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Jueves, 2 de mayo de 2024

Evangelio según San Lucas

De Enciclopedia Católica

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Biografía de San Lucas

El nombre Lucas es probablemente una abreviatura de Lucanus, como Anás lo es de Ananus, Apolo de Apolonius, Artemas de Artemidorus, Demas de Demetrius, etc. (Schanz, "Evang. Des heiligen Lucas", 1, 2; Lightfoot en "Col." IV, 14 ; Plummer, "San Lucas", introd.)

La palabra Lucas parece haber sido desconocida antes de la era cristiana; pero Lucanus es común en inscripciones, y se encuentra al comienzo y al final del Evangelio en algunos manuscritos latinos antiguos (ibid.). Generalmente se sostiene que Lucas era natural de Antioquía. Eusebio (Hist. Eccl. III.4.6) dice: Loukas de to men genos on ton ap Antiocheias, ten episteuen iatros, ta plesita suggegonos to Paulo, kai rots laipois de ou parergos ton apostolon homilnkos---"Lucas vero domo Antiochenus, arte medicus, qui et cum Paulo diu conjunctissime vixit, et cum reliquis Apostoli studiose versatus est." Eusebio hace una afirmación más clara en sus "Quaestiones Evangelicae", IV, I, 270: ho de Loukas to men genos apo tes Boomenes Antiocheias en---"Lucas fue por nacimiento originario de la renombrada Antioquía" (Schmiedel, "Encyc. Bib."). Spitta, Schmiedel, y Harnack creen que esta es una cita de Julio Africano (primera mitad del siglo III). En el Códice Bezae (D) se introduce a Lucas con un "nosotros" ya en Hechos, 11,28; y aunque ésta no es una variante correcta, representa una tradición muy antigua. El autor de los Hechos tenía un interés especial por Antioquía y estaba muy familiarizado con ella (Hechos, 11,19-27; 13,1; 14,18-21.25; 15,22.23.30.35; 18,22). Se nos habla de la localidad de sólo uno de los diáconos, "Nicolás, un prosélito de Antioquía", (6,5); y Plummer ha señalado que, de ocho autores que describen la campaña rusa de 1812, sólo dos, que eran escoceses, mencionan que el general ruso Barclay de Tolly, era de origen escocés. Estas consideraciones parecen excluir la conjetura de Renan y Ramsay de que San Lucas era natural de Filipos.

San Lucas no era judío. San Pablo lo separa de los de la circuncisión (Col. 4,14), y su estilo prueba que era griego. De ahí que no se le pueda identificar con Lucio el profeta de Hechos 13,1, ni con el Lucio de Rom. 16,21, que era “cognatus” de San Pablo. De esto y del prólogo del Evangelio se deduce que San Epifanio yerra cuando le llama uno de los setenta discípulos; ni era el compañero de Cleofás en el viaje a Emaús tras la Resurrección (como afirmaban Teofilacto y el Menologio griego). San Lucas tenía un gran conocimiento de la Versión de los Setenta y de las cosas judías, que adquirió o bien como prosélito judío (San Jerónimo) o bien después de hacerse cristiano, a través de sus estrechas relaciones con los Apóstoles y discípulos. Además del griego, tuvo muchas oportunidades de aprender arameo en su nativa Antioquía, la capital de Siria. Era médico de profesión, y San Pablo lo llama "el médico querido" (Col. 4,14). Esta profesión implicaba una educación liberal, y su formación médica se evidencia por su preferencia por el lenguaje médico. Plummer sugiere que pudo haber estudiado medicina en la famosa escuela de Tarso, rival de Alejandría y Atenas, y posiblemente conoció allí a San Pablo. De su íntimo conocimiento del Mediterráneo oriental, se ha conjeturado que había acumulado experiencia como médico a bordo de un barco. Trabajó mucho, y envía saludos a los colosenses, lo que parece indicar que les había visitado.

San Lucas aparece por primera vez en los Hechos en Tróada (16,8 ss.), donde se reúne con San Pablo, y, tras la visión, cruza con él a Europa como evangelista, desembarcan en Neápolis y continúan a Filipos, "persuadidos de que Dios nos había llamado para evangelizarles" (nótese especialmente la transición a la primera persona del plural en el versículo 10). Por lo tanto, ya era un evangelista. Estuvo presente en la conversión de Lidia y sus compañeros y se alojó en su casa. Junto con San Pablo y sus compañeros, fue reconocido por el espíritu pitón: "Nos seguía a Pablo y a nosotros gritando: Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, que os anuncian un camino de salvación" (versículo 17). Observó a Pablo y a Silas arrestados, arrastrados ante los magistrados romanos, acusados de alborotar la ciudad, "siendo judíos", azotados con varas y echados a prisión. Lucas y Timoteo escaparon, probablemente porque no parecían judíos (el padre de Timoteo era gentil). Cuando Pablo partió de Filipos, Lucas se quedó con toda probabilidad para continuar el trabajo de evangelista. En Tesalónica el apóstol recibió ayuda pecuniaria muy apreciada de Filipos (Fil. 4,15-16), sin duda por los buenos oficios de San Lucas. Es probable que éste permaneciera en Filipos todo el tiempo que San Pablo estuvo predicando en Atenas y Corinto, y mientras viajaba a Jerusalén y de vuelta a Éfeso, y durante los tres años en los que el apóstol estuvo ocupado en Éfeso. Cuando San Pablo volvió a Macedonia, se reunió de nuevo con San Lucas en Filipos, y allí escribió su Segunda Epístola a los Corintios.

San Jerónimo cree que es muy probable que San Lucas sea "el hermano, cuyo renombre a causa del Evangelio se ha extendido por todas las Iglesias" (2 Cor. 8,18), y que fue uno de los portadores de la carta a Corinto. Poco después, cuando San Pablo volvió de Grecia, San Lucas le acompañó de Filipos a Tróade, y con él hizo el largo viaje por la costa descrito en Hechos 20. Subió a Jerusalén, estuvo presente en el tumulto, vio el ataque al apóstol, y le oyó hablar "en lengua hebrea" a la silenciosa multitud desde la escalera exterior de la fortaleza Antonia. Luego contempló a los enfurecidos judíos, en su impotente rabia, agitando sus vestidos, vociferando, y arrojando polvo al aire. Podemos estar seguros que fue un visitante constante de San Pablo durante los dos años de prisión de éste en Cesarea. En ese periodo pudo muy bien familiarizarse con las circunstancias de la muerte de Herodes Agripa I, quien había muerto allí "comido por los gusanos" (skolekobrotos), y probablemente estaba mejor informado del asunto que Flavio Josefo. Se le dieron amplias oportunidades, "después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes", en relación con el Evangelio y los primeros Hechos, para escribir ordenadamente lo que había sido transmitido por los "que desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la Palabra" (Lucas, 1,2-3). Algunos autores sostienen que el Evangelio fue escrito durante esta época, Ramsay opina que la Epístola a los Hebreos se redactó entonces, y que San Lucas tuvo una parte considerable en ella. Cuando Pablo apeló al César, Lucas y Aristarco le acompañaron desde Cesarea, y estuvieron con él durante el tempestuoso viaje de Creta a Malta. De allí continuaron hasta Roma, donde, durante los dos años en que San Pablo estuvo en prisión, San Lucas estuvo frecuentemente a su lado, aunque no continuamente, pues no se le menciona en los saludos de la Epístola a los Filipenses (Lightfoot, "Phil.", 35). Estaba presente cuando se escribieron las Epístolas a los Colosenses, a los Efesios y a Filemón, y se le menciona en los saludos dados en dos de ellas: "Os saluda Lucas, el médico querido" (Col. 4,14); "Te saludan...Marcos, Aristarco, Demas y Lucas, mis colaboradores" (Fil. 24). San Jerónimo sostiene que fue durante esos dos años cuando se escribieron los Hechos.

No tenemos información sobre San Lucas durante el intervalo entre los dos encarcelamientos romanos de San Pablo, pero debe haber conocido a varios de los apóstoles y discípulos durante sus diversos viajes. Se mantuvo junto a San Pablo durante su último encarcelamiento; pues el apóstol, escribiendo por última vez a Timoteo, dice: "He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera...Apresúrate a venir hasta mí cuanto antes, porque me ha abandonado Demas por amor a este mundo... El único que está conmigo es Lucas" (2 Tim. 4,7-11). Vale la pena señalar que, en los tres lugares en que se le menciona en las Epístolas (Col. 4,14; Fil. 24; 2 Tim. 4,11) se le nombra junto a San Marcos (cf. Col. 4,10), el otro evangelista que no era un apóstol (Plummer), y está claro a partir de su Evangelio que estaba muy familiarizado con el Evangelio según San Marcos; y en los Hechos da todos los detalles de la liberación de San Pedro---lo que ocurrió en casa de la madre de San Marcos, y el nombre de la muchacha que acudió a la puerta cuando San Pedro llamó. Debe haberse reunido con frecuencia con San Pedro, y puede haberle ayudado a redactar su primera epístola en griego, que presenta muchas reminiscencias del estilo de Lucas. Tras el martirio de San Pablo prácticamente todo lo que sabemos de él aparece en el antiguo "Prefatio vel Argumentum Lucae", que se remonta a Julio Africano, quien nació hacia el año 165 d.C. Éste afirma que estaba soltero, que escribió el Evangelio en Acaya, y que murió a la edad de setenta y cuatro años en Bitinia (probablemente un error del copista por Beocia), lleno del Espíritu Santo. Epifanio dice que predicó en Dalmacia (donde hay una tradición a ese respecto), Galia (¿Galacia?), Italia y Macedonia. Como evangelista debió sufrir mucho por la fe, pero se discute si efectivamente tuvo la muerte de un mártir. San Jerónimo escribe de él (De Vir. Ill, Vii): "Sepultus est Constantinopoli, ad quam urbem vigesimo Constantii anno ossa ejus cum reliquiis Andreae Apostoli translata sunt [¿de Acaya ?]".

San Lucas es representado siempre por el ternero o buey, el animal del sacrificio, porque su Evangelio comienza con el relato de Zacarías, el sacerdote, padre de San Juan el Bautista. Nicéforo Calixto (siglo XIV) y el Monologio de Basilio II (980 d.C.) lo llaman pintor. Se le atribuye un retrato de la Virgen María en Santa María la Mayor de Roma, y se puede seguir su pista hasta el año 847. Probablemente es una copia del mencionado por Teodoro Lector, en el siglo VI. Este autor afirma que la emperatriz Eudoxia encontró un retrato de la Madre de Dios en Jerusalén, el cual envió a Constantinopla (ver "Acta SS", 18 de octubre). Como observa Plummer, es seguro que San Lucas era un artista, al menos en la medida en que sus descripciones gráficas de la Anunciación, la Visitación, la Natividad, la Adoración de los pastores, la oveja perdida, etc., han llegado a ser temas de inspiración favoritos de los pintores cristianos.

San Lucas es uno de los autores más extensos del Nuevo Testamento. Su Evangelio es considerablemente más largo que el de San Mateo, sus dos libros son aproximadamente tan largos como las catorce epístolas de San Pablo; y los Hechos supera en longitud a las siete Epístolas Católicas y al Apocalipsis. El estilo del Evangelio es superior a cualquier otro escrito del Nuevo Testamento, excepto la Epístola a los Hebreos. Renan dice (Les Evangiles, XIII) que es el más literario de los Evangelios. San Lucas es un pintor con palabras. "El autor del Tercer Evangelio y de los Hechos es el más versátil de todos los escritores del Nuevo Testamento. Puede ser tan hebraísta como Los Setenta, y tan libre de hebraísmos como Plutarco... Es hebraísta al describir la sociedad hebrea, y esgriego cuando describe la sociedad griega" (Plummer, introd.). Su gran dominio del griego se demuestra por la riqueza de su vocabulario y la libertad de sus construcciones.

Autenticidad del Evangelio

Evidencia interna

La evidencia interna se puede resumir brevemente como sigue:

  • El autor de los Hechos era un compañero de San Pablo, a saber, San Lucas; y
  • el autor de los Hechos fue el autor del Evangelio.

Plummer da los argumentos por extenso, "San Lucas" en "Int. Crit. Com." (4ª ed. Edimburgo, 1901); Harnack, "Lucas el Médico" (Londres, 1907); "Los Hechos de los Apóstoles" (Londres, 1909); etc.

1. El autor de los Hechos fue un compañero de San Pablo, a saber, San Lucas:

No hay nada más seguro en crítica bíblica que esta proposición. El autor de las secciones "nosotros" afirma ser un compañero de San Pablo. El "nosotros" comienza en Hechos, 16,10, y continúa hasta 16,17 (la acción tiene lugar en Filipos). Reaparece en 20,5 (Filipos) y continúa hasta 21,18 (Jerusalén). Reaparece de nuevo en la partida hacia Roma, 27,1 (texto griego), y continúa hasta el final del libro.

Plummer sostiene que estas secciones son del mismo autor que el resto de los Hechos:

  • por la manera natural en que encajan;
  • por las referencias a ellas en las demás partes; y
  • por la identidad del estilo.

El cambio de persona parece natural y auténtico en la narración, pero no hay cambio de lenguaje. Las expresiones características del autor se extienden a todo el libro, y son tan frecuentes en las secciones de "nosotros" como en las demás. No hay cambios de estilo perceptibles. Harnack ("Lucas el Médico", 40) hace un exhaustivo examen de cada palabra y frase en la primera de las secciones "nosotros" (16,10-17), y demuestra cuán frecuentes son en el resto de los Hechos y el Evangelio, cuando se comparan con los otros Evangelios. Su modo de tratar la primera palabra (hos) indicará su método: "Este “hos” temporal no se encuentra nunca en San Mateo ni San Marcos, pero aparece cuarenta y ocho veces en San Lucas (Evangelio y Hechos) y eso en todas las partes de la obra." Cuando llega al final de su estudio de esta sección es capaz de escribir: "Tras esta demostración los que declaran que este pasaje fue obtenido de una fuente, y que así no fue compuesto por el autor de la obra total, ocupan una posición muy difícil. ¿Qué podemos suponer que haya dejado el autor inalterado en la fuente? Sólo el 'nosotros'; pues, de hecho, no queda nada más. Con respecto al vocabulario, la sintaxis, y el estilo, debe haber transformado todo lo demás a su propio lenguaje. Como tal procedimiento es absolutamente inimaginable, no nos queda más que inferir simplemente que el autor está aquí hablando él mismo." Incluso piensa que es improbable, habida cuenta de la uniformidad de estilo, que el autor esté copiando de un diario propio, hecho en un periodo anterior. Tras esto, Harnack procede a tratar las restantes secciones de "nosotros", con similares resultados. Pero no es sólo en vocabulario, sintaxis y estilo en los que esta uniformidad se manifiesta. En "Los Hechos de los Apóstoles", Harnack dedica muchas páginas a una consideración detallada de la forma en que se emplean a lo largo de los Hechos los datos cronológicos, y los términos que tratan de tierras, naciones, ciudades, y casas, tanto como el modo de tratar con personas y milagros, y en todas partes muestra que la unidad de autoría no puede ser negada excepto por los que ignoran los hechos. Esta misma conclusión se corrobora por la repetición del lenguaje médico en todas las partes de los Hechos y del Evangelio.

La opinión unánime de la antigüedad es que el compañero de San Pablo que escribió los Hechos era San Lucas. Su preferencia por el lenguaje médico prueba que el autor era médico. Westein, en su prefacio al Evangelio ("Novum Test. Graecum", Amsterdam, 1741, 643), afirma que hay claras indicaciones de su profesión médica a través de todos los escritos de San Lucas; y en el curso de su comentario señala varias expresiones técnicas comunes al evangelista y a los escritos médicos de Galeno. Estas fueron recopiladas por los Bolandistas ("Acta SS", 18 de Octubre). En la "Revista para Caballeros" de junio de 1841, apareció un documento sobre el lenguaje médico de San Lucas. A los ejemplos dados en ese artículo, Plummer y Harnack añaden varios otros; pero el gran libro sobre el asunto es "El Lenguaje Médico de San Lucas" de Hobart (Dublín,1882). Hobart trabaja con precisión en el Evangelio y los Hechos y señala numerosas palabras y frases idénticas a las empleadas por autores médicos como Hipócrates, Arteo, Galeno y Dioscórides. Algunas se encuentran en Aristóteles, pero éste era hijo de médico. Las palabras y frases citadas son o bien peculiares del Tercer Evangelio y los Hechos, o bien son más frecuentes que en los demás escritos del Nuevo Testamento. El argumento es acumulativo, y no rompe sus más débiles hilos. Cuando se dejan aparte los casos dudosos y expresiones comunes a Los Setenta, queda un amplio número que parece bastante irrebatible. Harnack ("Lucas el Médico", 13) dice: "Es prácticamente seguro, por la materia, y más especialmente por el estilo, de esta gran obra que el autor era médico de profesión.” Por supuesto, al hacer tal afirmación uno aún se expone al desdén de los críticos, y ello aunque los argumentos que se aleguen en su apoyo sean sencillamente convincentes.... Sin embargo, los que lo han estudiado cuidadosamente [el libro de Hobart] encontrarán, creo, imposible escapar a la conclusión de que aquí la cuestión no es meramente de coloración lingüística accidental, sino que esta gran obra histórica fue compuesta por un autor que, o era médico o estaba bastante íntimamente familiarizado con el lenguaje y la ciencia médica. Y, de hecho, esta conclusión es válida no sólo para las secciones de 'nosotros', sino para todo el libro." Harnack da al asunto un tratamiento especial en un apéndice de veintidós páginas. Hawkins y Zahn llegan a la misma conclusión. Este último observa (Einl., II, 427): "Hobart ha probado para todos los que pueden apreciar las pruebas que el autor de la obra de Lucas fue un hombre experto en el lenguaje científico de la medicina griega---en resumen, un médico griego" (citado por Harnack, op. cit.).

En relación con esto, Plummer, aunque habla más cautamente de los argumentos de Hobart, está prácticamente de acuerdo con estos autores. Dice que cuando se ha examinado bien la lista de Hobart queda un considerable número de palabras. "El argumento", continúa diciendo, "es acumulativo. Dos o tres ejemplos de coincidencia con autores médicos podría explicarse por la mera coincidencia; pero el amplio número de coincidencias hace esa explicación insatisfactoria para todas ellas, especialmente cuando la palabra es, o bien rara en los Setenta, o no se encuentra en absoluto allí." (64). En "el Expositor" (Nov. 1909, 385 y ss.), Mayor dice de las dos obras arriba citadas de Harnack: "En oposición a la escuela de críticos de Tübingen, ha reivindicado con éxito para San Lucas la autoría de los dos libros canónicos atribuidos a él, y además ha probado que, con algunas omisiones, pueden aceptarse como documentos confiables... Me alegro de ver que el traductor inglés...se ha convertido ahora por la argumentación de Harnack, fundada en parte, como él mismo reconoce, en las investigaciones de estudiosos ingleses, especialmente el doctor Hobart, Sir W.M. Ramsay y Sir John Hawkins." Hay una impactante semejanza entre el prólogo del Evangelio y un prefacio escrito por Dioscórides, un escritor médico que estudió en Tarso en el siglo I (ver Blass, "Filología de los Evangelios"). Las palabras con las que Hipócrates comienza su tratado "Sobre la Medicina antigua" deben señalarse en relación con esto: "Okosoi epecheiresan peri ietrikes legein he graphein, K.T.L" (Plummer, 4). Cuando se toman en cuenta plenamente todas estas consideraciones, prueban que el compañero de San Pablo que escribió los Hechos (y el Evangelio) era médico. Ahora bien, sabemos por San Pablo que tenía tal compañero. Escribiendo a los Colosenses (4,11), dice: "Os saluda Lucas, el médico querido." Estaba, por tanto, con San Pablo cuando escribió a los colosenses, a Filemón, y a los efesios; y también cuando escribió la Segunda Epístola a Timoteo. Por la forma en que habla de él, se da a entender un largo periodo de relaciones.

(2) El autor de los Hechos fue el autor del Evangelio:

"Esta posición", dice Plummer, "es tan generalmente admitida por los críticos de todas las escuelas que no hay que gastar mucho tiempo en discutirla." Se puede decir que Harnack es el más destacado converso reciente a esta opinión, a la que da apoyo elaborado en los dos libros arriba mencionados. Pretende haber demostrado que los primeros críticos estaban desesperadamente equivocados, y que la opinión tradicional es la correcta. Esta opinión está ganando terreno rápidamente incluso entre los ultracríticos, y Harnack declara que los demás resisten porque existe una disposición en ellos a ignorar los hechos que hablan contra ellos, y habla de "la verdaderamente lamentable historia de la crítica de los Hechos". Sólo se puede dar aquí un brevísimo resumen de los argumentos. El Evangelio y los Hechos están ambos dedicados a Teófilo y el autor de la última obra afirma ser el autor de la primera (Hch. 1,1). El estilo y disposición de ambos son tan similares que la suposición de que uno fuera escrito por un falsificador en imitación del otro está absolutamente excluida. La facultad de análisis literario requerida para ello era entonces desconocida, y, aunque fuera posible, no conocemos a ningún escritor de esa época que tuviera la asombrosa habilidad necesaria para producir tal imitación. Es postular un milagro literario, dice Plummer, suponer que uno de los libros fuera una falsificación escrita en imitación del otro. Tal idea no se le habría ocurrido a nadie; y, si así fuera, no lo habría llevado a cabo con tan maravilloso éxito. Si tomamos unos pocos capítulos del Evangelio y anotamos las palabras, frases y construcciones especiales, peculiares y características, y luego abrimos los Hechos al azar, encontraremos las mismas peculiaridades literarias repitiéndose constantemente. O, si empezamos con los Hechos, y procedemos a la inversa, se producirán los mismos resultados. Además de la semejanza, hay paralelismos de descripción, ordenación, y puntos de vista, y la reiteración de lenguaje médico, en ambos libros, que se ha mencionado en la sección anterior.

Deberíamos esperar naturalmente que la larga relación entre San Pablo y San Lucas habría influido en su vocabulario mutuo, y sus escritos muestran que tal fue realmente el caso. Hawkins (Horae Synopticae) y Bebb (Hast.; "Dicc. de la Biblia", V. art. "Lucas, Evangelio de") afirman que hay 32 palabras que se encuentran sólo en San Mateo y en San Pablo; 22 en San Marcos y San Pablo; 21 en San Juan y San Pablo; mientras que hay 101 que se encuentran sólo en San Lucas y San Pablo. De las palabras y frases características que distinguen a los tres Evangelios Sinópticos, un poco más de la mitad son comunes a San Mateo y San Pablo, menos de la mitad a San Marcos y San Pablo y dos tercios a San Lucas y San Pablo. Varios autores han dado ejemplos de paralelismo entre el Evangelio y las Epístolas Paulinas. Entre los más impactantes están los dados por Plummer (44). El mismo autor da una larga lista de palabras y expresiones que se encuentran en el Evangelio y en los Hechos y en San Pablo, y en ninguna otra parte del Nuevo Testamento. Pero aún más, Eager en "El Expositor" (julio y agosto de 1894), en su intento de probar que San Lucas fue el autor de la Epístola a los Hebreos, ha llamado la atención sobre el notable hecho de que la influencia de Lucas sobre el lenguaje de San Pablo es mucho más marcada en las Epístolas en las que sabemos que San Lucas era su compañero constante. Resumiendo, observa: "Hay de hecho base suficiente para creer que esos libros, Colosenses, 2 Corintios, las Epístolas Pastorales, la Primera (y en menor medida la Segunda) de Pedro, poseen características de Lucas." Cuando se toman en consideración todos estos puntos, proporcionan la prueba convincente de que el autor del Evangelio y los Hechos fue San Lucas, el médico querido, el compañero de San Pablo, y esto se confirma plenamente por la evidencia externa.

Evidencia externa

La prueba a favor de la unidad de autoría, derivada del carácter interno de los dos libros, se refuerza cuando se pone en relación con la evidencia externa. Todo testimonio antiguo de la autenticidad de los Hechos habla igualmente a favor del Evangelio; y todo pasaje a favor de la autoría de Lucas del Evangelio da similar apoyo a la autenticidad de los Hechos. Aparte de eso, en muchos pasajes de los primeros Padres ambos libros se atribuyen a San Lucas. La evidencia externa sólo puede ser tratada aquí de la manera más breve. Para la evidencia externa a favor de los Hechos, vea Hechos de los Apóstoles.

Los muchos pasajes en San Jerónimo, Eusebio, y Orígenes que atribuyen los libros a San Lucas son importantes no sólo por testimoniar su propia creencia, sino también la de la época más antigua. San Jerónimo y Orígenes fueron grandes viajeros, y los tres fueron lectores omnívoros. Tuvieron acceso prácticamente a toda la literatura cristiana de los siglos precedentes; pero en ninguna parte insinúan que la autoría del Evangelio (y los Hechos) fuera nunca cuestionada. Esto, tomado en sí mismo, sería un argumento más fuerte que el que se puede aducir para la mayoría de las obras clásicas. Pero tenemos un testimonio mucho más temprano. Clemente de Alejandría nació probablemente en Atenas hacia el año 150. Viajó mucho y tuvo como instructores en la fe a un jónico, un italiano, un sirio, un egipcio, un asirio y un hebreo en Palestina. "Y estos hombres, preservando la verdadera tradición de la sagrada enseñanza directamente de San Pedro y Santiago, Juan y Pablo, los santos apóstoles, el padre transmitiéndola al hijo, llegó por la Providencia de Dios incluso hasta nosotros, para depositar entre nosotros las semillas (de la verdad) que procedían de sus antepasados y de los apóstoles". (Strom. I.1.11; cf. Eusebio, "Hist. Eccl.", V.11). Él sostiene que el Evangelio de San Lucas fue escrito antes que el de San Marcos, y utiliza los cuatros Evangelios igual que cualquier escritor católico moderno. Tertuliano nació en Cartago, vivió algún tiempo en Roma, y luego volvió a Cartago. Sus citas de los Evangelios, cuando las recopiló Rönsch, llenaron doscientas páginas. Ataca a Marción por mutilar el Evangelio de San Lucas, y escribe: "Digo por tanto que entre ellas, y no sólo entre las Iglesias Apostólicas, sino entre todas las Iglesias que están unidas con ellas en cristiana comunión, el Evangelio de Lucas, que formalmente defendemos, ha sido mantenido desde su primera publicación" (Adv. Marc., IV, V).

El testimonio de San Ireneo es de especial importancia. Nació en Asia Menor, donde oyó a San Policarpo contar sus recuerdos del apóstol San Juan, y en sus numerosos escritos menciona frecuentemente a otros discípulos de los apóstoles. Fue sacerdote en Lyon durante la persecución de 177, y fue el portador de la carta de los confesores a Roma. Su obispo, Potino, a quien él sucedió, tenía noventa años cuando ganó la corona del martirio en 177, y debe haber nacido cuando algunos de los apóstoles y muchísimos de sus oyentes aún vivían. San Ireneo, que nació hacia el año 130 (algunos dicen que mucho antes), es, por tanto, un testigo de la primitiva tradición de Asia Menor, Roma, y la Galia. Cita los Evangelios como lo haría cualquier obispo moderno, les llama la Escritura, cree incluso en su inspiración verbal; muestra lo congruente que es que haya cuatro y sólo cuatro Evangelios; y dice que Lucas, que empieza con el sacerdocio y sacrificio de Zacarías, es el ternero. Cuando comparamos sus citas con las de Clemente de Alejandría, presentan lecturas variantes del texto. Ya se había establecido un tipo alejandrino de texto distinto del occidental. Los Evangelios habían sido copiados y recopiados tan a menudo, que, a través de los errores de copia, etc., había tenido tiempo de establecerse distintas familias de textos. Los Evangelios se habían difundido tanto que llegaron a ser conocidos por los paganos. Celso en su ataque a la religión cristiana estaba familiarizado con la genealogía del Evangelio de San Lucas, y sus citas muestran el mismo fenómeno de las lecturas variantes.

El siguiente testigo, San Justino Mártir, muestra la posición de honor que los Evangelios tenían en la Iglesia en la primera parte del siglo. Justino nació en Palestina hacia el año 105, y se convirtió en 132-135. En su "Apología" habla de las memorias del Señor que son llamadas Evangelios, y que fueron escritas por los apóstoles, (Mateo, Juan) y discípulos de los apóstoles (Marcos, Lucas). En relación con los discípulos de los apóstoles cita los versículos de San Lucas sobre el sudor de sangre, y tiene numerosas citas de los cuatro. Westcott muestra que no hay rastro en Justino de utilización de ningún documento escrito sobre la vida de Cristo excepto nuestros Evangelios. "Él [Justino] nos cuenta que Cristo descendía de Abraham a través de Jacob, Judá, Farés, Jessé, David; que el Arcángel Gabriel fue enviado a anunciar su nacimiento a la Virgen María; que fue en cumplimiento de la profecía de Isaías...que sus padres fueron allá (a Belén) como consecuencia de un censo bajo Quirino, que como no podían encontrar alojamiento en la aldea se albergaron en una cueva cercana a ella, donde Cristo nació, y fue dejado por María en un pesebre", etc. (Westcott, "Canon" 104). Hay una mezcla constante entre las citas de Justino de las narraciones de San Mateo y San Lucas. Como es habitual en las obras apologéticas, tales como las apologías de Taciano, Atenágoras, Teófilo de Antioquía, Tertuliano, Clemente de Alejandría, San Cipriano de Cartago y Eusebio de Cesarea, no menciona sus fuentes porque se está dirigiendo a extraños. Afirma, sin embargo, que las memorias que eran llamadas Evangelios se leían en las iglesias los domingos junto a los escritos de los profetas, en otras palabras, que eran colocadas en rango igual al Antiguo Testamento.

En el "Diálogo", cv, tenemos un pasaje peculiar de San Lucas. "Jesús cuando entregó su espíritu sobre la cruz dijo, 'Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu' (Lucas, 23,46], como yo también aprendí de las memorias de este hecho". Estos Evangelios que eran leídos cada domingo debían ser los mismos que los cuatro nuestros, que poco después, en la época de San Ireneo, estaban establecidos con tanto honor, y mirados por él como inspirados por el Espíritu Santo. Nunca hemos oído, dice Salmon, de una revolución que destronara una serie de Evangelios y los reemplazara con otros; así que podemos estar seguros de que los Evangelios honrados por la Iglesia en los días de Justino eran los mismos a los que se prestaba la misma reverencia en los días de Ireneo, no muchos años después. Esta conclusión se refuerza no sólo por la naturaleza de las citas de Justino, sino por la evidencia suministrada por su discípulo Taciano, el asirio, que vivió largo tiempo con él en Roma, y después compiló su armonía de los Evangelios, su famoso "Diatessaron", en siríaco, a partir de nuestros cuatro evangelios. El había viajado mucho, y el hecho de que sólo use esos muestra que eran los únicos reconocidos por San Justino y la Iglesia Católica entre 130-150. Esto nos remonta a la época en que muchos de los oyentes de los apóstoles y evangelistas aún vivían; pues muchos estudiosos afirman que San Lucas vivió hasta cerca de finales del siglo I.

Ireneo, Clemente, Taciano, Justino, etc., estaban en tan buena posición para formarse un juicio sobre la autenticidad de los Evangelios como lo estamos nosotros de saber quienes fueron los autores de las novelas de Scott, los ensayos de Macaualy, las primeras novelas de Dickens, los poemas de Longfellow, o de los "Tractos para los Tiempos", etc. Pero el argumento no termina aquí. Muchos de los herejes que florecieron desde el principio del siglo II hasta el año 150 admitían como autoridad el Evangelio de San Lucas. Esto prueba que había adquirido una posición inexpugnable mucho antes de que estos herejes se separaran de la Iglesia. El Evangelio Apócrifo de Pedro, hacia el año 150, hace uso de nuestros Evangelios. Hacia el mismo tiempo los Evangelios, junto con sus títulos, fueron traducidos al latín; y aquí, de nuevo, nos enfrentamos con el fenómeno de las variantes, que se van a encontrar en Clemente, Ireneo, la versión siríaca antigua, Justino, y Celso, que indican un largo periodo de previa copia. Finalmente, podemos preguntarnos, si el autor de los dos libros no fue San Lucas, ¿quién fue?

Harnack (Lucas el Médico, 2) sostiene que, como el Evangelio comienza con un prólogo dirigido a una persona individual (Teófilo) debía, por necesidad, haber contenido en su título el nombre de su autor. Si San Lucas no fuera el autor, ¿cómo explicar que el nombre del autor real, verdaderamente grande, fuera enterrado en el olvido, para hacer sitio a un discípulo relativamente tan oscuro como San Lucas? Aparte de su relación, como supuesto autor, con el Tercer Evangelio y los Hechos, no era más destacado que Aristarco y Epafras; y sólo se le menciona en tres sitios en todo el Nuevo Testamento. Si se fuera a sustituir al verdadero autor por un nombre falso, se habría elegido a una persona algo más destacada.

Integridad del Evangelio

Marción rechazó los primeros dos capítulos y algunos pasajes más cortos del Evangelio, y en una época los autores racionalistas afirmaron que el suyo era el Evangelio original del que el nuestro es una ampliación posterior. Los estudiosos ahora rechazan esto universalmente. San Ireneo, Tertuliano, y San Epifanio le acusaron de mutilar el Evangelio; y se sabe que las razones para su rechazo de esas partes eran doctrinales. Quitó el relato de la infancia y la genealogía, porque negaba el nacimiento humano de Cristo. Como rechazaba el Antiguo Testamento toda referencia a él tenía que ser excluida. Que las partes rechazadas por Marción pertenecen al Evangelio está claro por su unidad de estilo con el resto del libro. Las características del estilo de San Lucas se extienden por toda la obra, pero son más frecuentes en los dos primeros capítulos que en ninguna otra parte; y están presentes en la otras partes omitidas por Marción. Ningún escritor en aquellos días era capaz de falsificar tales añadiduras. Los dos primeros capítulos, etc., aparecen en todos los manuscritos y versiones, y San Justino mártir y otros testigos competentes los conocían. Sobre la autenticidad de los versículos sobre el sudor de sangre, ver Agonía de Cristo.

Propósito y Contenido

El Evangelio se escribió, como se desprende del prólogo (1,1-4), con la finalidad de dar a Teófilo (y a otros como él), una confianza aumentada en la inquebrantable firmeza de las verdades cristianas en las que había sido instruido, o "catequizado" - esta última palabra usada, según Harnack, en su sentido técnico. El Evangelio se divide naturalmente en cuatro partes:

Debemos mucho a la laboriosidad de San Lucas. De los veinte milagros que registra, seis no se encuentran en los demás Evangelios: la pesca milagrosa, el hijo de la viuda de Naim, el hombre hidrópico, los diez leprosos, la oreja de Malco, el espíritu de enfermedad. Sólo él recoge las siguientes dieciocho parábolas: el buen samaritano, el amigo a medianoche, el rico necio, los siervos que velan, los dos deudores, la higuera estéril, los asientos principales, el gran banquete, el constructor imprudente, el rey imprudente, la dracma perdida, el hijo pródigo, el mayordomo injusto, el rico y Lázaro, los siervos inútiles, el juez injusto, el fariseo y el publicano, los talentos. El relato de los viajes a Jerusalén (9,51 - 19,27) se encuentra sólo en San Lucas; y destaca especialmente el deber de la oración.

Fuentes del Evangelio; Problema Sinóptico

San Lucas mismo al principio de su Evangelio da la mejor información en cuanto sus fuentes. Como muchos habían escrito relatos tal como los oyeron de "testigos oculares y servidores de la Palabra", le pareció bueno a él también, habiendo investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribir una narración ordenada. Tenía, por tanto, dos fuentes de información, los testigos oculares (incluyendo a los Apóstoles) y los documentos escritos a partir de las palabras de los testigos oculares. Estaba en situación de comprobar la exactitud de estos documentos por su conocimiento de la personalidad de sus autores, y comparándolos con las palabras reales de los apóstoles y otros testigos oculares.

Que usó documentos escritos parece evidente al comparar su Evangelio con los otros dos Evangelios Sinópticos, Mateo y Marcos. Los tres frecuentemente concuerdan incluso en detalles minuciosos, pero en otros aspectos hay a menudo una notable divergencia, y en explicar estos fenómenos consiste el problema sinóptico. Sólo San Mateo y San Lucas dan un relato de la infancia de Cristo, pero ambos relatos son independientes. Pero cuando comienzan la predicación pública la describen de la misma forma, concordando aquí con San Marcos. Cuando acaba San Marcos, los otros dos divergen de nuevo. Coinciden en lo sustancial tanto en la materia como en la forma dentro de los límites cubiertos por San Marcos, cuyo orden generalmente siguen. Todos coinciden frecuentemente en el orden de la narración, pero donde coinciden dos, son Marcos y Lucas los que coinciden frente al orden de Mateo, o Marcos y Mateo los que concuerdan frente al orden de Lucas; Marcos forma parte siempre de la mayoría, y no está probado que los otros dos coincidan nunca frente al orden seguido por él. Dentro de los límites del terreno cubierto por San Marcos, los otros dos Evangelios tienen varias secciones en común que no se encuentran en San Marcos, consistentes en su mayor parte en discursos, y hay entre ellas una semejanza más estrecha que la que hay entre otros dos Evangelios cualesquiera cuando los tres marchan por el mismo terreno. Todo San Marcos aparece prácticamente en los otros dos. San Mateo y San Lucas tienen amplias secciones peculiares de ellos mismos, tales como los diferentes relatos de la infancia, y el viaje a Jerusalén en San Lucas. Los registros paralelos tienen notables coincidencias verbales. A veces las frases griegas son idénticas, a veces sólo ligeramente diferentes, y otras veces más divergentes.

Hay varias teorías para explicar el hecho del contenido y lenguaje común a los evangelistas. Algunos sostienen que se debe a la enseñanza oral, que pronto se hizo estereotipada por la constante repetición. Otros sostienen que se debe a las fuentes escritas, tomadas de tales enseñanzas. Otros, por lo demás, mantienen con fuerza que Mateo y Lucas utilizaron a Marcos o una fuente escrita extremadamente parecida a él. En ese caso, tenemos la evidencia de lo muy próximos que se mantuvieron al original. La concordancia entre los discursos dados por San Lucas y San Mateo se justifica, por algunos autores, diciendo que ambos incorporan los discursos de Cristo que habían sido recogidos y originalmente escritos en arameo por San Mateo. La larga narración de San Lucas que no se encuentra en los otros dos documentos está, se dice, justificada por su empleo de lo que él sabía eran otras fuentes fiables, orales o escritas. (La cuestión está concisa pero claramente establecida por Peake, "Introducción Crítica al Nuevo Testamento", Londres, 1909, 101. Varias otras obras sobre el asunto se dan en la bibliografía al final de este artículo)

Exactitud de San Lucas

Muy pocos autores han visto nunca su exactitud tan expuesta a prueba tan severa como San Lucas, debido al amplio campo cubierto por sus escritos, y la consiguiente tendencia (humanamente hablando) de cometer errores; y en razón a los violentos ataques de que ha sido objeto.

Estuvo de moda, durante el siglo XIX, entre los racionalistas alemanes y sus imitadores, ridiculizar los "patinazos" de Lucas, pero eso está cambiando rápidamente por el progreso de la investigación arqueológica. Harnack no vacila en decir que esos ataques eran vergonzosos, y calculados para desacreditar, no al evangelista, sino a sus críticos, y Ramsay sólo se hace eco de la opinión de los mejores estudiosos modernos cuando llama a San Lucas un gran y preciso historiador. Muy pocos han hecho tanto como este último autor, en sus numerosas obras y en sus artículos en "El Expositor", para reivindicar la extremada exactitud de San Lucas. Dondequiera que la arqueología ha proporcionado los medios de comprobar las afirmaciones de San Lucas, se ha encontrado que eran correctas; y esto da confianza de que es igualmente confiable donde tal corroboración aún no está disponible. Para algunos de los detalles ver Hechos de los Apóstoles, donde se da una bibliografía muy completa.

A modo de ilustración, uno o dos ejemplos pueden darse aquí:

(1) Sergio Paulo, Procónsul de Chipre: San Lucas dice (Hechos 13) que cuando San Pablo visitó Chipre (durante el reinado de Claudio) Sergio Paulo era procónsul (anthupatos) allí. Grocio afirmó que esto era un abuso de lenguaje, por parte de los isleños, que deseaban adular al gobernador llamándolo procónsul, en vez de propretor (antistrategos), que es lo que realmente era; y que San Lucas usó la denominación popular. Incluso Baronio (Annales, ad Ann. 46) supuso que, aunque Chipre era sólo una provincia pretoriana, fue honrada con ser gobernada por el procónsul de Cilicia, que debió haber sido Sergio Paulo; pero todo esto es un error. Catón conquistó Chipre, Cicerón fue procónsul de Cilicia y Chipre en 52 a.C.; Marco Antonio dio la isla a Cleopatra; Augusto la convirtió en provincia pretoriana en 27 a.C., pero en el año 22 a.C. la transfirió al senado, y se convirtió de nuevo en provincia proconsular. Estrabón no mencionó este último hecho, pero Dión Casio (LIII) sí lo menciona. En tiempo de Adriano estuvo una vez más gobernada por un propretor, mientras que bajo Severo fue de nuevo administrada por un procónsul. No cabe duda de que en el reinado de Claudio, cuando San Pablo la visitó, Chipre estaba gobernada por un procónsul (anthupatos) como afirmó San Lucas. Se han descubierto numerosas monedas en Chipre, que llevan en una cara la efigie y el nombre de Claudio, y en la otra los nombres de los procónsules de Chipre. Un grabado en madera de una moneda se da en la obra de Conybeare y Howson, "San Pablo", al final del capítulo V. En el reverso aparece: EPI KOMINOU PROKAU ANTHUPATOU: KUPRION-"Moneda de los chipriotas bajo Comino Proclo, Procónsul." La efigie de Claudio (con su nombre) figura en la otra cara. El General Cesnola descubrió una larga inscripción en un pedestal de mármol blanco, en Solvi, al norte de la isla, que contenía las palabras EPI PAULOU ANTHUPATOU-"Bajo Paulo Procónsul." Lightfoot, Zochler, Ramsay, Knabenbauer, Zahn, y Vigouroux sostienen que este era el (Sergio) Paulo de Hechos 13, 7.

(2) Los Politarcas de Tesalónica: Un excelente ejemplo de la exactitud de San Lucas lo proporciona su afirmación de que los gobernantes de Tesalónica eran llamados "politarcas" (politarchai --Hch. 17,6.8). La palabra no se encuentra en los clásicos griegos; pero hay una gran piedra en el Museo Británico, que fue encontrada en un arco de Tesalónica, que contenía una inscripción que se supone data de la época de Vespasiano. Aquí encontramos la palabra usada por San Lucas junto a los nombres de varios de tales politarcas, entre ellos nombres que son idénticos a algunos de los convertidos por San Pablo: Sopater, Gayo, Segundo. Burton en la "Revista Americana de Teología" (julio de 1898) ha llamado la atención sobre diesisiete inscripciones que prueban la existencia de politarcas en los tiempos antiguos. Se encontraron trece en Macedonia, y se descubrieron cinco en Tesalónica, que datan de mediados del siglo I y fines del siglo II.

(3) Conocimiento de Antioquía de Pisidia, Iconium, Listra, y Derbe: El conocimiento geográfico, municipal, y político de San Lucas, cuando habla de Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe, se ve plenamente confirmado por la investigación reciente (ver Ramsay, "San Pablo el Viajero", y otras referencias que se dan en Epístola a los Gálatas).

(4) Conocimiento de las costumbres de Filipos: Es igualmente seguro cuando habla de Filipos, una colonia romana, donde los duumviros eran llamados "pretores" (strategoi---Hechos, 16,20.35) un elevado título que los duumviros asumieron en Capua y en otros lugares, como sabemos por Cicerón y Horacio (Sat., 1, V, 34). También tenían lictores (rabsouchoi) a la manera de los verdaderos pretores.


Notas del Traductor: En la traducción de pasajes del Evangelio u otros bíblicos he utilizado la Biblia de Jerusalén. También he sustituido la notación de los pasajes bíblicos del original (capítulos en romanos, versículos en arábigos) por la tradicional en las Biblias castellanas más comunes, que utilizan los números árabes para ambos, siendo el orden lo que distingue el capítulo de los versículos.

Con poca variación se llama Tróade (o Tróada) a lo que clásicamente conocemos por Troya (en latín, Troas). Pero he preferido mantener la versión que cualquier lector puede encontrar en su Biblia que introducir un posible elemento de confusión. Esta intención es la que me ha hecho modificar una única cita bíblica, la del cántico de Ana, ya que para la versión inglesa los dos libros de Samuel son los dos primeros libros de los Reyes (que son entonces cuatro), mientras que las versiones españolas, al menos las más corrientes (Nácar Colunga, Biblia de Jerusalén) distinguen dos libros de Samuel y dos de los Reyes. El cántico de Ana, que en la versión inglesa está en el capítulo 2 del Primer Libro de los Reyes, en la versión española está en el Primer Libro de Samuel.

Fuente: Aherne, Cornelius. "Gospel of Saint Luke." The Catholic Encyclopedia. Vol. 9. New York: Robert Appleton Company, 1910. <http://www.newadvent.org/cathen/09420a.htm>.

Traducido por Francisco Vázquez. L H M.