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Sábado, 21 de diciembre de 2024

Concordato Francés de 1801

De Enciclopedia Católica

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Causas del Concordato

Concordato Francés de 1801 es el nombre dado a la convención del 26 de mesidor, año IX (16 julio 1802), mediante el cual el Papa Pío VII y Bonaparte, primer cónsul, reestablecieron la Iglesia Católica en Francia. Bonaparte comprendió que el restablecimiento de la paz religiosa era ante todo lo necesario para la paz del país. La hostilidad de los vandeanos al nuevo estado de cosas que resultó de la Revolución se debió principalmente al hecho de que sus conciencias católicas estaban ultrajadas por las leyes revolucionarias. De las 136 sedes de la antigua Francia, algunas habían perdido sus titulares por muerte; los titulares de muchas otras se habían visto obligados a emigrar. En París, la catedral de Notre-Dame y la iglesia de San Sulpicio estaban en posesión del clero "constitucional"; Royer, un obispo "constitucional", había tomado el lugar de Mons. de Juigné, el legítimo y emigrado arzobispo de París; incluso en las iglesias que los católicos habían recuperado, también se celebraban los ritos de los "teofilántropos" y los de los "Decadi". La nación sufría de esta anarquía religiosa y los deseos del pueblo coincidían con la política proyectada de Bonaparte de restaurar la Iglesia católica y el culto católico a su condición normal en Francia.

Primeros Avances

Después de su victoria en Marengo, Bonaparte pasó por Vercelli (25 junio 1800), donde visitó al cardenal Martiniana, obispo de esa ciudad. Pidió a ese prelado que fuese a Roma y le informara a Pío VII que Bonaparte deseaba regalarle treinta millones de católicos franceses; que el primer cónsul deseaba reorganizar las diócesis francesas, al tiempo que reduciría su número; que se indujera a los obispos émigré a renunciar a sus sedes; que Francia debía tener un nuevo clero libre de las condiciones políticas pasadas; que se debía restablecer la jurisdicción espiritual del Papa en Francia. Martiniana informó fielmente estas palabras a Pío VII. Sólo unos meses antes había muerto Pío VI en Valence, prisionero de la Francia revolucionaria.

Cuando fue elegido en Venecia, Pío VII había anunciado su acceso al gobierno legítimo de Luis XVIII, no al de la República; y ahora Bonaparte, el representante de este gobierno de facto, estaba haciendo propuestas de paz a la Santa Sede el mismo día de su gran victoria. Su acción, naturalmente, causó la mayor sorpresa en Roma. Sin embargo, las dificultades en el camino fueron muy serias. Surgieron, principalmente (1) de las susceptibilidades de los obispos émigré, del futuro Luis XVIII y del cardenal Maury, que sospechaba de cualquier intento de reconciliación entre la Iglesia Romana y la nueva Francia; (2) de las susceptibilidades de los antiguos revolucionarios, ahora cortesanos de Napoleón, pero todavía imbuidos de la filosofía irreligiosa del siglo XVIII. El rasgo distintivo de las negociaciones, tomadas en su conjunto, es el hecho de que los obispos franceses, ya sea que estuvieran en el extranjero o regresaran a su propio país, no tenían ningún corazón en ellas. El concordato finalmente arreglado prácticamente ignoró su existencia.

Tres Fases de las Negociaciones

Primera fase (5 nov. 1800 – 10 marzo 1801

Spina, arzobispo titular de Corinto, acompañado por Caselli, general de los servitas, llegó a París el 5 de noviembre de 1800. Bernier, que había sido párroco de Saint-Laud, en Angers, y famoso por el papel que había desempeñado en las guerras de La Vendée, recibió instrucciones de Bonaparte de conferenciar con Spina. Se presentaron a su vez cuatro propuestas de concordato al representante del Papa, quien sintió que no tenía derecho a firmarlas sin remitirlas a la Santa Sede. Finalmente, después de numerosos retrasos, de los que Talleyrand fue responsable, el 10 de marzo el mensajero Palmoni llevó a Roma una quinta propuesta escrita por el propio Napoleón.

Segunda Fase (10 marzo 1801 – 6 junio 1801)

Cacault, miembro del Corps Legislatif, nombrado ministro plenipotenciario de la Santa Sede, llegó a Roma el 8 de abril de 1801. Había recibido instrucciones de Napoleón de tratar al Papa como si tuviera 200,000 hombres. Era un buen cristiano y estaba ansioso por llevar la obra del concordato a un resultado exitoso. Lo que Bonaparte deseaba, sin embargo, era la aceptación inmediata por parte de Roma de su plan del concordato; en cambio, los cardenales a quienes Pío VII lo había sometido, tardaron dos meses en estudiarlo. El 12 de mayo de 1801, el mismo día en que Napoleón, en Malmaison, se quejaba a Spina de la lentitud de la Santa Sede, los cardenales a quienes se había presentado el concordato propuesto enviaron otra propuesta a París. Pero, antes de que esta última propuesta llegara a su destino, Cacault recibió un ultimátum de Talleyrand, en el sentido de que debía abandonar Roma si después de un intervalo de cinco días Pío VII no había firmado el concordato propuesto por Bonaparte. Incluso entonces, todo podría haberse tronchado si Cacault no hubiese salvado la situación. Abandonó Roma, dejando allí a su secretario Artaud, pero sugirió a la Santa Sede la idea de enviar al propio Consalvi, secretario de Estado de Pío VII, para tratar con Bonaparte. El 6 de junio de 1801 Artaud y Consalvi salieron de Roma en el mismo carruaje.

Tercera Fase (6 junio 1801 – 15 julio 1801)

Después de una audiencia con Bonaparte, Consalvi discutió con Bernier los diversos puntos del concordato propuesto y el 12 de julio llegaron a un acuerdo. Acto seguido, Bonaparte instruyó a su hermano José, a Cretet, consejero de Estado, y a Bernier para que firmaran el concordato con Consalvi, Spina y Caselli. Durante el día 13, Bernier le envió una minuta a Consalvi, en la que añadía: "Esto es lo que te propondrán en un principio; léelo bien, examínalo todo, no te desesperes por nada". Entre este minuta y la propuesta sobre la que Consalvi y Bernier habían llegado a un acuerdo el día anterior, había ciertas diferencias notables en cuanto a la publicidad del culto; se insertó una cláusula relativa a los sacerdotes casados, siempre rechazada por Consalvi; se suprimieron las cláusulas relativas a los seminarios, a los capítulos y a la profesión de la fe católica por los cónsules, a las que la Santa Sede atribuía gran importancia.

Consalvi recibió la impresión —según expresa en sus “Memoirs”, escritas en 1812— que el gobierno francés intentaba engañarlo al sustituir el texto que él había aceptado por uno nuevo; y y d'Haussonville, en su libro "La Iglesia Romana y el Primer Imperio", ha impugnado formalmente la buena fe de los representantes de Bonaparte. La citada nota de Bernier del 13 de julio, recientemente descubierta por el cardenal Mathieu, pidiendo a Consalvi que "lea" y "examine" con atención, prueba que el gobierno francés no pretendía ningún engaño; sin embargo, la presentación de este nuevo borrador reabrió toda la cuestión. Talleyrand había tomado la iniciativa en este asunto; durante veinte horas consecutivas los tres plenipotenciarios de Bonaparte y los de la Santa Sede continuaron su discusión.

El plan que finalmente acordaron fue arrojado al fuego por Bonaparte, quien durante la cena de esa noche dio paso a un violento ataque de ira contra Consalvi. Finalmente, el 15 de julio, una conferencia de doce horas terminó con un acuerdo definitivo; el día 16 lo aprobó Bonaparte. Pío VII, por su parte, después de consultar con los cardenales, sancionó este acuerdo el 11 de agosto; el 10 de septiembre se intercambiaron las firmas y el 18 de abril de 1802 Bonaparte hizo que se celebraran solemnemente en la catedral de Notre-Dame, París, la publicación del concordato y la reconciliación de Francia con la Iglesia.

Estipulaciones del Concordato

Mediante este concordato el gobierno francés reconoció la religión católica como la religión de la gran mayoría de los franceses. La frase ya no era como antaño, la religión del Estado, sino que se trataba de una profesión personal de catolicismo por parte de los cónsules de la República. La Santa Sede había insistido en esta mención, y fue solo con esta condición que el Papa acordó otorgar al Estado el poder de policía en materia de culto público. Esta cuestión había sido una de las más problemáticas que surgieron durante el curso de las deliberaciones. En materia de estas facultades policiales se había acordado, después de muchas dificultades, que el artículo I del concordato debía ser el siguiente: "La religión católica, apostólica y romana se ejercerá libremente en Francia. Su culto será público mientras se ajuste a los reglamentos policiales que el gobierno considere necesarios para la tranquilidad pública". El Papa acordó una nueva circunscripción de las diócesis francesas. Cuando esto tuvo lugar posteriormente, de las 136 sedes, solo se conservaron 60. El Papa prometió informar a los titulares reales de las diócesis que él debía esperar de ellos todos los sacrificios, incluso el de sus sedes.

Según los artículos 4 y 5, el gobierno francés debía presentar a los nuevos obispos, pero el Papa debía darles la institución canónica. (Vea PRESENTACIÓN; INSTITUCIÓN CANÓNICA; NOMINACIÓN.) Los obispos debían nombrar como párrocos sólo a las personas que fueran aceptables para el Gobierno (Art. 9); este último, a su vez, estipulaba que las iglesias que no hubieran sido alienadas y fueran necesarias para el culto serían puestas "a disposición" de los obispos (art. 12).

La Iglesia convino en no perturbar las conciencias de aquellos ciudadanos que, durante la Revolución, se habían apropiado de bienes eclesiásticos (Art. 13); por otra parte, el Gobierno prometió a los obispos y párrocos un adecuado sostenimiento (sustentationem, art. 14).

Tales fueron las principales estipulaciones del concordato. Algunos de sus artículos han sido ampliamente discutidos, particularmente por canonistas y juristas, en particular los artículos 5, 12 y 14, relacionados con la nominación de obispos, el uso de iglesias y el sostenimiento del clero. Además, la ley conocida como "Los Artículos Orgánicos" (vea ARTÍCULOS ORGÁNICOS), promulgada en abril de 1802, y siempre sostenida por los gobiernos franceses posteriores a pesar de la protesta del Papa, hecha inmediatamente después de su publicación, de varios modos ha infringido el espíritu del concordato y dio lugar a frecuentes disputas entre la Iglesia y el Estado en Francia durante el siglo XIX.

Resultado del Concordato

A pesar de la adición de los Artículos Orgánicos, debe acreditarse al Concordato el haber restaurado la paz a las conciencias del pueblo francés el mismo día de la Revolución. A ello también se debió la reorganización del catolicismo en Francia bajo la protección de la Santa Sede. También fue un gran momento en la historia de la Iglesia. Solo unos años después de que el josefismo y el febronianismo habían disputado los derechos del Papa a gobernar la Iglesia, el papado y la Revolución, en las personas de Pío VII y Napoleón I, llegaron a un entendimiento que dio a Francia un nuevo episcopado y marcó la derrota final del galicanismo.

Destino del Concordato

La ley francesa de 9 de diciembre de 1905 sobre la separación de Iglesia y Estado, contra la cual Pío X protestó en su alocución del 11 de diciembre de 1905, se basaba en el principio de que el Estado de Francia ya no debía reconocer a la Iglesia católica, sino sólo associations cultuelles definidas, es decir, asociaciones formadas en cada parroquia con el propósito de culto "de acuerdo con las reglas que gobiernan la organización del culto en general". En caso de no formación de tales asociaciones destinadas a hacerse cargo de la propiedad, real y personal, de las iglesias o fabriques (vea EDIFICACIONES ECLESIÁSTICAS; FÁBRICA DE IGLESIA), esta propiedad se perdería para siempre para la Iglesia y sería entregada por decreto a los establecimientos benéficos de las respectivas comunidades. Por la encíclica "Gravissimo officii", del 10 de agosto de 1906, el Papa prohibió la formación de estas associations cultuelles o asociaciones de culto. Roma temía que dieran al Estado un pretexto para interferir en la vida interna de la Iglesia, y ofreciesen a los laicos una tentación constante de controlar la vida religiosa de la parroquia.

Acto seguido, el Estado aplicó estrictamente la citada ley, consideró que las fabriques, es decir, las iglesias hasta entonces legalmente reconocidas, ya no existían y, a falta de associations cultuelles para hacerse cargo de su herencia, cedió todos sus bienes a establecimientos benéficos (établissements de bienfaisance). Se hizo una excepción para las edificaciones eclesiásticas que realmente se utilizan para el culto; al mismo tiempo, no se hizo nada respecto a las innumerables cuestiones legales que surgen a propósito de estos edificios, por ejemplo, derecho de propiedad, derecho de uso, reparaciones, etc. A la fecha de el presente artículo (finales de 1908) la Iglesia de Francia, despojada de todas sus propiedades, apenas es tolerada en sus edificios religiosos y tiene solo un precario disfrute de ellos.

Por otro lado, dado que la autoridad eclesiástica ha prohibido el único tipo de corporaciones (associations cultuelles) que el Estado reconoce como autorizadas para recolectar fondos con fines de culto, la Iglesia no tiene medios para reunir de manera legal y regular tales fondos o capital que se requieren para las necesidades ordinarias del culto público. Así las iglesias de Francia viven día a día; ni la parroquia ni la diócesis pueden poseer fondos, por pequeños que sean, que el párroco o el obispo puedan ceder libremente a sus sucesores; todo esto porque el Estado insiste obstinadamente en que sólo las associations cultuelles antes descritas (que sabe que son imposibles para los católicos franceses) deben estar revestidas del derecho de propiedad con fines de culto.

Aunque la condición actual es necesariamente transitoria, parece, desafortunadamente, ofrecer un elemento permanente, es decir, la pérdida segura de todas las propiedades que alguna vez pertenecieron a las fabriques. Los peores enemigos del clero francés deben admitir que, para salvaguardar sus principios, la Iglesia a la que acusan de avaricia ha sacrificado sin vacilación todos sus bienes temporales. (Vea CONCORDATO; FRANCIA; ERCOLE CONSALVI; PÍO VII; NAPOLEÓN BONAPARTE.)


Bibliografía: SECHÉ, Les origines du Concordat (2 vols., París, 1894); SICARD, L'Ancien clergé de France (París, 1903), III; GOYAU, Les origines populaires du Concordat in Autour du catholicisme social (París, 1906); LANZAC LABORIE, París sous Napoléon (París,1905 y 1907); BOULAY DE LA MEURTHE, Documents sur la négociation du Concordat (París, 1891-97); MATHIEU, Le Concordat de 1801 (París, 1903); RINIERI, La diplomatie Pontificale au XIXe siècle; Le Concordat entre Pie VII et le Premier Consul, tr. into Fr. by VERDIER (París, 1903). —Las últimas dos obras realmente han dado una versión totalmente nueva de la historia de la tercera fase de las negociaciones, gracias a los nuevos documentos desconocidos para los historiadores anteriores, D'HAUSSONVILLE, CRÉTINEAU-JOLY y THEINER. — OLLIVIER, Nouveau manuel de droit ecclésiastique français (París, 1886); CROUZIL, Le Concordat de 1801 (París, 1904); BAUDRILLART, Quatre cents ans de Concordat (París, 1905); DE BROGLIE, Le Concordat (París, 1893); PERRAUD, La discussion concordataire (París, 1892); SÉVESTRE, Le Concordat (2d ed., París, 1906), la mejor obra documental. — D'HAUSSONVILLE, Après la séparation (París, 1906); GABRIEL AUBRAY, La solution libératrice (París 1906); JENOUVRIER, Exposé de la situation légale de l'église en France (París, 1906); LAMARZELLE ET TAUDIÈRE, Commentaire de la loi du 9 Décembre, 1905 (París 1906); vea también HOGAN, Church and State in France in Am. Cath. Quart. Rev. (1892), 333 ss.; PARSONS, The Third French Republic as a Persecutor of the Church, ibid. (1899), 1 ss.; BODLEY, The Church in France (Londres, 1906).

Fuente: Goyau, Georges. "The French Concordat of 1801." The Catholic Encyclopedia. Vol. 4, págs. 204-206. New York: Robert Appleton Company, 1908. 11 agosto 2021 <http://www.newadvent.org/cathen/04204a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina