Necromancia
De Enciclopedia Católica
Necromancia (nekros, "muerto", y manteia, "adivinación") es un modo especial de adivinación mediante la invocación de los muertos. Entendida como nigromancia (niger, negro), la cual es la forma italiana, española y francesa antigua, el término sugiere magia “negra” o arte “negro”, en el que los resultados maravillosos se deben a la agencia de los malos espíritus, mientras que en la magia “blanca” se deben a la destreza y engaño humanos. La práctica de la necromancia supone la creencia en la supervivencia del alma después de la muerte, la posesión de un conocimiento superior por el espíritu incorpóreo y la posibilidad de comunicación entre vivos y muertos. Las circunstancias y condiciones de esta comunicación —como el tiempo, lugar y ritos que han de seguirse— dependerá de las distintas concepciones que se tenían en relación con la naturaleza del alma del difunto, su domicilio, sus relaciones con la tierra y con el cuerpo en el que residía. Como las divinidades a menudo eran héroes humanos elevados a la categoría de dioses, la necromancia, la mitología y la demonología están en estrecha relación, y los oráculos de los muertos no son siempre fáciles de distinguir de los oráculos de los dioses.
Necromancia en Países Paganos
Junto con otras formas de adivinación y magia, la nigromancia se encuentra en todas las naciones de la antigüedad, y es una práctica común al paganismo en todo momento y en todos los países, pero no se puede decir nada seguro en cuanto a su lugar de origen. Estrabón (Geogr., XVI, II, 39) dice que era la forma característica de adivinación entre los persas. Se encontró también en Caldea, Babilonia y Etruria (Clemens Alex., "Protrepticum", II, en Migne, P. G., VIII, 69; Teodoreto, "Graecarum affectionum curatio", X, en P. G., LXXXIII, 1076). Isaías (19,3) se refiere a su práctica en Egipto, y Moisés (Deut. 18,9-12) les advierte a los israelitas que no imiten las abominaciones de los cananeos, entre las que se menciona buscar la verdad a partir de los muertos.
En Grecia y Roma la evocación de los muertos se realizaba especialmente en las cavernas, o en las regiones volcánicas, o cerca de los ríos y lagos, donde se pensaba que era más fácil la comunicación con las moradas de los muertos. Entre éstos, nekromanteia, psychomanteia o psychopompeia, el más famoso era el oráculo de Tesprocia cerca del Río Aqueronte, el cual se suponía era uno de los ríos del infierno, otro en Laconia cerca del promontorio de Ténaro, en una caverna grande y profunda de la cual salía un vapor negro y malsano, y que era considerada como una de las entradas del infierno, otros en Aornos en Epiro y Heraclea en el Propóntide. En Italia, el oráculo de Cumas, en una caverna cerca del lago Averno en Campania, fue uno de los más famosos.
La mención más antigua de la necromancia es la narración del viaje de Ulises al Hades (Odisea, XI) y de su evocación de las almas por medio de los diversos ritos indicados por Circe. Es de destacar que, en este caso, aunque el propósito de Ulises era consultar a la sombra de Tiresias, él parece incapaz de evocarlo por sí solo; una serie de otros también aparece, juntos o sucesivamente. Como paralelo a este pasaje de Homero se puede mencionar el sexto libro de la Eneida de Virgilio, que relata el descenso de Eneas a las regiones infernales. Pero aquí no hay una verdadera evocación, y el propio héroe pasa a través de la morada de las almas. Además de estas narrativas poéticas y mitológicas, los historiadores registraron varios casos de prácticas nigrománticas. En el cabo Ténaro Callondas evocó el alma de Arquíloco, a quien había matado (Plutarco, "De será niminis vindicta”, XVII). Periandro, tirano de Corinto, y uno de los siete sabios de Grecia, envió mensajeros al oráculo en el río Aqueronte para preguntar a su esposa muerta, Melissa, en qué lugar había puesto el depósito de un desconocido. Su fantasma apareció dos veces, y en la segunda aparición le dio la información requerida (Herodoto, V,XCII).
Pausanias, rey de Esparta, había matado a Cleonice, a quien había confundido con un enemigo durante la noche, y en consecuencia no podía encontrar ni descanso ni paz, pero su mente estaba llena de miedos extraños. Después de tratar muchas purificaciones y expiaciones, fue al psychopompeion de Figalia, o Heraclea, evocó su alma, y recibió la seguridad de que sus sueños y temores cesarían tan pronto él regresara a Esparta. A su llegada allí, murió (Pausanias III, XVII, 8, 9; Plutarco, "De sera num. vind.", X; "Vita Cimonis", VI). Tras su muerte, los espartanos mandaron a buscar a Italia los psychagogues para evocar y apaciguar sus manes [N.T.: Manes: Dioses infernales o almas de los difuntos, considerados benévolos, a los que rendían culto los antiguos romanos.] (Plutarco, "Desera num. vind.", XVII). La necromancia se mezcla con la oniromancia en el caso de Elisio deTerina en Italia, quien deseaba conocer si la súbita muerte de su hijo se debió a envenenamiento. Se fue al oráculo de los muertos y, mientras dormía en el templo, tuvo una visión de su padre y de su hijo, quienes le dieron la información deseada (Plutarco, "Consolatio ad Apollonium", XIV).
Entre los romanos Horacio alude varias veces a la evocación de los muertos (Vea especialmente las Sátiras, I, VIII, 25 ss.). Cicerón testifica que su amigo Apio practicaba la necromancia (Tuscul. quaest., I, XVI), y que Vatinio llamaba las almas del infierno (en Vatin., VI). Lo mismo se afirma de los emperadores Druso (Tácito, "Annal.", II, XXVIII), Nerón (Suetonio, "Nero", XXXIV; Plinio, "Hist, nat.", XXX, v) y Caracalla (Dio Casio, LXXVII, XV). El gramático Apión pretendió haber conjurado el alma de Homero, sobre cuyo país y padres él deseaba indagar (Plinio, "Hist, nat.", XXX, VI), y Sexto Pompeyo consultó al famoso mago tesalio Ericto para conocer por los muertos el resultado de la pelea entre su padre y César (Lucano, “Pharsalia”, VI). Nada cierto se puede decir respecto a los ritos o encantamientos que usaban; parecen haber sido muy complejos y haber variado en casi todos los casos. En la Odisea, Ulises excava una zanja, vierte libaciones a su alrededor, y sacrifica ovejas negras cuya sangre las sombras beben antes de hablar con él. Lucan (Farsalia, VI) describe extensamente muchos encantamientos, y habla de sangre caliente vertida en las venas de un cadáver, como para restaurarlo a la vida. Cicerón (En Vatin., VI) relata que Vatinio, en relación con la evocación de los muertos, se ofreció a los manes las entrañas de los niños, y San Gregorio Nacianceno menciona que los niños y las vírgenes eran sacrificados y disecados para la adivinación y la evocación de los muertos (Orat. I Contra Julianum, XCII, en PG, XXV 624).
Necromancia en la Biblia
En la Biblia se menciona la necromancia principalmente con el fin de prohibirla o censurar a los que recurren a ella. El término hebrero 'ôbôth (sing., 'ôbh) denota principalmente los espíritus de los muertos o “pythons”, según los llama la Vulgata (Deut. 18,11; Isaías 19,3), que eran consultados con el fin de conocer el futuro (Deut. 18,10-11; 1 Sam. 28,8), y daban sus respuestas a través de ciertas personas en quienes moraban (Lev. 20,27; 1 Sam. 28,7), pero se aplica también a las personas mismas que se suponía iban a predecir los eventos bajo la guía de estos espíritus “adivinadores” o “pitónicos” (Lev. 20,6; 1 Sam. 28,3.9; Is. 19.3). El término yidde 'onim (de yada, "conocer "), que también se usa, pero siempre en conjunción con 'obôth, se refiere a conocer espíritus o personas a través de las cuales hablan, o a espíritus que eran familiares y conocidos para los magos. El término ‘obh significa tanto “un adivinador” como “una bolsa de cuero para contener agua” (Job 32,19 la usa en este último sentido), pero los estudiosos no concurren respecto a si tenemos dos palabras diferentes, o si es la misma palabra con dos significados relacionados. Muchos afirman que es la misma en ambos casos pues se suponía que el adivinador fuese el recipiente y contenedor del espíritu.
Los Setenta traduce 'obôth, como adivinos, por "ventrílocuos" (eggastrimthouoi), ya sea porque los traductores pensaron que la supuesta comunicación del adivino con el espíritu era sólo un engaño, o más bien debido a la creencia común en la antigüedad de que la ventriloquia no era una facultad natural, sino debida a la presencia de un espíritu. Tal vez, también, los dos significados pueden estar relacionados debido a la peculiaridad de la voz del ventrílocuo, que era débil y confusa, como si viniese de una cavidad. Isaías (8,19) dice que los nigromantes “murmujean” y hace la siguiente predicción respecto a Jerusalén: “desde la tierra hablarás, por el polvo será ahogada tu palabra, tu voz será como un espectro de la tierra, y desde el polvo tu palabra será como un susurro” (29,4). Los autores profanos también atribuyen un sonido distintivo a la voz de los espíritus o sombras, a pesar de que no están de acuerdo en caracterizarla. Homero (Ilíada, XXIII, 101; Od., XXIV, 5, 9) usa el verbo trizein, y Estacio (Tebaida, VII, 770) stridere, ambos de los cuales significan “lanzar un grito estridente”; Horacio cualifica su voz como triste et acutum (Sat., I, VIII, 40); Virgilio habla de su vox exigua (Æneid, VI, 492) y del gemilus lacrymabilis el cual se oye desde la tumba (op. cit., III, 39); y de modo similar Shakespeare dice que “los muertos ensabanados chillaban y farfullaban en las calles romanas” (Hamlet, I, I).
La ley mosaica prohíbe la necromancia (Lev. 19,31; 20,6), y declara que buscar la verdad de los muertos es abominación para Yahveh (Deut. 18,11-12), e incluso lo hace castigable con la muerte (Lev. 20,27; cf. 1 Sam. 28,9). Sin embargo, debido sobre todo al contacto de los hebreos con las naciones paganas, lo encontramos en práctica en la época de Saúl (1 Sam. 28,7.9), de Isaías, que reprueba firmemente a los hebreos por ello (8,19; 19,3; 29,4, etc.), y de Manasés (2 Rey. 21,6; 2 Crón. 33,6). El caso de necromancia más conocido en la Biblia es la evocación del alma de Samuel en Endor (1 Sam. 28). El rey Saúl estaba en guerra con los filisteos, cuyo ejército se había reunido cerca del de Israel. Él “tuvo miedo, temblando sobremanera su corazón. Consultó Saúl a Yahveh, pero Yahveh no le respondió ni por sueños ni por los urim, ni por los profetas” (28,5-6). Entonces se fue a Endor, a una mujer que tenía “un espíritu adivino”, y la persuadió de evocar el alma de Samuel. Solo la mujer vio al profeta, y Saúl lo reconoció por la descripción que ella le dio. Pero Saúl mismo habló y oyó la predicción que, como el Señor lo había abandonado debido a su desobediencia, sería derrotado y asesinado.
Esta narrativa ha dado lugar a varias interpretaciones. Algunos niegan la realidad de la aparición y reclaman que la bruja engañó a Saúl; así San Jerónimo (In Is., III, VII, 11, en P. L., XXIV, 108; en Ezech., XIII, 17, en P. L., XXV, 119) y Teodoreto, quien, sin embargo, añade que la profecía vino de Dios (In I Reg., XXVIII, QQ. XIII, LXIV, en P. G., LXXX, 589). Otros se la atribuyen al diablo, quien tomó la apariencia de Samuel; así San Basilio (In Is., VIII, 218, en P. G., XXX, 497), San Gregorio de Nisa ("De pythonissa, ad Theodos, episc. epist.", in P.G. XLV, 107-14), y Tertuliano (De anima, LVII, en P. L., II, 794). Otros finalmente ven la aparición de Samuel como real; así Josefo (Antiq. Jud., VI, XIV, 2), San Justino (Dialogus cum Tryphone Judaeo, 105, n P.G., VI, 721), Orígenes (In I Reg., XXVIII, "De Engastrimytho", in P. G., XII, 1011-1028), San Ambrosio (In Luc, I, 33, en P. L., XV, 1547), y San Agustín, quien finalmente adoptó esta opinión después de haber apoyado las otras (De diversis qutest. ad Simplicianum, III, en P. L., XL, 142-44; De octo Dulcitiiquaest., VI, en P. L., XL, 162-65; De cura pro mortuis, XV, en P. L., XL, 606; De doctrina Christiana II, XXIII, en P. L., XXXIV, 52). Santo Tomás (Summa, II-II, Q. CLXXIV, a. 5, ad 4 um) no se pronuncia. La última interpretación de la realidad de la aparición de Samuel se ve favorecida tanto por los detalles de la narración y por otro texto bíblico que convenció a San Agustín: "Y después de dormido todavía profetizó y anunció al rey su fin; del seno de la tierra alzó su voz en profecía para borrar la iniquidad del pueblo” (Eclo. 46,23).
Necromancia en la Era Cristiana
En los primeros siglos de la era cristiana la práctica de la nigromancia era común entre los paganos, según testifican a menudo los Padres (vea, por ejemplo, Tertuliano " Apol.", XXIII, P. L., I, 470; "De anima”, LVI, LVII, en P. L., II, 790 ss.; Lactancio, "Divinse institutiones", IV, XXVII, in P. L., VI, 531). Se asociaba con otras artes mágicas y otras formas de prácticas demoníacas, y se les advertía a los cristianos en contra de tales observancias "en el que los demonios se representan a sí mismos como las almas de los muertos" (Tertuliano, De anima, LVII, en PL, II, 793). Sin embargo, incluso los cristianos convertidos del paganismo a veces se entregaban a ellas. Los esfuerzos de las autoridades de la Iglesia, Papas y concilios, y las severas leyes de los emperadores cristianos, especialmente Constantino, Constancio, Valentiniano I, Valente, Teodosio I, no estaban dirigidas específicamente contra la nigromancia, pero en general contra la magia pagana, la adivinación y la superstición.
De hecho, poco a poco el término nigromancia perdió su sentido estricto y se aplicó a todas las formas de arte negro, llegando a ser estrechamente asociada con la alquimia, la brujería y la magia. A pesar de todos los esfuerzos, sobrevivió en una forma u otra durante la Edad Media, pero se le dio un nuevo impulso en el momento del Renacimiento por el resurgimiento de la doctrina neoplatónica de los demonios. En sus memorias (traducidas por Roscoe, Nueva York, 1851, cap.XIII), Benvenuto Cellini muestra cuán vago se había vuelto el significado de necromancia cuando relata que asistió a las evocaciones “necrománticas” en las cuales multitudes de “diablos” aparecían contestaban sus preguntas. Cornelio Agripa ("De occulta philosophia", Colonia, 1510, tr. por J. F., Londres, 1651) indica los ritos mágicos por los cuales se evocaban las almas. En tiempos recientes la necromancia, como una práctica y creencia distinta, reaparece bajo el nombre de [[espiritismo, o espiritualismo (vea ESPIRITISMO).
La Iglesia no niega que, con un permiso especial de Dios, las almas de los difuntos pueden aparecerse a los vivos, e incluso manifestar cosas aún desconocidas a éstos. Pero, entendida como el arte o la ciencia de evocar a los muertos, los teólogos afirman que se debe a la acción de los espíritus malignos, pues los medios adoptadas no son suficientes para producir los resultados esperados. En supuestas evocaciones de los muertos, puede haber muchas cosas explicables de forma natural o como resultado de fraude; no se puede determinar cuánto es real, y cuánto debe atribuirse a la imaginación y al engaño, pero los hechos reales de la nigromancia, con el uso de conjuros y ritos mágicos, son vistos por los teólogos, después de Santo Tomás (II-II, XCV P., aa. III, IV) como modos especiales de adivinación, debida a la intervención demoníaca, y la adivinación en sí misma es una forma de superstición.
Bibliografía: LENORMANT, La magie chez les Chaldéens (París, 1875); IDEM, La divination et la science des présages chez les Chaldéens (París, 1875); BOUCHÉ-LECLERCQ, Histoire de la divination dans l'antiquité (París, 1879-82); TYLOR, Researches into the Early History of Mankind (Londres, 1865); DÖLLINGER, Heidenthum und Judenthum (Ratisbon, 1857); FRÉRET, Observations sur les Oracles rendus par les âmes des morts in Mémoires de l'Académie des Inscriptions et Belles-Lettres, XXIII (1756), 174; KÖHLER, De origine et progressu necyomantiæ sive manium evocation apud veteres tum Græcos tum Romanos (Liegnitz, 1829); RHODE, Psyche (Freiburg im Br., 1898); WAITE, The Mysteries of Magic (Londres, 1897), 181; HOLMES in Kitto's Cyclopedia of Biblical Literature, s.v. Divination; WHITEHOUSE in HASTINGS. Dict. of the Bible, s.v. Sorcery; LESÊTRE in Dict. de la Bible, s.v. Evocation des morts; SCHANZ in Kirchenlexicon, s.v. Todtenbeschwörung.
Fuente: Dubray, Charles. "Necromancy." The Catholic Encyclopedia. Vol. 10, pp. 735-737. New York: Robert Appleton Company, 1911. 25 Sept. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/10735a.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina