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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Epístola a los Hebreos

De Enciclopedia Católica

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I. Argumento

En los manuscritos griegos más antiguos la Epístola a los Hebreos (pros Hebraious) sigue a las otras epístolas a las Iglesias y precede a las epístolas pastorales. En los códices griegos posteriores, y también en los códices siríaco y latino, ocupa el último lugar entre las Epístolas de San Pablo; este uso es seguido también por el textus receptus, las ediciones griegas y latinas modernas del texto, las versiones de Douai y versiones revisadas y las otras traducciones modernas.

Omitiendo la introducción con la que comienzan usualmente las cartas de San Pablo, la Epístola abre con el anuncio solemne de la superioridad de la revelación del Nuevo Testamento por el Hijo sobre la revelación del Antiguo Testamento por los profetas (Hb. 1,1-4). A continuación, demuestra y explica a partir de las Escrituras la superioridad de este nuevo pacto sobre el antiguo mediante la comparación del Hijo con los ángeles como mediadores de la antigua alianza (1,5 - 2,18), con Moisés y Josué como los fundadores de la antigua alianza (3,1 - 4,16), y, por último, contraponiendo el sumo sacerdocio de Cristo según el orden de Melquisedec al sacerdocio levítico según el orden de Aarón (5,1 - 10,18). Incluso en esta parte principalmente doctrinal las declaraciones dogmáticas son interrumpidas repetidamente por exhortaciones prácticas. En su mayoría son advertencias para aferrarse a la fe cristiana, y advertencias contra la recaída en el culto mosaico. En la segunda, parte de la Epístola, principalmente exhortativa, se repiten en forma elaborada las exhortaciones a la firmeza en la fe (10,19 - 12,13) y a una vida cristiana de acuerdo con la fe (12,14 - 13,17); y la epístola concluye con algunas observaciones personales y la salutación apostólica (13,18-25).

II. Contenido Doctrinal

La idea central de toda la epístola es la doctrina de la persona de Cristo y su obra mediadora divina. Respecto a la Persona del Salvador el autor se expresa tan claramente respecto a la verdadera naturaleza divina de Cristo como respecto a la naturaleza humana de Cristo, y su cristología ha sido justamente llamada de Juan. Cristo, elevado sobre Moisés, elevado sobre los ángeles y por encima de todos los seres creados, es el resplandor de la gloria del Padre, la imagen misma de su naturaleza divina, el eterno e inmutable verdadero Hijo de Dios, que sostiene todas las cosas por la palabra de su poder (1,1-4). Sin embargo, deseó asumir una naturaleza humana y se convertirse en todo como nosotros los seres humanos, excepto sólo en el pecado, a fin de pagar la deuda del pecado del hombre por medio de su Pasión y Muerte (2,9-18; 4,15, etc.). Al sufrir la muerte ganó para sí la gloria eterna que ahora también disfruta en su humanidad santísima en su trono a la diestra del Padre (1,3; 2,9; 8,1; 12,2, etc.). Ahora ejerce para siempre su oficio sacerdotal de mediador como nuestro abogado ante el Padre (7,24 ss.).

Esta doctrina del oficio sacerdotal de Cristo constituye el principal asunto-materia del argumento cristológico y la más alta prueba de la preeminencia de la nueva alianza sobre la antigua. La persona del sumo sacerdote según el orden de Melquisedec, su sacrificio y sus efectos se oponen, en una comparación exhaustiva, a las instituciones del Antiguo Testamento. La Epístola hace especial hincapié en el poder espiritual y la eficacia del sacrificio de Cristo, que ha llevado a Israel, como a toda la humanidad, la expiación y la salvación que son completas y suficientes para todos los tiempos, y que nos han dado una parte de la herencia eterna de las promesas mesiánicas (1,3; 9,9-15, etc.). En las conclusiones admonitorias de estas doctrinas al final encontramos una clara referencia al sacrificio eucarístico del altar cristiano, del cual no están autorizados a participar aquellos que todavía deseen servir al tabernáculo y seguir la ley mosaica (13,9 ss.).

En las exposiciones cristológicas de la carta se tratan otras doctrinas más o menos completamente. Se hace especial énfasis en dejar de lado la antigua alianza, su insuficiencia y debilidad, y su relación típica y preparatoria para el tiempo de la salvación mesiánica que se realiza en la nueva alianza (7,18 ss.; 8,15; 10,1, etc.). De la misma manera, la carta se refiere a veces a las últimas cuatro cosas, la resurrección, el juicio, el castigo eterno y dicha celestial (6,2.7 ss.; 9,27, etc.). Si comparamos el contenido doctrinal de esta carta con el de las otras epístolas de San Pablo, es verdad, es notable en algunos aspectos una diferencia en la forma de tratamiento. Al mismo tiempo, allí aparece un acuerdo marcado en los puntos de vista, incluso respecto a los puntos característicos de la doctrina paulina (cf. J. Belser, "Einleitung" 2da. ed., 571-73). La explicación de las diferencias radica en el carácter especial de la carta y en las circunstancias de su composición.

III. Lenguaje y Estilo

Incluso en los primeros siglos los comentaristas notaron la sorprendente pureza del lenguaje y la elegancia de estilo griego que caracteriza la Epístola a los Hebreos (Clemente de Alejandría en Eusebio, Hist. Ecl. VI.14.2-4; Orígenes, ibid VI, XXV, n. 11-14). Autoridades posteriores confirman esta observación. De hecho el autor de la Epístola muestra gran familiaridad con las reglas del lenguaje literario griego de su época. De todos los autores del Nuevo Testamento él es el que tiene el mejor estilo. Su escritura incluso se puede incluir entre los ejemplos de la prosa artística griegaa cuyo ritmo recuerda el paralelismo de la poesía hebrea (cf. P. Blass, "[Bernabé] Brief an die Hebräer". Texto con indicaciones del ritmo, Halle, 1903).

En cuanto al lenguaje, la carta es un tesoro de expresiones características de la individualidad del escritor. Se han contado tanto como 168 términos que no aparecen en ninguna otra parte del Nuevo Testamento, entre ellos diez palabras que no se encuentran ni en la Biblia o el griego clásico, y también 40 palabras que no se encuentran en la Versión de los Setenta. Una peculiaridad notable es la preferencia del autor por palabras compuestas (cf. E. Jacquier, "Histoire des livres du NT", I, París, 1903, 457-71; Idem en Vig, "Dic. de la Biblia" III, 530-38). Una comparación de la carta en cuanto al lenguaje y estilo con los otros escritos de San Pablo confirma en general la opinión de Orígenes que cada juez competente debe reconocer una gran diferencia entre ellas (en Eusebio, "Hist. Ecl.", VI, 25.11).

IV. Características Distintivas

Entre otras particularidades hay que destacar:

(1) La ausencia de la forma acostumbrada de las epístolas paulinas. Está completamente ausente la apertura usual con el saludo y la bendición apostólica; ni hay ninguna evidencia clara del carácter epistolar del escrito hasta que se llega a la breve conclusión (13,18-25). Por esta razón algunos han preferido considerar la carta más bien como una homilía, pero esto es claramente incorrecto. De acuerdo con la declaración del autor es una advertencia y exhortación (logos tes karakleseos, 13,22), que, sobre todo, supone una situación bien definida de una iglesia individual realmente existente.

(2) El método de citar del Antiguo Testamento. El autor en su instrucción, demostración y exhortación extrae en gran parte de los copiosos tesoros del Antiguo Testamento. Todas las citas siguen el texto de los Setenta incluso cuando este varía del texto masorético, a menos que la cita se traduzca libremente de acuerdo al sentido y sin exactitud verbal (ejemplos, 1,6; 12,20; 13,5). En las otras epístolas paulinas, es cierto, citas del Antiguo Testamento generalmente siguen la traducción griega, incluso cuando el texto varía, pero el Apóstol a veces corrige los Setenta por el hebreo, y en otras ocasiones, cuando los dos no concuerdan, se mantiene más cerca del hebreo.

Respecto a la fórmula con que se introducen las citas, vale señalar que la expresión “está escrito”, tan comúnmente usada en el Antiguo Testamento, aparece sólo una vez en la Epístola a los Hebreos (10,7). En esta epístola generalmente se dan las palabras de la Escritura como un pronunciamiento de Dios, a veces también de Cristo o del Espíritu Santo.

V. Lectores a Quienes iba Dirigida

Según la inscripción, la carta está dirigida a "hebreos". El contenido de la carta define más exactamente esta denominación general. No denota a todos los hijos de Israel, sino sólo a aquellos que han aceptado la fe en Cristo.

Además, la carta difícilmente podría haber sido dirigida a todos los cristianos judíos en general. Presupone una comunidad en particular, con la que tanto el autor de la carta como su compañero Timoteo habían tenido relaciones estrechas (13,18-24), que ha conservado su fe en severas persecuciones, que se ha distinguido por las obras de caridad (10,32-35) y que está situada en una localidad determinada, a donde el autor espera ir pronto (13,19.23).

También se puede inferir el lugar a partir del contenido con una probabilidad suficiente. Pues, aunque muchos comentaristas modernos se inclinan ya sea por Italia (debido a 13,24), o por Alejandría (debido a la referencia a una carta de Pablo a los alejandrinos en el Canon Muratorio y por otras razones), o dejar la cuestión sin decidir, sin embargo, toda la carta se adapta mejor a los miembros de la Iglesia cristiana judía de Jerusalén. Lo que es decisivo, sobre todo, para esta cuestión es el hecho de que el autor presupone en los lectores no sólo un conocimiento exacto del culto levítico y todas sus costumbres peculiares, sino, además, considera la presente observancia de este culto como el peligro especial para la fe cristiana de los destinatarios. Sus palabras (cf. en particular 10,1 ss.) pueden, si necesario, quizás permitir otra interpretación, pero indican Jerusalén con la mayor probabilidad como la Iglesia a que se destina la carta. Allí solamente todos conocían el culto levítico por el ofrecimiento diario de sacrificios y las grandes celebraciones del Día de la Expiación y de los otros días de fiesta. Allí solo este culto se mantuvo de forma continua de acuerdo a las ordenanzas de la Ley, hasta la destrucción de la ciudad en el año 70 d.C.

VI. Autor

Incluso en los primeros siglos, la pregunta en cuanto al autor de la Epístola a los Hebreos fue muy discutida y fue respondida de diversas maneras. Los puntos más importantes a tener en cuenta para responder a la consulta son los siguientes:

Evidencia Externa

(a) En Oriente se consideró unánimemente que la carta es de San Pablo. Eusebio da los primeros testimonios de la Iglesia de Alejandría al reportar las palabras de un “presbítero bendecido” (¿Panteno?), así como los de Clemente y Orígenes (Hist. Eccl., VI, XIV, n. 2-4; XXV, n. 11-14). Clemente explica el contraste en el lenguaje y estilo diciendo que la epístola fue escrita originalmente en hebreo y luego fue traducida al griego por Lucas. Orígenes, por el contrario, distingue entre los pensamientos de la carta y la forma gramatical; el primero, según el testimonio de "los antiguos" (oi archaioi andres) es de San Pablo; el último es obra de un escritor desconocido, Clemente de Roma según algunos, Lucas u otro discípulo del Apóstol, según otros. De la misma manera la carta fue considerada como paulina por las diversas Iglesias de Oriente: Egipto, Palestina, Siria, Capadocia, Mesopotamia, etc. (cf. los diferentes testimonios en B.F. Westcott, "La Epístola a los Hebreos", Londres, 1906 , págs.. LXII-LXXII). No fue hasta después de la aparición de Arrio que el origen paulino de la Epístola a los Hebreos fue disputada por algunos orientales y griegos.

(b) En Europa Occidental la Primera Epístola de San Clemente a los Corintios muestra familiaridad con el texto del escrito (caps. IX, XII, XVII, XXXVI, XLV), aparentemente también el “Pastor” de Hermas (Vis. II, III, n.2; Sim. I, I, ss). Hipólito e Ireneo también conocían la carta pero no parecen haberla considerado como obra del Apóstol (Eusebio, "Hist Eccl.", XXVI; Focio, Cod 121, 232; San Jerónimo, "De viris ill.", LIX). Eusebio también menciona el presbítero romano Cayo como un defensor de la opinión de que la Epístola a los Hebreos no era obra del Apóstol, y añade que algunos otros romanos, hasta su propio día, también eran de la misma opinión (Hist. Ecl., VI, XX, n.3). De hecho, la carta no se encuentra en el Canon Muratorio; San Cipriano también menciona sólo siete cartas de San Pablo a las Iglesias (De exhort. Mart., XI), y Tertuliano dice que el autor es Bernabé (De pudenda., XX). Hasta el siglo otras iglesias de Europa occidental consideraron dudoso el origen paulino de la carta. Filastrio da como razón para esto el mal uso que los novacianos hicieron de la carta (Haer., 89), y las dudas del presbítero Cayo parecen asimismo haber surgido de la actitud asumida hacia la carta por los montanistas (Focio, Cod. 48; F. Kaulen "Einleitung in die Hl Schrift Alten und Neuen Testamento", 5ta ed, Friburgo, 1905, III, 211).

Después del siglo IV estas dudas sobre el origen apostólico de la Epístola a los Hebreos se volvió gradualmente menos marcado en Europa Occidental. Mientras que el Concilio de Cartago del año 397, en la redacción de su decreto, todavía hacía distinción entre Pauli Apostoli epistoloe tredecim (trece epístolas de Pablo el Apóstol) y eiusdem ad Hebroeos una (una suya a los hebreos) Denzinger, "Enchiridion", 10ma ed., Friburgo, 1908, n. 92, old n. 49), el sínodo romano de 382 bajo el Papa Dámaso enumera sin distinción epistoloe Pauli numero quatuordecim (epístolas de Pablo en número de catorce), incluyendo en este número la Epístola a los Hebreos (Denzinger, 10ma ed., n. 84). De esta forma también la convicción de la Iglesia encontró expresión permanente más tarde. El cardenal Cayetano (1529) y Erasmo fueron los primeros en revivir las viejas dudas, mientras que al mismo tiempo Lutero y los otros reformadores negaban el origen paulino de la carta.

Evidencia Interna

(a) El contenido de la carta lleva sencillamente el sello de las ideas paulinas genuinas. A este respecto es suficiente la referencia a las declaraciones de arriba respecto al contenido doctrinal de la Epístola (vea II). (b) El lenguaje y el estilo varían en muchos detalles de la forma gramatical de las otras cartas de Pablo, como se demostró suficientemente arriba (vea III). (c) las características distintivas de la Epístola (IV) favorecen más la opinión de que la forma en la que se proyecta no es la obra del autor de las otras cartas apostólicas.

Solución Más Probable

De lo dicho se deduce que la solución más probable de la cuestión de la autoría es que hasta el momento presente la opinión de Orígenes no ha sido reemplazada por una mejor. Por lo tanto, es necesario aceptar que en la Epístola a los Hebreos hay que diferenciar el autor real del escritor. No se ha producido razón válida en contra de Pablo como el autor de las ideas y todo el contenido de la carta; la creencia de la Iglesia primitiva estuvo todo el tiempo de acuerdo con la completa corrección del origen apostólico de la Epístola.

El escritor, aquel al que la letra debe su forma, aparentemente había sido discípulo del Apóstol. Sin embargo, no es posible ahora establecer su personalidad debido a la falta de una tradición definida y de cualquier prueba decisiva en la propia carta. Los escritores antiguos y modernos mencionan varios alumnos del Apóstol, especialmente Lucas, Clemente de Roma, Apolo, últimamente también Priscila y Áquila.

VII. Circunstancias de la Composición

VIII. Importancia

Fuente: Fonck, Leopold. "Epistle to the Hebrews." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910. 29 Jun. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/07181a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina