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Viernes, 22 de noviembre de 2024

Filioque

De Enciclopedia Católica

Revisión de 18:40 14 mar 2010 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (La importancia histórica del Filioque)

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Filioque es una fórmula teológica de gran importancia dogmática e histórica. Por una parte, indica la Procesión del Espíritu Santo tanto del Padre como del Hijo como un Principio; por otra, fue la ocasión de un cisma griego. Ambos aspectos de la expresión requieren más explicación.

Significado dogmático de Filioque

El dogma de la doble Procesión del Espíritu Santo del Padre e Hijo como un Principio se opone directamente al error de que el Espíritu Santo procede del Padre, no del Hijo. Ni el dogma ni el error crearon muchas dificultades durante el curso de los primeros cuatro siglos. Macedonio y sus seguidores, los llamados pneumatomachi, fueron condenados por el concilio local de Alejandría (362) y por el Papa San Dámaso I (378) por enseñar que el Espíritu Santo deriva su origen solo del Hijo, por creación. Si el credo utilizado por los nestorianos, compuesto probablemente por Teodoro de Mopsuestia, y las expresiones de Teodoreto dirigidas contra el noveno anatema de San Cirilo de Alejandría, niega que el Espíritu Santo deriva su existencia del o a través del Hijo, probablemente intentaron negar solamente la creación del Espíritu Santo por o a través del Hijo, inculcando al mismo tiempo su Procesión de ambos, Padre e Hijo. De todas las maneras la doble Procesión del Espíritu Santo no se discutía durante los primeros tiempos; la controversia estaba restringida al Oriente y duró poco tiempo.

La primera indudable negación de la doble Procesión la encontramos en el siglo VII entre los herejes de Constantinopla cuando Martín I (649-655) en su escrito sinodal contra los monotelitas emplea la expresión “Filioque”. Nada se sabe sobre el desarrollo posterior de esta controversia, que no parece haber adquirido ninguna proporción seria, pues la cuestión no estaba relacionada con las enseñanzas características de los monotelitas.

En la Iglesia occidental la primera controversia sobre la doble Procesión del Espíritu Santo se llevó a cabo con los enviados del emperador Constantino Coprónimo, en el sínodo de Gentilly, cerca de París, que tuvo lugar en tiempo de Pipino (767). No hay actas sinodales ni más información. A principios del siglo IX, Juan, un monje griego del monasterio de San Sabas acusó de herejía a los monjes del monte Olivet, por haber introducido el Filioque en el Credo. En la segunda mitad del mismo siglo, Focio, el sucesor del injustamente despuesto Ignacio, patriarca de Constantinopla (858), negó la procesión del Espíritu Santo del Hijo y se opuso a la inserción del Filioque en el credo de Constantinopla. La misma posición mantuvieron a finales del siglo décimo los patriarcas Sisinio y Sergio y hacia la mitad del XI, el patriarca Miguel Cerulario, que renovó y completó el cisma griego.

El rechazo del Filioque o la doble Procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo, y la negación de la [[primacía del Romano Pontífice constituyen aún hoy día los principales errores de la Iglesia Griega. Mientras que fuera de la Iglesia la duda sobre la doble procesión se convirtió en una negación abierta, dentro de la Iglesia la doctrina del Filioque se declaró dogma de fe en el Cuarto Concilio de Letrán (1215), el Segundo Concilio de Lyon (1274) y en el Concilio de Florencia (1438-1445). Así la Iglesia propuso de forma clara y con autoridad la enseñanza de la Sagrada Escritura y de la tradición sobre la Procesión de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.

En cuanto a la Sagrada Escritura, los escritores inspirados llaman al Espíritu Santo el Espíritu del Hijo (Gál. 4,6), el Espíritu de Cristo (Rom. 8,9), el Espíritu de Jesucristo (Fil. 1,19), de la misma forma que le llaman Espíritu del Padre (Mt. 10,20) y el Espíritu de Dios (1 Cor. 2,11). De ahí que le atribuyen al Espíritu Santo la misma relación con el Hijo que con el Padre.

Ahora bien, según la Escritura, el Hijo envía al Espíritu Santo (Lc. 24,49; Juan 15,26; 16,7; 20,22; Hch. 2,33; Tito 3,6), de la misma manera que el Padre envía al Hijo (Rom. 3,3) y como el Padre envía al Espíritu Santo (Jn. 14,26).

Ahora, la “misión “ o “envío” de una Divina Persona por otra no significa meramente que la persona enviada, asume un carácter particular, a sugerencia de sí mismo en el carácter del que envía, como afirmaban los Sabelianos; ni implica ninguna inferioridad en la Persona enviada, como enseñaban los arrianos, sino que denota, de acuerdo con los más importantes teólogos y los Padres, la Procesión de la persona enviada de la Persona que envía. La Sagrada Escritura nunca presenta al Padre como siendo enviado por el Hijo ni al Hijo como enviado por el Espíritu Santo. La misma idea del término “misión” indica que la persona enviada sale para un cierto propósito por el poder del que envía, un poder ejercido en la persona enviada por medio de un impulso físico, o de una orden, o de oración, o, finalmente, de producción. Ahora bien, la Procesión, la analogía de producción, es la única manera admisible en Dios. Se sigue que los escritores inspirados presentan al Espíritu Santo como que procede del Hijo, puesto que lo presentan como enviado por el Hijo.

Finalmente San Juan (16,13-15) da las palabras de Cristo: “no hablará por su cuenta, sino que hablara lo que oiga”… recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros… Todo lo que tiene el Padre es mío”. Aquí hay una doble consideración. Primero el Hijo tiene todo lo que tiene el Padre, así que debe parecerse al Padre en ser el Principio del que procede el Espíritu Santo. Segundo, el Espíritu Santo recibirá “de lo mío “, según las palabras del Hijo; pero Procesión es la única forma concebible de recibir que no implica dependencia o inferioridad. En otras palabras, el Espíritu Santo procede el Hijo.

La Enseñanza de la Sagrada Escritura sobre la doble Procesión del Espíritu Santo fue fielmente preservada en la Tradición cristiana. Incluso los griegos ortodoxos conceden que los Padres latinos afirman la Procesión del Espíritu Santo del Hijo. La gran obra de Petavio sobre la Trinidad (Lib. VII, cc. III ss.) desarrolla a fondo la prueba de este asunto. Mencionamos aquí solamente algunos documentos en los que se ha expresado claramente la doctrina patrística:

Algunos de los documentos conciliares citados se pueden ver en Hefele "Conciliengeschichte" (2da. ed.), III, nn. 109, 117, 252, 411; cf. P.G. XXVIII, 1557 ss. Besarión, hablando en el concilio de Florencia, dedujo la tradición de la Iglesia Griega a partir de las enseñanzas de la Latina; puesto que los Padres griegos y latinos, antes del siglo IX, eran miembros de la misma Iglesia, es un antecedente improbable que los Padres Orientales hubieran negado un dogma firmemente mantenido por los Occidentales. Más aún, hay ciertas consideraciones que forman una prueba directa para la creencia de los Padres griegos en la doble Procesión del Espíritu Santo.

  • Primero, los Padres griegos enumeran a las Divinas Personas en el mismo orden que los Padres latinos; admiten que el Hijo y el Espíritu Santo están lógica y ontológicamente relacionados de la misma manera que el Hijo y el Padre. [[[San Basilio el Grande|Basilio]], Ep. CXXV; Ep. XXXVIII (alias XLIII) ad Gregor. fratrem; "Adv.Eunom.", I, XX, III, sub init.]
  • Segundo, los Padres griegos establecen la misma relación entre el Hijo y el Espíritu Santo como entre el Padre y el Hijo; como el Padre es la fuente del Hijo, así el Hijo es la fuente del Espíritu Santo. (San Atanasio, Ep. ad Serap. I, XIX, ss.; "De Incarn.", IX; Orat. III, adv. Arian., 24; Basilio, "Adv. Eunom.", V, en P.G.., XXIX, 731; cf. San Gregorio Nacianceno, Orat. XLIII, 9).
  • Tercero, no faltan pasajes en los escritos de los Padres en los que no se afirme claramente la Procesión del Espíritu Santo del Hijo: San Gregorio Taumaturgo, "Expos. fidei sec.", vers. sc. IV, en Rufino, Hist. Eccl., VII, XXV; San Epifanio., Haer., c. LXII, 4; San Gregorio de Nisa, Hom. in orat. domin. (cf. Mai, "Bibl. nova Patrum", IV, 40 ss.); San Cirilo de Alejandría, "Thes.", ass. XXXIV; el segundo canon de un sínodo de cuarenta obispos efectuado en 410 en Seléucida, Mesopotamia (cf. Lamy, "Concilium Seleuciae et Ctesiphonte habitum a. 410", Louvain, 1869; Hefele, "Conciliengeschichte", II, 102 sqq.); la versión arábiga de los cánones de San Hipólito (Haneberg, "Canones Sti. Hyppolyti", Munster, 1870, 40, 76); la explicación nestoriana del Símbolo (cf. Badger, "The Nestorians", Londres, 1852, II, 79; Cureton, "Ancient Syriac Documents Relative to the Earliest Establishment of Christianity in Edessa", Londres, 1864, 43; "La Doctrina de Addai, el Apóstol", ed. Phillips, Londres, 1876)

La única dificultad bíblica digna de mención se basa en las palabras de Cristo registradas por Juan 15,26, que el Espíritu procede del Padre, sin que se haga mención del Hijo. Pero, en primer lugar, no se puede demostrar que esta omisión sea una negación; y en segundo lugar, la omisión es sólo aparente, puesto que en la primera parte del versículo el Hijo promete “enviar” al Espíritu. La Procesión del Espíritu Santo del Hijo no se menciona en el Credo de Constantinopla, porque este Credo iba dirigido contra el error de los macedonios, contra el bastaba declarar la Procesión del Espíritu Santo del Padre. Las expresiones ambiguas encontradas en algunos de los primeros escritores de autoridad se explican por los principios que se aplican generalmente al lenguaje de los primeros Padres.

La importancia histórica del Filioque

Hemos visto que el Credo de Constantinopla declaraba al principio solamente la Procesión del Espíritu Santo del Padre, y que iba dirigida contra los seguidores de Macedonio que negaba la Procesión del Espíritu Santo del Padre. En Oriente, la omisión de Filioque no llevó a ningún malentendido. Sin embargo, en España, las condiciones fueron diferentes después de que los ostrogodos renunciaron al arrianismo y profesaron la fe [[católico|católica]} del Tercer Concilio de Toledo (589). No se puede asegurar quién añadió por primera vez el Filioque al Credo, pero parece cierto que la adición se cantó por primera vez en la Iglesia española después de la conversión de los godos. En 796 el patriarca de Aquilea justificó y aceptó la misma adición en el Sínodo de Friaul, y en 809 el concilio de Aquisgrán parece haberlo aprobado.

Los decretos de este concilio fueron examinados por el Papa León III que aprobó la doctrina manifestada por el Filioque, pero aconsejó que se omitiera la expresión en el Credo. La práctica de añadir el Filioque se mantuvo a pesar del consejo papal y a mediados del siglo XI se había instalado firmemente hasta en Roma. Los eruditos no están de acuerdo en qué momento exacto se introdujo en Roma pero la mayoría lo colocan en el pontificado de Benedicto VIII (1014-15).

La doctrina católica fue aceptada por los diputados griegos que estaban presentes en el Segundo Concilio de Florencia en 1439, cuando el credo se cantó en latín y griego con la palabra Filioque incorporada. En cada ocasión se esperaba que el patriarca de Constantinopla y sus súbditos habían abandonado el estado de herejía y cisma en el que habían vivido desde tiempos de Focio, quien en alrededor del año 870 encontró en el Filioque una excusa librarse de toda dependencia de Roma. Pero por muy sinceros que fueran los obispos griegos, no lograron arrastrar con ellos al pueblo y la fosa que separa oriente de occidente continúa hasta ahora.

Es verdaderamente sorprendente que un tema como el de la doble Procesión del Espíritu Santo llamara la atención de la imaginación de la multitud. Pero sus sentimientos nacionales habían sido avivados por el deseo de por otra parte se habían interpuestos los sentimientos nacionales en el deseo de liberación del antiguo rival de Constantinopla; la ocasión de lograrlo legalmente pareció presentarse en la adición del Filioque al Credo de Constantinopla. ¿Acaso Roma no se había excedido en sus derechos al desobedecer el mandato del Concilio de Éfeso (Tercer Concilio General, 431) y del Concilio de Calcedonia (451)?

Es verdad que estos concilios habían prohibido la introducción de otra fe o de otro Credo y habían impuesto la pena de deposición a los obispos y clérigos y la de excomunión a los monjes y laicos que transgredieran esta ley; sin embargo los concilios no habían prohibido explicar la misma fe o proponer el mismo Credo de una forma más clara. Además, los decretos conciliares afectaban a transgresores individuales, como está claro por la sanción añadida, pero no obligaban a la Iglesia como un cuerpo. Finalmente los Concilios de Lyon y Florencia no requirieron a los griegos que introdujeran el Filioque en el Credo, sino sólo que aceptaran la doctrina católica de la doble Procesión del Espíritu Santo ( ver Espíritu Santo y Credo).


Fuente: Maas, Anthony. "Filioque." The Catholic Encyclopedia. Vol. 6. New York: Robert Appleton Company, 1909. <http://www.newadvent.org/cathen/06073a.htm>.

Traducido por Pedro Royo.