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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Evangelio de Juan

De Enciclopedia Católica

Revisión de 21:48 20 jul 2010 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones)

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Contenido y Esquema del Evangelio

De acuerdo al orden tradicional, el Evangelio de San Juan ocupa el último lugar entre los cuatro Evangelios canónicos. Aunque en muchas de las antiguas copias este Evangelio, teniendo en cuenta la dignidad apostólica de su autor, estaba ubicado inmediatamente después o incluso antes del Evangelio según San Mateo, la posición que ocupa hoy fue desde el principio la más usual y la más aceptada. En cuanto a su contenido, el Evangelio de San Juan es una narración de la vida de Jesús desde su Bautismo hasta su Resurrección y su propia manifestación en medio de sus discípulos. La crónica se divide naturalmente en cuatro secciones:

  • el prólogo (1,1-18) contiene lo que es en cierto modo un breve resumen de todo el Evangelio en la doctrina de la Encarnación del Verbo Eterno;
  • la primera parte (1,19 - 12,50), que relata la vida pública de Jesús desde su Bautismo hasta la Víspera de su Pasión;
  • La segunda parte (13 - 21,23), que relata la historia de la Pasión y la Resurrección;
  • un corto epílogo (21,23 - 25), que se refiere a la gran mayoría de las palabras y hechos del Salvador que no están registradas en el Evangelio.

Cuando consideramos la distribución del material por parte del evangelista, encontramos que sigue el orden histórico de los sucesos, como es evidente por el análisis previo. Pero el autor tiene además una especial preocupación por determinar exactamente el momento en que ocurren y la conexión de los distintos sucesos ajustados dentro de su estructura cronológica. Esto se ve claramente desde el comienzo de su narración cuando, como en un diario, él relata las circunstancias concomitantes de los comienzos del principio del ministerio público del Salvador, con cuatro indicaciones definidas sucesivas del tiempo (1,29.35.43; 2,1). Le otorga un énfasis especial al primer milagro: “Así, en Caná de Galilea hizo Jesús el primero de los signos... ” (2,11), y “Este segundo signo lo hizo Jesús cuando vino de Judea a Galilea” (iv, 54). Finalmente, se refiere reiteradamente a las grandes festividades nacionales y religiosas de los judíos con el propósito de indicar la secuencia histórica exacta de los hechos relatados (2,13; 5,1; 6,4; 7,2; 10,22; 12,1; 13,1).

Todos los exégetas antiguos y la mayoría de los modernos están plenamente justificados, por lo tanto, cuando consideran estrictamente esta distribución cronológica de los sucesos como base de sus comentarios. Las opiniones divergentes de algunos pocos estudiosos modernos no tienen una base objetiva ya sea en el texto del Evangelio o en la historia de su exégesis.

Peculiaridades Distintivas

El cuarto Evangelio está escrito en griego, y aun un estudio superficial de él es suficiente para revelar muchas particularidades, que le dan a la narración un carácter distintivo. La dicción y el vocabulario son especialmente característicos. Es cierto que su vocabulario es menos rico en expresiones peculiares que el de San Pablo o el de Lucas: él usa en total alrededor de noventa palabras que no se encuentran en ningún otro hagiógrafo. Son más numerosas las expresiones usadas más frecuentemente por Juan que por los otros escritores sagrados. Más aun, en comparación con los otros libros del Nuevo Testamento, la narración de San Juan contiene una proporción muy considerable de aquellas palabras y expresiones que podrían llamarse el lenguaje común de los cuatro evangelistas.

Lo que es aun más distintivo que el vocabulario es el uso gramatical de las partículas, pronombres, preposiciones, verbos, etc. en el Evangelio de San Juan. También se distingue por muchas particularidades de estilo – asíndeton, reduplicación, repetición, etc. En resumen, el evangelista revela una estrecha intimidad con el lenguaje helenístico del siglo I de nuestra era, que encuentra en sus manos, en ciertas expresiones, un tono hebreo. Su estilo literario es alabado merecidamente por su simpleza noble, natural y no exenta de arte. Combina armoniosamente el lenguaje rústico de los Sinópticos con la fraseología urbana de San Pablo.

Lo primero que llama nuestra atención en el tema central del Evangelio es que circunscribe la narración a lo cronológico de los sucesos que tienen lugar en Judea y Jerusalén. De los hechos del Salvador en Galilea Juan relata solo unos pocos sucesos, sin entrar en detalles, y de los mismos solo dos---la multiplicación de los panes y peces (6,1-16), y el viaje marítimo (6,17-21)---ya han sido relatados por los Evangelios Sinópticos.

Una segunda particularidad del material se ve en la elección de su tema central, ya que en comparación con los otros evangelistas, Juan relata sólo unos pocos milagros y concentra su atención más en los discursos de Jesús que en sus obras. En la mayoría de los casos los hechos sólo relatan, por decirlo así, una trama para las palabras, conversaciones, y enseñanzas del Salvador y sus disputas con sus adversarios. En realidad son las controversias con los miembros del Sanedrín en Jerusalén lo que parece llamar especialmente la atención del evangelista. En estas ocasiones, el interés de San Juan es altamente teológico, tanto en la narración de las circunstancias como en el registro de los discursos y conversaciones del Salvador. Con justicia, por lo tanto, se le concedió a San Juan aun en los tiempos primitivos del cristianismo, el título honorífico de “teólogo” de los evangelistas. Existen, en particular, ciertas grandes verdades, a las cuales el Evangelio constantemente retorna y las cuales pueden ser consideradas como ideas gobernantes, y una mención especial debe hacerse de expresiones como Luz del Mundo, la Verdad, la Vida, la Resurrección, etc. Es frecuente que ésta y otras frases se encuentren en forma concisa y gnómica al comienzo de un coloquio o discurso del Salvador, y frecuentemente retorna, como un “leifmotif”, a intervalos durante el discurso (Ej. 6,35.48.51.58; 10,7.9; 15,1.5; 17,1.5; etc.).

En un grado mayor que en los Sinópticos, la narración completa del cuarto Evangelio se centra en la Persona del Redentor. Desde las primeras frases iniciales Juan dirige su mirada a lo más recóndito de la eternidad, a la Palabra Divina en el seno del Padre. Nunca se cansa de retratar la gloria y dignidad del Verbo Eterno, el cual se dignó aceptar su permanencia entre los hombres que, mientras reciben la revelación de Su Divina Majestad, podrán participar en la plenitud de la verdad y de su gracia. Como evidencia de la Divinidad del Salvador el autor relata alguna de las grandes maravillas mediante las cuales Cristo revela su gloria, aunque él intenta más bien llevarnos hacia un profundo entendimiento de la Divinidad y majestad de Cristo mediante la consideración de sus palabras, discursos y enseñanzas, e imprimir así en nuestras mentes las grandes maravillas de Su divino amor.

Autoría

Con excepción de los herejes mencionados por San Ireneo (Adv. haer., III.11.9) y San Epifanio (Haer. LI, 3), la autenticidad del cuarto Evangelio raramente fue cuestionada seriamente hasta fines del siglo XVIII. Evanson (1792) y Bretschneider (1820) fueron los primeros que cuestionaron la tradición en cuanto a la autoría del Evangelio; y desde entonces David Friedrich Strauss (1834-40) adoptó los puntos de vista de Bretschneider y los miembros de la Escuela de Tübingen, siguiendo a Ferdinand Christian Baur, negaron la autenticidad de este Evangelio; la mayoría de los críticos fuera de la Iglesia Católica han negado que el cuarto Evangelio sea auténtico. Como admiten muchos críticos, la razón principal descansa en el hecho de que Juan clara y enfáticamente hizo la verdadera Divinidad del Redentor el centro de su narración, en sentido estrictamente metafísico. Sin embargo, aunque Harnack niega la autenticidad del cuarto Evangelio, ha tenido que admitir que ha buscado en vano una solución satisfactoria para el problema joánico: “Una y otra vez he intentado resolver el problema desde varias posibles teorías, las cuales me llevaron a mayores dificultades, y aun generaron mayores contradicciones”. ("Gesch. der altchristl. Lit.", I, pt. II, Leipzig, 1897, p. 678.)

Un breve examen de los argumentos tendientes a la solución del problema de la autoría del cuarto Evangelio permitirá al lector formarse un juicio independiente.

Prueba histórica directa

Si, como demanda el carácter de la cuestión histórica, consultamos primero el testimonio histórico del pasado, descubrimos el hecho admitido universalmente que, desde el siglo III hasta al menos el siglo XVIII, se aceptó sin cuestionamientos al Apóstol San Juan como el autor del cuarto Evangelio. Por lo tanto, al examinar la evidencia, podemos empezar desde el siglo III, y luego retroceder hasta el tiempo de los Apóstoles.

Las antiguas traducciones y manuscritos del Evangelio constituyen el primer grupo de evidencia. En los títulos, tablas de contenido, firmas, que usualmente se agregan a los textos de los Evangelios por separado, siempre y en todos los casos se menciona a Juan como el autor de este Evangelio sin la menor indicación de duda. Si bien es cierto que el manuscrito existente más antiguo no se remonta más allá del siglo IV, la perfecta unanimidad de todos los códices prueba a todo crítico que los prototipos de estos manuscritos, en una fecha mucho más antigua, deben haber contenido las mismas indicaciones respecto al autor. Es similar el testimonio de las traducciones del Evangelio, de las cuales las versiones siríaca, copta y latina antigua se remontan es sus formas más ancestrales hasta el siglo II.

Las evidencias aportadas por los primeros autores eclesiásticos, cuya referencia a cuestionamientos sobre la autoría del Evangelio es sólo incidental, están de acuerdo con las fuentes arriba mencionadas. Es verdad que San Dionisio de Alejandría (264-5), buscó un autor diferente para el Apocalipsis, debido a las dificultades especiales alegadas por los milenaristas en Egipto; pero siempre dio por sentado como hecho indiscutible que el Apóstol Juan era el autor del cuarto Evangelio. Es igualmente claro el testimonio de Orígenes (m. 254), quien sabía por la Tradición de la Iglesia que Juan fue el último de los evangelistas en escribir su Evangelio (Eusebio, "Hist. ecl.", VI.25.6), y por lo menos nos ha llegado gran parte de sus comentarios sobre el Evangelio de San Juan, en los cuales deja en claro en todas partes su convicción del origen apostólico de la obra. El maestro de Orígenes, Clemente de Alejandría (m. antes de 215-6), relata como “tradición de los antiguos presbíteros”, que el Apóstol San Juan, el último de los Evangelistas, “lleno del Espíritu Santo ha escrito un Evangelio espiritual” (Eusebio, op. cit., VI, XIV, 7).

De mayor importancia aun es el testimonio de San Ireneo, obispo de Lyon (m. alrededor 202), tan ligado a la era apostólica a través de su maestro San Policarpo, discípulo del apóstol San Juan. El país natal de Ireneo (Asia Menor) y el escenario de su subsecuente ministerio (Galia), lo convierten en un testigo de la fe tanto en la Iglesia de Oriente como en la de Occidente. Cita en sus escritos al menos cien versos del cuarto Evangelio, a menudo con la observación “como dice San Juan, el discípulo del Señor”. Al hablar de la composición del cuarto Evangelio, dice sobre este último: “Más tarde Juan, el discípulo del Señor que descansó sobre su pecho, también escribió un Evangelio, mientras residía en Éfeso en Asia” (Adv. Haer., III, I, n. 2). Tanto aquí como en los otros textos es claro que “Juan, el discípulo del Señor”, no se refiere a otro que no sea el Apóstol Juan.

Encontramos que la misma convicción respecto a la autoría del cuarto Evangelio se expresa en mayor extensión en la Iglesia Romana alrededor del 170, por los escritos del Canon Muratorio (líneas 9-34). El obispo Teófilo de Antioquía en Siria (antes del 181) también cita el comienzo del cuarto Evangelio como palabras de San Juan (Ad Autolycum, II, XXII). Finalmente, según el testimonio de un manuscrito Vaticano (Codex Regin Sueci seu Alexandrinus, 14), el obispo San Papías de Hierápolis en Frigia, discípulo inmediato del apóstol San Juan, incluye en su gran obra exegética, un relato de la composición del Evangelio de San Juan durante el cual él había estado empleado como escriba del Apóstol.

Es apenas necesario repetir que, en los pasajes antedichos, Papías y los otros antiguos escritores tenían en mente sólo a un Juan, a saber llamado el apóstol y evangelista, y no a otro Juan el Presbítero, que se debe distinguir del Apóstol (Vea San Juan el Evangelista).

Evidencia externa indirecta

Además del testimonio claro y explícito, los primeros siglos del cristianismo testifican en forma indirecta y de diversas formas el origen joánico del cuarto Evangelio. Entre esta evidencia indirecta, se debe asignar el lugar más prominente a las numerosas citas de textos del Evangelio que demuestran su existencia y el reconocimiento de su pretensión de formar parte de los escritos canónicos del Nuevo Testamento, tan temprano como a comienzos del siglo II. San Ignacio de Antioquía, que murió durante el gobierno de Trajano (98 -117), revela en las citas, alusiones y puntos de vista teológicos encontrados en sus Epístolas, un íntimo conocimiento del cuarto Evangelio. En los escritos de la mayoría de los otros Padres Apostólicos existe también una familiaridad similar con este Evangelio que raramente puede ser discutido, especialmente en el caso de Policarpo, el “Martirio de Policarpo”, la “Carta a Diogneto” y el “Pastor” de Hermas (cf. la lista de citas y alusiones en la edición de los Padres Apostólicos de F. X. Funk).

Al hablar de San Papías, Eusebio dice (Hist. Ecl. III.39.17) que él usó en sus obras pasajes de la Primera Epístola de San Juan. Pero esta Epístola necesariamente presupone la existencia del Evangelio, del cual es en cierta forma la introducción u obra acompañante. Además, San Ireneo (Adv. Haer., V, XXXII, 2) cita una frase de los “presbíteros” que contiene una cita de Juan, 14,2, y de acuerdo a la opinión de aquellos autorizados a hablar como críticos, San Papías debe ser ubicado en el primer rango de los presbíteros.

De los apologistas del siglo II, San Justino (m. alrededor de 166) de manera especial, indica en su doctrina del Logos, y en muchos pasajes de sus apologías, la existencia del cuarto Evangelio. Su discípulo Taciano, en el esquema cronológico de su "Diatessaron", sigue el orden del cuarto Evangelio, cuyo prólogo emplea como introducción a su obra. En su “Apología” también cita un texto del Evangelio.

Como Taciano, quien apostató alrededor del 172 y se unió a la secta gnóstica de los encratitas, muchos otros herejes del siglo II también aportan testimonio indirecto respecto al Cuarto Evangelio. Basílides apela a Juan 1,8 y 2,4. Valentino busca apoyo para sus teorías de los eones en expresiones tomadas de Juan, su pupilo Heracleón compuso, alrededor del 160, un comentario sobre el cuarto Evangelio, mientras Ptolomeo, otro de sus seguidores, da una explicación del prólogo del Evangelista. Marción preserva una porción del texto canónico del Evangelio de San Juan (13,4-15; 34,15.19) en su propio evangelio apócrifo. Los montanistas deducen su doctrina del Paráclito principalmente de los capítulos 15 y 16 de Juan. De forma similar en su “Discurso verdadero” (alrededor 178) el filósofo pagano Celso basa algunas de sus proposiciones en pasajes del cuarto Evangelio.

Por otro lado, las más antiguas liturgias eclesiásticas y monumentos del arte cristiano primitivo también proveen testimonio indirecto respecto a este Evangelio. En cuanto a las primeras, desde el comienzo hallamos textos del cuarto Evangelio usados en todas partes de la Iglesia, y frecuentemente con especial predilección. Además, a modo de ejemplo, la resurrección de Lázaro representado en las catacumbas forma, por así decirlo, un monumento conmemorativo del capítulo 11 del Evangelio de San Juan.

El testimonio del Evangelio mismo

El Evangelio por sí mismo facilita una solución totalmente inteligible a la cuestión de su autoría.

(1) Carácter general de la obra: En primer lugar, del carácter general de la obra podemos obtener algunas inferencias respecto a su autor. A juzgar por su lenguaje, el autor es un judío palestino, quien estaba muy familiarizado con el griego helénico de las clases altas. También despliega un conocimiento exacto de las condiciones geográficas y sociales de Palestina aun en sus más ligeras referencias incidentales. Debe haber disfrutado de una relación personal con el Salvador y debe haber pertenecido al círculo de sus más íntimos amigos. El mismo estilo de su relato muestra que el escritor ha sido testigo ocular de la mayoría de los sucesos. Respecto a los Apóstoles Juan y Santiago, el autor muestra una minuciosa y característica reserva. Nunca menciona sus nombres, aunque da los nombres de la mayoría de los apóstoles, y sólo una vez, y quizás muy incidentalmente, habla de “los hijos de Zebedeo” (21,2). En varias ocasiones, cuando trata de incidentes en los que estaba involucrado el apóstol San Juan, parece que trata intencionalmente de evitar mencionar su nombre (Jn 1,37-40; 18,15.16; cf. 20:3-10). Habla nueve veces de Juan el Precursor sin darle el título de “el Bautista”, como hacen invariablemente los otros evangelistas para distinguirlo del apóstol. Todas estas indicaciones apuntan claramente a la conclusión que el apóstol Juan debe haber sido el autor del cuarto Evangelio.

(2) El testimonio explícito del autor: Motivos aún más claros para esta opinión se encuentran en el testimonio explícito del autor. Habiendo mencionado en su relato de la Crucifixión que el discípulo amado por Jesús permanecía junto a la Cruz al lado de la madre de Jesús (Jn 19,26 ss.), después de relatar la Muerte de Cristo y de que abrieran su costado derecho, él agrega la solemne afirmación: “El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice la verdad para que también vosotros creáis” (19,35). De acuerdo a lo que todos admiten Juan es el “discípulo que el Señor amó”. Su testimonio aparece en el Evangelio que por muchos años consecutivos anunció en palabras de su boca y que ahora puso por escrito para instruir a los fieles. Nos asegura, no solamente que este testimonio es verdadero, sino que él es testigo personal de esta verdad. De este modo se identifica con el discípulo amado por Jesús y de quien solo él puede dar tal testimonio por su íntimo conocimiento. En forma similar el autor repite este testimonio al final de su Evangelio. Luego de referirse nuevamente al discípulo que Jesús amó, inmediatamente agrega las palabras: “Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero” (Jn 21,24). Como demuestra el siguiente versículo, su testimonio se refiere no solamente a los sucesos recientemente descritos sino a todo el Evangelio. Está más de acuerdo con el texto y el estilo general del evangelista considerar estas palabras finales como la propia composición del autor. Aunque preferimos, de todas formas, ver este versículo como una adición del primer lector y discípulo del apóstol, el texto constituye la evidencia más temprana y venerable del origen joánico del cuarto Evangelio.

(3) Comparación del Evangelio con las Epístolas de San Juan: Finalmente podemos obtener evidencia respecto al autor del Evangelio del Evangelio mismo, comparando su obra con las tres Epístolas, las cuales han mantenido su lugar entre las Epístolas Católicas como escritas por el Apóstol Juan. Podemos aquí dar por sentado como un hecho admitido por la mayoría de los críticos, que estas Epístolas son obra del mismo escritor, y que el autor es idéntico al autor del Evangelio. En realidad los argumentos basados en la unidad de estilo y lenguaje, en la uniforme enseñanza joánica, en el testimonio de la antigüedad cristiana, hacen imposible cualquier duda razonable sobre la autoría en común. Al comienzo de la Segunda y Tercera Epístolas el autor se denomina simplemente “el presbítero”---evidentemente el título honorífico por el cual era comúnmente conocido entre la comunidad cristiana. Por otra parte, en su Primera Epístola, enfatiza repetidamente y con gran sinceridad el hecho que él era un testigo ocular de los sucesos concernientes a la vida de Cristo de quien él (en su Evangelio) ha dado testimonio entre los cristianos: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de Vida, pues la vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba junto al Padre y que se nos ha manifestado; lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos” (1 Juan 1,1-3; cf. 4,14). Este presbítero que encuentra suficiente usar tal título honorario sin otra calificación como su nombre propio, y que por otra parte fue testigo ocular y auditivo de los incidentes de la vida del Salvador, no puede ser otro que el presbítero Juan mencionado por Papías, que a su vez no puede ser otro que el Apóstol Juan (cf. San Juan el Evangelista).

Podemos por lo tanto, afirmar con la mayor certeza que el apóstol San Juan, el discípulo favorito de Jesús, fue realmente el autor del Cuarto Evangelio.

Circunstancias de la Composición

Omitiendo las circunstancias íntimas con las que las leyendas primitivas revisten la composición del cuarto Evangelio, discutiremos brevemente el tiempo y lugar de la composición, y los primeros lectores del Evangelio.

Respecto a la fecha de su composición no poseemos información histórica cierta. De acuerdo con la opinión general, el Evangelio debe ser remitido a la última década del siglo I, o para ser más precisos, al año 96 o uno de los siguientes. Las bases para sustentar esta opinión se resumen brevemente en lo que sigue:

  • El cuarto Evangelio fue compuesto después de los tres Sinópticos;
  • Fue escrito después de la muerte de San Pedro, puesto que el último capítulo, especialmente 21,18-19 presupone la muerte del Príncipe de los Apóstoles;
  • Fue escrito después de la destrucción de Jerusalén y del Templo, ya que las referencias del evangelista a los judíos (cf. particularmente 11,18; 18,1; 19,41) parecen indicar que el fin de la ciudad y de su gente como nación ya ha sucedido;
  • el texto de 21,23, parece implicar que Juan era de edad muy avanzada cuando escribió el Evangelio;
  • aquéllos que negaban la Divinidad de Jesucristo, punto principal al cual San Juan presta especial atención a lo largo de su Evangelio, comenzaron a diseminar su herejía alrededor de fines del siglo I;
  • finalmente, tenemos evidencia directa respecto a la fecha de composición. El llamado "Prólogo Monarquiano" del cuarto Evangelio, que probablemente fue escrito alrededor del año 200 o algo más tarde, dice respecto a la fecha de la aparición del Evangelio: "Él (el apóstol Juan) escribió su Evangelio en la provincia de Asia después de haber compuesto el Apocalipsis en la Isla de Patmos”. El destierro de Juan a Patmos ocurrió en el último año del reinado de Domiciano) (esto es, alrededor del 95). Pocos meses antes de su muerte (18 de septiembre de 96), el emperador había descontinuado la persecución de los cristianos y llamó a los exiliados (Eusebio "Hist. Ecl.", III.20.5-7). Esta evidencia podría por lo tanto ubicar la composición del Evangelio al año 96 d.C. o a uno de los años inmediatamente siguientes.

El lugar de su composición fue, de acuerdo al prólogo arriba mencionado, en la provincia de Asia. Todavía más precisa es la declaración de San Ireneo, quien nos dice que Juan escribió su Evangelio “en Éfeso en Asia” (Adv. Haer. III.1.2). Todas las otras referencias tempranas están de acuerdo con esta afirmación.

Los primeros lectores del Evangelio fueron los cristianos de la segunda y tercera generación en Asia Menor. No había necesidad de iniciarlos en los elementos de la fe; en consecuencia Juan debe haber intentado más bien confirmarlos contra los ataques de sus oponentes, en la fe legada por sus padres.

Preguntas Críticas Acerca del Texto

Respecto al texto del Evangelio, los críticos tienen objeciones especiales con tres pasajes, 5,3-4; 7,53 - 8,11; y 21.

Juan 5,3-4

El capítulo 5 relata la cura del paralítico en la piscina de Betsaida en Jerusalén. De acuerdo con la Vulgata el texto de la segunda parte del versículo tres y del versículo cuatro es como sigue “...esperando la agitación del agua. Porque el Ángel del Señor bajaba de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba el agua; y el primero que se metía después de la agitación del agua, quedaba curado de cualquier mal que tuviera”. Pero estas palabras faltan en los tres manuscritos más antiguos, el Códice Vaticano (B), el Códice Sinaítico (aleph), y el Códice Bezae (D), en el texto original de los palimpsestos de San Efrén (C), en la traducción siria de Cureton, así como en las traducciones copta y sahídica, en varios minúsculos, en tres manuscritos de la Itala, en cuatro de la Vulgata, y en varios manuscritos armenios. Otras copias agregan a las palabras un signo crítico que indica una duda de su autenticidad. La mayoría de los críticos modernos, incluyendo los exégetas católicos Schegg, Schanz, Belser, etc., consideran este pasaje como una adición posterior de San Papías o de algún otro discípulo del Apóstol.

Otros exégetas como Corluy, Comely, Knabenbauer y Murillo defienden la autenticidad del pasaje insistiendo en importantes evidencias internas y externas a su favor. En primer lugar las palabras se encuentran en el Códice Alejandrino (A), el Códice Efrén Rescripto enmendado (C), en casi todos los manuscritos minúsculos, en seis manuscritos de la Itala, en la mayoría de los códices de la Vulgata, incluyendo al mejor, en el Peshito sirio, en la traducción siria de Filoxeno (con una nota crítica), en las traducciones persas, arábiga y eslava y en algunos manuscritos del texto armenio. Es más importante el hecho que, aun antes de la fecha de nuestros códices actuales, muchos de los Padres griegos y latinos encontraron estas palabras en el texto del Evangelio. Esto está claro en Tertuliano [Sobre el bautismo 1 (antes 202)], Dídimo el Ciego de Alejandría [De Trin., II, XIV (alrededor 381)], San Juan Crisóstomo, San Cirilo de Alejandría, San Ambrosio, y en San Agustín [Sermón XV (al. XII), De verbis Evangelii S. Joannis) aunque este último, en su tratado del Evangelio de San Juan, omite el pasaje.

El contexto de la narrativa parece necesariamente presuponer la presencia de estas palabras. La respuesta siguiente del hombre enfermo (v. 7) “Señor no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se mueve el agua; mientras voy, baja otro antes que yo”, difícilmente se hace inteligible sin el versículo 4, y el Evangelista no está acostumbrado a omitir del texto este tipo de información necesaria. Luego ambos bandos tienen buenas bases para sostener sus opiniones, y no parece posible una decisión final sobre la cuestión; desde el punto de vista de la crítica de los textos.

Juan 7,53 – 8,11

Este pasaje se refiere al relato de la adúltera. La evidencia crítica externa parece en este caso aportar una decisión más clara contra la autenticidad de este pasaje. Está ausente en los cuatro manuscritos más antiguos (B, A, C, y aleph) y en muchos otros, mientras que en muchas copias es admitido sólo con una nota crítica, indicativa de su dudosa autenticidad. Tampoco se encuentra en la traducción siria de Cureton, en el Sinaítico, en la traducción gótica, en la mayoría de los códices del Peshito, o en las traducciones copta y armenia, o finalmente en los manuscritos más antiguos de la Itala. Ninguno de los Padres Griegos ha tratado el incidente en sus comentarios, y entre los escritores latinos, Tertuliano, San Cipriano de Cartago y San Hilario de Arles no parecen tener conocimiento de este segmento.

A pesar del peso de la evidencia externa de estas importantes autoridades, es posible aducir testimonios todavía más importantes a favor de la autenticidad de este pasaje. En cuanto a los manuscritos, conocemos por la autoridad de San Jerónimo que el incidente “aparecía en muchos códices griegos y latinos” (Contra Pelagium, II, XVII), testimonio sostenido hoy en día por los Códice Bezae de Canterbury (D) y muchos otros. La autenticidad del pasaje también es favorecida por la Vulgata, por las traducciones arábigas etíopes y eslavas, por muchos manuscritos de la Itala y del texto sirio y armenio. De los comentarios de los Padres Griegos, los libros de Orígenes que tratan sobre esta parte del Evangelio no existen más; solo ha llegado hasta nosotros una porción de los comentarios de San Cirilo de Alejandría, mientras que las homilías de San Juan Crisóstomo sobre el cuarto Evangelio deben considerarse como un tratamiento de pasajes selectos en lugar del texto completo. Entre los Padres latinos, San Ambrosio y San Agustín incluyen el pasaje en sus textos, y buscan una explicación a su omisión de otros manuscritos en el hecho de que el incidente podría fácilmente dar lugar a ofensa (cf. especialmente Agustín, "De coniugiis adulteris", II, VII). Por lo tanto es más fácil explicar la omisión del incidente de muchas de las copias, que la adición de dicho pasaje en versiones tan antiguas de todas partes de la Iglesia. Más aún, los críticos admiten que tanto el estilo como el modo de presentación no tienen el más mínimo rastro de origen apócrifo, sino que revelan la mano de un auténtico maestro. No debe darse gran importancia a las diferencias en el vocabulario que pueden encontrarse al comparar este pasaje con el resto del Evangelio, dado que la correcta variante de los textos es en muchas partes dudosa, y cualquiera de estas diferencias de lenguaje puede ser fácilmente armonizada con el fuerte estilo individual del evangelista.

Es por lo tanto posible, aun desde un punto de vista estrictamente crítico, aducir una fuerte evidencia a favor del carácter canónico e inspirado de este pasaje, que por decisión del Concilio de Trento, forma parte de la Sagrada Biblia.

Juan 21

Respecto al último capítulo del Evangelio serán suficientes unas pocas consideraciones. Los últimos dos versículos del capítulo 20 indican muy claramente que el Evangelista trató de terminar aquí su trabajo: “Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (20,30 ss.) Pero la conclusión que puede deducirse de esto, es que el capítulo 21 fue agregado posteriormente y debe por lo tanto considerarse como un apéndice del Evangelio. Todavía hay que producir evidencia para demostrar que no fue el evangelista, sino otro, quien escribió este apéndice. La opinión actualmente es bastante general, aun entre los críticos, que el vocabulario, estilo, y modo de presentación en general, junto con el tema principal del pasaje, revelan un autor común de este capítulo con las partes precedentes de este cuarto Evangelio.

Autenticidad Histórica

Objeciones contra el carácter histórico del cuarto Evangelio

La autenticidad histórica del cuarto Evangelio es en la actualidad negada casi universalmente fuera de la Iglesia Católica. Desde David Friedrich Strauss y Ferdinand Christian Baur este rechazo ha sido postulado por adelantado en la mayoría de las investigaciones críticas de los Evangelios y de la vida de Jesús. Influenciado por esta tendencia prevaleciente, Alfredo Loisy también llegó al punto en que niega abiertamente la historicidad del cuarto Evangelio; en su opinión el autor deseaba, no escribir la historia, sino vestir en un entorno simbólico sus ideas religiosas y especulaciones teológicas.

Los escritos de Loisy y sus prototipos racionalistas, especialmente aquellos de los críticos alemanes, han influido en muchos exégetas posteriores, quienes mientras desean mantener el punto de vista católico en general, le conceden sólo una medida muy limitada de autenticidad histórica al cuarto Evangelio. Dentro de esta clase se incluyen aquellos que reconocen como históricas las líneas principales de la narración del evangelista, pero ven en muchas partes individuales solo un embellecimiento simbólico. Otros sostienen, junto con H. J. Holtzmann, que debemos reconocer en el Evangelio una mezcla de lo subjetivo, las especulaciones teológicas del autor, y de lo objetivo, recolecciones personales de su relación con Cristo, sin que tengamos ninguna oportunidad de distinguir mediante criterios seguros estos diversos elementos. Es evidente que esta hipótesis excluye cualquier pregunta ulterior respeto a la autenticidad histórica de la narrativa joánica, y más aun es cándidamente admitida por los representantes de estos puntos de vista.

Al examinar las bases para esta negación o limitación de la autenticidad histórica de Juan encontramos que son redactadas por los críticos casi exclusivamente por la relación entre el cuarto Evangelio a la narración de los Sinópticos. Al compararlos se descubren tres puntos de contraste: (1) respecto a los sucesos relatados; (2) en cuanto al modo de presentación; (3) la doctrina contenida en la narración.

(1) Los sucesos relatados: Respecto a los sucesos relatados, se acentúa especialmente el gran contraste entre Juan y los Sinópticos en la elección y arreglo de los materiales. Los últimos nos muestran al Salvador casi exclusivamente en Galilea, trabajando entre la gente común. Por el contrario, Juan se dedica principalmente a relatar las actividades de Cristo en Judea y sus conflictos con el Sanedrín en Jerusalén. Una solución simple a esta primera dificultad se encuentra en las especiales circunstancias relacionadas con la composición del cuarto Evangelio. Juan puede---en realidad debe---haber asumido que la narrativa de los Sinópticos era conocida por sus lectores a finales del siglo I. El interés y las necesidades espirituales de sus lectores demanda primeramente que suplemente la historia evangélica de tal modo que lleve a un conocimiento más profundo de la Persona y de la Divinidad del Salvador, contra la cual las primeras herejías de Cerinto, los ebionitas y los nicolaítas ya se habían diseminado entre las comunidades cristianas. Fue principalmente en sus discusiones con los escribas y fariseos en Jerusalén donde Cristo habló de su Persona y Divinidad. Por lo tanto, en su Evangelio Juan hizo de su propósito primario dejar establecido las sublimes enseñanzas de Nuestro Salvador, para salvaguardar la fe de los cristianos contra los ataques de los herejes. Cuando consideramos los sucesos individuales en la narración, hay tres puntos a considerar en particular:

  • en el Cuarto Evangelio la duración del ministerio público de Cristo se extiende por más de dos años, probablemente más de tres años, y algunos meses. Sin embargo, el relato de la vida pública de Jesús en los Sinópticos de ningún modo puede confinarse dentro del estrecho espacio de un año, como pretenden algunos críticos modernos. Los tres primeros evangelistas también suponen el intervalo de por lo menos dos años y algunos meses.
  • Juan coloca la purificación del Templo al comienzo del ministerio del Salvador, mientras que los Sinópticos la narran hacia el final. Pero esto de ningún modo prueba que la purificación ocurriera sólo una vez. Los críticos no presentan ni una sola razón objetiva por la que no podamos sostener que el incidente, bajo las circunstancias relatadas en los Sinópticos, así como las del cuarto Evangelio, tuviera su lugar histórico al comienzo y al final de la vida pública de Jesús.
  • A pesar de todas las objeciones presentadas, Juan concuerda con los Sinópticos en cuanto a la fecha de la Última Cena, la cual ocurrió un jueves, el decimotercer día de Nisan, y la Crucifixión tuvo lugar un Viernes, el décimo cuarto día. El hecho que según Juan, Cristo celebró la Cena con sus Apóstoles el jueves, mientras que, según los Sinópticos, los judíos comen el cordero pascual el viernes, no es irreconciliable con la declaración anterior. La solución más probable a esta cuestión descansa en la legítima y muy diseminada costumbre según la cual, cuando el 15 de Nisan caía en el Sabbath, como sucedió el año de la Crucifixión, el cordero pascual se mataba en las horas de la tarde del décimo tercer día de Nisan y la fiesta pascual se celebraba en esa tarde o la siguiente, para evitar toda infracción del estricto descanso sabático.

(2) El modo de presentación: Respecto al modo de presentación, se insiste especialmente en que la gran sublimidad del Cuarto Evangelio es difícil de reconciliar con la ordinaria simplicidad de los Sinópticos. Sin embargo, esta objeción ignora completamente las grandes diferencias en las circunstancias bajo las cuales fueron escritos los Evangelios. Para la tercera generación de cristianos en Asia que vivían en medio de florecientes escuelas, el cuarto Evangelista se vio obligado a adoptar un estilo totalmente diferente del empleado por sus predecesores al escribir para los recién convertidos judíos y paganos del período inicial.

Otra dificultad presentada es el hecho que el peculiar estilo joánico se encuentra no sólo en los fragmentos narrativos del Evangelio, sino también en los discursos de Jesús y en las palabras del Bautista y de otros personajes. Pero debemos recordar que todos los discursos y coloquios debieron ser traducidos del arameo al griego, y en dicho proceso recibieron de parte del autor su unidad de estilo distintiva. Además en el Evangelio, la intención no es de ningún modo hacer un informe “verbatim” de cada declaración y expresión de un discurso, un sermón o una disputa. Solo las ideas conductoras son ubicadas exactamente de acuerdo a su sentido original y, de este modo también, ellas vienen a reflejar el estilo del evangelista. Finalmente, el discípulo recibió seguramente de su Maestro muchas de las metáforas y expresiones distintivas que imprimen sobre el Evangelio su carácter particular.

(3) El contenido doctrinal: La diferencia en contenido doctrinal descansa sólo en las formas externas y no se extiende a las verdades propiamente dichas. Una explicación satisfactoria del carácter dogmático de la narración de San Juan, en comparación con el énfasis que los Sinópticos dan al aspecto moral de los discursos de Jesús, se encuentra en el carácter de sus primeros lectores, a quienes se ha hecho referencia repetidamente. También debe atribuirse a la misma causa la diferencia ulterior entre los Evangelios, a saber, por qué Juan centra su enseñanza alrededor de la Persona de Jesús, mientras los Sinópticos resaltan el Reino de Dios. A fines del siglo I no hacía falta que el Evangelista repitiera las lecciones respecto al Reino de los Cielos, ya ampliamente tratada por sus predecesores. Su principal tarea era enfatizar, en oposición a los herejes, la verdad fundamental de la Divinidad del Fundador de este Reino, y la de relatar aquellas palabras y acciones del Redentor en las cuales Él mismo reveló la majestad de su gloria, para guiar a los fieles hacia un conocimiento más profundo de esta verdad.

Es superfluo explicar que en la enseñanza en sí, especialmente respecto a la Persona del Redentor, no hay ni la más mínima contradicción entre Juan y los Sinópticos. Los mismos críticos tienen que admitir que incluso en los Evangelios Sinópticos cuando Cristo habla de su relación con el Padre, asume el solemne modo “joánico” de hablar. Será suficiente con recordar las impresionantes palabras: “nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo” (Mt. 11,27; Luc. 10,22).

(4) Evidencia positiva a favor de la autenticidad histórica del Evangelio: Las razones que se arguyen en contra de la autenticidad del cuarto Evangelio están desprovistas de cualquier fuerza conclusiva. Por otra parte, todo el carácter de la narración garantiza su autenticidad. Desde el mismo comienzo los sucesos se describen con la precisión de un testigo ocular; se mencionan las más mínimas circunstancias subsidiarias; no se ha podido encontrar la menor sugerencia que el autor tuviera en mente cualquier otro objeto que el de relatar la más estricta verdad histórica. Una lectura concienzuda de los pasajes que describen el llamado a los primeros discípulos (1,35–51), las bodas de Caná (2,1-11), la conversación con la mujer samaritana (4,3-42), la curación del ciego de nacimiento (9,1-41), la resurrección de Lázaro (11,1-47), es suficientes para convencer a cualquiera que dicha crónica debe necesariamente llevar a los lectores a un error, si los sucesos que se describen no fueran la verdad en sentido histórico.

Debe agregarse a esto la aseveración explícita que hace el evangelista repetidas veces de que él habla la verdad y reclama para sus palabras una creencia absoluta (19,35; 20,30 ss.; 21,24; 1 Jn 1,1-4). Rechazar estas aseveraciones es rotular al Evangelista de ser un despreciable impostor, y hacer de su Evangelio un enigma tanto histórico como psicologíapsicológico imposible de resolver.

Y finalmente, el veredicto de todo el cristianismo pasado tiene ciertamente una reclamación distintiva a considerar en esta cuestión, puesto que el cuarto Evangelio ha sido siempre indudablemente aceptado como una de las principales e históricamente creíbles fuentes de nuestro conocimiento de la vida de Jesucristo. Por lo tanto, con toda justicia, las opiniones contrarias han sido condenadas por las cláusulas 16 – 18 del Decreto “Lamentabili” (3 de julio de 1907) y en el decreto de la Comisión Bíblica del 29 de mayo de 1907.

Objeto e Importancia

La intención del Evangelista al componer el Evangelio está expresada en las palabras que ya hemos señalado: “Sin embargo, éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios” (20,31). Desea también mediante su obra confirmar la fe de los discípulos en el carácter Mesiánico y en la Divinidad de Cristo. Para alcanzar su objetivo, selecciona principalmente aquellos discursos y coloquios de Jesús en los cuales la auto-revelación del Salvador daba mayor énfasis en la Divina Majestad de Su Persona. De este modo, Juan desea asegurar a los fieles contra las tentaciones de las falsas enseñanzas mediante las cuales los herejes podían perjudicar la pureza de la fe. Respecto a la narración de los evangelistas más tempranos, la actitud de Juan es la de quien busca rellenar la historia de las obras y palabras del Salvador, mientras trata de librar de la mala interpretación algunos sucesos. Su Evangelio por lo tanto forma una gloriosa conclusión del jubiloso mensaje del Verbo Eterno. Para siempre permanecerá para la Iglesia como el más sublime testimonio de su fe en el Hijo de Dios, la lámpara radiante de verdad para su doctrina, la fuente incesante de amoroso celo en la devoción a su Maestro, quien la amará hasta el fin.


Bibliografía: Comentarios sobre el Evangelio de San Juan. En los tiempos cristianos primitivos: las Homilías de SAN JUAN CRISOSTOMO y los Tratados de SAN AGUSTIN; las porciones existentes de los comentarios de ORIGENES y SAN CIRILO DE ALEJANDRIA; las exposiciones de TEOFILACTO y EUTIMIO, quienes generalmente seguían a Crisóstomo, y las obras exegéticas de SAN BEDA, que sigue a Agustín. En la Edad Media: las interpretaciones de SANTO TOMAS DE AQUINO y SAN BUENAVENTURA, del beato ALBERTO MAGNO, RUPERTO DE DEUTZ, y SAN BRUNO DE SEGNI.

Fuente: Fonck, Leopold. "Gospel of St. John." The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910. <http://www.newadvent.org/cathen/08438a.htm>.

Traducido por Angel Nadales. L H M


Enlaces internos

[1] Evangeliario.

[2] Evangelio en la liturgia.

[3] Evangelio según San Lucas.

[4] Evangelio según San Marcos.

[5] Evangelios Según San Mateo.

[6] Evangelios.

[7] Evangelista.

Enlaces externos

[8] Ilustraciones del Evangelio de Jerónimo Nadal S.J.

Selección y revisión de enlaces: José Gálvez Krüger