Altares (en la Escritura)
De Enciclopedia Católica
La palabra altar, si se adopta la etimología comúnmente aceptada ---alta ara--- no describe tan bien como sus equivalentes en hebreo y griego, mizbeah (de zabhah, sacrificar) y thysiasterion (de thyo, inmolar), el propósito de la cosa que representa.
Contenido
En el Antiguo Testamento
Tan pronto los hombres concibieron la idea de ofrecer sacrificios a la deidad, sintieron la necesidad de lugares especialmente diseñados para ese fin. Estas muestras primitivas de altares fueron necesariamente muy simples, y muy probablemente consistían de un montón de piedras o tierra, adecuado para el fuego y las víctimas. Algunos de los monumentos megalíticos dejados por el hombre prehistórico parecen haber sido construidos para este propósito. Probablemente, de esta simple descripción fueron los altares que Caín y Abel utilizaron para ofrecer sus sacrificios, aunque la Escritura no menciona ninguno de tales monumentos en relación con sus nombres. Tales fueron también los altares construidos por Noé después del Diluvio (Gén. 8,20); por Abraham en Siquem (Gén. 12,6), en Betel (Gén. 12,8; 13,3), en Mambré (Gén. 18,1) y en el lugar en el que estuvo a punto de sacrificar a su hijo (Gén. 22,9); por Isaac y Jacob en Berseba (Gén. 26,25; 46,1), y por este último en Galaad (Gén. 31,48). Lo mismo puede decirse del altar erigido en el desierto del Sinaí ante el becerro de oro (Éx. 32,5).
Durante el período de los jueces y de los reyes, los israelitas, debido a su propensión a la idolatría, levantaron altares a Baal y a Astarot, incluso a Mólek y a Kemós. Ningún templo encerraba estos altares o los erigidos al Dios único y verdadero por los patriarcas; sino que se levantaban al aire libre y, preferiblemente, en las cimas de los cerros, de ahí su nombre, "lugares altos". Los lugares altos de los cananeos por lo general estaban localizados cerca de árboles grandes y frondosos, o en el bosque, en medio del cual se marcaba un recinto consagrado, que ofrecía buenas oportunidades para el libertinaje sagrado que acompañaba el culto a Astarot, al que aludieron tantas veces los profetas.
Altar del Holocausto
Los críticos modernos afirman que en Israel existían diversos lugares de culto legítimos antes de la época de Josías, una afirmación que, sin embargo, no se ha de examinar aquí, puesto que al presente sólo son objeto de consideración las regulaciones concernientes al altar. La primera ordenanza sobre el tema se encuentra en Éx. 20,24-26 de la siguiente manera: "Hazme un altar de tierra para ofrecer sobre él tus holocaustos y tus sacrificios de comunión, tus ovejas y tus bueyes. En todo lugar donde haga yo memorable, vendré a ti y te bendeciré. Y si me haces un altar de piedra, no lo edificarás de piedras labradas; porque al alzar tu cincel sobre ella queda profanada. Tampoco subirás por gradas a mi altar, para que no se descubra tu desnudez.” Estas normas coinciden en gran medida con la práctica seguida comúnmente hasta ahora, como se desprende de las escasas indicaciones proporcionadas por las historias de los patriarcas.
La Ley del Deuteronomio, mientras que hace pone en vigor el mandato de la unidad local de culto, repite, con motivo del altar erigido en el Monte Ebal, estas reglas primitivas: “Levantarás allí… un altar de piedras… sin labrarlas con el hierro.” (Deut. 27,5.6; Jos. 8,30.31). La descripción dada en los lugares citados, así como la del altar erigido cerca del Jordán por los rubenitas, los gaditas y la media tribu de Manasés (Jos. 22), que fue "el patrón del altar de Yahveh", sugiere que los altares a que se refería eran grandes construcciones (Jos. 22,10). Bien puede suponerse que fueron construidos sobre un montículo y que se llegaba a ellos por una pendiente o incluso por peldaños. El motivo, de hecho, para la regla de Éx. 20,26 había desaparecido desde que a los sacerdotes se les proveyó calzones (Ex. 28,42). Hay razones para suponer que los altares erigidos en Silo y otros lugares de culto antes del traslado del Arca a Jerusalén, aunque probablemente de menores dimensiones, eran de la misma descripción general. Estos fueron altares fijos, cuyo esplendor iba a ser superado en la memoria de Israel por el del altar erigido por Salomón delante del Templo. Antes de describirlo y esbozar su historia, es adecuado recoger las diferentes referencias que se encuentran en la Biblia para el altar portátil utilizado durante la peregrinación de los hebreos por el desierto.
1. Altar de los Holocaustos del Tabernáculo
De acuerdo con las prescripciones de Ex. 27,1-8, 38,1-7, este altar del holocausto, construido de madera de acacia, de forma cuadrada, medía cinco codos cuadrados y tres de altura, y estaba cubierto con planchas de bronce. En sus cuatro esquinas superiores había cuatro "cuernos", también cubiertos de bronce, que probablemente servían para sostener la carne de las víctimas amontonadas sobre el altar. En el caso de las ofrendas por el pecado, el sacerdote ponía un poco de sangre de la víctima sobre estos cuernos; eran también un lugar de refugio, como se infiere de Éx. 21,14. Una rejilla de bronce, en forma de red, extendida hasta la mitad del altar, y debajo de ella un hogar. En las cuatro esquinas de la red había anillas; y a través de estas anillas corrían dos barras de madera de acacia cubiertas con bronce, para transportar al altar. Este, de hecho, no era sólido, sino vacío y hueco por dentro. Expresiones como "bajar del altar" (Lev. 9,22) nos lleva a suponer que este altar, que se hallaba a la entrada del tabernáculo (Lev. 4,18), se situaba generalmente sobre una colina y se llegaba a él por una pendiente. Algunos creen también que el altar antes descrito, que no era más que un marco, tuvo que estar relleno con tierra o piedras, en cumplimiento de la normativa de Ex. 20,24, y para evitar que resultase dañado por las llamas de los sacrificios.
El altar servía no sólo para los holocaustos, sino también para todos los demás sacrificios en los que se quemaba una parte de la víctima. El fuego se mantenía sin cesar en el crisol de los sacrificios. Cuando se construía este altar, antes de servir para el culto divino, se consagraba solemnemente mediante una unción con el óleo sagrado y por unciones diarias y aspersiones con la sangre de los sacrificios por el pecado durante siete días. Durante doce días esto era seguido por los sacrificios diarios ofrecidos por los príncipes de cada tribu; a partir de entonces todos los sacrificios cruentos eran ofrecidos en este altar. Algunos críticos independientes, señalando que este altar se menciona sólo en el código sacerdotal (cf. Pentateuco), y argumentando a partir de las anomalías presentadas por la idea de la construcción en madera de una chimenea en la un fuerte fuego ardía continuamente, consideran este antiguo altar del holocausto, no como el patrón, sino como un regreso a la proyección de los primeros tiempos y en menor escala, del altar de Jerusalén.
2. Altar del Holocausto del Templo de Salomón
Este se conoce comúnmente con el nombre de "altar de bronce". Estaba localizado en el atrio del Templo, al este del Templo propiamente dicho. En su forma se asemejaba al altar del tabernáculo, pero sus dimensiones eran mucho más grandes: veinte codos de largo, veinte codos de ancho y diez codos de altura (2 Crón. 4,1). Ezequiel 43,17 sugiere que fue erigido sobre una base que encerraba, de acuerdo con algunas tradiciones, la roca Sakkara roca que aún se puede ver en el Haram esh-Sherif. Toda la estructura, la base y el altar mismo, estaba completamente llena de rocas y tierra. Una pendiente, que las tradiciones del Talmud supone ha sido rota tres veces por varios peldaños, llevaba a la parte superior de la base, que era unos cuantos pies más ancha que el propio altar, con el fin de que el sacerdote pudiese fácilmente dar la vuelta a este último.
Este altar, construido por Salomón (1 Rey. 8,64), fue objeto de una nueva consagración durante el reinado de Asa (2 Crón. 15,8), lo que nos hace pensar se había realizado alguna restauración. Ajaz lo desplazó hacia el norte, y erigió otro en su lugar, similar al que había visto en Damasco (2 Rey. 16,10-15). Una restauración del antiguo orden de cosas muy probablemente ocurrió bajo Ezequías, aunque el texto sagrado no lo menciona explícitamente. Una vez más contaminado por Manasés, el hijo de Ezequías, más tarde fue reparado y dedicado de nuevo a Yahveh por el mismo príncipe (2 Rey. 21,4-5; 2 Crón. 3,4.5.16). La destrucción de Jerusalén por el ejército de Babilonia (587) fue, por supuesto, fatal tanto para el Templo como para el altar, y a ambos se puede aplicar el signo del autor de las Lamentaciones: "Las piedras del santuario están esparcidas en la parte superior de todas las calles".
3. Altar del Holocausto del Segundo y Tercer Templo
El Exilio les curó a los judíos su propensión a la idolatría; los que volvieron de Babilonia con Zorobabel se tomaron en serio la reconstrucción del altar tan pronto como fue posible, a fin de que pudiesen comenzar de nuevo el culto público de Yahveh. Leemos el relato de la reconstrucción en Esd. 3,2-6. Este nuevo altar era de la misma forma y dimensiones que el anterior, y probablemente también fue construido con piedras sin labrar. Unos veinte años más tarde, el nuevo Templo, terminado en medio de dificultades y oposición, se erguía detrás del altar. Sin embargo, el servicio divino era pobre, como podemos deducir de los documentos escasos de la época. De hecho, esos fueron tiempos difíciles para Israel. Si, para desentrañar la intrincada cronología de los libros de Esdras, se admite que Nehemías precedió a Esdras a Jerusalén---, Nehemías no escatimó esfuerzos para restablecer el culto en el Templo, pero los recursos del santuario eran escasos, y después de su regreso a Persia, los sacerdotes huyeron, cada uno a su propio país para buscarse la vida; los sacrificios, para los que no se tomaron las medidas necesarias, fueron abandonados, y el altar quedó solo, un testigo solitario de la miseria de los tiempos (Neh. 13,10).
Mejores días brillaron de nuevo con la llegada de Esdras (Esd. 8,35), pero los persas eran protectores costosos. Los judíos tenían una triste experiencia de esto, especialmente cuando el general persa Bagoses impuso un fuerte impuesto a todos los sacrificios durante siete años (Josefo, Ant., XI, VII, 1). El reinado de Antíoco IV (Epífanes) se distinguió por nuevas profanaciones: "El día quince del mes de Kisléu del año ciento cuarenta y cinco (de la época griega), levantó el rey Antíoco sobre el altar de los holocaustos la abominación de la desolación.” (1 Mac. 1,57; 4,38).
No se puede narrar aquí cómo la tiranía de este príncipe despertó el celo y el coraje de los Macabeos y sus seguidores, y cómo, a través de una larga y dura lucha, lograron sacudirse el yugo de los seléucidas. Baste decir que Judas Macabeo, después de haber derrotado el ejército de Antíoco, “deliberaron sobre lo que había de hacerse con el altar de los holocaustos que estaba profanado. Con buen parecer acordaron demolerlo, para evitarse un oprobio, dado que los gentiles lo habían contaminado. Lo demolieron, pues, y depositaron sus piedras en el monte de la Casa, en un lugar conveniente... Tomaron luego piedras sin labrar, como prescribía la Ley, y construyeron un nuevo altar como el anterior… El día veinticinco del noveno mes… del año ciento cuarenta y ocho… ofrecieron sobre el nuevo altar de los holocaustos que habían construido un sacrificio conforme a la Ley” (1 Mac. 4,44-53). A partir de entonces, el aniversario de esta nueva dedicación se celebró con una fiesta, la cual añadieron al calendario litúrgico.
El altar en cuestión se mantuvo hasta la destrucción de Jerusalén y del Templo por los romanos. Josefo y el Talmud están en desacuerdo en cuanto a las dimensiones de la base. En lugar de estar cubierta con planchas de bronce, como el altar de bronce del Templo de Salomón, estaba cubierta por fuera con un yeso sólido que podía ser remplazado fácilmente. Por el cuerno de la esquina suroeste había una salida para la sangre de las víctimas, y un hueco para recibir libaciones. Tal era el altar en la época de Jesucristo (Mt. 5,23.24; 23,18); involucrado en la maldición que se cernía sobre el Templo desde los últimos días del Salvador, el ejército de Tito lo destruyó junto con el Templo (70 d.C.), para nunca ser construido de nuevo.
Altar del Incienso
En la descripción anterior no se ha dicho ni una sola palabra sobre las ofrendas de incienso que formaban parte del culto a Yahveh. En efecto, existe una divergencia notable entre la opinión común hasta ahora y la de los críticos bíblicos modernos sobre el tema de estas ofrendas y los muebles del Templo relacionados con ella. Estos últimos consideran la introducción de incienso en el culto a Yahveh como una innovación relativamente reciente (Jer. 6,20); señalan que, con la excepción de algunos pasajes, cuyo origen es fácil de determinar, los escritores de la Biblia hablan sólo de un altar, y que el incienso en la Ley se supone que es ofrecido en los incensarios, de los cuales cada sacerdote posee uno (Lev. 16,12; 18-20; Núm. 16,17). Argumentan, además, a partir del carácter sobrevenido, la fecha tardía y el origen sacerdotal, de los llamados textos mosaicos referentes al altar del incienso, así como por las declaraciones vacilantes respecto a ellos en las fuentes posteriores de la historia judía; y concluyen que ni en el tabernáculo, ni en el primer Templo había ningún altar de incienso.
Ahora daremos las indicaciones que la opinión hasta ahora considerada como común usaba en la descripción de esta pieza de mobiliario del tabernáculo y del Templo. El primer altar de incienso construido en el desierto era cuadrado, medía un codo de largo, un codo de ancho y dos codos de altura. Hecho de madera de acacia, recubierto del oro más puro (de ahí el nombre de "altar de oro"); estaba rodeado por una corona del mismo material; tenía también un borde de oro, y, semejante al altar del holocausto, los cuatro cuernos y cuatro anillas de oro, a través de las cuales pasaban dos barras de madera de acacia de madera, cubiertas de oro, que servían para transportar el altar (Éx. 30,4). Cuando tenía que ser trasladado, era cubierto con un velo morado y una piel de carnero. Consagrado, como el altar del holocausto, por la unción de óleo sagrado, este altar servía cada mañana y tarde para la ofrenda de incienso (Ex. 30,7-8) y en ciertas ceremonias para los sacrificios por el pecado. Cada año, durante la gran fiesta de la Expiación, era purificado solemnemente (Lev. 16,14-19). En el Templo de Salomón, el altar del incienso fue hecho similar en forma y dimensiones al del tabernáculo. Sólo diferían en el material: en lugar de madera de acacia, se usaba madera de cedro para su construcción. Según un documento atribuido a Jeremías, y citado en 2 Mac. 2,5, el profeta, advertido de lo alto de la destrucción del Templo, habría escondido este altar en una cueva vacía en el Monte Nebo. Posiblemente, también, fue llevado en el botín recogido por el ejército babilonio que saqueó a Jerusalén (2 Rey. 25,13-17). El hecho es que el segundo Templo estaba amueblado como el anterior, con un altar de incienso, destruido alrededor de 168 a.C., por Antíoco IV (Epífanes), que lo rompió para despegar las planchas de oro que lo cubrían. Judas Macabeo mandó a hacer uno nuevo y lo dedicó al mismo tiempo que el altar del holocausto. Es por este altar que se llevó a cabo la escena descrita en Lc. 1,8-21. Josefo lo consideraba como una de las tres obras maestras contenidas en el Templo: probablemente los romanos se lo llevaron, aunque el historiador judío no lo menciona entre las piezas de los muebles del Templo que se llevó Tito.
En el Nuevo Testamento
La palabra altar en el Nuevo Testamento se aplica frecuentemente ya sea al altar del holocausto o al altar del incienso. San Pablo, por la parte del sacrificio que los ministros del altar recibían, extrae el argumento para probar que de igual manera los ministros del Evangelio vivan del Evangelio (1 Cor. 9,13-14). En otro lugar, a partir de la participación de la víctima ofrecida en el altar, sostiene que en la misma forma que los que comen del sacrificios son partícipes del altar, así también los que comparten en la carne de las víctimas paganas son partícipes de los demonios a los que se ofrecen; por lo tanto, concluye que participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios sería una blasfemia (1 Cor. 10,21).
En conclusión, unas pocas palabras sobre el altar mencionadas en el Apocalipsis. Su forma se asemejaba a la del altar del incienso; como este último, era un "altar de oro", establecido ante el trono de Dios (8,3), y adornado con cuatro cuernos en los ángulos (9,13). Cerca del fuego que ardía en él había un ángel sosteniendo un incensario de oro, "se le dio mucho incienso", una figura de las oraciones de los santos (8,3). Debajo del altar estaban las "almas de los degollados por la palabra de Dios" (Apoc. 6,9); que evidentemente habían tomado el lugar de la sangre de las víctimas, que, en la antigua Ley, se vertió al pie del altar, y cumplió la misma función de la alabanza y la expiación.
Fuente: Souvay, Charles. "Altars (in Scripture)." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. 28 Jan. 2012<http://www.newadvent.org/cathen/01360a.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina.