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Martes, 19 de marzo de 2024

Ontologismo

De Enciclopedia Católica

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(de on, ontos, ente, y logos, ciencia)

Ontologismo es un sistema ideológico que afirma que Dios y las ideas divinas son el primer objeto de nuestra inteligencia y la intuición de Dios el primer acto de nuestro conocimiento intelectual.

Exposición

Nicolás Malebranche desarrolló su teoría de “la visión de Dios” en diferentes obras, particularmente "Recherche de la vérité", III, bajo la influencia de las filosofías platónicas) y cartesianas, y del malentendido de los principios de San Agustín y Santo Tomás de Aquino sobre el origen y fuente de nuestras ideas. También es en parte como consecuencia de su teoría de causas ocasionales (vea ocasionalismo). Nuestro verdadero conocimiento de las cosas, dice él, es el conocimiento que tenemos de ellas en sus ideas. Las ideas de las cosas están presentes en nuestra mente, dotadas de las características esenciales de universalidad, necesidad y eternidad, y no son el resultado de la elaboración intelectual o representaciones de las cosas como son, sino los arquetipos que las cosas concretas y temporales perciben. Las ideas tienen su fuente y existencia real en Dios; ellas son la esencia Divina en sí mismas, consideradas como el modelo infinito de todas las cosas. “Dios es el locus de nuestras ideas, como el espacio es el locus de los cuerpos.” Entonces Dios está siempre realmente presente en nuestra mente; vemos todas las cosas, aun cosas materiales y concretas, en Él, Quien encierra y manifiesta a nuestra inteligencia su naturaleza y existencia.

Vincenzo Gioberti (1801-52) desarrolló su ontologismo en "Introduzione allo studio della filosofia" (1840), I, III; II, I. Nuestro primer acto de conocimiento intelectual es el juicio intuitivo ens creat existentias (ente crea existencias). Por ese acto, dice él, nuestra mente aprehende directa e inmediatamente en una síntesis intuitiva;

  • Ente, no simplemente en general ni meramente como ideal, sino como necesario y real, a saber, Dios;
  • existencias o entes contingentes;
  • la relación que une a entes y existencias, a saber, el acto creativo.

En este juicio ente es el sujeto, existencias el predicado, el acto creativo, la cópula. Nuestra primera percepción intelectual es, por lo tanto, una intuición de Dios, la primera inteligible, como creando existencias. Esta intuición es finita y se obtiene por medio de expresiones o palabras (la parola). Así la primum philosophicum incluye ambos el primum ontologicum y el primum psychologicum, y el ordo sciendi se identifica con el ordo rerum. Esta fórmula fue aceptada y defendida por Orestes A. Brownson. (Cf. Brownson's Works, Detroit, 1882; I, "The Existence of God", 267 ss.; "Schools of Philosophy, 296 ss.; "Primitive Elements of Thought", 418 ss. etc.)

Algunos filósofos católicos del siglo XIX defendieron el ontologismo bajo una forma más moderada. Sostenían, contra Malebranche, que nuestros sentidos perciben las cosas materiales concretas, y afirmaban que nuestras ideas universales, dotadas con las características de necesidad y eternidad, y nuestra noción del infinito no pueden existir excepto en Dios; y que por lo tanto ellas no pueden ser conocidas excepto por la intuición de Dios presente en nuestra mente y percibidas por nuestra inteligencia no en su esencia como tal, sino en su esencia como el arquetipo de todas las cosas. Tal es el ontologismo enseñado por Casimir Ubaghs, profesor en Lovaina, en "Essai d'idéologie ontologique" (Lovaina, 1860); por Abbé L. Branchereau en "Prælectiones Philosophicæ"; por Abbé F. Hugonin en "Ontologie ou études des lois de la pensée" (París, 1856-7); por Abbé J. Fabre en "Défense de l'ontologisme"; por Carlo Vercellone, etc.

Encontramos también los principios fundamentales del ontologismo en la filosofía de Rosmini, a pesar de que ha habido muchos intentos de defenderlo contra esta acusación (cf. G. Morando, "Esame critico delle XL proposizione rosminiane condannate dalla S.R.U. inquisizione", Milán, 1905). Según Rosmini, la forma de todos nuestros pensamientos es el ente en su idealidad (l'essere ideale, l’essere iniziale). La idea de ente es innata en nosotros y la percibimos por intuición. Del todo indeterminada, no es ni Dios ni criatura, sino que es una dependencia de Dios, es algo de la Palabra ("Teosophia", I, n. 490, II, n. 848, cf. "Rosminianarum propositionum trutina theologica", Roma , 1892). En el origen y el fundamento de todo sistema de ontologismo, hay dos razones principales:

  • 1. tenemos una idea de lo infinito y esta no puede ser obtenida a través de la abstracción a partir de los entes finitos, ya que no está contenida en ellos; debe, por lo tanto , ser innata en nuestra mente y percibida a través de la intuición,
  • 2. nuestros conceptos y juicios fundamentales están dotados con las características de universalidad, eternidad y necesidad, por ejemplo, nuestro concepto del hombre es aplicable a un indefinido número de hombres individuales; nuestro principio de identidad “lo que es, es”, es verdadero en sí mismo, necesariamente y siempre.

Ahora bien, tales conceptos y juicios no se pueden obtener de ninguna consideración de cosas finitas las cuales son particulares, contingentes y temporales. Vincenzo Gioberti insiste también en el hecho de que Dios, al ser solo inteligible por sí mismo, nosotros no podemos tener ningún conocimiento intelectual de cosas finitas independientemente del conocimiento de Dios; que nuestro conocimiento para ser verdaderamente científico debe seguir el orden ontológico, o real, y por lo tanto debe comenzar con el conocimiento de Dios, el primer ente y fuente de todos los entes vivientes. Los ontólogos apelan a la autoridad de los Padres, especialmente San Agustín y Santo Tomás.

Refutación

Desde el punto de vista filosófico, la intuición inmediata de Dios y de sus ideas divinas, según afirman los ontólogos, está por encima del poder natural de la inteligencia humana. No estamos conscientes, incluso por reflexión, de la presencia de Dios en nuestra mente; y, si tuviésemos tal intuición encontraríamos en ella (como señala correctamente Santo Tomás) la plena satisfacción de todas nuestras aspiraciones, ya que conoceríamos a Dios en su esencia (pues la distinción entre Dios y su esencia y Dios como contenedor de las ideas de las cosas, según propuesto por los ontólogos, es arbitraria y no puede ser más que lógico); el error o duda respecto a Dios sería imposible. (Cf. St. Thom. en Lib. Boetii de Trinitate, Q. I, a. 3; de Veritate, Q. XVIII, a. 1.) De nuevo, todos nuestros pensamientos intelectuales, aun los concernientes a Dios, van acompañados por imágenes sensuales; están hechos de elementos que pueden ser aplicados tanto a las criaturas como a Dios mismo; solo en nuestra idea de Dios y de sus atributos, estos elementos son despojados de sus características de imperfección y límite que tienen en las criaturas, y asumir el mayor grado posible de perfección. En una palabra, nuestra idea de Dios no es directa y propia; es analógica (Vea Dios, Analogía). Esto muestra que Dios no es conocido por la intuición.

Las razones presentadas por los ontólogos se basan en confusión y falsas suposiciones. La mente humana tiene una idea de lo infinito; pero esta idea puede ser y de hecho es, obtenida de la noción de lo infinito por los procesos sucesivos de abstracción, eliminación y trascendencia. La noción de lo finito es la función de que el ente tiene una cierta perfección en grado limitado. Al eliminar el elemento de limitación y al concebir la perfección positiva como realizada en su mayor grado posible, llegamos a la noción de lo infinito. Formamos de esta manera, un concepto negativo-positivo, como dicen los escolásticos, de lo infinito. Es verdad también que nuestras ideas tienen las características de necesidad, universalidad y eternidad; pero estas son esencialmente diferentes de los atributos de Dios. Dios existe necesariamente, a saber, Él es absolutamente, y no puede no existir; nuestras ideas son necesarias en el sentido que, cuando un objeto se concibe en su esencia, independientemente de los entes concretos en los que se percibe, es un sujeto de relaciones necesarias: el hombre, si existe, es necesariamente un ente racional. Dios es absolutamente universal en el sentido de que Él posee eminentemente la plenitud real de todas las perfecciones; nuestras ideas son universales en el sentido de que son aplicables a un número indefinido de entes concretos. Dios es eterno en el sentido de que Él existe por sí mismo y siempre idéntico a sí mismo; nuestras ideas son eternas en el sentido de que en su estado de abstracción no están determinadas por ningún lugar especial en el espacio o momento en el tiempo.

Es verdad que solo Dios es perfectamente inteligible en Sí mismo, ya sólo Él tiene en sí mismo la razón de su existencia; los entes finitos son inteligibles en la medida misma en que existen. Al tener una existencia distinta a la de Dios, ellos tienen también una inteligibilidad distinta a Él. Y es precisamente porque son dependientes en su existencia que llegamos a la conclusión de la existencia de Dios, el primer inteligible. La suposición de que el orden del conocimiento debe seguir el orden de las cosas, exige conocimiento perfecto y absoluto, no de todo el conocimiento. Es suficiente que el conocimiento verdadero afirme como real aquello que es verdaderamente real; el orden del conocimiento puede ser diferente del orden de la realidad. La confusión de ciertos ontólogos respecto a la noción de ente abre el camino al panteísmo. Ni San Agustín ni Santo Tomás favorecieron el ontologismo. Es debido a una mala interpretación de sus teorías y de sus expresiones que el ontólogo apela a ellos. (Cf. San Agustín, "De civitate Dei", lib. X, XI; "De utilitate credendi", lib. 83, cap. XVI, Q. XLV, etc.; Sto Tomás, "Summa Theol.", I, Q. II, a. 11; Q. LXXXIV-LXXXVIII; "Qq. disp., de Veritate", Q. XVI, a. 1; Q. XI, "De magistro", a. 3, etc.)

La condena de la Iglesia al ontologismo

El Concilio de Vienne (1311-12) ya había condenado la doctrina de los begardos, quienes sostenían que podemos ver a Dios por nuestra inteligencia natural. El 18 de septiembre de 1861, el Santo Oficio declaró tuto tradi non posse (cf. Denzinger-Bannwart, nn. 1659-65) siete proposiciones de los ontólogos, respecto al conocimiento inmediato e innato de Dios, el ente y la relación de las cosas finitas con Dios. En 1862 la misma congregación pronunció la misma censura contra quince proposiciones del Abbé Banchereau, sujetas a su examen, dos de las cuales (XII y XIII) afirmaban la existencia de una percepción de ideas innata y directa, y la intuición de Dos por la mente humana. En el Concilio Vaticano I, los cardenales Pecci y Sforza presentaron un postulatum para una condena explícita del ontologismo. El 14 de diciembre de 1887 el Santo Oficio reprobó, condenó y proscribió cuarenta proposiciones extraídas de las obras de Rosmini, las cuales contenían los principios del ontologismo (cf. Denzinger-Bannwart, nn. 1891-1930).

Bibliografía

LIBERATORE, Trattato della conoscenza intellettuale (Roma, 1855); ZIGLIARA, Della Luce intellettuale e dell' Ontologismo (Roma, 1874); LEPIDI, Ezamen philosophico-theologicum de Ontologismo; KLEUTGEN, Die Philosophie der Vorzeit (Innsbruck, 1878); MERCIER, La Psychologie, III (Lovaina, 1899), I, 2-3; BOEDDER, Teología Natural, I (London, 1902), I.

Fuente: Sauvage, George. "Ontologism." The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/11257a.htm>.

Traducido por L M H.