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Martes, 19 de marzo de 2024

Semana Santa

De Enciclopedia Católica

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La Semana Santa es aquella que precede a la gran festividad de la Resurrección, el Domingo de Pascua. En ella se conmemora la Pasión de Cristo y el evento que condujo a ella directamente. En latín se le llama hebdomada major, o menos comúnmente, hebdomada sancta, titulándola también he hagia kai megale ebdomas (la semana santa y grande, N.T.). De modo parecido, en la mayor parte de los lenguajes modernos (excepción hecha de la palabra alemana Charwoche, que parece significar "la semana de las lamentaciones") el intervalo de tiempo entre el Domingo de Ramos y la Pascua se conoce como Semana Santa.

Antigüedad de la Celebración de la Semana Santa

Del estudio atento de los Evangelios, particularmente San Juan, se puede deducir fácilmente que ya en tiempos apostólicos se daba cierto énfasis al recuerdo de la última semana de la vida mortal de Jesucristo. La cena en Betania debe haber tenido lugar el sábado, "seis días antes de la Pascua" (Jn. 12, 1-2), y la entrada triunfal a Jerusalén partió de ese lugar la mañana siguiente. Tenemos un registro bastante detallado de las palabras y acciones de Cristo desde ese evento hasta la Crucifixión. Mas no sabemos con certeza si esa percepción de la santidad de esos días es algo que viene desde el inicio o no, aunque ya existía con seguridad a fines del siglo IV en Jerusalén, pues la Peregrinación de Ætheria contiene una descripción muy detallada de toda la semana, comenzando con el ritual en el "Lazarium" de Betania el sábado, durante el cual se leía la narración de la unción de los pies de Cristo. Al día siguiente, que - en palabras de Ætheria- "marcaba el inicio de la semana de Pascua, a la que aquí llaman "la Gran Semana", el archidiácono dirigía al pueblo un recordatorio especial: "Durante toda la semana, a partir de mañana, reunámonos en el Martyrium, o sea, en la iglesia grande, a la hora nona". La conmemoración de la entrada triunfal de Cristo a la ciudad tenía lugar esa misma tarde. Grandes multitudes, que incluían a niños muy pequeños para caminar, se congregaban en el Monte de los Olivos, donde cantaban himnos y antífonas y escuchaban lecturas, para volver luego en procesión a Jerusalén, acompañando al obispo y llevando palmas y ramas de olivo delante de él. Se mencionan ritos especiales, además del oficio diario, para cada uno de esos días. El jueves ya entrada la tarde se celebraba la liturgia; todos comulgaban. Enseguida la gente se dirigía al Monte de los Olivos a conmemorar con lecturas e himnos apropiados la agonía y el prendimiento de Cristo en el huerto. Volvían a la ciudad al clarear la mañana del viernes. Este día también había ritos, entre los que destaca, antes del mediodía, la veneración de las reliquias de la verdadera Cruz y del letrero que había sido clavado en ella. Pasada esa hora, se realizaba otra ceremonia, que duraba tres horas, en la que se conmemoraba la Pasión de Cristo y en la que, según narra Ætheria, los llantos y lamentos de la gente superaban cualquier descripción. Si bien deben haber estado cansados, los más jóvenes de entre los fieles y el clero guardaban vigilia esa noche. El sábado, además de los ritos ordinarios celebrados durante el día, se celebraba en la noche la gran vigilia pascual, en la que se tenía el bautismo de niños y catecúmenos. Pero esto, como sugiere Ætheria, ya era algo conocido en Occidente. La descripción que acabamos de resumir pertenece probablemente al año 388 y tiene un altísimo valor en cuanto procede de una peregrina, testigo que había indudablemente participado en los ritos y los había observado atentamente. Empero, la observancia de la Semana Santa como una conmemoración sagrada especial debe ser considerablemente más antigua. En la primera de sus Cartas Festales, escrita en el año 329, San Atanasio de Alejandría habla del estricto ayuno que se guardaba durante "esos seis santos y grandiosos días [antes del Domingo de Pascua] que simbolizan la creación del mundo". Él se refiere, aparentemente, a algún antiguo simbolismo que extrañamente reaparece en el Martirologio Anglosajón en tiempos del Rey Alfredo. Poco después escribe: "El décimo día de Pharmuti comenzamos la semana santa de la gran Pascua, en la que debemos observar oraciones más prolongadas, ayunos y vigilancia, para que podamos ungir nuestros umbrales con la preciosa sangre y escapar del destructor". De esta y otras parecidas referencias, e.gr., en San Crisóstomo, las Constituciones Apostólicas y otras fuentes, incluyendo un edicto de Constantino, de dudosa autenticidad, que proclama que los asuntos públicos deberían ser suspendidos durante la Semana Santa, parece probable que ya para el fin del siglo IV d.C. se hubiese adoptado a lo ancho del mundo cristiano algún tipo de observancia de esos seis días, a través de ayunos y oraciones. Es incluso muy probable que un ayuno de mayor severidad haya sido anterior a eso, puesto que Dionisio de Alejandría (alrededor del 260 d.C.) habla de algunas personas que pasaban los seis días sin probar alimento (véase CUARESMA). Esa semana también se conocía con el nombre de la semana del ayuno seco (xerophagia), y algunas de sus costumbres quizás hayan sido influenciadas por una errónea etimología de la palabra Pasch, de uso común entre los griegos. La palabra Pasch procede realmente de una palabra hebrea (pesach) que significa "paso" (del ángel destructor), pero los griegos pensaron que era igual a paschein, padecer.

Observancias Especiales de la Semana Santa

(Es indispensable, para ubicar el resto del presente artículo en la enseñanza y práctica actual de la Iglesia, referirse por lo menos a la Constitución Dogmática "Sacrosantum Concilium" del Concilio Vaticano II y a las directivas dadas por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en el documento "De la preparación y celebración de las fiestas pascuales", especialmente del número 22 al 99, N.T.) Podemos ahora hablar de algunas de las características litúrgicas distintivas de la Semana Santa en nuestro tiempo. En primer lugar viene el Domingo de Ramos, y si bien en nuestro Misal Romano no queda ningún recuerdo de la cena en Betania, ni de la visita al "Lazarium", en ciertos antiguos libros gálicos nos encontramos que el día anterior, sábado, era conocido como "Sábado de Lázaro", y que el mismo Domingo de Ramos era a veces llamado por los griegos kyriake tou Lazarou (domingo de Lázaro). El evento central de la ceremonia de este día, como lo era en tiempos de Ætheria, era la procesión de las palmas. Quizás la mención más antigua de esta procesión en Occidente es la que se encuentra en el "Liber Ordinum" español (véase Férotin, "Monumenta Liturgica", V, 179), pero también hay huellas de parecidas celebraciones en Aldhelm y Beda, así como en el Misal de Bobbio y el Sacramental Gregoriano. Todos los rituales anteriores parecen suponer que las palmas se bendecían en un lugar aparte (e.gr., algún promontorio o algún otro templo de la misma población) y que eran llevadas en procesión al templo principal, al que se entraba con cierta ceremonia y posteriormente se celebraba la misa solemne. Es muy probable, como bien señala el Canónigo Callewaert (Collationes Brugenses, 1907, 200-212), que este ritual encarnara un recuerdo vivo de la práctica descrita por Ætheria en Jerusalén. Gradualmente, sin embargo, en la Edad Media se comenzó la costumbre de construir una estación, a una distancia corta, quizás junto a la cruz atrial, que era adornada con relieves de ramas de siempreviva (crux buxata, del latín buxus, un arbusto de siempreviva), y de ahí proseguía la procesión a la iglesia. Las costumbres de cada localidad modificaban los detalles del ceremonial de esa procesión. Lo que sí parecía ser una característica constante era el canto del "Gloria laus", un himno probablemente compuesto para una ocasión semejante por Teodulfo de Orleans (cercano al 810 d.C.). Menos prevalente era la costumbre de portar al Santísimo Sacramento en un tabernáculo portátil. La más antigua mención de esta práctica se encuentra entre las costumbres recopiladas por el arzobispo Lafranc para los monjes de Christ Church, Canterbury. En Alemania y otras regiones del continente europeo, el modo de recordar la entrada de Cristo consistía ocasionalmente en arrastrar un asno de madera sobre ruedas (Palmesel) o, en otros sitios, en que el celebrante mismo montaba un asno. En Inglaterra y algunas partes de Francia la veneración de la cruz atrial o la del santuario, manifestada con genuflexiones y postraciones, se convirtió en el elemento principal del rito. Otra costumbre, la de esparcir flores o ramos de sauce y tejo delante de la procesión mientras ésta avanzaba en el atrio, terminó siendo malinterpretada en el curso de los años como un simple acto de respeto a los muertos. Es por ello que la práctica de "florear las tumbas" el Domingo de Ramos aún se conserva en muchas regiones de Inglaterra y Gales. En cuanto a la forma de bendecir las palmas, en el Misal Romano actual, y en la mayoría de los libros anteriores, algo que se asemeja a un propio de la Misa completo: introito, colecta, gradual, prefacio y otras oraciones. Quizás no sea del todo descabellado conjeturar que ello puede representar el esqueleto de una misa de consagración que antiguamente se decía en la estación de la que partía la procesión. Mas esta postura no cuenta con mucha evidencia positiva que la apoye y ha sido debatida (véase Callewaert, loc. cit.). Es probable que originalmente las palmas únicamente se bendecían con vistas a la procesión, pero la última forma de bendición parece sugerir claramente que las palmas debían guardarse como sacramentales y portadas por los fieles. La única otra característica notable del actual Domingo de Ramos es la lectura del Evangelio de la Pasión. Al igual que el Viernes Santo, y el martes y miércoles de la Semana Santa, siempre que se celebra misa solemne, la Pasión es cantada por tres diáconos que representa, respectivamente, al evangelista (cronista), a Jesucristo y a los demás interlocutores (sinagoga). Esta división de la Pasión entre tres personajes es algo muy antiguo, y frecuentemente se indica con letras rojas en los manuscritos del Evangelio. Uno de esos manuscritos, en Durham, que contempla sólo dos lectores, no puede ser de época posterior al siglo VIII. En tiempos más remotos otras actividades rodeaban el Domingo de Ramos, entre las que destacan los escrutinios de los catecúmenos (véase CATECÚMENO, III, 431) y cierta relajación de la penitencia, por lo que a veces se le llama Dominica indulgentiae.

Tinieblas (Tenebrae)

El Oficio Divino y las misas celebradas durante la Semana Santa no difieren notablemente del Oficio y misas de otras temporadas penitenciales ni de las de la Semana de Pasión. Pero ha sido tradicional en todos los templos rezar los maitines y laudes a cierta hora de la tarde o noche del día anterior, de modo que pueda asistir el mayor número posible de fieles. El Oficio en si mismo es de un tipo muy primitivo en el que no se incluyen himnos y ciertas fórmulas suplementarias, pero el detalle exterior más notable del ritual, aparte del hermoso canto por el que las Lamentaciones de Jeremías son proclamadas como lecturas, es el de apagar gradualmente, mientras avanza el rito, las quince velas en el Túmulo de Tinieblas, o candelero triangular. Al fin del Benedictus de los laudes sólo queda encendida la vela superior, tipificando a Jesucristo, para ser retirada posteriormente y escondida tras el altar mientras se canta el Miserere y se dice la colecta. Al concluir, luego de producirse un ruido muy fuerte, que representa la convulsión de la naturaleza ante la muerte de Cristo, la vela es colocada de nuevo en su sitio y la comunidad se retira. A causa del obscurecimiento paulatino, esta ceremonia se ha conocido, desde el siglo IX, o quizás antes, como "Tenebrae" (tinieblas). Las Tinieblas se entonan en la noche del miércoles, jueves y viernes, con antífonas y lecturas propias que varían cada día. El Jueves Santo, cuyo nombre en inglés es Maundy Thursday, derivado de la primera palabra- mandatum- del Oficio del lavatorio de los pies, se conoce en las liturgias occidentales como "In coena Domini" (en la cena del Señor). Esta ceremonia constituye la parte central del día y es la más antigua de cuantas tenemos registradas explícitamente. San Agustín nos informa que ese día la misa y la comunión seguían a la cena, y que en esa ocasión no se ayunaba para recibir la comunión. La concepción original de la fiesta sobrevive hasta el día de hoy, al menos en el aspecto de que el clero no celebra misa individualmente sino que se le pide que comulguen junto con la comunidad cristiana, como comensales ante la mesa. La liturgia, vista como conmemoración de la institución del Santísimo Sacramento, se celebra con ornamentos blancos, en medio de cierta alegre solemnidad. Se canta el "Gloria in excelsis", durante lo cual se tocan todas las campanas, que luego permanecerán calladas hasta que se escuche el "Gloria" de la Vigilia Pascual el Sábado Santo en la noche. Es probable que el silencio de las campanas y la remoción de las velas, de las que se habló en el rito de tinieblas, deben remontarse a la misma fuente: un deseo de expresar exteriormente la sensación de duelo de la Iglesia durante las horas de la Pasión y sepultura de Cristo. La costumbre de guardar silencio durante esos tres días data por lo menos del siglo VIII, y en el mundo anglosajón se les conocía como "días quietos". Pero la vinculación del comienzo de este silencio y el toque de las campanas durante el Gloria sólo se hace visible en la Edad Media. En tiempos más recientes, la atención se centró en la reserva de una segunda hostia, consagrada en esa misa, para que sea consumida en la ceremonia de los "presantificados" el siguiente día. Dicha hostia es llevada en procesión solemne a un "altar de reposo" adornado con flores y alumbrado con multitud de velas, mientras se canta el himno "Pange lingua gloriosi corporis mysterium". En lo tocante a la consagración de hostias adicionales con objeto de guardarlas para la "misa de los presantificados", se debe decir que esta costumbre es muy antigua, mientras que los rituales que hoy día se celebran minuciosamente ante el altar son de más reciente creación. Un honor parecido se tributaba, durante el final de la Edad Media, al "Sepulcro oriental", pero ahí el Santísimo Sacramento se guardaba, más comúnmente, desde el Viernes al Domingo, o por lo menos hasta el Sábado en la noche, imitando el reposo del cuerpo de Cristo en la tumba. Para ello el jueves se consagraba una tercera hostia. En el así llamado "Sacramental Gelasiano", que probablemente represente las costumbres del siglo VII, se señalan tres misas distintas para el Jueves Santo. Una de ellas estaba relacionada con el orden (ritual) de la reconciliación de los penitentes (Véase MIÉRCOLES DE CENIZA), que por muchas generaciones permaneció como un detalle notable de las ceremonias de ese día y aún se conserva en el Pontificale Romanum. La segunda misa era la de la bendición de los Santos Óleos, una función importante que aún se conserva en las catedrales hasta nuestros días. Finalmente, el Jueves Santo siempre se ha distinguido por el ceremonial del mandato, el lavado de los pies, en memoria de la preparación de Cristo para la Última Cena, lo mismo que la remoción de los manteles del altar y su limpieza (Véase JUEVES SANTO). El Viernes Santo presenta hoy día una variedad de elementos distintos reunidos en una sola celebración. Antes que nada tenemos la lectura de tres grupos de lecturas seguidas de "oraciones de petición". Con toda probabilidad esto representa cierto tipo de ritual no litúrgico, muy antiguo, cuyas más extensas expresiones están en las liturgias ambrosianas y gálicas. El hecho de que la lectura del Evangelio corresponda a toda la pasión según San Juan es simplemente el detalle accidental de este día. En segundo lugar está la "adoración" de la Cruz, un ritual de parecida antigüedad, cuyas más remotas huellas se han encontrado en la narración de Ætheria sobre la Semana Santa de Jerusalén. Con esa veneración a la Cruz se asocian hoy día los "Improperia" (improperios, reproches) y el himno "Pange lingua gloriosi lauream certaminis". Los Improperios, a pesar de su curiosa mezcla de latín y griego- agios o theos; sanctus Deus, etc.- posiblemente no sean tan antiguos como sugieren Probst y otros. Si bien su antecesor más antiguo se encuentre en el Misal de Bobbio, no fue hasta el Pontifical de Prudencio, quien fue obispo de Troyes de 846 a 861, que ese ritual quedó claramente certificado (Edm. Bishop en "Downside Review", Dic. 1899). En la Edad Media el "arrastrarse a la Cruz" el Viernes Santo constituía una costumbre que inspiraba devoción especial y monarcas santos como San Luis Rey de Francia dejaron ejemplo notable de humildad al llevarla a cabo. El ritual del Viernes Santo termina con la así llamada "misa de los presantificados", que en realidad no es un verdadero sacrificio, sino, en sentido estricto, un simple rito de comunión. Los ministros sagrados, vestidos de ornamentos negros (morados, hoy día), van el altar del reposo para traer las hostias consagradas y, mientras retornan al altar, el coro entona el hermoso himno "Vexilla regis prodeunt", compuesto por Venancio Fortunato. Enseguida se pone vino en el cáliz y se realiza una especie de esqueleto de la misa, incluyendo la elevación de la hostia después del Padre Nuestro. Pero se omiten enteramente la gran oración consacratoria del canon, con las palabras de la institución. En la temprana Edad Media el Viernes Santo frecuentemente constituía un día de comunión general, pero actualmente sólo quienes estén en peligro de muerte pueden recibirla ese día. El Oficio de Tinieblas substituye los maitines y laudes del Sábado Santo, por lo que se cantan en la tarde del Viernes Santo, mientras el templo permanece desierto y ocultos sus adornos; sólo el crucifijo queda sin cubrir. Devociones tales como las "tres horas" del mediodía, o la "Maria desolata" ya entrada la noche, no tienen, por supuesto, carácter litúrgico (Véase VIERNES SANTO). A causa de la irresistible tendencia que se ha venido manifestando a lo largo de los siglos de adelantar la hora de su celebración, la ceremonia del Sábado Santo ha perdido mucho del significado e importancia de la que gozaba en los siglos de la cristiandad antigua. Originalmente se trataba de la gran Vigilia Pascual, o ceremonia de la espera vigilante, que se celebraba en las últimas horas del Sábado y que terminaban casi a media noche. La brevedad de la Misa de Pascua actual, así como de sus maitines, sólo guarda un recuerdo de la fatiga de esa vigilia nocturna con la que se daba fin a las austeridades de la Cuaresma. La consagración del fuego nuevo para alumbrar las linternas, la bendición del cirio pascual, con sus sugerencias de la noche que se convierte en día, y el recuerdo de las glorias de esa vigilia de la que sabemos que ya se celebraba en tiempos de Constantino, para no tener que hacer referencias más explícitas a "esta santísima noche" de la que hace mención la oración y el prefacio de la misa, todo nos hace concluir que es una incongruencia que la celebración se realice en el día, doce horas antes de poder decir, estrictamente hablando, que comienza la vigilia. El ritual de encender y bendecir el fuego nuevo es probablemente de origen céltico o pagano, que fue incorporado al ritual de la iglesia gálica en el siglo VIII. El magnífico "Praeconium paschale" (pregón pascual), titulado por su primera palabra, "Exultet", fue sin duda en sus orígenes, una improvisación del diácono que puede ser rastreado hasta tiempos de San Jerónimo o aún antes. Las profecías, la bendición de la fuente bautismal y la letanía de los santos deben ubicarse en lo que originalmente constituía el centro de la Vigilia Pascual, a saber, el bautismo de los catecúmenos, cuya preparación había sido llevada a cabo durante la Cuaresma, reforzada con intervalos frecuentes a base de los "escrutinios" de los que casi no queda huella en nuestra liturgia cuaresmal. Finalmente, la misa, con su gozoso Gloria, durante el cual se tañen todas las campanas, se quitan los velos a las estatuas y cuadros; los aleluyas triunfales, que marcan cada paso de la liturgia, todo proclama que la resurrección es un hecho. Las vísperas, incorporadas al cuerpo mismo de la misa, nos recuerdan una vez más que la noche estaba originalmente tan llena que no quedaba hora libre alguna para llevar a cabo el tributo diario de salmodia. En sentido estricto, tanto el Sábado como el Viernes santos son "alitúrgicos"; corresponden a los días en que el novio nos fue arrebatado. De ello quedan recuerdos que se manifiestan en el hecho de que, aparte de la muy esperada misa, el clero no puede en esos días recibir la comunión.


Bibliografía: PUNKER en Kirchenlexikon, s. v. Charwoche; CABROL, Le Livre de la Priere Antique (París, 1900), 252-57; THURSTON, Lent and Holy Week (Londres, 1904); MARTENE, De Antiquis Ecclesiae Ritibus, III; KUTSCHKER, Die heiligen Gebrauche (1842); DUCHESNE, Christian Worship (tr., Londres, 1906); CANCELLIERI, Settimana Santa (Roma, 1808); KELLNER, Heortology (Tr., Londres, 1908); VENABLES sobre la Semana Santa y otros artículos en Dictionary of Christian Antiquities. Los artículos sobre varios detalles, tales como, e.gr., el del Canónigo CALLEWAERT sobre el Domingo de Ramos en las Collationes Brugenses (1906) o el de EDMUND BISHOP en Proceedings of the Society of St. Osmund, son demasiado numerosos para especificarlos aquí.

Fuente: Thurston, Herbert. "Holy Week." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910. 19 Feb. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/07435a.htm>.

Traducido por Javier Algara Cossío.