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Miércoles, 4 de diciembre de 2024

Calendario Cristiano

De Enciclopedia Católica

Revisión de 10:04 16 feb 2012 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Los Apóstoles y Otros Santos del Nuevo Testamento)

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Generalidades

Todos los pueblos civilizados, e incluso aquellos que parecen estar comenzando a salir de la barbarie absoluta, mantienen algún tipo de registro del paso del tiempo, y son propensos a reconocer ciertos días, recurrentes a intervalos regulares, como días de regocijo especial o duelo, o en ocasiones para la propiciación de los poderes del mundo invisible. En el antiguo Egipto y Babilonia, en China y el Indostán, y además en el continente americano, entre los aztecas o los antiguos peruanos, se han encontrado vestigios de un cálculo más o menos elaborado de las estaciones que servían de base para las observancias religiosas. En 1897 se hizo un notable descubrimiento en Coligni, en el departamento de Ain, Francia, donde se trajo a la luz algunas losas de piedra con inscripciones, en las que todos concuerdan en reconocer un antiguo calendario celta, probablemente pre cristiano, aunque la interpretación precisa de los detalles sigue siendo un asunto de viva polémica. Además, tanto Grecia como Roma poseían calendarios muy desarrollados, y la Fasti de Ovidio, por ejemplo, conserva una descripción detallada en verso de las celebraciones principales del año romano.

Lo que nos interesa más cercanamente aquí es el calendario judío, descrito en Levítico 23. El cómputo del tiempo entre los judíos se basaba principalmente en el mes lunar. El año consistía normalmente de tales doce meses, alternadamente de 29 y 30 días cada uno; tal año, sin embargo, tenía sólo 354 días, que de ninguna manera concuerda con el número de días en el año solar medio. Por otra parte, la duración exacta del mes lunar medio no es exactamente 29 ½ días como la disposición anterior podría sugerir. Para compensar la irregularidad se hicieron dos correcciones. En primer lugar, se agregó un día al mes Jesvan (Jeshvan) o se restaba del mes de Kislev (Kislew), según surgiese la necesidad, con el fin de mantener los meses de acuerdo con la luna; en segundo lugar, hicieron “embolismales” ocho años de cada diecinueve, es decir, parece que, cuando era necesario, se introducía un mes intercalar, en este punto, para evitar que el día 14 de Nisán llegase demasiado pronto. En ese día (Lev. 23,5.10) había que llevarle al sacerdote las primicias del grano en sus gavillas y se sacrificaba el cordero pascual. Esto hacía necesario retrasar la Pascua (14 de Nisán) hasta que el grano estuviese en la espiga y los corderos estuviesen listos; y se estableció la regla de conformidad, que el 14 de nisán debía caer cuando el sol hubiese pasado el equinoccio y estuviese en la constelación de Aries (en krio tou hēliou kathestotos ---Josefo, Ant. I, i, 3).

Hasta el momento de la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C., parecería que para la inserción de este mes intercalar los judíos no seguían ninguna regla fija basada en principios astronómicos, sino que el sanedrín decidía cada vez si el año debía ser embolismal o no, siendo influenciado en su decisión no sólo por consideraciones astronómicas, sino también, en cierta medida, por el avance o retraso de la temporada. Fue la dificultad creada por este sistema y por la imposibilidad de acomodarlo a la cronología juliana, adoptada en la mayor parte del Imperio Romano, lo que llevó a aquellos problemas sobre la determinación de la Pascua (la controversia pascual) que jugó una parte tan importante en la historia de la Iglesia primitiva. Además de la Pascua y la semana del pan sin levadura (o ácimos), de los cuales la Pascua formaba el primer día, el calendario judío, por supuesto, incluía muchas otras fiestas. La de Pentecostés, o "de las semanas", 50 días después de la Pascua, es de suma importancia, ya que también encontró un lugar en el cristianismo. Las otras grandes celebraciones del año judío ocurrían en otoño, en el mes de Tishri. El Día de la Expiación caía el 10 de Tishri y la Fiesta de los Tabernáculos se extendía desde el 14 al 21, con una especie de día de la octava el 22, pero éstos no tuvieron relación directa con el calendario de la Iglesia cristiana. Lo mismo puede decirse de las festividades judías menores, por ejemplo las encoenia mencionadas en el Evangelio según San Juan, que en su mayoría fueron de una institución posterior.

Casi podría establecerse como una ley general que en el mundo antiguo los días santos eran también días festivos. En el sistema judío, además del sábado semanal, se ordenaba el descanso del trabajo para otros siete días del año, a saber: el primer y último día de los ácimos, la fiesta de Pentecostés, la neomenia (primer día de la luna) del séptimo mes, el día de la propiciación, el primer día de los Tabernáculos y el 22 de Tishri que seguía inmediatamente. No es asombroso que este principio fuese reconocido más tarde en la Iglesia Cristiana, pues también tenía a su favor el ejemplo pagano. "Los griegos y los bárbaros", dice Estrabón (X, 39) "tenían en común que acompañaban sus ritos sagrados con una suspensión festiva del trabajo". Por lo tanto, sin pretender derivar el sábado judío de cualquier institución babilónica, para lo cual ciertamente no hay garantía, cabe señalar que parece que los babilonios consideraban la luna nueva y el 7, 15 y 22 como tiempo de apaciguamiento de los dioses y la mala suerte; con el resultado de que en esos días no se comenzaba ningún trabajo nuevo y se suspendía los asuntos de importancia. En el sistema cristiano el día de descanso ha sido trasladado del sábado al domingo. Constantino tomó medidas para que sus soldados cristianos estuviesen libres para asistir a los servicios del domingo (Eusebio, Vita Const., IV, 19, 20), y también prohibió que los tribunales celebrasen sesiones en ese día (Sozomeno I, 8). En el año 425 Teodosio II decretó que los juegos en el circo y las representaciones teatrales también debían ser prohibidos en el día de descanso, y estos edictos y otros similares se repetían con frecuencia.

En el sistema cronológico romano de la época de Augusto la semana como una división de tiempo era prácticamente desconocida, aunque los doce meses del calendario existían como los conocemos ahora. En el curso de los siglos I y II d.C., se conoció universalmente el período hebdomadario o de siete días, aunque no inmediatamente a través de la influencia judía o cristiana. El arreglo parece haber sido de origen astrológico y haber venido a Roma desde Egipto. Se suponía que los siete planetas, como se concebían entonces ---Saturno, Júpiter, Marte, el sol, Venus, Mercurio y la luna, arreglados así en el orden de sus tiempos periódicos (al tomar Saturno el tiempo mayor y la luna el menor en completar la ronda de los cielos por su movimiento propio)--- presidían cada hora sucesivamente, y el día fue designado por el planeta que presidía su primera hora. Comenzando el primer día con los planetas en orden, la primera hora sería de Saturno, la segunda de Júpiter, la séptima de la Luna, la octava de Saturno de nuevo, y así sucesivamente. Continuando así, la hora vigésimo quinta, es decir, la primera hora del segundo día, y por consiguiente el segundo día mismo, pertenecerían al Sol, y la hora cuadragésimo novena, y por consiguiente el tercer día, a la luna. Siguiendo siempre el mismo la hora septuagésimo tercera y el cuarto día serían de Marte, el quinto día de Mercurio, el sexto de Júpiter, el séptimo de Venus, y el octavo de nuevo de Saturno. De ahí, al parecer, se derivaron los nombres latinos de los días de la semana, que aún se mantienen (excepto Samedi y Dimanche) en el francés moderno y en otras lenguas romances. Desde fecha temprana estos nombres fueron utilizados a menudo por los mismos cristianos, y los encontramos en San Justino Mártir. El honor especial que los fieles le rendían al domingo (dies solis), junto tal vez con la celebración de la Navidad en el día designado natalis invicti [Solis] (véase Navidad) puede haber ayudado posteriormente a producir la impresión de que los cristianos tenían mucho en común con los adoradores de Mitra.

Fundamentos del Calendario Cristiano

El Ciclo Pascual

El punto de partida del sistema cristiano de fiestas, fue por supuesto la conmemoración de la Resurrección de Jesucristo el día de Pascua. El hecho de que durante mucho tiempo los judíos debieron haber formado la gran mayoría de los miembros de la Iglesia naciente, les hacía imposible olvidar que cada Pascua celebrada por sus compatriotas traía consigo el aniversario de la Pasión de su Redentor de su gloriosa resurrección de entre los muertos. Por otra parte, como toda su vida se habían acostumbrado a observar un día semanal de descanso y oración, debe haber sido casi inevitable que deseasen modificar ese día de fiesta para que pudiera servir como una conmemoración semanal de la fuente de todas sus nuevas esperanzas. Probablemente al principio no se retiraron totalmente de la sinagoga, y el domingo debe haber parecido más bien una prolongación, más que una sustitución, del antiguo sábado familiar. Pero no pasó mucho tiempo antes de que la observancia del primer día de la semana se volviese distintivo del culto cristiano. San Pablo (Col. 2,16) evidentemente considera que los conversos del paganismo no estaban obligados a la observancia de las festividades judías o del propio sábado. Por otro lado, el nombre de "el día del Señor" (dies dominica, he kuriake) se encuentra en Apocalipsis 1,10, y sin duda era familiar en una fecha mucho más temprana (cf. 1 Cor. 16,2). Desde el principio el domingo parece haber sido francamente reconocido entre los cristianos como lo que era, a saber, la conmemoración semanal de la resurrección de Cristo (cf. Epístola de Bernabé, 15). Presumiblemente estuvo marcado por la celebración de la liturgia, ya que San Lucas escribe en los Hechos: "Y el primer día de la semana, cuando estábamos reunidos para partir el pan" (Hch. 20,7), y podemos deducir a partir de ordenanzas posteriores que siempre fue considerado como de carácter alegre, un día en que el ayuno estaba fuera de lugar, y cuando se instruía a los fieles a orar de pie, no arrodillados. "Die dominico", dice Tertuliano, "jejunium nefas dicimus vel de geniculis adorare" (De orat. 14). De hecho esta posición de orar de pie era, de acuerdo a pseudo (?) Ireneo, típica de la Resurrección (Ireneo, Frag., 7). Sin embargo, para una más amplia exposición de este primer elemento del calendario cristiano, referiremos al lector al artículo domingo.

El que los primeros cristianos guardasen con especial honor el aniversario de la Resurrección, es más una cuestión de inferencia que de conocimiento positivo. Ningún escritor antes de San Justino parece mencionar tal celebración, pero el hecho de que en la segunda mitad del siglo II la controversia sobre el tiempo de guardar la Pascua casi divide en dos a la Iglesia, puede tomarse como una indicación de la importancia adjudicada a la fiesta. Además, aunque al principio el ayuno pascual de preparación probablemente no duraba cuarenta días, (cf. Funk, Kirchengeschichthche Abhandlungen, I, 242 ss.), era mencionado continuamente por la Iglesia primitiva como un asunto de institución antigua e incluso apostólica. En cualquier caso, todos nuestros primeros monumentos litúrgicos, tanto en Oriente como en Occidente, por ejemplo, las "Constituciones Apostólicas" y los "Cánones Apostólicos", que son un documento todavía más antiguo, según Funk y Harnack, están de acuerdo en dar a la Pascua el lugar de honor entre las fiestas del año. Es como la describe el martirologio romano, festum festorum y solemnitas solemnitatum. Con ella han estado siempre naturalmente asociadas la conmemoración de los acontecimientos de la Pasión de Cristo, la Última Cena el Jueves Santo, la Crucifixión el viernes, y en la propia víspera esa gran vigilia o vigilancia nocturna cuando se bendicen el cirio pascual y las fuentes, y los catecúmenos, después de largas semanas de preparación, son finalmente admitidos al sacramento del bautismo. Se carece de datos acerca de estos elementos separados en la gran celebración pascual, ya que se observaban en los tiempos más antiguos. Sin embargo, cabe señalar que en Tertuliano la palabra pascha designa claramente no sólo el domingo, sino más bien un período y, en particular, el día de la parasceve, o como lo llamamos ahora, el Viernes Santo; mientras que en Orígenes establece una clara distinción entre dos términos afines: pascha anastasimon (la Pascua de Resurrección el Domingo de Pascua) y pascha staurosimon (la Pascua de Crucifixión, es decir, el Viernes Santo), pero ambos eran igualmente memorables como celebraciones.

Cercanamente dependiente de la Pascua y desarrollándose gradualmente en número a medida que pasaba el tiempo había otras observancias que también pertenecían al ciclo de lo que hoy llamamos las fiestas movibles. El domingo de Pentecostés (Vea Pentecostés (fiesta judía), el aniversario de la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, era considerado probablemente como próximo en importancia a la Pascua misma, y como la Pascua se determinaba por la Pascua judía, no puede haber duda, al ver el domingo de Pentecostés en la misma relación estrecha con la fiesta judía de Pentecostés, que los conversos judíos observaban tanto una Pascua cristiana como un Pentecostés cristiano desde el principio. Aunque la posición de la Fiesta de la Ascensión estaba determinada por el hecho de que era cuarenta días después de la Pascua (Hch. 1,3) y diez antes de Pentecostés, no era superpuesto sobre ninguna fiesta judía. En consecuencia, no lo hallamos atestiguado por ningún escritor anterior a Eusebio (De sol. Pasch., Migne, PG XXIV, 679).

La Cuaresma, la cual todos admiten que fue conocida como un ayuno de cuarenta días en los primeros años del siglo IV (cf. Las diversas Cartas Festivas de San Atanasio), tuvo, por supuesto, un terminus ad quem fijo en la Pascua misma, pero su terminus a quo parece haber variado considerablemente en diferentes partes del mundo. En algunos lugares se entendía que la Cuaresma era una temporada de cuarenta días en la que se hacía mucho ayuno, pero no necesariamente un ayuno diario ---los domingos en cualquier caso, y en Oriente también los sábados, fueron siempre la excepción. En otras partes se afirmaba que la Cuaresma debía incluir necesariamente cuarenta días de ayuno reales. Además hubo lugares en los que se consideraba que el ayuno en Semana Santa era algo independiente, que tenía que ser agregado a los cuarenta días de Cuaresma. Por lo tanto, el tiempo, de comenzar el ayuno de Cuaresma variaba considerablemente, así como había una considerable diversidad en la severidad con que se mantenía el ayuno. (Para estos detalles, vea Cuaresma). Todo lo que tenemos que notar aquí es que este tiempo penitencial, que en un período mucho más tardío fue arrojado de nuevo al domingo conocido como septuagésima (estrictamente el domingo dentro del plazo de setenta días antes de Pascua), comenzaba más tarde o temprano según el día en que cayera el domingo de Pascua, mientras que las adiciones posteriores, en el otro extremo, ---tales como la Fiesta de la Santísima Trinidad, la Fiesta de Corpus Christi, y en tiempos aún más recientes, la Fiesta del Sagrado Corazón--- todos formaban parte igualmente del mismo ciclo festivo.

No puede haber duda de que los primeros cristianos, al igual que nosotros, sentían las molestias de este elemento móvil en el marco de otro modo estable del calendario juliano. Pero tenemos que recordar que el elemento móvil se estableció allí por derecho de ocupación previa. Puesto que los cristianos judíos, como se explicó anteriormente, nunca habían conocido ningún otro tipo de cálculo del tiempo que el basado en el mes lunar, la única manera que se les pudo haber ocurrido de fijar el aniversario de la Resurrección de nuestro Salvador fue refiriéndose a la Pascua judía. Pero aun aceptando esta situación, también mostraron una cierta independencia. Parece que se decidió que la ocurrencia de la fiesta de la Resurrección en el primer día de la semana, el día siguiente al sábado, era una característica esencial. Por lo tanto, en lugar de determinar que el segundo día después de la Pascua judía (17 de Nisán) debía ser considerado siempre como el aniversario de la Resurrección, independientemente del día de la semana en que cayese, parece que los Apóstoles acordaron, aunque esto tenemos poca evidencia positiva, que ese domingo se iba a mantener como la Pascua cristiana que caía dentro de los ázimos, o días de pan sin levadura, ya sea que ocurriese al comienzo, en el medio o al final del término. Este arreglo tenía el inconveniente de que hacía la fiesta cristiana dependiente del cómputo del calendario judío.

Cuando la destrucción de Jerusalén prácticamente privó a los judíos de la diáspora de cualquier norma o criterio de uniformidad, probablemente cayeron en conteos erróneos o divergentes, y esto a su vez implicó una diferencia de opinión entre los cristianos. Si hubiera sido posible determinar en términos de la cronología juliana el verdadero día del mes en el que Cristo sufrió, probablemente habría sido más sencillo para los cristianos en todo el mundo romano la celebración de Pascua, como más tarde celebraron la Navidad o el día de San Pedro, en un aniversario fijo. A pesar de esto, debe notarse que habría interferido con la posición establecida del "día del Señor", como el memorial semanal del gran domingo por excelencia, pues la Pascua, como una fiesta fija, habría caído, por supuesto, en todos los días de la semana a su vez. Sin embargo, aunque Tertuliano declara sin mayores dudas que Jesús sufrió el 25 de marzo, una tradición perpetuada en numerosos calendarios a través de la Edad Media, ciertamente esta fecha estaba equivocada. Por otra parte, probablemente era imposible en ese período calcular de nuevo la verdadera fecha debido a la forma arbitraria en que se habían intercalado los años embolismales judíos.

Para las diversas fases de las disputas que se originaron en el siglo II y se renovaron poco después en las Islas Británicas, referiremos al lector al artículo Controversia Pascual. Baste aquí decir que la decisión parece haber sido tomada en el Primer Concilio de Nicea, la cual, a pesar de que está extrañamente ausente de los cánones del concilio que se han preservado (Turner, Monumenta Nicaena, 152), se cree que determinó que la Pascua debía celebrarse el primer domingo después de la primera luna llena que sigue al equinoccio de primavera. Según esta regla, que ha sido aceptada desde entonces, el día más temprano en que la Pascua puede caer ahora es el 22 de marzo y el más tardío el 25 de abril.

La Natividad de Cristo

Un segundo elemento que influye fundamentalmente en el calendario cristiano y que, aunque menos primitivo que las celebraciones de Pascua, también es de fecha temprana y puede ser descrito como el ciclo de la Navidad. Es necesario decir poco sobre el origen y la historia de la fiesta de Navidad, de la que se trata en un artículo separado. Podemos tomar como cierto que la festividad de la Natividad de Cristo se celebraba en Roma el 25 de diciembre ya antes del año 354. Fue introducida por San Juan Crisóstomo en Constantinopla y fue adoptada definitivamente en el año 395. Por otro lado, la fiesta de la Epifanía el 6 de enero, que también al principio parece haber conmemorado el nacimiento de Jesucristo, es mencionada como una observancia parcial en Clemente de Alejandría (Strom., I, 21), aunque un recién descubierto discurso de San Hipólito para ese día (eis ta hagia theophaneia) está completamente dedicado al tema del bautismo de Cristo. Este último, de hecho, es y ha sido durante mucho tiempo el aspecto principal de la fiesta en las Iglesias Orientales.

Pero la fiesta de la Natividad es de importancia en el calendario no sólo por sí misma, como una de las más grandes celebraciones del año, sino también por los otros días que dependen de ella. Éstas son en su mayoría de fecha posterior en cuanto a su origen, pero son de alto rango eclesiástico. Así, sobre esta suposición, por más cuestionable que sea como hecho histórico, que el día exacto del nacimiento de Cristo fue el 25 de diciembre, tenemos primero la Circuncisión el 1 de enero, el octavo día, una festividad utilizada en el intento de desviar a los pueblos recién convertidos de las prácticas paganas supersticiosas y a menudo idólatras que la costumbre inmemorial asociaba con el comienzo del año. La Misa para este día en los misales se titula a menudo Ad prohibendum ab idolis, y sus contenidos corresponden con esa designación. Al mismo tiempo, otros libros de servicios preservan las huellas visibles de una época en que este día se trataba como una fiesta de la Santísima Virgen. Por otro lado, el octavo día antes de Navidad (diciembre 18) se mantiene como la fiesta de la Expectación de Nuestra Señora, que sólo fue añadida al calendario romano tan tarde como el siglo XVII, pero representa una antigua festividad española de la Santísima Virgen. Sin embargo, en la antigüedad no se le conocía por su denominación actual de Expectatio partus.

De nuevo, cuarenta días después de Navidad, siguiendo, como en el caso de la Circuncisión, los datos de la Ley judía, tenemos la Presentación en el Templo. Ésta, bajo su nombre griego de Hypapante (hupapante, "la reunión"), fue tratada inicialmente como una fiesta de Nuestro Salvador, en lugar de su Santísima Madre. Es más antigua que cualquier otra fiesta mariana ---pues fue mencionada alrededor del año 380 en la Romería de "Silvia", es decir, la dama española Eteria--- aunque en Jerusalén en esa fecha se celebraba cuarenta días después de la fiesta que nosotros conocemos como la Epifanía (6 de enero), pero que, como hemos visto, en ese entonces conmemoraba el nacimiento así como el bautismo de Cristo. Por alguna razón, para la cual no parece aproximarse ninguna explicación adecuada, la solemne bendición de las velas y la procesión se unieron a esta fiesta en un período temprano. Durante mucho tiempo fue conocida en Inglaterra como la Fiesta de la Candelaria y en Francia como la Chandeleur. Parece que en Oriente se oyó hablar de la Anunciación, o, como se le llamaba a veces antiguamente, la Concepción de Nuestro Señor, y que poco después se trasladó desde allí a Europa occidental. Su relación con la Navidad es obvia, y es incluso posible, como Duchesne y otros han sugerido, que la Encarnación de Nuestro Salvador fue asignada al 25 de marzo, porque ya para la época de Tertuliano se creía que ese día había sido la fecha de su Pasión. Si esto fuera cierto, el 25 de diciembre habría sido determinado por el 25 de marzo y no al revés. Pero, ciertamente, se oye de la Anunciación como fiesta mucho después de la Natividad.

Sin embargo, más tarde en el año nos encontramos con otra festividad antigua, ya familiar en la época de San Agustín (Serm., 307-308): la Natividad de San Juan Bautista. Los Padres calcularon que si para el 25 de marzo Santa Isabel ya tenía seis meses de embarazo, el nacimiento debió haber tenido lugar exactamente tres meses después. Tampoco el 24 de junio (en lugar del 25) asignado a la Natividad del Bautista presenta ninguna dificultad, ya que en la manera romana de contar tanto el 25 de marzo como el 24 de junio son igualmente octavo kalendas, el octavo día antes de las calendas del mes siguiente. Aún otra fiesta, la concepción del Bautista, que se encuentra en la Iglesia Griega y en algunos calendarios carolingios el 24 de septiembre, no necesita mención. Es principalmente interesante para nosotros pues allana el camino para la fiesta de la Concepción de Nuestra Señora y, por lo tanto, también para la de su Inmaculada Concepción.

Los Días de los Santos

Otro elemento, y el más importante, en la formación del calendario es el registro de las fechas de nacimiento de los santos. Debemos recordar que la palabra natalicio (genethlios, natalis) había llegado a significar poco más que la conmemoración. Ya antes de la era cristiana a varios personajes reales que habían sido deificados antes de la muerte comúnmente se les celebraba sus “cumpleaños” como festivales; pero es muy dudoso si éstos realmente representaban el día en que habían llegado a este mundo (vea Rohde, Psyche, 3ra. Ed., I, 235). Por lo tanto no estamos tan sorprendidos de encontrar en un período posterior en libros litúrgicos cristianos frases como natalis calicis como una designación para la fiesta de Jueves Santo, o natalis episcopi, que parece significar el día de la consagración de un obispo. De todos modos, no puede haber duda de que la misma palabra se utilizaba, y eso a partir de un período muy temprano, para describir el día en que un mártir sufría la muerte. Comúnmente se explica que significa el cumpleaños que lo introdujo a una vida nueva y gloriosa en el cielo, pero no podemos, tal vez, estar bastante seguros de que los que utilizaron por primera vez el término “mártir cristiano” tenían esta interpretación de forma consciente en su mente. Sin embargo, somos afortunados en poseer en el relato contemporáneo escrito desde Esmirna sobre el martirio de San Policarpo (hacia el año 145) una declaración clara de que los judíos y paganos preveían completamente que los cristianos tratarían de recuperar el cuerpo del mártir como un precioso tesoro al que le podrían rendir culto, e instaurarían una fiesta de nacimiento (genethlios) en su honor. Aquí, entonces, tenemos la evidencia más concluyente de que ya para la primera mitad del siglo II los cristianos estaban acostumbrados a celebrar las fiestas de los mártires.

Probablemente, durante mucho tiempo estas celebraciones continuaron siendo totalmente locales, y estaban confinadas al lugar donde sufrió el martirio o donde se conservaba una parte considerable de sus restos sobre el cual se pudiese ofrecer el Santo Sacrificio. Pero en el transcurso del tiempo la práctica de trasladar libremente tales reliquias de un lugar a otro amplió el círculo de devotos del mártir. Todas las iglesias que poseían reliquias se sentían con derecho a celebrar su "cumpleaños" con cierto grado de solemnidad, y así pronto nos encontramos con mártires de África, por ejemplo, que obtenían reconocimiento en Roma y, eventualmente, eran honrados por toda la Iglesia. Esta parece ser, en resumen, la historia de la inclusión de los días de los santos en el calendario. Al principio el número de esos días era muy pequeño, y por lo general dependía de algún vínculo local especial, y se limitaba rigurosamente a aquellos que habían derramado su sangre por Cristo. Pero poco después los nombres de los confesores también comenzaron a encontrar un lugar en las listas, pues los confesores y obispos ya estaban escritos en los dípticos, y en esos días la línea entre orar a un siervo de Dios difunto y orar por él no estaba tan claramente definida como lo está ahora. Este fue el proceso que ya se había inaugurado en el siglo IV y que ha continuado desde entonces.

Nuestros Primeros Calendarios

Según se multiplicaban las fiestas y los días de los santos, se hizo conveniente que se mantuviese algún tipo de registro de ellos. Podemos dividir los documentos de este tipo, a grandes rasgos, en dos categorías: calendarios y martirologios, ambos reconocidos oficialmente por la Iglesia. Un calendario en el sentido eclesiástico es simplemente una lista de las fiestas que se celebran en cualquier iglesia, diócesis o país en particular, organizadas en orden cronológico. Un martirologio fue originalmente, como su nombre lo indica, un registro de los mártires, pero pronto adquirió un carácter más general, y se extendió a todas las clases de santos y a todas las partes del mundo. Las entradas que están incluidas en un martirologio son independientes del hecho del culto litúrgico real en cualquier lugar en particular. Ellos siguen el mismo ordenamiento por meses y días que observamos en un calendario, pero bajo un mismo día se dan los nombres de no uno, sino de muchos santos, mientras que a menudo se añaden algunos detalles topográficos y biográficos.

Sin embargo, se comprenderá fácilmente que no siempre es fácil trazar una línea tajante entre los calendarios y los martirologios, los cuales se funden naturalmente uno en el otro. Así, el antiguo poema irlandés comúnmente conocido como el "Calendario de Aengo" es más propiamente un martirologio, pues asigna a cada día una serie de nombres de santos con total independencia de cualquier idea de culto litúrgico. Por otro lado, a veces encontramos verdaderos calendarios en cuyos espacios en blanco se han insertado los nombres de santos o de personas fallecidas, los cuales no había ninguna intención de conmemorar en la liturgia. Así, han sido parcialmente convertidos en martirologios o necrologías.

De las primeras listas de fiestas, la más famosa e importante por la información que conserva, el llamado "Calendario Filocaliano", no merece ser llamado por este nombre. Es, de hecho, no más que el libro de memorias de un cierto Furio Dionisio Filócalo, que parece haber sido un cristiano interesado en todo tipo de información cronológica y quien elaboró dicho libro en el año 354. En efecto, existe un calendario en su volumen, pero es una tabla de celebraciones puramente seculares y paganas que no contienen referencias cristianas de ningún tipo. El valor del manuscrito de Filócalo para los académicos modernos radica en dos listas tituladas Depositio Martyrum y Depositio Episcoporum, junto con otras notas ocasionales. Así aprendemos que a mediados del siglo IV un número considerable de mártires, incluyendo entre ellos a San Pedro, San Pablo y varios Papas, eran honrados en Roma en sus días propios, mientras que tres mártires africanos, San Cipriano y Santas Perpetua y Felicidad también encontraron un lugar en la lista. Las únicas otras fiestas fijas que se mencionan son la Natividad de Cristo y la fiesta de la Cátedra de Pedro (22 de febrero).

No muy lejos del documento filocaliano en el testimonio que da de la influencia todavía presente del paganismo es el "Calendario de Polemio Silvio" de 448. Este presenta una mezcla parecida a un almanaque moderno. Indicaba los días en que el Senado se reunía, cuando se celebraban juegos en el circo, así como también los tiempos de las fiestas paganas, como la lupercalia, los terminalia, etc., que en cierto sentido se habían convertido en días de fiesta en todo el imperio. Pero lado a lado con éstas, menciona ciertas fiestas cristianas ---Navidad, Epifanía, 22 de febrero (extrañamente representado como depositio Petri et Pauli), y cuatro o cinco días de otros santos. Muy curioso, también, es de notar en tal grupo las natales de Virgilio y de Cicerón. Junto a esto viene un documento de la Iglesia de África del Norte, que se describe comúnmente como el "Calendario de Cartago", y que pertenece a los años finales del siglo VI. Presenta un considerable número de mártires, en su mayoría africanos, pero también incluye algunos de los más famosos de los de Roma, por ejemplo, San Sixto, San Lorenzo, San Clemente, Santa Inés, etc., con Santos Gervasio y Protasio de Milán, Santa Ágata de Sicilia, San Vicente de España y San Félix de Nola en Campania. También encontramos días asignados a algunos de los Apóstoles y a San Juan Bautista, pero hasta ahora ninguna fiesta de Nuestra Señora.

Anteriormente en materia de tiempo (c. 410) hay una compilación preservada para nosotros en siríaco, de origen oriental y arriano. Fue publicada por primera vez por el orientalista inglés, William Wright, y desde entonces ha sido editada por Duchesne y De Rossi en su edición del "Martyrologium Hieronymianum" (Acta Sanctorum, noviembre, vol. II). El documento siríaco es sobre todo importante como testimonio de una de las principales fuentes, directas o indirectas, de ese famoso martirologio, pero también muestra cómo incluso en Oriente se estaba formando un calendario en el siglo IV, que contenía los mártires de Nicomedia, Antioquía y Alejandría, incluso con unas pocas entradas occidentales, como las santas Perpetua y Felicidad (7 de marzo), y Sixto probablemente. Se conmemora a Santos Pedro y Pablo el 28 de diciembre, el cual puede ser un simple error, a San Juan y Santiago el 27 de diciembre, a San Esteban el 26 de diciembre, que sigue siendo su día apropiado. El mes de diciembre tiene algunos vacíos, o probablemente habríamos encontrado la Natividad el 25 de diciembre. La Epifanía se menciona el 6 de enero.

Estrechamente relacionado en algunos de sus aspectos con este memorial de la Iglesia Oriental es el llamado "Martyrologium Hieronymianum", ya mencionado. Esta obra, que a pesar de su nombre no le debe nada directamente a San Jerónimo, probablemente fue compilada por primera vez en el sur de la Galia (Duchesne dice Auxerre, Bruno Krusch dice Autun) entre los años 592 y 600, es decir, en la misma época que San Agustín les estaba predicando el Evangelio a nuestros antepasados anglosajones. Como un martirologio es el tipo de una clase. Contiene largas listas de nombres obscuros para cada día, mezclados con datos topográficos, pero en contraste con el martirologio posterior de Beda, Ado, Usuardo, etc., a partir de los cuales se ha desarrollado nuestro moderno "Martyrologium Romano", el "Jeronimiano" incluye pocos datos biográficos sobre el tema de sus notas. La discusión más completa de este documento, sin embargo, pertenece al artículo martirologio. Es suficiente decir aquí que en su forma primitiva el "Jeronimiano" no incluye fiestas propias de Nuestra Señora; incluso sólo se alude indirectamente a la Purificación, el 2 de febrero.

Fiestas de Nuestra Señora

Y aquí puede ser conveniente observar que las principales fiestas de la Santísima Virgen, la Asunción, la Anunciación y la Navidad, sin duda, se celebraron por primera vez en Oriente. Hay muy buena razón para creer, a partir de ciertas narraciones siríacas apócrifas de la "Dormición de María, la Madre del Señor", que una celebración de su Asunción al cielo ya se observaba en Siria en el siglo V en un día que corresponde a nuestro 15 de agosto (cf. Wright, en Diario de Literatura Sagrada, NS, VII, 157). De nuevo, se dice que la Anunciación se conmemora en un sermón auténtico de San Proclo de Constantinopla (m. 446), mientras que el acuerdo de los cristianos armenios y etíopes en mantener festivales similares parece devolver el período de su primera introducción a una época anterior a aquella en que las iglesias cismáticas se desprendieron de la unidad. En Occidente, sin embargo, no tenemos detalles definidos de la primera aparición de estas fiestas marianas. Sólo sabemos que se celebraban con solemnidad en Roma en los tiempos del Papa San Sergio I (687-701). En España, si podemos seguir confiados a Dom G. Morin en asignar "el Leccionario de Silos" a cerca de 650, hay una mención clara de una fiesta de Nuestra Señora en Adviento, que puede ser anterior a los que acabamos de mencionar, y en la Galia los estatutos del obispo Sonato de Reims (614-631) al parecer prescribe la observancia de la Anunciación, la Asunción y la Natividad, aunque, por extraño que parezca, no se menciona la Purificación.

Aunque la mención es una desviación del orden cronológico natural, aquí también puede decirse una palabra acerca de la fiesta de la Inmaculada Concepción. En el Oriente encontramos que era conocida por Juan de Eubea hacia el final del siglo VIII. Se celebraba, como lo sigue siendo en la Iglesia Griega, el 9 de diciembre, pero él la describe como que era sólo de observancia parcial. Sin embargo, hacia el año 1000, la encontramos incluida en el calendario del emperador Basilio Porfirogénito, y parece que en ese momento había llegado a ser universalmente reconocida en Oriente.

Sin embargo, Occidente no se quedó muy atrás. Un vestigio curioso puede encontrarse en el "Calendario de Aengo" (c. 804) irlandés, en el cual la Concepción de Nuestra Señora se asigna al 3 de mayo (Vea El Mes, mayo de 1904, págs.. 449-465). Probablemente esto no tenía ningún significado litúrgico, pero Mr. Edmund Bishop ha demostrado que antes del año 1050 en algunos monasterios anglosajones ya se celebraba una fiesta verdadera de la Concepción el día 8 de diciembre (Downside Review, 1886, págs.. 107-119). En Nápoles, bajo la influencia bizantina, la fiesta era conocida desde hacía mucho tiempo, y aparece en el famoso calendario de mármol napolitano del siglo IX, bajo la forma Conceptio S. Annæ, asignada, como entre los griegos, al 9 de diciembre. Sin embargo, el reconocimiento general de la fiesta en Occidente parece haberse debido en gran parte a la influencia de cierto tratado "De Conceptione B. Mariæ", durante mucho tiempo atribuido a San Anselmo, pero escrito en realidad por Eadmer, su discípulo. Al principio sólo se hablaba de la Concepción de Nuestra Señora, la cuestión de la Inmaculada Concepción surgió un poco más tarde. Para la Fiesta de la Presentación de la Virgen María (21 de noviembre), también se ha reclamado un origen oriental que se remonta al año 700 (ver Vailhe, en "Echos d'Orient", V, 193-201, etc.), pero esto no se puede aceptar una verificación completa. Para las otras festividades marianas, por ejemplo, la Visitación, el Rosario, etc., el lector debe referirse a estos artículos por separado. Todas son adiciones relativamente recientes en el calendario.

Los Apóstoles y otros Santos del Nuevo Testamento

A partir de la mención de San Pedro y San Pablo conjuntamente el 29 de junio en el "Depositio Martyrum" del "Calendario Filocaliano", es probable que los dos apóstoles sufrieron ese día. En la época de San León (Serme, LXXXIV) parece que la se celebraba en Roma con una octava, mientras que el martirologio sirio en Oriente y Polemio Silvio en la Galia también manifiestan una tendencia a hacer honor a la Principes Apostolorum, aunque en el primero la conmemoración se coloca el 28 de diciembre, y en el segundo el 22 de febrero. Este último día fue, en general, dado a la celebración de la Cathedra Petri, también perteneciente a épocas muy tempranas, mientras que una fiesta en honor de la conversión de San Pablo se celebraba el 25 de enero. De los otros Apóstoles, San Juan y Santiago aparecen juntos en el martirologio sirio el 27 de diciembre, y San Juan aún conserva ese día en Occidente. Respecto a San Andrés, probablemente tenemos una tradición confiable en cuanto a la fecha en que sufrió, pues aparte de una referencia explícita en la relativamente temprana "Acta" (cf. Analecta Bollandiana, XIII, 373-378), su fiesta se ha celebrado el 30 de noviembre, tanto en Oriente como en Occidente, desde los primeros tiempos. Casi todos los demás Apóstoles aparecen en alguna forma en el "Martyrologium Hieronymian", y sus fiestas poco a poco llega a celebrarse en la liturgia antes de los siglos VIII o IX.

La fijación de los días precisos posiblemente fue muy influenciada por un cierto "Breviario" que se distribuyó ampliamente en formas algo diferentes, y que profesaba dar una breve reseña de las circunstancias de la muerte de cada uno de los Doce. Como una indicación de que algunas de estas fiestas debieron haber sido adoptadas en una fecha más remota que la que se atestigua en los calendarios existentes, cabe señalar que Beda tiene una homilía en la fiesta de San Mateo, que la disposición de la colección muestra haber sido celebrada por él en la última parte de septiembre, como la celebramos en la actualidad. San Juan Bautista, como ya se señaló, también tenía más de una fiesta en los primeros tiempos. Además de la Natividad el 24 de junio, dos de los sermones de San Agustín (núms. CCCVII, CCCVIII) se consagran a la celebración de su martirio (Passio o Decollatio). Honores similares se le rindieron a San Esteban, el primer mártir, más particularmente en Oriente. San Gregorio de Nisa, en el discurso funeral de San Basilio, pronunciado en Cesarea de Capadocia en el año 379, da fe de esto, y nos permite saber que la fiesta se mantuvo entonces como lo es ahora, el día después de Navidad.

Por otro lado, el nombre de San José no aparece en el calendario hasta relativamente tarde. Curiosamente una de los primeros señalamientos que el escritor ha sido capaz de encontrar de un día especial consagrado a su memoria aparece en el "Calendario de Aengo" (c. 804) en la fecha actual, 19 de marzo. Allí leemos de "José, nombre que es noble, el padre adoptivo de Jesús". Pero a pesar de una invocación a San José en el antiguo himno irlandés "Sen De" atribuido a San Colman Ua Cluasaigh (c. 622), no podemos considerar esta entrada como un indicio de cualquier culto propio. Parece probable, por la naturaleza de alguna de la literatura apócrifa de los primeros siglos, que desde la antigüedad se le rendía honor a San José en Siria, Egipto y en Oriente en general, pero los datos fiables en cuanto a su fiesta en la actualidad son insuficientes.

Crecimiento del Calendario

Durante los períodos Merovingios y Carolivingios el número de festivales gradualmente aumentó; quizá muchas de las indicaciones mas seguras que se tienen al respecto, son los registros de los libros de servicio, los sacramentarios, los antifonarios y los leccionarios, pero son difíciles de establecer fechas para ellos. Algunas otras listas son de carácter más definitivo y que accidentalmente han sido preservadas para nosotros y que sería interesante citar.

Existen registros de Perpetuus, Obispo de Tours (461-491) que establecen las principales festividades celebradas con días de vigilia siendo las siguientes: “Natalis Domini; Epifanía, Natalis S. Ioannis (Junio 24); Natalis S. Petri episcoupatus (Febrero 22); Sext. Cal, apr. Resurrectio Domini nostri I. Chr.; Pascha; Dies Ascensionis; Passio S. Ioannis; Natalis SS. apostolorum Petri et Pauli; Natalis S. Martini; Natalis S. Symphoriani (Julio 22), Natalis S. Litorii (Septiembre 13) ; Natalis S. Martini (Noviembre 11); Natalis S. Bricii (Noviembre 13; Natalis S. Hilarii (Enero 13)”; (Mon. Germ. SS. Meroving., I, 445).

Similarmente el obispo Sonnatius de Reims (614-631) establece la siguiente lista de festividades que eran observadas como feriados abssque omnia opere forensi: Nativitas Domini, Circumcisio, Ephiphania, annuntiatio beatae Marie, Resurrectio Domini cum die sequenti, Ascensio Domini, dies Pentecostes, Nativitas deati Ioannis, Baptistae, Nativitas apostolorum Petri et Pauli, Assumptio beatae Mariae, eiusdem Nativitas, Nativitas Andreae apostoli, et onmes dies dominicales.

Durante el transcurso de los Siglos VIII y IX, varios sínodos alemanes establecieron listas de feriados eclesiásticos los cuales debían ser celebrados con descanso del trabajo. En un registro antiguo que se adscribe a San Bonifacio, nosotros encontramos diecinueve de tales días, además de los domingos ordinarios, tres días libres después de la festividad por si misma que eran observados tanto para la Navidad como para la Pascua. En un concilio que se celebró en Aachen en 809 se establecieron veintiún feriados.

Esto incluía la semana de pascua y festividades tales como la de San Martín y San Andrés. En la localidad de Basle en el año 827 la lista fue extendida aún más e incluía las festividades de los apóstoles. En Inglaterra los días que se observaban de esta manera no habían sido tan numerosos al menos al principio, pero al final del Siglo X, muchos agregados fueron hechos mientras que las ordenanzas de los sínodos eran reforzadas por la autoridad real. La lista se componía de cuatro festividades principales que se referían a Nuestra Señora y la conmemoración de San Gregorio el Grande. La observancia de la festividad de San Dunstan fue impuesta un poco más tarde durante el reinado de Cnut.

Tal y como lo indican ciertos documentos, quizá el calendario eclesiástico mas antiguo en el sentido estricto de la palabra, y que aún sobrevive, es el que estuvo en posesión de San Willibrord, apóstol de los frisianos, quien dejó una nota de autógrafo en el año de su consagración como obispo (año 695). El calendario fue probablemente escrito en Inglaterra entre los años 702 y 706. Nunca ha sido impreso y es interesante ver que las entradas del calendario están hechas en el original a mano omitiéndose las interpolaciones que otros hicieron un poco mas tarde. El manuscrito contiene el bastante conocido “Codex Epternacensis”, ahora hay un manuscrito latino 10837, en la biblioteca nacional de París.

ENERO

1 Circuncisión 3 Sta. Genoveva of París 6 Epifanía 13 San Hilario 14 San Felix de Nola 17 San Antonio, el hermitaño 18 San Pedro Preside Roma y la Asunción de Santa María 20 San Sebastián 21 Santa Agnes V. 24 San Babilas, Obispo y Mártir 25 Conversión de San Pablo en Damasco 29 San Valerio, Obispo; y Santa Lucía V. de Treves

FEBRERO

1 Santa Denis, San Policarpo y Santa Brígida V. 2 San Simeon, Patriarca 5 Santa Agatha 6 Santa Amanda 16 Santa Juliana 22 Presidencia de Pedro en Antioquia

MARZO

1 Donato 7 Perpetua y Felícita 12 San Gregorio en Roma 17 San Patricio Obispo de Irlanda 20 San Cuberto, Obispo. 21 San Benedicto, Abad 25 Nuestro Señor es crucificado y Santiago, hermano de Nuestro Señor 27 Resurección de Nuestro Señor

ABRIL

4 San Ambrosio 22 Felipe, Apóstol

MAYO

1 San Felipe, Apóstol 5 La Ascensión del Señor 7 La Santa Cruz 11 Pancracio, Mártir 14 Original fecha para Pentecostés 31 San Maximinio de Treves

JUNIO

2 Erasmo, Mártir 8 Barnabás, Apóstol 9 San Colombo 22 Santiago hijo de Alfeo 24 Nacimiento de Juan Bautista 29 San Pedro y San Pablo en Roma

JULIO

15 San Santiago de Nisibis 26 Santiago, Apóstol, hermano de Juan 26 San Simeon, monje en Siria 29 San. Lupus

AGOSTO

1 Los Macabeos, siete hermanos con su madre 5 San Oswaldo, Rey 6 San Sixto, Obispo 10 San Laurencio, Diácono 13 Hipólito, Mártir 16 (Sic) Santa María 25 San Bartolomé, Apóstol 28 Augustino y Fausto, Obispos 29 Martirio de San Juan el Bautista 31 San Paulino, Obispo de Trier

SEPTIEMBRE

7 Sergio, Papa en Roma 9 (Sic) Natividad de Santa María en Jerusalén 13 Cornelio y Cipriano 15 Santa Eufemia, Mártir 19 Janario, Mártir 21 Mateo, Apóstol 22 Pasión de San Mauricio 24 Concepción de San Juan el Bautista 27 Cosmas y Damian en Jerusalén 29 San Miguel Arcángel

OCTUBRE

1 Remedio y German 4 Sts. Heuwald y Hewald, Mártires 14 Paulino, Obispo en Canterbury 18 Lucas, Evangelista 28 Simón y Judas, Apóstoles 31 San Quintino, Mártir

NOVIEMBRE

10 San Leo, Papa 11 San Martín, Obispo en Tours 22 Santa Cecilia 23 Clemente en Roma 24 Crisógono 30 San Andrés, Apóstol

DICIEMBRE

10 Santa Eulalia y otros setenticuatro 20 San Ignacio, Obispo y Mártir 21 Santo Tomás, Apóstol en India 25 Natividad de Nuestro Señor Jesucristo 26 San Esteban, Mártir 27 Juan, Apóstol y Santiago, su hermano 28 Santos Inocentes 31 San Silvestre, Obispo

Esta lista ilustra bastante bien la selección arbitraria de los santos a ser conmemorados, lo cual es observable en la mayor parte de los calendarios. La mención de la Natividad de Nuestra Señora el 9 de septiembre en lugar del 8, es interesante verla en función de una práctica oriental, referida por el calendario de mármol de Nápoles, el que celebraba también la Concepción de Nuestra Señora el 9 de diciembre.

El aparecimiento de San Januario el 19 de septiembre, es también notorio. La relación entre Inglaterra e Italia en cuanto a conmemoración de los santos ha sido notada sin haber sido adecuadamente explicada (véase Morin, Liber Comicus, apéndice, etc). La ocurrencia de la “Invención de la Cruz”, por parte de la iglesia griega también es algo notable. Es también curioso, la eliminación parcial de la festividad de la Asunción del 16 de agosto (sic) y su aparición el 18 de enero.

En los últimos calendarios anglosajones, los que en un número considerable han sido impresos por Hampson y Piper, ofrecen pocos puntos de interés en relación con lo mencionado anteriormente. Sin embargo una palabra debe ser dicha acerca de la notoriedad de esto último. La métrica del calendario latino que se ha impreso entre los trabajos de Bede, se muestra en referencia a Wilfredo de York, quien murió después de este tiempo, pero que ofrece puntos útiles de comparación con el martirologio genuino de Bede. Este último documento ha sido recuperado hasta nosotros debido a la paciente labor de Dom Quentin (véase Les Martyrologes Historiques, París, 1908, pp. 17-119).

No menos interesante es el martirologio inglés antiguo, editado por la English Text Society, por G. Herzfeld. Este documento aunque no es un calendario, y aunque no incluye las últimas interpolaciones, probablemente refleja el arreglo de un calendario que puede ser anterior al tiempo de Bede . Especialmente notable son las breves referencias a santos como Capuano y del sur de Italia lo cual es un indicativo que se deriva de los antiguos libros de misa, probablemente misales del tipo gelasiano los cuales fueron sustituidos por los sacramentarios gregorianos.

Otro calendario antiguo que posee bastante interés para los estudiantes de habla inglesa es el “Menologium Anglosajon” un corto pero ornamentado poema del Siglo X en el que se describen las principales festividades de cada mes y probablemente tenía la intención de ser uso popular (véase Imelmann, Das altenglische Menologium, p. 40). El principal propósito del escritor es indicado por las siguientes palabras concluyentes :

Nu ge findan magon Haligra tiid, the man healdan sceal, Swa bebugeth gebod geond Brytenricu Sexna Kyninges on thas sylfan tiid (Ahora nosotros podemos encontrar las mareas sagradas las cuales deben ser observadas como mandamientos a través de Bretaña y del rey de los sajones al mismo tiempo)

El uso de calendarios métricos sin embargo, no era de manera alguna peculiar sólo en Inglaterra. El calendario irlandés “Calendar of Aengus” ya se refería a eso y estaba escrito en verso como también lo estuvieron ciertos calendarios latinos impresos por Hampson y que fueron mostrados por el doctor Whitley Stokes, los cuales presentan claros signos de influencia irlandesa. En el continente también existía este tipo de documentos y para poner un ejemplo, nosotros tenemos un calendario elaborado más que un martirologio y que estaba compuesto de 848 hexámetros en latín por Juan Wandelbert de Prum.

Desarrollos Posteriores

La historia de la martirologia más en detalle la cual ha sido trabajada por Dom Quentin, muestra como existían ciertos vacíos. Casi todos los escritores tales como Florus, Do y Usura, quienes emprendieron la tarea de suplementar el martirologio de Bede, trabajaron también con el objeto de referirse a los días que habían sido dejados en blanco.

Nosotros podemos lógicamente inferir que el mismo espíritu debe haber afectado al calendario como un todo. El mero hecho de encontrar espacios en blanco no cabe duda, en mucho casos, fue una tentación para los escribas y escritores en función de llenarlo si es que su erudición era suficiente para tal propósito. Y aunque por largo tiempo estas entradas permanecieron como meras conmemoraciones de papel ellas en el largo plazo provocaron efectos en la liturgia.

Podemos decir que la misma influencia tuvo el trabajo de Alcuin en la tarea de completar los vacíos o las lagunas en el “Sacramentario Gregoriano” más particularmente cuando él proveyó un conjunto completo de misas para los domingos después de Pentecostés. Pero más allá de esto, nosotros tenemos por supuesto que considerar el potente factor que representaron los nuevos intereses devocionales creando festividades tales como las de todos los Santos, todas las almas, la Santísima Trinidad, los varios festivales de los ángeles y notablemente el de San Miguel y muchos más en los tiempos modernos, Corpus Christi, el Sagrado Corazón, las Cinco Vidas, la conmemoración de los varios instrumentos de la pasión, las diferentes invocaciones en las cuales Nuestra Señora es tratada con honores y la duplicación de las festividades que fueron proveídas por las traducciones, las dedicaciones y los eventos milagrosos como por ejemplo la estigmata de San Francisco de Asís o la transfiguración del Corazón de Santa Teresa.

Es necesario también indicar que de una manera más o menos pronunciada los numerosas personas santas que vivieron en la práctica virtudes heroicas, cautivaron e impactaron la imaginación de sus contemporáneos. La piedad de quienes profesaban la fe ha sido testigo de muchas virtudes durante la vida, o aún después de la muerte y se rindieron reverencias por el poder de su intersección con Dios. Esto generó formas que manifestaron devoción y gratitud.

En un primero momento, el reconocimiento de la santidad fue algo más bien local, informal y popular, con lo cual el resultado era que no tenía siempre mucho discernimiento. Más tarde la autoridad de la Santa Sede fue invocada en el sentido de pronunciarse respecto a un grado formal de canonización. No obstante ese sistema por una parte tiende a limitar el número de los santos reconocidos, aunque también ayuda a extender más ampliamente la fama de aquellos cuya historia o cuyos milagros fueron más notorios.

Por lo tanto, al final nosotros encontramos cultos a santos como por ejemplo a Santo Tomás de Canterbury, para tomar un ejemplo en inglés, el cual no se limitó a su propia diócesis o a su propia provincia sino que en un periodo de diez años después de su muerte su nombre encontró un lugar en los calendarios de casi todos los países de Europa. A estas causas debemos agregar el crecimiento de la cultura literaria o la alfabetización entre la gente especialmente después de la invención de la imprenta, y últimamente por algo de no menor influencia como es el carácter cosmopolita de muchas órdenes religiosas.

En donde quiera que los Cistersianos establecieron el nombre de San Bernardo ese santo necesariamente tenía honores. Si nuevamente esta situaciones no formaban parte del Christendom en el cual los frailes habían trabajado, era difícil encontrar que los fieles no habían oído hablar de San Francisco, Santo Domingo, Santa Clara, Santa Catalina de Siena y de muchos otros. Por ello no es algo sorprendente que en los primeros tiempos, el calendario creció con una multitud de nombres y si aún en nuestros días haya quedado algún día vacantante, los mismos no necesariamente preceden o excluyen los feriados oficiales.

Es prácticamente imposible entrar en todos los detalles acerca de la gran variedad de festividades que existen en un artículo como el presente. Todas las celebraciones más importantes son tratadas en artículos separados, por ejemplo: TODOS LOS SANTOS, TODAS LAS ALMAS, CORPUS CHRISTI, etc.

Varias Peculiaridades de los Calendarios

Desde el Siglo IX, se adjuntaba por lo general un calendario a las diferentes clases de libros de servicio, tales como sacramentarios, de salmos, antifonarios y aún en los pontificales. En tiempos más recientes, y especialmente cuando esos libros era impresos, fue escaso el omitirlos antes de los misales, breviarios y de horas. En los calendarios litúrgicos, con los que ahora nos encontramos más familiarizados, encontramos catálogos con las festividades ecleciásticas.

En los calendarios de fechas antiguas existe una gran variedad de información. Tenemos por ejemplo numerosos datos astrológicos que se refieren a equinoccios y solsticios. El sol entra en varios signos del zodíaco, los días de perro, los principios de las estaciones, etc. Estos rasgos son generalmente enfatizados mediante versos escritos en la parte superior o inferior de cada mes, por ejemplo: Procedunt duplices in martis tempore pisces. Ello se refiere a que al principio del mes de marzo, el sol se encuentra en la constelación de Piscis.

Algunas veces, también los versos fueron prefijados con anotaciones astrológicas, por ejemplo, Jani prima dies et septima fine timetur. Lo que se adjudica al primer día del mes de enero. El séptimo, a partir del final era de mala suerte. Debe confesarse que son numerosas las influencias paganas y seculares en los calendarios antiguos.

Una característica curiosa en muchos documentos anglosajones de esta clase es el reconocimiento de varios usos “cópticos” de Oriente. Por ejemplo, en el Misal de Jumieges, cada mes tiene el encabezado con nombres orientales para el correspondiente período, en el caso de abril, para señalar una situación: “Hebr. Nisan; Ægypti Farmuthi; Græc. Xanthicos; Lat. Apr; Sax. Eastermonath;" y más allá el 26 de abril, encontramos la entrada "IX Ægyptior. mensis paschæ." (ejemplo: Pashons).

Como una norma de información, los arreglos “cópticos” de los meses, son aproximadamente correctos. En otras presentaciones se encuentran cuidadosas anotaciones, como por ejemplo en el llamado dies aegyptiaci, del cual se dice que traía mala suerte (véase Chabas, "Le Calendrier des jours fastes et de fastes de l'année égyptienne", pp. 22, 119 y siguientes).

A manera de ornamento, los calendarios más antiguos traían insertos a manera de dos pilares, formando cada uno de ellos especie de columnas en lo escrito. Un diseño a manera de arco coronaba la totalidad. En la Edad Media, encontramos hermosos dibujos de viñedos y elaboraciones delicadas que servían de ilustración en función de la imaginación y de las diferentes estaciones del año.

Una característica que viene desde los tiempos antiguos, pero que ha sobrevidido aún en las ediciones impresas de los calendarios en el Breviario y Misal, es la inserción contra cada día del “Epact” y de la “Carta Dominical”. Esto se refiere a un método muy artificial de cómputo y tiene por finalidad, indicar la ubicación de cada día de la semana en cada determinado año, y más en particular, respecto a las fases o etapas de la luna.

La etapa de la luna, deteminada por ciertos métodos, era leída en voz alta antes del martirologio, cada día durante la recitación pública del Oficio Primo. Cuando el calendario fue reformado por Gregorio XIII, se mantuvieron en sus formas correctas, las características de los viejos métodos y los nombres a los cuales la gente ya se había acostumbrado. Debido a que este sistema de contabilidad de tiempo es anticuado y hay poco interés en él, se recomienda al lector el artículo EPACT o las explicaciones dadas con los calendarios en las copias del Breviario Romano y Misal.

Además de los calendarios eclesiásticos que fueron escritos en los libros de servicios, una práctica que tuvo crecimiento en la Edad Media, fue la compilación de calendarios para uso de los láicos. Esto corresponde a lo que nosotros conocemos en la actualidad como almanaques. En ellos, los elementos astrológicos tienen un papel más importante que en los misales.

Una de las más famosas compilaciones fue conocida como el “Calendario de Bergers”, o el “Calendario de Pastores”. Varias veces fue impreso suntuosamente en París antes del Siglo XV y luego se distribuyó en Inglaterra y Alemania. El tono religioso es muy pronunciado y al mismo tiempo encontramos las más elaboradas direcciones astrológicas en relación a días de suerte e infortunio para ciertas operaciones médicas, particularmente hemorragias, además de prácticas agrícolas, tales como siembra, cosecha, preparación de suelos, prácticas de pastoreo y otras por el estilo.

Es una notoria ilustración del conservadurismo y de mentalidad rústica, que las ediciones del “Calendario de Pastores” fue publicado en Londres hasta ya pasada la mitad del Siglo XVII. El tono esencialmente católico del libro puede ser fácilmente distinguible en sus más pequeños detalles (véase Ecclesiastical Review, julio, 1902, pp. 1-21).

El Calendario Moderno Impuesto por Autoridad

Es posible inferir, con base en lo mencionado con anterioridad, que existía gran divergencia entre los calendarios que se utilizaban a fines de la Edad Media. Esta carencia de uniformidad degeneraba en abuso y era una fuente fértil para confusiones.

Un nuevo calendario se tuvo con base en el Nuevo Breviario y Misal, que se publicó de conformidad con el Concilio de Trento y que vieron la luz pública en 1568 y 1570, respectivamente. Como un fragmento del nuevo código litúrgico, la observancia del nuevo calendario fue obligatorio en todas las iglesias que no pudieron demostrar bases respecto a doscientos años de disfrute de sus costumbres distintivas.

Esta ley que aún continúa en observancia, no previno de que sucesivos pontífices agregaron nuevas festividades. Tampoco fue obstáculo para que muchas Diócesis o iglesias, adoptaran celebraciones locales, para lo cual fue solicitada y adquirida, la solicitud y permiso del papa o de la Congregación de Ritos.

No obstante, aunque fueran agregadas nuevas festividades, los festejos del calendario romano debían ser mantenidos. Se hicieron considerable número de concesiones en este sentido. Es muy raro encontrar una Diócesis cuyo calendario no tenga esas adiciones y no difiera de calendarios de Diócesis o provincias vecinas. La introducción de una nueva festividad o de transferencias, podía ser causa de considerable disturbio.

En las islas británicas -Inglaterra, Irlanda y Escocia- se celebraban un determinado número de santos independientemente una de la otra, a pesar de que el calendario romano también les era común. Este calendario, empero, durante tres siglos, y especialmente durante los pasados treinta años, ha llegado a tener notables modificaciones. Esto ocurre en parte por la introducción de nuevos santos, y también por el cambio de grado de las festividades que ya han sido admitidas.

Una presentación por medio de una tabla lo mostrará con claridad. No se sabe con certeza cual era el significado estricto del término doble. Algunos consideran que se referían a festividades durante las cuales se duplicaba el número de veces el rezo de los salmos. Otros, quizá con mayor probabilidad de certeza, señalan que se referían a las festividades de Roma, antes del Siglo IX, en las cuales era costumbre rezar dos conjuntos de Matinas, una por la observancia del día de la semana, y la otra por el festival.

Tales días fueron conocidos como “dobles”. Sin embargo, una clasificación más elaborada entre dobles y simples pudo muy bien haber tenido lugar en tiempos antiguos. En la actualidad tenemos seis grados: dobles de primera clase, dobles de segunda clase, grandes dobles, dobles, semi-dobles y simples. La siguiente tabla muestra una clasificación basada en las revisiones que se han hecho al Breviario en 1568, 1562, 1631, y 1882. Para fines comparativos se agregan datos de 1907.

1508 1602 1631 Clemente 1882 Urbano 1907 Festividades del Breviario Pío V VIII VIII León XIII Pío X Dobles de 1a. clase 19 19 19 21 23 Dobles de 2a. clase 17 18 18 18 27 Grandes Dobles --- 16 16 24 25 Dobles 53 43 45 128 133 Semidobles 60 68 78 74 72 Totales 149 164 176 275 280

Estas figuras (que incluyen no solamente las festividades fijas, sino también las movibles y las de octavos días) son suficientes para ilustrar la coronación del calendario, lo que tuvo lugar en tiempos recientes. Más aún, se debe recordar que hablando en términos prácticos, las festividades de alto rango fueran “simplificadas”, es decir reducidas en su nivel de conmemoraciones.

Si existiera alguna duda sobre un día ya ocupado, sería “transferido” a un día libre. Esto puede ser encontrado en las últimas etapas del año. Por otro lado, mientras se han incrementado los dobles de primera y de segunda clase, etc. (festa chori), los feriados de obligación (festa chori et fori) han crecido poco, infuenciados por las dificultades de normas civiles en varios países europeos. La Inglaterra de la Pre-Reforma, con sus cuarenta o más feriados o preceptos, no fue más allá en relación con el resto del mundo.

Para tomar solamente un ejemplo que se tiene a la mano, en la Diócesis de Liaegrave, en 1287 (Mansi, Concilia, XXIV, 909) había, además de los domingos, cuarenta y dos festividades en donde no se permitía que la gente trabajara. Por tanto, es escasamente sorprendente que el excesivo número de estos días de festejo fuera incluído en 1523 en el Centrum Gravamina, Cien Lamentos, de la nación alemana. El Papa Urbano VIII en 1642, privó a los obispos del derecho de instituir nuevos feriados ecleciásticos sin el permiso de la Santa Sede, y limitó el número de los mismos a una obligación general de cuarenta y cuatro.

En el Siglo XVIII, bajo la presión de varios gobernantes, en varios países, la lista fue más bien disminuída. Muchas de las que eras festividades con feriado, fueron reducidas al estatuto de festividades de devoción, por ejemplo se abolió la obligación de escuchar misa y de descansar del trabajo, mientras tanto, también las vigilias cesaron en ser observadas como días de ayuno. Pero aún después de las concesiones que Clemente XIV, en 1772, realizó a la Empeatriz María Teresa, dieciocho feriados (festa chori et fori) todavía permanecen en los dominios austríacos.

En Francia, bajo el régimen de Napoleón, el papa se vió forzado a reducir el número de feriados de obligación, hasta que los mismos se redujeron a cuatro: Navidad, Ascensión, Asunción y de Todos los Santos. Para el resto de festividades, otras concesiones fueron hechas por León XII, y sus sucesores. En la actualidad, el número de feriados de obligación en Roma es de dieciocho (siempre excluyendo domingos). Pero solo nueve de ellos son reconocidos como feriados legales por el gobierno italiano. La norma francesa de cuatro festa proecepti prevalece en Bélgica y en Holanda.

En España, Autria y grandes regiones de Alemania, son observados 15 días de festividad, aunque ese número puede variar en diferentes provincias. En Inglaterra, las festividades de obligación son: la Circuncisión, la Epifanía, la Ascensión, Corpus Christi, San Pedro y San Pablo, la Asunción, Todos los Santos y Navidad.

A esa lista se agregan en Irlanda dos festividades más: la Anunciación, y San Patricio; en Escocia una: la festividad de San Andrés. En Estados Unidos se observan sies festividades incluyendo Navidad: Año Nuevo, la Ascensión, la Asunción, Todos los Santos y la Inmaculada Concepción.

Las condiciones deben haber sido difíciles para católicos de países de habla inglesa, en siglos pasados y viviendo bajo penalidades legales. En 1781, y de conformidad con raras y viejas copias del “Laity´s Directory”, se obligaba a guardar cada viernes del año (excepto durante el tiempo pascual) como día de ayuno. Además de esto, había abstinencia los sábados y un buen número de vigilias de ayuno, las cuales fueron substituídas en 1771, por los miércoles y los viernes de Advenimiento.

Los feriados de obligación totalizaron treinticuatro, pero en 1778 fueron reducidos a once. Los demás quedaron siendo observados como festividades de devoción. Por otra parte, el calendario creció por la restauración completa del culto litúrgico de muchos santos ingleses. El primer permiso para ello fue dado por Benedicto XIV en 1749 a requerimiento de su Alteza Real, el Cardenal de York.

Esto fue limitado a una docena de santos, incluyendo San Agustín de Inglaterra y San Jorge, ambos manteniéndose como dobles de primera clase. Sin embargo en 1774, otras concesiones fueron hechas por Clemente XIV. En 1884 la lista fue aún más extendida, y en 1887, con la beatificación de mártires ingleses, se tuvo la ocación de aprobar varios nuevos oficios y misas.

Las Iglesias de Oriente

Es prácticamente imposible entrar aquí en destalle, respecto a los calendarios de varias de las Iglesias Orientales. Para la mayoría de ellas se puede decir que tenían que enfrentar las mismas complicaciones que la Iglesia Occidental, en tanto habían festividades fijas y aquellas que eran al menos parcialmente movibles.

La mayor parte de las festividades se mantenían en los días correspondientes a la Cristiandad Occidental, tales como la Circuncisión, la Epifanía, el Nacimiento de San Juan el Bautista, San Pedro y San Pablo, la Asunsión, la Natividad de la Virgen María, la Exaltación de la Santa Cruz, San Andrés, y la Natividad de Nuestro Señor.

Sin embargo, existen casos en los que la correspondencia no es exacta. Por ejemplo, los griegos mantienen la festividad de la Inmaculada Concepción el 9 de diciembre y no el 8 de diciembre, bajo la denominación de he sullepsis tes theoprometoros Annes (conceptio Annæ aviæ Dei). La celebración de la Cruz es realizada el 3 de mayo; para los griegos el 7 de mayo. Muchas de las festividades de la Iglesia Oriental no se mantienen en los días uniformes que corresponden a la usanza latina.

En muchos casos, las celebraciones continúan luego del día propio de la festividad, pero no toman una semana. Es peculiar que en estos ritos, luego del día festivo, tiene lugar una especie de conmemoración acerca de los personajes más cercanos que se encuentran relacionados. Por tanto, el 3 de febrero, el día después de la festividad de la Purificación, los griegos dan especiales honores a San Simeon y Ana; mientras que el 9 de septiembre, el día despupes de la Natividad de Nuestra Señora, se menciona a San Joaquín y Santa Ana. Otras características excepcionales, algunas de ellas extravagantes, son presentadas en los ritos siríacos, armenios y cópticos.

Sería necesario aquí, llamar la atención a que estas iglesias por lo general asignan un día de cada mes para cultos especiales a Nuestra Bendita Señora. En cuanto a las fiestas movibles, tiene especial interés el principio de la Cuaresma. Conjuntamente con los griegos y otros ritos, el período de la Cuaresma, se dice que comienza la semana antes de la Septuagésima, aunque en este caso se trata de un tiempo de preparación. El sexagésimo domingo es conocido como he kuriake te apokreo (el domingo de abstinencia de la carne). No es que se prohiba el consumo de carne ese día, sino que hasta ese día la carne es permitida.

De manera similar, el siguiente domingo (quinquagésima) es conocido como he kuriake tes turines (el domingo de los quezos) debido a que es hasta ese domingo que se permite comer quezos y huevos. Las festividades movibles en la iglesia griega, no obstante, incluyen otros festejos más allá de aquellos que estrictamente pertenecen al ciclo oriental. El ejemplo más notorio es el de la festividad de Todos los Santos (ton hagion panton) el que se observa el domingo siguiente a Pentecostés, o en otras palabras, en el domingo de la Santísima Trinidad.


Fuente: Thurston, Herbert. "Christian Calendar." The Catholic Encyclopedia. Vol. 3. New York: Robert Appleton Company, 1908. 14 Feb. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/03158a.htm>.

Traducido por Giovanni E. Reyes. rc