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Sábado, 21 de diciembre de 2024

Gremios

De Enciclopedia Católica

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Definición y Etimología

Los gremios eran asociaciones voluntarias con fines religiosos, sociales y comerciales. Estas asociaciones, que alcanzaron su mayor desarrollo entre las naciones teutónicas, especialmente Inglaterra, durante la Edad Media, fueron de cuatro tipos:

  • gremios religiosos,
  • gremios de paz
  • gremios de comerciantes, y
  • gremios de artesanos

La palabra misma, menos comúnmente pero más correctamente, escrita gild, se derivó del anglosajón gildan, que significa “pagar”, de donde vino el nombre gegilda, “el miembro suscriptor de un gremio”. En su origen la palabra guild se encuentra en el sentido de “ídolo” y también de “sacrificio”, lo que ha llevado a algunos escritores a relacionar el origen de los gremios con las asambleas de sacrificios y banquetes de las tribus paganas germánicas. Brentano, el primero en investigar la cuestión a fondo, al asociar estos hechos con la importancia de la relación familiar entre las naciones teutónicas, considera que el gremio, en su forma temprana, se desarrolló a partir de la familia, y que el espíritu de asociación, al ser congenial al cristianismo, fue tan fomentado por la Iglesia que la institución y el desarrollo de los gremios progresaron rápidamente. Esta teoría encuentra más favor con los estudiosos recientes que los intentos de remontar los gremios a la collegia romana. No se puede determinar la conexión o identidad de los gremios con el geldoniœ o confratriœ carolingio por falta de información definitiva sobre estas últimas instituciones, que fueron desalentadas por la legislación de Carlomagno.

En Inglaterra

Los primeros vestigios de gremios en Inglaterra se encuentran en las leyes de Ine en el siglo VII. Estos gremios se formaron con fines religiosos y sociales y eran de carácter voluntario. Las promulgaciones posteriores hasta la época de Athelstan (925-940) muestran que pronto se convirtieron en gremios de paz, asociaciones con una responsabilidad corporativa para la buena conducta de sus miembros y su responsabilidad mutua. Con mucha frecuencia, como en el caso de Londres en los primeros tiempos, la ley del gremio llegó a ser la ley de la ciudad. El objetivo principal de estos gremios era la preservación de la paz, el derecho y la libertad.

Las observancias religiosas también formaron una parte importante de la vida del gremio, y los miembros se ayudaban mutuamente tanto en necesidades espirituales como temporales. El estatuto más antiguo existente de un gremio data del reinado de Canuto, y por este sabemos que un tal Orcy presentó una sala del gremio (gegyld-halle) al gyldschipe de Abbotsbury en Dorset, y que los miembros se asociaron para repartir limosnas, cuidar a los enfermos, enterrar a los muertos y encargar Misas para las almas de los miembros fallecidos.

El lado social del gremio se muestra en la fiesta anual, para la que se hacían provisiones. En las ordenanzas (“Dooms”) de Londres encontramos las mismas prácticas religiosas y sociales descritas, con la adición de ciertos acuerdos comerciales ventajosos, como el establecimiento de una especie de fondo de seguro contra pérdidas y el suministro de asistencia en la captura de ladrones. Sin embargo, estas disposiciones son características más bien de los gremios mercantiles que crecieron durante la segunda mitad del siglo XI.

Gremios Mercantiles

Estos diferían de sus predecesores, los gremios religiosos y los de paz, en que se establecían primordialmente con el propósito de obtener y mantener el privilegio de llevar a cabo el comercio. Tras haber asegurado este privilegio, los gremios cuidaban su monopolio celosamente. El derecho a comprar y vender artículos alimenticios parece haber quedado libre en todas partes, pero todas las demás ramas del comercio estaban reguladas por el gremio de comerciantes o hanse, como se le llamaba a menudo. La primera mención positiva de un gremio de comerciantes, el "enighten on Cantwareberig of ceapmannegilde", ocurre durante la primacía de San Anselmo (1093-1109).

Desde la época de Enrique I, los estatutos de los soberanos sucesivos dan testimonio de la existencia de gremios mercantiles en las principales ciudades. Estos estatutos, como los otorgados a Bristol, Carlisle, Durham, Lincoln, Oxford, Salisbury y Southampton, fueron de suma importancia para los gremios, ya que les aseguraba el derecho y el poder de hacer cumplir las regulaciones del gremio con la sanción de la ley. Por esta razón, Glanvill, el abogado, escribiendo en el siglo XII, considera que el gremio mercantil es idéntico a la commune, es decir, el cuerpo de ciudadanos con derechos de autogobierno municipal (Ashley, op. cit., Inf., 72). A partir del hecho que de 160 ciudades que estaban representadas en los parlamentos de Eduardo I (1272-1307) se sabe con certeza que 92 poseían un gremio de comerciantes, se llega a la conclusión de que debió haber un gremio en cada ciudad de cualquier tamaño, incluidas algunas que no eran mucho más que aldeas.

La organización de los gremios mercantiles se conoce por las constituciones o listas de gremios que han sobrevivido. Estos documentos son solo cuatro, pero afortunadamente se refieren a ciudades en cuatro partes diferentes de Inglaterra. Son los estatutos gremiales de Berwick y de Southampton, y las listas de gremios de Leicester y Totnes (Ashley, p. 67). De estos aprendemos que cada gremio era presidido por uno o dos regidores asistidos por dos o cuatro inspectores o échevins. Estos funcionarios presidían las reuniones de la sociedad y administraban sus fondos y propiedades. Eran asistidos por un consejo de doce o veinticuatro miembros. Los gremiales eran originalmente los verdaderos burgueses, aquellos habitantes que poseían tierras dentro de los límites de la ciudad, ya fuesen comerciantes o poseedores de tierra cultivable; pero en el transcurso del tiempo los derechos de membresía pasaban por herencia e incluso por compra. Así, los hijos mayores de los gremios eran admitidos de forma gratuita por derecho, mientras que los hijos más jóvenes pagaban una tarifa menor que los otros. Los gremios podían vender sus derechos, y las herederas podían ejercer su membresía en persona o por medio de sus esposos o hijos.

Los gremios mercantiles poseían amplios poderes, incluido el control y el monopolio de todos los comercios de la ciudad, lo que implicaba el poder de multar por comercio ilícito a todos los comerciantes que no fuesen miembros del gremio, y el de infligir castigos por todas las infracciones de honestidad o delitos contra las regulaciones del gremio. También tenían libertad de comerciar en otras ciudades y de proteger a sus miembros dondequiera que estuviesen comerciando. Supervisaban la calidad de los bienes vendidos y evitaban que los extraños compraran o vendieran directa o indirectamente en perjuicio del gremio. Además de estas ventajas comerciales, el gremio entraba en gran medida en la vida de todos sus miembros. Los gremiales tomaban su parte como cuerpo en todas las celebraciones religiosas de la ciudad, organizaban festividades, proveían para los enfermos o los hermanos empobrecidos, se encargaban del cuidado de sus niños huérfanos, y mandaban a celebrar Misas y cantos fúnebres para los miembros fallecidos. Con el paso del tiempo, los gremios mercantiles se volvieron más exclusivos, y cuando el aumento de las manufacturas en el siglo XII causó un aumento en el número de artesanos, fue natural que estos se organizaran por su cuenta y formaran sus propios gremios.

Gremios de Artesanos

Al ver que los gremios mercantiles se habían vuelto idénticos a los municipales, los artesanos, cada vez más numerosos, lucharon por romper el monopolio comercial de los gremios mercantiles y ganarse el derecho de supervisión sobre su propio cuerpo. Los tejedores y bataneros fueron los primeros oficios en obtener el reconocimiento real de sus gremios, y para 1130 tenían gremios establecidos en Londres, Lincoln y Oxford. Poco a poco, durante los siguientes dos siglos, destruyeron el poder de los gremios mercantiles, que recibieron su golpe mortal por el estatuto de Eduardo III, que en 1335 permitió a los comerciantes extranjeros comerciar libremente en Inglaterra.

En el sistema de gremios de artesanos, la administración estaba en manos de los guardianes, alguaciles o amos, para cuya admisión era necesario un largo aprendizaje. Al igual que los gremios de comerciantes, los gremios de artesanos se ocupaban por los intereses tanto espirituales como temporales de sus miembros, proveyendo pensiones de vejez y enfermedad, pensiones para viudas y fondos funerarios. El maestro artesano era un productor independiente, que necesitaba poco o ningún capital y empleaba a jornaleros y aprendices que esperaban convertirse en maestros artesanos a su debido tiempo. Así, no había "clase trabajadora" como tal, ni conflicto entre el capital y el trabajo. Al final del reinado de Eduardo III había en Londres cuarenta y ocho compañías, una cantidad que luego se elevó a sesenta.

Además de los gremios de comerciantes y artesanos, los gremios religiosos y sociales continuaron existiendo durante la Edad Media, en gran medida de la naturaleza de las cofradías. Durante la Reforma fueron suprimidos como fundaciones supersticiosas. Los gremios comerciales sobrevivieron como corporaciones o compañías, tales como las doce grandes compañías de Londres que aún mantienen una existencia corporativa con fines benéficos y sociales, aunque han dejado de tener una estrecha relación con los de artesanos, cuyos nombres llevan. El gremio mercantil de Preston también sobrevive en un estado similar, pero tales cuerpos no tienen una importancia real. La Reforma sacudió su constitución, mientras que las condiciones industriales y sociales alteradas finalmente los privaron del poder y la influencia que habían disfrutado en la Edad Media.

En Flandes y Francia

La palabra gilde, o ghilde, es solo uno de los muchos términos utilizados anteriormente en Francia y en los Países Bajos para denotar lo que significa la palabra más moderna corporación, es decir, una asociación entre hombres de la misma comunidad o profesión. Gilde, métier, métier juré, confrérie, nation, maîtrises et jurandes y otras nombres similares, expresan esencialmente esta idea de asociación, al mismo tiempo que hacen hincapié en alguna característica particular de la misma. Sin embargo, la palabra gilde es la primera en aparecer y la encontramos muy temprano en la historia de Europa continental occidental. Una capitular de 779 dice: "Que nadie se atreva a prestar el juramento por el que la gente acostumbra a formar gremios. Cualesquiera que sean las condiciones acordadas, que nadie se comprometa por juramentos relacionados con el pago de contribuciones en caso de fuego o naufragio". Esta prohibición aparece varias veces en las leyes promulgadas bajo los emperadores carolingios; sin embargo, los gremios continuaron existiendo, al menos en la parte norte del imperio. Los registros de los concilios provinciales celebrados en esos distritos también muestran que los gremios eran un tema de gran preocupación para las autoridades eclesiásticas; durante mucho tiempo la Iglesia se empeñó en extirpar de su organización una serie de características objetables que las convertían en una amenaza para la moral.

En Francia y los Países Bajos un gremio era originalmente una especie de fraternidad para el apoyo, la protección y la diversión comunes. Cada miembro pagaba cierta contribución al fondo común; comprometían su palabra de ayudarse mutuamente; cuidaban a los hijos de los miembros fallecidos y encargaban Misas por el descanso de sus almas; celebraban el día del santo patrón con grandes festividades en las que participaban los pobres. Estas y otras características de los gremios, por supuesto, no aparecieron todas a la vez. Como la mayoría de las instituciones humanas, tuvieron un comienzo modesto y se desarrollaron según las circunstancias. Además, debe tenerse en cuenta que no presentaban el mismo tipo en todas partes. Algunos eran principalmente sociales, otros enfatizaban el lado religioso de la organización, mientras que más tarde, en los gremios de comerciantes y artesanos, predominó el aspecto económico.

Antes de hablar de esto último, se debe decir una palabra sobre el origen de los gremios en los dos países que nos ocupan aquí, lo cual ha sido una cuestión muy debatida. Algunos eruditos consideran los gremios como el producto del instinto de asociación alemán en suelo cristiano, y asignarían para su origen más remoto los banquetes (convivia) tan comunes entre los teutones y escandinavos. Otros afirman que no eran más que las corporaciones romanas (collegia) establecidas en Europa occidental bajo el dominio romano y reconstruidas según los principios cristianos después de las grandes invasiones. El descubrimiento de numerosas inscripciones en Niza, Nîmes, Narbonne, Lyon y otras ciudades ha establecido más allá de toda duda que los colegios romanos de artesanos florecieron en la Galia meridional y central.

No es probable que la invasión bárbara eliminara por completo las tradiciones romanas en países donde la influencia de Roma se había sentido tan profundamente, y se justifica decir que en el sur y centro de Francia el origen de los gremios fue romano en cierta medida. Sin embargo, tal afirmación difícilmente podría hacerse para el norte de Francia y menos aún para los Países Bajos. No hay evidencia que demuestre que la collegia romana haya alcanzado una gran importancia en estas regiones. En cualquier caso, el dominio de Roma se estableció allí mucho más tarde que en el sur y nunca estuvo tan arraigado. Las instituciones y costumbres romanas apenas habían tenido tiempo de echar raíces antes de la invasión alemana, y debieron ceder fácilmente bajo la presión de los conquistadores, cuyo rápidamente creciente número pronto les aseguraró una influencia preponderante.

Pero ya sea un legado de la civilización romana o una institución nativa de la joven raza teutónica, el gremio nunca habría logrado su maravilloso desarrollo si la Iglesia no lo hubiese tomado bajo su tutela ni le hubiese infundido el espíritu vivificador de la caridad cristiana. Además, es cierto que una gran cantidad de gremios deben su existencia únicamente a las aspiraciones que dieron lugar a la caballería e indujeron a miles de hombres a unirse a las comunidades monásticas. Hacia finales del siglo X, con la mayor seguridad que siguió a las invasiones normandas, hubo un aumento del comercio en el Continente. En cada una de las grandes ciudades, como Ruán, París, Brujas, Arras, Saint-Omer, pronto surgió una corporación que se conoció como el gremio mercantil y que, en algunos casos, al menos, era el desarrollo de una asociación más antigua. A ninguno de los hermanos de la corporación se les permitía comerciar con ningún artículo, excepto alimentos.

Es una cuestión discutible si las comunas (ciudades con estatutos) de Francia y los Países Bajos tuvieron su origen en el gremio de comerciantes, aunque parece cierto que los comerciantes fueron al menos instrumentales en la concesión de estatutos por los príncipes, pues el derecho de administrar sus propios asuntos, conferidos a la ciudad, prácticamente significaba que su gobierno caía en manos de la clase comercial. En el origen del gremio mercantil, cualquier ciudadano podía convertirse en miembro de la corporación mediante el pago de una tarifa establecida, pero con el aumento de su riqueza, los comerciantes mostraron una tendencia cada vez mayor a excluir de su asociación a las clases más pobres. Sin embargo, estas últimas clases no carecían de organización; tenían sus propias corporaciones (los gremios de artesanos), la mayoría de los cuales parecen haberse constituido en los siglos XII y XIII. Cada uno de estos gremios de artesanos, como los gremios mercantiles, tenían su carta y estatutos, su santo patrón, su estandarte y altar, su salón, su día de fiesta y su lugar en las procesiones religiosas y festividades públicas.

En los gremios de artesanos había tres clases de personas: los aprendices (aprendre, "aprender"), los jornaleros (journée, "día"), u hombres contratados para trabajar por el día, y los maestros o empleadores. El aprendiz tenía que permanecer de tres a diez años en una condición de total dependencia bajo un maestro, a fin de estar calificado para ejercer su oficio como jornalero. Antes de que un maestro pudiera contratar a un aprendiz, tenía que convencer a los oficiales del gremio de la solidez de su carácter moral. Debía tratar al niño como lo haría con su propio hijo, y era responsable no solo de su educación profesional, sino también de su educación moral. Al completar su aprendizaje, el joven artesano se convertía en un jornalero (compagnon); al menos, tal fue la regla desde el siglo XIV en adelante.

Para convertirse en maestro debía tener algunos medios y aprobar un examen ante los ancianos. A la cabeza de la corporación había un consejo compuesto por dos o más decanos (doyens, syndics) asistidos por un secretario, un tesorero y seis o más miembros del jurado (jurés, assseseurs, trouveurs, prud'hommes). Estos oficiales eran elegidos entre los maestros y se les encomendaba la administración de los intereses del gremio, el cuidado de sus huérfanos, la defensa de sus privilegios y la protección de sus miembros. Era más especialmente el deber de los jurados hacer cumplir los estatutos del gremio en relación con el empleador y el empleado, la contratación de aprendices y jornaleros, los salarios, las horas de trabajo, los días feriados, etc. Podían castigar o incluso expulsar de la corporación a cualquier miembro cuya conducta hubiese incurrido en su desaprobación.

El artesano obtuvo grandes beneficios de esta organización fuerte, impregnada con el espíritu del cristianismo. Su trabajo, que estaba bien regulado y era interrumpido por muchos días feriados, no abusaba de sus fuerzas; la buena vida que se le indujo a vivir lo salvó de la necesidad, mientras que sus derechos e intereses estaban protegidos contra los malos tratos del gobierno local o central. Aún más notable fue el carácter fraternal de las relaciones entre empleado y empleador, sl que las grandes ciudades de la Edad Media le debía la paz social que disfrutaron durante muchos siglos. Esto por sí solo superaría las desventajas que se pueden haber atribuido a esta organización del trabajo.

Los gremios de los Países Bajos, por lo demás similares a los gremios franceses, diferían de ellos en un aspecto: su importancia política. Estos últimos nunca obtuvieron suficiente influencia para liberarse de la condición de dependencia total en la que los habían colocado los reyes, pero en los Países Bajos se combinaron varias circunstancias que dieron a las clases trabajadoras un poder que no podían tener en Francia. De estas circunstancias, las más importantes fueron la riqueza de las ciudades, la gran cantidad de artesanos y su organización en cofradías militares (confréries militaires) que formaban una milicia regular, capaz de defenderse contra los ejércitos feudales, como se mostró muchas veces en la historia de Flandes y Lieja.

Este artículo trata principalmente sobre los gremios en la Edad Media, pero se puede decir poco de las corporaciones de artistas, que, en Francia y los Países Bajos eran pocas y no tuvieron mucha importancia antes del siglo XVI. La explicación de este crecimiento tardío se encuentra, al menos en parte, en el hecho de que durante la mayor parte de la Edad Media las bellas artes permanecieron dentro de la Iglesia o bajo su supervisión; incluso en el siglo XIII, el número de laicos dedicados a estas profesiones era aún muy pequeño, como se muestra en "Le Livre des métiers de Paris", o libro de los estatutos de los gremios de artesanos de París, redactado por Etienne Boileau bajo la dirección de San Luis.

Otras dos clases de gremios que merecen una mención especial son los basoches (ver Literatura Francesa, El Drama) y las corporaciones temporales o permanentes para la exhibición de dramas religiosos y de otro tipo. El más conocido de esta clase de gremio es "La Confrérie de la Passion", establecido en 1402. Sus Mystères forman el vínculo que une la tragedia francesa del siglo XVII con la literatura dramática de la Edad Media.

Para fines del siglo XV, bajo el gobierno despótico de los reyes franceses, los gremios dejaron de ser un medio de protección para la mayoría de sus miembros, —los jornaleros— que formaron asociaciones propias, sin tener en cuenta todas las distinciones profesionales e incluso religiosas. Sus privilegios se convirtieron en un medio de llenar las arcas reales a expensas de los empleadores, los cuales se desquitaban con el público, más aun cuando no tenían competencia a quien temer. A mediados del siglo XVIII, la protesta contra los gremios fue general en Francia. En 1776 Turgot, entonces primer ministro, planeó su supresión, pero su caída les dio un respiro. En 1791 fueron abolidos por la Asamblea Constituyente, pero restos de estas corporaciones todavía se encuentran en muchas aduanas francesas y belgas, como, por ejemplo, los honorarios que deben pagar los notarios, abogados y alguaciles cuando ingresan al oficio. En la primera mitad del siglo XIX, se hicieron varios intentos infructuosos en Francia por restaurar parcialmente los gremios de artesanos. Durante la segunda mitad del siglo XIX, sin embargo, hubo un movimiento católico en Francia y Bélgica que trató de formar asociaciones de patronos y empleados para contrarrestar los malos efectos del socialismo.

En Alemania

El primer gremio alemán conocido es el de los remeros de Worms, cuyo estatuto (Zunftbrief) data de 1106; los zapateros de Würzburgo recibieron el suyo en 1112; los tejedores de Colonia, en 1149; los zapateros de Magdeburgo, en 1158. Pero no fue hasta el siglo XIII que los gremios alemanes se volvieron numerosos e importantes. Zunft, Innung, Genossenschaft, Brüderschaft, Gesellschaft, son los términos utilizados en Alemania para designar estas asociaciones. Allí, como en Italia y los Países Bajos, los gremios más notables eran los relacionados con la fabricación de lino y lana. En Ulm, por ejemplo, hacia fines del siglo XV, había tantos tejedores de lino que el total de piezas de lino preparadas en un año ascendió a 200,000. En el año 1466 había 743 maestros tejedores en Augsburgo (Herberger, "Augsburg, und seine frühere Industrie", p. 46). En las grandes ciudades, los tejedores de lino y lana formaban dos corporaciones distintas, y los tejedores de lana además se dividían en dos clases: los fabricantes de productos finos flamencos o italianos, y los fabricantes de los materiales más burdos hechos en casa.

Otros gremios importantes fueron los de los curtidores y los peleteros; este último incluía a los zapateros, los sastres, los fabricantes de guantes y los calceteros. En el oficio de zapatero había una clara distinción entre el Neumeister, que fabricaba zapatos nuevos, el que arreglaba zapatos y el que hacía zapatillas. El ejemplo más llamativo de una clasificación elaborada según la artesanía se encuentra en los trabajadores metalistas: los herreros, los fabricantes de cuchillos, los cerrajeros, los forjadores de cadenas, los fabricantes de clavos, a menudo formaban corporaciones separadas y distintas; los armeros se dividían en fabricantes de yelmos, fabricantes de escudos, fabricantes de arneses, pulidores de arneses, etc. A veces llegaron a tener gremios especiales para cada artículo separado de una armadura. Esto explica la notable habilidad y acabado que se veían en los detalles más simples.

Una clase de hermandades que merece una mención especial es la de los gremios de los oficios mineros, que desde una fecha temprana fueron muy importantes en Sajonia y Bohemia. "Ningún político o socialista de los tiempos modernos", dice H. Achenbach (Gemeines Deutsches Bergrecht, I, 69, 109), "puede sugerir una organización laboral que logre mejor el objetivo de ayudar al trabajador, elevar su posición y mantener relaciones justas entre el empleador y los empleados que la de las labores mineras de hace siglos". Los estatutos de estos gremios mineros muestran, de hecho, un cuidado notable por el bienestar del trabajador y la protección de sus intereses. Parece que no perdieron de vista ningún detalle: condiciones higiénicas en las minas, ventilación de los pozos, precauciones contra accidentes, baños, jornada laboral (ocho horas diarias, a veces menos), suministro de lo necesario para la vida a precios justos, escala salarial, cuidado de enfermos y discapacitados, etc.

En cuanto a su organización, gobierno y relaciones con el público o las autoridades civiles, los gremios alemanes no diferían sustancialmente de los de otros países europeos. Los miembros se dividían en aprendices, jornaleros y maestros. A la cabeza de la corporación había un director asistido por varios oficiales. Él era el poder jurado y responsable del gremio, convocaba a reuniones, las presidía, tenía el derecho de decisión final, administraba la propiedad del gremio y lo dirigía en caso de guerra. Cada gremio tenía su tribunal de justicia totalmente equipado y disfrutaba de total independencia en todos los asuntos privados, pero todos los gremios estaban sujetos al consejo municipal y a las autoridades municipales, y estaban obligados a presentarles sus estatutos y ordenanzas. En caso de disputas, ya sea dentro o entre gremios, las autoridades civiles ejercían los derechos de un juez comercial; en conjunto con el gremio, también aprobaban regulaciones para los mercados y disposición de políticas, fijaban los precios de las mercancías, organizaban la supervisión del tráfico y la protección contra fraude o trato deshonesto.

El gremio como cuerpo gestionaba la compra de materia prima para evitar el monopolio. Regulaciones estrictas protegían los derechos de todos. Había igualdad entre todos los miembros respecto a la venta de sus productos. Las autoridades de la ciudad aseguraban la protección de compradores y clientes; el gremio era responsable de la calidad y cantidad de los productos para la venta que traía al mercado.

Sin embargo, en Alemania, como en otros lugares, el rasgo más sobresaliente de los gremios fue la relación cercana que establecían entre la religión y la vida diaria. Consideraban el trabajo como el complemento de la oración, como el fundamento de una vida bien regulada. Leemos en el libro "Una Advertencia Cristiana Admonition": "Que las sociedades y hermandades regulen sus vidas de acuerdo con el amor cristiano en todas las cosas para que su trabajo pueda ser bendecido. Trabajemos de acuerdo con la Ley de Dios, y no por recompensa, de lo contrario nuestro trabajo carecerá de bendición y traerá el mal a nuestras almas". Cada gremio tenía su santo patrón, quien, según la tradición, había practicado su rama particular de la industria, y cuya fiesta se celebraba con la asistencia a la iglesia y con procesiones; cada uno tenía su estandarte, su altar o capilla en la iglesia y encargaban Misas por los miembros vivos y los difuntos. La mayoría de los gremios ordenaba la observancia religiosa del domingo y los días santos. Incurría en castigo quien trabajase o hiciese trabajar a otros en esos días, o el sábado después de la campana de vísperas, o quien descuidase el ayuno en los días designados por la Iglesia. Esta unión de religión y trabajo fue un fuerte vínculo entre los miembros de los gremios, y fue de gran ayuda para resolver pacíficamente las diferencias que surgían entre maestros y compañeros.

Los gremios también eran sociedades mutuas y benevolentes; ayudaban a los miembros empobrecidos y a los enfermos; cuidaron a las viudas y los huérfanos; recordaban a los pobres fuera de la sociedad. Muchas instituciones benéficas debieron su fundación a algún gremio, como, por ejemplo, el Hospital de San Job para pacientes con viruela en Hamburgo, que fue fundado en 1505 por un gremio de pescaderos, comerciantes y vendedores ambulantes. En la Edad Media hubo un gran número de estas asociaciones benéficas de comerciantes; a finales del siglo XV había setenta en Lübeck, ochenta en Colonia y más de cien en Hamburgo.

En relación con los gremios, deben mencionarse los clubes de trabajadores, que eran muy comunes a fines del siglo XV. Mientras el jornalero alemán permaneciese en el trabajo en una ciudad, pertenecía a uno de estos clubes, que le proporcionaba el lugar de su familia y su país. Si se enfermaba, no lo dejaban a la caridad pública, sino que lo llevaban a la familia de algún maestro o sus hermanos-miembros lo cuidaban dondequiera que fuera; podía darse a conocer por la insignia o contraseña de la sociedad, y recibía ayuda y protección de la rama local de la asociación a la que pertenecía. Así, en primer lugar, el oficial se asociaba con la familia de su empleador, en cuya casa generalmente se alojaba; en segundo lugar, mantenía una estrecha relación con sus asociados de la misma edad y comercio, co-miembros de la sociedad que lo protegía y ayudaba; finalmente, disfrutaba de una relación especial con la Iglesia, porque generalmente pertenecía a una de las hermandades que ordinaria, pero no necesariamente, formaban parte de la organización de la sociedad.

Junto a los gremios de artesanos, también había gremios de comerciantes, organizados según el mismo plan que los primeros, y con objetivos similares respecto a la vida comunitaria de sus miembros y su bienestar moral y religioso. Pero diferían en su actitud hacia el comercio; porque, si bien el objetivo principal de los gremios de artesanos era la protección y el mejoramiento de los diferentes oficios, los gremios de comerciantes tenían como objetivo asegurar ventajas comerciales para sus miembros y obtener el monopolio del comercio de algún país o alguna clase particular de bienes. No solo en las ciudades alemanas, sino también en todos los países extranjeros donde prevalecía el comercio alemán, corporaciones de este tipo, gremios o Hansa (la palabra Hansa tiene el mismo significado que gremio) habían existido desde una fecha temprana y habían obtenido reconocimiento, privilegios y derechos de los gobernantes y comunidades extranjeras. Gradualmente, estos Hansa en países extranjeros se unieron en una gran asociación que formó un cuerpo comercial importante y rival en medio de los mercaderes y comerciantes nativos. Tal fue el caso en Londres, donde los comerciantes que habían venido de Colonia, Lübeck, Hamburgo y otras ciudades formaron una asociación de comerciantes alemanes.

Para fortalecer aún más su posición, los gremios pertenecientes a diferentes ciudades extranjeras decidieron unirse en una asociación común. En Inglaterra, los de Bristol, York, Ipswich, Norwich, Hull y otras ciudades se afiliaron a la Hansa de Londres, y cada una estaba representada allí. Bajo el mismo plan se organizaron las asociaciones de Novgorod en Rusia, de Wisby en la isla de Gothland y el llamado Komtoor de Brujas. Este último se dividió en tres ramas: una que comprendía con Lübeck las ciudades del país eslavo y de Sajonia; el segundo, los de Prusia y Westfalia; y el tercero, los de Gothland, Livonia y Suecia. Esta gran corporación, que se autodenominó Sociedad de Comerciantes Alemanes del Sacro Imperio Romano, fue el fundamento de la Hansa alemana, o Liga Hanseática, que gradualmente abarcó todas las ciudades (en algún momento más de noventa) de la Baja Alemania, desde Riga a los límites flamencos, y los del sur hasta los bosques de Turingia. Esta liga alcanzó la cumbre de su poder en el siglo XV, y Dantzic fue reconocida universalmente como su ciudad más importante; En el año 1481, más de 1100 barcos habían salido de su puerto hacia Holanda. Los barcos estaban divididos en flotillas de treinta a cuarenta embarcaciones, cada una de ellas llevaba a su lado para su protección barcos armados, llamados Orlogschiffe o Friedenskoggen.

Después de un tiempo, la Liga Hanseática se dividió en secciones separadas cuyos centros eran Lübeck para el país eslavo, Colonia para el Renano, Brunswick para Sajonia y Dantzic para Prusia y Livonia. La Hansa duró desde el siglo XIII al XVII; su última reunión tuvo lugar en 1669, y las ciudades de Lübeck, Bremen, Brunswick, Colonia, Hamburgo y Dantzic fueron las únicas que enviaron representantes. Las causas de la ruina de esta asociación una vez tan poderosa fueron el crecimiento del comercio de Holanda e Inglaterra, las Guerras de la Liga contra Dinamarca y Suecia en los siglos XV y XVI, y la Guerra de los Treinta Años, que fue tan perjudicial al comercio y las manufacturas alemanas. Lübeck, Bremen y Hamburgo todavía se llaman las ciudades hanseáticas.

La historia de los gremios de artistas alemanes está estrechamente relacionada con la de los gremios de artesanos. Durante mucho tiempo, los artistas se incorporaron a las asociaciones comerciales, y su organización en corporaciones independientes tuvo lugar solo al final de la Edad Media. Los arquitectos fueron probablemente los primeros en tener su propia organización.

En Alemania, como en otros países de Europa, los gremios eran organismos obligatorios, que tenían el derecho de regular el comercio, bajo la supervisión de las autoridades civiles; pero el sistema no era perjudicial en la Edad Media. Fue solo a finales del siglo XVI, cuando los gremios se volvieron estrictamente exclusivos con respecto a la admisión de nuevos miembros, y no eran más que una mera sociedad benéfica para un pequeño número de maestros y sus asociados. Los abusos de las corporaciones alemanas llevados a la atención del gobierno imperial en las dietas de 1548, 1577 y 1654, pero fue solo en el transcurso del siglo XIX que los gremios fueron abolidos sucesivamente en los diferentes estados de Alemania. A fines del siglo XIX se promulgaron en ese país una serie de leyes cuyo objetivo no era el restablecimiento de las antiguas corporaciones, que tenía cada una su dominio y privilegios especiales, sino la protección de los trabajadores, que habían sido dejados sin organización y defensa por la abolición de los gremios.

En Italia

"De todos los establecimientos de Numa", dice Plutarco, "ninguno es más apreciado que su distribución de la gente en colegios según el comercio y la artesanía". De estas palabras debemos inferir que las primeras corporaciones italianas conocidas datan del siglo VII a.C., pero algunos autores, cuyo argumento se basa en un texto de Floro, han afirmado que Servio Tulio, y no Numa, fue el fundador de los colegios de artesanos romanos (por ejemplo, Heineccio, "De collegiis et corporibus opificum" 138). Cualquiera que sea la verdad sobre este punto, es cierto que la collegia opificum existió en el siglo VI a.C., porque se incorporaron a la constitución de Servio Tulio, que permaneció en vigor hasta el 241 a.C. Había pocas de estas corporaciones en la República , pero su número aumentó bajo los emperadores; en el siglo III solo en Roma había más de treinta colegios, privados y públicos (Código Teodosiano, XIII y XIV). Los últimos eran cuatro: el navicularii, que suministraba provisiones a Roma, los panaderos, los carniceros de cerdo y los calcis coctores et vectores, que le proveían a Roma cal para la construcción. Los miembros de estas corporaciones recibían un salario fijo del Estado.

Entre los colegios privados se contaban los argentarii o banqueros, los negotiatores vini o comerciantes de vino, los medici o médicos, y los professores o maestros. En general, se podría decir que los collegia fueron prósperos hasta el final del siglo III a.C., pero en el transcurso del siglo siguiente comenzaron a mostrar signos de decadencia. Los pocos privilegios que disfrutaban habían dejado de ser una compensación por sus responsabilidades con el Estado, y fue solo por las medidas más drásticas que los últimos emperadores lograron mantener a los artesanos en sus collegia.

Y ahora surgen las preguntas: ¿Qué quedó de estas corporaciones después de las invasiones? ¿Hay alguna relación entre ellas y los gremios italianos del siglo XIII? Solo podemos responder a estas interrogantes mediante conjeturas. El período que se extiende desde el siglo V hasta el XI es extremadamente pobre en documentos; los pocos analistas de esos días limitaron su trabajo a una simple enumeración de eventos y una lista seca de fechas. Se hace mención aquí y allá de la existencia de un gremio, pero no se nos dice si estos gremios eran asociaciones nuevas o el desarrollo de una organización más antigua. Sin embargo, como sabemos que el derecho romano se incorporó en gran medida a los códigos de los godos y lombardos, tenemos buenas bases para creer que muchas de las instituciones municipales sobrevivieron a la caída de Roma. En apoyo de este punto de vista, tenemos el hecho bien conocido de que los bárbaros usualmente vivían en el campo y dejaban el gobierno de las ciudades en manos del clero, la mayoría de los cuales, al ser italianos, estaban naturalmente inclinados a retener las instituciones romanas, tanto más fácilmente puesto que una mejor educación les permitió apreciar su valor. Todo esto lleva a la conclusión de que, en la mayoría de las ciudades, se debió haber preservado suficiente de la antigua corporación romana para formar el núcleo de una nueva organización que se desarrolló lenta pero constantemente en el gremio de la Edad Media.

La mercanzia, el primer tipo conocido de estos gremios, existió en Venecia, Génova, Milán, Verona, Pisa y en otras partes en el siglo X; se parecía un poco al gremio mercantil del norte de Europa, pues era una asociación de todos los intereses mercantiles de la comunidad sin ninguna distinción profesional; pero, como el aumento del comercio que siguió a la Primera Cruzada provocó un aumento de la actividad industrial, las artes encontraron más conveniente tener una asociación propia, y la mercanzia se dividió en gremios de artesanos. Como ejemplo de esta evolución, podemos tomar la mercanzia romana. Aunque había existido al menos desde principios del siglo XI, recibió su constitución final solo en 1285. En ese momento se componía de trece artes, todas unidas en una asociación común; pero en el transcurso del siglo siguiente. vemos que estas artes se retiran sucesivamente del gremio madre y forman corporaciones independientes hasta que finalmente mercanzia no fue más que un gremio mercantil.

No todas las artes italianas estaban en pie de igualdad. Algunas, al ser más importantes, tenían un derecho de precedencia sobre los demás y una mayor parte de los derechos políticos. Esta jerarquía variaba, por supuesto, de una ciudad a otra; en Roma estaban primero los granjeros y pañeros; en Venecia y Génova, los comerciantes. En Florencia encontramos la ilustración más llamativa de este tipo de organización. Las artes se dividían en mayores y menores. Las primeras fueron, en orden de importancia, los jueces y los notarios, los pañeros, los banqueros, los fabricantes de lana, los médicos y los boticarios, los fabricantes de seda y los curtidores de pieles. Formaban el popolo grosso, o burgueses, y gobernaban la ciudad con las antiguas familias feudales; pero en 1282 estas últimas fueron privadas de sus derechos políticos, y los burgueses se vieron obligados a compartir el gobierno de Florencia con el popolo minuto, o artes menores: los herreros, los panaderos, los zapateros, los carpinteros y los minoristas de vino.

En sus líneas principales, la organización de los gremios italianos se parecía a la de los gremios franceses. Sus miembros se dividían en aprendices, jornaleros y empleadores. Su vida estaba regulada por un elaborado sistema de estatutos relacionados con los deberes profesionales y religiosos de los hermanos, las relaciones de las corporaciones como cuerpo con el gobierno local, la competencia, el monopolio, el cuidado de los enfermos, de los huérfanos, etc. Los oficiales eran elegidos generalmente por un período que no excedía los seis meses. Al principio eran pocos, pero su número aumentó rápidamente con la importancia del gremio. Las corporaciones romanas nos dan una de las ilustraciones más notables del gobierno gremial. A la cabeza de cada uno había un cardenal protector, pero los verdaderos gerentes eran los cónsules (a veces llamados priori, capitudini). Hasta principios del siglo XV estaban investidas de un gran poder judicial, pero después del regreso de los Papas a Roma, sus funciones se volvieron meramente administrativas y su autoridad quedó limitada por una serie de otros oficiales-asesores, procuradores, delegados, defensores, secretarios, archiveros. El segundo gran oficial de la corporación era el camerlingo o tesorero; hubo un tiempo en que su cargo era aún más importante que el del cónsul, pero gradualmente gran parte de sus poderes pasó a los contadores, exactores, recaudadores de impuestos, depositantes. El proveditor tenía la custodia de los muebles del gremio y debía mantener el buen orden en las asambleas; los síndicos examinaban la administración de los oficiales al final de su mandato; el médico y las enfermeras atendían a los miembros enfermos de forma gratuita, y el visitador tenía que visitar a los que estaban en prisión. Además, había muchos oficiales adjuntos a la capilla: sacristanes, capilleros y capellanes.

Los gremios de artesanos aparecieron muy temprano en Italia. Siena, Pisa y Venecia parecen haber estado a la cabeza. La primera de estas ciudades tenía una corporación de arquitectos y escultores en 1212; los estatutos de los escultores y canteros de Venecia datan de 1307; los de los carpinteros y ebanistas en la misma ciudad desde 1385. En Roma, los gremios de artistas se formaron relativamente tarde; los escultores en 1406, los pintores en 1478, los orfebres en 1509, los albañiles en 1527. En general, se ve que las artes relacionadas con la construcción fueron las primeras en tener su propia asociación, luego vinieron los orfebres y finalmente los pintores. A menudo sucedía que los artistas se incorporaban a gremios comerciales, como, por ejemplo, los pintores de Florencia, que para el siglo XVI todavía pertenecían al gremio de tiendas de comestibles. La famosa "Academia del Desegno" de esa ciudad, una de las primeras academias de bellas artes de Europa, surgió de la "Compagnia di San Luca", un gremio semi religioso y semi artístico. La decadencia de los gremios italianos comenzó en el siglo XVI y fue provocado por la decadencia del comercio del país. Fueron abolidos en Roma por Pío VII en 1807, y a fines de la primera mitad del siglo XIX se habían convertido en una cosa del pasado en todas las ciudades italianas.

En España

Lo que se ha dicho sobre el origen de los gremios en Italia se aplica a España. En ninguna otra provincia (excepto, tal vez, la Galia del Sur) los habitantes habían sido influenciados más profundamente por la civilización romana, y, de todos los bárbaros que se establecieron allí en el siglo V, los visigodos fueron aquellos que mostraron la mayor tendencia a retener instituciones y costumbres romanas. Desafortunadamente, el crecimiento de esta civilización neo romana fue detenido por la invasión árabe en el siglo VIII, y en los siguientes 700 años los cristianos de España, que estaban empeñados en la tarea de arrebatarle su país a los infieles, volcaron sus energías a la guerra. El comercio interno cayó en manos de los judíos, el comercio exterior en manos de los italianos, y las manufacturas existieron principalmente en ciudades bajo dominio árabe. Las asociaciones religiosas y militares eran muchas y poderosas, pero los gremios de comerciantes y artesanos no podían crecer en este campo de batalla.


Bibliografía:

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Traducido por Luz María Hernández Medina