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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Patriarca y Patriarcado

De Enciclopedia Católica

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Patriarca y Patriarcado: nombres de los más altos dignatarios eclesiásticos después del Papa, y de los territorios que gobiernan.

Origen del Término

Patriarca (griego patriarches; latín, patriarcha) significa el padre o jefe de una raza (patria, un clan o familia). La palabra aparece en los Setenta para nombrar a los jefes de las tribus (por ejemplo, 1 Crón. 24,31; 27,22, patriarchai ton phylon; cf. 2 Crón. 23,20 etc.); en el Nuevo Testamento (Heb. 7,4) se aplica a Abraham como una versión de su título “padre de muchas naciones” (Gén. 17,4), a David (Hch. 2,29) y a los doce hijos de Jacob (Hch. 7,8-9). Este último se convirtió en el significado especial de la palabra cuando se refiere a personajes bíblicos. Los jefes de las tribus eran los "Doce Patriarcas", aunque la palabra se utiliza también en un sentido más general para los padres de la Antigua Ley en general, por ejemplo, la invocación de la letanía: "Todos vosotros santos patriarcas y profetas".

En tiempos antiguos los nombres de los dignatarios cristianos a veces se tomaban de la vida civil (episkopos, diakonos), otras veces, de los judíos (presbyteros). El nombre patriarca es uno de esta última clase. Obispos de dignidad especial eran llamados patriarcas, al igual que los diáconos eran llamados levitas debido a que su lugar correspondía por analogía a los de la Antigua Ley. Todos estos títulos se convirtieron en términos técnicos, títulos oficiales, sólo de forma gradual. Al principio se utilizaban vagamente como nombres de honor sin ninguna connotación estricta; pero en todos esos casos existía la realidad antes de que se usase cualquier nombre especial. Había dignatarios eclesiásticos con todos los derechos y prerrogativas de los patriarcas en los tres primeros siglos; pero el título oficial no surge hasta más tarde. Como título de honor cristiano la palabra “patriarca” aparece por primera vez aplicada al Papa León I en una carta de Teodosio II (408-50; Mansi, VI, 68). Los obispos de la jurisdicción bizantina lo aplicaron a su jefe, Acacio (471-89; Evagrio, “H.E.”, III, 9); pero todavía era simplemente un epíteto honorable que se podía dar a cualquier venerable obispo. San Gregorio Nacianceno dice: “los obispos ancianos, o más correctamente, los patriarcas” (Orat., XLII, 23). Sócrates dice que los Padres de Constantinopla I (381) “nombraron patriarcas”, lo que significaba aparentemente metropolitanos de provincias (Hist. Ecl. V.8). Todavía para los siglos V y VI Celidonio de Besançon y Nicecio de Lyon son llamados patriarcas (Acta SS., feb., III, 742: Gregorio de Tours, “Hist. Franc.”, V, XX).

Entonces gradualmente —sin duda a partir de los siglos VIII y IX— la palabra se convierte en un título oficial utilizado de ahí en adelante sólo para denotar un rango definido en la jerarquía, la de los principales obispos que gobernaban sobre los metropolitanos como metropolitanos sobre sus obispos sufragáneos, y estando ellos mismos sujetos únicamente al primer patriarca de Roma. Durante estos primeros siglos el nombre aparece generalmente en conjunción con "arzobispo", "arzobispo y patriarca", como en el Código de Justiniano (Gelzer, "Der Streit über den Titel des Ökumene. Patriarchen" en "Jahrbuchfiir protesta. Theol." , 1887). La disputa acerca del patriarca ecuménico en el siglo VI (Vea Juan el Ayunador) muestra que incluso entonces el nombre recibía un sentido técnico. Desarrollos medievales y modernos posteriores, cismas y la creación de patriarcados titulares y los llamados “menores” han producido el resultado de que un gran número de personas ahora reclaman el título; pero en todos los casos connota la idea de un rango especial —el más alto, excepto entre los católicos que aceptan el aún mayor del Papa.

Patriarcado (griego, patriarcheia; latín, patriarchatus) es la palabra derivada que significa el oficio, sede, reino o, más a menudo, el territorio gobernado por el patriarca. Corresponde a episcopado y diócesis en relación al obispo

Los Tres Patriarcas

El derecho canónico más antiguo admitía sólo tres obispos como poseedores de lo que las edades posteriores llamaron derechos patriarcales: los obispos de Roma, Alejandría y Antioquía. Lógicamente, el sucesor de San Pedro ocupaba el lugar más alto y combinaba en su persona todas las dignidades. Él era no solo obispo, sino también metropolitano, primado y patriarca: metropolitano de la Provincia Romana, primado de Italia y el primero de los patriarcas. Tan pronto se organizó una jerarquía entre los obispos, el Obispo de Roma retuvo la autoridad y dignidad principales. El Papa combina las antedichas posiciones y cada una de ellas le da una relación especial con los fieles y los obispos en el territorio correspondiente. Como Papa, es la cabeza visible de toda la Iglesia; ningún cristiano está fuera de su jurisdicción papal.

Como obispo de Roma, es el obispo diocesano de esa diócesis solamente; como metropolitano gobierna la Provincia Romana; como primado gobierna a los obispos italianos; como patriarca gobierna sólo sobre Occidente. Como patriarca, el Romano Pontífice ha gobernado desde el principio sobre todos los países occidentales donde el latín fue una vez el idioma civilizado y sigue siendo la lengua litúrgica, donde el rito romano se utiliza ahora casi exclusivamente y donde prevalece el derecho canónico romano (por ejemplo, el celibato, nuestras reglas de ayuno y de abstinencia, etc.). Para los cristianos de Oriente es el supremo pontífice, no patriarca. De ahí que siempre haya habido una relación más estrecha entre los obispos occidentales y el Papa que entre él y sus hermanos orientales, así como hay una relación aún más cercana entre él y los obispos suburbanos de la provincia romana de la cual él es metropolitano. Muchas leyes que actualmente obedecemos no son leyes católicas universales sino las del patriarcado occidental.

Antes del Primer Concilio de Nicea (325) dos obispos orientales tenían la misma autoridad patriarcal sobre grandes territorios: los de Alejandría y los de Antioquía; es difícil decir exactamente cómo obtuvieron esta posición. Como cuestión de conveniencia obvia, la organización de provincias bajo metropolitanos siguió la organización del imperio organizado por Diocleciano (Fortescue, "Iglesia Oriental Ortodoxa", 21-23). En esta disposición, las ciudades más importantes en Oriente eran Alejandría en Egipto y Antioquía en Siria. Así el obispo de Alejandría se convirtió en el jefe de todos los obispos y metropolitanos egipcios; el obispo de Antioquía ocupó la misma posición sobre Siria y, al mismo tiempo extendió su influencia sobre Asia Menor, Grecia y el resto de Oriente.

Diocleciano había dividido el Imperio en cuatro grandes prefecturas. Tres de estas (Italia, la Galia e Iliria) componían el patriarcado romano; la otra, la “oriental” (Præfectura Orientis) tenía cinco “diócesis” (civiles): Tracia, Asia, el Ponto, la Diócesis de Oriente y Egipto. Egipto formaba el patriarcado alejandrino. El patriarcado antioqueno constaba de la “Diócesis” civil de Oriente. Las otras tres divisiones civiles de Tracia, Asia y el Ponto probablemente se habrían desarrollado en patriarcados separados si no hubiese sido por el ascenso de Constantinopla (ibid.., 22-25). Más tarde se volvió una idea popular el relacionar a los tres patriarcados con el Príncipe de los Apóstoles. San Pedro también había reinado sobre Antioquía; él había fundado la Iglesia de Alejandría por su discípulo San Marcos. De todos modos, el Concilio de Nicea (325) reconoce el lugar supremo de los obispos de estas tres ciudades como una “costumbre antigua” (can. Vi). Roma, Alejandría y Antioquía fueron los tres patriarcados antiguos cuyo orden y posición únicos fueron perturbados por desarrollos posteriores.

Los Cinco Patriarcados

Cuando los peregrinos comenzaron a reunirse en la Ciudad Santa, el obispo de Jerusalén, custodio de los santuarios sagrados, comenzó a ser considerado como algo más que un mero sufragáneo de Cesarea. El Concilio de Nicea (325) le dio una primacía de honor, exceptuando, sin embargo, los derechos metropolíticos de Cesarea (can. VII). Juvenal de Jerusalén (420-58), luego de muchas disputas, logró finalmente cambiar esta posición ordinaria por un patriarcado real. El Concilio de Calcedonia (451) separó a Palestina y Arabia (Sinaí) de Antioquía y formó con ellas el patriarcado de Jerusalén (Ses. VII y VIII). Desde ese tiempo se ha considerado siempre a Jerusalén como la más pequeña y última de las sedes patriarcales.

Pero el cambio más grande, el que se topó con la mayor oposición, fue el ascenso de Constantinopla al rango patriarcal. Debido a que Constantino había convertido a Bizancio en la "Nueva Roma", su obispo, una vez el humilde sufragáneo de Heraclea, pensó que debía convertirse en segundo, si no casi igual, al obispo de la antigua Roma. Durante muchos siglos los Papas se opusieron a esta ambición, no porque cualquiera pensase en disputarles su primer lugar, sino debido a que estaban renuentes a cambiar el viejo orden de la jerarquía. En 381 el Concilio de Constantinopla declaró que: “El obispo de Constantinopla tendrá la primacía de honor después del obispo de Roma, porque es la Nueva Roma” (can. III). Los Papas (Dámaso, Gregorio el Grande) se negaron a confirmar este canon. Sin embargo, Constantinopla creció debido al favor del emperador, cuya política centralizadora encontró una dispuesta en la autoridad del obispo de su corte.

Calcedonia (451) estableció a Constantinopla como un patriarcado con jurisdicción sobre Asia Menor y Tracia y le dio el segundo lugar después de Roma (can. XXVIII). El Papa León I (440-61) se negó a admitir este canon, el cual fue aprobado en ausencia de sus legados; incluso durante siglos Roma se negó a concederle el segundo lugar a Constantinopla. No fue hasta el Cuarto Concilio de Letrán (1215) que se le concedió dicho lugar al patriarca latino de Constantinopla; en 1439 el Concilio de Florencia se lo concedió al patriarca griego. Sin embargo en Oriente el deseo del emperador fue lo suficientemente poderoso como para obtener el reconocimiento para su patriarca; a partir de Calcedonia debemos considerar a Constantinopla como práctica, sino legalmente, el segundo patriarcado (ibid.., 28-47). Así tenemos el nuevo orden de cinco patriarcas —Roma, Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén — el que parecía, especialmente para los teólogos orientales, un elemento esencial de la constitución de la Iglesia [vea (ibid.., 46-47) la carta de Pedro III de Antioquía, c. 1054].

Desarrollo Posterior

Para la época del gran cisma de Cerulario (1054) la gran Iglesia del Imperio conocía prácticamente solo estos cinco patriarcas, aunque en Occidente ya habían comenzado patriarcados “menores”. El Octavo Concilio General (869) había afirmado solemnemente su posición (can. XXI). El cisma, y otras distinciones que no habrían existido sin él, aumentaron considerablemente el número de obispos que reclamaban el título. Pero antes del gran cisma las anteriores separaciones nestoriana y monofisita habían dado lugar a la existencia de varios patriarcas heréticos. El estar bajo el gobierno de un patriarca había llegado a ser una condición normal y aparentemente necesaria para cualquier iglesia. Por lo tanto es natural que cuando estos herejes se separaban del patriarca católico debían tarde o temprano establecer rivales propios. Pero en la mayoría de los casos ellos no fueron ni consistentes ni lógicos.

En lugar de ser simplemente un título honorífico para los ocupantes de las cinco sedes principales, el nombre patriarca era considerado como si denotase un rango propio. Por lo tanto existía la idea de que uno podía ser patriarca de cualquier lugar. Entenderemos la confusión de esta idea si imaginamos alguna secta que establezca un Papa en Londres o Nueva York en oposición al Papa de Roma. Los nestorianos se separaron de Antioquía en el siglo V. Entonces llamaron patriarca a su catholicós (originalmente un vicario del pontífice antioqueno); aunque él nunca había reclamado ser patriarca de Antioquía, que por sí solo habría dado razón para su título. Se dice que Babai I (Babæus, 498-503) fue el primero que usurpó el título, como patriarca de Seléucida y Ctesifonte (Assemani, “Bibl. Orient.”, III, 427). Los coptos y jacobitas han sido más consistentes. Durante las largas disputas monofisitas (siglos V a VII) continuamente hubo patriarcas católicos o monofisitas alternados en Alejandría y Antioquía. Con el tiempo, desde la conquista musulmana de Egipto y Siria, se formaron líneas rivales. Así que hay una línea de patriarcas coptos de Alejandría y de patriarcas jacobitas de Antioquía como rivales de los melquitas. Pero en este caso, cada uno dice representar la línea antigua y se niega a reconocer a su rival, lo cual es una posición posible.

La Iglesia de Armenia cometió el mismo error que los nestorianos. Para 1911 tenía cuatro de los llamados patriarcas, de los cuales dos llevaban títulos de sedes que no podían bajo ningún concepto de antigüedad reclamar ser patriarcales en absoluto, y los otros dos ni siquiera pretendían descender de las líneas antiguas. El catholicós armenio de Etchmiadzin comenzó a llamarse a sí mismo patriarca sobre la misma base que el primado nestoriano —simplemente como cabeza de una iglesia grande e independiente, luego del cisma monofisita (Sínodo de Duin en 527). Es difícil decir en qué fecha asumió el título. Los escritores armenios llaman patriarcas a todos sus catholicoi desde San Gregorio el Iluminador (siglo IV). Sibernagl considera a Nerses I (353-73?) como primer patriarca (Verfassung u. gegenw. Bestand, 216). Pero el reclamo al rango patriarcal difícilmente podría haber sido hecho en un momento en que Armenia todavía estaba en unión con y sujeta a la sede de Cesarea. El título de catholicós no es local; él es "patriarca de todos los armenios." En 1461 Mohammed 2 estableció un patriarca armenio de Constantinopla para equilibrar el ortodoxo. Un cisma temporal entre los armenios resultó en un patriarcado de Sis, y en el siglo XVII, el obispo armenio de Jerusalén comenzó a llamarse a sí mismo patriarca. Está claro entonces cómo los armenios ignoran por completo lo que significa realmente ese título.

La próxima multiplicación de patriarcas se produjo por las Cruzadas. Los cruzados naturalmente se negaron a reconocer las pretensiones de las antiguas líneas patriarcales, ahora cismáticas, cuyos representantes, además, en la mayoría de los casos huyeron; de modo que ellos los sustituyeron por patriarcas latinos. El primer patriarca latino de Jerusalén fue Dagoberto de Pisa (1099-1107); el rival ortodoxo (Simón II) había huido a Chipre en 1099 y murió allí ese mismo año (para la lista de sus sucesores vea Le Quien, III, 1241.68). No fue hasta 1142 que los ortodoxos continuaron su interrumpida línea al elegir a Arsenio II, el cual, al igual que la mayoría de los patriarcas ortodoxos de esa época, vivía en Constantinopla. En Antioquía también los cruzados tuvieron escrúpulos contra dos patriarcas de ese mismo lugar. Tomaron la ciudad en 1098, pero mientras el patriarca ortodoxo (Juan IV) se mantuvo allí, ellos trataron de convertirlo al catolicismo en lugar de nombrar un rival. Sin embargo, cuando al final Juan IV huyó a Constantinopla, ellos consideraron que la sede estaba vacante, y el francés Bernardo, obispo de Artesia, fue elegido para ella (Vea la sucesión en Le Quien, III, 1154-84).

En 1167 Amaury II, rey de Jerusalén, capturó a Alejandría, como lo hizo Pedro I, rey de Chipre en 1365; sin embargo, en ambas ocasiones la ciudad fue devuelta a los musulmanes de inmediato. Tampoco había habitantes latinos para justificar el establecimiento de un patriarcado latino. Por otro lado, el patriarca ortodoxo, Nicolás I (c. 1210 – después de 1223; Le Quien, II, 490) estaba bien dispuesto hacia la reunión, le escribía cartas amistosas al Papa y fue invitado al Cuarto Concilio de Letrán (1215). Por lo tanto, había una razón especial para no establecerle un rival latino. Eventualmente se estableció un patriarcado latino más bien para completar lo que se había hecho en otros casos que por cualquier razón práctica. En 1310 el Clemente V nombró como primer patriarca latino de Alejandría al dominico Giles, patriarca de Grado. Un tal Atanasio latino anterior parece ser mítico (Le Quien, III, 1143). Para la lista de la línea de Giles vea Le Quien (III, 1141-1151).

Cuando la cuarta Cruzada tomó Constantinopla en 1204, el patriarca Juan X huyó a Nicea con el emperador, y Tomás Morosini fue nombrado patriarca latino para balancear al emperador latino (Le Quien. Se puede ver entonces que los cruzados actuaron correctamente desde su punto de vista; pero para cada sede el resultado fue líneas dobles que han continuado desde entonces. Las líneas ortodoxas continuaron; los patriarcas latinos gobernaron mientras los latinos ocuparon esas tierras. Cuando los reinos cruzados llegaron a su fin, estos continuaron como patriarcas titulares y han sido durante muchos años dignatarios de la corte papal. Solo el patrirca latino de Jerusalén fue devuelto en 1847 para ser jefe de todos los latinos en Palestina. Para esa época ya la gente estaba tan acostumbrada a ver diferentes patriarcas del mismo lugar gobernando cada uno su propia “nación” que esto parecía un proceso natural.

La formación de Iglesias Uniatas desde el siglo XVI aumentó de nuevo el número de patriarcas. Esta gente ya no podía obedecer las antiguas líneas cismáticas. Por otro lado cada grupo salió de una iglesia cismática correspondiente; estaban acostumbrados a un jefe de su propio rito, su propia "nación" en el sentido turco. La única manera parecía ser la de dar a cada uno un patriarca uniata correspondiente a su rival cismático. Además, en muchos casos la línea de patriarcas uniatas provenía de una sucesión disputada entre los cismáticos, cuando un reclamante se sometió a Roma y por lo tanto fue depuesto por la mayoría cismática. El más antiguo de estos patriarcados uniatas es el de los maronitas. En el 680 el patriarca de Antioquía, Macario, fue depuesto por el Sexto Concilio General por su monotelismo. Los monotelitas luego se agruparon en torno a Juan (m. 707), el hegumenus del monasterio maronita. Este fue el comienzo de la separada iglesia maronita (en esa época indudablemente monotelita). Juan se auto nombró patriarca de Antioquía para sus seguidores, quienes querían un jefe y no estaban en comunión ni con los jacobitas ni con los melquitas. En la época de las Cruzadas los maronitas se unieron a Roma (1182 y de nuevo en 1216). Se les permitió mantener su patriarca de Antioquía como jefe de su rito; pero de ninguna manera representa la antigua línea de San Pedro y San Ignacio.

El siguiente patriarcado uniata más antiguo es el de Babilonia para los caldeos (nestorianos convertidos), el cual comenzó con la sumisión del patriarca nestoriano, Juan Sulaga (m. 1555). Ha habido una complicada serie de rivalidades y cismas, cuyo final y curioso resultado es que al presente (1911) el patriarca uniata representa la antigua línea nestoriana, y su rival nestoriano la línea originalmente católica de Sulaga. El título “Babilonia” no se usó hasta que el Papa Inocencio XI lo confirió en 1681. El patriarcado melquita data de 1724 (Cirilo VI, 1724-1759). También comenzó con una sucesión controvertida a la antigua sede patriarcal de Antioquía; el ocupante melquita tiene muy buena pretensión de representar la línea antigua.

Las sedes bizantinas uniatas de Alejandría y Jerusalén al presente (1911) se consideran como únicas a la de Antioquía; el patriarca melquita usa los tres títulos (vea MELQUITAS). Los uniatas armenios tienen un patriarca que reside en Constantinopla, pero que no toma su título de esa ciudad. Su línea comenzó en 1739 con una elección disputada a Sis, uno de los patriarcados armenios secundarios. Se le llama Patriarca de Cilicia de los Armenios. En 1781, Ignacio Giarve, el obispo jacobita de Alepo, fue electo canónicamente como patriarca de Antioquía. Entonces hizo su sumisión a Roma y los obispos heréticos lo depusieron y escogieron como patriarca a un monofisita. La línea de patriarcas sirios uniatas de Antioquía desciende de Giarve. En 1895 el Papa León XIII erigió un patriarcado copto uniata de Alejandría para muchos coptos que en esa época se estaban convirtiendo al catolicismo.

Esto agota la lista de los patriarcas uniatas. En tres casos (los caldeos, melquitas y sirios) el patriarca uniata tiene, sobre bases puramente históricas, al menos tan buen, sino el mejor, reclamo como el rival cismático a representar la antigua sucesión. Por otro lado, la existencia de varios patriarcas católicos de la misma sede, por ejemplo, los titulares melquitas, jacobitas, maronitas y latinos de Antioquía, como una concesión al sentimiento nacional de los cristianos orientales, o en el caso del latino, una reliquia de las Cruzadas que arqueológicamente apenas se puede justificar.

Patriarcas Existentes (a 1911)

Católicos

No Católicos

Bibliografía: LE QUIEN, Oriens christianus (París, 1740); BINGHAM, Origines ecclesiasticæ, I (Londres, 1708-22), 232 sq.; LÜBECK, Reichseinteilung u. kirchliche Hierarchie des Orients bis zum Ausgang des vierten Jahrhunderts (Münster, 1900); HINSCHIUS, System des katholischen Kirchenrechts, I (1869); KATTENBUSCH, Lehrbuch der vergleichenden Konfessionskunde, I (Friburgo, 1892); SILBERNAGL, Verfassung und gegenwärtiger Bestand sämtlicher Kirchen des Orients (Ratisbona, 1904); FORTESCUE, The Orthodox Eastern Church (Londres, 1907), i.

Fuente: Fortescue, Adrian. "Patriarch and Patriarchate." The Catholic Encyclopedia. Vol. 11, págs. 549-553. New York: Robert Appleton Company, 1911. 13 abril 2020 <http://www.newadvent.org/cathen/11549a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina.