casi universalmente, es a menudo difícil distinguir el propósito por el cual se falsificaba una bula papal.

Un ejemplo famoso de tal falsificación aparece en dos bulas en papiro que declaran haber sido dirigidos a la Abadía de San Benigno en Dijon por los Papas Juan V (685) y San Sergio I (697), y que fueron aceptados como auténticos por Jean Mabillion y sus colegas. Sin embargo, M. Delisle ha probado que son falsificaciones construidas a partir de una bula posterior enviadas por el Papa Juan XV al abad William en 995, la cual tenía un lado en blanco. Un falsificador cortó el documento por la mitad, lo cual le proveyó suficiente papiro para dos falsificaciones inútiles. Aunque engañados en este caso, Mabillion y sus sucesores, Dom Toustain y Dom Tassin, han provisto el más valioso criterio para ayudar a detectar fabricaciones similares, y su trabajo ha sido continuado hábilmente en tiempos modernos por eruditos como Jaffé, Wattenbach, Ewald y muchos más.

En particular se ha provisto una nueva prueba para el más cuidadoso estudio del cursus, o cadencia rítmica de las oraciones, la cual se observaba muy cuidadosamente en las bulas auténticas del siglo XII y principios del XIII. Es imposible entrar en detalles aquí, pero se puede decir que M. Noæl Valois, quien fue el primero en investigar este asunto, parece haber tocado los puntos de primordial importancia. Aparte de esto, generalmente las bulas espurias se detectan por disparates en las cláusulas de datación y otras formalidades. En la Edad Media una de las principales pruebas para la autenticidad de las bulas parece haber sido provista por el conteo de número de puntos en el trazado circular del sello de plomo o en la figura de San Pedro pintada en él. Aparentemente los bullatores seguían alguna regla definida al gravar sus estampas.

Finalmente, respecto a esos mismos sellos, se debe señalar que cuando un Papa recién electo emitía una bula antes de su consagración, sólo se estampaba en la bulla las cabezas de los apóstoles, sin el nombre del Papa. A este tipo de bula se le llamaba bullæ dimidiatæ. El uso de las bulas doradas (bullæ aureæ), aunque aparentemente fue adoptado desde el siglo XIII (Giry, 634) para ocasiones de solemnidad excepcional, es muy raro que necesiten señalamiento especial. Un ejemplo digno de notarse en que se usó un sello dorado fue en la bula con la que el Papa León X le confirió al rey Enrique VIII el título de Fidei Defensor


Bibliografía: Vea también los artículos Diplomática Papal y y ''Regesta'' Papal. Ortolan en Dicc. de Teol. Cat., II, 1255-63--vea notas, pág 49, col. 2; Grisar en Kirkenlex, II, 1482-95; Giry, Manuel de diplomatique (París, 1894), 661-704--un excelente resumen de todo el tema; Pflugk-Harttung, Die Bullen der Papste (Gotha, 1901)--concernidos principalmente con el período antes de Inocencio III; Melampo en Miscellanea di Storia e Cultura Ecclesiastica (1905-07), una valiosa serie de artículos de carácter no muy técnico, por un Custodio de los Archivos del Vaticano; Mas-Latrie, Les élementes de diplomatique pontificale in Revue des questions historiques (París, 1886-87), XXXIX y XLI; De Kamp, Zum papstlichen Urkundenvessen in Mittheilungen des Inst. f. Oesterr. Geschictesforschung (Viena, 1882-83), III y IV, y en Historiches Jahrbuch, 1883, 1883, IV; Delisle, Des régitres d'Innocent III in Bibliothéque de l'écoles des chartres (París, 1853-54), con muchos otros artículos; Bresslau, Handbuch der Urkundenlehre (Leipzig, 1889), I, 120-258; De Rossi, Prefacio a los Códices Palatini Latin Bib. Vat. (Roma, 1886); Berger, prefacio a Les régistres d'Innocent IV (París, 1884); Kehr y Brockman, Papsturkunden en varios números del Göttinger Nachrichten (Phil. Hist. Cl., 1902-04); Kehr, Scrinium und Palatium in the Austrian Mittheilungen, Ergènzungaband, VI; Pitra, Analecta Novissima Solesmensia (Tusculum, 1885), I; Schmitz-Kahlemberg, Practica (1904). Entre las primeras obras se debe mencionar a Mabillion, De Re Diplomatica (París, 1709), y el Nouveau traité de diplomatique por los Benedictinos de Saint-Maur (París, 1765, VI volúmenes).

Primeras Bulas: Bresslau, Papyrus und Pergament in der papstlichen Kanzlei en el Mittheilungen der Instituts für Oest. Geschictsforschung (Innsbruck, 1888), IX; Omont, Bulles pontificales sur papyrus in Bibl. les l'école des chartes (París, 1904), XLV; Ewald, Zur Diplomatik Silvesters II in Neues Archiv (Hanover, 1884), IX; Kehr, Scrinium und Palatium en el Austrian Mittheilungen, Ergènzungaband, (Innsbruck, 1901) VI; Kehe, Verschollene Papyrusbullen in Quellen und Forschungen aus italienischen Archiven (Roma, 1907), X, 216-224; Rodolico, Note paleografiche e diplomatiche (Bologna, 1900).

Para facsímiles de las primeras bulas y sus sellos, la gran colección de Pflugk-Harttung, Specimena Selecta Chartarum Pontificum Romanorum (3 vols., Stuttgart, 1887) es de primordial importancia pero facsímiles aislados se pueden hallar en otros sitios. Sobre el “cursus” será suficiente mencionar el artículo de Noæl Valois, Etudes sur le rythme des bulles pontificales in Bibl de l'école des chartes (1881), XLII, y De Santi, Il Cursus nella storia litter. e nella liturgia (Roma, 1903).

Fuente: Thurston, Herbert. "Bulls and Briefs." The Catholic Encyclopedia. Vol. 3. New York: Robert Appleton Company, 1908. <http://www.newadvent.org/cathen/03052b.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.