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Miércoles, 27 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Naturaleza y Atributos de Dios»

De Enciclopedia Católica

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(Inmutabilidad)
(Atributos Divinos)
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Los llamados [[Atributos Divinos |atributos divinos]] activos se tratan mejor en relación con el [[intelecto]] y la [[voluntad]] divinos ---principios de operación divina ''ad extra''--- a los que ellos son reducibles en última instancia.
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Revisión de 14:43 10 ago 2016

Dios, según Conocido a Través de la Razón Natural

(EL DIOS DE LOS FILÓSOFOS)

Después de haber establecido por inferencia inductiva la auto-existencia de una Causa Primera personal distinta de la materia y de la mente humana (Vea el artículo Existencia de Dios), ahora procedemos mediante el análisis deductivo a examinar la naturaleza y atributos de este Ser en la medida requerida por nuestro alcance filosófico limitado. En consecuencia, trataremos sobre:

Infinitud de Dios

(A) Cuando decimos que Dios es infinito, queremos decir que Él es ilimitado en toda clase de perfección o que todas las perfecciones concebibles le pertenecen a Él en la más alta forma concebible. En un sentido diferente a veces hablamos, por ejemplo, de un tiempo o espacio infinito, denotando con ello un tiempo de duración tan indefinida o un espacio de extensión tan indefinida que no podemos asignar cualquier límite fijo a uno u al otro. Se debe tener cuidado de no confundir estos dos esencialmente diferentes significados del término. El tiempo y el espacio, al estar compuestos de partes de duración o extensión, son esencialmente finitos en comparación con la infinitud de Dios. Ahora afirmamos que Dios es infinitamente perfecto en el sentido explicado, y que su infinitud es deducible a partir de su propia existencia. Para un ser existente por sí mismo, si limitado en absoluto, podría ser limitado sólo por sí mismo; estar limitado por otro implicaría la dependencia causal sobre ese otro, que la misma noción de auto-existencia excluye. Pero el auto-existente no puede ser concebido como limitándose a sí mismo, en el sentido de restringir su perfección del ser, sin dejar de ser auto-existente. Sea lo que sea, lo es necesariamente; su propia esencia es la única razón o explicación de su existencia, por lo que su forma de existencia debe ser tan inmutable como su esencia, y el sugerir la posibilidad de un aumento o disminución de la perfección sería sugerir la absurdidad de una esencia cambiante. Entonces, sólo queda decir que cualquier perfección que sea compatible con su esencia es realmente ejecutada en un ser auto-existente; pero como no hay perfección concebible como tal ---es decir, ninguna expresión de ser positivo como tal--- que no es compatible con la esencia del auto-existente, se deduce que el auto-existente debe ser infinito en toda perfección. Pues la auto-existencia misma es ser positivo absoluto y ser absoluto no puede contradecir, y por lo tanto no puede limitar, ser positivo.

(B) Esta conclusión general, y reconocidamente muy abstracta, así como el razonamiento que la sostiene, se hace más inteligible mediante una breve ilustración específica de lo que implica:

(1) Cuando, al hablar del Infinito, le atribuimos todas las perfecciones concebibles a Él, no debemos olvidar que los predicados que empleamos para describir las perfecciones derivan su significado y connotación, en primera instancia, de su aplicación a seres finitos; y al reflexionar se ve que debemos distinguir entre diferentes tipos de perfecciones, y que no podemos sin contradicción palpable atribuir de la misma manera todas las perfecciones de las criaturas a Dios. Algunos perfecciones son tales que incluso en abstracto, implican necesariamente o connotan finitud del ser o imperfección; mientras que otras necesariamente por sí mismas no connotan la imperfección. A la primera clase pertenecen todas las perfecciones materiales ---extensión, sensibilidad y similares--- y ciertas perfecciones espirituales como la racionalidad (a diferencia de la simple inteligencia); a la segunda clase pertenecen perfecciones tales como la veracidad, la bondad, la inteligencia, la sabiduría, la justicia, la santidad, etc. Ahora bien, aunque no se puede decir que Dios se extiende infinitamente, o que siente o razona de una manera infinita, se puede decir que Él es infinitamente bueno, inteligente, sabio, justo, santo, etc. ---en otras palabras, mientras las perfecciones de la segunda clase se le atribuyen a Dios formalmente (es decir, sin ningún cambio en el sentido propio de los predicados que las expresan), las de la primera clase sólo se le puede atribuir y eminente y equivalentemente, (es decir, cualquier ser positivo que expresen pertenece a Dios como su causa de una forma mucho más alta y más excelente que a las criaturas en las que existen de manera formal). Por medio de esta importante distinción, que los agnósticos rechazan o descuidan, somos capaces de pensar y hablar de lo infinito sin ser culpables de contradicción, y el hecho de que los hombres ---incluso los agnósticos mismos cuando bajan la guardia--- generalmente reconocen y utilizan la distinción, es la mejor prueba de que es pertinente y bien fundada. En última instancia, es sólo otra forma de decir que, dada una causa infinita y efectos finitos, cualquiera perfección pura que se descubra en los efectos debe existir primero en la causa (via affirmationis ) y, al mismo tiempo que cualquier imperfección que se descubra en los efectos debe ser excluida de la causa (via negationis vel exclusionis). Estos dos principios no se contradicen, sino que sólo se equilibran y corrigen entre sí.

(2) Sin embargo, a veces los hombres son guiados por una tendencia natural a pensar y hablar de Dios como si fuese una criatura magnificada ---más especialmente un hombre magnificado--- y a esto se le conoce como antropomorfismo. Por lo tanto se dice que Dios ve u oye, como si tuviese órganos físicos, o que está enojado o triste, como si estuviese sujeto a las pasiones humanas; y este uso de la metáfora más o menos inevitable y perfectamente legítimo a menudo se alega bastante injustamente que prueba que el estrictamente Infinito es impensable e incognoscible, y que es realmente un Dios antropomórfico finito que los hombres adoran. Pero cualquiera que sea la verdad que pueda haber en este cargo en su aplicación a las religiones politeístas, o incluso a las creencias teístas de mentes rudas e incultas, es falso e injusto cuando se dirige contra el teísmo filosófico. Las mismas razones que justifican y recomiendan el uso del lenguaje metafórico en otras conexiones lo justifican y recomiendan aquí, pero ningún teísta de inteligencia promedio piensa nunca en comprender literalmente las metáforas que aplica, u oye aplicadas por otros a Dios, no más que él intenta hablar literalmente cuando llama león a un hombre valiente, o zorro a un ser astuto.

(3) Finalmente se debe observar que, mientras se predican puras perfecciones literalmente tanto de Dios como de las criaturas, siempre se entiende que estos predicados son verdaderos en un sentido infinitamente más elevado de Dios que de las criaturas, y que no hay intención de coordinar o clasificar a Dios con las criaturas. Esto se expresa técnicamente al decir que todo nuestro conocimiento de Dios es analógico, y que todos los predicados aplicados a Dios y a las criaturas se utilizan analógicamente, no de manera unívocamente. Puedo mirar un retrato o a su original viviente, y decir de cualquiera, con la verdad literal, que es un bello rostro; y este es un ejemplo de predicación analógica. La belleza se percibe literal y realmente tanto en el retrato como en su original viviente, y conserva su significado adecuado como aplicado a cualquiera de los dos; hay suficiente semejanza o analogía para justificar la predicación literal, pero no hay esa semejanza o identidad perfecta entre la belleza pintada y la viva que implicaría la predicación unívoca perfecta. Y del mismo modo en el caso de Dios y las criaturas. Lo que contemplamos directamente es el retrato de Él pintado, por así decirlo, por sí mismo en el lienzo del universo y que exhibe en un grado finito diversas perfecciones, que, sin perder su significado apropiado para nosotros, se observa que son capaces de ser percibidas en un grado infinito; y nuestra razón nos obliga a inferir que deben ser y así percibidas en Aquel que es su causa última.

De ahí que admitimos, en conclusión, que nuestro conocimiento del Infinito es inadecuada y así necesariamente, ya que nuestras mentes sólo son finitas. Pero esto es muy diferente de la afirmación agnóstica de que el Infinito es del todo incognoscible, y que las declaraciones de los teístas respecto a la naturaleza y atributos de Dios son sólo simples contradicciones. Es solo ignorando las bien reconocidas reglas de predicación que acaban de ser explicadas, y por lo tanto, por la incomprensión y la tergiversación de la posición teísta, que los agnósticos logran dar un aire de plausibilidad superficial a su propia filosofía de la negación en blanco. Cualquiera que entienda esas reglas, y haya aprendido a pensar con claridad, y confíe en su propia razón y el sentido común, encontrará fácil conocer y refutar argumentos agnósticos, la mayoría de los cuales, en principio, han sido anticipados en lo que precede. Sólo se necesita hacer aquí una observación general: que los principios a los que el filósofo agnóstico debe apelar en su intento de invalidar el conocimiento religioso, de ser aplicados de manera consistente, invalidarían todo el conocimiento humano y conducirían al escepticismo universal, ---y es seguro decir que, a menos que escepticismo absoluto se convierta en la filosofía de la humanidad, el agnosticismo nunca suplantará a la religión.

Unidad o Unicidad de Dios

Obviamente, sólo puede haber un ser infinito, un solo Dios. Si existiesen varios, ninguno de ellos sería realmente infinito, porque, pues para tener pluralidad de naturalezas en absoluto, cada uno debería tener alguna perfección no poseída por los otros. Esto será fácilmente concedido por todo aquel que admite la infinitud de Dios, y no hay necesidad de retrasar el desarrollo de lo que es perfectamente claro. Cabe señalar, sin embargo, que algunos filósofos teístas prefieren deducir la unicidad de la auto-existencia y la infinitud de ambas combinadas, y en una cuestión tan abstracta no es sorprendente que deban surgir pequeñas diferencias de opinión. Pero hemos seguido lo que nos parece ser la línea más simple y más clara del argumento. El argumento metafísico por el cual la unicidad, a diferencia de la infinitud, se deduce de la auto-existencia parece ser muy oscura, mientras que por otro lado la infinitud, a diferencia de la unicidad, parece estar claramente implícita en la auto-existencia como tal. Si por ejemplo, se pregunta: ¿Por qué no puede haber varios seres auto-existentes? La única respuesta satisfactoria, según nos parece, es la siguiente: Porque un ser auto-existente como tal es necesariamente infinito, y no puede haber varios infinitos. La unidad de Dios como la causa primera también se podría inferir inductivamente a partir de la unidad del universo tal como lo conocemos; pero como se podría sugerir, y no podría ser refutado, que puede haber otro, o incluso varios universos, de los cuales no tenemos conocimiento, este argumento no sería absolutamente concluyente.

Simplicidad de Dios

Dios es una substancia o ser simple, que excluye toda clase de composición, física o [[metafísica]. La composición física o real es substancial o accidental ---substancial, si el ser en cuestión consiste de dos o más principios substanciales que forman parte de un todo compuesto, como por ejemplo, el hombre, que consiste de cuerpo y alma; accidental, si el ser en cuestión, aunque simple en su sustancia (como es el alma humana), es capaz de poseer perfecciones accidentales (como los pensamientos reales y la volición del alma del hombre) no idénticas necesariamente con su sustancia. Ahora bien, está claro que un ser infinito no puede ser substancialmente compuesto, ya que esto significaría que el infinito está formado por la unión o la adición de partes finitas ---una plena contradicción en los términos. Tampoco puede atribuirse composición accidental al infinito ya que incluso esto implicaría una capacidad para una perfección aumentada, que la noción misma de infinito excluye. No hay, por lo tanto, y no puede haber cualquier composición física o real en Dios.

Tampoco puede haber ese tipo de composición que se conoce como metafísica, y que resulta de "la unión de diversos conceptos que se refieren a la misma cosa real de tal manera que ninguno de ellos por sí mismo significa ya sea explícita o incluso implícitamente toda la realidad significada por su combinación". Así todo ser contingente real es un compuesto metafísico de la esencia y existencia, y el hombre, en particular, de acuerdo con la definición, es un compuesto de animal y racional. La esencia como tal en relación con un ser contingente implica simplemente su concebimiento o posibilidad, y abstractos de su existencia real; se debe añadir la existencia como tal antes que podamos hablar del ser como real. Pero esta distinción, con la composición que implica, no se puede aplicar al ser auto-existente o infinito en el que esencia y existencia están completamente identificados.

Decimos de un ser contingente que tiene una cierta naturaleza o esencia, pero del auto-existente decimos que es su propia naturaleza o esencia. Por lo tanto, en Dios no hay composición de esencia y existencia ---o de potencia y acto---, ni tampoco se le puede atribuir la composición de género y diferencia específica, implícita por ejemplo, en la definición de hombre como animal racional. Dios no puede ser clasificado o definido, como se clasifican y definen los seres contingentes; pues no hay aspecto de ser en el que Él sea perfectamente similar a lo finito, y, por lo tanto, no hay género en el cual Él pueda ser incluido. De esto se deduce que no podemos conocer a Dios adecuadamente en la forma en que Él se conoce a sí mismo, pero no, como sostiene el agnóstico, que nuestro conocimiento inadecuado no sea verdadero hasta donde llega. Al hablar de un ser que trasciende las limitaciones de la definición lógica formal, nuestras propuestas son una expresión de la verdad real, siempre que lo que digamos sea en sí mismo inteligible y no contradictorio en sí mismo; y no hay nada ininteligible o contradictorio en lo que los teístas predican de Dios. Es cierto que ningún único predicado es adecuado o exhaustivo como una descripción de su perfección infinita, y que es necesario emplear una multitud de predicados, como si a primera vista la infinitud pudiese alcanzarse por multiplicación. Pero, al mismo tiempo, reconocemos que esto no es así ---al ser repugnante a la simplicidad divina; y que mientras que la verdad, la bondad, la sabiduría, la santidad y otros atributos, como los concebimos y definimos expresan perfecciones que son formalmente distintas, sin embargo, tal como se aplican a Dios todas ellos son en última instancia idénticas en significado y describir la misma realidad última –el único ser infinitamente perfecto y simple.

Personalidad Divina

Cuando decimos que Dios es un ser personal denotamos que Él es inteligente y libre y distinto al universo creado. Tal personalidad expresa perfección, y si la personalidad humana como tal connota imperfección, se debe recordar que, como en el caso de predicados similares, esta connotación se excluye cuando le atribuimos personalidad a Dios. Es principalmente por vía de oposición al panteísmo que el filósofo teísta enfatiza la personalidad divina. La personalidad humana, tal como la conocemos, es uno de los datos primarios de la conciencia, y es una de esas perfecciones creadas que se deben percibir formalmente (aunque sólo analógicamente) en la primera causa. Pero el panteísmo requeriría que negásemos la realidad de cualquier tal perfección, ya sea en las criaturas o en el Creador, y esta es una de las objeciones fundamentales a cualquier forma de enseñanza panteísta. En cuanto al misterio de la Trinidad o tres personas divinas en Dios, que se puede conocer sólo por la revelación, es suficiente decir aquí que adecuadamente comprendido el misterio no contiene ninguna contradicción, sino por el contrario, añade mucho que es muy útil a nuestro conocimiento inadecuado del infinito.

Dios, según Conocido a Través de la Fe

EL DIOS DE LA REVELACIÓN

(1) Como hemos visto, la razón enseña que Dios es una substancia o naturaleza espiritual simple e infinitamente perfecto; la Sagrada Escritura y la Iglesia enseñan eso mismo. Los credos, por ejemplo, por lo general comienzan con una profesión de fe en el único y verdadero Dios, que es el creador y Señor del cielo y de la tierra, y es también, en las palabras del Concilio Vaticano I, " omnipotente, eterno, inmenso, incomprensible, infinito en el intelecto y la voluntad y en toda perfección "(Ses. III, cap. I, de Deo). La mejor manera en que podemos describir la naturaleza divina es decir que es infinitamente perfecta, o que Dios es el Ser infinitamente perfecto; pero siempre hay que recordar que incluso el ser mismo, el término más abstracto y universal que poseemos, se predica de Dios y de las criaturas no unívoca o idénticamente, sino sólo analógicamente. Pero otros predicados, que aplicados a las criaturas expresan ciertas determinaciones específicas del ser, también se aplican a Dios ---analógicamente, si en sí mismos expresan la perfección pura o sin mezcla, pero sólo metafóricamente si necesariamente connotan imperfección. Entonces de tales predicados que se aplican a las criaturas distinguimos entre los que se utilizan en concreto para denotar ser como tal más o menos determinado (por ejemplo, substancia, espíritu, etc.), y los que se utilizan en abstracto o adjetivamente para denotar determinaciones, o cualidades, o atributos del ser (por ejemplo, bien, bondad, inteligente, inteligencia, etc.); y nos parece útil transferir esta distinción a Dios, y hablar de la naturaleza o esencia divina y atributos divinos teniendo cuidado al mismo tiempo, al insistir en la simplicidad divina, para evitar error o contradicción en su aplicación. Pues, aplicada a Dios, la distinción entre naturaleza y atributos, y entre los atributos mismos, es simplemente lógica y no real. La mente finita no es capaz de comprender el Infinito tan adecuadamente como para describir su esencia por ningún concepto o término; pero mientras se usa una multitud de términos, todos los cuales son analógicamente ciertos, no intentamos implicar que hay algún tipo de composición en Dios. Así, tal como se aplica a las criaturas, la bondad y la justicia, por ejemplo, son distintas unas de otras y de la naturaleza o esencia de los seres en los que se encuentran, y si las limitaciones finitas nos obligan a hablar de tales perfecciones en Dios como si fueran similarmente distintas, sabemos, sin embargo, y estamos dispuestos para explicar, cuando sea necesario, que esto no es realmente así, sino que todos los atributos divinos son realmente idénticos entre sí y con la esencia divina.

(2) Los atributos divinos o perfecciones que deben ser así lógicamente distinguidos son muy numerosos, y sería una tarea innecesaria intentar enumerarlos completamente. Pero entre ellos algunos son reconocidos como de importancia fundamental, y a éstos en particular se les aplica el término atributos y los teólogos les dedican especial atención ---aunque no hay un acuerdo rígido en cuanto al número o la clasificación de dichos atributos. Una clasificación tan buena como cualquier otra es aquella basada en la analogía de perfecciones entitativas y operativas en las criaturas ---la primera al cualificar la naturaleza o esencia como tal, y al hacer abstracción de la actividad; la segunda al referirse especialmente a la actividad de la naturaleza en cuestión. A menudo se hace otra distinción entre atributos físicos y morales o éticos ---los primeros de ellos haciendo abstracción de, mientras que los segundos expresan directamente, la perfección moral. Pero sin trabajar con la cuestión de la clasificación, será suficiente notar separadamente aquellos atributos de importancia principal que no han sido explicados todavía. No se necesita añadir nada a lo que se ha dicho anteriormente en relación con la autoexistencia, la infinitud, la unidad y la simplicidad (que pertenecen a la clase entitativa); pero sí requieren alguna explicación aquí la eternidad, la inmensidad y la inmutabilidad (también de la clase entitativa), junto con los atributos activos, ya sean físicos o morales, relacionados con el intelecto y la voluntad divinos.

Eternidad

Al decir que Dios es eterno nos referimos a que en esencia, vida y acción Él está totalmente más allá de los límites y relaciones temporales. Él no tiene ni principio ni fin, ni duración a modo de secuencia o sucesión de momentos. No hay pasado o futuro para Dios ---sino sólo un presente eterno. Si decimos que Él era o que Él actuó, o que Él será o actuará, queremos decir en rigor que Él es o que Él actúa; y esta verdad es bien expresada por Cristo cuando dice (Jn. 8,58-AV): "Antes de que Abraham existiera, yo soy." Por lo tanto, eternidad, predicada de Dios, no significa duración indefinida en el tiempo ---un sentido en que el término se utiliza a veces en otras relaciones--- sino que significa la exclusión total de la finitud que el tiempo implica. Estamos obligados a usar un lenguaje negativo en describirla, pero en sí misma la eternidad es una perfección positiva, y como tal puede ser mejor definida en las palabras de Boecio como "interminabilis vitae tota simul et perfecta possessio", es decir, la posesión en tota su plenitud y perfección de vida sin principio, fin ni sucesión.

La eternidad de Dios es un corolario de su auto-existencia e infinitud. Al ser el tiempo una medida de existencia finita, el infinito debe trascenderlo. Dios, es verdad, coexiste con el tiempo, según coexiste con las criaturas, pero Él no existe en el tiempo como para estar sujeto a relaciones temporales: su auto-existencia es intemporal. Sin embargo, la perfección positiva expresada por la duración como tal, es decir, la persistencia y la permanencia del ser, pertenece a Dios y es verdaderamente predicada de él, como cuando se habla de Él, por ejemplo, como "Aquel que es, que era y que va a venir "(Apoc. 1,4); pero la connotación estrictamente temporal de tales predicados siempre debe ser corregida recordando el verdadero concepto de eternidad.

Inmensidad y Ubicuidad, o Omnipresencia

El espacio, como el tiempo, es una de las medidas de lo finito, y al igual que por el atributo de eternidad describimos la transcendencia de Dios de todas las limitaciones temporales, así por el atributo de inmensidad expresamos su relación transcendente a espacio. Sin embargo, hay que notar esta diferencia entre eternidad e inmensidad, que comprendemos más fácilmente el aspecto positivo de esta última, y que a veces se habla de ella, bajo el nombre de omnipresencia o ubicuidad, como si se tratara de un atributo distinto. Inmensidad divina significa por un lado que Dios está necesariamente presente en dondequiera en espacio como la causa inmanente y sostenedor de las criaturas, y por otro lado que Él trasciende las limitaciones de espacio real y posible, y no puede ser circunscrito o medido o dividido por cualesquiera relaciones espaciales. Decir que Dios es inmenso es sólo otra forma de decir que Él es tanto inmanente como transcendente en el sentido ya explicado. Como ya uno lo expresó y metáforica y paradójicamente: “El centro de Dios está en todas partes, su circunferencia, en ninguna.”

Que Dios no está sujeto a limitaciones espaciales resulta de su infinita simplicidad; y que Él está realmente presente en cada lugar o cosa ---que Él es omnipresente o ubicuo--- se desprende del hecho de que Él es la causa y fundamento de toda la realidad. De acuerdo con nuestra forma de pensar finita concebimos esta presencia de Dios en las cosas espaciales como que son principalmente una presencia de energía y operación ---que requiere la eficiencia divina inmediata para sostener los seres creados en existencia y que les permita actuar; pero, como todo tipo de acción divina ad extra es realmente idéntica a la naturaleza o esencia divina, se desprende que Dios está realmente presente en todas partes en la creación no simplemente per virtuten et operationem, sino per essentiam. En otras palabras, Dios mismo, o la naturaleza divina, está en contacto inmediato con o inmanente, en toda criatura ---conservándola en el ser y permitiéndole actuar. Pero mientras insistimos en esta verdad debemos, si queremos evitar contradicciones, rechazar toda forma de hipótesis panteísta. Al enfatizar la inmanencia divina no debemos pasar por alto la trascendencia divina.

No hay falta de testimonios bíblicos o eclesiásticos que afirmen la inmensidad y la omnipresencia de Dios.

Inmutabilidad

En Dios "no hay cambio ni sombra de rotación" (Stgo. 1,17); "…y obras de tu mano son los cielos. Ellos perecerán, más tú permaneces; todos como un vestido envejecerán; como un manto los enrollarás, como un vestido, y serán cambiados. Pero tú eres el mismo y tus años no tendrán fin.” (Heb. 1,10-12; Sal. 102(101)26-28; cf. Mal. 3,6, Heb. 13,8). Estos son algunos de los textos bíblicos que enseñan claramente la inmutabilidad o estabilidad divina, y la enseñanza de la Iglesia asimismo enfatiza este atributo, como en el Concilio de Nicea contra los arrianos, que le atribuían la mutabilidad al Logos (Denzinger, 54-old No. 18 ) y el Concilio Vaticano I en su famosa definición.

Que la naturaleza divina es esencialmente inmutable, o incapaz de cualquier cambio interno, es un corolario obvio a partir de la infinitud divina. Mutabilidad implica la capacidad de aumento o disminución de la perfección, es decir, que implica finitud e imperfección. Pero Dios es infinitamente perfecto y es necesariamente lo que Él es. Es cierto que algunos atributos por los cuales se describen algunos aspectos de la perfección divina son hipotéticos o relativos, en el sentido de que presuponen el hecho contingente de creación: la omnipresencia, por ejemplo, presupone la existencia real de los seres espaciales. Pero es obvio que la mutabilidad implícita en esto pertenece a las criaturas, y no al Creador; y es una extraña confusión de pensamiento que ha llevado a algunos teístas modernos ---incluso cristianos profesos--- a sostener que Dios puede poner a un lado esos atributos, y que el Logos mediante su Encarnación en realidad los dejó a un lado, o al menos, cesaron de su ejercicio activo. Pero a medida que la creación misma no afectó la inmutabilidad de Dios, así tampoco lo hizo la Encarnación de una Persona Divina; cualquier cambio que estuviese implicado en cualquiera de los casos tuvo lugar únicamente en la naturaleza creada.

Atributos Divinos

Los llamados atributos divinos activos se tratan mejor en relación con el intelecto y la voluntad divinos ---principios de operación divina ad extra--- a los que ellos son reducibles en última instancia.

Conocimiento Divino

Voluntad Divina

Providencia, Predestinación, Reprobación

Fuente: Toner, Patrick. "The Nature and Attributes of God." The Catholic Encyclopedia. Vol. 6. New York: Robert Appleton Company, 1909. 8 Aug. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/06612a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina