Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Martes, 19 de marzo de 2024

Papa Bonifacio VIII

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar

(BENEDETTO GAETANO) Nacido en Anagni alrededor de 1235 y fallecido en Roma el 11 de octubre de 1303, hijo de Loffred descendiente de una familia noble española pero establecida de antiguo en Italia – primero en Gaeta y después en Anagni. Aunque su madre estaba conectada con la casa de Segni, que ya había dado tres hijos ilustres a la Iglesia, Inocencio III, Gregorio IX y Alejandro IV Benedetto había estudiado en Todi y en Espoleto en Italia, quizás también en París y había obtenido el doctorado en derecho canónico y civil. Fue canónigo sucesivamente de Anagni, Todi, Paris, Lyon y Roma. En 1265 acompañó al cardenal Ottobuono Fieschi a Inglaterra a donde el prelado había sido enviado a restaurar la armonía entre Enrique III y los levantiscos barones. Su carrera en la Curia no comenzó hasta 1276, en la que estuvo varios años trabajando activamente como abogado consistorial y notario apostólico, adquiriendo pronto una influencia notable.

Bajo Martín IV, en 1281, fue creado cardenal – diácono del título de S Nicolás in carcere Tulliano, y diez años después, con Nicolás IV, cardenal- presbítero del título de los Santos Silvestre y Martín del Monte. Como legado papal sirvió con habilidad conspicua en Francia y Sicilia. (H. Finke, Aus den Tagen Bonifaz VIII, Münster, 1902, 1 sqq., 9 ssq.).

El 13 de diciembre de 1294, el santo pero incompetente papa-ermitaño Celestino V, que cinco meses antes había sido , como Pietro di Murrhone, había sido llevado desde su lejana cueva en la montaña de los Abruzzi y elevado a la más alta dignidad de la Cristiandad, renunció a la intolerable carga del papado. El hecho no tenía precedentes y con frecuencia se ha atribuido a la indebida influencia y presión del intrigante cardenal Gaetani. Es altamente probable que la elevación del recluido, de mente sencilla y sin experiencia. no gustara a un hombre de la talla de Gaetano, con la reputación de ser el mejor jurista de su tiempo y muy versado en el arte de la diplomacia curial. Pero Bonifacio declaró a través de Egidio Romano (Colonna) que había intentado disuadir a Celestino de dar el paso y hoy se admite que la idea de la renuncia al papado se originó primero en la mente de un perplejo y dolorido Celestino y que la parte que jugó Gaetani fue como máximo la de un consejero que recomendaba insistentemente que emitiera una constitución antes o al mismo tiempo que la abdicación declarando la legalidad de la renuncia papal y la competencia del colegio de cardenales para recibirla [Ver especialmente H. Schulz, Peter von Murrhone--Papst Celestin V-- en Zeitschrift für Kirchengeschichte, xvii (1897), 481 sqq.; también Finke, op. cit., 39 sqq.; y R. Scholz, Die Publizistik zur Zeit Philipps des Schönen und Bonifaz VIII, Stuttgart, 1903, 3.].

Diez días después del gran rifuto de Celestino V,los cardenales se reunieron en cónclave en el Castel Nuovo de Nápoles y el 24 de diciembre de 1294, por mayoría de votos eligieron al cardenal Benedetto Gaetani que tomó el nombre de Bonifacio VIII (Para los detalles de la eleccion ver Finke, op. cit., 44-54). Con la aprobación de los cardenales el nuevo papa revocó inmediatamente ( el 27 de diciembre de 1294) todos los extraordinarios favores y privilegios que “ en su completa simplicidad” Celestino V había distribuido con tan imprudente prodigalidad. A principios de enero del año siguiente, a pesar del rigor de la estación, Bonifacio salió para Roma, determinado mantener el papado lejos de la influencia de la corte napolitana. La ceremonia de su consagración y coronación se celebró en Roma el 23 de enero de 1295 , entre escenas de esplendor y magnificencia sin paralelo.

El rey Carlos II de Nápoles y su hijo Carlos Martel, rey titular y pretendiente de Hungría, llevaban las riendas del su palafrén magníficamente equipado, blanco como la nieve, que avanzaba hacia S. Juan de Letrán y más tarde, con sus coronas sobre sus cabezas, sirvieron al papa en la mesa los primeros pocos platos antes de sentarse. Al día siguiente el pontífice emitió su primera carta encíclica en la que tras anunciar la abdicación de Celestino y su propia sucesión, pintaba en la forma más brillante la naturaleza indefectible de la iglesia. El inusual paso dado por Celestino V había levantado mucha oposición , especialmente entre los partidos religiosos italianos. En manos de los Espirituales o Fraticelli y los Celestinos - muchos de los cuales no eran tan candorosos como su santo fundador, el pontífice anterior, si se les permitía que siguieran libremente podían resultar un peligroso instrumento para la promoción de un cisma en la Iglesia. Bonifacio VIII, por consiguiente, antes de salir de Nápoles ordenó que Celestino fuera llevado a Roma y puesto bajo la custodia del abad de Monte Casino. De camino hacia Roma, el santo escapó y volvió a su eremitorio cerca de Sulmona. Prendido de nuevo, se escapó por segunda vez y tras las fatigas de errar varias semanas por los bosques de Apulia llegó al mar y se embarcó hacia Dalmacia. Pero una tormenta arrojó al desafortunado fugitivo en la costa de Vieste en la Capitanata donde fue reconocido y apresado por las autoridades.

Llevado ante Bonifacio en su palacio de Anagni estuvo allí durante un tiempo bajo custodia y finalmente fue trasladado a la fortaleza de Fumone en Ferentino, donde permaneció hasta su muerte ocurrida diez meses después, el 19 de mayo de 1296. La detención de Celestino fue una simple medida de prudencia por la que no hay que censurar a Bonifacio, pero el riguroso tratamiento al que fue sometido el anciano de más de ochenta años - sea quien fuere el responsable- no será fácilmente perdonado. No hay duda de que este tratamiento existió. El lugar en que fue confinado era tan estrecho que “el lugar en el que el santo ponía los pies para decir la misa era el mismo en el que reclinaba su cabeza cuando descansaba” (quod, ubi tenebat pedes ille sanctus, dum missam diceret, ibi tenebat caput, quando quiescebat), y sus dos compañeros estaban obligados con frecuencia a cambiar los puestos porque el encierro y la estrechez le hacían enfermar. (Ver el importante y valioso “"S. Pierre Célestin et ses premiers Biographes" in "Analecta Bolland.", XVI, 365-487; cf. Finke, op. cit., 267). Aunque imbuido con los principios de sus grades y heroicos predecesores Gregorio VII e Inocencia III, el sucesor de Celestino mantenía las más exaltadas nociones sobre la supremacía papal tanto en los asuntos eclesiásticos como en los civiles y siempre se pronunció en la afirmación de sus demandas.

Con su profundo conocimiento de los cánones de la Iglesia, su agudo instinto político, su gran experiencia práctica de la vida y gran talento para llevar los asuntos, Bonifacio VIII parecía excepcionalmente bien cualificado para mantener inviolados los privilegios y derechos del papado tal como le habían sido entregados. Pero falló al no reconocer el cambio en el espíritu de los tiempos o en calibrar con acierto el ímpetu de las fuerzas que se preparaban contra él de manera que cuando intentó ejercer su autoridad suprema en asuntos temporales como en los espirituales sobre gentes y provincias, se encontró en todas partes una decidida resistencia. Sus propósitos de paz universal y de coalición cristiana contra los turcos no se llevaron a cabo y durante los nueve años de su agitado reinado apenas logró triunfo decisivo alguno. Bonifacio VIII aunque fue ciertamente uno de los más notables pontífices que hayan ocupado el trono papal, también fue uno de los más desafortunados. Su pontificado marca en la historia el declive del poder y de la gloria medievales del papado.

Bonifacio intentó al principio arreglar los asuntos de Sicilia, abandonados desde la época de las Vísperas Sicilianas (1282). Dos rivales reclamaban la isla, Carlos II, rey de Nápoles, por los derechos de su padre Carlos de Anjou, que lo había recibido de Clemente IV, y Jaime II , rey de Aragón, que derivaba sus reclamaciones de los Hohenstaufen, a través de su madre Constanza, hija de Manfredo. Jaime II había sido coronado rey de Sicilia en Palermo en 1286 y por ello había incurrido en la sentencia de excomunión por atreverse a usurpar un feudo de la Santa Sede. En su sucesión al trono de Aragón, tras la muerte de su hermano Alfonso III, en 1291, Jaime acordó rendir Sicilia a Carlos II con la condición de casarse con la hija de éste , Blanca de Nápoles., además de una dote de 70.000 libras de plata. Bonifacio VIII como Señor feudal de la isla, ratificó el acuerdo el 21 de junio de 1295 y más tarde trató de reconciliar a los elementos conflictivos restaurando a Jaime II a la paz con la iglesia, confirmándole en sus posesiones de Aragón y concediéndole las islas de Cerceña y Córcega, que eran feudos de la Santa Sede, en compensación por la perdida de Sicilia. Con estas medidas Bonifacio VIII seguía la política papal tradicional sobre los asuntos sicilianos. No parece haber evidencia de que antes o poco después de su elección se hubiera propuesto recuperar Sicilia para la casa de Anjou. El hecho es que Sicilia no se pacificó con ese acuerdo entre el papa y los reyes de Aragón y Nápoles.

Amenazados con la renovación del detestado gobierno de los francesas los habitantes de la isla afirmaron su independencia y ofrecieron la corona a Federico, el hermano pequeño de Jaime II. El papa, en una entrevista con Federico en Velletri, intentó disuadirlo para que no aceptara al oferta sugiriendo que había perspectivas de que pudiera suceder al trono de Constantinopla casándose con la princesa Catalina de Courtenay, nieta de Balduino II, el último emperador latino de oriente. Pero el joven príncipe no pudo ser disuadido. El legado papal fue expulsado de la isla. Federico, contra las protestas de Bonifacio VIII, fue coronado rey de Sicilia en Palermo el 25 de marzo de 1296. Fue inmediatamente excomulgado y la isla puesta en entredicho. Ni el rey ni su gente prestaron atención a las censuras.

Una guerra se preparaba por instigación papal, en la que Jaime de Aragón, como Capitán General de la Iglesia, fue obligado a tomar parte contra su hermano. La lucha se acabó gracias a los esfuerzos del príncipe Carlos de Valois, al que el papa había llamado en su ayuda en 1301. Se absolvería a Federico de las censuras en las que había incurrido, para que se casase con Leonor, hija menor de Carlos II, teniendo Sicilia durante toda su vida.

Después de su muerte, la isla revertiría al rey de Nápoles. Aunque sus esperanzas quedaron frustradas, Bonifacio ratificó el tratado el 12 de junio de 1303 y estuvo de acuerdo en reconocer a Federico como vasallo de la Santa Sede. Mientras tanto, Bonifacio VIII dirigía su atención al norte de Italia, donde durante cuarenta años, las dos repúblicas rivales de Venecia y Génova habían mantenido una amarga lucha por la supremacía comercial en Levante. Una cruzada era impensable sin la cooperación activa de estos dos poderes. El papa, por consiguiente, ordenó una tregua hasta el 24 de junio de 1296 y ordenó a ambas partes que enviaran embajadores a Roma para arreglar términos de paz. Los venecianos se inclinaban a aceptar su mediación, pero no los genoveses , animados por su éxito. La guerra continuó hasta 1299, cuando las dos repúblicas fueron obligadas finalmente a llegar a la paz, tras quedar exhaustas, pero aun así se rechazó la intervención papal.

Los esfuerzos hechos por Bonifacio VIII para restaurar el orden en Florencia y Toscana tampoco dieron resultado. Durante los años que cierran el siglo trece la gran ciudad Güelfa fue arruinada por las violentas disensiones de los Bianchi y los Neri. Los Bianchi o Blancos de tendencias gibelinas, representaban al partido popular y tenían a algunos de los hombres más distinguidos de Florencia – Dante Alighieri, Guido Cavalcanti y Dino Compagni. Los Neri o Negros profesaban los viejos principios güelfos, representaban a los nobles o a la aristocracia de la ciudad. Cada vez que uno de los partidos ganaba, enviaba a sus oponentes al exilio. Tras un vano intento de reconciliar a los líderes de ambos partidos Vieri dei Cerchi y Corso Donati, el papa envió al cardenal Matteo d'Acquasparta como legado papal para mediar y restablecer la paz en Florencia. El legado no tuvo éxito y volvió pronto a Roma dejando a la ciudad bajo entredicho. Hacia el fin de 1300, Bonifacio VIII llamó en su ayuda a Carlos de Valois, hermano de Felipe el Hermoso. Nombrado Capitán General de la Iglesia e investido con el gobierno de la Toscana (por estar vacante el imperio) el príncipe francés recibió plenos poderes para llevar a cabo la pacificación de la ciudad.

Valois llegó a Florencia en 1 de noviembre de 1301, pero en vez de actuar como pacificador oficial del papa se condujo como un destructor cruel. Después de cinco meses de su administración partidista, los Negros dominaban y muchos de los Blancos estaban exiliados o arruinados – entre ellos Dante Alighieri. Además de atraer hacia sí y hacia el papa el odio de los florentinos, Carlos no consiguió nada (Levi, Bonifazio VIII e le sue relazioni col commune di Firenze, in Archiv. Soc. Rom. di Storia Patria, 1882, V, 365-474. Cf. Franchetti, Nuova Antologia, 1883, 23-38.) Nótese que muchos eruditos de reputación cuestionan seriamente la famosa embajada de Dante a Bonifacio VIII a finales de 1301. La única evidencia contemporánea que apoya la misión del poeta es un pasaje de Dino Compagni y hasta eso está bajo sospecha para algunos como una interpolación posterior.

Mientras intentaba promover la paz en varios estados del norte y sur de Italia, Bonifacio se había visto envuelto en una lucha desesperada en Roma con dos miembros rebeldes del Colegio Cardenalicio, Jacopo Colonna y su sobrino Pietro Colonna. Los cardenales Colonna eran principies romanos de la más alta nobleza que pertenecían a una poderosa familia italiana que tenía numerosos palacios y fortalezas en Roma y en la Campaña. La enemistad antipatía entre ellos y Bonifacio, ya desde 1297, se debía a dos causas. Jacopo Colonna, a quien se había conferido la administración de las vastas posesiones de la familia, había violado el derecho de sus hermanos Matteo, Ottone y Landolfo, apropiándose de propiedades que les pertenecían por derecho, y se las había entregado a sus sobrinos. Para conseguir arreglarlo apelaron al papa, que decidió en su favor y advirtió repetidamente al cardenal que tratase con sus hermanos con justicia. Pero el cardenal y sus sobrinos se resintieron amargamente de la intervención del papa y rehusaron obstinadamente someterse a su decisión. Más aún, los cardenales Colonna se habían comprometido seriamente al mantener relaciones de alta traición con los enemigos políticos del papa – primero Jaime II de Aragón y después Federico III de Sicilia. Las repetidas advertencias contra estas alianzas no habían servido de nada. El papa, en interés de su propia seguridad ordenó a Colonna que recibiera guarniciones papales en Palestrina – la casa ancestral de su familia – y en su fortaleza de Zagarolo y Colonna. Declinaron hacerlo y rompieron las relaciones con el papa. El 4 de mayo de 1298, Bonifacio reclamó su presencia de los cardenales y cuando, dos días más tarde, ( el seis de mayo ), aparecieron, les mandó hacer tres cosas: devolver la consignación de oro y plata que su pariente Stefano Colonna había robado al sobrino del papa Pietro Gaetani, cuando lo traía de Anagni a Roma, entregar a Stefano como prisionero del papa y rendir Palestrina junto con las fortalezas de Zagarolo y Colonna. Cumplieron la primera de las demandas pero no las otras dos. Entonces Bonifacio, el 10 de mayo de 1297, emitió la bula "In excelso throno" privando a los cardenales rebeldes de sus dignidades pronunciando sentencia de excomunión contra ellos y ordenándoles que en el espacio de diez días, se sometieran so pena de pérdida de sus propiedades.

En la mañana del mismo día (10 de mayo) los Colonna fijaron un manifiesto a las puertas de varias iglesias romanas y hasta en el altar mayor de S. Pedro en el que declaraban inválida la elección de Bonifacio VIII sobre la base de que la abdicación de Celestino V no era canónica y acusaban a Bonifacio de circunvenir a su santo predecesor y apelaban a un concilio general contra cualquier medida que el papa tomara contra ellos. Estas protestas se compilaron en Longhezza, con la asistencia de Fra Jacopone da Todi y otros dos Espirituales, anticipándose de alguna manera a la bula papal, en respuesta a la cual los Colonna emitieron un segundo manifiesto (16 de mayo) que contenía numerosos cargos contra Bonifcio y apelaba de nuevo al concilio general.

El papa se enfrentó a esta forma de proceder con mayor severidad. El 23 de mayo de 1297 una nueva bula "Lapis abscissus", confirmaba la excomunión previa y la extendía a los cinco sobrinos de Jacopo junto con sus herederos, los declaraba cismáticos, desgraciados, privándoles de sus propiedades y amenazando con el entredicho a todos los lugares que los recibieran. Bonifacio, al mismo tiempo, hizo público cómo los cardenales Colonna habían votado a su favor (en el cónclave en que fue elegido, votaron por Gaetani desde el principio, puesto que habían estado entre los que aconsejaban la abdicación de Celestino), le habían reconocido públicamente como papa, asistieron a su coronación, le recibieron como huésped en Zagarolo, tomaron parte en los consistorios, firmaron documentos de estado con él y durante casi tres años habían sido ministros fieles del altar. Los rebeldes replicaron con un tercer manifiesto (15 junio), e inmediatamente se pusieron a preparar sus fortalezas para defenderse.

Bonifacio se retiró de Roma a Orvieto donde el de septiembre de 1297 declaró la guerra y confió el mando de las tropas pontificias a Landolfo Colonna, hermano de Jacopo. En diciembre del mismo año proclamó una cruzada contra sus enemigos. Las fortalezas y castillos de los Colonna fueron tomadas sin mucha dificultad. Sólo Palestrina (Præneste), la más grande de sus fortalezas, resistió durante algún tiempo, pero en septiembre de 1298, fue obligada a rendirse también. Dante dice que fue tomada a traición por “largas promesa y cortos cumplimientos” como aconsejó Guido de Montefeltro. Pero la historia del implacable gibelino ha sido desacreditada hace tiempo. Los dos cardenales, con otros miembros de su familia, fueron a Rieti a postrarse a los pies del papa vestidos de penitentes, con una cuerda alrededor del cuello, a pedir el perdón del pontífice. Bonifacio recibió a los cautivos rodeado los esplendores de la corte papal, les concedió el perdón y la absolución pero rehusó devolverles sus antiguas dignidades.

Palestrina fue destruida hasta los cimientos, se pasó el arado sobre ella y se arrojó sal sobre sus ruinas. Una nueva ciudad – la Città Papale – la remplazó más tarde. Cuando poco después los Colonna organizaron otra revuelta (que fue rápidamente suprimida) Bonifacio volvió a proscribir y excomulgar al turbulento clan. Se confiscaron sus propiedades, entregando la mayor parte a los nobles romanos especialmente a Landolfo Colonna, a los Orsinis y a los familiares del papa. Los cardenales Colonna y los miembros principales de su familia se retiraron de los Estado Pontificios – algunos buscando refugio en Francia, otros en Sicilia (Denifle, ver abajo, Petrine, Memorie Prænestine, Rome, 1795.)

Al principio del reinado de Bonifacio VIII, Eric VIII de Dinamarca había aprisionado injustamente a Jens Grand, arzobispo de Lund. Isarno, arcipreste de Carcasona fue comisionado (1295) por Bonifacio para amenazar al rey con penas espirituales si no liberaba al arzobispo, pendiente la investigación del asunto de Roma a donde el rey fue invitado a enviar representantes; y así lo hicieron pero al llegar a Roma fueron recibidos por el arzobispo Grand que, mientras, se había escapado. Bonifacio decidió a favor del arzobispo y cuando el rey rehusó ceder, lo excomulgó y puso su reino en entredicho (1298). En 1305 Eric cedió. Su adversario fue trasferido a Riga y su sede dada (1304) al legado Isarno. Mientras, en Hungría, Chambert o Canrobert de Nápoles reclamaba la corona como descendiente de S. Esteban por la rama femenina y era apoyado por el papa en su calidad tradicional de Señor y protector de Hungría. Los nobles, sin embargo eligieron a Andrés III y tras su temprano fallecimiento (1301) eligieron a Ladislao, hijo de Wernceslao II de Bohemia. No hicieron caso al entredicho del legado papal y los enviados de Wnceslao rechazaron la intermediación de Bonifacio. Wenceslao había aceptado de los nobles polacos la corona de Polonia, que estaba vacante por el destierro (1300) de Ladislao I. La solemne advertencia del papa y su protesta contra la violación de su derecho como señor de Polonia fue desoída por Wenceslao, que pronto se alió con Felipe el Hermoso.

En Alemania, al morir Rodolfo de Habsburgo (1291), se declaró rey a si mismo su hijo Alberto, duque de Austria. Los electores, sin embargo, eligieron (1292) al conde Adolfo de Nassau, lo que Alberto aceptó, pero al ver que el gobierno de Adolfo de Nassau era insatisfactorio, tres de los electores lo depusieron en Maguncia (23 junio, 1298) y entronizaron a Alberto. Los reyes rivales apelaron a las armas y en Göllheim, cerca de Worms, Adolfo perdió (2 de julio ,1298) su corona y su vida y Alberto, reelegido rey por la Dieta de Francfort y coronado en Aquisgrán (24 de agosto, 1298). Los Electores habían recurrido regularmente a Bonifacio VIII para el reconocimiento de sus elecciones y de la consagración imperial. Bonifacio rechazó ambas porque Alberto había asesinado a su señor feudal. Pronto estuvo Alberto en guerra con los tres arzobispo-electores renanos y en 1301 el papa lo llamó a Roma para que respondiera de varios cargos. Victorioso en la batalla (1302) Alberto envió agentes a Bonifacio con cartas en las que negaba haber asesinado al rey Adolfo y que no había buscado la batalla voluntariamente ni llevado el título real mientras vivió Adolfo etc.

Bonifacio acabó reconociendo su elección (30 de abril, 1303). Un poco después (17 de julio) Alberto renovó el juramento de su padre de fidelidad a la Iglesia Romana, reconoció la autoridad papal en Alemania tal como la proponía Bonifacio (mayo 1303) y prometía no enviar, sin el consentimiento papal, un vicario imperial a la Toscana o Lombardía en los próximos cinco años, y defender a la iglesia Romana de sus enemigos.

Bonifacio no tuvo éxito en su intento de mantener la independencia de Escocia. Tras la derrocamiento y prisión de John Baliol, y la derrota de Wallace (1298), el Consejo de Regencia Escocés envió emisarios al papa para protestar contra la superioridad feudal de Inglaterra. Bonifacio, decían, era el único juez cuya jurisdicción se extendía sobre ambos reinos. El reino pertenecía por derecho a la Sede Romana y a nadie más. Bonifacio escribió a Eduardo I (27 de junio de 1299) recordándole, dice Lingard, “casi con las mismas palabras del memorial escocés”, que Escocia había pertenecido de antiguo y aun pertenecía a la Sede Romana. El rey debía cesar todas las agresiones injustas, liberar a los cautivos y presentar ante la corte de Roma dentro de los seis meses siguientes cualquier derecho que reclamase sobre toda o sobre parte de Escocia. La carta le llegó al rey tras mucha demora, por manos de Roberto de Winchelsea, arzobispo de Canterbury y presentada por Eduardo ante un Parlamento convocado en Lincoln. En su contestación (27 Sept., 1300) éste negaba, sobre los nombres de 104 señores laicos, la reclamación de soberanía del papa sobre Escocia y afirmaba que ningún rey de Inglaterra había acudido ante juez alguno, eclesiástico y civil, respecto a sus derechos en Escocia o cualquier otro derecho temporal, ni permitiría que fuera así (Lingard, II, ch. vii).

El rey, sin embargo (7 mayo, 1301), completó esas declaraciones con una memoria en la que exponía el punto de vista real en las relaciones históricas entre Escocia e Inglaterra. En respuesta al rey los representantes escoceses reafirmaban la soberanía inmemorial de la Iglesia Romana sobre Escocia “La propiedad, el alodio peculiar de la Santa Sede “, y seguían diciendo que en todas las controversias entre estos dos reinos independientes e iguales , los recursos debían dirigirse al superior, la iglesia de Roma. Es conflicto de alguna manera académico pronto pareció en Roma que no tenía solución debido a la mutua violencia y luchas del partido más débil (Bellesheim, "Hist. of the Cath. Church of Scotland", London, 1887, II, 9-11), y es de menos importancia que las relaciones malogradas entre Bonifacio y Eduardo a propósito de impuestos los injustos al clero. En 1294, por su propia autoridad, Eduardo I secuestró todos los dineros encontrados en los tesoros de todas las iglesias y monasterios. Pronto exigió y obtuvo del clero la mitad de sus ingresos, tanto de los laicos como de beneficios. Al año siguiente exigió en tercio o un cuarto, pero rehusaron pagar más de un décimo. Cuando en la Convención de Canterbury (noviembre de 1296) el rey exigió un quinto de sus ingresos, el arzobispo Roberto de Winchelsea, siguiendo la nueva legislación de Bonifacio, ofreció consultar al papa, por lo que el rey puso fuera de la ley a los clérigos seculares o regulares y se quedó con sus ingresos, bienes e inmuebles. La provincia de Cork, cedió, en la de Canterbury algunos resistieron algún tiempo, entre ellos el valiente arzobispo que se retiró a una parroquia rural. Con el tiempo se reconcilió con el rey y le fueron devueltos sus bienes, pero como Eduardo muy pronto reclamó por su propio derecho un tercio de los beneficios eclesiásticos, su reconocimiento de la Bula “Clericis laicos “ fue muy efímero.

El memorable conflicto con Felipe el Hermoso, rey de Francia, comenzó a principios del reinado del papa y no terminó ni siquiera con el trágico fin del su pontificado. El propósito general del papa era la paz europea, en interés de la cruzada que rompería para siempre, en el que parecía un momento favorable, el poder del Islam. El principal obstáculo a tal paz era la guerra entre Francia e Inglaterra por la injusta toma del País Gascón por Felipe el Hermoso (1294). Los principales combatientes continuaron la guerra a expensas de la Iglesia a cuyos representantes cargaban de impuestos. Esos impuestos habían sido con frecuencia autorizadas por los papas, pero sólo con el propósito de la cruzada, mientras que ahora se aplicaban solamente a propósitos seculares de guerra. Los legados enviados por Bonifacio a ambos reyes unas semanas tras su elección no consiguieron nada y los esfuerzos posteriores tampoco por la terca actitud de Felipe. Mientras tanto, las numerosas protestas del clero francés movieron al papa a actuar y con la aprobación de los cardenales publico el 24 de febrero de 1295 la Bula "Clericis laicos", en la que prohibía a los laicos quitar o recibir y al clero entregar, beneficios eclesiásticos y propiedad, sin permiso de la Sede Apostólica. Declaraba excomulgados a los príncipes que imponían esas exacciones y a los eclesiásticos que las aceptaban.

Otros papas del siglo trece y el Tercero y Cuarto Concilios de Letrán (1179,1215) habían legislado de forma similar contra los opresores del clero. Aparte de la primera línea de la Bula que parecía ofensiva por reflejar a los laicos en general (Clericis laicos infensos esse oppido tradit antiquitas, i.e. “Toda la historia muestra claramente la enemistad de los laicos hacia el clero”…en realidad era algo conocidísimo en la escuela y tomado de fuentes anteriores, pero no había nada en general que pudiera despertar de forma particular el enfado real. Pero Felipe estaba indignado y pronto respondió con una ordenanza real (17 de agosto) prohibiendo exportar oro o plata, piedras preciosas, armas y alimentos de su reino. Prohibió también que los mercaderes extranjeros permanecieran dentro de las fronteras de su reino. Estas medidas afectaron inmediatamente a la Iglesia Romana, que conseguía muchos de sus ingresos en Francia, inclusive los dineros de la cruzada, por lo que los numerosos recolectores papales fueron prohibidos. El rey también dejó preparada para su publicación (aunque nunca lo fue) una proclamación respecto a las obligaciones de los eclesiásticos para con las cargas públicas y el carácter revocable de las inmunidades eclesiásticas. (respecto a las generosas contribuciones del clero francés a las cargas nacionales véase la exhaustiva estadística de Bourgain en "Rev. des quest. hist.", 1890, XLVIII, 62.). En la Bula "Ineffabilis Amor" (20 sept.)

Bonifacio protestó vigorosamente contra estas actuaciones reales y explicó que nunca había querido prohibir los regalos voluntarios del clero o las contribuciones necesarias para la defensa del reino, tema sobre el que eran jueces el rey y su consejo. Durante 1297 el papa trató de varias maneras de aplacar el amargo enfado real, sobre todo con la Bula Etsi de Statu" (31 julio), y sobre todo con la canonización del abuelo del rey , Luis IX, el 11 de agosto de 1297) rey. La ordenanza real se retiró y el doloroso incidente parecía cerrado. Mientras, la tregua por dos años que Bonifacio había tratado de imponer a Felipe y Eduardo fue finalmente aceptada por ambos reyes a principio de 1298. Los asuntos en disputa eran llevados ante Bonifacio como árbitro, aunque Felipe le aceptó no como papa sino como una persona privada, como Benedetto Gaetano. El resultado favorable a Felipe se hizo saber por Bonifacio en un consistorio público ( 27 de junio)

En el Jubileo de 1300 el elevado espíritu de Bonifacio parecía recibir una consolación y una compensación por las humillaciones anteriores. Esta celebración única, el apogeo del poder temporal del papado (Zaccaria, De anno Jubilæi, Rome, 1775), fue inaugurada formalmente por el papa en la fiuesta de los santos Pedro y Pablo (29 de junio). Giovanni Villani, un testigo ocular realza en su crónica florentina que alrededor de 200.000 romeros iban llegando constantemente a la ciudad. Fue necesario abrir un hueco en la muralla de la ciudad Leonina, cerca del Tíber, para que la multitud tuvieran mayor libertad de movimientos.

Los peregrinos llegaban de todos los países de Europa y hasta de la distante Asia. Pero ninguno de los reyes o príncipes europeos, si exceptuamos al hijo mayor del rey de Nápoles, llegaron para mostrar su respeto al Vicario de Cristo, lo que resultaba inquietante. Se dice que la segunda corona de la tiara pontificia, indicadora de su poder temporal, proviene de tiempos de Bonifacio, pudo ser añadida en este momento. Mientras tanto Felipe continúo con su opresión fiscal inmisericorde con la iglesia. Y abusaba cada vez más de las llamadas regalia, regalías o privilegios de recolectar los beneficios de una diócesis mientras estaba vacante.

Desde mediados de 1297 los Colonna exiliados habían encontrado refugio y simpatía en la corte de Felipe, desde la que difundían calumnias contra Bonifacio y urgían la reunión de un Concilio general para deponerle. El absolutismo real tenía ahora una mayor incitación por las sugerencias de un dominio universal bajo la hegemonía de Francia. El nuevo estado había de asegurar además de Tierra Santa, una paz universal. Ambos imperios, bizantino y germánico debían incorporarse a él y el papa sería un mero patriarca espiritual, cuyos bienes administraría el rey francés que pagaría al papa un salario anual que correspondiente con su oficio. Tal era el nuevo Bizantinismo expresado en una obra sobre la recuperación de Tierra Santa ("De recuperatione terræ sanctæ", en Bongars, "Gesta Dei per Francos", II, 316-61, ed. Langlois, Paris, 1891), que aunque era una obra privada de Pierre Dubois, un funcionario de Felipe, probablemente reflejaba algún plan fantástico del rey (Finke, Zur Charakteristik, 217-18).

En la primera parte de 1301, Bonifacio comisionó a Bernardo de Saisset, obispo de Pamiers (Languedoc), como legado de Felipe. Debía protestar contra la continua opresión del clero y urgir al rey que se aplicara dedicara a la cruzada los diezmos recogidos con indultos papales. Por varias razones De Saisset no fue bien recibido (Langlois, Hist. de France, ed. Lavisse, III, 2, 143). De vuelta a Pamiers fue acusado de pronunciar discursos traidores e incitar a la insurrección, fue traído a París (12 de julio 1301) y de allí a Senlis, donde fue hallado culpable por un tribunal dirigido por Pierre Flote, alguien desconocido para los historiadores modernos (Von Reumont) como “un modelo de injusticia y violencia”. En vano protestó De Saisset de su inocencia y negó la competencia del tribunal civil. Fue entregado temporalmente a la custodia del arzobispo de Carbona, mientras Pierre Flote y Guillermo de Nogaret iban a Roma a conseguir de Bonifacio la degradación de su legado y su entrega a la autoridad civil. Bonifacio actuó con decisión. Exigió del rey la inmediata liberación de De Saisset y escribió al arzobispo de Narbona que no siguiera deteniéndole. Con la Bula "Salvator Mundi" retiró los indultos por los que el rey de Francia recogía los beneficiaos canónicos eclesiásticos para la defensa del reino, es decir, reestableció la "Clericis laicos" y en la Bula “Ausculta Fili" (Escucha, hijo) del 5 de diciembre de 1301, se presentó como la voz del papado medieval y como genuino sucesor de los Gregorios y los Inocencios. En ella llama al rey para que oiga al vicario de Cristo que está sobre reyes y reinos (cf. Jeremias 1:10).El es el custodio de las llaves, el juez de los vivos y de los muertos y se sienta en un trono de justicia con poder para extirpar toda iniquidad. El es la cabeza de la iglesia que es una y sin mancha y no un monstruo de muchas cabezas que tiene completa autoridad divina para arrancar y derribar, para destruir y demoler, y también para construir y plantar. No debe el rey imaginar que no tiene superior, que no está sujeto a la más alta autoridad en la Iglesia El papa se preocupa del bienestar de todos lo reyes y príncipes pero particularmente de los reyes de Francia. Entonces continúa relatando sus muchos motivos de quejas contra el rey, como la aplicación de los bienes eclesiásticos a usos seculares, los procedimientos despóticos en arrastrar a los eclesiásticos ante los tribunales civiles, el obstaculizar la autoridad episcopal, la falta de respeto hacia las provisiones papales y beneficios y opresión del clero Ya no será responsable de la custodia del alma del rey pero ha decidido, tras consultar a sus cardenales llamar a Roma para el 4 de noviembre de 1302, a los obispos franceses y doctores en teología, abades principales etc., para que “ dispongan lo que convenga para la corrección de abusos y para la reforma del rey y de su reino”.

Invita al rey a estar presente personalmente por representantes, advierte contra sus malos consejeros, y finalmente le recuerda elocuentemente la negligencia del rey en el asunto de la cruzada. Un lector imparcial, dice Von Reumont, se dará cuenta de que el documento es una repetición de manifestaciones anteriores y resume la enseñanza de los más estimados teólogos medievales sobre la naturaleza y extensión de la autoridad papal. Jacques de Normans, Archidiáconos de Carbona se lo presentó al rey el 10 de febrero de 1302. El conde de Artois lo arrancó de las manos del Archidiácono y lo arrojó l fuego. Se suprimió también otra copia destinada al clero francés (Hefele, 2d ed., VI, 329). En lugar de la "Ausculta Fili", circuló inmediatamente una Bula falsificada "Deum time" (Teme a Dios), probablemente obra de Pierre de Flote. Sus cinco o seis líneas altaneras se pensaron para incluir una cuidadosa frase Scire te volumnus quod in spiritualibus et temporalibus nobis subes (i. e., queremos que sepas que tu eres nuestro súbdito tanto en los asuntos spirituales como en los temporales. Y también se añadía que quien lo negara era un hereje (lo que era odioso para el nieto de S. Luis). En vano protestó el papa y los cardenales contra esta falsificación, en vano intentó explicar, un poco después, que el ser súbdito al que se refiere la Bula es solamente ratione peccati, i. e., que la moralidad de cada acto real, privado o público, caía dentro de la prerrogativa papal.

El tono general de "Ausculta Fili", las admoniciones personales envueltas en un lenguaje severo de la Escritura, su proposición de proveer desde Roma una buena y próspera administración del reino francés, no se habían calculado para calmar en este momento las mentes de los franceses, agitadas por los sucesos de los años precedentes Es también improbable que Bonifacio fuera muy popular entre el clero secular francés cuya petición (1290) contra las invasiones del clero te las órdenes regulares había rechazado con sus maneras sarcásticas cuando fue legado en París Finke in "Römische Quartalschrift", 1895, IX, 171; "Journal des Savants", 1895, 240). La preocupación por la independencia y honor del rey francés fue alimentada por una contestación falsificada del rey a Bonifacio como "Sciat maxima tua fatuitas". Comienza: “Felipe, por la graia de Dios rey de los francos, a Bonifcio qeu actua como Supremo Pontífice. Que tu gran fatuidad sepa que en las cosas temporales no estamos sujetos a nadie…” Ese documento, aunque probablemente nunca se presentó en Roma (Hefele), sin duda se abrió camino hasta allí. Después de prohibir al clero francés ir a Roma o enviar allí ningún dinero y poniendo guardia en todos los caminos, puertos y pasos que llevaban a Italia, y además se anticipó al concilio convocado por el papa en noviembre con una asamblea nacional en París (10 de abril 1301) en la catedral de Notre Dame. La Bula falsificada se leyó ante los representantes de los tres estados. El papa fue violentamente denunciado por Pierre Flote por buscar la soberanía temporal en Francia.

El rey suplicó a todos los presentes como amigo y les ordenó como su gobernante que le ayudaran con sus consejos. Los nobles y los burgueses ofrecieron derramar su sangre por el rey mientras el clero, confuso y dubitativo pidió un receso pero finalmente cedieron hasta escribir al papa en el mismo sentido que el rey. El estado laico dirigió a los cardenales una protesta desafiante en la que retiraban a Bonifacio el título de papa, relataban los servicios de Francia a la iglesia Romana y se hicieron eco de las quejas reales sobre todo el que hubiera llamado a Roma a los principales eclesiásticos de la nación. La carta de los obispos iba dirigida a Bonifacio y le pedían que mantuviera el acuerdo anterior, que retirara la convocatoria de un concilio y le sugerían prudencia y moderación, puesto que el laicado estaba preparado para desafiar todas las censuras papales. En la contestación de los cardenales a los estados laicos, afirmaban su completa armonía con el papa, denunciaban las falsificaciones y mantenían que el papa nunca afirmó u derecho a la soberanía temporal de Francia.

En su respuesta, Bonifacio afeó severamente a los obispos su cobardía, respetos humanos y egoísmo. Al mismo tiempo hacía uso, era su estilo de no pocas expresiones ofensivas para el orgullo de los eclesiásticos franceses derramando sarcasmo sobre la persona del poderoso Pierre Flote (Hefele). Finalmente en un consistorio público (agosto de 1302) en el que estaban presentes los enviados del rey, el cardenal–obispo de Oporto negó formalmente que el papa hubiera reclamado nunca soberanía temporal sobre Francia y seguró que la bula genuina (Ausculta Fili) había sido muy sopesada y era un acto de amor, a pesar de la severidad paternal de ciertas expresiones. Insistía en que el rey no era más libre que cualquier otro cristiano, de la suprema jurisdicción del papa, y mantenía la unidad de la autoridad eclesiástica. La Sede Apostólica, decía, no era un territorio extranjero ni se podía llamar extranjeros a sus ocupantes. Por lo demás el papa tenía autoridad completa en cuestiones temporales ratione pecaccti, i.e. en cuanto concernía a la moralidad de los actos humanos. Seguía diciendo que en la jurisdicción temporal hay que distinguir el derecho ( de jure) y su uso y ejecución (usus et executio). La primera pertenecía al papa como Vicario de Cristo y de Pedro y negarla era negar un artículo de fe i.e, que Cristo juzga a los vivos y a los muertos. Esta exigencia, dice Hefele, (2d ed., VI, 346), “ debe haberle aparecido al francés como muy destructiva de de la limitación antes mocionada ratione peccati.

Gregorio IX había mantenido (1232, 1236), en su conflicto con los griegos y con Federico II, que Constantino el Grande había concedido poder temporal a los papas y que los emperadores y reyes eran sólo sus auxiliares, obligados a utilizar su espada material bajo su dirección (Conciliengesch., 2d ed., V, 102, 1044). Esta teoría, sin embargo nunca había sudo presentada ante Francia y era muy probable que levantara sospechas en aquella nación, porque ahora era una cuestión no de teoría sino de práctica, i. e. de la investigación del gobierno de Felipe y la amenaza de su deposición“. Se refiera a las palabras que cierran el discurso con el que Bonifacio suplementó el del cardenal-obispo de Oporto, es decir, que sus predecesores habían depuesto a tres reyes franceses y que aunque no era igual que aquellos papas, depondría al rey Felipe con mucho dolor sicut unum garcionem (como a un siervo). Esta dura terminación del discurso de Bonifacio puede ser una de las numerosas falsificaciones (Hergenröther, Kirche und Staat, 229; Hefele, IV, 344) de Pierre Flote y Nogaret. En la primera parte de su discurso el papa insiste en el gran desarrollo de Francia bajo la protección papal, las desvergonzadas falsificaciones de Pierre Flote, la naturaleza exclusivamente eclesiástica de la concesión (collatio) de beneficios y la preferencia papal por los doctores de teología contra el nepotismo laico en la cuestión de beneficios. Está airado por la afirmación de que reclamaba Francia como feudal papal. “Hemos sido doctor en ambos derechos (civil y canónico) estos cuarenta años y ¿quien puede creer que tal locura [fatuitas] haya pasado por Nuestra cabeza?

Bonifacio expresa también su disposición a aceptar la mediación del duque de Borgoña o el duque de Bretaña. Los esfuerzos del primero no sirvieron puesto que los cardenales insistieron e exigir una satisfacción por la quema de la bula papal y por los calumniosos ataques contra Bonifacio. El rey replicó confiscando los bienes de los eclesiásticos que habían salido hacia el concilio romano, que se reunió el 30 de octubre de 1302.

Estaban presente cuatro arzobispos, treinta y cinco obispos, seis abades y varios doctores. Han desaparecido las Actas, probablemente durante el proceso contra la memoria de Bonifacio (1309-11). Sin embargo se emitieron dos bulas como resultado de sus deliberaciones. Una excomulgaba a quien impidiera, aprisionara o tratara mal a personas que estaban viajando a o volviendo de Roma. La otra (18 nov 1302) es la famosa “Unam Sanctam”,probablemente redactada por Egidio Romano (Colonna), arzobispo de Bourges y miembro del concilio y construida con grandes pasajes de teólogos tan famosos como S. Bernardo, Hugo de S. Victor, Sto. Tomás de Aquino y otros . Los principales conceptos son los siguientes (Hergenröther-Kirsch, 4th ed., II, 593):

(1) Sólo hay una iglesia verdadera, fuera de la cual no hay salvación y un cuerpo de Cristo con una cabeza y no con dos.

(2) La cabeza es Cristo y su representante, el papa de Roma. Quien rehúsa el cuidado pastoral de Pedro no pertenece al rebaño de Cristo.

(3) Hay dos espadas (i.e., dos poderes) el espiritual y el temporal: el primero es llevado por la Iglesia y el segundo para la Iglesia. El primero por la mano del sacerdote el segundo por la de rrey, pero bajo la dirección del sacerdote (ad nutum et patientiam sacerdotis).

(4) Puesto que ha de haber una coordinación de los miembros de los más bajos hasta los más altos, se sigue que el poder espiritual está sobre el temporal y tiene el derecho de instruir (o establecer - instituere) al último mirando a sus más altos fines y juzgarlo cuando hace el mal. Quien resiste al más alto poder ordenado por Dios, resiste al mismo Dios.

(5) es necesario par ala salvación que todos los hombres estén sometidos al Romano Pontífice. Porro subesse Romano Pontifici omni humanæ creaturæ declaramus, dicimus, definimus et pronunciamus omnino esse de necessitate salutis". ( para un informe más detallado de la Bula y varias controversias que la afectan, ver UNAM SANCTAM).

Felipe había hecho que el dominico Jean Quidort (Joannes Parisiensis) preparase una refutación de la bula en su “"Tractatus de potestate regiâ et papali" (Goldast, Monarchia, ii, 108 sq.), y el conflicto pasó inmediatamente del campo de los principios a la persona de Bonifacio. El rey rechazó ahora al papa como árbitro en sus disputas con Inglaterra y Flandes, y dando una cortés pero elusiva contestación al legado que había enviado el papa, Jean Lemoine (febrero 1303) en una misión de paz, pero insistiendo entre otras condiciones, en el reconocimiento de los derechos del papado arriba expuestos. Lemoine había sido también comisionado para declarar a Felipe que, si no había una contestación más satisfactoria a los doce puntos de la carta papal, procedería spiritualiter et temporaliter contra él, i.e., le excomulgaría y le depondría. Bonifacio envió además a Lemoine dos Breves en uno de los cuales declaraba al rey ya excomulgado y en el otro ordenaba a los prelados francesas ir a Roma dentro de tres meses.

Mientras se preparaba en París la tormenta con la que se iba a cerrar desastrosamente el pontificado de Bonifacio Felipe concluyó un tratado de paz con Inglaterra, contemporizó con los Flamencos e hizo concesiones a sus súbditos. Bonifacio por su parte reconoció como se ha dicho, la elección de Alberto de Austria, y dio fin al desesperanzador conflicto con el rey aragonés de Sicilia. Por otra parte parecía políticamente sin esperanza y sólo podía confiar, cono confesó públicamente, en su sentido del derecho y el deber. Los hechos mostraron que ni siquiera en su propia casa podía contar con la lealtad.

En una sesión extraordinaria del Consejo de Estado Francés (12 de marzo 1303), Guillermo de Nogaret apeló a Felipe para que protegiera a la Iglesia contra el intruso y falso papa, Bonifacio, un simoniaco, ladrón y hereje, manteniendo que el rey debiera reunir una asamblea de de los prelados y Pares de Francia, a través de cuyos esfuerzos se podría convocar un concilio, ante el que probaría sus acusaciones. Así pues se convocó ese concilio para el 13 de junio y se reunió en el Louvre de París. El mensajero papal con los Breves mencionados para el legado fue capturado en Troyes y apresado. El mismo Lemoine después de protestar contra tal violencia, huyó. En la asamblea, llena de criaturas y amigos de Felipe, el caballero Guillermo de Plaisians (Du Plesis) lanzó la acusación contra el papa en 29 puntos, se ofreció a probarlos y pidió al rey que convocara un Concilio General. El Colonna proporcionó el material para los infames cargos, que hace ya tiempo se han considerado calumniosos por historiadores serios. (Hefele, Conciliengesch., 2nd ed., VI, 460-63; Giovanni Villani, un contemporáneo, dice que el Concilio de Vienne en 1312, le absolvió formalmente del cargo de herejía Cf. Muratori, "SS. Rer. Ital.", XIV, 454; Raynaldus, ad an. 1312, 15-16).

Apenas se omitió crimen alguno – infidelidad, herejía, simonía, grave y no natural inmoralidad, idolatría, magia, pérdida de Tierra Santa, muerte de Celestino V etc. El Rey aseguraba que sólo cooperaría en la convocatoria de un concilio general para satisfacer a su conciencia y para proteger el honor de la Santa Sede. Pidió la ayuda de los prelados y apeló al futuro concilio y al papa futuro y a todos a los que podía apelar contra toda posible acción de Bonifacio. Cinco arzobispos veintiún obispos y algunos abades se pusieron de parte del rey. Las resoluciones de la asamblea se leyeron al pueblo y se consiguieron varios cientos de adhesiones de capítulos, monasterios o ciudades provinciales, sobre todo por medio de la violencia e intimidación. El abad del Císter, Juan de Pontoise, protestó y fue apresado. Se enviaron cartas reales a los príncipes de Europa y a los cardenales y obispos, mostrando el reciente celo del rey por el bienestar de la Iglesia.

En un consistorio público en Anagni ( agosto 1303) se declaró inocente de los cargos que se imputaban en París con un solemne juramento y procedió inmediatamente a proteger la autoridad apostólica. Las citaciones ante la Santa Sede se declararon válidas por el mero hecho de ser fijadas a las puertas de la iglesia en la sede de la Curia Romana y excomulgó a cuantos obstaculizaran las citaciones. Suspendió al Arzobispo Gerhard de Nicosia (Chipre), primer signatario de las resoluciones cismáticas. La universidad de París perdió el derecho de conferir grados en teología, cánones y ley civil. Suspendió temporalmente en Francia el derecho de elección de todos los cuerpos eclesiásticos, reservando para la Santa Sede todos los beneficios vacantes, repelió como blasfemias los cargos calumniosos de Du Plesis, diciendo ¿quién ha oído nunca que somos herejes? (Raynaldus, ad an. 1311, 40), y denunció la apelación a un futuro concilio general que no podía ser convocado sino por él mismo, el papa legítimo. Declaró que a no ser que le rey se arrepintiera le infligiría los más severos castigos de la iglesia. La bula "Super Petri solio" estaba lista para ser promulgada el 8 de septiembre. Contenía la forma tradicional de excomunión de los reyes y la liberación de sus súbditos del juramento de fidelidad.

Felipe y sus consejeros habían tomado medidas para quitar fuerza a la decisión papal o para prevenirla en un momento decisivo. Habían planeado apoderarse de Bonifacio y obligarle a abdicar o si se oponía, traerlo ante el concilio general en Francia para ser condenado y depuesto. Desde abril Nogaret y Sciarra Colonna habían formado en Toscana, a expensas de Felipe, una banda de mercenarios, unos 200 de a pie y a caballo. La mañana del 7 de septiembre, muy temprano,la banda apareció repentinamente en Anagni, bajo la flor de lis de Francia, gritando “Larga vida al rey de Francia y a Colonna”. Fueron admitidos a la ciudad por conspiradores de su bando y enseguida atacaron los palacios del papa y de su sobrino. Los desagradecidos ciudadanos confraternizaron con los sitiadores del papa, que mientras obtuvieron una tregua hasta las tres de la tarde, cuando rechazó las condiciones de Sciarra, es decir, la restauración de Colonna, abdicación y entrega a Sciarra de la persona del papa. Alrededor de las seis, sin embargo, el fortín papal fue tomado a través de la catedral. Los soldados, con Sciarra a la cabeza, espada en mano (había jurado asesinar a Bonifacio) enseguida llenó el hall en el que el papa le esperaba con cinco de sus cardenales, entre ellos su amado sobrino Francesco, que pronto huyeron y sólo un español, el cardenal de Santa Sabina, permaneció a su lado.

Mientras tanto fue saqueado el palacio papal, y hasta se destruyeron los archivos. Dino Compagni, el cronista florentino, relata que cuando Bonifacio vio que resistir era inútil, exclamó “Puesto que me traicionan como al Salvador, y mi fin está cercano, al menos moriré como papa”. Entonces ascendió al trono, vestido con los ornamentos pontificales, con la tiara en su cabeza, las llaves en una mano, una cruz en la otra, puesta cerca de su pecho. Así se enfrentó a los airados hombres armados. Se dice que Nogaret previno a Sciarra que no matara al papa. El mismo Nogaret hizo saber a Bonifacio las resoluciones de París y le amenazó con llevarle encadenado a Lyon, donde se le depondría.

Bonifacio lo miró con desprecio, algunos dicen que sin decir una palabra, otros que replicó: “Aquí está mi cabeza, aquí está mi cuello, llevaré con paciencia como católico, pontífice legal y vicario de Cristo ser condenado y depuesto por los Patarinos ( herejes , en referencia a los padres del tolosano Nogaret), deseo morir por la fe de Cristo y su Iglesia”.Von Reumont asegura que no hay evidencia de maltrato físico del papa por Sciarra o Nogaret. Dante (Purgatorio, XX, 86) subraya la violencia moral, aunque sus palabras casi conllevan la noción de un mal físico: “Veo la flor-de-lis que entra en Anagni, y Cristo hecho cautivo en su propio vicario; veo que otra vez es denigrado, veo renovado el vinagre y la hiel, y entre ladrones vivos lo veo asesinado.” Bonifacio fue retenido tres días como prisionero en el palacio papal saqueado. Nadie se preocupó de llevarle comida o bebida, mientras los bandidos discutían sobre su persona como si fuera valioso un botín. Pero la mañana del 9 de septiembre los burgueses de Anagni cambiaron, hartos quizás de la presencia de soldados y avergonzados de que un papa, conciudadano suyo, pereciera dentro de sus murallas a manos de los odiados franceses.

Expulsaron a Nogaret y su banda y confiaron a Bonifacio al cuidado de dos cardenales Orsini que habían llegado de Roma con cuatrocientos jinetes; volvió a Roma con ellos. Antes de volver a Roma, perdonó a algunos de los merodeadores que habían sido capturados por los habitantes del burgo, exceptuando a los saqueadores de la propiedad de la Iglesia, a no ser que la devolvieran en tres días. Llegó a Roma el 13 de sept. pero para inmediatamente caer bajo el control de los Orsini. No es de extrañar que su atrevido espíritu cediera bajo el peso del dolor y melancolía. Murió de fiebre el 11 de octubre, en completa posesión de sus facultades y en presencia de ocho cardenales y los principales miembros de la familia pontificia, después de recibir los sacramentos y hacer la confesión de fe. Su vida parecía destinada a ser cerrada en la oscuridad porque, debido a esta tormenta violenta e inusual, fue enterrado, dice un viejo cronista, con menos decencia de la que corresponde aun papa. Su cuerpo yace en la cripta de S. Pedro en un gran sarcófago de mármol, con la lacónica inscripción BONIFACIUS PAPA VIII. Su tumba se abrió el 9 de octubre de 1605 y se encontró el cuerpo bastante intacto, sobre todo sus bien formadas manos , con lo que se puso demostró la falsedad de la calumnia de que había muerto loco, mordiendo sus manos, golpeando con la cabeza contra la pared etc. (Wiseman).

Bonifacio fue un mecenas de las artes tal como Roma no había visto aún entre los papas, aunque, como nos advierte Guiraud ( p. 6), no es fácil separar qué se debe a la propia iniciativa papal de lo que debemos a su sobrino biógrafo y amante de las artes, el cardenal Stefaneschi. Historiadores modernos del arte del Renacimiento Müntz, Guiraud) datan en él su primer progreso eficiente. La acusación de idolatría de los Colonna viene de las estatuas de mármol que ciudades agradecidas, como Anagni y Perugia levantaron en su honor en lugares públicos “donde antes hubo ídolos”, dice un libelo anti-Bonbifacio contemporáneo (Guiraud, 4). La estatua de Anagni aún esté en pie en la catedral de esa ciudad, reparada por él. También reparó y fortificó el palacio Gaetani de Anagni y mejoró de forma similar las ciudades vecinas. En Roma, el palacio del Senador fue ampliado, el castillo de Sant´Angelo fortificado y la iglesia de S. Lorenzo en Panisperna edificada de nuevo. Alentó en la construcción de la catedral de Perugia, mientras que la gema de gótico ornamental, la catedral de Orvieto (1290-1309), fue terminada durante su pontificado. Para el Gran Jubileo de 1300 hizo restaurara y decorar los iglesias de Roma, sobre todo S. Juan de Letran, S pedro y Sta María la Mayor. Llamó a Roma al Giotto y le hizo encargos continuos.

Aun se puede ver en S. Juan de Letrán un retrato de Bonifacio VIII pintado por el Giotto. Historiadores del Renacimiento como M. Müntz ha restaurado el concepto original y en él se ve el noble balcón de Caseta donde, durante el jubileo, el pontífice solía impartir la bendición del Vicario de Cristo. En tiempos de Bonifacio los Cosimati continuaron y mejoraron su trabajo y bajo la influencia de Giotto se llegó, como con Cavallini, a más altos conceptos del arte. Los delicados miniaturistas franceses fueron pronto igualados por los escribas papales del Vaticano. Dos gloriosos misales de Oderisio da Gubbio, "El Honor de Agubbio”, pueden verse aún en el Vaticano donde vivió y trabajó su discípulo, también inmortalizado por Dante (Purg., XI, 79), que habla de “las rientes hojas tocadas por el pincel de Franco Bolognese". Finalmente, la escultura fue honrada por Bonifacio en la persona de Arnolfo di Cambio que le construyó la Capilla de la cuna en Sta. María la Mayor y ejecutó (Müntz) el sarcófago en el que fue enterrado. Bob¡nifacio era también amigo de las ciencias. Fundó ( el 6 de junio de 1303) la Universidad de Roma, conocida como La Sapienza, y el mismo año, la universidad de Fermo. Finalmente también fue Bonifacio quien comenzó de nuevo la Biblioteca Vaticana, cuyos tesoros se habían dispersado, junto con los archivos papales, en 1227 cuando los Frangipani romanos se pasaron al bando de Federico II y se llevaron la turris chartularia, i. e.el antiguo depósito de documentos de la Santa Sede. Los treinta y tres manuscritos griegos que contenía la Biblioteca Vaticana en 1311 eran los más antiguos conocidos según Fr. Ehrle y más aún, la colección más amplia y más importante de Occidente. Bonifacio honró con creciente solemnidad (1298) las fiestas de los cuatro Evangelistas, de los doce Apóstoles y de los cuatro Doctores de la Iglesia (Ambrosio, Augustin, Jeronimo, Gregorio el Grande, egregios ipsius doctores Ecclesiæ) elevándolas a fiestas dobles.

Fue uno de los canonistas más distinguidos de su época y como papa enriqueció la legislación eclesiástica general por la promulgación ("Sacrosanctæ", 1298) de un gran número de propias constituciones y las de sus predecesores, desde 1234 , cunado Gregorio IX promulgó sus cinco libros de Decretales. En referencia a esto la colección de Bonifacio fue titulada "Liber Sextus", i. e., Sexto Libro de las Constituciones Pontificales (Laurin, Introd. in Corp. Juris can., Freiburg, 1889). Pocos papas han producido apreciaciones más diversas y contradictorias. Historiadores protestantes en general y hasta escritores modernos católicos, escribió el cardenal Wiseman en 1844, le clasifican entre los papas malvados, un ambicioso, altivo e implacable mentiroso y traidor, todo su pontificado una historia de maldades. Para disipar esa visión grosera, exagerada y calumniosa es bueno distinguir sus expresiones y hechos como papa, de su carácter personal, que durante su vida pareció a antipático a muchos. Un cuidadoso examen de las fuentes de sus más famosos pronunciamientos públicos ha mostrados que son un mosaico de enseñanzas de teólogos anteriores o solemnes refuerzos de los cánones de la Iglesia y bulas bien conocidas de sus predecesores.

Sus principales propósitos, la paz de Europa y la recuperación de la Tierra Santa, eran los de los papas precedentes. No hizo otra cosa que cumplir con su deber defendiendo la unidad de la iglesia y la supremacía de la autoridad cuando estaba amenazada por Felipe el Hermoso. Sus tratos político eclesiales con los reyes de Europa serán culpables para los Erasmianos y para los que ignoran, por una parte, la rapacidad de Enrique la astuta capacidad de venganza y el obtuso egoísmo de Felipe y, por otra parte, el supremo oficio paternal del papa medieval como respetada cabeza de una poderosa familia de pueblos cuyas instituciones civiles comenzaban a unirse muy despacio entre la decadencia del feudalismo y de la antigua barbarie (Gosselin, Von Reumont), y que eran conscientes de que en pasado debían solo a la Iglesia (i. e., al papa) justicia rápida y segura, tribunales y procedimientos equitativos y liberación de un absolutismo feudal justificado por un servicio público imposible de medir. El cardenal Wiseman dice (op. cit.): “el carácter y conducta de los papas ha sido con frecuencia pasado por alto”; “el instinto divino que les animaba, el destino inmortal que se les daba, la causa divina que se les confiaba, la ayuda sobrehumana que les fortalecía sólo podía ser apreciada por una mente católica, y son demasiado generalmente excluidos por los historiadores protestantes o se transforman en la correspondientes capacidades humanas, o políticas, o energías o virtudes”. Sigue diciendo, tras examinar algunas afirmaciones populares sobre la conducta moral y eclesiástica de Bonifacio, este papa aparecía bajo una nueva luz “como un pontífice que comenzó su reinado con la más gloriosa promesa y la cerró entre tristes calamidades, que dedicó a través de todo ello , las energías de una gran mente cultivada por el profundo saber y madurada por largas experiencias en los asuntos eclesiásticos más delicados a la consecución de un fin verdaderamente noble y que, a lo largo de su carrera, mostró muchas grandes virtudes y que podía alegar como atenuante de sus fallos el convulso estado de los asuntos públicos, la rudeza de los tiempos, la falta de fe y violento carácter de aquellos con los que tenía que tratar. Estas circunstancias, influyendo sobre una mente naturalmente recta e inflexible, llevó a una austeridad de formas y severidad de conducta que vistos a través de los sentimientos de los tiempos modernos pueden aparecer extremados y casi injustificables. Pero después de buscar a través de las páginas de sus más hostiles historiadores, estamos satisfechos de que este es el único punto en el que una acusación plausible puede sostenerse contra él”.

La memoria de Bonifacio, curiosamente, ha sufrido más por dos grandes poetas, voceros de un catolicismo ultra-espiritual e imposible,Fra Jacopone da Todi y Dante. El primero era “el sublime tonto” del amor espiritual del “Stabat Mater” y principal cantor de los “Espirituales”, o franciscanos extremistas, encarcelado por Bonifacio a quien satirizó en la lengua musical y vernacular de la península. El segundo era un Gibelino i.e., un antagonista político del papa Güelfo, al que atribuyó sus desgracias personales, pero en las líneas de una invectiva inmortal cuya maligna belleza inquietará siempre el juicio del lector.

Historiadores católicos como Hergenröther-Kirsch (4th ed., II, 597-98), alaban la rectitude de los motives papales y el valor de sus convicciones que hasta casi antes de su muerte le hicieron contar como pajas a todos los gobernantes terrenos, si el tenía de su parte la verdad y la justicia (op. cit., II, 597, note 4). Admiten sin embargo la violencia explosiva y fraseología ofensiva de algunos de sus documentos públicos y la imprudencia ocasional de algunas de sus medidas políticas. Caminó por las huellas de los pies de sus inmediatos predecesores, pero los nuevos enemigos eran más fieros y lógicos que los extirpados Hohenstaufen, y fueron más rápidos en pervertir y utilizar la opinión pública de jóvenes y orgullosas nacionalidades. Un testigo ocular, Giovanni Villani, ha dejado en su crónica florentina (Muratori, XIII, 348 sqq.) un retrato de Bonifacio que el juicioso Von Reumont parece considerar digno de crédito. De acuerdo con ella, Bonifacio, el más inteligente canonista de su tiempo, era un hombre generoso y de gran corazón, amante de la magnificencia, pero también arrogante, orgulloso, de terquedad en sus maneras, mas temido que amado, de mente demasiado mundana y demasiado aficionado al dinero tanto para la iglesia como para su familia.

No ocultaba su nepotismo. Fundó la casa romana de los Gaetani y en el proceso de exaltar a su familia se atrajo sobre sí el odio de los Colonna y su potente clan. Gröne, un historiador católico de los papas, dice de Bonifacio (II, 164) que mientras que sus declaraciones igualan en importancia a las de Gregorio VII e Inocencio III, estos estaban siempre más preparados para actuar, Bonifacio para disertar; ellos confiaban en la fuerza divina de su oficio, Bonifacio en la inteligencia de sus deducciones canónicas. Para el proceso contra su memoria ver CLEMENTE V.

Bibliografía

Matreriales originales.—La historia de Bonifacio está muy bien en DIGARD, FAUCON, y THOMAS, Les registres de Boniface VIII. (Paris, 1884, sqq.); DU PUY (Gallican), Hist. du différend du pape Boniface VIII. avec Philippe le Bel (Paris, 1655), con una selección y arreglo muy parcial de materiales valiosos pero mal editados; BAILLET ( jansenista violento), Hist. des désmelez du pape Boniface VIII. avec Philippe le Bel (Paris, 1718). Sobre la parte romana ver: VIGOR, Historia eorum qua acta sunt inter Philippe, Pulcher, et Bonif. VIII. (Rome, 1639); RUBEUS, Boniface VIII et Familia Caietanorum (Rome, 1651).

La carrera inical y la coronación del papa se relatan ( en verso) por el CARDINAL STEPANESCHI (STEPHANESIUS) en Acta SS. (May, IV, 471). RAYNAULDUS, Ann. Eccl. (1294-1303), donde muchos de los más importantes documentos se dan completos.

Contemporary Chroniclers. --VILLANI, Hist. Fiorentine, en Muratori SS. Rer. Ital., XIII, 348; DINO COMPAGNI, Chronica, ed. DE LONGO (Florence, 1879-87);los cronistas italianos citados en HERGENRÖTHER-KIRSCH (4th ed.) están en MURATORI, Scriptores. Para la eleccion de Bonifacio ver HEFELE, Conciliengesch.; SOUCHON, Die Papstwahlen von Bonifaz VIII. bei Urban VI., etc. (Brunswick, 1888); FINKE, Aus den Tagen etc., 44- 76; DENIFLE, Das Denkschrift der Colonna gegen Bonifaz VIII., u. der Kardinäle gegen die Colonna, en Archiv für Litt. u. Kircheng. des M. A. (1892), V, 493.

Para el incidente de Anagni ver: KERVYN DE LETTENHOVE, en Rev. der quest. hist. (1872), XI, 411; DIGARD, ibid. (1888), XXIII, 557. Catholic Biography. – Además los historiadores generales, FLEURY (Gallican), ROSENBACHER, CHRISTOPHER, ver CHANTREL, Boniface VIII. (Paris, 1862), y el excelente trabajo de TOSTI, Storia de Bonifazio VIII e de’ suoi tempi (Monte Cassino, 1846).

Las más importantes contribuciones críticas modernas a la vida de Bonifacio son los de FINKE, op. cit. (Munich, 1902), resultado de nuevos descubrimientos en los archivos medievales, especialmente en Barcelona, entre los papeles del reinado de Jaime II, rey de Aragón y contemporáneo de Bonifacio ( informes de los agentes reales en Roma etc.). Cf. Anal. Bolland. (1904), XXIII, 339; Rev. des quest. hist. (1903), XXVI, 122; Lit. Rundschau (1902), XXVIII, 315; y Canoniste Contemporain (1903), XXVI, 122. Ver también FINKE, Bonifaz VIII., en Hochland (1904), I; IDEM, Zur Charakteristik Philipps des Schönen en Mittheil. des Inst. f. æst. Geschichtsforschung (1905), XXIV, 201-14.

Una excelente apologia es la de (Cardenal) WISEMAN, Pope Boniface VIII, en Dublin Review (1844), reimpreso en Historical Essays; HEMMER, en Dict. de théol cath., II, i, 982-1003 (Buena bibliografía); y el exhaustivo studio de HEFELE, op. cit. (2nd ed., Freiburg, 1890), VI, 281 passim; JUNGMANN, Diss. selectæ in hist. eccl. (Ratisbon, 1886), VI. El (no católico) trabajo de DRUMANN, Geschichte Bonifaz VIII. (Königsberg, 1852), es importante pero parcial. Political Situation and Attitude of Medieval Popes.—Ver el sólido trabajo de GOSSELIN, The Power of the Pope in the Middle Ages, tr. KELLY (London, 1883); el erudito trabajo de HERGENRÖTHER, Kath. Kirche und christ. Staat (Freiburg, 1873); Eng. tr. London, 1876); BAUDRILLARD, Des idées qu'on se faisait au XIVe siècle sur le droit d'interven. du Souv. Pont. dans les affaires polit., in Revue d'hist. et de litt. relig. (Paris, 1898); PLANCK, Hist. de la const. de la soc. eccl. chrét. (1809), V, 12-154 (favorable).

Los más notable de los escritores franceses favorables a Felipe son: LECLERCQ y RENAN, en Hist. Litt. de la France au XIVe siècle (Paris, 1865); [ver RENAN, Etudes sur la polit. relig. du règne de Philippe le Bel (Paris, 1889)]; y LANGLOIS, Hist. de France, ed. LAVISSE (Paris, 1901), III, II, 127-73; cf. el equilabrado estudio de BOUTARIC, La France sous Philippe le Bel (Paris, 1861); también la balla narrativa de VON REUMONT, Gesch. der Stadt Rom (Berlin, 1867), II, i, 614-71; GGEGOROVIUS (no-catolico), Gesch. d. Stadt Rom (3d ed., Stuttgart, 1878), V, 501, tr. por Hamilton; HÖFLER, Rückblick auf Papst Bonifaz VIII., en Abhandl. d. bayrisch. Akad. d. Wiss. hist. Kl. (Munich, 1843), III, iii, 32 sqq.; ROCQUAIN, La Cour de Rome et l'esprit de réforme avant Luther (Paris, 1895), II, 258-512; LAURENT, L'Eglise et l'Etat, moyen âge et réforme (Paris, 1866), violento e injusto.

Pamphlet Literature. – para ambas partes , ver SCHOLZ, Die Publizistik zur Zeit Ph. des Schönen und Bonif. VIII. (Stuttgart, 1903);también SCADUTO, Stato e Chiesa negli scriti politici, 1122-1347 (Florence, 1847); y RIEZLER, Die literarischen Widersacher der Päpste zur Zeit Ludwigs des Bayern (Munich, 1874). Importantantes nuevas monografías concernientes a las principales figures en el conflicto son las de HOLTZMANN, Wilhelm von Nogaret (Freiburg, 1898); and HUYSKINS, Kardinal Napoleon Orsini, ein Lebensbild, etc. (Marburg, 1902). Entre los últimos estudios, basados en las investigaciones arriba mencionadas de Dr. Finke, son: SCHOLZ, Zur Beurteilung Bonifaz VIII. und seines sittlich-religiosen Charakters, en Hist.

Vierteljahrschrift (1906), IX, 470-506; WENCK, War Bonifaz VIII. ein Ketzer? en Hist. Zeitschrift (1905), 1-66 ( mantiene que Bonifacio era un averroista), y la buena refutación de HOLTZMANN, Papst Bonifaz VIII., ein Ketzer? en Mittheil. d. Inst. f. æst. Gesch. f(1905), 488-98; cf. WENCK's contestación, ibid. (1906), 185-95.

La Bula "Unum Sanctam": BERCHTOLD, Die Bulle Unam Sanctam, etc., und ihre wahre Bedeutung für Kire en Rev. des quest. hist. (July, 1887), abandonando sus tesis (y las de DANBERGER que esta Bula era una falsificación (ibid., 1879), 91-130. Sobre el exacto sentido de la muy disputada instituere (instruir o establecer?) en "Unam Sanctam", ver FUNK, Kirchengesch. Abhandlungen (Paderborn, 1897), I, 483- 89.

Para los servicios a las ciencias y bellas artes, ver EHRLE, Zur Gesch. des Schatzes, der Bibl. und des Archivs der Päpste in 14. Jahrh., in Archiv für Litt. u. Kircheng. des M. A. (1885), I, i, 228; IDEM, Hist. Biblioth. Avenionen. (Rome, --); MOLINIER, Inventaire du trésor du Saint-Siège sous Boniface VIII.,en Bibl. de l'Ecole des Chartes (1882-85); los escritos de historiador del arte MÜNTZ, y GUIRARD, L'Eglise et les Origines de la Renaissancea (Paris, 1904).


THOMAS OESTREICH.


Transcrito por WGKofron, Con agradecimeinto a Fr. John Hilkert, Akron, Ohio.


Traducido por Pedro Royo