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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Milagro

De Enciclopedia Católica

Revisión de 08:13 29 nov 2010 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Lugar y valor de los milagros en el punto de vista cristiano sobre el mundo)

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Etimología y definición

(Latín miraculum, de mirari, "maravillarse").

En general, una cosa maravillosa; la palabra se usó así en el latín clásico; en un sentido específico, la Vulgata Latina designa con el término miracula los portentos de una clase peculiar. El texto griego lo expresa más claramente con los términos terata, dynameis, semeia, es decir, portentos realizados por el poder sobrenatural como signos de alguna misión o don especial y explícitamente adjudicados a Dios.

Estos términos se usan habitualmente en el Nuevo Testamento y expresan el significado de miraculum de la Vulgata. Así San Pedro en su primer sermón habla de Cristo como aprobado de Dios, dynamesin, kai terasin kai semeiois (Hch. 2,22) y San Pablo dice que los signos de su apostolado fueron obrados, semeiois te kai terasin kai dynamesin (2 Cor. 12,12). Su significado unido se halla en el término erga, es decir, obras, la palabra usada constantemente en los Evangelios para designar los milagros de Cristo. Por lo tanto, el análisis de estos términos da la naturaleza y alcance del milagro.

Naturaleza

(1) La palabra terata significa literalmente "maravillas", en referencia a los sentimientos de asombro provocados por su ocurrencia, de ahí los efectos producidos en la creación material que apelan a, y son captados por, los sentidos, por lo general por el sentido de la vista, a veces por el oído, por ejemplo, el bautismo de Jesús, la conversión de San Pablo. Así, aunque las obras de la gracia divina, tal como la Presencia Sacramental, están por encima del poder de la naturaleza, y debido sólo a Dios, pueden ser llamadas milagrosas sólo en el sentido amplio del término, es decir, como efectos sobrenaturales, pero no son milagros, en el sentido aquí entendido, pues los milagros en el sentido estricto son evidentes. El milagro cae bajo el alcance de los sentidos, ya sea en la obra misma (por ejemplo, resucitar a los muertos a la vida) o en sus efectos (por ejemplo, los dones del conocimiento infuso en los Apóstoles). De la misma manera la justificación de un alma en sí misma es milagrosa, pero no es un milagro propiamente dicho, a menos que se lleve a cabo de una manera sensible, como, por ejemplo, en el caso de San Pablo.

La maravilla del milagro se debe al hecho de que su causa está oculta, y se espera un efecto diferente al que realmente ocurre. Por lo tanto, en comparación con el curso ordinario de las cosas, el milagro se llama extraordinario. Al analizar la diferencia entre el carácter extraordinario del milagro y el curso ordinario de la naturaleza, los Padres de la Iglesia y los teólogos emplean los términos sobre, contrario a, y fuera de la naturaleza. Estos términos expresan la forma en que el milagro es extraordinario.

Se dice que un milagro está por encima de la naturaleza cuando el efecto que produce está por encima de los poderes y las fuerzas nativas en las criaturas de las cuales las leyes conocidas de la naturaleza son la expresión, como resucitar a un difunto, por ejemplo, Lázaro (Juan 11), el hijo de la viuda (1 Rey. 17). Se dice que un milagro es exterior, o fuera de, la naturaleza cuando las fuerzas naturales pueden tener el poder de producir el efecto, al menos en parte, pero no pueden haberlo producido solas por sí mismas en la forma que realmente se produjo. Así, el efecto en abundancia es muy superior al poder de las fuerzas naturales, o se lleva a cabo instantáneamente sin los medios o procedimientos que emplea la naturaleza. Como ejemplo tenemos la multiplicación de los panes por Jesús (Jn. 6), la transformación del agua en vino en Caná (Jn. 2) ---pues la humedad de la atmósfera se cambia en vino mediante procesos naturales y artificiales--- o la curación repentina de una gran parte de tejido enfermo por un trago de agua. Se dice que un milagro es contrario a la naturaleza cuando el efecto producido es contrario al curso natural de las cosas.

El término milagro aquí implica la oposición directa del efecto realmente producido a las causas naturales en acción, y su comprensión imperfecta ha dado lugar a mucha confusión en el pensamiento moderno. Así Espinosa llama al milagro una violación del orden de la naturaleza (proeverti, “Tract. Theol. Polit.”, VI). Hume dice que es una "violación" o una "infracción", y muchos escritores ---por ejemplo, Martensen, Hodge, Baden-Powell, Theodore Parker--- utilizan el término para los milagros en su conjunto. Pero cada milagro no es necesariamente contrario a la naturaleza, pues hay milagros por encima o fuera de la naturaleza.

Una vez más, el término contrario a la naturaleza no significa "no natural" en el sentido de producir la discordia y la confusión. Las fuerzas de la naturaleza difieren en poder y están en constante interacción. Esto produce interferencias y acciones contrarias de las fuerzas. Este es el caso de las fuerzas mecánicas, químicas y biológicas. Así, también, a cada momento del día yo interfiero con y contrarresto las fuerzas naturales a mi alrededor. Estudio las propiedades de las fuerzas naturales con el fin de obtener el control consciente por acciones contrarias inteligentes de una fuerza contra otra. La neutralización inteligente marca el progreso en la química, en la física, ---por ejemplo, la locomotora de vapor, la aviación--- y en las prescripciones del médico. El hombre controla la naturaleza, es más, puede vivir sólo por la neutralización de las fuerzas naturales. Aunque todo esto sucede a nuestro alrededor, nunca hablamos de fuerzas naturales violadas. Estas fuerzas siguen trabajando según su especie, y ninguna fuerza se destruye, ni se rompe ninguna ley, ni da lugar a la confusión. La introducción de la voluntad humana puede dar lugar a un desplazamiento de las fuerzas físicas, pero no a una infracción de los procesos físicos.

Ahora bien, en un milagro la acción de Dios en relación a su influencia en las fuerzas naturales es análoga a la acción de la personalidad humana. Así, por ejemplo, está en contra de la naturaleza del hierro el flotar, pero la acción de Eliseo al elevar el hacha a la superficie del agua (2 Rey. 6) no es más una violación, o transgresión, o una infracción de las leyes naturales que si él la hubiese levantado con su mano. Una vez más, es de la naturaleza del fuego el quemar, pero cuando, por ejemplo, los tres jóvenes se conservaron intactos en el horno ardiente (Dan. 3) no hubo nada anormal en el acto, como estos escritores usan la palabra, no más que lo habría al erigir una vivienda totalmente a prueba de fuego. En el primer caso, como en el otro, no hubo parálisis de las fuerzas naturales ni trastornos subsiguientes.

El elemento extraordinario en el milagro, es decir, un evento aparte del curso normal de las cosas, nos permite comprender la enseñanza de los teólogos de que los eventos que normalmente se realizan en el curso natural o sobrenatural de la Divina Providencia no son milagros, a pesar de que están más allá de la eficiencia de las fuerzas naturales. Así, por ejemplo, la creación del alma no es un milagro, ya que se lleva a cabo en el curso ordinario de la naturaleza. Una vez más, la justificación del pecador, la Presencia Eucarística, los efectos sacramentales, no son milagros por dos razones: están más allá del alcance de los sentidos y se realizan en el curso ordinario de la Providencia sobrenatural de Dios.

(2) La palabra dynamis, "poder" se utiliza en el Nuevo Testamento para denotar:

  • (a) el poder de hacer milagros, (en dunamei semeion Rom. 15,19);
  • (b) obras poderosas como los efectos de este poder, es decir, los milagros mismos (ai pleistai dunameis autou (Mt. 11,20) y expresa la causa eficiente del milagro, es decir, el poder divino.

Por lo tanto al milagro se le llama sobrenatural, porque el efecto va más allá de la fuerza productiva de la naturaleza e implica un agente sobrenatural. Así Santo Tomás enseña: "Se ha de llamar correctamente milagros a esos efectos que son hechos por el poder divino, aparte del orden observado usualmente en la naturaleza" (Contra Gent., III, CII), y son aparte del orden natural porque están "más allá del orden natural o de las [[ley]es de toda la naturaleza creada" (Summa Theol., I:102:4). Por lo tanto dunamis añade al significado de terata al señalar la causa eficiente. Por esta razón, en la Escritura se le llama a los milagros "el dedo de Dios" (Ex. 8,19; Lc. 11,20), "la mano del Señor" (1 Sam. 5,6), "la mano de nuestro Dios "(Esd. 8,31). Al referir el milagro a Dios como su causa eficiente se da la respuesta a la objeción de que el milagro no es natural, es decir, un acontecimiento sin causa, sin significado o lugar en la naturaleza. Con Dios como la causa, el milagro tiene un lugar en los designios de la Providencia de Dios (Contra Gent., III, XCVIII). En este sentido, es decir, relativamente a Dios, San Agustín habla del milagro como natural (De Civit. Dei, XXI, VIII, 2).

Un evento está por encima del curso de la naturaleza y más allá de sus fuerzas productivas:

  • (a) en cuanto a su naturaleza substancial, es decir, cuando el efecto es de tal naturaleza que ningún poder natural podría hacer que sucediera de cualquier manera o forma, como, por ejemplo, la elevación a la vida del hijo de la viuda (Lc. 7), o la cura del ciego de nacimiento (Jn. 9). Estos milagros se llaman milagros en cuanto a la substancia (quoad substantiam).
  • (b) Respecto a la forma en que se produce el efecto, es decir, donde puede haber fuerzas de la naturaleza, aptas y capaces de producir el efecto considerado en sí mismo, sin embargo, el efecto se produce de una manera totalmente diferente de la manera en que naturalmente se debe realizar, es decir, instantáneamente, por una palabra, por ejemplo, la curación del leproso (Lc. 5). Estos se llaman milagros en cuanto a la forma de su producción (quoad modum).

El poder de Dios se muestra en el milagro:

  • directamente a través de su propia acción inmediata o
  • mediatamente, a través de criaturas como medios o instrumentos.

En este caso, los efectos deben ser atribuidos a Dios, porque él trabaja en y a través de los instrumentos; Ipso Deo en illis operante (San Agustín, "De Civit. Dei, X, XII). Por lo tanto Dios obra los milagros a través de instrumentos como:

De ahí que no es cierta la afirmación de algunos escritores modernos, de que un milagro requiere una acción inmediata del poder divino. Es suficiente con que el milagro se deba a la intervención de Dios, y su naturaleza se revela por la absoluta falta de proporción entre el efecto y lo que se llaman medios o instrumentos.

La palabra semeion significa "signo", un llamamiento a la inteligencia, y expresa el propósito o causa final del milagro. Un milagro es un factor en la Providencia de Dios sobre los hombres. De ahí que la gloria de Dios y el bien de los hombres son los objetivos principales o supremos de cada milagro. Cristo expresa esto claramente en la resurrección de Lázaro (Jn. 11), y el evangelista dice que Jesús, al realizar su primer milagro en Caná, "manifestó su gloria" (Jn. 2,11). Por lo tanto el milagro debe ser digno de la santidad, la bondad y la [[justicia] de Dios, y propicio para el verdadero bien de los hombres. Por lo tanto Dios no los realiza para reparar los defectos físicos en su creación, ni tienen por objeto producir, ni producen, el desorden o la discordia; ni contienen ningún elemento malo, ridículo, inútil o sin sentido. Por lo tanto no están en el mismo plano que las simples maravillas, trucos, obras de ingenio o magia. La eficacia, la utilidad, el propósito de la obra y la manera de realizarla muestran claramente que debe atribuirse al poder divino. Esta alta reputación y la dignidad del milagro se muestra, por ejemplo, en los milagros de Moisés (Éx. 7 – 10), de Elías (1 Rey. 18,21-38), de Eliseo (2 Rey. 5). Las multitudes glorificaban a Dios en la curación del paralítico (Mt. 9,8), del ciego (Lc. 18,43), en los milagros de Cristo en general (Mt. 15,31, Lc. 19,37), como en la curación del cojo por San Pedro (Hch. 4,21). De ahí que los milagros son signos del mundo sobrenatural y nuestra relación con él.

En los milagros siempre podremos encontrar fines secundarios subordinados, sin embargo, a los fines primarios. Así:

  • son evidencias que acreditan y confirman la verdad de la misión divina, o de una doctrina o fe o moral, por ejemplo, Moisés (Éx. 4), Elías (1 Rey. 17,24). Por esta razón los judíos veían en Cristo al “profeta” (Jn. 6,14), en quien “Dios había visitado a su pueblo” (Lc. 7,16). Por lo tanto los discípulos creyeron en Él (Jn. 2,11) y Nicodemo (Jn. 3,2) y los ciegos de nacimiento (Jn. 9,38), y los muchos que vieron la resurrección de Lázaro (Jn. 11,45). Jesús apeló constantemente a sus “obras” para probar que Él fue enviado por Dios y que es el Hijo de Dios, por ejemplo, a los discípulos de Juan (Mt. 11,4), a los judíos (Jn. 10,37). Él reclama que sus milagros son un testimonio más grande que el testimonio de Juan (Jn. 5,36), condena a aquellos que no creen (Jn. 15,24), según alaba a los que sí creen (Jn. 17,8), y exhibe los milagros como signos de la verdadera fe (Mc. 16,17). Los Apóstoles apelan a los milagros como la confirmación de la misión y Divinidad de Cristo (Jn. 20,31); Hch. 10,38), y San Pablo los considera signos de su apostolado (2 Cor. 12,12).
  • Los milagros son hechos para dar fe de la verdadera santidad. Así, por ejemplo, Dios defiende a Moisés (Núm. 12), a Elías (2 Rey. 1), a Eliseo (2 Rey. 13). De ahí el testimonio del ciego de nacimiento (Jn. 9,30 ss.) y los procesos oficiales en la canonización de los santos.
  • Como beneficios espirituales o temporales. Los favores temporales van siempre subordinados a los fines espirituales, pues son una recompensa o promesa de virtud, por ejemplo, la viuda de Sarepta (1 Rey. 17), los tres jóvenes en el horno ardiente (Dan. 3), la preservación de Daniel (Dan. 5), la liberación de San Pedro de la prisión (Hch. 12), de San Pablo del naufragio (Hch. 27). Así semeion, es decir, “signo”, completa el significado de dynamis, es decir “poder (divino)”. Revela el milagro como un acto de la Providencia sobrenatural de Dios sobre el hombre. Le da un contenido positivo a teras, es decir, “maravilla”, pues, mientras que la maravilla muestra el milagro como una desviación del curso ordinario de la naturaleza, el signo da el propósito de la desviación.

Este análisis muestra que:

  • (1) el milagro es esencialmente una apelación al conocimiento. Por lo tanto, los milagros pueden distinguirse de los sucesos meramente naturales. Un milagro es un hecho en la creación material, y caen bajo la observación de los sentidos o viene a nosotros a través del testimonio, como cualquier hecho natural. Su carácter natural se conoce por:
    • (a) a partir del conocimiento positivo de las fuerzas naturales, por ejemplo, la ley de gravedad, la ley de que el fuego quema. Decir que no conocemos todas las leyes de la naturaleza, y por lo tanto no podemos conocer un milagro (Rousseau, "Lett. De la Mont.", let III), está fuera de la cuestión, ya que haría del milagro una apelación a la ignorancia. Puedo no conocer las leyes del código penal, pero puedo saber con certeza que en un caso particular una persona viola una ley definitiva.
    • (b) A partir de nuestro conocimiento positivo de los límites de las fuerzas naturales. Así, por ejemplo, no podemos saber la fuerza de un hombre, pero sabemos que no puede por sí solo mover una montaña. Al ampliar nuestro conocimiento de las fuerzas naturales, el progreso de la ciencia ha reducido su ámbito y definido sus límites, como en la ley de la abiogénesis. Por lo tanto, tan pronto como tenemos razones para sospechar que cualquier evento, no importa cuán poco común o raro parezca, puede surgir debido a causas naturales o ser conforme al curso normal de la naturaleza, inmediatamente perdemos la convicción de que es un milagro. Un milagro es una manifestación del poder de Dios; siempre y cuando esto no está claro, hay que rechazarlo como tal.
  • (2) Los milagros son signos de la Providencia de Dios sobre el hombre, por lo tanto son de un alto carácter moral, simple y obvio en las fuerzas en acción, en las circunstancias de su obra, y en su meta y propósito. Ahora la filosofía indica la posibilidad y la revelación enseña el hecho de que los seres espirituales, buenos y malos, existen, y poseen mayor poder que el del hombre. Aparte de la cuestión especulativa en cuanto al poder natural de estos seres, tenemos la certeza de
    • (a) que Dios sólo puede realizar esos efectos que son llamados milagros substanciales, por ejemplo, la resurrección de los muertos;
    • (b) que los milagros realizados por los ángeles, según registrados en la Biblia, son siempre atribuidos a Dios, y que la Sagrada Escritura no le da autoridad divina a milagros que no sean divinos;
    • (c) que la Sagrada Escritura muestra el poder de los espíritus malignos como estrictamente condicionado, por ejemplo, el testimonio de los magos egipcios (Éx. 8,19), la historia de Job,

los demonios que reconocen el poder de Cristo (Mt. 8,31), el testimonio expreso de Cristo mismo (Mt. 24,24) y del Apocalipsis (Apoc. 9,14). El admitir que estos espíritus pueden realizar milagros ---es decir, obras de habilidad e ingenio que, en relación a nuestras fuerzas, puedan parecer milagrosas.--- sin embargo estas obras carecen del sentido y la finalidad que las sellaría como el lenguaje de Dios a los hombres.

Errores

Los deístas rechazan los milagros, pues niegan la Providencia de Dios. Los agnósticos también los niegan, y los positivistas los rechazan. Comte consideraba los milagros como el fruto de la imaginación teología. El panteísmo moderno no tiene lugar para los milagros. Así, Espinosa afirmaba que la creación es el aspecto de una única substancia, es decir, Dios, y como él enseñaba que los milagros son una violación de la naturaleza, por lo tanto serían una violación a Dios. La respuesta es, primero, que la concepción de Dios y de la naturaleza de Espinosa es falsa, y segundo, que de hecho, los milagros no son una violación a la naturaleza. Para Hegel la creación es la manifestación evolutiva de la única idea absoluta, es decir, Dios, y para los neo-hegelianos (por ejemplo, Thos, Green) la conciencia se identifica con Dios; por lo tanto, para ambos el milagro no tiene sentido.

Definiciones erróneas de lo sobrenatural llevan a definiciones erróneas del milagro. Así:

(1) Bushnell define lo natural como lo necesario y lo sobrenatural como lo que es libre; por lo tanto el mundo material es lo que llamamos naturaleza, el mundo de la vida del hombre es sobrenatural. Así también el Dr. Strong ("Baptist Rev.", vol. I, 1879), Rev. C.A. Row ("Supernat. in the New Test.", Londres, 1875). En este sentido todo acto voluntario libre del hombre es un acto sobrenatural y un milagro.

(2) El sobrenaturalismo natural propuesto por Carlyle, Theodore Parker, Prof. Pfleiderer, y, más recientemente, Prof. Everett ("The Psychologic Elem. of Relig. Faith", Londres y Nueva York, 1902), Prof. Bowne ("Immanence of God", Boston y Nueva York, 1905), Hastings ("Diction. of Christ and the Gospels", s.v. "Miracles"). Así lo natural y lo sobrenatural son en realidad uno: lo natural es su aspecto al hombre, lo sobrenatural es su aspecto a Dios.

(3) La "teoría inmediata", que Dios actúa inmediatamente sin segundas causas, o que las causas segundas, o leyes de la naturaleza, deben ser definidas como los métodos regulares de la actuación de Dios. Esta enseñanza se combina con la doctrina de la evolución.

(4) La teoría “relativa” de milagros es por mucho la más popular entre los escritores no católicos. Esta opinión fue propuesta originalmente para afirmar los milagros cristianos y al mismo tiempo afirmar la creencia en la uniformidad de la naturaleza. Sus formas principales son tres:

  • (a) La concepción mecánica de Babbage (Tratados de Bridgewater): En la opinión de Babbage, promovida luego por el duque de Argyll (Reino de la Ley) se presenta la naturaleza como un vasto mecanismo enrollado al principio y que contiene en sí mismo la capacidad para desviarse de su curso normal en fechas determinadas. La teoría es ingeniosa, pero hace del milagro un evento natural. Admite la presunción de los adversarios de los milagros, es decir, que los efectos físicos deben tener causas físicas, pero esta hipótesis se contradice con los hechos comunes de la experiencia, por ejemplo, la voluntad actúa sobre la materia.
  • (b) La “ley” desconocida de Espinosa: Espinosa enseña que el término “milagro” debe ser entendido con referencia a las opiniones de los hombres, y que significa simplemente un acontecimiento que no podemos explicar por otros acontecimientos familiares a nuestra experiencia. Locke, Kant, Eichhorn, Paulus, Renan sostienen la misma opinión. Así, el profesor Cooper escribe "El milagro de una época se convierte en el funcionamiento normal de la naturaleza en la próxima" ("Ref. Cap. R.", julio de 1900). Por lo tanto un milagro nunca ocurrió en realidad, y es sólo un nombre para cubrir nuestra ignorancia. Así, Matthew Arnold pudo pretender que todos los milagros bíblicos desaparecerán con el progreso de la ciencia (Lit. y la Biblia) y M. Muller que "lo milagroso se reduce a la mera apariencia" (en. Rel., pref., p. 10). Los defensores de esta teoría asumen que los milagros son una apelación a la ignorancia.
  • (c) La teoría de la “ley superior” de Argyll de “universo no visto”: Trench, Lange (sobre Matt. p. 153), Gore (Bampton Lect., p. 36) se propuso refutar la afirmación de Espinosa de que los milagros no son naturales y productores de desorden. Así, para ellos el milagro es muy natural, ya que se lleva a cabo de conformidad con leyes de una naturaleza superior. Otros ---por ejemplo, Schleiermacher y Ritschl--- denotan por ley superior, el sentimiento religioso subjetivo. Por lo tanto, para ellos un milagro no es diferente de cualquier otro fenómeno natural, sino que se convierte en un milagro por su relación con el sentimiento religioso. Un escritor de "The Biblical World” (octubre, 1908) sostiene que el milagro consiste en el significado religioso del fenómeno natural en su relación con la apreciación religiosa como un signo de favor divino. Otros explican la ley superior como la ley moral, o la ley del espíritu. Por lo tanto los milagros de Cristo son entendidos como ilustraciones de una ley superior, más grandiosa, más comprehensiva que los hombres hayan conocido hasta ahora, la venida de una nueva vida, de fuerzas superiores actuando de acuerdo a leyes superiores como manifestaciones del espíritu en etapas superiores de su desarrollo. La crítica de esta teoría es que los milagros dejarían de ser milagros: no serían extraordinarios, pues se realizarían bajo las mismas condiciones. Lograr milagros en virtud de una ley aún no entendida es negar su existencia. Así, cuando Trench define un milagro como "un evento extraordinario que los espectadores no puede reducir a ninguna ley conocida por ellos", la definición incluye el hipnotismo y la clarividencia. Si por “ley superior” denotamos la ley superior de la santidad de Dios, entonces un milagro puede hacer referencia a esta ley, pero la ley superior en este caso es Dios mismo y el uso de la palabra tiende a crear confusión.

Improbabilidad antecedente

El gran problema de la teología moderna es el lugar y el valor de los milagros. En opinión de algunos escritores, su improbabilidad antecedente, basada en el reinado universal de la ley es tan grande que no son dignos de consideración seria. Así, su convicción de la uniformidad de la naturaleza llevó a Hume a negar el testimonio de los milagros en general, según llevó a Baur, Strauss y Renan a explicar los milagros de Cristo sobre bases naturales. El principio fundamental es que pase lo que pase es natural, y lo que no es natural no ocurre. La profunda convicción de la unidad orgánica del universo, un rasgo característico del pensamiento del siglo XIX, se basa en la creencia en la uniformidad de la naturaleza. Ha dominado una cierta escuela de literatura, y, con George Eliot, Hall Came y Thomas Hardy, las operaciones naturales de la herencia, ambiente y ley necesaria gobiernan el mundo de la vida humana. Es el principio básico en los tratados de sociología modernos.

Su principal exponente es la ciencia-filosofía, una continuación del deísmo del siglo XVIII sin la idea de Dios, y la opinión aquí presentada, de un universo en evolución elaborando su propio destino bajo el dominio rígido de las leyes naturales inherentes, encuentra sólo un tenue disfraz en la concepción panteísta, tan común entre los teólogos no católicos, de un Dios inmanente, que es la base activa del mundo de desarrollo de acuerdo a la ley natural, es decir, el monismo de la mente o la voluntad. Esta creencia es la brecha entre la antigua y la moderna escuela de teología, de acuerdo con Delitzsch ("Deep Gulf between the Old and the Modem Theology", 1890; Principal Fairbairn, "Studies in the Philos. of Hist. and Religion"). Max Müller encuentra el núcleo de la concepción moderna del mundo en la idea de que "hay una ley y orden en todo, y que una cadena ininterrumpida de causas y efectos mantiene todo el universo en conjunto" ("Antrop. Relig.", pref ., p. 10). En todo el universo hay un mecanismo de la naturaleza y de la vida humana, que presenta una cadena necesaria, o secuencia, de causa y efecto, que no es, y no puede ser rota por una injerencia desde el exterior, como se supone en el caso de un milagro. Este punto de vista es la base de las objeciones modernas al cristianismo, la fuente del escepticismo moderno, y la razón de una disposición que prevalece entre los pensadores cristianos a negarle a los milagros un lugar en evidencias cristianas, y a basar la prueba para el cristianismo en evidencias internas solamente.

Crítica:

(1) Este punto de vista se basa en última instancia sobre el supuesto de que el universo material existe por sí solo. Es refutado:

  • demostrando que en el hombre hay un alma espiritual totalmente distinta de la existencia orgánica e inorgánica, y que esta alma revela un orden intelectual y moral totalmente distinto del orden físico;
  • al inferir la existencia de Dios a partir de los fenómenos del orden intelectual, moral y físico.

(2) Este punto de vista se basa también en un significado erróneo del término naturaleza. Kant hace una distinción entre el noúmeno y el fenómeno de una cosa, negó que podemos conocer el noúmeno, es decir, la cosa en sí misma; todo lo que conocemos es el fenómeno, es decir, la apariencia de la cosa. Esta distinción ha influido profundamente en el pensamiento moderno. Como idealista trascendental, Kant negó que conozcamos el fenómeno real; para él sólo la apariencia ideal es el objeto de la mente. Así, el conocimiento es una sucesión de apariencias ideales, y un milagro sería una interrupción de esa sucesión. Otros, es decir, la Escuela del Sentido (Hume, Mill, Bain, Spencer y otros), enseñan que, si bien no podemos conocer la substancia o esencia de las cosas, podemos y captamos los fenómenos reales. Para ellos el mundo es un mundo fenomenal y es una pura convivencia y la sucesión de fenómenos, donde el antecedente determina al consecuente. En este punto de vista un milagro sería un salto inexplicable en la (llamada) ley invariable de secuencia, en cuya ley Mill basó su lógica. Ahora respondemos que el verdadero significado de la palabra naturaleza incluye tanto el fenómeno como el noúmeno. Tenemos la idea de sustancia con un contenido objetivo. En realidad, el progreso de la ciencia consiste en la observación de, y la experimentación sobre las cosas con el fin de conocer sus propiedades o potencias, que a su vez nos permiten conocer las esencias físicas de las distintas sustancias.

(3) A través de la concepción errónea de la naturaleza, el principio de causalidad se confunde con la ley de la uniformidad de la naturaleza. Pero son cosas absolutamente diferentes. El primero es una convicción primaria que tiene su origen en nuestra conciencia interna. La segunda es una inducción basada en una larga y cuidadosa observación de los hechos: no es una verdad evidente por sí misma, ni es un principio universal y necesario, como ha demostrado el propio Mill (Logic, IV, XXI). De hecho la uniformidad de la naturaleza es el resultado del principio de causalidad.

No es cierto el argumento principal de que la uniformidad de las normas de la naturaleza gobierna los milagros fuera de consideración, debido a que implicarían una ruptura en la uniformidad y una violación de la ley natural. Las leyes de la naturaleza son los modos observados o procesos en que actúan las fuerzas naturales. Estas fuerzas son las propiedades o potencias de las esencias de las cosas naturales. Nuestra experiencia de causalidad no es la experiencia de una mera secuencia sino de una secuencia debida a la necesaria operación de las esencias vistas como principios o fuentes de acción.

Ahora bien, las esencias son necesariamente lo que son e inmutables, por lo tanto sus propiedades, o potencias, o fuerzas, en determinadas circunstancias, actúan de la misma manera. Sobre esto, la filosofía escolástica basa la verdad de que la naturaleza es uniforme en su acción, sin embargo, sostiene que la constancia de la sucesión no es una ley absoluta, pues la sucesión sólo es constante siempre y cuando las relaciones nouménicas permanezcan iguales. Así, la filosofía escolástica, al defender los milagros, acepta el reinado universal de la ley en este sentido, y su enseñanza está en acuerdo absoluto con los métodos efectivamente perseguidos por la ciencia moderna en las investigaciones científicas. Por lo tanto, enseña el orden de la naturaleza y el reino de la ley, y declara abiertamente que, si no hubiese orden, no habría milagro.

Es significativo que la Biblia apela constantemente al reino de la ley en la naturaleza, al tiempo que da fe de la ocurrencia real de los milagros. Ahora bien, la voluntad humana, al actuar sobre fuerzas materiales, interfiere con las secuencias regulares, pero no paraliza las fuerzas naturales o destruye su tendencia innata a actuar de una manera uniforme. Así, un niño, al lanzar una piedra al aire, no altera el orden de la naturaleza o acaba con la ley de gravedad. Sólo se trae una nueva fuerza y contrarresta las tendencias de las fuerzas naturales, así como las fuerzas naturales interactúan y se contrarrestan entre sí, como se demuestra en las bien conocidas verdades del paralelogramo de fuerzas y la distinción entre la energía cinética y potencial. La analogía entre un acto del hombre y un acto de Dios es completa en lo que se refiere a una ruptura en la uniformidad de la naturaleza o una violación de sus leyes. El alcance de la potencia ejercida no afecta el punto en cuestión. Por lo tanto la naturaleza física se presenta como un sistema de causas físicas que producen resultados uniformes, y sin embargo permite la interposición de la acción personal, sin afectar su estabilidad.

La verdad de esta posición es tan manifiesta que Mill admite que el argumento de Hume contra los milagros es válido sólo en el supuesto de que Dios no existe, pues, dice, "un milagro es un nuevo efecto que se supone es producido por la introducción de una nueva causa… de la adecuación de esa causa, si está presente, no puede haber ninguna duda" (Logic, III, XXV). Por lo tanto, al admitir la existencia de Dios, la "secuencia uniforme" de Hume no se sostiene como una objeción a los milagros. Huxley también niega que los físicos nieguen la creencia en los milagros porque los milagros son una violación de las leyes naturales, y rechaza la totalidad de esta línea de argumento ("Some Controverted questions”, 209, "Life of Hume", 132), y sostiene que una milagro es una cuestión de pura y simple evidencia. De ahí que se ha abandonado la objeción a los milagros basada en su improbabilidad antecedente. "The Biblical World” (octubre de 1908) dice: "El antiguo sistema rígido de ‘leyes de la naturaleza’ está siendo interrumpido por la ciencia moderna. Hay muchos acontecimientos que los científicos reconocen que son inexplicables por ninguna ley conocida. Pero esta incapacidad de proporcionar una explicación científica no es razón para negar la existencia de cualquier caso, si está adecuadamente atestiguado. Así, el viejo argumento a priori contra de los milagros se ha ido." Así, en el pensamiento moderno la cuestión del milagro es simplemente una cuestión de hecho.

Lugar y valor de los milagros en la visión cristiana del mundo

Como la gran objeción a los milagros realmente se basa en opiniones filosóficas falsas del universo, por lo que es necesaria la verdadera visión del mundo para comprender su lugar y su valor.

El cristianismo enseña que Dios creó y gobierna el mundo. Este gobierno es su Providencia, la cual se muestra en el delicado ajuste y subordinación de las tendencias propias de las cosas materiales, dando como resultado la maravillosa estabilidad y armonía que prevalecen en toda la creación física, y en el orden moral, que a través de la conciencia, ha de guiar y controlar las tendencias de la naturaleza del hombre a una completa armonía en la vida humana. El hombre es un ser personal, con inteligencia y libre albedrío, capaz de conocer y servir a Dios, y creado para tal fin. Para él la naturaleza es el libro de la obra de Dios que revela al Creador a través del designio visible en el orden material y por medio de la conciencia, la voz del orden moral, basado en la constitución misma de su propio ser. De ahí que la relación del hombre con Dios es una personal. La Providencia de Dios no se limita a la revelación de sí mismo a través de sus obras. Él se ha manifestado de una manera sobrenatural, lanzando un torrente de luz sobre las relaciones que deben existir entre el hombre y Él mismo. La Biblia contiene esta revelación, y se llama el Libro de la Palabra de Dios, el cual da el registro de la Providencia sobrenatural de Dios conducente a la redención y a la fundación de la Iglesia cristiana. Aquí se nos dice que más allá de la esfera de la naturaleza hay otro reino de la existencia, lo sobrenatural, poblado por seres espirituales y las almas de los difuntos. Ambas esferas, la natural y la sobrenatural, están bajo el dominio de la Providencia de Dios. Así, Dios y el hombre son dos grandes hechos. La relación del alma con su Creador es la religión.

La religión es el conocimiento, el amor y el servicio de Dios; su expresión se conoce como culto, y la esencia del culto es la oración. Así, entre el hombre y Dios hay una constante interacción, y en la Providencia de Dios el medio señalado de esta relación es la oración. Mediante la oración el hombre habla con Dios en los actos de fe, esperanza, caridad y contrición e implora su ayuda. En respuesta a la oración Dios actúa en el alma por su gracia y, en circunstancias especiales, mediante los milagros. De ahí que el gran hecho de la oración, como el nexo de unión del hombre con Dios, implica una intervención constante de Dios en la vida del hombre. Por lo tanto, en la visión cristiana del mundo, los milagros tienen un lugar y un significado. Ellos surgen de la relación personal entre Dios y el hombre. La convicción de que los puros de corazón son agradables a Dios, de algún modo misterioso, es universal; incluso entre los paganos sólo se preparan ofrendas puras para el sacrificio.

Este sentido íntimo de la presencia de Dios puede explicar la tendencia universal a referir todos los fenómenos sorprendentes a causas sobrenaturales. El error y la exageración no cambian la naturaleza de la creencia fundada en la convicción permanente de la Providencia de Dios. San Pablo apeló a esta creencia en su discurso a los atenienses (Hechos 17). En el milagro, por lo tanto, Dios subordina la naturaleza física a un propósito más elevado, y este propósito superior es idéntico a los más altos objetivos morales de la existencia. La concepción mecánica del mundo está en armonía con lo teleológico, y cuando el propósito existe, ningún evento es aislado o sin sentido. El hombre es creado por Dios, y un milagro es la prueba y la promesa de Su Providencia sobrenatural. De ahí que podamos entender cómo, en la mentes devotas, incluso hay una presunción a favor y una expectativa de milagros. Ellos muestran la subordinación del mundo inferior al superior; son la ruptura del mundo superior sobre el inferior ("C. Gent.", III, XCVIII, XCIX; Benedict XIV, 1, c; 1, IV, p. 1, c. I).

Algunos escritores ---por ejemplo Paley, Mansel, Mozley, Dr. George Fisher--- llevan la visión cristiana al extremo, y dicen que los milagros son necesarios para atestiguar la revelación. Los teólogos católicos, sin embargo, tienen una visión más amplia. Ellos afirman:

(1)que los grandes objetivos principales de los milagros son la manifestación de la gloria de Dios y el bien de los hombres; que los fines particulares o secundarios, subordinados al primero, son confirmar la verdad de una misión o una doctrina de fe o moral, para atestiguar la santidad de los siervos de Dios, para conferir beneficios y reivindicar la justicia Divina.

(2) Por lo tanto enseñan que la testificación de la revelación no es el fin primario, sino su fin secundario principal, aunque no el único.

(3) Dicen que los milagros de Cristo no eran necesarios, sino "muy adecuados y totalmente acordes con su misión" (decentissimum et maximopere conveniens) ---Papa Benedicto XIV, IV, p. 1, c. 2, n. 3; Summa , III:43) como un medio para dar fe de su verdad. Al mismo tiempo colocan los milagros entre las evidencias más fuertes y más certeras de la revelación divina.

(4) Sin embargo, enseñan que, como evidencias, los milagros no tienen fuerza física, es decir, asentimiento absolutamente coercitivo, sino sólo una fuerza moral, es decir, no le hacen violencia al libre albedrío, aunque su apelación al asentimiento es de la especie más fuerte.

(5) Que, como evidencias, no son obrados para mostrar la verdad interna de las doctrinas, sino sólo para dar razones manifiestas de por qué debemos aceptar las doctrinas. De ahí la distinción: no evident vera, sino evidenter credibilia. Pues la revelación, de la cual dan fe los milagros, contiene doctrinas sobrenaturales por encima de la comprensión de la mente e instituciones positivas en la Providencia sobrenatural de Dios sobre los hombres. Así que no es cierta la opinión de Locke, Trench, Mill, Mozley y Cox, que la doctrina prueba el milagro y no el milagro la doctrina.

(6) Finalmente, afirman que los milagros en la Escritura y el poder de obrar milagros en la Iglesia son de fe divina, no, sin embargo, los milagros en la historia de la Iglesia propiamente dichos. De ahí que enseñan que los primeros son ambos evidencias de fe y objetos de fe; que los últimos son evidencias de propósito para el cual son obrados, no, sin embargo, objetos de fe divina. Por lo tanto esta enseñanza guarda de la otra visión exagerada propuesta recientemente por los escritores no católicos, que afirman que los milagros se consideran ahora no como evidencias sino como objetos de fe.

Testimonio

El hecho

Lugar y valor de los milagros de los Evangelios

Providencias especiales

Fuente: Driscoll, John T. "Miracle." The Catholic Encyclopedia. Vol. 10. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/10338a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina.