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Martes, 23 de abril de 2024

Ascetismo

De Enciclopedia Católica

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Definición

La palabra ascetismo viene del griego askesis que significa la práctica, el ejercicio corporal y más especialmente, el entrenamiento atlético. Los primeros cristianos la adoptaron para denotar la práctica de las cosas espirituales, o ejercicios espirituales realizados con el propósito de adquirir los hábitos de virtud. Al presente se emplea a menudo en un sentido oprobioso para designar las prácticas religiosas de los fanáticos orientales así como las de los santos cristianos, ambas de las cuales son colocadas en la misma categoría. Es común que la confundan con “austeridad”, incluso los católicos, pero incorrectamente; pues aunque la carne está continuamente deseando contra el espíritu, y la represión y la auto negación son necesarias para controlar las pasiones animales, sería un error medir la virtud de una persona por la extensión y carácter de sus penitencias corporales. Las penitencias externas, incluso en los santos, son consideradas con sospecha.

San Jerónimo, cuya propensión a la austeridad lo convierte en una autoridad especialmente valiosa sobre este asunto, le escribe así a Celantia: “Mantente en guardia cuando comiences a mortificar tu cuerpo por la abstinencia y el ayuno, para que no te imagines que eres perfecta y una santa; la perfección no consiste en esta virtud. Es sólo una ayuda; una disposición; un medio aunque apropiado, para el logro de la verdadera perfección.” Así el ascetismo, de acuerdo con la definición de San Jerónimo, es un esfuerzo por alcanzar la verdadera perfección, siendo la penitencia solamente una virtud auxiliar de la misma. Cabe señalar también que la Escritura y los escritores ascéticos utilizan comúnmente la expresión "el ayuno y la abstinencia" como un término genérico para todo tipo de penitencia.

El ascetismo tampoco se debe identificar con el misticismo; pues, aunque el misticismo verdadero no puede existir sin el ascetismo, lo contrario no es cierto. Uno puede ser un asceta sin ser un místico. El ascetismo es ético, místico, en gran parte intelectual. El ascetismo tiene que ver con las virtudes morales; el misticismo es un estado de oración inusual o contemplación. Ellos son distintos uno de otro, aunque mutuamente cooperativos. Además, aunque el ascetismo se asocia generalmente con las características objetables de la religión, y algunos lo consideran como una de ellas, puede ser y es practicado por aquellos que les gusta dejarse llevar por motivos no religiosos, sean cuales sean.

Ascetismo Natural

Si por satisfacción personal, o interés propio, o cualquier otra razón meramente humana, un hombre tiene por objeto la adquisición de las virtudes naturales, por ejemplo, la templanza, la paciencia, la castidad, la mansedumbre, etc., por el hecho mismo, él se está ejercitando en cierto grado de ascetismo. Pues ha entrado en una lucha con su naturaleza animal; y si ha de lograr alguna medida de éxito, sus esfuerzos deben ser continuos y prolongados. Tampoco puede excluir la práctica de la penitencia. De hecho él con frecuencia se infligirá dolor tanto corporal como mental. No permanecerá dentro de los límites de la necesidad estricta. Se castigará severamente, ya sea para expiar las fallas, o para fortalecer su capacidad de resistencia, o para fortalecer a sí mismo contra faltas futuras. Será descrito comúnmente como un asceta, como de hecho lo es. Pues está tratando de someter la parte material de su naturaleza a la espiritual, o en otras palabras, se esfuerza por la perfección natural. El defecto de este tipo de ascetismo es que, además de ser propenso a errores en los actos que realiza y los medios que adopta, su motivo es imperfecto, o malo. Puede ser provocado por razones egoístas de utilidad, placer, estética, ostentación u orgullo. No se ha de confiar en él para esfuerzos serios y puede fácilmente ceder bajo la tensión del cansancio o la tentación. Por último, fracasa en reconocer que la perfección consiste en la adquisición de algo más que la virtud natural.

Ascetismo Cristiano

El ascetismo cristiano es impulsado por el deseo de hacer la voluntad de Dios; cualquier elemento personal de auto-satisfacción que entre al motivo lo viciaría más o menos. Su objeto es la subordinación de los apetitos inferiores a los dictados de la recta razón y de la ley de Dios, con el cultivo continuo y necesario de las virtudes que el Creador quiso que el hombre poseyese. Hablando en términos absolutos, la razón humana puede detectar la voluntad de Dios en este asunto, pero se establece de forma explícita para nosotros en los Diez Mandamientos, o Decálogo, que suministra un código completo de conducta ética. Algunos de estos mandamientos son positivos; otros negativos. Los preceptos negativos, "no matarás", "no cometerás adulterio", etc., implican la represión de los apetitos inferiores, y por lo tanto requieren la penitencia y la mortificación; pero también tienen la intención, y efecto, de cultivar de las virtudes que se oponen a las cosas prohibidas. Desarrollan mansedumbre, gentileza, autocontrol, paciencia, continencia, castidad, justicia, honestidad, amor fraternal, que son positivos en su carácter, magnanimidad, liberalidad, etc.; mientras que los tres primeros que son de carácter positivo, "adorarás a tu Dios", etc., ponen en ejercicio vigoroso y constante las virtudes de la fe, la esperanza, la caridad, la religión, la reverencia y la oración.

Por último el cuarto insiste en la obediencia, respeto a la autoridad, la observancia de la ley, la piedad filial y similares. Tales eran las virtudes practicadas por la masa del pueblo de Dios bajo la antigua ley, y esto puede ser considerado como el primer paso hacia el verdadero ascetismo. Pues aparte de los muchos ejemplos de santidad exaltada entre los antiguos hebreos, la vida de los fieles seguidores de la Ley, es decir, el cuerpo principal de la gente común, debe haber sido como la Ley ordenaba, y aunque su elevación moral no podría ser designada como ascetismo en el presente significado restringido y distorsionado del término, sin embargo, es probable que apareció ante el mundo pagano de aquellos tiempos muy parecido a como lo hace la virtud exaltada al mundo de hoy. Incluso las obras de penitencia a las que fueron sometidos en los muchos ayunos y abstinencia, así como los requisitos de sus prácticas ceremoniales eran mucho más severas que las impuestas a los cristianos que los sucedieron.

En la Nueva Ley la fuerza vinculante de los Mandamientos continuó, pero la práctica de la virtud tomó otro aspecto, en la medida en que el motivo dominante presentado al hombre para el servicio de Dios no era el miedo, sino el amor, aunque el miedo no se eliminó de ninguna manera. Dios iba a ser el Señor de hecho, pero era al mismo tiempo el Padre y los hombres eran sus hijos. Además, debido a esta filiación el amor al prójimo ascendió a un plano superior. El "prójimo" del judío era uno del pueblo elegido, e incluso a él se le debía exigir justicia rigurosa; era ojo por ojo y diente por diente. En la dispensación cristiana el prójimo no es sólo uno de la verdadera fe, sino también el cismático, el marginado y el pagano. El amor se extiende incluso a los enemigos, y se nos pide orar por, y hacer el bien a los que nos calumnian y nos persiguen. Este amor sobrenatural, incluso para los representantes más viles y repelentes de la humanidad, constituye una de las marcas distintivas del ascetismo cristiano. Además, la revelación más prolongada y luminosa de las cosas divinas, junto con la mayor abundancia de asistencia espiritual conferida principalmente a través de la instrumentalidad de los sacramentos, hacen la práctica de la virtud más fácil y atractiva y a la vez más elevada, generosa, intensa y duradera; mientras que la universalidad del cristianismo levanta la práctica del ascetismo de los estrechos límites de ser el privilegio exclusivo de una sola raza a una posesión común de todas las naciones de la tierra. Los Hechos de los Apóstoles muestran la transformación efectuada inmediatamente entre los judíos devotos que formaban las primeras comunidades de cristianos. Esa nueva y elevada forma de virtud se ha mantenido en la Iglesia desde entonces.

Dondequiera que a la Iglesia se le ha permitido ejercer su influencia, nos encontramos con la virtud del orden más alto entre su gente. Incluso entre aquellos que el mundo considera como simples e ignorantes hay las más asombrosas percepciones de verdades espirituales, intenso amor de Dios y de todo lo que se relaciona con él, a veces hábitos notables de oración, pureza de vida, tanto en los individuos como en las familias, paciencia heroica para resignarse a la pobreza, sufrimiento corporal, y persecución, magnanimidad al perdonar las injurias, tierno cuidado por los pobres y afligidos, aunque ellos mismos puedan estar casi en la misma condición; y lo más característico de todo, una completa ausencia de envidia a los ricos y una satisfacción generalmente serena y felicidad con su propia suerte; mientras que resultados similares se alcanzan entre los ricos y grandes, aunque no en la misma medida. En una palabra, se ha desarrollado una actitud de alma tan en contradicción con los principios y métodos generalmente prevalentes en el mundo pagano que, desde el principio, y de hecho en todo, bajo la Ley antigua, era descrita comúnmente y denunciada como una locura.

Podría ser clasificado como ascetismo muy elevado si su práctica no fuese tan común, y si las condiciones de pobreza y sufrimiento en las que se practican con mayor frecuencia estas virtudes no fuesen el resultado de la necesidad física o social. Pero incluso si estas condiciones no son voluntarias, la aceptación paciente y resignada de ellas constituye un tipo de espiritualidad muy noble que se va convirtiendo fácilmente en una de una clase superior y puede ser designada como su tercer grado, que puede ser descrita como sigue: En la Nueva Ley tenemos no sólo la reafirmación de los preceptos de la Antigua, sino también las enseñanzas y ejemplo de Cristo, quien, además de requerir obediencia a los Mandamientos, continuamente apela a sus seguidores para pruebas de un afecto personal y una imitación más cercana de su vida que es posible por el mero cumplimiento de la Ley. Los motivos y la forma de esta imitación se establecen en el Evangelio, que es la base tomada por los escritores ascéticos para sus instrucciones. Esta imitación de Cristo transcurre generalmente a lo largo de tres líneas principales, a saber: la mortificación de los sentidos, la no mundanalidad y el desprendimiento de los lazos familiares.

Es aquí especialmente que el ascetismo entra para la censura por parte de sus oponentes. La mortificación, la no mundanalidad y el desapego son particularmente desagradable para ellos. Sin embargo, en respuesta a su objeción será suficiente señalar que las condenas de estas prácticas o aspiraciones deben caer sobre la Sagrada Escritura también, ya que da una orden clara para las tres. Así tenemos, en cuanto a la mortificación, las palabras de San Pablo, quien dice: “Castigo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado” (1 Cor. 9,27); mientras que Nuestro Señor dice: “El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí.” (Mt. 10,38). Recomendando la no mundanalidad tenemos: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18,36); aprobando el desapego está el texto, para no citar otros: “si alguno viene a mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío” (Lc. 14,26). Apenas es necesario señalar, sin embargo, que la palabra "odio" no ha de tomarse en su sentido estricto, sino sólo como indicador de un mayor amor a Dios que por todas las cosas juntas. Tal es el esquema general de este orden superior de ascetismo.

El carácter de este ascetismo está determinado por su motivo. En primer lugar, un hombre puede servir a Dios de tal manera que esté dispuesto a hacer cualquier sacrificio antes que cometer un pecado grave. Esta disposición del alma, que es la más baja en la vida espiritual, es necesaria para la salvación. Además, puede estar dispuesto a hacer cualquier sacrificios antes que ofender a Dios por el pecado venial. Por último, cuando no es cuestión de pecado en absoluto, puede estar dispuestos a emprender lo que hará que su vida armonice con la de Cristo. Es este último motivo el que adopta la clase más alta de ascetismo. San Ignacio llama a estas tres etapas “los tres grados de humildad”, debido a que son los tres pasos para la eliminación del yo, y en consecuencia tres grandes avances hacia la unión con Dios, quien entra al alma en la medida que el yo es expulsado. Es el estado espiritual del cual habla San Pablo cuando dice: "…y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal. 2,20.).

Otros escritores ascéticos los describe como estados o condiciones de los principiantes, los proficientes y los perfectos. Sin embargo, no han de ser considerados como cronológicamente distintos; como si el hombre perfecto no tuviese nada que ver con los métodos del principiante, o viceversa. “La construcción del edificio espiritual", dice Scaramelli, "es simultáneo en todas sus partes. Se extiende el techo mientras se sientan las bases." Por lo tanto, el hombre perfecto, incluso con su motivo sublime de imitación, siempre tiene necesidad del miedo a la condenación, con el fin de que, como San Ignacio lo expresa, si alguna vez el amor de Dios se enfría, el miedo al infierno pueda reavivarlo de nuevo. Por otro lado, el principiante que ha roto con el pecado mortal ha comenzado a en su crecimiento hacia la caridad perfecta. Estos estados también son descritos como los caminos purgativo, iluminativo y unitivo.

Es evidente que la práctica de la no mundanalidad, del desapego de la familia y otros lazos, deberá ser para la mayoría no la ejecución real de esas cosas, sino sólo la seria disposición o el estar listos para hacer tales sacrificios en caso de que Dios lo requiera, lo cual, como cuestión de hecho, Él no se lo requiere a esa mayoría. Ellos son sólo afectivos, y no efectivos, pero, no obstante, constituyen una clase de espiritualidad muy sublime. Sublime como es, hay muchos ejemplos de ello en la Iglesia, ni es la posesión exclusiva de aquellos que han abandonado el mundo o están a punto de hacerlo, sino que es la posesión también de muchos cuya necesidad los obliga a vivir en el mundo, tanto casados como solteros, de los que disfrutan del honor y la riqueza y de responsabilidad, así como de aquellos que están en condiciones opuestas. No pueden realizar sus deseos o aspiraciones, pero sus afectos toman esa dirección.

Así hay una multitud de hombres y mujeres que aunque viven en el mundo no son de él, que no tienen gusto o afición por el despliegue mundano, aunque a veces su posición social o de otro tipo lo obliguen a asumirlo, que evitan las promociones o el honor mundano no por pusilanimidad, sino por indiferencia o desprecio, o por el conocimiento de su peligrosidad; que, con oportunidades para el placer, practican la penitencia, a veces del carácter más riguroso; que estarían dispuestos, si fuese posible, a dedicar sus vidas a obras de caridad o devoción, que aman a los pobres y que dan limosnas en la medida de sus medios, y aún más; que sienten una gran atracción por la oración, y que se retiran del mundo cuando es posible para la meditar sobre las cosas divinas; que frecuentan los sacramentos asiduamente; que son el alma de cada empresa para el bien de su prójimo y la gloria de Dios; y cuya preocupación dominante es la promoción del interés de Dios y de la Iglesia. Los obispos y sacerdotes entran especialmente en esta categoría. Incluso los pobres y humildes, que, no teniendo nada que dar, y aun así darían si tuviesen alguna propiedad, pueden clasificarse entre esos servidores de Cristo.

El hecho de que este ascetismo no es sólo alcanzable, sino que ha sido alcanzado por laicos, sirve para poner de manifiesto la verdad que a veces se pierde de vista, a saber, que la práctica de la perfección no se limita al estado religioso. De hecho, aunque uno pueda vivir en el estado de perfección, es decir, ser un miembro de una orden religiosa, puede ser superado en perfección por un laico en el mundo. Pero para reducir estas sublimes disposiciones a la práctica real, para hacerlas no sólo afectivas, sino efectivas, para comprender lo que Cristo quiso decir cuando, después de haber hablado a la multitud en el monte de las bienaventuranzas sobre la pobreza de espíritu, dijo a los apóstoles: “Bienaventurados los pobres”, y para reproducir también las otras virtudes de Cristo y los apóstoles, la Iglesia estableció una vida de pobreza, castidad y obediencia reales. Para ese propósito ha fundado órdenes religiosas, permitiendo así a los que están deseosos y capaces de practicar este orden superior de ascetismo a hacerlo con mayor facilidad y con mayor seguridad.

Ascetismo Monástico o Religioso

Ascetismo Judío

Los Recabitas

Ascetismo Herético

Ascetismo Pagano

Ascetismo Brahmánico

Ascetismo Budista

Fuente: Campbell, Thomas. "Asceticism." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1, pp. 767-773. New York: Robert Appleton Company, 1907. 27 Oct. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/01767c.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina