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Sábado, 21 de diciembre de 2024

Demonología

De Enciclopedia Católica

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Trasfondo Histórico

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Pazuzu, príncipe de los demonios asirios
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Demonología, como lo indica su nombre suficientemente, es la ciencia o doctrina concerniente a los demonios. Tanto en su forma como en su significado, tiene una obvia analogía con la teología, que es la ciencia o doctrina acerca de Dios. Y en lo que se refiere a las muchas formas falsas y peligrosas de esta ciencia demoniaca podemos adaptar adecuadamente las conocidas palabras de Alberto Magno sobre el tema de teología y dice de la demonología: A daemonibus docetur, de daemonibus docet, et ad daemones ducit (“Es enseñada por los demonios, enseña acerca de los demonios y conduce a los demonios”). Pues mucha de la literatura que viene bajo el título de demonología está contaminada con errores que bien pueden deber su origen al padre de las falsedades, y además gran parte de ella, especialmente aquellas partes que tienen un propósito practico (lo que puede llamarse demonología ascética y mística) y que están diseñadas para llevar a los hombres a entregarse al servicio de Satanás.

Existe, por supuesto, una verdadera doctrina acerca de los demonios o espíritus malignos, a saber, aquella parte de la teológica católica que trata de la creación y caída de los ángeles rebeldes, y de las diferentes maneras en que a estos espíritus caídos se les permite tentar y afligir a los hijos de los hombres. Pero la mayoría de estas cuestiones se tratarán en otras partes de esta obra. Aquí, por el contrario, nuestra mayor preocupación son los diversos sistemas étnicos, judíos y heréticos de la demonología. Estos sistemas son tantos, que es completamente difícil ocuparse de todos ellos o exponer sus doctrinas de forma completa. Y de hecho, un tratamiento completo acerca de estas extrañas doctrinas de los demonios bien podría parecer algo fuera de lugar en estas páginas. Será suficiente dar alguna indicación de los rasgos principales de algunos de los sistemas más importantes en varios países y en tiempos remotos.

Esto permitirá al lector apreciar el importante papel desempeñado por estas ideas en el curso de la historia humana y su influencia sobre la religión, la moral y la vida social de los pueblos. Al mismo tiempo se intenta distinguir los elementos de verdad dispersos que todavía puedan encontrarse en este vasto tejido de falsedad —verdades de la religión natural, experiencias registradas de hechos reales, incluso quizás restos de enseñanzas reveladas provenientes de las Escrituras judías y cristianas o de la tradición primitiva. Este es un punto tiene alguna importancia al presente, cuando el acuerdo real o aparente entre la leyenda pagana y la teología cristiana se convierte a menudo en motivo de objeción contra la verdad de la religión revelada.

Quizás el primer hecho que impresiona al que se acerca al estudio de este tema es la sorprendente universalidad y antigüedad de la demonología, de alguna creencia en la existencia de los demonios o espíritus malignos y del consecuente recurso a los encantamientos u otras prácticas mágicas. Hay cosas que florecieron en el pasado y hace mucho tiempo desaparecieron de la faz de la tierra; y hay otras cuyo origen registrado puede rastrearse a tiempos comparativamente modernos, y no sorprende encontrar que todavía están floreciendo. Hay prácticas y creencias, además, que parecen estar confinadas a ciertas tierras y razas de hombres o a alguna etapa particular de la cultura social.

Pero hay algo que pertenece tanto al viejo mundo como al nuevo y se encuentra floreciendo entre las etnias más ampliamente diferentes, y parece ser igualmente compatible con los hábitos de los salvajes y con los refinamientos de la cultura clásica o moderna. Su antigüedad se percibe no solo por la evidencia de monumentos antiguos, sino por el hecho de que un pasado aún más remoto está todavía presente con nosotros en las etnias que permanecen, como se puede decir, en la condición primitiva y prehistórica. E incluso entre estas etnias rudas, aparentemente inocentes de todo lo que sabe a ciencia y cultura, podemos encontrar una creencia en los espíritus malignos, y algunos intentos de propiciarlos y evitar su ira o tal vez asegurar su favor y ayuda.

Esta creencia en espíritus, tanto buenos como malos, se asocia comúnmente con una u otra de las dos formas primitivas y extendidas de culto religioso; y, en consecuencia, algunos folkloristas y mitologistas modernos se ven inducidos a atribuir su origen ya sea a la personificación de las fuerzas de la naturaleza —en las que muchos han encontrado una “llave a todas las mitologías”— o al animismo, o una creencia en la poderosa actividad de las almas de los muertos, que, por lo tanto, eran invocados y adorados. Según esta última teoría, al principio se concibió a todos los espíritus como almas de hombres muertos, y a partir de este animismo aborigen se desarrollaron gradualmente los diversos y elaborados sistemas de mitología, demonología y angelología.

Pero aquí conviene distinguir entre los hechos mismos y la teoría diseñada para su interpretación. Es un hecho que estas formas rudimentarias de culto se encuentran entre pueblos primitivos. Pero la manera en que comenzaron y los motivos de los primeros adoradores prehistóricos son y deben permanecer como materia de conjetura. Del mismo modo, en lo que se refiere a estas últimas fases, es un hecho que estas creencias y practicas primitivas tienen ciertas características en común con sistemas étnicos posteriores y más elaborados —por ejemplo, la demonología iraní de el Avesta— y estos a su vez tienen muchos puntos que encuentran algún equivalente en las páginas de las Escrituras y la teología católica; pero de ningún modo se deduce de estos hechos que estas teorías fáciles sean correctas en cuanto a la naturaleza de la conexión entre estos diversos sistemas étnicos y cristianos. Y una consideración más detallada del tema puede servir para demostrar que puede explicarse de otra forma más satisfactoria.

Demonología Asiria y Acadia

En anotaciones en la Biblia o en la literatura clásica se puede recoger alguna idea de la antigüedad de la demonología y prácticas de magia, por no hablar del argumento que podría extraerse de la universalidad de estas creencias y prácticas. Pero evidencia aún más impresionante ha salido a la luz con el desciframiento de los jeroglíficos cuneiformes, lo cual ha abierto el camino al estudio de la rica literatura de Babilonia y Asiria. Como consecuencia de su efecto sobre los problemas de la historia bíblica, se ha llamado la atención a la evidencia de los monumentos en lo que se refiere a asuntos como la cosmología, la tradición del Diluvio o las relaciones de Asiria y Babilonia con el pueblo de Israel. Y posiblemente se haya mostrado menos interés en las creencias y prácticas religiosas de los propios asirios.

Sin embargo, sobre esta cuestión de la demonología se puede decir que ciertos monumentos asirios tienen una importancia especial. De ciertos textos cuneiformes que son descritos especialmente como “religiosos”, aparece, como señala Lenormant, que, además del culto público y oficial de los “doce grandes dioses” y sus divinidades subordinadas, los asirios tenían una religión más sagrada y secreta, una religión de misterio, magia y brujería. Además, estos textos “religiosos”, junto con una gran cantidad de inscripciones “talismánicas” en cilindros y amuletos, prueban la presencia de una demonología sumamente rica. Debajo de los dioses mayores y menores había un vasto ejército de espíritus, algunos buenos y benéficos, otros malos y dañinos. Y estos espíritus eran descritos y clasificados con una exactitud que llevó a Lenormant a comparar el arreglo con el de los coros y órdenes de nuestra propia jerarquía angelical.

La antigüedad e importancia de esta religión secreta, con su magia y encantamientos de los buenos espíritus o demonios malignos, puede deducirse del hecho de que por orden del rey Asurbanipal, sus escribas hicieron varias copias de una gran obra mágica según un ejemplar que había sido conservado desde una antigüedad remota en la escuela sacerdotal de Erech en Caldea. Esta obra consistía de tres libros, el primero de los cuales está totalmente consagrado a encantamientos, conjuros e imprecaciones contra los espíritus malignos. Debemos recordar que estos libros cuneiformes están realmente escritos en tablillas de arcillas, y cada tablilla de estos primeros libros que nos han llegado termina con el título “Tablilla No. ___ de los Espíritus Malignos”. El ideograma que aquí se traduce como como kullulu (“maldito” o “maligno”) también se puede leer como limuttu (“funesto”). Además de ser conocido por el nombre genérico de udukku (espíritu), un demonio es llamado más claramente ecimmu, o maskimmu.

Una clase especial de estos espíritus era el sedu o toro divino, que es representado en la conocida figura de un toro con cabeza de hombre tan común en los monumentos asirios. Cabe señalar que este nombre es probablemente la fuente de la palabra hebrea para demonio. Es cierto que el sedu asirio era comúnmente un espíritu benéfico o protector. Pero esto no es obstáculo para la derivación, pues los espíritus buenos de una nación eran a menudo considerados malos por pueblos rivales.

Demonología Iraní

En muchas maneras una de las demonologías más notables es la presentada en el Avesta, el libro sagrado del mazdeísmo de Zoroastro. En esta religión antigua, que a diferencia de la de los asirios aún existe en la comunidad de los parsis, cobra mayor prominencia la guerra entre la luz y las tinieblas, el bien y el mal. Opuesto contra el dios bueno, Ahura Mazda (u Ormuz), con su jerarquía de santos espíritus, está alineado el reino oscuro de los demonios o daevas bajo Angra Mainyus (Ahrimán), el cruel espíritu maligno, el demonio de demonios (Daevanam Daeva) y el cual está en guerra constante contra Ahura Mazda y sus fieles siervos como Zoroastro.

Cabe señalar que el nombre de Daeva es un ejemplo del cambio de un sentido bueno a uno malo que se ve en el caso de la palabra griega daimon; pues el significado original de la palabra es “el resplandeciente” y proviene de una raíz aria primitiva div, que es asimismo la fuente del griego Zeus y el latín deus. Pero mientras estas palabras, como el sánscrito deva retienen el significado bueno, daeva ha venido a significar “un espíritu maligno”. Hay al menos una coincidencia, si no un significado más profundo, en el hecho de que, si bien el sentido original de la palabra era sinónimo de Lucifer, ahora ha llegado a significar casi lo mismo que diablo (devil). También hay una curiosa coincidencia en la similitud de sonido entre daeva, el persa moderno dev y la palabra devil (diablo). Viendo esta semejanza tanto en sonido como en significado, uno estaría tentado a decir que deben tener un origen común, si no fuese por el hecho de que sabemos con certeza que la palabra diablo proviene de diabolus (diabolos – diaballein) y no puede tener conexión con la raíz persa o sánscrita.

Aunque hay marcadas diferencias entre los demonios de el Avesta y el diablo en las Escrituras y la teología cristiana (pues la doctrina cristiana esta libre del dualismo existente en el mazdeísmo), la lucha esencial entre el bien y el mal sigue siendo la misma en ambos casos. Y las pinturas de la santidad y fidelidad de Zoroastro cuando es asaltado por las tentaciones y persecuciones de Angra Mainyus y sus demonios muy bien puede recordarnos las pruebas de los santos bajo los asaltos de Satanás o sugerir alguna vaga analogía con la gran escena de la tentación de Cristo en el desierto. Afortunadamente para los lectores angloparlantes, una porción del “Vendidad” (Fargard XIX), que contiene la tentación de Zoroastro, ha sido admirablemente traducida en una paráfrasis doctrinal en “Leaves from my Eastern Garden” del Dr. Casartelli. El papel importante que desempeñan los demonios en el sistema del mazdeísmo puede ser visto en el título del “Vendidad”, que es la más larga y completa parte del Avesta, tanto que cuando el libro sagrado es escrito o impreso sin los comentarios, es conocido generalmente como Vendidad Sade que significa algo que es “dado contra los demonios” –vidaevodata, es decir, contra daimones datus o antidaemoniacus.

Demonología Judía

Cuando pasamos de el Avesta a los Libros Sagrados de los judíos, es decir a la Escritura canónica, nos sorprende la ausencia de una demonología elaborada como la de los persas y asirios. De hecho, hay mucho sobre los ángeles del Señor, las huestes celestiales, serafines, querubines y otros espíritus que están ante el trono o ministran a los hombres, pero la mención de espíritus malignos es comparativamente escasa. No es que se ignore su existencia, pues tenemos la tentación de la serpiente, en la que tanto judíos como cristianos reconocen la obra del espíritu maligno. En Job Satanás aparece de nuevo como el tentador y acusador del hombre justo; en Reyes es él quien incita a David a asesinar al profeta; en el libro de Zacarías se le ve en su oficio como acusador. Un espíritu maligno desciende sobre los falsos profetas. Saúl es afligido o aparentemente poseído por un espíritu maligno.

La actividad del demonio en las artes mágicas es indicada en las obras realizadas por los magos del Faraón y en la leyes levíticas contra magos o brujas. El macho cabrío era enviado al desierto a Azazel, que algunos suponen era un demonio (Vea DÍA DE LA EXPIACIÓN), y a esto se puede agregar un pasaje notable en Isaías el cual parece respaldar la creencia general de que los demonios habitan en lugares desolados: "Y los demonios y los monstruos se encontrarán, y los peludos se gritarán unos a otros, allí reposará la lamia y encontrará descanso en él” [[Is. 34,14). Es cierto que en este caso la palabra hebrea traducida por “demonios” puede simplemente denotar animales salvajes. Pero por otra parte, la palabra hebrea que es traducida muy literalmente como “peludos” es traducida como demonios por Tárgum y Peshitta, y se supone que signifique una deidad en forma de cabra análoga al griego Pan. Y “lamia” representa el Lilit original, un espíritu nocturno que en la leyenda hebrea es la esposa demoniaca de Adán.

Un mayor desarrollo de la demonología en el Antiguo Testamento se ve en el Libro de Tobías, que aunque no está incluido en el canon judío, fue escrito en hebreo o caldeo, y una versión en esta última lengua ha sido recuperada entre algunos escritos rabínicos. Ahí aparece el demonio Asmodeo que desempeña el papel asignado a los demonios en muchas demonologías étnicas y leyendas populares. Algunas buenas autoridades lo han identificado con el Aēshmo Daēva de el Avesta: pero Whitehouse duda su identificación y prefiere la etimología hebrea alternativa. En todo caso Asmodeo se convirtió en una figura prominente en la demonología hebrea posterior, y algunas historias extrañas que se cuentan sobre él en el Talmud están bastante en la línea de “Las Mil y Una Noches”.

La demonología rabínica del Talmud y Midrás está muy lejos de la reticencia y sobriedad de los escritos canónicos respecto a este tema. Algunos críticos modernos adjudican este vasto crecimiento en la demonología entre los judíos a los efectos del Cautiverio, y lo consideran el resultado de la influencia persa o babilónica. Pero aunque en su abundancia y elaboración puede tener alguna semejanza formal con estos sistemas externos, no parece haber razón para considerarlo simplemente como un caso de apropiación de las doctrinas de extraños. Pues cuando la comparamos más de cerca, bien podemos sentir que la demonología judía tiene su carácter distintivo propio, y debe más bien considerarse como una consecuencia de las ideas y creencias que estaban presente en la mente del pueblo elegido antes de que entrasen en contacto con los persas y babilonios.

Ciertamente es significativo que en vez de tomar prestadas de las abundantes leyendas y doctrinas disponibles en los sistemas extranjeros, los demonólogos rabínicos buscaron su punto de partida en un texto de sus propias Escrituras y tomaron de allí todo lo que querían por medio de sus sutiles e ingeniosos métodos de exégesis. Así, el antedicho texto de Isaías proporcionó, bajo el nombre de Lilit, un misterioso espíritu femenino nocturno que aparentemente vivía en lugares desolados, y de inmediato la convirtieron en la esposa demoníaca de Adán y la madre de los demonios. Pero cabe preguntarse ¿de dónde estos exponentes del Texto Sagrado obtuvieron alguna justificación para decir que nuestro primer padre contrajo un matrimonio mixto con un ser de otra raza y engendró hijos distintos de los humanos? Ellos simplemente tomaron el texto de Génesis 5,3: “Y Adán vivió ciento treinta años y engendró un hijo a su imagen y semejanza.” Esta declaración explicita, dicen ellos, implica claramente que antes de esa época él había engendrado hijos que no eran a su imagen y semejanza; para esto tendría que haber encontrado alguna ayuda idónea de otra raza que no era la suya, a saber, una esposa demoníaca, para convertirse en la madre de los demonios. Esta mención de una unión entre el hombre y seres de un orden diferente había sido durante mucho tiempo un rasgo familiar en la mitología y demonología paganas y como se verá más adelante, algunos comentadores cristianos primitivos descubrieron algo de apoyo para él en Génesis 6,2, que dice cómo los hijos de Dios: “tomaron por esposas a las hijas de los hombres.”

Una característica de la demonología judía era la sorprendente cantidad de demonios. De acuerdo a todos los relatos, todo hombre está rodeado por miles de demonios. El aire está lleno de ellos y, al ser ellos la causa de varias enfermedades, era bueno que los hombres mantuvieran cierta guardia sobre sus bocas, no fuese que al tragarse un demonio pudiesen verse afectados por alguna enfermedad mortal. Esto puede recordar la tendencia común a personificar enfermedades epidémicas y hablar de ”el demonio del cólera” o “el demonio de la influenza”, etc. Cabe señalar que la antigua superstición de estos demonólogos judíos presenta una analogía curiosamente cercana a la teoría de la ciencia médica actual. Pues ahora sabemos que el aire está lleno de gérmenes y microbios que producen enfermedades, y que al inhalar cualesquiera de estos organismos vivos, recibimos la enfermedad en nuestro organismo.

Demonología de los Primeros Escritores Cristianos

Independientemente de lo que se pueda decir de esta teoría de los rabinos, que el aire está lleno de demonios y que los hombres corrían el peligro de recibirlos en sus sistemas, ciertamente se puede decir que en los días de los primeros cristianos el aire estaba peligrosamente lleno de demonologías, y que los hombres estaban en peligro peculiar de adoptar doctrinas erróneas sobre este asunto. Se debe recordar, por un lado, que muchos de los milagros evangélicos, y en particular la expulsión de demonios, en todo caso deben haber dado a los fieles un sentido vivo de la existencia y el poder de los espíritus malignos.

Al mismo tiempo, como hemos visto, las Escrituras mismas no proveen ninguna información completa y clara respecto al origen y naturaleza de estos poderosos enemigos; por otra parte, se puede observar que los primeros conversos y maestros cristianos eran en su mayoría o judíos o griegos y muchos de ellos vivían en medio de aquellos que profesaban una u otra de las antiguas religiones orientales. Así, aunque naturalmente deseaban saber algo sobre estos asuntos, tenían muy poco conocimiento definido de la verdad y por otra parte, escuchaban diariamente información falsa y engañosa. En estas circunstancias, no es de extrañar que algunos de los primeros escritores eclesiásticos, como San Justino, Orígenes y Tertuliano, no estuviesen muy contentos con el tratamiento de este tema.

Además, hubo una fuente fructífera de error que es bastante probable que se olvide. Ahora que el consentimiento común de los comentaristas católicos han proporcionado una mejor interpretación de Génesis 6,2, y definiciones conciliares y los argumentos teológicos han establecido el hecho de que los ángeles son seres puramente espirituales, puede parecer extraño que algunos de los primeros maestros cristianos hayan supuesto que la frase “hijos de Dios” posiblemente podría significar los ángeles o que estos espíritus puros podrían haber tomado para sí esposas de las hijas de los hombres. Pero debe tenerse en mente que los viejos comentaristas que leyeron los Setenta o alguna versión derivada, no pusieron esta interpretación en el pasaje; la palabra misma estaba en el texto que tenían ante ellos, es decir, la antigua Biblia griega decía expresamente que “los ángeles de Dios tomaron como esposas a las hijas de los hombres”. Esta desafortunada lectura ciertamente fue suficiente para dar una indicación errónea a mucha de la demonología de los primeros escritores cristianos y aquellos que se desviaron en otros asuntos, naturalmente también adoptaron las peculiares ideas sobre este tema.

De cierta forma, uno de los ejemplos más notable de esta demonología errónea es aquella que se encuentra en las homilías pseudo [[Clementinas¡¡ (Hom. VIII, IX). El escritor da un relato muy completo de los misteriosos episodios de Genesis 6,2, el cual en común con otros tantos, considera es el origen de los demonios que eran, en su opinión, los descendientes de la supuesta unión de los ángeles de Dios y las hijas de los hombres. Pero en un punto, en cualquier caso, mejora la historia y hace algo para aligerar nuestra dificultad inicial. ´La primera objeción a la leyenda fue que los ángeles, como espíritus puros, eran claramente incapaces de experimentar pasiones sensuales; y posiblemente fue un agudo sentido de esta dificultad lo que llevó a algunos que habían adoptado la historia a negar la espiritualidad de la naturaleza angélica.

Pero los moralistas evaden este tema de una manera más ingeniosa. De acuerdo a su relato, las ángeles no fueron dominados por la pasión del amor sensual mientras estaban todavía en su estado puramente espiritual; sino que cuando miraron hacia abajo y fueron testigos de la iniquidad e ingratitud de los hombres, cuyos pecados profanaban la hermosa creación de Dios, pidieron a su Creador les dotase de cuerpos como los hombres, de manera que pudiesen bajar a la tierra, rectificar las cosas y llevar una vida intachable en la creación visible. Su petición fue concedida, recibieron cuerpos humanos y bajaron a morar en la tierra. Pero ahora descubrieron que con sus cuerpos de carne mortal habían adquirido también la debilidad y las pasiones que tanto estragos habían causado en los hombres, y también ellos, como los hijos de los hombres, se enamoraron de la belleza de las mujeres y, olvidando el noble propósito de su descenso a la tierra, se entregaron a la gratificación de su lujuria, y así se precipitaron temerariamente a su ruina. El resultado de su unión con las hijas de los hombres fueron los gigantes —hombres poderosos de constitución y poderes sobrehumanos, como se convirtieron en hijos de ángeles encarnados, pero al mismo tiempo mortales, como sus madres mortales. Y cuando estos gigantes perecieron en el Diluvio, sus almas incorpóreas vagaron por el mundo como la raza de los demonios.

Demonología Medieval y Moderna

A lo largo de la Edad Media cristiana los sistemas externos de demonología entre las razas incultas o en las antiguas civilizaciones de Oriente continuaron su curso, y aun se pueden encontrar floreciendo en su lugar de origen o en otras tierras. Dentro del redil católico había menos oportunidad para la peor forma de los antiguos errores. Las primeras herejías habían sido expulsadas y las especulaciones teológicas habían sido encaminadas por el camino correcto mediante la decisión del Quinto Concilio Ecuménico (545), que condenó ciertos errores origenistas sobre el tema de los demonios. Pero mientras los teólogos de aquel periodo escolástico exponían y dilucidaban la doctrina católica respecto a los ángeles y los demonios, había además un lado oscuro en las supersticiones populares y en los hombres que continuaban practicando las artes negras de la magia, brujería y el trato con el diablo.

En el turbulento período del Renacimiento y la Reforma parece que hubo un nuevo brote de viejas supersticiones y prácticas malignas, y por algún tiempo tanto los países católicos como los protestantes se sintieron perturbados debido a las extrañas creencias y acciones de verdaderos o supuestos profesores de las artes negras y por los crueles y crédulos persecutores que intentaban suprimirlos. En la nueva era de la Revolución y la difusión de ideas prácticas y métodos científicos exactos, muchos pensaron inicialmente que estas supersticiones medievales desaparecerían rápidamente.

Cuando los hombres, materializados por el crecimiento de la riqueza y las comodidades de la civilización e iluminados por la ciencia y las nuevas filosofías, apenas pudieron encontrar fe para creer en las verdades puras de la religión revelada y hubo poca cabida para cualquier creencia en las doctrinas de demonios. Todo el asunto ahora fue rechazado groseramente como un mal sueño o alucinación. Los eruditos se maravillaron ante la credulidad de sus antecesores, de su fe en fantasmas, demonios y magia negra, pero sintieron que era imposible interesarse seriamente en el tema en su época de Ilustración. Sin embargo, aún había un engaño más extraño en la fe ingenua de los primeros racionalistas, que creían haber encontrado la clave de todo conocimiento y que no había nada en el cielo o en la tierra que estuviese fuera del alcance de su ciencia y filosofía. Y mucha de la historia del siglo XIX forma un curioso comentario sobre estas orgullosas pretensiones; pues lejos de desaparecer de la faz de la tierra, gran parte del antiguo ocultismo ha sido revivido con nuevo vigor y ha tomado nueva forma en el espiritismo moderno. Al mismo tiempo, filósofos, historiadores y hombres de ciencia han sido llevados a hacer un serio estudio de la historia de la demonología y el ocultismo en tiempos pasados o en otras tierras, para poder entender su verdadero significado.

Conclusión

Con todas sus variaciones y contradicciones, los numerosos sistemas de demonología aún tienen mucho en común. En algunos casos esto puede explicarse por el hecho de que uno ha tomado prestado libremente de otros. Así, la demonología de los primeros escritores cristianos naturalmente debería mucho a los sistemas de demonología judíos y griegos, y estos a su vez apenas estuvieron libres de influencias extranjeras. Y dado que no solo las opiniones heréticas, sino también la enseñanza ortodoxa sobre el tema tiene, en todo caso, ciertos elementos en común con los sistemas étnicos —desde el animismo del simple salvaje hasta la elaborada demonología de los caldeos e iraníes— el mitólogo o folklorista nos invita a llegar a la conclusión de que todos provienen de una misma fuente, y que la doctrina bíblica y católica sobre los espíritus malignos no debe ser más que un desarrollo del animismo y una forma más refinada de demonología étnica.

Pero es bueno observar que, en el mejor de los casos, esta solución es más que una hipótesis plausible y que los hechos del caso pueden explicarse igualmente mediante otra hipótesis que muchos escritores filosóficos no parecen haber considerado, a saber: la hipótesis de que la enseñanza de la religión revelada sobre este tema es verdad después de todo. ¿Podría decirse que si esto fuese así no habría rastro de la creencia en los demonios entre razas fuera del redil cristiano o en sistemas religiosos más antiguos que la Biblia? Si, como enseña nuestra teología, los ángeles caídos realmente existen y se les permite probar y tentar a los hijos de los hombres, ¿no deberíamos esperar encontrar alguna creencia en su existencia y algunos rastros de su maligna influencia en cada país y en cada época de la historia humana? ¿No deberíamos esperar encontrar que aquí, como en cualquier otro lugar, los elementos de verdad estarían superpuestos por el error, y que deberían tomar diferentes formas en cada nación y cada época sucesiva, de acuerdo a la medida del conocimiento, la cultura y las nuevas ideas corrientes en las mentes de los hombres? Esta hipótesis, por no decir más, se ajustará bien a todos los hechos –por ejemplo, la universalidad de la creencia en los espíritus malignos y cualquier evidencia presentable para la influencia real sobre los hombres, ya sea mediante registros de posesión demoniaca y magia en el pasado, o en los fenómenos del espiritismo moderno. Y apenas podemos decir lo mismo de las demás hipótesis.


Fuente: Kent, William. "Demonology." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4, págs. 713-717. New York: Robert Appleton Company, 1908. 9 sept. 2021 <http://www.newadvent.org/cathen/04713a.htm>.

Traducción por X.L. Vilar-Del Castillo. lmhm