Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Sábado, 23 de noviembre de 2024

Novacianismo

De Enciclopedia Católica

Revisión de 22:48 29 dic 2008 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones)

(dif) ← Revisión anterior | Revisión actual (dif) | Revisión siguiente → (dif)
Saltar a: navegación, buscar

Biografía de su Fundador

Novaciano fue un cismático del siglo III, y fundador de la secta de los novacianos; fue un sacerdote romano, y él mismo se hizo antipapa. Su nombre se da como Novato (Noouatos, Eusebio; Nauatos, Sócrates) por escritores griegos, y también en los versos de Dámaso y Prudencio, debido al metro.

Conocemos poco sobre su vida. El Papa San Cornelio en su carta a Fabio de Antioquía relata que aparentemente cuando Novaciano era catecúmeno padeció de posesión demoníaca durante una temporada; pero que los exorcistas lo atendieron, y cayó en una enfermedad de la que se esperaba la muerte instantánea; sin embargo, se le dio el bautismo por afusión en su lecho de muerte. Al recuperarse no se le dio el resto de los ritos, ni fue confirmado por el obispo. “¿Cómo puede él haber recibido el Espíritu Santo?” pregunta Cornelio. Novaciano era un hombre de saber y había sido educado en composición literaria. Cornelio habla de él sarcásticamente como “el hacedor de dogmas, el adalid del conocimiento eclesiástico”. San Cipriano menciona su elocuencia (Ep. LX, 3) y un Papa (presumiblemente el Papa San Fabián) lo elevó al sacerdocio a pesar de las protestas (según Cornelio) de todo el clero y muchos de los laicos de que no era canónico admitir al clero a uno que sólo había recibido el bautismo clínico. La historia contada por San Eulogio de Alejandría de que Novaciano era archidiácono de Roma, y que fue ordenado sacerdote por el Papa para evitar que lo sucediera en el papado, contradice la evidencia de Cornelio y supone un estado de cosas posterior cuando los diáconos romanos eran hombres de estado en vez de ministros. La obra anónima “Ad Novatianum” (XIII) nos dice que Novaciano “mientras estuvo en la única casa, esto es en la Iglesia de Cristo lamentó los pecados de sus vecinos como si fueran suyos propios, llevó las cargas de los hermanos, como exhortan los Apóstoles y fortaleció con consolación las recaídas en la fe celestial.”

La Iglesia había disfrutado una paz de treinta y ocho años cuando Decio emitió su edicto de persecución en los primeros meses del año 250. El Papa San Fabián fue martirizado el 20 de enero, y era imposible elegir un sucesor. Cornelio, escribió en el próximo año, dijo de Novaciano que, a través de la cobardía y el amor por su vida, negó que era un sacerdote en tiempos de la persecución; pues fue exhortado por los diáconos a salir de la celda en la cual se había encerrado a sí mismo, para ayudar a los hermanos como un sacerdote ahora que ellos estaban en peligro. Pero él estaba enojado y se fue, diciendo que ya él no deseaba ser sacerdote, porque estaba enamorado de otra filosofía. El significado de esta historia no está claro. ¿Quería Novaciano rehuir el trabajo activo de un sacerdote y dedicarse a la vida ascética?

De todos modos, durante la persecución ciertamente él escribió cartas en nombre del clero romano, las cuales fueron enviadas por ellos a San Cipriano (Epp. XXX y XXXVI). Las cartas se refieren al asunto de los lapsi, y al exagerado reclamo de los mártires de Cartago que querían ser reinstalados sin penitencia. El clero romano estaba de acuerdo con Cipriano que el asunto se debía arreglar con moderación por los concilios que se efectuarían cuando fuera posible; la elección de un nuevo obispo debía esperar; la severidad propia de la disciplina debía ser preservada, tal como siempre había distinguido a la Iglesia Romana desde los días cuando su fe era alabada por San Pablo (Rom. 1,8), pero se debía evitar la crueldad hacia los arrepentidos. Evidentemente no había idea en las mentes de los sacerdotes romanos de que la restauración de los lapsi a la comunión era imposible o impropia; pero hay varias expresiones en estas cartas. Parece que Novaciano se metió en algún problema durante la persecución, pues Cornelio dice que San Moisés, el mártir (murió 250), viendo la osadía de Novaciano, lo separó de la comunión, junto con cinco sacerdotes que se habían asociado con él.

A principios de 251 la persecución amainó, y San Cornelio fue electo Papa en marzo, “cuando la silla de Fabián, esto es el lugar de Pedro estaba vacante”, con el consentimiento de casi todo el clero, el pueblo y los obispos presentes (Cipriano, Ep. LV, 8-9). Algunos días después Novaciano se declaró como Papa rival. Cornelio nos dice que Novaciano sufrió un cambio extraordinario y repentino; pues él había hecho un tremendo juramento de que nunca trataría de convertirse en obispo. Pero ahora envió a dos de los de su partido a citar tres obispos de una esquina distante de Italia, diciéndoles que debían venir a Roma de prisa, para una división que debía ser sanada por su mediación y la de otros obispos. Estos hombres sencillos se vieron obligados a conferirle el orden episcopal a las diez horas del día. Uno de éstos regresó a la iglesia lamentándose y confesando su pecado, “y ordenamos sucesores para los dos otros obispos”, dice Cornelio, “y los despachamos a los lugares de donde vinieron.” Para asegurar la lealtad de sus partidarios Novaciano los obligó, al recibir la Sagrada Comunión a jurar por el Cuerpo y la Sangre de Cristo que no se pasarían al bando del Papa Cornelio.

Cornelio y Novaciano enviaron mensajeros a las diferentes Iglesias para anunciar sus respectivos reclamos. Por la correspondencia de San Cipriano conocemos de la cuidadosa investigación hecha por el Concilio de Cartago, con el resultado de que Cornelio fue apoyado por todo el episcopado africano. San Dionisio de Alejandría también se puso de su lado, y estas adhesiones influyentes pronto aseguraron su posición. Pero por un tiempo toda la Iglesia se quebró con el asunto de los Papas rivales. Tenemos pocos detalles, San Cipriano escribe que Novaciano “asumió la primacía” (Ep. LXIX, 8), y envió a sus nuevos apóstoles a muchas ciudades para establecer nuevas fundaciones para su nuevo establecimiento; y, aunque ya había en casi todas las provincias y ciudades obispos de venerable edad, de fe pura, de probada virtud, quienes habían sido proscritos en la persecución, él se atrevió a crear otros falsos obispos sobre sus cabezas (Ep. LV, 24) reclamando así el derecho de substituir obispos por su propia autoridad como hizo Cornelio en el caso antes mencionado. No podía haber prueba más asombrosa de la importancia de la Sede Romana que esta súbita revelación de un episodio del siglo III: toda la Iglesia convulsionada por el reclamo de un antipapa; la reconocida imposibilidad de un obispo siendo un pastor católico y legítimo si está del lado del Papa incorrecto; el reclamo indiscutible de ambos rivales a consagrar a un nuevo obispo en cualquier lugar (de todos modos, en Occidente) donde el obispo existente se resistía a su autoridad. Del mismo modo, más tarde en una carta al Papa Esteban, San Cipriano le apremia a nombrar (así parece implicar) a un nuevo obispo en Arles, donde el obispo se había convertido al novacianismo. San Dionisio de Alejandría le escribió al Papa Esteban que todas las Iglesias en Oriente y más allá, que estaban divididas en dos, estaban ahora unidas, y que todos sus prelados estaban sumamente regocijados en esta paz inesperada---en Antioquía, Cesarea de Palestina, Jerusalén, Tiro, Laodicea de Siria, Tarso y todas las Iglesias de Cilicia, Cesarea y toda Capadocia, Siria y Arabia, (que dependían de la Iglesia de Roma para sus limosnas), Mesopotamia, Ponto y Bitinia, “y todas las Iglesias por doquier”, así de lejos se hicieron sentir los efectos del cisma romano. Mientras tanto, antes de final de 251, el Papa San Cornelio reunió un concilio de sesenta obispos (probablemente todos de Italia o islas vecinas), en el cual se excomulgó a Novaciano. Otros obispos que estaban ausentes añadieron sus firmas, y la lista completa fue enviada a Antioquía y sin duda a todas las otras iglesias principales.

No es sorprendente que un hombre como Novaciano puede haber estado consciente de su superioridad sobre Cornelio, o que él haya encontrado sacerdotes dispuestos a apoyarlo en sus opiniones ambiciosas. Su pilar eran los confesores que estaban todavía en prisión, Máximo, Urbano, Nicóstrato y otros. Dionisio y Cipriano les escribieron para argumentar con ellos, y volvieron a la Iglesia. Una fuerza motriz en el lado de Novaciano fue el sacerdote cartaginés Novato, quien había favorecido la negligencia en Cargago a pesar de la oposición de su obispo. En las primeras cartas de San Cipriano acerca de Novaciano (XLIV-XLVIII, 1), no hay una sola palabra sobre ninguna herejía, siendo todo el asunto sobre el legítimo ocupante de la silla de Pedro. En Ep. LI, las palabras “schismatico immo haeretico furore” se refieren a la maldad de oponerse al verdadero obispo. Lo mismo se aplica para “haereticae pravitatis nocens factio" con Ep. LIII. En Ep. LIV, Cipriano creyó necesario enviar su libro “De lapsis” a Roma, pues ya el asunto de los lapsi era bastante prominente, pero la Ep. LV es la primera en que se argumenta contra la “herejía de Novaciano” como tal. Las cartas de los confesores romanos (Ep. LIII) y Cornelio (XLIX, 1) a Cipriano sí la mencionan, aunque esta última habla en términos generales de Novaciano como un cismático o herético; ni el Papa menciona la herejía en su abuso de Novaciano en la carta a Fabio de Antioquía (Eusebio, VI, XLIII), de la cual tanto se ha citado arriba. Es igualmente claro que las cartas enviadas por Novaciano no se referían a los lapsi, pero eran “un gran número de cartas llenas de calumnias y maldiciones, que ponían a casi todas las Iglesias en desorden” (Cornelio, Ep. XLIX). La primera de ésas enviada a Cartago consistía aparentemente de “amargas acusaciones” contra Cornelio, y San Cipriano la consideró tan desgraciada que no se la leyó al concilio (Ep. XLV, 2). Los mensajeros de Roma al Concilio de Cartago irrumpieron con ataques similares (Ep. XLIV). Es necesario señalar este punto, pues los historiadores a menudo lo pasan por alto, y califican el súbito pero corto disturbio a través de la Iglesia Católica causado por la ordenación de Novaciano como una división entre los obispos sobre el tema de su herejía. Es suficientemente obvio que el asunto no se podía presentar a sí mismo: “¿Cuál es preferible, la doctrina de Cornelio o la de Novaciano?” Si Novaciano hubiese sido tan ortodoxo, el primer asunto era examinar si su ordenación fue legítima o no, y si las acusaciones contra Cornelio eran falsas o ciertas. Una admirable respuesta dirigida a él por San Dionisio de Alejandría ha sido conservada (Eusebio, VI, XLV): “Dionisio a su hermano Novaciano, saludos. Si fue contra tu voluntad, como dices, que fuiste inducido, puedes probarlo retirándote de tu libre voluntad. Porque mejor hubieras sufrido cualquier cosa antes que dividir la Iglesia de Dios y ser martirizado antes que causar un cisma, hubiese sido más glorioso sufrir el martirio antes que cometer idolatría, ni en mi opinión hubiese sido un acto aún mayor; porque en el primer caso uno es un mártir por su propia alma solamente, en el otro caso por la Iglesia completa.” Aquí de nuevo no hay cuestión de herejía.

Pero aun así dentro de un par de meses Novaciano fue llamado herético, no sólo por Cipriano sino a través de toda la Iglesia, por sus severas opiniones respecto a la reinstalación de los que habían sido débiles (lapsi) en la [[persecución. El afirmaba que la idolatría era un pecado imperdonable, y que la Iglesia no tenía derecho a restaurar a la comunión a cualquiera que hubiese caído en ella. Ellos debían arrepentirse y ser admitidos a la penitencia de por vida, pero su perdón debía ser dejado a Dios; no se podía pronunciar en este mundo. Tales duros sentimientos no eran completamente una novedad. Tertuliano se había resistido al perdón del adulterio por el Papa San Calixto como una innovación. San Hipólito estuvo igualmente inclinado a la severidad. En varios lugares y en varios tiempos se aprobaron leyes que castigaban ciertos pecados ya sea con el aplazamiento de la comunión hasta la hora de la muerte, o incluso con el rechazo de la comunión a la hora de la muerte. Aun San Cipriano aprobó este último recurso en el caso de los que se negaban a hacer penitencia y sólo se arrepentían en el lecho de muerte; pero esto era porque tal arrepentimiento parecía de dudosa sinceridad. Pero la severidad en sí misma era sólo crueldad e injusticia; no había herejía hasta que se negara que la Iglesia tenía el poder de conceder la absolución en ciertos casos. Esta fue la herejía de Novaciano; y San Cipriano dice que los novacianos no afirmaban el credo católico y la interrogante bautismal, pues cuando decían “¿Crees en el perdón de los pecados y la vida perdurable, a través de la Santa Iglesia?” ellos mentían.

Escritos

San Jerónimo menciona cierto número de escritos de Novaciano, de los cuales sólo nos han llegado dos, el “De Cibis Judaicis” y el “De Trinitate”. El primero es una carta escrita en retiro durante el tiempo de la persecución, y fue precedida por otras dos cartas sobre la circuncisión y el Sabbath, las cuales se perdieron. Interpreta los animales impuros como significando diferentes clases de vicios del hombre; y explica que la gran libertad permitida a los cristianos no es motivo para lujo. El libro “De Trinitate” es una fina pieza de escritura. Los primeros ocho capítulos se refieren a la trascendencia y grandeza de Dios, quien está sobre todo pensamiento y no puede ser descrito por nadie. Novaciano pasa a probar la Divinidad del Hijo a grandes rasgos, argumentando tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo, y añade que es un insulto al Padre decir que un Padre que es Dios no puede engendrar a un Hijo que es Dios. Pero Novaciano cae en el error de muchos escritores anteriores de separar al Padre y al Hijo, de modo que el Padre le da al Hijo la orden de crear, y el Hijo obedece; él identifica al Hijo con los ángeles que aparecieron en el Antiguo Testamento a Agar, Abraham, etc. “Le corresponde a la persona de Cristo ser Dios porque Él es el Hijo de Dios, y que debe ser un ángel porque Él anuncia la voluntad del Padre” (paternae dispositionis annuntiator est). El Hijo es “la segunda persona después del Padre”, menor que el Padre en que Él fue originado por el Padre, Él es el imitador de todas sus obras, y es siempre obediente al padre, y es uno con Él “por acuerdo, por amor y por afecto.”

No es de extrañar que tal descripción le pareciera a los oponentes hacer dos Dioses; y en consecuencia, después de un capítulo sobre el Espíritu Santo (XXIX), Novaciano regresa al tema en una especie de apéndice (XXX-XXXI). Dos clases de herejes, él explica, tratan de guardar la unidad de Dios, unos (los sabelianos) identificando al Padre con el Hijo, el otro (ebionitas, etc.) negando que el Hijo es Dios; así es Cristo de nuevo crucificado entre dos ladrones, y es ultrajado por ambos. Novaciano declara que ciertamente hay un solo Dios, no engendrado, invisible, inmenso, inmortal; el Verbo (Sermo), su Hijo, es una substancia que procede de Él (substantia prolata), cuya generación ningún apóstol ni ángel ni criatura puede declarar. Él no es un segundo Dios, porque Él está eternamente en el Padre, de otro modo el Padre no sería el Padre eternamente. Él procedía del Padre, cuando el Padre lo deseó (esta syncatabasis con el propósito de creación evidentemente se distingue del eterno engendramiento en el Padre), y se quedó con el Padre. Si Él fuese el no engendrado, invisible, incomprensible, ciertamente habría dos Dioses; pero de hecho Él tiene del Padre lo que tiene, y sólo hay un origen (origo, principium), el Padre. “Un Dios es demostrado, el verdadero y eterno Padre, de quien sólo esta energía de la Divinidad es enviada, siendo entregada al Hijo, y de nuevo por comunión de substancia es regresada al Padre.” Hay mucho de incorrecto en esta doctrina, y también mucho que parece expresar la consubstancialidad del Hijo, o por lo menos su generación de la substancia del padre. Pero es una unidad muy insatisfactoria la que se obtiene, y parece sugerir que el Hijo no es inmenso e invisible, sino la imagen del Padre capaz de manifestarse en Él. San Hipólito está en la misma dificultad, y parece que Novaciano le cogió prestado a él, así como a Tertuliano y San Justino. Parecería que Tertuliano e Hipólito entendían mejor que Novaciano la doctrina romana tradicional de la consubstancialidad del Hijo, pero que los tres estuvieron desviados por su familiaridad con la teología griega, la cual interpretaba que interpretaban al Hijo como las expresiones bíblicas de Dios (especialmente las de San Pablo que propiamente le aplican a Él como Hombre-Dios. Pero por lo menos Novaciano tiene el mérito de no identificar al Verbo con el Padre, ni la filiación con la pronunciación del Verbo para propósito de la Creación, pues Él claramente enseña la generación eterna. Este es un avance notable sobre Tertuliano.

Respecto a la Encarnación Novaciano parece haber sido ortodoxo, aunque él no fue explícito. Él habló correctamente de una Persona con dos substancias, la Divina y la Humana, del modo que era usual para la mayoría de los teólogos occidentales. Pero a menudo habló de “el hombre” asumido por la Persona Divina, de modo que se hizo sospechoso de nestorianismo. Esto es injusto, pues él fue igualmente responsable de la acusación opuesta de hacer “al hombre” lejos de ser una personalidad distinta que Él es meramente asumido por la carne (caro, or substantia carnis et corporis). Pero no hay base suficiente para suponer que Novaciano quería negar un alma intellectual en Cristo; él no pensó en ese punto, y sólo estaba ansioso por afirmar la realidad de la carne de Nuestro Señor. El Hijo de Dios, dice él, une a sí mismo el Hijo del Hombre, y por esta conexión y mezcla hace al Hijo del Hombre convertirse en el Hijo de Dios, lo cual Él no era por naturaleza. Esta última declaración ha sido descrita como adopcionismo. Pero los adopcionistas españoles enseñaban que la Naturaleza Humana de Cristo según unida a la Divinidad es el Hijo de Dios por adopción. Novaciano sólo quiere decir que antes de su asunción no era por naturaleza el Hijo de Dios, la forma de las palabras es mala, pero necesariamente no hay herejía en el pensamiento. Newman, aunque él no saca el mejor partido de Novaciano, dice que él “se aproxima más cercanamente a la precisión doctrinal que ninguno de los escritores de Oriente y Occidente” que le precedieron (Tractos teológicos y eclesiásticos, p. 239).

Weyman, seguido por Demmler, Bardenhewer, Harnack y otros, le atribuyen a Novaciano las dos obras pseudo-cipriánicas, ambas del mismo autor, “De Spectaculis” y “De bono pudicitiae”. Harnack le adscribe a Novaciano el pseudo-cipriánico “De laude Martyrii”, pero con menos probabilidad. El sermón pseudo-cipriánico “Adversus Judaeos”, es de un amigo cercano o seguidor de Novaciano, si no por él mismo, según Landgraf, seguido por Harnack y Jordan. En 1900 Mgr. Batiffol con la ayuda de Dom A. Wilmart publicó, bajo el título de “Tractatus Origenis de libris SS. Scripturarum”, veinte sermones que había descubierto en dos manuscritos en Orléans y San Omer. Weymann, Haussleiter y Zahn percibieron que estas curiosas homilías sobre el Antiguo Testamento fueron escritas en latín y no son traducciones del griego. Se las atribuyeron a Novaciano con tal confianza que un discípulo de Zahn, H. Jordan, ha escrito un libro sobre la teología de Novaciano, basado principalmente en estos sermones. Sin embargo, fue señalado que la teología es de un carácter más desarrollado y tardío que la de Novaciano. Funk demostró que la mención de los competentes (candidatos al bautismo) implica que son del siglo IV. Dom Morin sugirió Dom Morin sugirió a Gregorio Betico de Illiberis (Elvira), pero retiró esto cuando pareció claro que el autor había usado a Gaudencio de Brescia y la traducción de Orígenes sobre el Génesis de Rufino. Pero estas semejanzas pueden ser resueltas en el sentido que los “Tractatus” son los originales, pues finalmente Dom Wilgroy mostró que Gregorio de Elvira es su verdadero autor, por una comparación especialmente con las cinco homilías de Gregorio sobre el Cantar de los Cantares (en la “Bibliotheca Anecdotorum” de Heine, Leipzig, 1848).

La Secta Novacianista

Los seguidores de Novaciano se llamaban a sí mismos katharoi, o puritanos, y les gustaba llamar a la Iglesia Católica Apostaticum, Synedrium, o Capitolinum. Se encontraban en cada provincia, y en algunos lugares eran muy numerosos. Nuestra principal información sobre ellos es de la “Historia” de Sócrates, quien fue muy favorable a ellos, y nos dice muchos sobre sus obispos, especialmente aquéllos de Constantinopla. Las principales obras escritas contra ellos son las de San Cipriano, el anónimo “Ad Novatianum” (atribuido por Harnack (Harnack se lo atribuye al Papa San Sixto II, 257-8). Escritos de San Paciano de Barcelona y San Ambrosio (De paenitentia), “Contra Novatianum”, una obra del siglo IV entre las obras de San Agustín, las “Herejías” de San Epifanio y Filastrio, y las “Quaestines” de Ambrosiaster. En Oriente son mencionadas especialmente por San Atanasio, San Basilio, Gregorio Nacianceno, San Juan Crisóstomo, San Eulogio de Alejandría, no mucho antes de 600, escribió seis libros contra ellos. Se perdieron las refutaciones por Reticio de Autun y Eusebio de Emesa.

Novaciano había negado la absolución a los idólatras; sus seguidores extendieron su doctrina a todos los pecados mortales” (idolatría, homicidio y adulterio, o fornicación). Muchos de ellos prohibían un segundo matrimonio, y usaban mucho las obras de Tertuliano; ciertamente, en Frigia se combinaron con los montanistas. Unos pocos de ellos no rebautizaban a conversos de otras creencias. Teodoreto dice que ellos no usaban la Confirmación (la cual Novaciano nunca había recibido). Eulogio se quejaba de que ellos no veneraban a los mártires, pero probablemente se refería a los mártires católicos. Ellos siempre tuvieron a un sucesor de Novaciano en Roma y dondequiera eran gobernados por obispos. Sus obispos en Constantinopla eran personas muy estimadas, según Sócrates, que tiene mucho que narrar sobre ellos. Se ajustaban a la Iglesia en casi todo, incluyendo el monaquismo en el siglo IV. Constantino invitó a su obispo de Constantinopla al Primer Concilio de Nicea. Él aprobó los decretos, aunque no consentía en la unidad. Constancio persiguió a los novacianos igual que a los católicos debido al Homoousion. En Paflagonia los campesinos novacianistas atacaron y asesinaron a los soldados enviados por el emperador para reforzar la conformidad con el semiarrianismo oficial. Constantino el Grande, que al principio los trató como cismáticos, no herejes, luego ordenó el cierre de sus iglesias y cementerios. Después de la muerte de Constancio ellos fueron protegidos por Juliano el Apóstata, pero el arriano Valente los persiguió de nuevo. Honorio los incluyó en una ley contra los herejes en 412, y el Papa San Inocencio I les cerró algunas de sus iglesias en Roma. El Papa San Celestino I los expulsó de Roma, como había hecho Cirilo de Alejandría. Antes de eso San Juan Crisóstomo le había cerrado sus iglesias en Éfeso, pero fueron tolerados en Constantinopla, y allí sus obispos fueron altamente respetados, según dice Sócrates. La obra de Eulogio muestra que todavía quedaban novacianistas en Alejandría cerca del año 600. En Frigia (cerca de 374) algunos de ellos se volvieron cuartodecimanos, y eran llamados protopaschitoe; entre éstos había algunos judíos convertidos. El emperador Teodosio I hizo una ley rigurosa contra esta secta, la cual fue importada a Constantinopla alrededor del 391 por un cierto Sabatio, cuyos seguidores fueron llamados sabbatiani.


Fuente: Chapman, John. "Novatian and Novatianism." The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911 <http://www.newadvent.org/cathen/11138a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.