Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Jueves, 21 de noviembre de 2024

Superstición

De Enciclopedia Católica

Revisión de 11:56 25 sep 2024 por Sysop (Discusión | contribuciones)

(dif) ← Revisión anterior | Revisión actual (dif) | Revisión siguiente → (dif)
Saltar a: navegación, buscar
54f3b416-56c4-405b-acdd-16cacb0ba7d1 1.jpg

Superstición [Del latín supersisto, "tenerle terror a la deidad" (Cicerón, "De Nat. deorum", I, 42, 117); o de superstes, "sobreviviente": "Qui totos dies precabantur et immolabant, ut sibi sui liberi superstites essent, superstitiosi sunt appellati", es decir, "Aquellos que durante días enteros oraban y ofrecían sacrificio para que sus hijos les sobreviviesen, eran llamados supersticiosos” (Cicero, ibid., II, 28, 72). Cicerón también señaló la distinción: "Superstitio est in qua timor inanis deorum, religio quæ deorum cultu pio continetur", es decir, "Superstición es el miedo infundado a los dioses, la religión es el culto piadoso." De acuerdo a San Isidoro de Sevilla (Etymolog., l. 8, c. III, sent.), la palabra viene de superstatuo o superinstituo: "Superstitio est superflua observantia in cultu super statuta seu instituta superiorum", es decir "observancias añadidas al culto establecido o prescrito"]. Santo Tomás la define (II-II:92:1) como "un vicio opuesto a la religión a modo de exceso; no porque en el culto a Dios haga más que la verdadera religión, sino porque le ofrece el culto divino a seres diferentes a Dios o le ofrece el culto a Dios de una forma impropia”. La superstición peca por exceso de religión, y esto difiere del vicio de irreligión, el cual peca por defecto. La virtud teologal de religión está a medio camino entre las dos (II-II:92:1).

División

Hay cuatro clases de supersticiones:

Esta división se basa en las diversas formas en que la religión puede estar viciada por el exceso. El culto se convierte en indebitus cultus cuando se añaden elementos impropios, incongruentes, sin sentido al desempeño adecuado y aprobado; se vuelve idólatra cuando se ofrece a las criaturas creadas como divinidades o dotadas de atributos divinos. La adivinación consiste en el intento de extraer de las criaturas, por medio de ritos religiosos, un conocimiento de eventos futuros o de cosas que sólo Dios conoce. Bajo el título de observancias vanas vienen todas esas creencias y prácticas que, al menos implícitamente, atribuyen poderes sobrenaturales o preternaturales para bien o para mal a causas evidentemente incapaces de producir los efectos esperados.

En la siguiente lista aparecen el número y variedad de supersticiones más en boga en diferentes períodos de la historia:

  • astrología, la lectura del futuro y del destino del hombre en las estrellas;
  • aeromancia, adivinaciones por medio del aire y los vientos;
  • amuletos, cosas usadas como un remedio o preservativo contra los males o daños, como las enfermedades o la brujería; (Vea el artículo Uso y Abuso de Amuletos).
  • quiromancia, la adivinación por las líneas de la mano;
  • capnomancia, por el ascenso o el movimiento del humo;
  • catoptromancia, por medio de espejos;
  • alomancia, por la sal;
  • cartomancia, por los naipes;
  • antropomancia, por la inspección de las vísceras humanas;
  • belomancia, por el revoloteo de las flechas (Ezequiel 21,21);
  • geomancia, por puntos, líneas o figuras trazadas en el suelo;
  • hidromancia, por el agua;
  • idolatría, el culto a los ídolos;
  • sabeísmo, el culto al sol, la luna y las estrellas;
  • zoolatría, antropolatría y fetichismo, el culto a animales, hombre y cosas sin sentido:
  • culto al diablo;
  • el culto a las nociones abstractas personificadas, por ejemplo, la victoria, la paz, la fama, la concordia, que tenía templos y un sacerdocio para el ejercicio de su culto;
  • necromancia, o nigromancia, la evocación de los muertos, tan antigua como la historia y perpetuada en el espiritismo contemporáneo;
  • oniromancia, la interpretación de los sueños;
  • bebedizos, pociones o amuletos destinados a excitar el amor;
  • augurios o pronósticos de eventos futuros;
  • brujería y magia en todas sus ramificaciones;
  • días de buena y mala suerte, números, personas, cosas, acciones;
  • el mal de ojo, hechizos, encantamientos, ordalías, etc.

Origen

En primer lugar, la fuente de la superstición es subjetiva. La ignorancia de las causas naturales conduce a la creencia de que ciertos fenómenos sorprendentes expresan la voluntad o la ira de algún poder dominante invisible, e inmediatamente se deifican los objetos en los que tales fenómenos aparecen, como, por ejemplo, en el culto a la naturaleza. Por el contrario, muchas de las prácticas supersticiosas se deben a una noción exagerada o a una falsa interpretación de los fenómenos naturales, por lo que se buscan efectos que están más allá de la eficiencia de las causas físicas. La curiosidad también con respecto a las cosas que están ocultas o están todavía en el futuro juega un papel considerable, por ejemplo, en los diversos tipos de adivinación. Pero la principal fuente de superstición aparece señalada en la Escritura: “Sí, vanos por naturaleza todos los hombres en quienes había ignorancia de Dios y no fueron capaces de conocer por las cosas buenas que se ven a Aquél que es, ni, atendiendo a las obras, reconocieron al Artífice; sino que el fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a las lumbreras del cielo los consideraron como dioses, señores del mundo” (Sabiduría 13,1-2. Santo Tomás atribuye el origen de la idolatría a la ignorancia del verdadero Dios, junto con una veneración excesiva de la excelencia humana y el amor por las representaciones artísticas que apelan a los sentidos. Si bien estas son causas dispositivas, la causa consumativa, añade, fue la influencia de los demonios que se ofrecieron como objetos de culto a hombres errados, al dar respuestas a través de ídolos y al hacer cosas que a los hombres les parecían maravillosa (II-II: 94: 4).

Estas causas explican el origen y la difusión de la superstición en el mundo pagano. En gran medida fueron eliminadas por la predicación del cristianismo; pero la tendencia a la que dieron lugar estaba tan arraigada que muchas de las prácticas antiguas sobrevivieron, sobre todo entre los pueblos que comenzaban a surgir de la barbarie. Fue sólo poco a poco, a través de la legislación de la Iglesia y al avance del conocimiento científico que las formas anteriores de superstición fueron erradicadas. Sin embargo, la tendencia en sí no ha desaparecido por completo. Lado a lado de la filosofía racionalista y los métodos científicos rigurosos que son característicos del pensamiento moderno, todavía se encuentran varios tipos de superstición. En la medida en que esta incluye el culto a otras cosas que no son Dios, no sólo es una parte esencial, sino el fundamento también del sistema positivista (Comte), que establece a la humanidad como objeto de culto religioso (ver POSITIVISMO). Tampoco puede el panteísmo, que identifica a Dios y al mundo, llevar consistentemente a prácticas que no sean supersticiosas, sin embargo, puede en teoría renunciar a tal fin.

La mente humana, por un impulso natural, tiende a adorar algo, y si está convencida de que el agnosticismo es verdadero y que Dios es incognoscible, tarde o temprano ideará otros objetos de culto. También es significativo que justo cuando muchos científicos supusieron que se había probado finalmente que la creencia en una vida futura es una ilusión, el espiritismo, con sus doctrinas y prácticas, debería haber ganado una fuerte influencia, no sólo en los ignorantes, sino también, y en un sentido mucho más grave, en los principales representantes de la ciencia misma. Este hecho se puede interpretar como una reacción contra el materialismo; pero sin embargo, en el fondo es una evidencia del incansable deseo del hombre por penetrar, por cualquiera y todos los medios, el misterio que yace más allá de la muerte. Si bien es fácil condenar el espiritismo como supersticioso y vana, la condena no elimina el hecho de que el espiritismo se ha generalizado en esta era de la iluminación. Ahora, como en el pasado, el rechazo de la verdad divina en nombre de la razón a menudo abre el camino a creencias y prácticas que son a la vez indignas a la razón y peligrosas para la moral.

Pecaminosidad de la Superstición en General

Cualquier clase de superstición es una transgresión del primer Mandamiento: "Yo, Yahveh, soy tu Dios… No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra… No te postrarás ante ellas ni les darás culto” (Éxodo 20,2-5). También es contraria a la ley positiva de la Iglesia, que castiga los peores tipos de supersticiones con severas penas, y en contra de la ley natural en la medida en que va contra los dictados de la razón en materia de las relaciones del hombre con Dios. Tal pecaminosidad subjetiva es inherente a todas las prácticas supersticiosas desde la idolatría hasta las más inútiles de las observancias vanas, por supuesto, en diferentes grados de gravedad.

Respecto a la culpabilidad subjetiva ligada a ella hay que tener en cuenta que ningún pecado es mortal a menos que sea cometido con pleno conocimiento de su maldad y con plena deliberación y consentimiento. De estos factores esenciales a veces falta completamente el primero, y el segundo está sólo imperfectamente presente. Los numerosos casos en los que el evento parecería justificar la práctica supersticiosa, y la universalidad de tales creencias y actuaciones incongruentes, aunque no siempre pueden inducir la ignorancia inculpable, posiblemente, pueden oscurecer el conocimiento y debilitar la voluntad a un punto incompatible con el pecado mortal. Como cuestión de hecho, muchas supersticiones de nuestros días fueron actos de piedad genuina en otras ocasiones, y pueden ser así todavía en los corazones de la gente sencilla.

Supersticiones Especiales

Los principales tipos de superstición —idolatría, adivinación, artes ocultas— han recibido tratamiento adecuado en sus respectivos artículos. Algo queda por decir sobre (1) cultus indebitus, o los caprichos de piedad que la gente entremezcla con la religión católica; (b) observancias vanas en la vida diaria.

Culto Indebido

El primer tipo de culto indebido, cultus indebitus, consiste en la introducción de elementos falsos o superfluos en la práctica de la verdadera religión. Tales elementos falsos, ya sea su origen el engaño culpable o la credulidad no culpable, vician la virtud de religión al colocar el error en el lugar de la verdad en el servicio de Dios. Un laico realizando funciones sacerdotales, un perdonador vendiendo indulgencias espurias, un devoto fanático inventando falsos milagros y respuestas a oraciones con el fin de introducir o difundir su propia devoción favorita, creyentes al por mayor en apariciones sobrenaturales, visiones, revelaciones, que no sirven para ningún buen propósito —todos estos son culpables de superstición, al menos material. En cuanto a la culpabilidad formal, a menudo se reduce al punto de desaparición por la credulidad prevaleciente y la práctica común de la época. El culto a los santos o reliquias imaginarios, la devoción basada en falsas revelaciones, apariciones, supuestos milagros, o falsas nociones en general, suelen ser excusables en el adorador basado en la ignorancia y buena fe; pero no hay excusa para los que utilizan medios similares para explotar la credulidad popular para su propio beneficio pecuniario.

Los autores de tales falsedades son mentirosos, engañadores y no pocas veces ladrones; pero se debe pronunciar un juicio más suave sobre los que, después de haber descubierto la impostura, toleran el culto indebido. Pues no es un asunto fácil, incluso para las más altas autoridades, erradicar las creencias o comprobar el crecimiento de las devociones que han tenido una fuerte influencia en la mente popular: uno de los muchos ejemplos que se pueden citar es la larga lucha de la Inquisición con los franciscanos espirituales que, bajo la suposición de que la Regla de San Francisco fue una revelación directa del cielo, le atribuyeron a la práctica de la pobreza una importancia exagerada, y alegremente iban a la hoguera en lugar de renunciar a sus formas. Siempre existe el temor de arrancar el trigo con la cizaña, y la esperanza de ver el culto indebido morir de muerte natural; pues las devociones también tienen sus estaciones cambiantes. El Papa y los obispos son las autoridades competentes para actuar en estos asuntos, pues a ellos les corresponde la regulación del culto, tanto público como privado, y es el deber de todo católico acatar su decisión.

Las mismas reflexiones aplican a otra clase de culto inadecuado, el cultus superfluus, que consiste en esperar a partir de ciertas circunstancias preestablecidas una mayor eficacia de la actuación religiosa; por ejemplo, esperar un mayor beneficio de las Misas celebradas antes de la salida del sol con un cierto número de velas dispuestas en un orden determinado, por un sacerdote que lleve el nombre de un santo especial o que sea de la supuesta estatura de Cristo. Triduos, novenas, Comuniones del primer viernes, Comunión en nueve primeros viernes consecutivos, ayuno en sábado, aunque parecen conceder especial importancia a números y fechas, son aprobados por la Iglesia, porque estas fechas y números son convenientes para dar forma y regular ciertas devociones determinados excelentes.

Las devociones católicas que están relacionadas con lugares sagrados, santuarios, pozos sagrados, reliquias famosas, etc. son tratados comúnmente como supersticiosos por los no católicos que niegan todo el culto a los santos y reliquias o asumen fraudes piadosos por parte de los sacerdotes que se benefician del culto. Hay que reconocer que estos lugares y cosas sagradas han creado gran número de leyendas; que en la mayoría de los casos la credulidad popular fue la causa principal de su celebridad; que se puede aducir casos de fraude aquí y allá; sin embargo, con todo esto, los principios que guían el adorador, y sus buenas intenciones, no están dañados por una corriente subterránea de errores en cuanto a los hechos. Si hay superstición ahí, es solo material. Además, la Iglesia siempre es cuidadosa de eliminar cualquier fraude o error incompatible con la verdadera devoción, a pesar de que es tolerante con las “creencias piadosas" que han ayudado a piedad cristiana adicional. Así, los supuestos santos y reliquias son suprimidos tan pronto como se descubren, pero ni se ordena ni se prohíbe la creencia en las revelaciones privadas a las que la Fiesta del Corpus Christi, el Rosario, el Sagrado Corazón y muchas otras devociones deben su origen; aquí cada uno es su propio juez.

Observancias Vanas en la Vida Diaria

Volviendo ahora a las observancias vanas en la vida diaria, propiamente dichas, vemos por primera vez las supersticiones observadas en la administración de la justicia durante muchos siglos de la Edad Media, y conocidas como ordalías o “juicios de Dios”. Entre los primeros alemanes un hombre acusado de un crimen tenía que probar su inocencia, y ninguna prueba de su culpabilidad le correspondía a sus acusadores. El juramento de un hombre libre, reforzado por los juramentos de amigos, eran suficientes para establecer su inocencia, pero cuando el juramento era rechazado o fallaba el número de testigos requerido, el acusado, si era un hombre libre, tenía que luchar contra su acusador en combate singular; los siervos y las mujeres tenían que ya sea encontrar un campeón para luchar por ellos o someterse a algún otro tipo de prueba fijada por la ley, dispuesta por el juez, o elegida por una de las partes. Además del combate judicial las primeras leyes alemanas reconocían como medio legítimo para discriminar entre la culpa y la inocencia echar la suerte, y la prueba de fuego en varias formas —mantener la mano en el fuego por un período de tiempo determinado; pasando entre dos montones de leña sin cubierta para el cuerpo excepto una camisa impregnada con cera; llevando con la mano desnuda un hierro al rojo vivo con un peso de uno a tres libras a una distancia de entre nueve y doce pasos; caminar descalzo sobre nueve rejas de arado al rojo vivo dispuestas en una línea de nueve pasos de largo.

En la raíz de estas y muchas prácticas análogas (vea Ordalías o Juicios de Dios) yace la firme creencia de que Dios obraría un milagro en vez de permitir que los inocentes muriesen o los malvados prevaleciesen. Estos "juicios de Dios" dieron lugar a nuevas supersticiones. Ya fuesen culpables o no, las personas sometidas a estas pruebas a menudo ponían más confianza en hechizos, fórmulas mágicas y ungüentos que en la intervención de la Providencia. Las ordalías gradualmente cedieron ante el temperamento racionalista de los tiempos modernos; los juicios por tortura, que sobrevivieron a las ordalías, parecen inspirados en la misma idea, que Dios protegerá a los inocentes y les dará resistencia sobrehumana.

Durante mucho tiempo se ha creído en el poder del mal de ojo (fascinatio), y todavía se le teme en muchos países. El número trece sigue infundiendo terror en los pechos de los hombres que profesan no temer a Dios. El éxito aparente que tan a menudo asiste a una superstición puede ser explicado mayormente por causas naturales, aunque sería imprudente negar toda intervención sobrenatural (por ejemplo, en los fenómenos del espiritismo). Cuando el objeto es determinar, o efectuar de modo general, uno de dos posibles eventos, la ley de probabilidades da igual oportunidad de éxito y fracaso, y el éxito hace más para apoyar que lo que el fracaso podría hacer para destruir la superstición, pues, por su parte, se ponen en orden el instinto religioso, la simpatía y la apatía, la confianza y la desconfianza, el estímulo y el desánimo, la auto-sugestión y —quizá el más fuerte de todos— el poder curativo de la naturaleza.

Vea además ADIVINACIÓN, NECROMANCIA, ORDALÍAS, ESPIRITISMO.


Bibliografía: STO. TOMÁS, Summa, II-II, QQ. 92-96; S. ALFONSO LIGORIO, Theol. Mor., IV, I.

Fuente: Wilhelm, Joseph. "Superstition." The Catholic Encyclopedia. Vol. 14, pp. 339-341. New York: Robert Appleton Company, 1912. 25 Sept. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/14339a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina