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Martes, 19 de marzo de 2024

Duda

De Enciclopedia Católica

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(Latín, dubium; griego, aporí; francés, doute; alemán, Zweifel).

Un estado en el que la mente está indecisa entre dos proposiciones contrarias y es incapaz de asentir a ninguna de ellas. Cualquier número de proposiciones alternativas sobre el mismo tema pueden estar en duda al mismo tiempo; pero, en rigor, la duda se adscribe por separado a cada una, como entre la proposición y su contradictoria, es decir, cada proposición puede o no ser cierta. La duda se opone a la certeza, o la adhesión de la mente a una proposición sin recelo en cuanto a su verdad, y además a opinión, una adhesión a una proposición mental junto con tal recelo.

La duda es positiva o negativa. En el primer caso, la evidencia a favor y en contra es tan equilibrada como para hacer imposible la decisión; en el segundo, la duda surge de la falta de pruebas suficientes a cada lado. Así, es posible que una duda pueda ser positiva por un lado y negativa por el otro (positiva-negativa o negativa-positiva), es decir, en casos donde la evidencia de un lado es solo obtenible y por sí misma no llega a una demostración absoluta, como, por ejemplo, en pruebas circunstanciales. Además, la duda puede ser teórica o práctica. La primera tiene que ver con la verdad abstracta y el error; la última con cuestiones de deber o de la licitud de las acciones, o de mera conveniencia.

Se hace una distinción adicional entre la duda respecto a la existencia de un hecho particular (dubium facti) y duda respecto a un precepto o ley (dubium juris). Las dudas prudentes se distinguen de las imprudentes según la racionabilidad o irracionabilidad de las consideraciones en las que se basa la duda. Es preciso señalar que la duda es una condición puramente subjetiva, es decir, sólo pertenece a la mente que ha de juzgar los hechos, y no es aplicable a los hechos mismos. Una proposición o teoría que se llama comúnmente dudosa, por lo tanto, es una para la que no hay suficiente evidencia disponible para determinar el asentimiento; en sí misma debe ser verdadera o falsa. Las teorías que en algún momento han sido consideradas como dudosas por falta de pruebas suficientes, frecuentemente se convierten en ciertas o falsas por razón del descubrimiento de nueva evidencia.

Como la certeza puede ser producida ya sea por la razón (que se ocupa de la evidencia) o por la fe (que descansa en la autoridad), se deduce que la duda teórica del mismo modo puede ocuparse con el sujeto-materia de la razón o la fe, es decir, con la filosofía o con la religión. La duda práctica tiene que ver con la conducta; y ya que la conducta debe guiarse por los principios proporcionados por la razón o por la fe, o por ambos conjuntamente, las dudas a ella considera la aplicación de principios ya aceptados en virtud de una u otra de las categorías antes mencionadas. La solución de dudas de este tipo es la esfera de la teología moral, en lo que respecta a cuestiones del bien y del mal; y respecto a aquellos de mera conveniencia práctica, debe recurrirse a los principios científicos o de otro tipo que pertenecen propiamente al sujeto-materia de la duda. Así, por ejemplo, dudas en cuanto a la ocurrencia real de un acontecimiento histórico sólo se puede resolver por la consideración de la evidencia; dudas en cuanto a la doctrina de los Sacramentos, averiguando lo que es de fe sobre el tema; dudas sobre la moralidad de una transacción comercial, mediante la aplicación de las decisiones autoritativas de la teología moral; mientras que la cuestión de la sabiduría o el reverso de la operación en cuanto a ganancias y pérdidas debe ser determinado por el conocimiento comercial y la experiencia. La legitimidad, o la inversa, de la duda en lo que respecta a cuestiones de hecho se hace evidente por las formas de la lógica (inducción y deducción), que, sea cual fuere el alcance de su función como medio de adquisición de conocimiento, son indispensablemente necesarias como prueba de la exactitud de las conclusiones o hipótesis ya formadas.

Duda en filosofía

Frecuentemente se ha cuestionado la validez de la percepción humana y el razonamiento, en general, como guías hacia la verdad objetiva. La duda así planteada ha sido a veces del carácter llamado metódico, ficticio, o provisional, y algunas veces real o escéptico, pues encarna la conclusión de que la verdad objetiva no puede ser conocida. La duda del primer tipo es el preliminar necesario para toda investigación, y en este sentido Aristóteles dice (Metaph., III, I) que la filosofía es "el arte de dudar bien". Sir W. Hamilton señala (Lect. On Metaph. V) que la duda, como un preliminar a la investigación filosófica, es el único medio por el cual se puede realizar ser la necesaria eliminación de los prejuicios; como el método de Bacon insistió en la necesidad primaria de poner a un lado los "ídolos", o prejuicios, que naturalmente influyen en las mentes de los hombres. Así, la prueba escolástica de una proposición o tesis comienza con el establecimiento de las “dudas”, o argumentos contrarios; luego de lo cual se da la evidencia de la tesis, y finalmente se resuelven las dudas. Huelga decir que este es el método seguido en la "Summa" de Santo Tomás de Aquino y todavía en uso en las disputas formales de los estudiantes de teología. Un ejemplo de este tipo de duda es el Sic et Non (sí y no) de Abelardo, que consiste en una larga serie de proposiciones sobre temas teológicos, bíblicos, y filosóficos, con una contra propuesta adjunta a cada una. La solución de las dudas en el sentido de la tesis ortodoxa, que fue la clara intención de seguir, nunca fue escrita, o si es así, no se ha conservado. (Vea "Fragments Philosophiques" de Víctor Cousin.). El sistema filosófico de Descartes comienza con una duda metódica universal; el famoso cogito, ergo sum, en el cual se basa todo el sistema, es la solución de la duda fundamental del filósofo sobre su propia existencia. Esta solución ya había sido anticipada por San Agustín, que tomó la certeza subjetiva de la propia existencia como fundamento de toda certeza [por ejemplo, "Tu, qui vix te nosse, scis esse te? Scio. Unde scis? Nescio. Cogitare te scis? Scio." (Sol., II, I); "Utrum aeris se tamen et meminisse et intelligere et velle et cogitare et scire et judicare quis dubitet? Quandoquidem etiam si dubitet vivit; si dubitat, dubitare se intelligit" etc. (De Trin., X, xiv)]. En general se puede decir que la duda, ya sea expresa o implícita, está involucrada en toda la investigación intelectual.

Entre los sistemas en los que la duda sobre la confiabilidad de las facultades humanas no es meramente provisionalmente asumida, sino que es genuina y final, los que encuentran en una revelación sobrenatural la guía a la verdad que la razón natural no proporciona deben distinguirse de los que afirman que la duda es la conclusión final de toda investigación hacia la verdad. Los primeros desprecian la razón en interés de la fe; los últimos toman la razón como la única guía posible, pero no encuentran fundamento para confiar en ella. A la primera clase pertenece Nicolás de Cusa (1440), quien fue el autor de dos tratados escépticos sobre el conocimiento humano; según su opinión, la certeza se encuentra sólo a través del conocimiento místico de Dios. El escepticismo de Montaigne hizo una reserva (es incierto si fue sinceramente o no) a favor de la verdad revelada; y el mismo principio que fue defendido por Charron, Sánchez y Le Vayer. Hume, en sus ensayos escépticos sobre milagros y la inmortalidad, también le atribuyó una autoridad final a la revelación; pero con obvia insinceridad. Los puntos de vista escépticos de Hobbes, combinados con su teoría peculiar de gobierno, hizo de toda convicción, incluida la de la verdad religiosa, dependiente de la autoridad civil. “The Vanity of Dogmatizing" o “scepsis Scientifica” de Glanvill basó la seria defensa seria de la religión revelada sobre la incertidumbre del conocimiento natural. La “Defense of Philosophic Doubt” de Balfour, basada en lo no demostrable de las verdades últimas, es un intento en la misma dirección. (Vea fideísmo).

En la segunda clase se deben tener en cuenta los diversos sistemas de escepticismo genuino. Este apareció en la filosofía griega en una fecha muy temprana. Heráclito afirmó que los sentidos son indignos de confianza (kakoi martures) y engañosos, a pesar de que también concibió un conocimiento suprasensible de la razón universal, inmanente en el cosmos, que es asequible. Zenón de Elea defendió la doctrina de la unidad y la permanencia del ser mediante la proposición de una serie de "hipótesis", cada una de las cuales resultaba en una contradicción, y por medio de ellas buscaba demostrar la irrealidad de lo múltiple y cambiante. El principio subjetivo de los sofistas (Protágoras, Gorgias, y otros menos reconocidos) que "el hombre es la medida de todas las cosas" implica la duda o escepticismo, en cuanto a toda la realidad objetiva. Protágoras reduce el conocimiento a una mera opinión variable, y Gorgias afirma que nada existe realmente, que si algo existiera, no podría ser conocido, y que si tal conocimiento fuera posible, sería incomunicable. Los pirronistas, o escépticos, ponían todo en duda, incluso el hecho de dudar.

Los Académicos Medios, cuyos principales representantes fueron Arcesilao y Carnéades, mientras que dudan de todo conocimiento, afirmaban, sin embargo, que la probabilidad podía ser reconocida en diversos grados. La "Enciclopedia" de Diderot y d'Alembert comenta sobre la extraña contradicción de Montaigne, quien reclamó un mayor grado de probabilidad para la opinión pirronista que para la académica. Sexto Empírico presentó la teoría, a menudo mantenida desde entonces, que el silogismo es en realidad una petitio principii, y que la demostración es por lo tanto imposible. Bayle, en su célebre "Diccionario", sometió la filosofía de su tiempo a una crítica destructiva severa, pero fue manifiestamente incapaz de satisfacer sus deficiencias. La posición de Hume fue puramente negativa para él, ni la existencia del mundo exterior ni la de la mente por la que se conoce eran capaces de demostración, y la conclusión de Kant "Crítica de la Razón Pura", que la “cosa en sí misma" (Ding an sich) es incognoscible aunque ciertamente existente, es evidentemente escéptica (aunque el propio autor rechazó el título), ya que engloba una duda puramente negativa en cuanto a la naturaleza de la realidad "trascendente". El argumento de Kant para la existencia de Dios, como racionalmente indemostrable, pero postulado por la razón práctica, es necesariamente el resultado de una concepción muy limitada de la naturaleza divina. Lamennais hizo del consentimiento general, o sentido común de la humanidad la única base de la certeza; afirmó que la razón individual es incapaz de lograrla. "Nada es tan evidente para nosotros que podemos estar seguros de que lo hallaremos dudoso o erróneo mañana." (Essai sur l'indiferencia II, xiii).

Se puede observar que las teorías que niegan la validez de la experiencia simple como una guía a la verdad son en realidad casos de duda, porque, a pesar de que afirman dogmáticamente la insuficiencia de la evidencia generalmente aceptada, están, sin embargo, en ese estado de suspenso en el que se caracteriza adecuadamente la duda respecto a esa realidad generalizada que comúnmente se da a conocer por la experiencia. Así la actitud mental que recibió del Prof. Huxley el nombre de agnosticismo es uno estrictamente dudoso hacia todo lo que yace más allá de la experiencia sensorial. La duda es puramente negativa en este punto de vista; todo lo que no es cognoscible por la ayuda de los sentidos se considera incognoscible; Dios puede existir, o no puede, pero no podemos ni afirmar ni negar su existencia misma. Además, el sistema o método conocido como pragmatismo considera toda realidad como dudosa; la verdad es la correspondencia de las ideas entre sí, y no puede considerarse como algo final, sino que debe cambiar perpetuamente con el progreso del pensamiento humano; el conocimiento debe ser tomado en su "valor nominal" de un momento a otro, como una guía práctica para el bienestar, y no debe considerarse que tiene ninguna correspondencia necesaria con la realidad concreta y permanente.

Duda respecto a la religión

La duda respecto a la religión ha asumido una variedad de formas en diferentes tiempos. Quizás sea incierto hasta qué punto las antiguas mitologías recibieron o incluso exigieron una creencia exacta; en todo caso es seguro que por regla general los filósofos de cualesquiera escuela no las consideraron dignas de seria atención. El ateísmo, que formaba parte del cargo por el que Sócrates fue condenado, era un delito contra el Estado y no contra la religión en sí misma (vea Lecky, Hist. Of European Morals, II). La fe requerida por la revelación cristiana se encuentra en una posición diferente a la creencia reclamada por cualquier otra religión. Dado que se basa en la autoridad divina, implica una obligación de creer por parte de todos aquellos a quienes se le propone; y al ser la fe un acto de la voluntad, así como del intelecto, el rechazarla consiste no sólo un error intelectual, sino también algún grado de perversidad moral. De ello se deduce que la duda en lo que respecta a la religión cristiana es equivalente a su rechazo total; y la base de su aceptación es necesariamente en todo caso la autoridad sobre la que se propone, y no, como con las doctrinas filosóficas o científicas, su demostrabilidad intrínseca en detalle. Así, mientras que una opinión filosófica o científica puede ser sostenida con carácter provisional y sujeta a una duda irresoluta, ninguna posición como tal se puede desarrollar hacia la doctrina cristiana; su autoridad debe ser aceptada o rechazada. El asentimiento incondicional e interior que la Iglesia exige a la autoridad de la revelación es incompatible con cualquier duda sobre su validez. Mediante el Breve "Dum acerbissimas" (26 de septiembre de 1835) el Papa Gregorio XVI condenó la enseñanza de Hermes de que toda investigación teológica debe basarse en la duda positiva ( Denzinger, 10ma. ed., Núm. 1619), y el Concilio Vaticano I declaró: "revelata vera esse credimus, non propter intrinsecam rerum veritatem naturali rationis lumine perspectam, sed propter auctoritatem ipsius Dei revelantis, qui nec falli nec fallere potest", es decir, creemos que las cosas reveladas son ciertas, no debido a una verdad intrínseca que la razón percibe, sino debido a la autoridad de Dios, quien es el autor de la revelación y quien no puede engañar ni ser engañado.

Sin embargo, las herejías por lo general tenían el carácter más bien de afirmación dogmática que de mera duda, aunque surgían de un estado más o menos prevalente de duda en cuanto a las doctrinas imperfectamente entendidas o aún no definidas por la autoridad. La devoción a los estudios clásicos que siguió a la caída de Constantinopla en 1453 y la dispersión de sus tesoros literarios dio origen al humanismo, o renacimiento literario, del Renacimiento, y en muchos casos resultó en una actitud escéptica hacia la religión. Sin embargo, este escepticismo no era universal entre los humanistas, y se debió más bien a la falta de interés en el estudio teológico, en comparación con los estudios literarios y filosóficos, que a cualquier crítica razonada de la doctrina religiosa. (Vea Pastor, "History of the Popes", los capítulos sobre el Renacimiento.) Ayudó a preparar el camino, sin embargo, para la Reforma, que, a partir de una rebelión contra la autoridad eclesiástica, trajo a disputa todas las doctrinas del cristianismo, rechazando las que no pudieron ganar la aprobación de los diferentes líderes del movimiento.

Así, entre los protestantes, en general, existe una gran variedad de opiniones sobre las doctrinas religiosas, las que unos sostienen firmemente, los demás las consideran dudosas, y otros las rechazan como falsas. El anglicanismo, sobre todo, deja abiertos muchos de los dogmas que la Iglesia católica afirma que son de fe, y por lo tanto se esfuerza por incluir dentro de su redil a personas que difieren ampliamente entre sí sobre temas importantes. La Iglesia Católica, en cambio, se pronuncia con autoridad sobre la veracidad o falsedad de las opiniones, por medio de los concilios generales, las profesiones de fe, las decisiones infalibles del Sumo Pontífice y la enseñanza ordinaria de sus doctores. Como declaró San Avito en el siglo VI: “es la ley de los concilios que si surge alguna duda sobre asuntos concernientes al estado de la Iglesia, hemos de recurrir al sacerdote principal de la Iglesia Romana" (Ep. XXXVI en PL, LIX, 253). La duda en cuanto a la fe es por tanto imposible en la Iglesia Católica sin violar el principio de autoridad del que la Iglesia misma depende. Sin embargo, todavía es muy amplio el campo que está abierto a una variedad de opiniones sobre cuestiones que no afectan directamente las doctrinas esenciales de la fe; y aunque su extensión puede verse limitada por futuras decisiones dogmáticas, por otro lado, es probable que aumentará en el futuro, como en el pasado, por la aparición de cuestiones dudosas en cuanto a la incidencia exacta de la verdad dogmática sobre nuevos descubrimientos o teorías de todo tipo.

Por lo que se ha dicho, es evidente que la duda no puede coexistir tanto con la fe como con el conocimiento en lo que respecta a un tema determinado; la fe y la duda son mutuamente excluyentes, y el conocimiento que está limitado por una duda, se convierte, respecto al tema o parte de un tema al que se aplica la duda, ya no en conocimiento sino en opinión. Una certeza moral ---es decir, una que se basa en el curso normal de la acción humana--- no excluye estrictamente la duda, pero, como excluye la duda “prudente” debe ser considerada como una guía práctica suficiente (cf. Butler, "Analogy of Religion", Introd. y pt. II, cap. VI). Así se dice a veces que la duda implica creencia; aunque tal creencia o certeza práctica no puede afirmarse propiamente que esté por encima de la forma más probable de opinión. La concepción retórica de que la fe "vive en la duda honesta" (Tennyson, In Memoriam) debe tomarse como que denota ese hábito de la mente serio y veraz que se niega a someterse al engaño sobre los motivos proporcionados por la pereza intelectual o el deseo de la ventaja mundana.

La filosofía católica es completamente opuesta tanto a la duda pirronista de la realidad externa y a esa forma de idealismo que está estrechamente relacionada con el método de Kant en su lado escéptico, y que pretende reducir todo dogma a la mera expresión de las concepciones religiosas subjetivas, relegando los hechos objetivos de los que se ocupa el dogma al dominio del símbolo y la parábola. En opinión de escolasticismo, la experiencia humana es una verdadera percepción de la realidad externa a través de los sentidos y el intelecto; y los fenómenos son el objeto tanto de los sentidos, a los que afectan directamente, y, después de una manera diferente, del intelecto, que aprehende a través de impresiones sensibles de la verdadera naturaleza y principios de la realidad que causa esas impresiones. Los hechos de la revelación de los que la Iglesia da testimonio son en este sentido reales y objetivos, y no pueden ser explicados ni echados a un lado por ningún sistema de la crítica histórica o científica. Tal es el sentido de la encíclica "Pascendi Dominici gregis" (1907), que contradice y condena el intento de quitarle al dogma su verdadera significación hecho por el método de especulación religiosa conocido como modernismo.

Duda práctica

La duda práctica, o duda sobre la legalidad de una acción es, según la enseñanza de la teología moral, incompatible con la acción correcta; ya que actuar con una conciencia dudosa es, obviamente, actuar al margen de la ley moral. Actuar con una conciencia dudosa es, por lo tanto, pecaminoso, y se debe remover la duda antes de justificar cualquier acción. Sin embargo, ocurre con frecuencia que la solución de una duda práctica no es posible, mientras que es necesaria alguna decisión. En estos casos, la conciencia puede obtener una certeza "reflexiva" mediante la adopción de un dictamen aprobado en cuanto a la legalidad de la acción contemplada, aparte de los méritos intrínsecos de la cuestión. Las diversas [[escuelas de teólogos han debatido mucho si la opinión así seguida puede ser de autoridad preponderante a favor de la libertad para justificar una acción cuya legalidad parece intrínsecamente dudosa, si debe ser simplemente más probable que la contraria, o igualmente probable, o meramente probable en sí misma, aunque en menor medida que su contraria. (Vea Teología Moral, probabilismo). La última, sin embargo, es ahora la teoría generalmente aceptada para todos los propósitos prácticos; y se admite universalmente el principio de que lex dubia non obligat ---es decir, que no obliga una ley que es dudosa en su aplicación al caso que nos ocupa. Sin embargo, es preciso señalar que cuando se trata no sólo de una ley positiva, sino de asegurar un determinado resultado práctico, sólo se puede seguir el curso “más seguro”. No se permite a una opinión, por más probable que sea, tener precedencia a los medios más seguros de obtener tales fines; por ejemplo, al tomar las medidas necesarias para la validez de los Sacramentos, en el cumplimiento de las obligaciones de justicia, o de evitar el daño a otros. Así, los bautismos y ordenaciones dudosos deben repetirse de forma condicional. (Vea agnosticismo, certeza, epistemología, fe, herejía, infalibilidad, escepticismo).


Fuente: Sharpe, Alfred. "Doubt." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909. <http://www.newadvent.org/cathen/05141a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.