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Jueves, 28 de marzo de 2024

Teología dogmática

De Enciclopedia Católica

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La teología dogmática es la parte de la teología que trata de las verdades teóricas de fe concernientes a Dios y a sus obras (dogmata fidei), mientras que la Teología Moral tiene como materia las verdades prácticas de moralidad (dogmata morum). A veces, a la apologética o teología fundamental se le llama “teología dogmática general”; la teología dogmática propiamente dicha se distingue de ella como “teología dogmática especial”. Sin embargo, según la costumbre actual, la apologética ya no se trata como parte de la teología dogmática sino que ha alcanzado el rango de ciencia independiente, que se considera generalmente como la introducción y fundamento de la teología dogmática. El presente artículo tratará primero de las cuestiones que son fundamentales para la teología dogmática y luego revisará brevemente su desarrollo histórico debido a la perspicacia y a la infatigable laboriosidad con que los teólogos de todos los países civilizados y de todos los siglos han cultivado y promovido esta ciencia.

Definición y Naturaleza de la Teología Dogmática

Para definir la teología dogmática, lo mejor será empezar por la noción general de teología. Considerada etimológicamente, teología (del griego Theologia, esto es, peri Theou logos) significa objetivamente la ciencia que trata de Dios; subjetivamente, el conocimiento científico de Dios y de las cosas divinas. Si se define como la ciencia relativa a Dios (doctrina de Deo), el nombre de teología se aplica también al conocimiento filosófico de Dios, que se da en forma científica en la teología natural o teodicea. Sin embargo, salvo que la teodicea esté libre de errores, no puede reclamar el nombre de teología. Por esta razón, la mitología pagana y las doctrinas paganas sobre los dioses deben enseguida dejarse de lado como una teología falsa. También la teología de los herejes, en cuanto que contiene graves errores, debe excluirse. En un sentido superior y más perfecto llamamos teología a esa ciencia de Dios y las cosas divinas que, objetivamente, se basa en la revelación sobrenatural, y subjetivamente, se ve a la luz de la fe cristiana. La teología así se ensancha en la doctrina cristiana (doctrina fidei) y abarca no sólo las doctrinas particulares de la personalidad trina, esencia y existencia de Dios, sino todas las verdades reveladas por Dios. Por regla general, la época patrística no tomó la teología en este sentido amplio. Pues los primeros Padres, limitaron estrictamente el término teología a la doctrina sobre Dios, y la distinguían de la doctrina sobre su actividad externa, especialmente de la Encarnación y Redención, que incluían bajo el nombre de “economía divina”. Ahora bien, si Dios no es sólo el objeto primordial sino también el primer principio de la teología cristiana, entonces de manera similar su fin último ha de ser Dios; es decir que debe enseñar, realizar y promover la unión con Dios a través de la religión. Por consiguiente, está en la misma esencia de la teología ser la doctrina no sólo de Dios y de la fe, sino también de la religión (doctrina religionis). Esta triple función es la que dio nacimiento al viejo refrán de la escuela: Theologia Deum docet, a Deo docetur, ad Deum ducit (La teología enseña sobre Dios, es enseñada por Dios y conduce a Dios).

Sin embargo, ni la teología sobrenatural en general, ni la teología dogmática en particular está suficientemente especificada por su objeto material o su fin, puesto que la teología natural también trata de Dios y de las cosas divinas y muestra que la unión con Dios es un deber religioso. Lo que esencialmente distingue a las dos ciencias es el así llamado principio formal u objeto formal. La teología sobrenatural considera a Dios y las cosas divinas solamente a la luz sobrenatural de la revelación externa y de la fe interior, las analiza científicamente, las demuestra y penetra en su significado tanto como es posible. De esto se deduce que la teología comprende todas y sólo aquellas doctrinas que deben encontrarse en las fuentes de la fe, a saber, la Escritura y la Tradición, y que la Iglesia infalible nos propone. Ahora bien, entre estas verdades reveladas hay muchas que la razón, por su propia potencia natural, puede descubrir, comprender y demostrar, especialmente las que pertenecen a la teología natural y a la ética. Estas verdades, pese a ser accesibles a la razón sin ayuda, reciben una coloración teológica sólo por ser al mismo tiempo reveladas sobrenaturalmente y aceptadas sobre la base de la autoridad infalible de Dios. Al no ser el acto de fe más que la rendición incondicional de la razón humana a la autoridad soberana del Dios que se revela, es evidente que la teología católica no es puramente una ciencia filosófica como las matemáticas o la metafísica; debe más bien, por su propia naturaleza ser una ciencia autoritativa, que basa sus enseñanzas, especialmente de los misterios de la fe, en la autoridad de la revelación divina y de la Iglesia infalible fundada por Cristo; pues es misión divina de la Iglesia preservar intacto todo el depósito de la fe (depositum fidei), para predicarla y explicarla con autoridad. Hay, es cierto, muchos no católicos e incluso algunos católicos que se irritan al ver a la teología católica inclinarse ante una autoridad externa. Se ofenden por los decretos conciliares, las decisiones papales ex cathedra, la censura de opiniones teológicas, el índice de libros prohibidos, el Syllabus, el juramento contra el modernismo. Aun así estas reglas eclesiásticas surgen de manera natural y lógica del principio formal de la teología cristiana: la existencia de la revelación divina y el derecho de la Iglesia a pedir, en nombre de Cristo, una creencia inquebrantable en ciertas verdades relativas a la fe y la moral. Rechazar la autoridad de la Iglesia sería equivalente a abandonar la revelación sobrenatural, y despreciar al mismo Dios, que no puede ni engañar ni ser engañado, puesto que es la Verdad misma, y quien habla por boca de la Iglesia. Por consiguiente, la teología como ciencia, si quiere evitar el peligro del error, debe siempre permanecer bajo la tutela y guía de la Iglesia. Para un católico, la teología sin la Iglesia es tan absurda como la teología sin Dios. La teología dogmática, entonces, puede definirse como la exposición científica de toda la doctrina teórica relativa al propio Dios y a su actividad externa, basada en los dogmas de la Iglesia.

La Teología Dogmática como Ciencia

Al considerar que la teología dogmática depende esencialmente de la Iglesia, surge en seguida una seria dificultad. Uno se puede preguntar, ¿cómo puede la teología pretender ser una ciencia en el sentido genuino de la palabra? Si el objeto y resultado de la investigación teológica está establecido por adelantado por una autoridad que se atribuye la infalibilidad y no permitirá la contradicción, si la línea de marcha está, por así decirlo, claramente marcada y estrictamente prescrita, ¿cómo se puede plantear la cuestión de una verdadera ciencia o de libertad científica? Las pruebas dogmáticas, que supuestamente demuestran un dogma infalible, ¿no son, después de todo, mero juego dialéctico, ciencia simulada, razonamiento hecho para ordenar? El prejuicio contra la teología católica, predominante en el mundo en general, está empezando a dar frutos; en muchos países las facultades teológicas, aún existentes en las universidades del estado, se consideran tanto como un lastre inútil, y se está pidiendo que sean relegadas a los seminarios episcopales, donde ya no pueden dañar la libertad intelectual de la gente. La abierta injusticia de esta actitud es obvia cuando uno considera que las universidades surgieron y se desarrollaron a la sombra de la Iglesia y de la teología católica; y que, además, la exageración de la libertad científica puede demostrarse fatal también para las ciencias profanas. Salvo que presuponga ciertas verdades, que no pueden demostrarse más que muchos misterios de la fe, la ciencia no puede lograr nada; y salvo que reconozca los límites que se establecen a la investigación, la alardeada libertad degenerará en desordenada y arbitraria anarquía. Igual que el lógico parte de nociones, el jurista de textos legales, el historiador de hechos, el químico de sustancias materiales como cosas que no exigen prueba en su caso, así el teólogo recibe su material de manos de la Iglesia y trata con él según las reglas que el científico aplica a su propia rama.

Además, la opinión de que la investigación científica es absolutamente libre e independiente de toda autoridad es antojadiza y distorsionada. Para la libertad de la ciencia, la autoridad de la conciencia individual, y también de la sociedad humana, constituye un límite infranqueable. Incluso la autoridad civil tendría que ejercer su autoridad en forma de castigo si un profesor de universidad, abusando de la libertad de pensamiento e investigación científica, enseñara abiertamente que el atraco, el homicidio, el adulterio, la revolución y la anarquía son permisibles. Podemos conceder que el teólogo católico, que está sujeto a la autoridad eclesiástica, se halla más estrechamente ligado que el profesor de una ciencia secular. Aun así, la diferencia es de grado sólo, puesto que toda ciencia y todo investigador están ligados por el deber moral y religioso de subordinación. Es cierto que algunos escolásticos, por ejemplo, Durandus y Vázquez, le negaban a la teología cristiana un carácter estrictamente científico, sobre la base de que el contenido de la fe es oscuro e incapaz de ser demostrado. Pero su argumento no transmite convicción. Como mucho, prueba que la ciencia dogmática no es de la misma clase y orden que las ciencias profanas. Lo que es esencial a cualquier ciencia no es la evidencia interna, sino meramente la certeza de sus primeros principios.

Hay muchas ciencias profanas que toman prestados, aún sin haber sido probados, sus principios supremos de una ciencia superior; estos son los así llamados lemmata, proposiciones auxiliares que sirven como premisas para ulteriores conclusiones. El teólogo hace lo mismo. Él también, toma prestados los primeros principios de su ciencia de un conocimiento superior de Dios sin probarlos. Toda ciencia subordinada supone naturalmente en la disciplina superior el poder de dar una estricta demostración de las premisas que se dan por supuestas. Pero todos los axiomas científicos descansan últimamente en la metafísica, y la propia metafísica es incapaz de probar de manera estricta todos sus principios, todo lo que puede hacer es defenderlos contra los ataques. Está claro entonces que toda ciencia sin excepción descansa en axiomas y postulados que, aunque ciertos, no admiten aun así demostración. El matemático es consciente de que la existencia de la geometría, la más segura y palpable de todas las ciencias, depende enteramente de la solidez del postulado de los paralelos. Sin embargo, este mismo postulado dista mucho de ser demostrable. De hecho, puesto que no era previsible ninguna prueba convincente del mismo, desde la época de Gauss ha surgido una geometría más general, no euclidiana, de la que la euclidiana es sólo un caso especial. ¿Por qué, entonces, debe negarse el nombre de ciencia a la teología católica a causa de sus postulados, lemmata y misterios? Aparte del dominio del dogma propiamente dicho, el teólogo puede aproximarse a las numerosas cuestiones controversiales y a los problemas más intrincados con la misma libertad que disfruta cualquier otro científico. Una cosa, sin embargo, nunca debe perderse de vista. Ninguna ciencia tiene libertad para alterar teoremas que han sido establecidos de una vez por todas; deben considerarse como dogmas inmutables sobre los cuales se basa toda la estructura. De manera similar, el teólogo no debe considerar los artículos de fe como incómodas barreras, sino como faros que advierten al marinero, le muestran el verdadero camino y le salvan del naufragio.

Métodos de la Teología Dogmática

Mientras otras ciencias, como, por ejemplo, la teodicea, comienzan probando la existencia de Dios, está más allá del alcance de la teología descubrir las verdades dogmáticas. La materia con la que tiene que tratar el estudioso de la teología se le ofrece en el depósito de la fe y, reducida a su forma más breve, se encuentra en el catecismo. Si el teólogo se contenta con derivar los dogmas a partir de las fuentes de la fe y con explicarlos, se ocupa de la teología “positiva”. Guiado por la autoridad doctrinal de la Iglesia, llama en su ayuda a la historia y a la crítica para encontrar en la Escritura y la Tradición la verdad genuina sin mezcla. Si a este elemento positivo se une una tendencia polémica, tenemos la teología “controversial” que el cardenal Belarmino llevó a su máxima perfección en el siglo XVII.

La teología positiva debe probar sus tesis mediante argumentos concluyentes sacados de la Escritura y la tradición; de ahí que esté estrechamente relacionada con la exégesis y la historia. Como exegeta, el teólogo debe en primer lugar aceptar la inspiración de la Biblia como Palabra de Dios. Pero incluso cuando está aclarando su significado, siempre tiene en mente la interpretación unánime de los Padres, los principios hermenéuticos de la Iglesia, y las directrices de la Santa Sede. En su faceta de historiador, el teólogo no debe dejar de lado su creencia en el origen sobrenatural del cristianismo y en la institución divina de la Iglesia, si quiere dar un relato objetivo y verídico de la tradición, de la historia del dogma y de la patrología. Pues, igual que la Biblia, que es la Palabra de Dios, fue escrita bajo la inmediata inspiración del Espíritu Santo, la Tradición fue y es guiada de manera especial por Dios, que la preserva de ser restringida, mutilada o falsificada.

Por consiguiente, quien declara desde el principio que la Biblia es un libro ordinario, los milagros y profecías imposibles y anticuados, la Iglesia una gran institución para amortiguar el pensamiento, los Padres de la Iglesia charlatanes piadosos, es totalmente incapaz, incluso desde un punto de vista puramente científico, de comprender las trascendentales dispensas de Dios sobre la humanidad. De esto podemos concluir cuán antieclesiástico y al mismo tiempo cuán anticientíficos son los historiadores que prefieren explicar las obras de los Padres sin la debida consideración a la tradición eclesiástica, que era el medio ambiente mental en el que vivían y respiraban. Pues sólo cuando descubrimos el lazo viviente que los liga a la Tradición Apostólica de la que son testigos, podemos comprender sus escritos y determinar la heterodoxia de algunos pasajes, como por ejemplo la apocatastasis de Orígenes en los escritos de San Gregorio de Niza. Cuando el Papa San Pío X, en su Motu Proprio de 1 de septiembre de 1910, obligó solemnemente a los sacerdotes a adherirse a estos principios, hizo más que recordarnos las reglas consagradas por el tiempo de la fe cristiana, liberó a la historia y a la crítica de las funestas excrecencias que impedían el desarrollo de una verdadera ciencia.

Cuando se ha derivado de sus fuentes el material dogmático con la ayuda del método histórico, aguarda al teólogo otra trascendental tarea: la apreciación filosófica, el examen especulativo y el esclarecimiento del material sacado a la luz. Esta es la finalidad del método “escolástico” del que toma su nombre la “teología escolástica”.

La finalidad del método escolástico es cuádruple:

  • desvelar completamente el contenido del dogma y analizarlo por medio de la dialéctica;
  • establecer una conexión lógica entre los diversos dogmas y unirlos en un sistema bien enlazado;
  • derivar nuevas verdades, llamadas “conclusiones teológicas” de las premisas por medio del razonamiento silogístico;
  • encontrar razones, analogías, argumentos congruentes para los dogmas

Pero por encima de todo mostrar que los misterios de la fe, aunque más allá del alcance de la razón, no son contrarios a sus leyes sino que pueden ser aceptables a nuestro intelecto. Es evidente que la última finalidad de estas especulaciones filosóficas no puede ser disolver el dogma finalmente en meras verdades naturales ni despojar a los misterios de su carácter sobrenatural, sino explicar las verdades de la fe, proporcionarles una base filosófica, acercarlas más a la mente humana. La fe debe seguir siendo siempre el sólido fondo sobre el que construye la razón, y la fe a su vez se esfuerza tras el entendimiento (fides quoerens intellectum). De ahí el famoso axioma de San Anselmo de Canterbury: Credo ut intellegam. Sin embargo, por mucho que uno pueda estimar los resultados de la teología positiva, una cosa es cierta: el carácter científico de la teología dogmática no se basa tanto en la exactitud de sus pruebas exegéticas o históricas como en la comprensión filosófica del contenido del dogma. Pero al intentar esta tarea, el teólogo no puede buscar ayuda en la filosofía moderna con su interminable confusión, sino en el glorioso pasado de su propia ciencia. ¿Qué más son los modernos sistemas de filosofía, crítica escéptica, positivismo, panteísmo, monismo, sino sólo errores antiguos vaciados en moldes nuevos? La teología católica se adhiere correctamente a la única filosofía verdadera y eterna del sentido común, que fue establecida por la Divina Providencia en la escuela socrática, llevada a su perfección suprema por Platón y Aristóteles, purificada de las más pequeñas trazas de error por los escolásticos del siglo XIII.

Ésta es la filosofía aristotélico-escolástica que ha logrado una posición cada vez más fuerte en las instituciones educativas eclesiásticas. Guiados por sólidos principios pedagógicos, los Papas León XIII y Pío X prescribieron oficialmente esta filosofía como preparación para el estudio de la teología, y la recomendaron como método modelo para el tratamiento especulativo del dogma. Mientras que en su famosa Encíclica “Pascendi” de 8 de septiembre de 1907, Pío X alaba la teología positiva y reconoce francamente su necesidad, aún así hace sonar una nota de advertencia en ella para que no se llegue a estar tan absorto en ella que se descuide la teología escolástica, que es la única que puede dar una base científica al dogma. Estos rescriptos papales probablemente fueron inspirados por la triste experiencia de que cualquier otra filosofía escolástica, en vez de elucidar y clarificar, sólo falsifica y destruye el dogma, como lo demuestra claramente la historia del nominalismo, la filosofía del Renacimiento, el hermesianismo, el günterianismo y el modernismo. También el desarrollo de la teología protestante, que, al entrar en estrecha unión con la filosofía moderna, osciló aquí y allá entre los extremos de la fe y la incredulidad y ni siquiera sintió repugnancia ante el panteísmo, es un ejemplo que advierte al teólogo católico. Esto no significa que la teología católica no haya recibido algún estímulo de la filosofía moderna desde los tiempos de Kant (murió en 1804). Como cuestión de hecho, la tendencia crítica ha acelerado el sentido histórico-crítico de los teólogos católicos respecto al método y demostración, ha dado más amplitud y profundidad a su exposición de los problemas, y ha mostrado plenamente el valor de la “duda teórica” como punto de partida de toda investigación científica. Todos estos avances, en cuanto señalan un progreso real, han ejercido también una influencia saludable en la teología. Pero nunca pueden reparar los daños materiales causados a la sagrada ciencia, cuando, abandonando a Santo Tomás de Aquino, iban de la mano de Kant y demás campeones de nuestra época. Pero puesto que la filosofía aristotélico-escolástica es también capaz de un desarrollo continuo, hay razones para esperar en el futuro una mejoría progresiva de la teología especulativa.

Otro método de llegar a las verdades de la fe es el misticismo, que apela más bien al corazón y sentimientos que al intelecto, y comunica sensiblemente un conocimiento de las cosas divinas a través de la meditación piadosa. En tanto que el misticismo se mantiene en contacto con el escolasticismo y no excluye completamente al intelecto, tiene derecho a la existencia por la simple razón de que la fe arraiga en el hombre entero, y penetra sus pensamientos, deseos y sentimientos. Los más grandes místicos, como Hugo de San Víctor, San Bernardo de Clarabal y San Buenaventura, fueron al mismo tiempo distinguidos escolásticos. Un corazón que ha conservado la fe y simplicidad de su infancia, se deleita incluso ahora con los escritos de Henry Suso (murió en 1365). Pero cuando el misticismo se emancipa de la guía de la razón y no da importancia a la autoridad doctrinal de la Iglesia, enseguida cae presa del panteísmo y del pseudo misticismo, que son la ruina de toda religión verdadera. Meister Eckhart, cuyas proposiciones fueron condenadas por el Papa Juan XXII en 1329, es un ejemplo que advierte. Hay poco en la actual tendencia de pensamiento que sea favorable al misticismo. El escepticismo que ha envenenado las mentes de nuestra generación, la incontrolada ambición de riquezas, el febril apresuramiento en empresas comerciales, incluso la embotadora costumbre de leer los diarios---todas estas cosas sólo son demasiado apropiadas para estorbar la serena atmósfera de la contemplación divina, y causan estragos en la vida interior, la condición necesaria bajo la cual únicamente puede florecer la tierna flor de la piedad mística. El modernismo pretende poseer en su sentido inmediato e inmanente de Dios un suelo adecuado para el crecimiento del misticismo; este suelo, sin embargo, no recibe sus aguas de la fuente incontaminada de la piedad católica, sino de las cisternas del pseudo misticismo protestante liberal, que están corrompidas, secreta o confesadamente, por el panteísmo.

Relación de la Teología Dogmática con otras Disciplinas

Al principio, era algo completamente desconocido tener las diferentes ramas teológicas como ciencias independientes. La teología dogmática era la única disciplina, y comprendía la apologética, la teología moral y dogmática y el derecho canónico. Esta unidad interna también estaba marcada externamente por el nombre comprehensivo de ciencia de la fe (scientia fidei), o ciencia sagrada (scientia sacra). El primero en afirmar su independencia fue el derecho canónico, que, junto con la teología dogmática, fue el principal objeto de estudio en las universidades medievales. Pero puesto que los principios subyacentes del derecho canónico, tales como la constitución divina de la Iglesia, la jerarquía, el poder de ordenar, etc., eran al mismo tiempo doctrinas de fe que debían ser probadas por la teología dogmática, había poco peligro de que la relación interna y la dependencia de la ciencia principal se rompieran. Mucho más duró la unión entre la teología dogmática y la teología moral. Fueron tratadas en los “Libros de Sentencias” y las “Summae” teológicas medievales como una ciencia. No fue hasta el siglo XVII, y entonces sólo por razones prácticas, cuando la teología moral se separó del cuerpo principal del dogma católico; ni esta división degeneró en una separación formal de dos disciplinas estrictamente coordinadas. La teología moral siempre ha sido consciente de que las leyes de la moralidad reveladas son tanto artículos de fe como dogmas teóricos, y que toda la vida cristiana se basa en las tres virtudes teologales, que son parte de la doctrina dogmática de la justificación. De ahí el rango superior de la teología dogmática, que no es sólo el centro alrededor del cual se agrupan las demás disciplinas, sino también el tronco del que se ramifican. Pero la necesidad de una ulterior división del trabajo tanto como el ejemplo de los métodos no católicos conduce al desarrollo independiente de las demás disciplinas: apologética, exégesis, historia eclesiástica.

La relación existente entre la apologética, o teología fundamental como ha sido llamada últimamente, y la teología dogmática no es la que hay entre una ciencia particular y una general; es más bien la del vestíbulo con el templo o de los cimientos con su superestructura. Pues tanto el método como la finalidad de la demostración difieren totalmente en las dos ramas. Mientras la apologética, resuelta a colocar los fundamentos de la religión cristiana o católica, utiliza argumentos históricos y filosóficos, la teología dogmática, por otro lado, hace uso de la Escritura y la Tradición para probar el carácter divino de los diferentes dogmas. La duda sólo puede existir en cuanto a si la discusión de las fuentes de la fe, la regla de fe, la Iglesia, la primacía, la fe y la razón, pertenecen a la apologética o a la teología dogmática. Aunque un tratamiento dogmático de estas importantes cuestiones tiene sus ventajas, aun así desde un punto de vista práctico y por razones peculiares a la materia, deberían ser separadas de la teología dogmática y referidas a la apologética. La razón práctica es que las diferencias de denominación religiosa existentes piden un tratamiento apologético más completo de estos problemas; y además, la propia materia no contiene nada más que cuestiones preliminares y fundamentales de la teología dogmática propiamente dichas. Una rama de la máxima importancia, desde la Reforma Protestante, es la exégesis con sus disciplinas conexas, porque esa ciencia establece el significado de los textos necesarios para el argumento de las Escrituras. Como las ciencias bíblicas suponen necesariamente el dogma de la inspiración de la Biblia y la institución divina de la Iglesia, que sola, por la asistencia del Espíritu Santo, es la propietaria legítima e intérprete autorizada de la Biblia, es manifiesto que la exégesis, aunque disfrutando de plena libertad en todos los aspectos, nunca debe perder su relación con la teología dogmática. Ni siquiera la historia de la iglesia, aunque usando los mismos métodos críticos de la historia profana, es del todo independiente de la teología dogmática. Como su objeto es exponer la historia del reino de Dios en la tierra, no puede repudiar o ignorar ni la Divinidad de Cristo ni la fundación divina de la Iglesia sin perder su reclamo a ser considerada como una ciencia teológica. Lo mismo es aplicable a otras ciencias históricas, como la historia del dogma, de los concilios, de las herejías, patrología, simbólica y arqueología cristiana. La teología pastoral, que abarca la liturgia, la homilética y la catequesis, procede de, y guarda estrecha relación con la teología moral; su dependencia de la teología dogmática no necesita, por tanto, prueba adicional.

La relación entre la teología dogmática y la filosofía merece atención especial. Para empezar, incluso cuando tratan el mismo asunto, como Dios y el alma, hay una diferencia fundamental entre las dos ciencias. Pues, como se dijo más arriba, los principios formales de las dos son totalmente diferentes. Pero esta diferencia fundamental no debe exagerarse hasta el punto de afirmar, como los filósofos renacentistas y los modernistas, que algo falso en filosofía pueda ser verdadero en teología, y viceversa. La teoría de la “doble verdad”, en teología y en historia, que es sólo una variante del mismo principio falso, es por tanto expresamente abjurada en el juramento antimodernista. Pero no menos fatal sería el otro extremo de identificar la teología con la filosofía, como lo intentaron los gnósticos, después Juan Escoto Eriugena (murió hacia 877), Raimundo Lulio (murió en 1315), Pico della Mirandola (murió en 1463) y por los racionalistas modernos. Para contrarrestar este audaz plan, el Concilio Vaticano I (Sesión III, cap. IV) declaró solemnemente que las dos ciencias difieren esencialmente no sólo en su principio cognitivo (fe, razón) y su objeto (dogma, verdad racional), sino también en su motivo (autoridad divina, evidencia) y su fin último (visión beatífica, conocimiento natural de Dios). Pero, ¿cuál es la relación precisa entre estas ciencias? El origen y dignidad de la teología revelada nos prohíbe asignar a la filosofía un rango superior o incluso coordinado. Ya Aristóteles y Filo Judeo de Alejandría, al determinar la relación de la filosofía con esa parte de la metafísica que se refiere directamente a Dios, declararon que la filosofía era la “sirvienta” de la teología natural. Cuando la filosofía entró en contacto con la revelación, esta subordinación se subrayó aún más y finalmente cristalizó en el principio: Philosophia est ancilla theologiae. Pero ni la Iglesia ni los teólogos que insistían en este axioma, pretendieron nunca de ese modo limitar la libertad, independencia y dignidad de la filosofía, recortar sus derechos o rebajarla a la posición de mera esclava de la teología. Sus mutuas relaciones son mucho más honorables. La teología puede ser concebida como una reina, la filosofía como la noble dama de la corte que realiza para su señora los más dignos y valiosos servicios, y sin cuya asistencia la reina se quedaría en una situación desvalida y embarazosa. Que la Iglesia, al examinar los diversos sistemas, seleccionara la filosofía que armonice con su propia doctrina revelada y demuestre ser la única filosofía verdadera al reconocer un Dios personal, la inmortalidad del alma, y la ley moral, era tan natural y obvio que no requiere defensa. Tal filosofía, sin embargo, existió entre los paganos desde antiguo, y fue llevada a un eminente grado de perfección por Aristóteles.

División y Contenido de la Teología Dogmática

Dios (de Deo uno et trino)

Creación (de Deo creante)

Redención (de Deo Redemptore)

Soteriología
Mariología
Gracia
Sacramentos (De sacramentis)
Escatología (De novissimis)

Bibliografía: Definición y Naturaleza: KUHN, Einleitung in die katholische Dogmatik (2da ed., Tübingen, 1859); SCHRADER, De theologia generatim (Freiburg, 1861); HUNTER, Bosquejos de Teología Dogmática, I, (Londres, 1894); 1 ss.; WILHELM Y SCANNELL, Manual de Teología Católica Basado en la Dogmática de Scheeben, I (Londres, 1899), 1 ss.; VAN NOORT, De fontibus revelationis necnon de fide divina (2da ed., Amsterdam, 1911); PICCIRELLI, De catholico dogmate universim. Disquisitio theologica contra Modernistas (Roma, 1911); POHLE, Dios: Su Conocimiento, Esencia y Atributos, tr. PREUSS, (San Luis, 1911), págs. 1-14; SCHEEBEN, Die Mysterien des Christentums (3ra ed., Friburgo, 1912); SCHANZ en Kirchenlexikon, s.v. Theologie. Desde el punto de vista anglicano: HALL, Introducción a la Teología Dogmática (Nueva York, 1907).

Teología Dogmática como una Ciencia: SCHANZ, Ist die Theologie eine Wissenschaft? (Tübingen, 1900); BRAIG, Freiheit der philosophischen Forschung in kritischer u. christlicher Fassung (Friburgo, 1894); VON HERTLING, Das Princip des Katholicismus u. die Wissenschaft (4ta ed., Friburgo, 1899); PERTNER, Voraussetzungslose Forschung, freie Wissenschaft u. Katholicismus (Viena, 1902); DONAT, Freiheit der Wissenschaft (Innsbruck, 1910); FÖRSTER, Autoriät u. Freiheit (Kempten, 1910); COHAUSS, Das moderne Denken oder die moderne Denkfreiheit u. ihre Grenzen (Colonia, 1911). --Sobre el Juramento Anti-Modernista cf. REINHOLD, Der Antimodernisteneid u. die Freiheit der Wissenschaft (Viena, 1911); BAUR, Klarheit u. Wahrheit. Eine Erklärung des Antimodernisteneids (Friburgo, 1911); MARX, Der Eid wider den Modernismus u. die Geschichtsforschung (Tréveris, 1911); MAUSBACH, Der Eid wider den Modernismus (Colonia, 1911); VERWEYEN, Philosophie u. Theologie im Mittelalter. Die historischen Voraussetzungen des Antimodernismus (Bonn, 1911).

Los Métodos: DE SMEDT, Principes de la critique historique (Liege, 1883); LANGLOIS ET SEIGNOBOS, Introduction aux études historiques (3ra ed., París, 1905); BERNHEIM, Lehrbuch der historischen Methode u. Geschichtsphilosophie (5ta ed., Leipzig, 1908). --Sobre el Método Escolástico cf. KLEUTGEN, Theologie der Vorzeit, V (2da ed., Münster, 1874), 1 sq.; WOLFF, Credo ut intelligam: Estudios Cortos en la Filosofía Griega Temprana y su Relación con el Cristianismo (Londres, 1891); RICKABY, Escolasticismo (Londres, 1909); GRABMANN, Geschichte der scholastischen Methode, I, II (Friburgo, 1909-11). Sobre el neoescolsticismo cf. TALAMO, Il rinnovamento del pensiere tomistico (Siena, 1878); BERTHIER, L'étude de la Somme théologique de St. Thomas (Friburgo, 1893); DE WULF, Introduction à la philosophie néoscolastique (Lovaina, 1904).--Subsidiarias a éstas son: SIGNORIELLO, Lexicon peripateticum philosophico-theologicum (Nápoles, 1872); SCHÜTZ, Thomas-Lexikon (2da ed., Paderborn, 1895); GARCIA, Lexicon scholasticum, in quo definitiones, distinctiones et effata a Joanne Duns Scoto exponuntur (Quaracchi, 1910).--Revistas: Divus Thomas (Piacenza, 1879); Jahrbuch für Philosophie u. spekulative Theologie by COMMER (Paderborn, 1887---); Philosophisches Jahrbuch der Görresgesellschaft (Fulda, 1888---); Revue thomiste (Fribourg, 1893---); Revue néo-scolastique (Louvain, 1894---); Rivista di Filosofia neo-scholastica (Florencia, 1908---); Ciencia tomista (Madrid, 1909---).---Sobre el misticismo cf. SANDREAU, Les degrés de la vie spirituelle (2 vols., Angers, 1897); IDEM, La vie d'union à Dieu (Angers, 1900); IDEM, L'état mystique (París, 1903); IDEM, Les faits extraordinaires de la vie spirituelle (Angers, 1908); POULAIN, Des Grâces d'oraison (5ta ed., París, 1906), tr. YORKE SMITH, Las Gracias de la Oración Interior (Londres, 1910); ZAHN, Einführung in die christliche Mystik (Paderborn, 1908); SHARPE, Misticismo: Su verdadera Naturaleza y Valor (Londres, 1910).

Relación con otras Ciencias: STAUDENMEIER, Encyklopädie der Theologie (Friburgo, 1834-40): WIRTHMÜLLER, Encyklopädie der katholischen Theologie (Landshut, 1874); KIHN, Encyklopädie u. Methodologie der Theologie (Friburgo, 1892); KRIEG, Encyklopädie der theologischen Wissenschaft nebst Methodenlehre (2da ed., Friburgo, 1910); NEWMAN, Idea de una Universidad (Londres, 1893); CLEMENS, De Scholasticorum sententia Philosophiam esse Theologioe ancillam (MÜnster, 1857); KNEIB, Wissen u. Glauben (2da ed., Maguncia, 1902); CATHREIN, Glauben u. Wissen (5ta ed., Friburgo, 1911); WILLMANN, Geschichte des Idealismus (3 vols., Brunswick, 1908); HEITZ, Essai historique sur les rapports entre la Philosophie et la Foi de Bérenger à St. Thomas (París, 1909). División y Contenido: POHLE, Christlich-katholische Dogmatik in Die Kultur der Gegenwart by HINNEBERG (Leipzig, 1909), I, IV, 2, p. 37 ss.; HETTINGER, Timoteo, o Cartas a un Teólogo Joven, tr. STEPKA (San Luis, 1902); HOGAN, Estudios Clericales (Filadelfia, 1896); SCANNELL, Los Estudios del Sacerdote (Londres, 1908).

Fuente: Pohle, Joseph. "Dogmatic Theology." The Catholic Encyclopedia. Vol. 14. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/14580a.htm>.

Traducido por Francisco Vázquez. L H M