Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Martes, 3 de diciembre de 2024

Ética

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar

Definición

Muchos escritores consideran la ética (griego ethike) como cualquier tratamiento científico del orden moral y la dividen en ética teológica o cristiana (teología moral) y ética filosófica (filosofía moral). Sin embargo, lo que se suele entender por ética es la ética filosófica, o filosofía moral, y es en este sentido que se tratará el tema en el presente artículo.

La filosofía moral es una división de la filosofía práctica. La filosofía teórica o especulativa tiene que ver con el ser o con el orden de cosas que no dependen de la razón, y su objeto es obtener, mediante la luz natural de la razón, un conocimiento de este orden en sus causas últimas. En cambio, la filosofía práctica se ocupa de lo que debería ser, o del orden de los actos que son humanos y que, por tanto, dependen de nuestra razón. También se divide en lógica y ética. La primera ordena correctamente las actividades intelectuales y enseña el método adecuado en la adquisición de la verdad, mientras que la segunda dirige las actividades de la voluntad; el objeto de la primera es la verdad; el de la segunda es el bien.

Por tanto, la ética puede definirse como la ciencia de la rectitud moral de los actos humanos de acuerdo con los primeros principios de la razón natural. La lógica y la ética son ciencias normativas y prácticas, porque prescriben normas o reglas para las actividades humanas y muestran cómo el ser humano debe dirigir sus acciones de acuerdo con estas normas. La ética es eminentemente práctica y directiva; pues ordena la actividad de la voluntad, y es esta la que pone en movimiento todas las demás facultades del hombre. Por tanto, ordenar la voluntad es lo mismo que ordenar al hombre entero. Además, la ética no solo dirige a un hombre a actuar si desea ser moralmente bueno, sino que le impone la obligación absoluta de hacer el bien y evitar el mal.

Debe hacerse una distinción entre ética y moral, o moralidad. Cada pueblo, incluso el más incivilizado e inculto, tiene su propia moralidad o suma de prescripciones que gobiernan su conducta moral. La naturaleza había dispuesto de tal modo que cada hombre se estableciera un código de conceptos y principios morales aplicables a los detalles de la vida práctica, sin necesidad de esperar las conclusiones de la ciencia. La ética es el tratamiento científico o filosófico de la moral. La materia propia de la ética son las acciones libres y deliberadas del hombre; pues sólo estas están en nuestro poder, y sólo en relación con ellas se pueden prescribir reglas, no con respecto a las acciones que se realizan sin deliberación, o por ignorancia o coerción.

Además de esto, el ámbito de la ética incluye todo aquello que se refiera a los actos humanos libres, ya sea como principio o causa de acción (ley, conciencia, virtud), o como efecto o circunstancia de la acción (mérito, castigo, etc.). El aspecto particular (objeto formal) bajo el cual la ética considera los actos libres es el de su bondad moral o la rectitud del orden que implican como actos humanos. Una persona puede ser un buen artista u orador y al mismo tiempo una persona moralmente mala o, a la inversa, un hombre puede ser moralmente bueno y ser un artista o técnico pobre. La ética tiene que ver simplemente con el orden que se relaciona con el hombre como hombre y que hace de él un buen hombre.

Al igual que la ética, la teología moral también se ocupa de las acciones morales del hombre; pero, a diferencia de la ética, tiene su origen en una verdad revelada sobrenaturalmente. Presupone la elevación del hombre al orden sobrenatural y, aunque se vale de las conclusiones científicas de la ética, extrae su conocimiento en su mayor parte de la revelación cristiana. La ética se distingue de las demás ciencias naturales que se ocupan de la conducta moral del hombre, como jurisprudencia y pedagogía en que la última no ascienden a los primeros principios, sino que toma prestadas sus nociones fundamentales de la ética y, por tanto, está subordinada a ella. Investigar qué es bueno o malo, justo o injusto, qué es virtud, ley, conciencia, deber, etc., qué obligaciones son comunes a todos los hombres, no entra en el ámbito de la jurisprudencia o de la pedagogía, sino de la ética; y sin embargo, estos principios deben ser presupuestos por la primera, deben servirle como base y guía; de ahí que estén subordinados a la ética.

Lo mismo es cierto para la economía política, la cual, en efecto, se ocupa inmediatamente de la actividad social del hombre en cuanto se refiere a la producción, distribución y consumo de mercancías materiales, pero esta actividad no es independiente de la ética; la vida industrial debe desarrollarse de acuerdo con la ley moral y debe estar dominada por la justicia, la equidad y el amor. La economía política se equivocó por completo al tratar de emanciparse de los requisitos de la ética. En la actualidad, muchos consideran la sociología como una ciencia distinta de la ética. Sin embargo, si por sociología se entiende un tratamiento filosófico de la sociedad, es una división de la ética; pues la indagación sobre la naturaleza de la sociedad en general, sobre el origen, la naturaleza, el objeto y el propósito de las sociedades naturales (la familia, el estado) y sus relaciones entre sí forman una parte esencial de la ética. Si, por el contrario, la sociología se considera como el conjunto de las ciencias que se refieren a la vida social del hombre, no es una ciencia única, sino un complejo de ciencias; y entre estas, en lo que respecta al orden natural, la ética tiene el primer reclamo.

Fuentes y Métodos de la Ética

Las fuentes de la ética son en parte la propia experiencia del hombre y en parte los principios y verdades propuestos por otras disciplinas filosóficas (lógica y metafísica). La ética tiene su origen en el hecho empírico de que ciertos principios y conceptos generales del orden moral son comunes a todas las personas en todas las épocas. Ciertamente, este hecho ha sido cuestionado con frecuencia, pero la investigación etnológica reciente lo ha colocado más allá de la posibilidad de toda duda. Todas las naciones distinguen entre lo bueno y lo malo, entre hombres buenos y hombres malos, entre la virtud y el vicio; todos están de acuerdo en esto: que vale la pena luchar por el bien, y que hay que evitar el mal, que uno merece alabanza, el otro, culpa. Aunque en casos individuales pueden no concurrir al denominar la misma cosa como buena o mala, sin embargo, están de acuerdo en cuanto al principio general de que se debe hacer el bien y evitar el mal.

El vicio en todas partes busca esconderse o ponerse la máscara de la virtud; es un principio universalmente reconocido que no debemos hacer a los demás lo que no quisiéramos que nos hicieran a nosotros. Con la ayuda de las verdades enunciadas en la lógica y la metafísica, la ética procede a dar una explicación completa de este hecho innegable, a rastrearlo hasta sus causas últimas, y luego a deducir de los principios morales fundamentales ciertas conclusiones que dirigirán al hombre, en las diversas circunstancias y relaciones de la vida, a cómo modelar su propia conducta hacia la consecución del fin para el que fue creado. Así el método adecuado de la ética es a la vez especulativo y empírico; se basa en la experiencia y en la metafísica.

La revelación cristiana sobrenatural no es una fuente apropiada de ética. Sólo pertenecen propiamente a la ética aquellas conclusiones a las que se puede llegar con la ayuda de la experiencia y los principios filosóficos. El filósofo cristiano, sin embargo, no puede ignorar la revelación sobrenatural, pero al menos debe reconocerla como una norma negativa, en la medida en que él no ha de presentar ninguna afirmación en evidente contradicción con la verdad revelada del cristianismo. Dios es la fuente de toda verdad, ya sea natural, tal como la dio a conocer la creación, o sobrenatural, tal como la revelaron Cristo y los profetas. Así como nuestro intelecto es una imagen del Intelecto Divino, así todo conocimiento científico cierto es el reflejo y la interpretación de los pensamientos del Creador encarnados en sus criaturas, una participación en su sabiduría eterna.

Dios no puede revelar sobrenaturalmente y mandarnos a creer bajo su autoridad cualquier cosa que contradiga los pensamientos expresados por él en sus criaturas y que, con la ayuda de la facultad de la razón que nos ha dado, podamos discernir en sus obras. Afirmar lo contrario sería negar la omnisciencia y veracidad de Dios, o suponer que Dios no es la fuente de toda la verdad. Por tanto, es imposible un conflicto entre la fe y la ciencia, y de ahí que el filósofo cristiano tiene que abstenerse de hacer cualquier afirmación que sea evidentemente antagónica a cierta verdad revelada. Si sus investigaciones condujesen a conclusiones que no están en armonía con la fe, debe dar por sentado que algún error se ha infiltrado en sus deducciones, así como el matemático cuyos cálculos contradicen abiertamente los hechos de la experiencia debe estar convencido de que su demostración es incorrecta.

Después de lo que se ha dicho, los siguientes métodos de ética deben rechazarse por no ser sólidos.

1. El racionalismo puro: Este sistema hace de la razón la única fuente de verdad y, por lo tanto, desde el principio excluye toda referencia a la revelación cristiana, calificando cualquier referencia como degradante y obstaculizadora de la investigación científica libre. La ley suprema de la ciencia no es la libertad, sino la verdad. No menoscaba la verdadera dignidad y libertad de la ciencia el abstenerse de afirmar lo que, según la revelación cristiana, es manifiestamente erróneo.

2. El empirismo puro también se debe rechazar, pues erigiría toda la estructura de la ética exclusivamente sobre la base de la experiencia. Esta puede hablarnos simplemente de fenómenos presentes o pasados; pero en cuanto a lo que, por necesidad y universal, debe suceder en el futuro, la experiencia no puede darnos ninguna pista sin la ayuda de principios universales y necesarios. Estrechamente aliado al empirismo está el historicismo, que considera la historia como la fuente exclusiva de la ética. Lo dicho del empirismo también se puede aplicar al historicismo. La historia se ocupa de lo que ha sucedido en el pasado y con demasiada frecuencia tiene que contar las aberraciones morales de la humanidad.

3. El positivismo es una variedad del empirismo; busca emancipar la ética de la metafísica y basarla sobre hechos solamente. Ninguna ciencia puede construirse sobre la mera base de hechos e independientemente de la metafísica. Toda ciencia debe partir de principios evidentes, que forman la base de todo conocimiento cierto. Especialmente la ética es imposible sin la metafísica, ya que es de acuerdo con la visión metafísica que tomamos del mundo que la ética se configura a sí misma. Quien considere al hombre como nada más que un bruto más altamente desarrollado, tendrá puntos de vista éticos diferentes a los de quien discierne en el hombre una criatura modelada a imagen y semejanza de Dios, que posee un alma espiritual, inmortal y destinada a la vida eterna; quien se niega a reconocer la libertad de la voluntad destruye el fundamento mismo de la ética. Si el hombre fue creado por Dios o posee un alma espiritual e inmortal que está dotada de libre albedrío, o es esencialmente diferente de la creación bruta, todas estas son preguntas pertenecientes a la metafísica. Además, la ética presupone necesariamente a la antropología. No se pueden prescribir reglas para las acciones del hombre, a menos que se comprenda claramente su naturaleza.

4. El tradicionalismo es otro sistema insostenible que durante la primera mitad del siglo XIX en Francia contó con muchos adeptos (entre otros, de Bonald, Bautain), y que presentó la doctrina de que la certeza absoluta en cuestiones religiosas y morales no se alcanza sólo con la ayuda de la razón, sino sólo a la luz de la revelación que se nos ha dado a conocer a través de la tradición. No vieron que para toda creencia razonable se presupone necesariamente cierto conocimiento de la existencia de Dios y del hecho de la revelación, y este conocimiento no puede obtenerse de la revelación. El fideísmo, o como lo llamó Paulsen, el irracionalismo de muchos protestantes, también niega la habilidad de la razón para proveer certeza en materias relativas a Dios y a la religión. Con Kant, enseña que la razón no se eleva por encima de los fenómenos del mundo visible; la fe sola puede conducirnos al reino de lo suprasensible e instruirnos en asuntos morales y religiosos. Sin embargo, esta fe no es la aceptación de la verdad por la fuerza de una autoridad externa, sino que consiste en ciertos juicios apreciativos, es decir, suposiciones o convicciones que son el resultado de la propia experiencia interior de cada uno, y que tienen, por tanto, para él un valor preciso, y corresponden a su propio temperamento peculiar. Dado que no se supone que estas persuasiones entren dentro del rango de la razón, no se pueden hacer excepciones a ellas por motivos científicos. Según esta opinión, la religión y la moral quedan relegadas al subjetivismo puro y pierden toda su objetividad y universalidad de valor.

Visión Histórica de la Ética

Dado que la ética es el tratamiento filosófico del orden moral, su historia no consiste en narrar los puntos de vista de la moralidad sostenidos por diferentes naciones en diferentes épocas; este es propiamente el alcance de la historia de la civilización y de la etnología. La historia de la ética se ocupa únicamente de los diversos sistemas filosóficos que en el transcurso del tiempo han sido elaborados con referencia al orden moral. De ahí que las opiniones expuestas por los sabios de la Antigüedad, como Pitágoras (582-500 a.C.), Heráclito (535-475 a.C.), Confucio (558-479 a.C.), apenas pertenecen a la historia de la ética; pues, aunque propusieron varias verdades y principios morales, lo hicieron de manera dogmática y didáctica, y no de una manera filosóficamente sistemática.

La ética propiamente dicha se encuentra por primera vez entre los griegos, es decir, en la enseñanza de Sócrates (470-399 a.C.). Según él, el objeto último de la actividad humana es la felicidad, y el medio necesario para alcanzarla es la virtud. Dado que todo el mundo busca necesariamente la felicidad, nadie es deliberadamente corrupto. Todo el mal surge de la ignorancia, y las virtudes son todas sin excepción muchas clases de prudencia. Por lo tanto, la virtud se puede impartir mediante la instrucción.

El discípulo de Sócrates, Platón (427-347 a.C.) declara que el summum bonum consiste en la perfecta imitación de Dios, el Bien Absoluto, una imitación que no se puede realizar plenamente en esta vida. La virtud capacita al hombre para ordenar su conducta, como debe ser, de acuerdo con los dictados de la razón y al actuar así llega a ser semejante a Dios. Pero Platón se diferenciaba de Sócrates en que no consideraba que la virtud consistiera únicamente en la sabiduría, sino también en la justicia, la templanza y la fortaleza, que constituían la armonía adecuada de las actividades del hombre. En cierto sentido, el Estado es un hombre en grande, y su función es formar a sus ciudadanos en la virtud. Para su Estado ideal propuso la comunidad de bienes y de esposas y la educación pública de los hijos.

Aunque Sócrates y Platón habían estado en primer plano en esta gran obra y habían contribuido con mucho material valioso a la edificación de la ética; sin embargo, el ilustre discípulo de Platón, Aristóteles (384-322 a.C.), debe ser considerado el verdadero fundador de la ética sistemática. Con la agudeza característica resolvió, en sus escritos éticos y políticos, la mayoría de los problemas de los que se ocupa la ética. A diferencia de Platón, que comenzó con ideas como base de su observación, Aristóteles prefirió tomar los hechos de la experiencia como punto de partida; los analizó con precisión y trató de rastrear sus causas superiores y últimas. Partió desde el punto de que todos los hombres tienden a la felicidad como el objeto último de todos sus esfuerzos, como el bien supremo, que se busca por sí mismo, y para el cual todos los demás bienes sirven simplemente como medio. Esta felicidad no puede consistir en bienes externos, sino sólo en la actividad propia de la naturaleza humana —no en la actividad inferior de la vida vegetativa y sensible como la que el hombre posee en común con las plantas y los animales, sino en la suprema y perfecta actividad de su razón, que a su vez brota de la virtud.

Sin embargo, esta actividad debe ejercerse en una vida perfecta y duradera. El placer supremo está naturalmente ligado a esta actividad; sin embargo, para constituir la felicidad perfecta, los bienes externos también deben suplir su parte. La verdadera felicidad, aunque preparada para él por los dioses como objeto y recompensa de la virtud, sólo puede alcanzarse mediante el esfuerzo individual del hombre. Con aguda penetración, Aristóteles procede a investigar sucesivamente cada una de las virtudes intelectuales y morales, y su tratamiento de ellas debe, incluso en la actualidad, ser considerado en gran parte correcto. La naturaleza del Estado y de la familia fue, en general, explicada correctamente por él. La única lástima es que su visión no penetró más allá de esta vida terrena y que nunca vio claramente las relaciones del hombre con Dios.

Un giro más hedonista (edone, "placer") en la ética comienza con Demócrito (alrededor de 460-370 a.C.), quien considera una disposición perpetuamente alegre y feliz como el mayor bien y felicidad del hombre. El medio para ello es la virtud, que nos hace independientes de los bienes externos, —en la medida en que eso sea posible— y que discrimina sabiamente entre los placeres que se deben buscar y los que se deben evitar. El sensualismo puro o hedonismo fue enseñado por primera vez por Aristipo de Cirene (435-354 a.C.), según el cual el mayor placer posible es el fin y bien supremo del esfuerzo humano. Epicuro (341-270 a.C.) se diferencia de Aristipo en que sostiene que la mayor suma total posible de goces espirituales y sensuales, con la mayor libertad posible del disgusto y el dolor, es el mayor bien del hombre. La virtud es la norma directiva adecuada en la consecución de este fin.

Esquema de la Ética

Vea también los artículos ONTOLOGÍA y ONTOLOGISMO.


Fuente: Cathrein, Victor. "Ethics." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5, págs. 556-566. New York: Robert Appleton Company, 1909. 3 Nov. 2020 <http://www.newadvent.org/cathen/05556a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina