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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Orden Sobrenatural

De Enciclopedia Católica

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Definición

El orden sobrenatural es el conjunto de efectos que exceden los poderes del universo creado y producidos gratuitamente por Dios con el propósito de elevar la criatura racional por encima de su ámbito nativo a una vida y destino divinos. El significado de la frase fluctúa con el de su antítesis, el orden natural. Aquellos que conciben éste último como el mundo de los seres materiales, con exclusión de entidades inmateriales, o como el mecanismo necesario de causa y efecto con exclusión de la agencia libre de la voluntad, o también como las fuerzas inherentes del universo con la exclusión de la concurrencia extrínseca de Dios, bastante coherentemente llaman sobrenaturales a todos los hechos espirituales o determinaciones voluntarias u operaciones divinas. No hay ninguna objeción a esa forma de hablar siempre que la afirmación de lo sobrenatural así entendida no se use, por una transferencia falaz de significado, para encubrir la negación de lo sobrenatural según se definió anteriormente.

Los teólogos católicos a veces llaman sobrenatural al modo milagroso en que se producen ciertos efectos, en sí mismos naturales, o ciertas dotaciones (como la inmunidad del hombre de la muerte, el sufrimiento, la pasión y la ignorancia) que llevan a la clase inferior hasta la superior, aunque siempre dentro de los límites de lo creado, pero son cuidadosos en calificar la primera como accidentalmente sobrenatural (supernaturale per accidens) y a la segunda como relativamente sobrenatural (praeternaturale). Para un concepto de lo substancial y absolutamente sobrenatural, parten de una visión global del orden natural adoptado, en su más amplia acepción, por la suma de todas las entidades creadas y los poderes, incluidos los más altos dones naturales de los que la criatura racional es capaz, e incluso tales operaciones divinas como son exigidas por la efectiva realización del orden cósmico.

El orden sobrenatural es entonces más que un modo milagroso de la producción de efectos naturales, o una noción de superioridad relativa dentro del mundo creado, o la concurrencia necesaria de Dios en el universo; es un efecto o una serie de efectos sustancial y absolutamente por encima de toda la naturaleza y, como tal, requiere una intervención excepcional y el otorgamiento gratuito de Dios y se eleva de cierto modo al orden divino, el único que trasciende a todo el mundo creado. Aunque algunos teólogos no consideran imposible la elevación de la criatura irracional al orden divino, es decir, a través de la unión personal, no obstante, es lógico que tan eminente privilegio deba reservarse para la criatura racional, capaz de conocimiento y amor. Es evidente también que esta elevación de la criatura racional al orden sobrenatural no puede ser a través de la absorción de lo creado en el Divino o de la fusión de ambos en una especie de identidad monista, sino sólo a modo de unión o participación, permaneciendo los términos perfectamente distintos.

Al no ser un concepto a priori, sino un hecho positivo, el orden sobrenatural sólo puede ser conocido a través de la revelación divina adecuadamente apoyada por tales evidencias divinas como el milagro, la profecía, etc. La revelación y sus evidencias son llamadas sobrenaturales extrínsecas y auxiliares, y la elevación en sí mantiene el nombre de intrínseca o, según algunos, sobrenatural teológica. Hay tres clases principales de tal elevación:

La unión hipostática y lo sobrenatural angelical están estrechamente conectados con nuestra propia elevación. Por San Juan (Jn. 1,12-14) sabemos que la unión hipostática es el ideal y el instrumento de la misma, y San Pablo declara que los ángeles son "todos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación” (Heb. 1,14). Dejando a un tratamiento aparte lo sobrenatural auxiliar (vea revelación, milagro, profecía), la unión hipostática (vea la Encarnación), y la elevación de los ángeles (vea ángeles), este artículo trata del orden sobrenatural en el hombre en su historia y análisis.

En pocas palabras, la historia es la siguiente: Desde el principio, el hombre fue elevado, muy por encima de las demandas de su naturaleza, a una vida que le hizo, incluso aquí abajo, el hijo adoptivo de Dios, y a un destino que le daba derecho a la visión beatífica y al amor de Dios en el cielo. A estos dones estrictamente sobrenaturales por los cuales el hombre fue hecho realmente partícipe de la naturaleza divina (2 Ped. 1,4) se le añadieron dotaciones sobrenaturales, es decir, la inmunidad de la ignorancia, la pasión, el sufrimiento y la muerte, que lo dejó "poco menor que los ángeles" (Sal. 8,6; Heb. 2,7). A través de su propia culpa, nuestros primeros padres perdieron para ellos y su raza tanto la vida y destino divino como las dotaciones angelicales. En su misericordia, Dios prometió un Redentor que, anunciado por edades de profecía, llegó en la plenitud de los tiempos en la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. Por su Encarnación, trabajos, Pasión y Muerte, Jesucristo restauró la humanidad a su antigua filiación divina y herencia celestial, si no a sus prerrogativas casi angelicales, pues la virtud de la redención se nos aplica a través del ministerio conjunto del Espíritu interior y de la Iglesia visible, en forma de ayudas reales, la santidad habitual y el poder de merecer el cielo.

Un análisis del orden sobrenatural, apenas inaugurado por los Padres, pero llevado a un punto de gran perfección por los escolásticos y los teólogos posteriores al Concilio de Trento, describe los diferentes elementos que componen el orden, es decir, el fin, los medios y las leyes. El fin es el destino del hombre de ver a Dios cara a cara y amarlo correspondientemente. Si, como se verá, la visión intuitiva de Dios es nuestro verdadero destino y, además, trasciende nuestros poderes naturales más altos, entonces tenemos que disponer de medios capaces de alcanzar ese fin, que es sobrenatural. Esos medios no pueden ser otros que nuestras propias acciones, pero investidas de un poder superior que las hace meritorias del cielo. La gracia, tanto actual como habitual, es la fuente de ese poder merecedor; mientras que la gracia habitual, con su cortejo de virtudes infusas o facultades eleva nuestro modo de ser y de funcionamiento a una esfera que es propia de Dios, la gracia actual nos impulsa a la justificación y, una vez que estamos justificados, pone en movimiento nuestros poderes sobrenaturales haciéndolos que produzcan obras buenas y meritorias. En el orden sobrenatural, como en todos los demás, también hay leyes específicas. La obra de la santificación del hombre depende de cierto modo en las leyes generales del universo y con toda seguridad en el cumplimiento de todos los preceptos morales escritos en nuestros corazones. Además de estas leyes, que Cristo no vino a abolir, hay leyes positivas o establecidas libremente que van desde las condiciones de salvación divinamente impuestas hasta las obligaciones reveladas e incluso las normas que regulan nuestro crecimiento en santidad. Puesto que la gloria y la gracia son los rasgos centrales del orden sobrenatural, se hará especial referencia a ellas en la exposición de los errores y el establecimiento de la doctrina católica.

Errores

Las teorías que niegan o menosprecian el orden sobrenatural se pueden clasificar tanto desde el punto de vista de su aspecto histórico como de su secuencia lógica, en tres grupos, según ellos ven lo sobrenatural:

  • (1) en nuestra actual condición de facto,
  • (2) en el estado original del hombre,
  • (3) en su posibilidad y evidencias.

Al primer grupo pertenecen el pelagianismo y el semipelagianismo. Influidos, sin duda, por el ideal estoico y sus actuaciones ascéticas propias, los pelagianos del siglo V, enaltecieron de tal forma la naturaleza humana al extremo de declarar natural a ella tanto la visión beatífica como los actos humanos por los que la merece. Ellos fueron condenados por los Concilios de Mileve y Cartago (418). Menos audaces, los semipelagianos, censurados por el Concilio de Orange (529), le quitaron a lo sobrenatural sólo algunas fases de la vida del hombre como el comienzo de la fe y la perseverancia final. A este grupo pertenecen también, en cierto modo, los falsos místicos del siglo XIV, los begardos condenada por el Concilio de Vienne (1312), por afirmar que la criatura racional posee la bienaventuranza en sí mismo sin la ayuda del lumen gloriae, y Eckhart, cuya identificación del Creador y la criatura en el acto de la contemplación fue censurada por Juan XXII en 1329.

Al segundo grupo pertenecen los primeros reformadores y la escuela jansenista, aunque en grados diferentes. Al malinterpretar la terminología todavía imperfecta de los Padres que se llamaba natural, en el sentido de original, a la elevación de nuestros primeros padres, los primeros reformadores afirmaban que, según la enseñanza patrística y en oposición a los escolásticos, esa elevación no era sobrenatural. Ese error, rechazado por el Concilio de Trento (Ses. V, Decretum de Peccato originali, can. 1), fue tomado de nuevo, pero de una forma más refinada, por Bayo que, de hecho, designó como sobrenatural la condición original del hombre pero anuló el significado de la palabra al afirmar que la elevación de nuestros primeros padres fue demandado por y debida a la condición normal de la humanidad. A pesar de que el Papa San Pío V ( Denzinger, ed 9., Nn. 901, 903, 906, 922) lo condenó, fue seguido por el jansenista Quesnel y el pseudo-sínodo de Pistoia, el primero fue condenado por Clemente XI (Denzinger, nn . 1249, 1250) y el segundo por Pío VI (Denzinger, nn. 1379, 1380, 1383). Una confusión entre el orden moral y el sobrenatural, hallado con frecuencia en los escritos de Bayo y jansenistas, fue reproducida más o menos conscientemente por algunos teólogos alemanes como Stattler, Hermes, Günther, Hirsh, Kuhn, etc., quienes admitían el carácter sobrenatural de los demás dones, pero alegaban que la adopción a la vida eterna y la participación de la naturaleza divina, al ser una necesidad moral, no podían ser sobrenaturales. Ese reavivamiento de un viejo error encontró un oponente fuerte y exitoso en Kleutgen en el segundo volumen de su teología de lo sobrenatural.

El tercer grupo pertenece a la escuela racionalista desde Socino hasta los modernistas presente. Mientras que los errores anteriores procedieron menos de una negación directa que de una confusión del orden sobrenatural con el natural, el error racionalista lo rechaza en su totalidad, bajo el pretexto de la imposibilidad filosófica o no existencia crítica.

El Syllabus de Pío IX y la constitución vaticana "De fide catholica" (Denzinger, n. 1655) reprimieron por un tiempo ese naturalismo radical que, sin embargo, ha reaparecido últimamente en una forma todavía más virulenta con el modernismo. Aunque no hay nada en común entre Rosmini y los modernistas actuales, puede que él, sin saberlo, haya pavimentado el camino para ellos en la siguiente vagamente subjetivista proposición: "El orden sobrenatural consiste en la manifestación del ser en la plenitud de su realidad, y el efecto de esa manifestación es un sentimiento semejante divino, incoado en esta vida a través de la luz de la fe y la gracia, consumada en la próxima a través de la luz de la gloria" (36ta. proposición rosminiana condenada por el Santo Oficio, 14 de diciembre de 1887). Preservando las fórmulas dogmáticas mientras que las vaciaba de su contenido, los modernistas hablan constantemente de lo sobrenatural, pero entienden por ello las etapas avanzadas de un proceso evolutivo del sentimiento religioso. No hay lugar en su sistema para lo sobrenatural objetivo y revelado: su agnosticismo lo declara incognoscible, su inmanentismo lo deriva de nuestra propia vitalidad, su simbolismo lo explica en términos de experiencia subjetiva y su crítica declara no auténticos los documentos utilizados para probarlo. "Ahora no hay duda", dice Pío X, en su Encíclica "Pascendi" del 8 de septiembre de 1907, "del viejo error por el cual una especie de derecho a lo sobrenatural fue reclamado por la naturaleza humana. Hemos ido mucho más allá que eso. Hemos llegado al punto en el que se afirma que nuestra santísima religión, en el hombre Cristo como en nosotros, emanó de la naturaleza espontánea y totalmente. Seguramente no hay nada más destructivo de todo el orden sobrenatural que esto."

Doctrina católica

A partir de los documentos anteriores, la doctrina católica sobre lo sobrenatural se puede resumir en tres puntos:

1

El hecho de la elevación del hombre, a la que probablemente se alude en la semejanza de Dios impresa en Adán ( Gén. 1,26), en el árbol de la vida del que fue alejado como consecuencia de su pecado (Gén. 3,22), y en la íntima unión del hombre con Dios, tal como se describe en los libros sapienciales y proféticos, tiene su plena expresión en los discursos de Jesucristo ( Jn. 6 y 14-17), en el prólogo al Cuarto Evangelio en comparación con Juan 2 y 3, y en la introducción de varias epístolas como 1 Corintios Efesios y la Primera Epístola de San Pedro. La visión de Dios directa y cara a cara es nuestro destino futuro (I Cor.13,12; 1 Jn. 3,2). En este mundo somos hijos de Dios no sólo de nombre sino de hecho (1 Jn. 3,1), habiendo nacido de nuevo (Jn. 3,7) y con la caridad de Dios infundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado ( Rom. 5,5). El énfasis dado por los primeros Padres a la deificación del hombre se ha mostrado en otro lugar (vea adopción sobrenatural). En vista de todo esto no es cierto que los Padres ni siquiera tuviesen un nombre para designar a lo sobrenatural, como afirman a menudo los críticos modernos. De Broglie (Le surnaturel, p. 45) muestra que hubo al menos cuatro frases diferentes para expresar los dones sobrenaturales: hyper physin (sobre la naturaleza), adscititia (sobreañadido), exothen tes ousías (ajenos a la esencia), charis, charismata (gratuito).

2

San Pablo puso en destacado relieve el carácter gratuito o sobrenatural de la visión beatífica (1 Tim. 6,15) y San Juan (1,18 y 6,46). San Ireneo simplemente parafrasea su enseñanza en la famosa frase: Homo a se non videt Deum; ille autem volens videtur hominibus quibus vult, quando vult, quemadmodum vult; potens est enim in omnibus Deus (Adv. Haer., V, 20). Tampoco se puede leer pasajes como Ef. 1,16-19 y 3,14-21; Col. 1,10s; 2 Ped. 1,4., etc., sin darse cuenta de que el carácter sobrenatural de la visión intuitiva se aplica a la caridad "que excede a todo conocimiento". La literatura cristiana primitiva, que no trataba con abstracciones, no enfatiza la trascendencia del orden sobrenatural por encima de nuestra actual condición de facto, ni tampoco por encima de nuestra constitución nativa vista filosóficamente en los elementos y las propiedades y exigencias de la naturaleza humana. Sin embargo, San Pablo, al describir el rol del Redentor, que es la renovación, reparación y restauración, llega muy cerca al punto de insinuar que nuestra elevación actual, claramente sobrenatural, no es más que un retorno a la condición no menos sobrenatural del “antiguo Adán"; y mientras que, antes de la controversia pelagiana, los Padres no discuten ampliamente el punto referente al pecado original, sin embargo, algunas observaciones pasajeras de San Ireneo (Contra hæeres., III, XVIII, 1, 2) y San Juan Crisóstomo (10ma. Homilía sobre San Juan, 2ª) muestran que no hay abismo entre los primeros Padres, San Agustín, quien presentó una delimitación audaz, si no terminada, de lo sobrenatural como tal, y los escolásticos y teólogos post-tridentinos (como Domingo Soto | Soto]], "De natura et gratia"; Ripalda, "De ente supernaturali"; Suárez, "De variis statibus") que distinguieron cuidadosamente los diversos estados de la naturaleza humana. La opinión de Ripalda en el sentido de que la visión beatífica, que es de facto sobrenatural a la creación real, podría llegar a ser natural para alguna criatura superior posible, nunca ha sido formalmente condenada por la Iglesia; sin embargo, es rechazada unánimemente por los teólogos, ya que parece menos conforme a los dichos de las Escrituras y tiende a destruir la trascendencia absoluta del orden sobrenatural.

3

La posibilidad filosófica y la indagación crítica del orden sobrenatural son el punto central de la apologética cristiana. Los apologistas cristianos insisten, y a buen propósito, el valor crítico de los registros en que se apoya, su cuasi-necesidad para la dirección correcta de la vida, los beneficios que aporta a sus destinatarios, y la absoluta falta de fundamento de sus llamadas antinomias, contra las opiniones desfavorables de los racionalistas, que lo pronuncian inexistente o innecesario, o malicioso, o incluso imposible. Habiendo despejado así el terreno, proceden a recoger, interpretar y organizar los distintos datos de la revelación, cuyo resultado es un sistema armónico y verdaderamente grandioso de supervivencia. A partir del axioma comúnmente aceptado que "la gracia no destruye sino sólo perfecciona la naturaleza" establecen entre los dos órdenes un paralelismo que no es confusión mutua o la exclusión recíproca, sino distinción y la subordinación. Los escolásticos hablaban libremente de las posibilidades de la naturaleza (potentia obedientialis) e incluso esfuerzos (appetitus naturalis) hacia lo sobrenatural. A esos métodos tradicionales algunos escritores cristianos han tratado de añadirle e incluso sustituirlos por otra teoría que, según ellos, traerá la morada sobrenatural a la mente moderna y le dará credenciales incuestionables. La teoría de la novela consiste en hacer que la naturaleza postule lo sobrenatural. Cualquiera que sea la legitimidad del propósito, el método es ambiguo y lleno de escollos. Hay espacio y distancia entre los potentia obedientialis de los escolásticos y los appetitus moralis y el principio modernista, según el cual lo sobrenatural "emana de la naturaleza de forma espontánea y totalmente"; al mismo tiempo, el apologista católico que trate de llenar algo del espacio y cubrir alguna de la distancia debe tener en cuenta la advertencia de Pío X a los "católicos que, al tiempo que rechazan la inmanencia como doctrina, la emplean como método de apologética, y que lo hacen tan imprudentemente que parece que admiten que en la naturaleza humana hay una verdadera y rigurosa necesidad respecto al orden sobrenatural y no solamente una capacidad e idoneidad para lo sobrenatural tal como ha sido enfatizada siempre por los apologistas católicos” (Encíclica “Pascendi”).

Bibliografía

RIPALDA, De ente supernaturali (París, 1870); SCHRADER, De triplici ordine (Viena, 1864); TERRIEN, La grace et la gloire (París, 1897); BAINVEL, Nature et surnaturel (París, 1903); DE BROGLIE, Le surnaturel (París, 1908); LIGEARD, Le rapport de la nature et du surnaturel d'après les théologiens scolastiques du XIIIe au XVIIIe siècles (París, 1910). Una bibliografía más completa se halla en: WILHELM AND SCANNELL, Manual of Cath. Theology, I (Londres, 1906), 430; TANQUEREY, Synopsis theol. dogmat., I (Nueva York), 345; BAREILLES, Le catéchisme romain, III (Montrejeau, 1908), 352; LABAUCHE, . . . L'homme . . . in Leçons de théol. dogmatique (París, 1908).

Fuente: Sollier, Joseph. "Supernatural Order." The Catholic Encyclopedia. Vol. 14. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/14336b.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina