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Miércoles, 30 de octubre de 2024

Escrúpulo

De Enciclopedia Católica

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Escrúpulo (latín, Scrupulus, "una pequeña piedra aguda o puntiaguda", por lo tanto, en un sentido transferido, "inquietud mental") es una aprehensión infundada y, en consecuencia, un temor injustificado de que algo es un pecado que, de hecho, no lo es. No se considera aquí tanto como un acto aislado, sino más bien como un estado mental habitual conocido para los directores de almas como una "conciencia escrupulosa". San Alfonso lo describe como una condición en la cual uno, influenciado por razones insignificantes y sin ningún fundamento sólido, a menudo teme que el pecado se encuentre donde realmente no existe. Esta ansiedad puede ser abrigada no solo respecto a lo que se debe hacer actualmente, sino también respecto a lo que se ha hecho. La idea que a veces prevalece de que la escrupulosidad es en sí misma un beneficio espiritual de algún tipo es, por supuesto, un gran error. La providencia de Dios lo permite y puede recoger el bien de él como de otras formas de maldad. Sin embargo, aparte de eso, es un mal hábito que hace daño, a veces gravemente, al cuerpo y al alma. De hecho, al persistir con la obstinación característica de las personas que padecen este mal, puede acarrear las consecuencias más lamentables. El juicio se ve seriamente distorsionado, el poder moral se agota en un combate inútil, y luego, con frecuencia, la persona escrupulosa usa como salvación contra el naufragio ya sea la Escila de la desesperación o el Caribdis de la descuidada indulgencia en el vicio.

Es de gran importancia poder hacer un diagnóstico correcto de esta enfermedad. Por lo tanto, especialmente las guías de conciencias deben estar familiarizadas con los síntomas que traicionan su presencia, así como con las causas que comúnmente la originan. Por un lado, el confesor no debe confundir a una conciencia delicada con una escrupulosa, ni debe interpretar como una señal de escrupulosidad la solicitud razonable a veces discernible en aquellos que están tratando de salir de una vida de pecado. Entonces, también, normalmente no debe llegar apresuradamente a esta conclusión sobre la primera experiencia de su penitente. Es cierto que hay casos de escrúpulos que pueden reconocerse desde el principio, pero esta no es la regla. Algunas indicaciones especiales de que las personas son realmente escrupulosas, adoptadas en general por los teólogos, son las enumeradas por Lacroix. Entre estos se encuentra un cierto apego arraigado a su propia opinión que los hace reacios a acatar el juicio de aquellos a quienes consultan, a pesar de que estos últimos tienen todo el título de deferencia. En consecuencia, van de un confesor a otro, cambian sus convicciones sin apenas una sombra de motivo, y son torturados por un temor sombrío de que el pecado acecha en todo lo que hacen, dicen y piensan. Los escrupulosos pueden y deben actuar desafiando sus recelos, es decir, contra su supuesta conciencia. Por lo tanto, tampoco pueden ser acusados de actuar en un estado de duda práctica. El fantasma irreal que asusta a su imaginación, o la consideración insustancial que se ofrece a su razón perturbada, no tiene validez contra la conciencia una vez formada al pronunciarse el confesor o de alguna otra manera igualmente confiable. En las diversas perplejidades en cuanto a la legalidad de sus acciones, no están obligados a emplear el escrutinio que correspondería a las personas en condiciones normales. No están obligados a repetir nada de confesiones anteriores a menos que estén seguros, sin un examen prolongado, de que es un pecado mortal y que nunca se ha confesado adecuadamente.

Su principal remedio es depositar la confianza en algún confesor y obedecer sus decisiones y órdenes de manera total y absoluta. También se les aconseja evitar la ociosidad y así cerrar la vía de acercamiento a las conjeturas salvajes y las extrañas reflexiones responsables de tantas preocupaciones. Deben eliminar la causa de sus escrúpulos en la medida en que haya sido de su elección. Por lo tanto, deben protegerse contra la lectura de libros ascéticos de tendencia rigorista y cualquier relación con los afligidos de la misma manera que ellos. Si la fuente de sus escrúpulos es la ignorancia, —por ejemplo, respecto a la obligación de algún mandamiento— deben ser instruidos, utilizando la discreción para impartir la información necesaria. Si se trata de una propensión a la melancolía, se pueden utilizar ventajosamente ciertos placeres inofensivos y disfrutes racionales. Los confesores a quienes corresponde la difícil tarea de recibir las confesiones de estas almas acosadas deben investigar cuidadosamente el origen de las ansiedades que se les presentan. Deben tratar a sus penitentes infelices en general con gran amabilidad. Ocasionalmente, sin embargo, puede ser útil algún grado de severidad cuando el penitente muestra una tenacidad extrema al adherirse a su propia visión irrazonable de la situación. Como regla general, las respuestas del confesor a los innumerables problemas presentados deben ser claras, no acompañadas de razones y tan poco vacilantes como para inspirar fortaleza. No debe permitir la presentación indefinida de las diversas dudas, y mucho menos, por supuesto, la repetición de confesiones pasadas. Finalmente, a veces puede hacer lo que casi nunca se debe hacer en cualquier otro caso, es decir, prohibirle al penitente que recurra a otro confesor.


Bibliografía: SLATER, Manual of Moral Theology (Nueva York, 1908); SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, Theologia moralis (TurÍn, 1888); GENICOT, Theologi moralis institutiones (LovainA, 1898); BALLERINI, Opus theologicum morale (Prato, 1898).

Fuente: Delany, Joseph. "Scruple." The Catholic Encyclopedia. Vol. 13, págs. 640-641. New York: Robert Appleton Company, 1912. 11 Oct. 2019 <http://www.newadvent.org/cathen/13640a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina