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Martes, 19 de marzo de 2024

Papa San Siricio

De Enciclopedia Católica

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El Papa San Siricio (384-99 d.C.) nació en Roma, en una fecha cercana al 344 d.C. y falleció el 26 de noviembre de 399. Su padre se llamó Tiburtius. Siricio entró al servicio de la Iglesia a una edad muy temprana y de acuerdo a la inscripción de su tumba fue lector y posteriormente diácono de la Iglesia de Roma durante el pontificado de Liberio (352-66 d.C.). Después de la muerte de San Dámaso, Siricio fue elegido por unanimidad como su sucesor (diciembre 384 d.C.) y su consagración como obispo ocurrió posiblemente el 17 de diciembre. Ursino, que había rivalizado con San Dámaso (366 D.N.E.) mantuvo otra vez sus reclamos de ser el sucesor de San Pedro. Sin embargo el emperador Valentiniano III, en una carta dirigida a Pinian (23 feb. 385) dio su consentimiento a la elección de Siricio alabando la piedad del obispo recién electo allanando de esta forma cualquier dificultad. Inmediatamente después de su elección

Siricio tuvo la ocasión de ejercer su autoridad sobre la Iglesia Universal. En este caso fue dar respuesta a una carta enviada por el obispo Himerio de Tarragona, España a su predecesor, el Papa Dámaso. En la carta se recogían dudas y preguntas sobre al menos quince puntos diferentes relacionados con el bautismo, las penitencias, la disciplina de la Iglesia y el celibato de los clérigos. Siricio envió su respuesta el 10 de febrero de 385. En su carta exponía sus decisiones sobre los temas tratados ejerciendo con plena conciencia su autoridad suprema sobre la Iglesia (Coustant, "Epist. Rom. Pont.", 625 ss.). En el mismo documento el papa le indicaba a Himerio que diese a conocer estas decisiones papales en las provincias vecinas. Esta carta de San Siricio es especialmente importante pues constituye el decreto papal (edicto con sentencias y decisiones relativas a cuestiones de disciplina y leyes canónicas) más antiguo completo que se conserva. Hay que destacar que ya antes de este papa, sus predecesores hicieron uso de este tipo de decretos. San Siricio menciona en su carta unos “decretos generales” dictados por Liberio y que habían sido enviados por este papa a las provincias. Lamentablemente no han llegado a nuestro tiempo copias de ellos. San Siricio estuvo muy involucrado en mantener la disciplina de la Iglesia y la observancia de los cánones tanto por los clérigos como por los laicos. Un sínodo celebrado en Roma el 6 de enero de 386 que contó con la presencia de unos ochenta obispos, reafirmó en nueve cánones las leyes de la Iglesia relativas a diferentes aspectos de la disciplina (consagración de obispos, celibato, etc.). Las decisiones de este concilio fueron comunicadas por el papa a los obispos del norte de África, y probablemente a otros que no habían asistido, con el mandato expreso de actuar de acuerdo con las mismas. En otra carta enviada a varias iglesias el papa trata sobre la elección de obispos y sacerdotes que fuesen dignos de tal responsabilidad. Hay también una carta sinodal a los obispos galicanos que según Couscant y otros estudiosos pertenece a San Siricio, aunque también ha sido adjudicada a Inocencio I (P.L., XIII, 1179 sq.). En todos sus decretos el papa habló consciente de su suprema autoridad eclesial y del cuidado pastoral hacia todas las iglesias.

Siricio también se vio obligado a hacer frente a los movimientos heréticos. Joviniano, un monje romano, comenzó a oponerse a las prácticas del ayuno, las obras de caridad y a los méritos de la vida célibe. Sus palabras encontraron algunos seguidores entre los monjes y monjas de Roma. Entre el 390 y el 392 D.N.E, el Papa convocó a un sínodo en Roma en el que Joviviano y ocho de sus seguidores fueron condenados y excluidos de la comunión con Cristo. Esta decisión fue enviada a san Ambrosio, el gran obispo de Milán y amigo de Siricio. Ambrosio convocó entonces a un sínodo para los obispos de la zona norteña de Italia, que actuando según las decisiones del sínodo romano, también condenaron a los herejes. Otro grupo herético al que se tuvo que oponer el papa incluyó al obispo Bonosus de Sárdica (390 D.N.E). Este obispo fue acusado de errores en el dogma de la Trinidad, y de mantener la falsa doctrina de que María no siguió siendo virgen. Tanto Siricio como Ambrosio se opusieron a Bonosus y sus seguidores y refutaron sus falsos argumentos. Después de este paso inicial, Siricio delegó el resto del proceso contra Bonosus en el obispo de Tesalónica y los demás obispos de Iliria. Siricio, al igual que Dámaso, su predecesor, tomó parte en la controversia prisciliana criticando duramente la acción de los obispos acusadores de Prisciliano quienes habían llevado el caso ante una corte secular y habían prevalecido sobre el usurpador Máximo para lograr la condena a muerte y ejecución de Prisciliano y varios de sus seguidores. Máximo intentó justificar esta acción enviándole al papa las actas procesales del caso. Sin embargo Siricio excomulgó a Félix, obispo de Tréveris, por haber apoyado a Itacio, el acusador de Prisciliano y porque fue en Tréveris dónde ocurrieron las ejecuciones. El papa envió una carta a los obispos españoles dónde establecía las condiciones bajo las cuales los conversos del priscilianismo podían ser restaurados a la comunión de la Iglesia.

Según el “Liber Pontificalis” (ed. Duchesne, I, 216), el Papa Siricio también aplicó medidas severas para detener el maniqueismo en Roma. Sin embargo, en opinion de Duchesne (loc. cit., notas), no puede asegurarse a partir de los escritos de un converso San Agustín, quién fue maniqueo durante el período en que vivió en Roma (383), que San Siricio realmente actuó contra este grupo. San Agustín, al parecer, realizó una serie de comentarios como si así hubiera ocurrido. La mención en el “Liber Pontificalis” realmente pertenece a la vida del Papa León I. Tampoco es probable, según la opinión de Langen (Gesch. der röm. Kirche, I, 633), que falsamente se le estuviera dando el nombre de maniqueos a un grupo de priscilianos aunque puede ser probable que en los documentos escritos en aquella época, los priscilianos recibieran a veces el título de maniqueos. Los emperadores occidentales, incluyendo a Honorio y Valentiniano III, dictaron leyes contra los maniqueos a quienes declararon enemigos del estado y ejecutaron acciones severas contra esta secta (Codex Theodosian, XVI, V, leyes varias). En Oriente, Siricio intervino para zanjar el cisma melecionista en Antioquía. Este cisma había continuado a pesar de la muerte de San Melecio (o Meletio) durante el Concilio de Constantinopla en el 381. Los seguidores de Melecio elegieron a Flaviano como su sucesor, mientras que los partidarios del obispo Paulino, tas su muerte en el 388, eligieron a Evagrio. Evagrio falleció en el 392 y gracias a la acción de Flaviano no se nombró a nadie para sucederle. Por su parte San Juan Crisóstomo y Teófilo de Alejandría enviaron a Roma una delegación, encabezada por el obispo Acacio de Beroea, para que este persuadiera a Siricio de reconocer a Flaviano y readmitirlo en la communion de la Iglesia.

En Roma, el nombre de Siricio está vinculado especialmente a la basilica de San Pablo Extramuros construída sobre la tumba del Apóstol en la Via Ostense. La basilica que había sido reconstruída por el emperador dotándola de cinco naves, fue consagrada por este Papa y dedicada a la veneración del santo en el 390. El nombre de Siricio todavía se puede leer en uno de los pilares que no fue destruído por el fuego de 1823 y que se encuentra ahora en el vestíbulo de la entrada lateral al transepto.

Dos de sus contemporáneos describen el carácter de Siricio de formas totalmente divergentes. Paulino de Nola visitó Roma en el 395 y recibió del Papa un trato más bien comedido. Sus escritos mencionan la urbici papæ superba discretio, la política altiva del Obispo de Roma (Epist., V, 14). Este actuar del Papa puede explicarse por la existencia de irregularidades en la elección y consagración de Paulino (Buse, "Paulin (De Rossi von Nola", I, 193). Por su parte, San Jerónimo habla de la “falta de juicio” de Siricio (Epist., cxxvii, 9) para referirse al trato que el Papa le había dispensado a Rufino de Aquilea. Al partir Rufino de Roma en el año 398, el papa le había entregado una carta dónde se explicaba que Rufino se encontraba en comunión con la Iglesia. Esto, sin embargo, no justifica el juicio emitido por San Jerónimo contra el Papa, máxime cuando muchas veces Jerónimo, en sus escritos, excedía los límites de lo correcto. Todo lo que se conoce de la labor de Siricio refuta estas críticas caústicas del heremita de Belén. El Liber Pontificalis” da una fecha incorrecta de su muerte. Siricio fue enterrado en el caementerium (catacumbas) de Priscilla en la Via Salaria. Se conoce el texto de la inscripción de su tumba, (De Rossi, "Inscriptiones christ. urbis Romæ", II, 102, 138). Su festividad se celebra el 26 de noviembre y su nombre fue inscrito en el Martiroligio Romano por Benedicto XIV.


Bibliografía: Liber Pontif., ed; DUCHESNE, I, 216-17; COUSTANT, Epist. Roman. Pont., I; JAFFÉ, Reg. Pont. Rom., I, 2da ed, 40-42; BABUT, La plus ancienne Décrétale (PARIS, 1904); LANGEN, Gesch. der röm. Kirche, I (Bonn, 1881), 611 sqq.; RAUSCHEN, Jahrb. der christl. Kirche (Freiburg, 1897); GRISAR, Gesch. Roms u. der Päpste, I, passim; HEFELE, Konziliengesch., II, 2da ed., 45-48, 51.

Fuente: Kirsch, Johann Peter. "Papa San Siricio." The Catholic Encyclopedia. Vol. 14. New York: Robert Appleton Company, 1912. 12 Nov. 2015 <http://www.newadvent.org/cathen/14026a.htm>.

Traducción: José Andrés Pérez García