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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Monacato Occidental

De Enciclopedia Católica

Revisión de 01:37 8 nov 2016 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Período de Decadencia Monástica)

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Período Pre-Benedictino

La introducción del monacato en Occidente puede datarse a alrededor de 340 d.C. cuando San Atanasio visitó Roma acompañado por los dos monjes egipcios Amón e Isidoro, discípulos de San Antonio. La publicación de la "Vita Antonii" algunos años más tarde y su traducción al latín extendieron ampliamente el conocimiento del monacato egipcio y en Italia se fundaron muchos para imitar el ejemplo así expuesto. Los primeros monjes italianos intentaron reproducir exactamente lo que se hacía en Egipto y no pocos —como San Jerónimo, Rufino, Paula, Eustoquia y las dos Melanias— se fueron a vivir a Egipto o a Palestina como más adecuados para la vida monástica que Italia. Sin embargo, como los registros del primer monacato italiano son muy escasos, será más conveniente dar primero un breve relato de la vida monástica temprana en Galia, cuyo conocimiento es mucho más completo.

(1) LA GALIA: El primer exponente del monacato en la Galia parece haber sido San Martín, que fundó un monasterio en Ligugé cerca de Poitiers, c. 360 (Vea LIGUGÉ, SAN MARTÍN DE TOURS). Poco después fue consagrado obispo de Tours; entonces formó un monasterio fuera de esa ciudad, el cual hizo su residencia habitual. Aunque sólo a dos millas de la ciudad, el lugar estaba tan retirado que Martin encontró allí la soledad de un ermitaño. Su celda era una cabaña de madera, y alrededor de ella sus discípulos, que pronto numeraban ochenta, vivían en cuevas y chozas. El tipo de vida era simplemente el monaquismo de San Antonio de Egipto (Vea MONACATO ORIENTAL) y se extendió tan rápidamente que, en el funeral de San Martín, estaban presente dos mil monjes.

Aún más famoso fue el monasterio de la Abadía de Lérins que dio a la Iglesia de la Galia algunos de sus más famosos obispos y santos. En él también se estableció el famoso abad Juan Casiano después de vivir siete años entre los monjes de Egipto, y de él fundó la gran Abadía de San Víctor en Marsella. Casiano fue indudablemente el maestro más célebre que los monjes de la Galia tuvieran jamás, y su influencia estaba del lado de los primitivos ideales egipcios. En consecuencia, encontramos que la vida eremítica era considerada como la cumbre o meta de la ambición monástica y los medios de perfección recomendados eran, como en Egipto, extremas austeridades personales con ayunos prolongados y vigilias, y toda la atmósfera de esfuerzo ascético tan querido para el corazón del monje antoniano (Vea JUAN CASIANO, FRANCIA, SAN CESÁREO DE ARLES, ABADÍA DE LÉRINS).

(2) MONACATO CELTA (IRLANDA, GALES, ESCOCIA): Las autoridades todavía están divididas en cuanto al origen del monacato celta, pero la opinión más comúnmente aceptada es la del señor Willis Bund, que sostiene que fue un crecimiento puramente indígena y rechaza la idea de cualquier relación directa con el monacato galicano o egipcio. Parece claro que los primeros monasterios celtas eran meramente asentamientos donde los cristianos vivían juntos, —sacerdotes y laicos, hombres, mujeres y niños por igual—, como una especie de clan religioso. En un período posterior se formaron verdaderos monasterios de monjes y monjas, y más tarde aún entró en boga la vida eremítica. Parece muy probable que las ideas y la literatura del monaquismo egipcio o gálico hayan influido en estos desarrollos posteriores, incluso si el monaquismo celta fuera de origen puramente independiente, pues las manifestaciones externas son idénticas en las tres formas.

De hecho, el deseo de austeridades de carácter extremo siempre ha sido una característica especial del ascetismo irlandés hasta nuestros días. La falta de espacio prohíbe aquí cualquier descripción detallada del monaquismo celta, pero se refiere el lector a los siguientes artículos:

Sin lugar a dudas, sin embargo, la principal gloria del monacato celta es su obra misionera, cuyos resultados se encuentran en toda Europa noroccidental. La observancia, al principio tan distintiva, poco a poco perdió su carácter especial y cayó en línea con la de otros países; pero, para entonces, el monacato celta había pasado su cenit y su influencia había disminuido.

(3) ITALIA: Al igual que los otros países de Europa occidental, Italia conservó durante mucho tiempo un carácter puramente oriental en su observancia monástica. El clima y otras causas sin embargo se combinaron para hacer su práctica mucho más dura que en sus tierras de origen. En consecuencia, el estándar de la observancia declinó, y es claro a partir del Prólogo a la Regla de San Benito que en sus días las vidas de muchos monjes dejaban mucho que desear. Además, todavía no había un código fijo de leyes para regular la vida del monasterio o del monje individual. Cada casa tenía sus propias costumbres y prácticas, su propia colección de reglas dependientes en gran medida de la elección del abad del momento. Ciertamente, en Occidente había traducciones de varios códigos orientales, por ejemplo, las reglas de Pacomio y Basilio y otro atribuido a Macario. También estaba la famosa carta de San Agustín (Ep. CCXI) sobre la administración de los conventos de monjas, y también los escritos de Casiano, pero las únicas reglas reales de origen occidental eran las dos de San Cesáreo para monjes y monjas respectivamente, y la de San Columbano, ninguna de las cuales podía llamarse un código de trabajo para la administración de un monasterio. En una palabra, el monacato seguía esperando al hombre que debía adaptarlo a las necesidades y circunstancias occidentales y darle una forma especial distinta a la del Oriente. Este hombre fue encontrado en la persona de San Benito (480-543).

Propagación de la Regla de San Benito

Los detalles completos de la legislación de San Benito, que tuvo unos efectos tan inmensos sobre el monacato de Europa Occidental, se encuentran en los artículos SAN BENITO DE NURSIA y REGLA DE SAN BENITO. Baste señalar aquí que San Benito legisló para los detalles de la vida monástica de una manera que nunca se había hecho antes ni en Oriente ni en Occidente. Es evidente que se había familiarizado a fondo con las vidas de los padres egipcios del desierto, con los escritos de San Basilio, Casiano y Rufino; y en las líneas principales no tuvo intención de apartarse de los precedentes establecidos por estas grandes autoridades. Sin embargo, el nivel de ascetismo al cual él apuntaba, como era inevitable en Occidente, fue menos severo que el de Egipto o Siria. Así daba a sus monjes comida buena y abundante, les permitía beber vino y les aseguraba un período suficiente de sueño ininterrumpido. Su idea era, evidentemente, establecer un estándar que pudiera y debiera ser alcanzado por todos los monjes de un monasterio, dejando a la inspiración individual el ensayo de mayores austeridades si cualquiera sentía esta necesidad. Por otro lado, probablemente como una salvaguardia contra las relajaciones mencionadas anteriormente, requirió un mayor grado de aislamiento que San Basilio. En la medida de lo posible, se debía evitar toda relación con el mundo fuera del monasterio. Si el deber obligaba a algún monje a ir más allá del recinto del monasterio, a su regreso se le prohibía hablar de lo que había visto u oído. Así también ningún monje podía recibir regalos o cartas de sus amigos o parientes sin el permiso del abad. Es cierto que los huéspedes de afuera debían ser recibidos y hospedados, pero sólo ciertos monjes especialmente elegidos para el propósito podían relacionarse con ellos.

Quizás, sin embargo, el punto principal en el cual San Benito modificó la práctica preexistente es su insistencia en los stabilitas loci. Mediante este voto de estabilidad especial él une al monje de por vida al monasterio particular en el que hace sus votos. Este fue realmente un nuevo desarrollo y uno de la más alta importancia. En primer lugar, mediante éste se le quitó al monje el último vestigio de libertad personal. En segundo lugar, aseguró en cada monasterio esa continuidad de teoría y práctica tan esencial para la familia que San Benito deseaba sobre todo. El abad iba a ser padre y el monje un niño, el cual tampoco podría más elegir un nuevo padre o una nueva casa que cualquier otro niño. Después de todo, san Benito era romano y descendiente de una familia patricia romana, y simplemente estaba introduciendo en la vida monástica esa absoluta dependencia de todos los miembros de una familia sobre el padre, tan típica del derecho y el uso romanos. Sólo en la selección de un nuevo abad los monjes pueden elegir por sí mismos. Una vez elegido, el poder del abad se vuelve absoluto; no hay nada que lo controle excepto la regla y su propia conciencia que es responsable de la salvación de cada alma confiada a su cuidado.

La Regla de San Benito fue escrita en Monte Casino en los diez o quince años que precedieron a la muerte del santo en 543, pero se sabe muy poco sobre el modo en que comenzó a extenderse a otros monasterios. San Gregorio (Dial., II, XXII) habla de una fundación hecha a partir de Monte Casino en Terracina, pero nada se sabe de esta casa. Además las tradiciones de las fundaciones benedictinas en la Galia y Sicilia por San Mauro y San Plácido ahora están generalmente desacreditadas. Sin embargo, la Regla debe haberse dado a conocer muy pronto, ya que para la fecha de la muerte de Simplicio, el tercer abad del Monte Casino en línea con San Benito, se dice que se observaba generalmente en toda Italia (Mabillon, Annal Bened., VII, II). En el año 580 Monte Casino fue destruido por los lombardos y los monjes huyeron a Roma, llevando consigo la copia autógrafa de la Regla. Pelagio II los instaló en un monasterio cerca de la Basílica de Letrán. Es casi cierto que Gregorio Magno, quien sucedió a Pelagio II, introdujo la Regla Benedictina y la observancia en el monasterio de San Andrés que fundó en la Colina del Celio en Roma y también en los seis monasterios que fundó en Sicilia. Gracias a San Gregorio la Regla fue llevada a Inglaterra por San Agustín y sus compañeros monjes; y también a los monasterios francos y lombardos que la influencia del Papa hizo mucho para revivir. Indirectamente también, al dedicar el segundo libro de sus "Diálogos" a la historia de la vida y obra de San Benito, Gregorio dio un fuerte impulso a la difusión de la Regla. Así, la primera etapa en el avance del código de San Benito en toda Europa occidental está estrechamente ligada al nombre del primer monje-Papa.

En el siglo VII el proceso continuó firmemente. A veces el código benedictino existía al lado de una observancia antigua. Este era el caso de Bobbio, donde los monjes vivían bajo la Regla de San Benito o de San Columbano, que había fundado el monasterio en 609. En la Galia, en el mismo período, a menudo se encontraba una unión de dos o más reglas, como en Luxeuil, Solignac y en otros lugares. En esto no había nada de sorprendente, de hecho el último capítulo de la regla de San Benito parece casi contemplar tal arreglo. En Inglaterra, gracias a San Wilfrid de York, San Benito Biscop y otros, el modo de vida benedictino comenzó a ser considerado como el único tipo verdadero de monacato. Su influencia, sin embargo, era todavía leve en Irlanda, donde el monacato celta retrocedió más lentamente.

En el siglo VIII, el avance del benedictismo prosiguió con mayor rapidez, debido principalmente a los esfuerzos de San Bonifacio. A este santo se le conoce como el Apóstol de Alemania aunque los misioneros irlandeses le habían precedido allí. Sus energías sin embargo se dividieron entre las dos tareas de convertir las tribus paganas restantes y de traer el cristianismo de los convertidos irlandeses en línea con el uso y obediencia romanos. Alcanzó un gran éxito en ambas empresas y su triunfo significó la destrucción de la forma de monacato columbana anterior. Fulda, el gran monasterio de la institución de San Bonifacio, fue modelado directamente como el de Monte Casino, en el que el abad Sturm había residido durante algún tiempo para poder familiarizarse perfectamente con el funcionamiento de la Regla en el origen de la fuente, y a su vez Fulda se convirtió en el modelo para todos los monasterios alemanes. Así, durante el reinado de Carlomagno, la forma benedictina de monacato se había convertido en el tipo normal en todo Occidente, con la única excepción de algunos pocos claustros españoles e irlandeses. Este caso era tan completo que incluso el recuerdo de las cosas anteriores había desaparecido y se podía dudar seriamente de si antes de San Benito habían existido monjes de cualquier clase y si podía haber otros monjes que no fuesen benedictinos.

En el momento de la muerte de Carlomagno en 814, el monje más famoso de Europa occidental lo era San Benito de Aniane, el amigo y consejero de Luis el nuevo emperador, el cual construyó un monasterio para Benito cerca de su palacio imperial en Aix, y allí Benito reunió treinta monjes, elegidos de entre sus amigos personales y en plena simpatía con sus ideas. Este monasterio pretendía ser un modelo para todas las casas religiosas del imperio, y la famosa Asamblea de 817 aprobó una serie de resoluciones que se referían a toda la vida monástica. El objeto de estas resoluciones era asegurar, incluso en los más mínimos detalles, una absoluta uniformidad en todos los monasterios del imperio, de modo que pudiera parecer que "todo había sido enseñado por un único maestro en un solo lugar". Como era de esperarse, el esquema falló en hacerlo, ni siquiera nada parecido, pero las resoluciones de la Asamblea son de gran interés como el primer ejemplo de lo que hoy llamamos "Constituciones", es decir, un código complementario a la Santa Regla, que regulará los detalles menores de la vida y práctica cotidianas. El crecimiento del monacato benedictino y su desarrollo durante el período conocido como los "siglos benedictinos" aparecen en el artículo ORDEN BENEDICTINA, Pero se puede afirmar ampliamente que, si bien tuvo sus períodos de vigor y declive, no se intentó ninguna modificación seria del sistema de San Benito hasta el surgimiento de Cluny en la primera parte del siglo X.

Surgimiento de Cluny

La novedad esencial en el sistema de Cluny fue su centralización. Hasta ahora cada monasterio había sido una familia separada, independiente de todo el resto. El ideal de Cluny, sin embargo, era establecer un gran monasterio central con casas dependientes, numeradas incluso por el centenar, esparcidas sobre muchas tierras y formando una vasta jerarquía o sistema feudal monástico bajo el abad de Cluny. El superior de cada casa era nombrado por el abad de Cluny, cada monje era profesado en su nombre y con su sanción. De hecho, se parecía más a un ejército sujeto a un general que a un plan de San Benito de una familia con un padre para guiarla, y durante dos siglos dominó a la Iglesia en Europa occidental con un poder secundario sólo al del papado mismo. (Vea CLUNY, SAN ODÓN, HUGO EL GRANDE.) Apenas se podía imaginar nada más distinto del monacato primitivo con sus cuevas e individualismo que este elaborado sistema con la pompa y la circunstancia que pronto lo acompañaron; el instinto que impulsaba a los hombres a convertirse en monjes pronto comenzó a decir contra un tipo de monacato tan peligrosamente propenso a la recaída en el mero formalismo.

Debe entenderse, sin embargo, que la observancia de Cluny era todavía estricta y la reacción contra ella no se basaba en ninguna necesidad de una reforma en cuanto a moral o disciplina. Durante los primeros dos siglos de su existencia, los abades de Cluny, con la única excepción de Poncio (1109), que pronto fue depuesto, eran hombres de gran santidad y capacidad de mando. Sin embargo, en la práctica el sistema había resultado en aplastar toda iniciativa de los superiores de los monasterios subordinados y así, cuando se necesitaba una renovación de vigor, no había nadie capaz del esfuerzo requerido y la vida era aplastada fuera del cuerpo por su propio peso. Es cierto que este defecto fue la causa real de que el sistema fracasara. Nada es más notable en la historia del monacato benedictino que su poder de avivamiento por el surgimiento de una vida renovada desde dentro. Una y otra vez, cuando se necesita una reforma, se ha encontrado que el ímpetu proviene de dentro del cuerpo en lugar de fuera de él. Pero en el caso de Cluny tal cosa se había hecho prácticamente imposible, y en su declive no se produjo ninguna recuperación.

Reacción Contra Cluny

La reacción contra Cluny y el sistema de centralización tomó varias formas. A principios del siglo XI (1012) San Romualdo fundó la Orden de la Camáldula. Esto fue un retorno al antiguo ideal egipcio de varios ermitaños que vivían en una "laura" o colección de celdas separadas situadas a una distancia considerable (vea Orden de la Camáldula). Unos años más tarde (1039), San Juan Gualberto fundó la Orden de Vallombrosa, que fue muy importante principalmente para la institución de los "hermanos legos", distintos a los monjes de coro, una novedad que adquiere gran importancia en la historia monástica posterior (Vea HERMANOS LEGOS, ORDEN DE VALLOMBROSA). En 1074 surgió la Orden de Grammont que sin embargo no se trasladó al lugar de donde su nombre se deriva hasta 1124 (Vea SAN ESTEBAN DE MURET). Mucho más importante que estos fue el establecimiento en 1084 de los cartujos por San Bruno, en la Gran Chartreuse cerca de Grenoble, que se jacta de ser la única de las grandes órdenes que no ha requerido ser reformada (Vea ORDEN DE LA CARTUJA, LA GRAN CHARTREUSE, SAN BRUNO). En todos estos cuatro institutos la tendencia era hacia una forma de vida más eremítica y aislada que la seguida por los benedictinos, pero esto no fue el caso en la más grande de todas las fundaciones de la época: los cistercienses.

Los cistercienses derivaron su nombre de Cîteaux cerca de Dijon, donde San Roberto de Molesme fundó la Orden alrededor del año 1098. El nuevo desarrollo difería del de Cluny en que, mientras Cluny estableció una familia de gran tamaño dispersa, Cîteaux preservó la idea de que cada monasterio era una familia individual pero unió todas estas familias en una "Orden" en el sentido moderno de una congregación organizada. El abad y la casa de Citeaux serían preeminentes para siempre sobre todos los monasterios de la orden. Los abades de todos los otros monasterios se reunirían en Cîteaux en el capítulo general cada año. El propósito de esto era asegurar en cada monasterio una uniformidad completa en los detalles de la observancia, y esta uniformidad se haría aún más segura por una visita anual de cada casa. El abad de Citeaux tenía el derecho adicional de visitar cualquier monasterio a voluntad, y aunque no habría de interferir con las temporalidades de ninguna casa en contra de los deseos del abad y de los hermanos, en todos los asuntos de disciplina su poder era absoluto. Este elaborado sistema fue expuesto en el famoso documento "Carta Caritatis" y en él por primera vez se utiliza la expresión "Nuestra Orden" en el sentido moderno. Anteriormente, la palabra, tal como se usa en la frase "el orden monástico", había designado el modo de vida común a cada monasterio. En la Carta Caritatis se utiliza para excluir toda observancia monástica no exactamente en las líneas del "nuevo monasterio", es decir, Citeaux, y sujeto a ella. Los monasterios de los cistercienses se extendieron por Europa con sorprendente rapidez y, por el color de su hábito, a los monjes se les llamó los "Monjes Blancos" y a los antiguos benedictinos y cluniacenses, los "Monjes Negros" (Vea CISTERCIENSES, ABADÍA DE CÎTEAUX, SAN ROBERTO DE MOLESME, SAN BERNARDO DE CLARAVAL).

El ímpetu dado por estas nuevas fundaciones ayudó a revitalizar los monasterios benedictinos del tipo antiguo, pero al mismo tiempo una nueva influencia estaba actuando sobre el monacato occidental. Hasta ahora el ideal monástico había sido esencialmente contemplativo. Ciertamente, los monjes habían emprendido un trabajo activo de muchos tipos, pero siempre como una especie de accidente, o para satisfacer alguna necesidad inmediata, no como objeto primario de su instituto ni como un fin en sí mismo. Ahora, sin embargo, comenzaron a instituirse fundaciones religiosas de tipo activo, que se dedicaban a un trabajo activo particular o a obras como fin primario de su fundación. De esta clase fueron las órdenes militares, los templarios, los hospitalarios y los teutónicos; numerosos institutos de canónigos, por ejemplo, agustinos, premonstratenses y gilbertinos; las muchas órdenes de frailes, por ejemplo, carmelitas, trinitarios, servitas, dominicos y franciscanos o frailes menores. Este artículo no pretende tratar sobre éstos y de las múltiples fundaciones modernas de un carácter activo, distintos de uno contemplativo o monástico; se tratará de ellos plenamente en el artículo general ÓRDENES RELIGIOSAS y también individualmente en artículos separados bajo los nombres de las diversas órdenes y congregaciones. Sin embargo, debe reconocerse que estas instituciones activas atrajeron un gran número de vocaciones y en esa medida tendieron a controlar el aumento y el desarrollo del orden monástico estrictamente llamado, incluso mientras su fervor y éxito impulsaron a los antiguos institutos a una renovación del celo en sus observancias especiales.

El Cuarto Concilio de Letrán (1215) aprobó ciertos cánones especiales para regular la observancia monástica y prevenir cualquier caída de la norma establecida. Estas instrucciones tienden a adaptar las mejores características del sistema cisterciense, por ejemplo, los capítulos generales, al uso de los monjes negros, y fueron un gran paso en el camino que más tarde resultó tan exitoso. En aquel entonces, sin embargo, los monasterios del continente los ignoraban prácticamente, y sólo en Inglaterra se hicieron esfuerzos serios para ponerlos en práctica. La consecuencia fue que los monasterios ingleses de monjes negros pronto se formaron en una congregación nacional, la observancia en todo el país se hizo en gran medida uniforme, y prevaleció un nivel de vida mucho más alto que el que era común en los monasterios continentales en el mismo período. Se mantuvo el sistema de capítulos generales periódicos ordenados por el Concilio de Letrán. Así también fue la sujeción de todos los monasterios a los obispos diocesanos como un estado normal de cosas; de hecho sólo cinco abadías en toda Inglaterra estaban exentas de la jurisdicción episcopal. Hubo, por supuesto, fracasos individuales aquí y allá, pero está claro que desde la fecha del Concilio de Letrán hasta el momento de su destrucción, las casas benedictinas inglesas mantuvieron en general un buen nivel de disciplina y conservaron el afectuoso respeto de la gran mayoría de los laicos en todas las esferas de la vida.

Período de Decadencia Monástica

En el continente, el período que siguió al Cuarto Concilio de Letrán fue de una decadencia constante. La historia de la época habla de disturbios civiles, trastornos intelectuales y un aumento continuo de lujo entre los eclesiásticos así como los laicos. La riqueza de los monasterios era tentadora y los grandes, tanto de la Iglesia como del Estado, se apoderaron de ellas. Los reyes, los nobles, los cardenales y los prelados obtenían nominaciones a las abadías "in commendam” y muy a menudo absorbían los ingresos de las casas que dejaban ir a la ruina. Las vocaciones escasearon y, no rara vez, las comunidades quedaron reducidas a un simple puñado de monjes que vivían de una pequeña asignación que les daba en pequeñas porciones, y no de muy buena gana, el laico o eclesiástico que decía ser su abad comendatario. No faltaron los esfuerzos para controlar estos males, especialmente en Italia. Los silvestrinos, fundados por San Silvestre Gozzolini a mediados del siglo XIII, se organizaron bajo un sistema de superiores perpetuos bajo un jefe, el prior de Monte Fano, que gobernaba a toda la congregación como general asistido por un capítulo que consistía de representantes de cada casa (Vea SILVESTRINOS).

Los celestinos, fundados unos cuarenta años más tarde por San Pietro di Murrone (Celestino V), estaban organizados sobre el mismo plan, pero los superiores no eran perpetuos y la cabeza de todo el cuerpo era un abad elegido para tres años por el capítulo general y no apto para la reelección durante nueve años después de su mandato anterior (Vea CELESTINOS, PAPA SAN CELESTINO V. Los olivetanos, fundada cerca de 1313 por San Bernardo Tolomeo de Siena, marca la última etapa de desarrollo. En su caso los monjes no profesaban para ningún monasterio en particular, sino, como frailes, para la congregación en general. Los funcionarios de las diversas casas eran elegidos por un pequeño comité nombrado para este propósito por el capítulo general. El abad general era visitante de todos los monasterios y "superior de los superiores", pero ejercía su poder sólo durante un período muy corto. Este sistema tenía la gran ventaja de que prácticamente imposibilitaba la existencia de superiores comendadores, pero lo conseguía a costa de sacrificar toda la vida familiar en el monasterio individual, que es la idea central de la legislación de San Benito. Además, al llevarse el derecho de elección fuera de las comunidades monásticas, concentraba todo el poder real en manos de un pequeño comité, un curso evidentemente abierto a muchos posibles peligros (Vea OLIVETANOS).

Reavivamiento Monástico

Fuente: Huddleston, Gilbert. "Western Monasticism." The Catholic Encyclopedia. Vol. 10, pp. 472-476. New York: Robert Appleton Company, 1911. 3 Nov. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/10472a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina