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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Conciencia

De Enciclopedia Católica

Revisión de 16:27 21 sep 2016 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (En los Padres Cristianos)

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El Nombre

Conciencia (del latín conscientia, conocimiento común a varias personas). El idioma inglés hace con esta palabra latina lo que no hicieron ni los latinos ni los franceses: ha duplicado el término conciencia: “conscience” denota el departamento moral y “consciousness” denota el campo universal de objetos sobre los que estamos informados. [N.T.: Para efectos de este artículo traduciremos el término “conscience” como conciencia, y el término “consciousness” como “estado consciente”]. En Cicerón tenemos que depender del contexto para la limitación específica al área ética, como en la oración: "mea mihi conscientia pluris est quam omnium sermo" (Att., XII, XXVIII, 2). Sir W. Hamilton ha discutido hasta qué punto se puede decir que estamos conscientes de los objetos exteriores que conocemos, y hasta qué punto el "estado consciente" (consciousness) debe mantenerse como un término restringido a los estados del yo o de la auto-conciencia (Vea Thiele, Die Philosophie des Selbstbewusstseins, Berlin, 1895.) En las dos palabras bewusstsein y gewissen los alemanes han hecho una distinción útil a las “consciousness” y “conscience” del idioma inglés. Los antiguos mayormente descuidaron tal discriminación. Los griegos a menudo utilizaron phronesis donde debemos utilizar "conciencia", pero los dos términos están lejos de ser coincidentes. También utilizaron suneidesis, que ocurre repetidamente para el propósito a mano, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Los hebreos no tenían psicología formal, aunque Delitzsch ha tratado de encontrar una en la Escritura. Allí el corazón a menudo sustituye al término conciencia.

Origen de la Conciencia en la Raza y en el Individuo

Algunos antropólogos aceptan y otros no aceptan el relato bíblico del origen del hombre; y los primeros, admitiendo que los descendientes de Adán pudieron haber perdido pronto las huellas de su ascendencia remota, están deseosos por oír, sin ningún compromiso de apoyar, lo que los segundos tienen que decir sobre la presunción del desarrollo humano incluso a partir de un ancestro animal, y sobre el supuesto adicional de que en el uso de evidencias ellos pueden descuidar la secuencia de tiempo y lugar. Ningún estudiante serio puede afirmar que la genealogía darwiniana es ciertamente precisa: tiene el valor de un diagrama que da alguna noción de las líneas a lo largo de las cuales se supone que las fuerzas han actuado. Entonces, no para aceptarlo como hecho, sino para usarlo para un propósito muy limitado, podemos dar un bosquejo característico del desarrollo ético como se sugiere en el último capítulo de la “Morals in Evolution” del Dr. L.T. Hobhouse. Es una historia conjetural, muy parecida a la que ofrecen otros antropólogos por lo que vale y no por la ciencia totalmente certificada.

La ética es la conducta o la vida regulada; y la regulación tiene un comienzo crudo en la vida de los animales inferiores como respuesta a estímulos, como acción refleja, como adaptación útil al medio ambiente. Así, la amiba se dobla alrededor de su comida en el agua y sobrevive; se propaga por la división de ella misma. En otra etapa en la serie animal encontramos impulsos ciegos para el beneficio de la vida y su propagación toma una forma más compleja, hasta que aparece algo como el propósito instintivo. Se realizan acciones útiles, aparentemente no placenteras en sí mismas, aun así con un bien en la secuela que no puede haber sido previsto. El cuidado de los animales por sus crías, la provisión para la necesidad de su futura descendencia es una especie de sentido del deber prefigurado. Santo Tomás es atrevido al seguir la terminología de los abogados romanos, y al afirmar una especie de moralidad en el apareamiento y la reproducción de los animales superiores: "ius naturale est quod natura omnia animalia docuit". (Es la ley natural que la naturaleza les ha enseñado a los animales. —En IV Sent.", dist. XXXIII, a. 1, art. 4.) Las costumbres se forman bajo la presiones y las interacciones de la vida real. Son fijadas por la herencia, y esperan el análisis y las mejorías de la razón naciente.

Con la llegada del ser humano, en su estado más rudo —sin importar cómo llegó a ese estado, ya sea por ascendencia o descendencia— amanece una conciencia, que, en la teoría del desarrollo, tendrá que pasar por muchas etapas. Al principio sus categorías de bien y mal están en una condición muy fluida, no mantienen forma fija y se entremezclan fácilmente, como en el caos de los sueños, fantasías, ilusiones y ficciones de un niño. Las exigencias de la vida social, que se convierte en el gran moralizador de la acción social, están cambiando continuamente, y con ellos la ética varía sus adaptaciones. A medida que avanza la sociedad, su ética mejora. "Las líneas sobre las que se forma la costumbre son determinadas en cada sociedad por las presiones, las mil interacciones de esas fuerzas de carácter individual y relación social, que nunca dejan de remodelarse hasta que han construido los odios y los amores humanos, sus esperanzas y temores por sí mismos y por sus hijos, su temor a agentes invisibles, sus celos, sus resentimientos, sus antipatías, su sociabilidad y tenue sentido de dependencia mutua —todas sus cualidades buenas y malas, egoístas y simpáticas, sociales y antisociales" (op. cit., Vol. II, pág. 262). La comprensión de la experiencia se amplía y aumenta el poder de análisis, hasta que, en un pueblo como los griegos, nos encontramos con pensadores que pueden reflexionar claramente sobre la conducta humana, y pueden poner en práctica el gnothi seauton (conócete a ti mismo), por lo que en adelante el método de la ética está asegurado para todos los tiempos, con un alcance indefinido dejado para su cada vez mejor aplicación. “Aquí hemos alcanzado el nivel de las religiones filosóficas o espirituales, sistemas que buscan concentrar toda la experiencia en un foco, e iluminar toda moralidad desde un centro; el pensamiento, como siempre, se vuelve más comprehensivo según se vuelve más explícito” (ibid., p. 266).

Lo que se dice de la raza se aplica al individuo, pues en él las reglas usuales adquieren un carácter ético por el reconocimiento de principios e ideales claros, todos tendiendo a una unidad o meta final, que para el mero evolucionista queda muy indeterminada, pero para el cristiano tiene una definición adecuada en una perfecta posesión de Dios por el conocimiento y el amor, sin la contingencia de faltas adicionales al deber. Llegar a la plenitud de conocimiento posible en este mundo es para el individuo un proceso de crecimiento. Al principio el cerebro no tiene la organización que le permitiría ser el instrumento del pensamiento racional: probablemente es una necesidad de la naturaleza de nuestra mente que no debemos comenzar con el cerebro completamente formado, sino que los primeros elementos de conocimiento se deben reunir con las gradaciones de la estructura en desarrollo.

En la familia moralmente buena el niño aprende lentamente la recta conducta por imitación, por instrucción, por sanción en la forma de premios y castigos. Bain exagera el predominio del último elemento nombrado como la fuente de donde viene el sentido de la obligación, y en esto es como Shaftesbury (Inquiry, II, n. 1), que ve en la conciencia sólo la que reprende. Esta opinión es favorecida también por Carlyle en su "Essay on Characteristics", y por el Dr. Mackenzie en su "Manual of Ethics" (3ra ed., III, 4), donde lemos: "Preferiría simplemente decir que la conciencia es un sentimiento de dolor que acompaña y resulta de nuestra falta de conformidad con el principio." Newman también ha enfatizado en el oficio reprobador de la conciencia. Carlyle dice que no notaríamos que tenemos una conciencia si nunca hubiésemos ofendido. Green piensa que la teoría ética es mayormente de uso negativo para la conducta (Prolegomena to Ethics, IV, 1). Es mejor tener a la vista ambos lados de la verdad y decir que la mente éticamente desarrollada llega a un sentido de satisfacción al hacer lo correcto y de insatisfacción al hacer lo incorrecto, y que las recompensa y castigos juiciosamente asignados al joven tienen como propósito, según lo expresó Aristóteles, enseñar al educable como encontrar placer en lo que debe agradar y desagrado en lo que debe desagradar.

La mente inmadura debe recibir sanciones externas antes de que pueda alcanzar las interiores. Su primer atisbo del deber no puede ser claro como la luz: comienza al distinguir una conducta como buena o como desagradable y mala, aprobada o desaprobada por los padres y profesores, tras la cual de una manera tenue se encuentra el tan mencionada Dios, concebido, no sólo de modo antropomórfico, sino de un modo “nepiomórfico” (?), aunque no correcto, pero más correcto que las especulaciones de Calibán sobre Setebos. La percepción del pecado en el sentido genuino se forma gradualmente hasta la edad de más o menos siete años, y de ahí en adelante el agente entra a la carrera terrible de la responsabilidad de acuerdo a los dictados de la conciencia. Por razones no éticas, sino escolásticamente teológicas, Santo Tomás explica la teoría de que la persona no bautizada en los albores de la razón pasa por una primera crisis en la discriminación moral que se convierte simplemente en la aceptación o rechazo de Dios, e implica pecado mortal en caso de fallo. (I-II: 89: 6)

Qué es la Conciencia en el Alma del Hombre

A menudo es una buena máxima no considerar por un tiempo cómo una cosa llegó a ser, sino ver lo que realmente es. Es política sabia hacer eso tocante a la conciencia antes de emprender la historia de la filosofía a su respecto, pues nos dará una doctrina clara sobre la cual echar mano, mientras que viajamos a través de una región enredada por mucha confusión de pensamiento. Los siguientes puntos son cardinales:

  • (a) La conciencia natural no es una facultad distinta, sino el único intelecto del hombre en la medida que considera lo correcto y lo incorrecto en la conducta, ayudado en el ínterin por una buena voluntad, por el uso de las emociones, por la experiencia práctica de vivir y por todas las ayudas externas que hay para ese propósito.
  • (c) En cuanto al orden de la naturaleza, que no existe pero que pudo haber existido, Santo Tomás (I-II: 109: 3) enseña que tanto para el conocimiento de Dios como para el conocimiento del deber moral, seres humanos como nosotros requerirían una cierta ayuda de Dios para hacer su conocimiento lo suficientemente amplio, claro, constante, eficaz y relativamente adecuado; y, especialmente para ponerlo al alcance de aquellos que están demasiado absortos con los cuidados de la vida material. Sería absurdo suponer que en el orden de la naturaleza de Dios podría ser privado de cualquier revelación de sí mismo, y se dejaría ser buscado bastante irresponsablemente.
  • (d) Al ser una cosa práctica, la conciencia depende en gran medida para su corrección del buen uso de ella y del cuidado adecuado que se tome para prestar atención a sus dictámenes, cultivar sus facultades y frustrar a sus enemigos.
  • (e) Incluso cuando se emplea la diligencia debida la conciencia errará a veces, pero Dios aceptará sus errores no culpables como no reprensibles.

Estos son tantos principios necesarios para afianzarnos a medida que recorremos algunos de los caminos de la historia ética, donde las trampas son muchas.

La Filosofía sobre la Conciencia Considerada Históricamente

En la época pre-cristiana

Los primeros testimonios escritos que podemos consultar nos dicen de principios reconocidos en moral, y si limitamos nuestra atención al bien que hallamos y descuidamos de momento la inconstancia y la mezcla de muchos males, experimentaremos satisfacción en la historia. Los persas defendieron la virtud contra el vicio en su apoyo a Ormuz contra Ahrimán; y fue una excelencia de ellos elevarse sobre la "ética independiente" a la concepción de Dios como el que recompensa y el que castiga. Incluso tocaron la doctrina del dicho de Cristo, "¿qué aprovechará al hombre si ganase todo el mundo, y perdiere su alma?” cuando le preguntaron cuál es el valor de toda la creación desplegada ante nosotros, el Zend-Avesta respondió: “el hombre que está libre del mal en pensamiento, palabra y obra: él es objeto más valioso sobre la tierra.” Aquí la conciencia estuvo claramente iluminada. De las virtudes morales entre los persas la veracidad era notable. Herodoto dice que a los jóvenes se les enseñaba "a montar y a disparar con el arco", y "a decir la verdad". Los mendaces griegos, que admiraban las hazañas de Ulises, se sorprendían ante la veracidad de los persas (Herodoto, I, 136, 138); y puede ser que Herodoto no fuese justo sobre este tema a Darío (III, 72).

Los hindúes en los Vedas no se levantaron alto, pero en el brahmanismo hay algo más espiritual, y aún más en la reforma budista en su mejor cara, considerada aparte de la visión pesimista de la vida sobre la que se basaba su falso ascetismo. El budismo tenía diez mandamientos prohibitivos: tres concernientes al cuerpo, que prohibían el asesinato, el robo y la lujuria; cuatro en relación al lenguaje, que prohibían la mentira, la difamación, el lenguaje abusivo, y las conversaciones vanas; y tres respecto a la mente internamente, la codicia, pensamientos maliciosos, y el espíritu de duda.

Los egipcios muestran el funcionamiento de la conciencia. En el “Libro de los Muertos” encontramos un examen de conciencia, o más bien una profesión de inocencia, ante el Juez Supremo después de la muerte. Se dan dos confesiones que enuncian la mayoría de las virtudes: (cap. CXXV): la reverencia a Dios; deberes para con los muertos; la caridad a los vecinos; deberes de los superiores y súbditos; cuidado de la vida humana y la integridad física; la castidad, la honestidad, la veracidad y la evitación de la difamación; libertad de la codicia.

Los monumentos asirio-babilonios nos proveen muchos artículos para el lado favorable; cuando el pueblo emitió el Código de Hammurabi, setecientos años antes de la Legislación de Moisés, no era éticamente subdesarrollado. Si el Código de Hammurabi no tiene preceptos de reverencia a Dios correspondientes a los tres primeros mandamientos de la ley mosaica, al menos su prefacio contiene un reconocimiento de la supremacía de Dios.

En China Confucio (c. 500 a.C.), en relación con una idea del cielo, desarrolló una alta moralidad; y Mencio (c. 300 a.C.) desarrolló este código de rectitud y benevolencia como “Mandatos del Cielo”.

La ética griega comenzó a pasar de su estado gnómico cuando Sócrates fijó la atención en el gnothi seauton en interés de la reflexión moral. Pronto siguió a Aristóteles, quien puso la ciencia sobre una base duradera, con el gran inconveniente de dejar de lado el lado teísta y en consecuencia la doctrina completa de la obligación. Los griegos no tenían términos fijos ni para "obligación" ni para "conciencia". Aun así los placeres de una buena conciencia y los dolores de un maligno estaban bien establecidos en los fragmentos recogidos por Stobaeus peri tou suneidotos . Al preguntársele a Penandro cuál era la verdadera libertad, respondió: "una buena conciencia" (Stobaeus de Gaisford, vol I, pág 429).

En los Padres Cristianos

El tratamiento patrístico de la ética juntó la Sagrada Escritura y a los autores clásicos del paganismo; no se llegó a ningún sistema, pero cada Padre hizo lo que era característico. Tertuliano era abogado y hablaba en términos legales; sobre todo su montanismo lo instó a investigar cuáles eran los pecados mortales, y así comenzó una buena línea de investigación para futuros investigadores. Clemente de Alejandría era alegórico y místico: combinaba el orientalismo, el helenismo y el judaísmo, el cristianismo en su relación con las varias virtudes y vicios. Los apologistas, en la defensa del carácter cristiano, enfatizaban las marcas de la conducta ética. San Justino atribuyó esta excelencia al Logos divino, y pensó que a él, por medio de Moisés, los filósofos paganos le estaban en deuda (Apol., I, XLIV). Del mismo modo Orígenes explicó ejemplos pre-cristianos de la virtud cristiana.

Como un romano hábil en la administración jurídica, San Ambrosio se guió en gran medida por las versiones latinas de la ética griega, como está muy bien ilustrado por su imitación del estilo de “De Oficias” de Cicerón, el cual usó como título para su propia obra. El discute honestum et utile (I, IX); decorum, o to prepon según se exhibe en la Sagrada Escritura (X); varios grados de bondad, mediocre y perfecta, en relación con el texto, "si quieres ser perfecto" (XI); las pasiones de la cálida juventud (XVII). Los capítulos siguientes tratan sobre varias virtudes, como la fortaleza en la guerra y sus cualidades aliadas, el valor en el martirio (XL, XLI). El segundo libro abre con una discusión sobre la beatitud, y entonces regresa a las diferentes virtudes.

Es San Agustín, discípulo de San Ambrosio, quien es quizás el más importante de los Padres en el desarrollo de la doctrina cristiana sobre la conciencia, no tanto debido a sus frecuentes discursos sobre temas morales, sino debido al Platón y Platonismo que absorbió antes de su conversión, y del cual se deshizo luego sólo por grados. El resultado permanente para el sistema escolástico fue que muchos escritores remontaron su ética y teología más o menos a las ideas innatas, o disposiciones innatas, o iluminaciones divinas, según el ejemplo de San Agustín. Incluso en Santo Tomás, que era tan claramente un empírico aristotélica, hay algunas ideas que detectan restos ocasionales de agustinismo en su lado platónico.

Antes de dejar a los Padres debemos mencionar a San Basilio como el que ilustra una actitud teorizante. Era lo suficientemente sensato como para reconocer que el pecado es grave y menos grave; sin embargo, en el énfasis de argumentar contra algunas personas que parecían admitir que solo las peores ofensas a Dios son verdaderos pecados, se aventuró sin aprobar la doctrina estoica, a señalar una especie de igualdad en todo pecado, por cuanto todo pecado es una desobediencia a Dios (Hom. de Justitia Dei, V-VIII). Más tarde Abelardo y, recientemente, el Dr. Shell abusaron de esta sugerencia; pero no ha tenido ninguna influencia en modo alguno como la del platonismo de San Agustín, cuyo modelo puede verse en San Buenaventura, cuando trata precisamente de la conciencia, en un pasaje muy útil que arroja luz sobre una parte subsiguiente de este artículo. Algunos hábitos, dice, son adquiridos, algunos innatos en lo que respecta al conocimiento de los singulares y al conocimiento de las universales. "Quum enim ad cognitionem duo concurrant necessario, videlicet praesentia cognoscibilis et lumen quo mediante de illo judicamus, habitus cognoscitivi sunt quodammodo nobis innatiratione luminis animo inditi; sunt etiam acquisiti ratione speciei" —"Pues como dos cosas coinciden necesariamente para la cognición, es decir, la presencia de algo cognoscible, y la luz por la que la juzgamos, los hábitos cognoscitivos son en cierto sentido innatos, debido a la luz con que la mente está dotada, y son también adquiridos, debido a la especie". ("Comment. in II Lib. Sent.", dist. XXXIX, art. 1, Q. II. Cf. Santo Tomás, "De Veritate", Q. XI, art. 1: "Principia dicuntur innata quae statim lumine intellectus agentis cognoscuntur per species a sensibus abstractas". —Los principios se llaman innatos cuando son conocidos al instante a la luz del intelecto activo a través de las especies abstraídas de los sentidos.)

Luego viene la adición muy notable y fácilmente malentendida un poco más tarde: "si quae sunt cognoscibilia per sui essentiam, non per speciem, respectu talium poterit dici conscientia esse habitus simpliciter innatus, utpote respectu upote respectu hujus quod est Deum amare et timere; Deus enim non cognoscitur per similitudinem a sensu, immo 'Dei notitia naturaliter est nobis inserta', sicut dicit Augustinus" —"Si hay algunas cosas cognoscibles a través de su misma esencia y no a través de las especies, la conciencia, respecto a tales cosas, puede ser llamada un hábito simplemente innato, como, por ejemplo, respecto a amar y servir a Dios; pues a Dios no se le conoce por los sentidos a través de una imagen; más bien “el conocimiento de Dios es implantado en nosotros por naturaleza’ como dice Agustín” (Tractato 106 sobre el Ev. De Juan, núm. 4; "Confess.", X, XX, XXIX; "De Lib. Arbitr.", I, XIV, XXXI; "De Mor. Eccl.", III, IV; On the Holy Trinity XIII.3-6; "Joan. Dam. de Fide", I, I, III). Debemos recordar que San Buenaventura no es solo un teólogo sino también un místico, que supone en el hombre un oculus carnis, oculus rationis y oculus contemplationis (el ojo de la carne, el ojo de la razón y el ojo de la contemplación); y que considera tan seriamente el poder del hombre para demostrar con argumentos la existencia de Dios como para dedicar su trabajo a explicar que la convicción lógica es coherente con la fe en la existencia misma (Comm., en III Sent., dist. XXIV, art. 1, P. IV) . Todas estas cuestiones son muy importantes para los que emprenden cualquier examen detallado de la cuestión en cuanto al pensamiento escolástico sobre el hombre que tiene una conciencia por su propia naturaleza como ser racional. El punto se repite con frecuencia en la literatura escolástica, a lo que hay nos dedicaremos en la siguiente sección.

En la Época Escolástica

Escuelas Anti-Escolásticas

La Conciencia en su Obra Práctica

Fuente: Rickaby, John. "Conscience." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4, pp.268-274. New York: Robert Appleton Company, 1908. 17 Sept. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/04268a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina