Breviario
De Enciclopedia Católica
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Definición
La palabra breviario (latín Breviarium) significa en su acepción primaria un resumen o compendio. Los autores cristianos a menudo lo utilizan en ese sentido, por ejemplo, Breviarium fidei, Breviarium in psalmos, Breviarium canonum, Breviarium regularum. En el lenguaje litúrgico breviario tiene un significado especial el cual indica un libro que provee las regulaciones para la celebración de la Misa o el Oficio canónico, y se puede hallar bajo los títulos Breviarium Ecclesiastici Ordinis, o Breviarium Ecclesiæ Rominsæ (Romanæ). En el siglo IX Alcuino usa la palabra para designar un oficio resumido o simplificado para el uso de los laicos. Prudencio de Troyes, por la misma época, compuso un Breviarium Psalterii (v. inf. V. Historia). En un inventario antiguo aparece Breviarium Antiphonarii, que significa “Extractos del antifonario”. En la “Vita Aldrici” aparece sicut in plenariis et breviariis Ecclesiæ ejusdem continentur. Además, en los inventarios en los catálogos, se pueden hallar notas como ésta: "Sunt et duo cursinarii et tres benedictionales Libri; ex his unus habet obsequium mortuorum et unus Breviarius", o, "Præter Breviarium quoddam quod usque ad festivitatem S. Joannis Baptistæ retinebunt", etc. Monte Casino alrededor de 1100 d.C. obtuvo un libro titulado "Incipit Breviarium sive Ordo Officiorum per totam anni decursionem"
A partir de tales referencias, y otras de naturaleza similar, Quesnel deduce que con la palabra Breviarium al principio se designaba un libro que proveía las rúbricas, una especie de Ordo. El título “breviario”, según lo empleamos ---es decir, un libro que contiene el oficio canónico completo--- parece datar del siglo XI.
El Papa San Gregorio VII, de hecho, cuando hubo resumido el orden de las oraciones y cuando hubo simplificado la liturgia según se realizaba en la corte romana, le dio a este resumen el nombre de Breviario, el cual era adecuado, puesto que, según la etimología de la palabra, era un compendio. El nombre se ha extendido a libros que contienen en un volumen, al menos en una obra, los libros litúrgicos de diferentes clases, tal como el salterio, el antifonario, el responsoriario, el leccionario etc. En relación con esto se puede señalar que en este sentido la palabra, como se usa hoy día, es ilógica; debería llamarse un Plenarium en lugar de un Breviarium, puesto que, litúrgicamente hablando, la palabra Plenarium designa exactamente tales libros que contienen muchas y diferentes compilaciones unidas en un solo volumen. Esto se señala, sin embargo, simplemente para aclarar más el significado y origen de la palabra; y la sección {V proveerá una explicación más detallada de la formación del breviario.
Contenido
El Breviario Romano, que con raras excepciones (ciertas órdenes religiosas, los ritos ambrosiano y mozárabe, etc.) se usa hoy día en toda la Iglesia Latina, se divide en cuatro partes de acuerdo a la temporada del año: invierno, primavera, verano y otoño. Está compuesto de los siguientes elementos: (a) el salterio, (b) el propio de la temporada, (c) el propio de los santos, (d) el común, (e) ciertos oficios especiales.
El salterio
El salterio es la más antigua y más venerable parte del Breviario. Consiste de 150 salmos divididos en una forma particular que se discutirá luego. Estos salmos formaron el cimiento de la liturgia de los judíos durante doce siglos antes de Cristo, y Él ciertamente hizo uso de estos formularios para sus oraciones, y los citó en varias ocasiones. Los Apóstoles siguieron su ejemplo, y le transmitieron a las Iglesias cristianas la herencia del salterio como la forma principal de oración cristiana. La Iglesia los ha conservado cuidadosamente durante el lapso de siglos y nunca ha tratado de sustituirlos con ningún otro formulario. De tiempo en tiempo se han hecho intentos de componer salmos cristianos, tales como el Gloria in Excelsis Deo, el Te Deum, el Lumen Hilare, el Te Decet Laus, y otros pocos; pero los que la Iglesia ha retenido y adoptado son singularmente pocos en número. Los himnos rítmicos datan de un período posterior a los siglos IV y V, y a lo mejor ocupan un lugar puramente secundario en el esquema del Oficio. Así el Libro de los Salmos forma el fundamento de la oración católica; las lecciones que llenan un lugar tan importante en esta oración no son, después de todo, oración propiamente dicha; y las antífonas, responsorios, versículos, etc., son sólo salmos utilizados de una manera particular.
Sin embargo, en el breviario el salterio se divide según un plan especial. En la época primitiva el libro de los Salmos en el Oficio era sin duda exactamente similar al que prevalecía entre los judíos. El presidente del coro escogía un salmo particular a su propia discreción. Algunos salmos, tal como el 22(21), parecen especialmente apropiados para la Pasión. Otro fue adaptado a la Resurrección, un tercero a la Ascensión, mientras otros se referían especialmente al Oficio de Difuntos. Algunos salmos proveen oraciones para la mañana, otros, para la noche; pero la elección se dejaba en manos del obispo o presidente del coro. Más tarde, probablemente desde el siglo IV, se comenzó a agrupar juntos ciertos salmos para responder a diversos requisitos de la liturgia.
Otra causa dio lugar a estas agrupaciones y disposiciones del salterio. Algunos monjes tenían el hábito de recitar diariamente la totalidad de los 150 salmos. Pero esta forma de devoción, aparte de las lecturas y otros formularios, tomaba tanto tiempo que se comenzó a difundir la recitación del salterio a través de toda la semana. Mediante este método cada día se dividió en horas, y cada hora tenía su propia porción del Salterio. De este arreglo surgió la idea de dividir el Salterio de acuerdo a normas especialmente diseñadas. San Benito fue uno de los primeros en dedicarse a esta tarea, en el siglo VI. En su Regla da instrucciones de cómo, en ese período, se distribuirían los salmos a disposición del abad, y él mismo redactó ese arreglo. Algunos salmos se reservaron para los oficios nocturnos, otros para laudes, otros para prima, tercia, sexta y nona, otros para vísperas y completas.
Es un tema de debate entre los liturgistas si esta división benedictina de los salmos es anterior o posterior al salterio romano. Aunque puede que no sea posible probar el punto definitivamente, todavía parecería que el arreglo romano es el más antiguo de los dos, porque el redactado por San Benito muestra más habilidad, y así parecería ser de la naturaleza de una reforma de la división romana. En cualquier caso, la disposición romana del Salterio se remonta a una antigüedad remota, por lo menos al siglo VII u VIII, y desde entonces no ha sufrido ninguna modificación. La siguiente es su disposición. Los salmos 1 - 108 se recitan en maitines, doce cada día; pero los maitines del domingo tienen seis salmos más divididos entre los tres nocturnos. De este modo:
- domingo: Salmos 1, 2, 3, 6-14; 15, 16, 17, 18, 19, 20;
- lunes: Salmos 26 – 37;
- martes: Salmos 38-41, 43-49, 51;
- miércoles: Salmos 52, 54-61, 63, 65, 67.
- jueves: Salmos 68-79;
- viernes: Salmos: 80 – 88, 93, 95, 96;
- sábado: Salmos 97-108.
Debido a su aptitud especial, los salmos omitidos en esta serie, a saber, 4, 5, 21-25, 42, 50, 53, 62, 64, 66, 89-92 y 94 son, se reservan para laudes, prima y completas. La serie desde el salmo 109 al 147 se reservan para otras horas. Los últimos tres, 148, 149 y 150, que se les llama especialmente salmos de alabanza (laudes), debido a la palabra laudate que forma su tema, siempre se usan en el oficio matutino, que de ahí toma su nombre de laudes.
Un vistazo a las tablas de arriba muestra que, en términos generales, la Iglesia Romana no trató de hacer ninguna selección experta de los salmos para la recitación diaria. Los tomó en el orden que llegaron, con excepción de unos pocos, separados para laudes, prima y completas, seleccionó el salmo 118 para las horas del día. Otras liturgias, como la ambrosiana, la mozárabe y la bendictina o monástica, tienen salterios redactados sobre líneas completamente diferentes; pero los respectivos méritos de estos sistemas no necesita ser discutido aquí. El orden del salterio ferial no se sigue para los festivales del año o para las fiestas de los santos; sino que los salmos se escogen de acuerdo a su idoneidad para las varias ocasiones.
La historia del texto de este salterio es interesante. El salterio más antiguo utilizado en Roma y en Italia fue el Psalterium Vetus, de la versión Itala, que parece haber sido introducido en la liturgia por el Papa San Dámaso I (m. 384). Fue él quien primero le ordenó a San Jerónimo la revisión de la Itala en el año 383. Debido a esto se le ha llamado el Psalterium Romanum, y fue utilizado en Italia y en otros lugares hasta el siglo IX y posteriores. Todavía está en uso en la Basílica de San Pedro en Roma, y muchos de los textos de nuestro Breviario y del misal aún muestran algunas variantes (invitatorio y salmo 94, las antífonas del salterio y los responsorios del propio de la temporada, introitos, graduales, ofertorios y Comuniones). El salterio romano también influye en la liturgia mozárabe, y fue utilizado en Inglaterra en el siglo VIII.
Pero en la Galia y en otros países al norte de los Alpes, otra recensión entró en competencia con el Psalterium Romanum, bajo el título un tanto engañoso de Psalterium Gallicanum; pues este texto no contiene nada distintivamente galicano, al ser simplemente una corrección posterior del salterio hecho por San Jerónimo en Palestina, en el año 392 d.C. Esta recensión difería de la Itala más completamente que la anterior; y en su preparación San Jerónimo había puesto la Hexapla de Orígenes en contribución. Parecería que San Gregorio de Tours, en el siglo VI, introdujo esta traducción a la Galia, o en cualquier caso, contribuyó especialmente a la difusión de su uso, ya que fue este Salterio el que se empleó en la salmodia divina celebrada en la muy honrada y frecuentada tumba de San Martín de Tours. A partir de ese momento este texto comenzó su "marcha triunfal en toda Europa". Walafrido Estrabón afirma que las iglesias de Alemania lo usaban en el siglo VII: "Galli et Germanorum aliqui secundum emendationem quam Hieronymus pater de LXX composuit Psalterium cantant".
Cerca de esa misma época Inglaterra cambió el salterio romano por el galicano. El antedicho salterio anglosajón fue corregido y alterado en los siglos IX y X para hacerlo acorde con el galicano. Irlanda parece haber seguido la versión galicana desde el siglo VII, como se puede deducir a partir del famoso Antifonario de Bangor. Incluso penetró en Italia después del siglo IX gracias a la influencia de los francos, y allí disfrutó de considerable aceptación. Luego del Concilio de Trento, el Papa San Pío V extendió el uso del salterio galicano a toda la Iglesia y sólo la Basílica de San Pedro en Roma mantuvo el salterio romano. La Iglesia Ambrosiana de Milán tiene también su propia recensión del salterio, una versión basada, a mediados del siglo IV, en la griega.
El propio de la temporada
Esta parte del Breviario contiene el Oficio de las diferentes temporadas litúrgicas. Como es bien sabido, estos períodos están ahora organizados de la siguiente forma: Adviento, Navidad, septuagésima, Cuaresma, Semana Santa, Pascua y el tiempo después de Pentecostés. Pero sólo fue gradualmente que esta división del año litúrgico logró su forma, la que debe ser rastreada a través de sus diversas etapas. En efecto, puede decirse que en un principio no había tal cosa como un año litúrgico. El domingo, el día principal de la celebración eucarística, es a la vez la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo; los hombres hablaban de la "Pascua de la Crucifixión", de la "Pascua de Resurrección" ---pascha staurosimon; pascha anastasimon; cada domingo era una renovación de la fiesta pascual. Era natural que el aniversario real de la fiesta debía celebrarse con solemnidad peculiar, pues era la fiesta cristiana más importante, y el centro del año litúrgico. La Pascua se llevó en su tren a Pentecostés, que se fijó para el quincuagésimo día después de la Resurrección; es la fiesta que conmemora el descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Estos cincuenta días constituyen una fiesta ininterrumpida, un jubileo, un tiempo de alegría en la que no hay ayuno y se suspenden los ejercicios penitenciales. Estas dos fiestas así unidas son mencionadas por los escritores eclesiásticos desde el siglo II en adelante.
Así como la Pascua era seguida por cincuenta días de regocijo, también tenía su período de preparación con la oración y el ayuno, de la que surgió la temporada de Cuaresma, que, después de varios cambios, comenzó finalmente cuarenta días antes de Pascua, de ahí su nombre de cuadrágesima. El otro punto de reunión del año litúrgico es la fiesta de Navidad, cuya primera observancia es de muy remota antigüedad (por lo menos del siglo III). Al igual que la Pascua, la Navidad tiene su tiempo de preparación, llamado Adviento, que hoy día dura cuatro semanas. El resto del año debía ajustarse entre estas dos fiestas. Desde Navidad a Cuaresma se pueden observar dos corrientes: en una caen las fiestas de la Epifanía y de la Purificación, y seis domingos después de la Epifanía, que constituyen las pascuas de Navidad. Las restantes semanas después de estos domingos caen bajo la influencia de la Cuaresma y, bajo el nombre de septuagésima, crean una especie de introducción a la misma, ya que estas tres semanas, septuagésima, sexagésima y quincuagésima, en realidad pertenecen a la Cuaresma debido a su carácter de preparación y penitencia.
Todavía falta tratar el largo período entre Pentecostés y Adviento, de mayo a diciembre. Un cierto número de domingos se agrupan alrededor de grandes fiestas especiales, como las de San Juan Bautista (24 de junio), los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo (29 de junio), San Lorenzo (10 de agosto), y San Miguel (29 de septiembre). En una fecha posterior estos días, que no encajaban muy convenientemente en el esquema general, tendieron a desaparecer, y fueron absorbidas en el tiempo común después de Pentecostés, compuesto por veinticuatro domingos, uniendo así a Pentecostés con el Adviento, y completando así el ciclo del año litúrgico.
Por lo tanto, el propio de la temporada contiene el oficio de todos los domingos y fiestas que le pertenecen, con lecturas especiales, extractos de los Evangelios, y con frecuencia también antífonas, responsorios y salmos adaptados al carácter de estos diversos períodos. Es en la composición de esta liturgia que la Iglesia Romana ha mostrado sus dones de juicio crítico, gusto litúrgico y perspicacia teológica. La diferencia en el carácter de estos períodos puede ser estudiada en obras tales como “Liturgical Year” de Dom Guéranger.
El propio de los santos
Tras el propio de la temporada viene en el Breviario el propio de los santos, es decir, la parte que contiene las lecturas, salmos, antífonas y otros formularios litúrgicos de las fiestas de los santos. En realidad, este propio conmemora un gran número de santos que son mencionados en el calendario eclesiástico; éste, sin embargo, no necesita ser mencionado aquí, ya que se le puede consultar fácilmente. Sin embargo, cabe señalar que la mayor parte de los días del año ---por lo menos nueve de cada diez--- se asignan a fiestas especiales, y, por lo tanto, la cuestión ha sido seriamente debatida, cada vez que ha surgido un movimiento para la reforma del Breviario, en cuanto a cómo salvar el Oficio Divino de ser abrumado por estas fiestas, y en cuanto a la forma de restaurar al oficio ferial su justa influencia. Este no es el lugar para la discusión de este problema, pero se puede decir que esta invasión del propio de la temporada ha llegado a tales proporciones imperceptiblemente. No siempre fue así; al principio, hasta el siglo VII, e incluso hasta el IX, las fiestas de los santos observadas en el Breviario no eran tan numerosas, como se puede demostrar al comparar los calendarios modernos con los antiguos, tales como pueden ser visto en "An Ancient Syrian Martyrology”, "Le calendrier de Philocalus", "Martyrologium Hieronymianum", "Kalendarium Carthaginense". Estos calendarios contienen poco más que la siguiente lista, más allá de las grandes fiestas de la Iglesia:
- San Sebastián, Mártir: 20 de enero.
- Santa Inés, Virgen y Mártir: 23 de enero.
- Presentación de Jesús, o Fiesta de la Purificación de María: 2 ó 15 de febrero.
- Cátedra de San Pedro (en Antioquía): 22 de febrero.
- San Vicente, Mártir: 22 de febrero
- San Policarpo, Mártir: 26 de febrero
- Santas Felicidad y Perpetua: 7 de marzo
- Santos Felipe y Santiago el Menor, Apóstoles: 1 de mayo
- San Flaviano o Fabián: 15 de mayo
- San Juan Bautista: 24 de junio
- Santos Pedro y Pablo: 29 de junio
- Santos Macabeos: 1 de agosto.
- Papa San Sixto II: 1 ó 16 de agosto
- San Lorenzo, Mártir: 10 de agosto
- San Hipólito, Mártir: 13 de agosto.
- Dormición o Fiesta de la Asunción de María: 15 de agosto
- San Timoteo, Mártir: 22 de agosto
- San Cipriano de Cartago: 14 de septiembre
- Exaltación de la Santa Cruz: 14 de septiembre.
- San Miguel Arcángel: 29 de septiembre
- San Ignacio de Antioquía, Mártir: 17 de octubre o 20 de diciembre o 29 de enero o 1 de febrero.
- Santa Felicitas, Mártir: 23 de noviembre
- San Andrés Apóstol: 30 de noviembre.
- San Esteban, Protomártir: 26 de diciembre.
- Santiago el Mayor y San Juan Evangelista, Apóstoles: 27 ó 28 de diciembre.
- Santos Inocentes: 23 ó 28 de diciembre.
- Los Siete Durmientes de Éfeso: variable.
- San Pantaleón: variable.
El común
Bajo esta denominación vienen todas las lecturas, Evangelios, antífonas, responsorios y versículos que no están reservados para una ocasión especial, pero pueden ser usados para todo un grupo de santos. Estos comunes son los de los Apóstoles, evangelistas, mártires, confesores Pontífices, confesores no pontífices, abades, vírgenes y santas mujeres. A ello se suman los Oficios de la dedicación de iglesias y de la Santísima Virgen. El Oficio de Difuntos ocupa un lugar aparte. Es muy difícil fijar el origen de estos oficios. Los más antiguos parecen pertenecer al siglo IX, al VIII, e incluso al VII, y a través de formularios especiales pueden incluso datar de aún más temprano. Para dar un ejemplo, las antífonas del Común de los Mártires en la temporada pascual, "Sancti tui, Domine, florebunt sicut lilium, et sicut odor balsami erunt ante te", "Lux perpetua lucebit sanctis tuis, Domine et Aeternitas temporum", se tomaron del Cuarto Libro de Esdras (apócrifo), el cual fue rechazado casi en todas partes alrededor de fines del siglo IV; estos versos, por lo tanto, probablemente debieron haber sido tomados en un período anterior a esa fecha. Probablemente, también, en un principio, los más antiguos de estos oficios comunes eran oficios propios, y en algunos de ellos se pueden notar características especiales que apoyan esta suposición. Así, el común de los Apóstoles es aparentemente referible al Oficio de Santos Pedro y Pablo y deben haber sido adaptados más tarde para todos los Apóstoles. Tales versículos como los siguientes en el Común de los Mártires: "Volo, Pater, ut ubi ego sum, illic sit et minister meus", "Si quis mihi ministraverit, honorificabit illum Pater meus", parecen señalar a un mártir-diácono (diakonos, ministro) y quizás pueden referirse especialmente a San Lorenzo, debido a la alusión a las palabras de sus Actas: "Quo, sacerdos sancte, sine ministro properas?" También las numerosas alusiones a una corona o a una palma en esas mismas antífonas se refieren sin duda a los santos mártires, San Esteban, San Lorenzo y San Vicente, cuyos nombres son sinónimos para la corona y laurel de victoria. Los detalles necesarios para la prueba de esta hipótesis sólo se podrían dar en un tratado más completo que éste; baste decir que desde el punto de vista literario, a partir de la arqueología o la liturgia, estos oficios del Común contienen gemas de gran belleza artística, y son de gran interés.
Oficios especiales
El Oficio de Nuestra Señora, también muy antiguo en algunas de sus partes, es de gran importancia dogmática; pero los estudiantes de este tema son referidos al “The Little Office of Our Lady”, del Rev. Taunton.
El Oficio de Difuntos es, sin sombra de duda, uno de las partes más antiguas y venerables del Breviario, y se merece un estudio extenso. Los Breviarios también contienen oficios propios de cada diócesis, y ciertos oficios especiales de origen moderno, en los cuales, por consiguiente, no merecen que nos detengamos aquí en ellos.
Las horas
La oración del Breviario está destinada a ser usada diariamente; cada día tiene su propio Oficio; de hecho, sería correcto decir que cada hora del día tiene su propio oficio, ya que, litúrgicamente, el día se divide en horas basadas en las antiguas divisiones romanas del día, de tres horas cada una ---prima, tercia, sexta, nona, vísperas y las vigilias de la noche. Según este arreglo, el Oficio está distribuido en las oraciones de las vigilias nocturnas, es decir, maitines y laudes. Maitines mismo se subdivide en tres nocturnos, que corresponden a las tres vigilias de la noche: nueve de la noche, medianoche y tres de la mañana. Se suponía que el oficio de laudes se recitase al amanecer. Los oficios diurnos correspondían más o menos a las siguientes horas: prima a las 6 a.m.; tercia a las 9:00 a.m.; sexta a mediodía; nona a las 3:00 p.m.; vísperas a las 6:00 p.m.. Es necesario señalar las palabras más o menos, pues estas horas eran reguladas por el sistema solar, y por lo tanto la extensión de los períodos variaba con la temporada.
El oficio de completas, que cae algo fuera de la anterior división, y cuyo origen data de una fecha posterior al arreglo general, era recitado al anochecer; esta división de las horas tampoco se remonta a la primera época cristiana. Por lo que se puede determinar, no había otra oración pública u oficial en los primeros días, fuera del servicio eucarístico, excepto las vigilancias nocturnas, o vigilias, que consistían en el canto de los salmos y las lecturas de la Sagrada Escritura, la Ley, y los Profetas, los Evangelios, las epístolas y una homilía. Los oficios de maitines y laudes representan así, muy probablemente, estas vigilias. Parecería que más allá de esto no había nada, sino la oración privada; y en los albores del cristianismo las oraciones se decían en el Templo, como leemos en los Hechos de los Apóstoles. Las horas equivalentes a tercia, sexta, nona y vísperas y ya eran conocidas por los judíos como tiempos de oración y solamente fueron adoptadas por los cristianos. En un principio estaban destinadas a la oración privada, pero con el tiempo se convirtieron en las horas de la oración pública, especialmente cuando la Iglesia se enriqueció con los ascetas, vírgenes y monjes, por su vocación consagrada a la oración. A partir de ese momento, es decir, a partir del final del siglo III, la idea monástica ejercía una influencia preponderante en la organización y formación del Oficio canónico. Es posible dar una explicación bastante exacta de la creación de estos oficios en la segunda mitad del siglo IV por medio de un documento de suprema importancia para la historia que estamos considerando: la "Peregrinatio ad Loca Sancta", escrito alrededor del año 388, por Etheria, una abadesa española. Esta descripción es específicamente una descripción de la liturgia seguida en la Iglesia de Jerusalén en esa fecha.
Los oficios de prima y completas se elaboraron más tarde; prima a fines del siglo IV, mientras que completas suele atribuirse a San Benito en el siglo VI; pero hay que reconocer que, aunque puede ser que él le haya dado su forma especial para Occidente, existía antes de su tiempo una oración para el cierre del día correspondiente a la misma.
Partes componentes del Oficio
Historia del Breviario
Reformas del Breviario
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Fuente: Cabrol, Fernand. "Breviary." The Catholic Encyclopedia. Vol. 2. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/02768b.htm>.
Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina.