Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Sábado, 23 de noviembre de 2024

Limosnas y Dar Limosnas

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar

Obligación de Dar Limosnas

Dar limosnas (griego eleemosyne, “piedad”, “misericordia”) es cualquier favor material hecho para ayudar a los necesitados e impulsado por la caridad. Es evidente, entonces, que la limosna implica mucho más que la transmisión de algún bien temporal al indigente. Según el credo de la economía política, todo acto material realizado por el hombre en beneficio de su hermano necesitado es una limosna. Según el credo del cristianismo, la limosna implica un servicio material prestado a los pobres por amor a Cristo. Materialmente, apenas hay diferencia entre estos dos puntos de vista; formalmente, son esencialmente diferentes. Por eso el escritor inspirado dice: "Dichoso el que cuida del débil y del pobre" (Salmo 41(40),2) —no el que da al necesitado y al pobre.

La obligación de dar limosnas es complementaria al derecho de propiedad "que no solo es legal, sino absolutamente necesario" (Encíclica Rerum Novarum, tr. Baltimore, 1891, 14). Admitida la propiedad, en la sociedad se deben encontrar ricos y pobres. La propiedad permite a sus poseedores satisfacer sus necesidades. Aunque el trabajo permite a los pobres ganarse el pan de cada día, los accidentes, las enfermedades, la vejez, las dificultades laborales, las plagas, las guerras, etc., interrumpen con frecuencia sus labores y los empobrecen. La responsabilidad de socorrer a los convertidos así en necesitados pertenece a los que tienen en abundancia (Santo Tomás, Summa Theol., II-II, Q. XXXII, art. 5, ad 2am), pues "una cosa es tener un derecho a poseer dinero, y otra tener derecho a usar el dinero como a uno le plazca". ¿Cómo uno debe usar sus propiedades? La Iglesia responde: El hombre no debe considerar sus bienes externos como propios, sino como comunes a todos, para compartirlos sin dificultad cuando los demás los necesiten. De donde dice el Apóstol: Ordena a los ricos de este mundo que den con facilidad. Este es un deber no de justicia (excepto en casos extremos), sino de caridad cristiana —un deber no impuesto por la ley humana, sino que las leyes y los juicios de los hombres deben ceder a las leyes y los juicios de Cristo, el Dios verdadero, que de muchas maneras insta a sus seguidores a la práctica de la limosna (Encíclica, Rerum Novarum, 14, 15; cf. De Lugo, De Jure et Justitiâ, Disp. XVI, secc. 154).

La Escritura es rica en pasajes que enfatizan directa o indirectamente la necesidad de contribuir al bienestar de los necesitados. La historia de la Iglesia en los tiempos apostólicos muestra que los primeros cristianos se dieron cuenta plenamente de la importancia de esta obligación. Comunidad de bienes (Hch. 4,32), colectas en la iglesia (Hch. 11,29 ss.; 1 Cor. 16,1; Gál. 2,10), el ministerio de diáconos y diaconisas fue simplemente la inauguración de ese sistema mundial de la caridad cristiana que ha circunscrito el mundo y ha añadido otro testimonio a la divinidad de esa Iglesia que dirige sus ministerios hacia el alivio de la miseria humana en toda forma y manera (Lecky, History of European Morals, II, 100, 3ra ed., Nueva York , 1891).

Los Padres de la Iglesia frecuente e inequívocamente inculcaban la necesidad de dar limosnas:

  • San Cipriano le dedicó un tratado completo a este asunto (De Opere et Eleemosynâ, P.L., IV, 601 ss.).
  • San Basilio cuenta cómo San Lorenzo distribuyó los tesoros de la Iglesia a los pobres. Un gobernador pagano le preguntó sobre los tesoros que había prometido entregar, y Lorenzo señaló a los pobres, diciendo: “son tesoros en quienes está Cristo, en quienes está la fe.
  • Contrario a la envidia de los arrianos, San Ambrosio alaba la rotura y venta de vasos sagrados para la redención de cautivos (De Officiis Ministrorum, XXVIII, XXX, P.L., XVI, 141 ss.).
  • Para insistir con mayor eficacia en el precepto de la limosna, los Padres enseñan que los ricos son administradores y dispensadores de Dios, tanto que cuando se niegan a ayudar a los necesitados son culpables de robo (San Basilio, Homil. in illud Lucæ, no . 7, PG, XXXI, 278; San Gregorio de Nisa, De Pauperibus Amandis, PG, XLVI, 466; San Crisóstomo, en Ep. I ad Cor., Homil.10, c. 3, PG, LXI, 86 ; San Ambrosio, De Nab. Lib. Unus, PL, XIV, 747; San Agustín, en Sal. CXVII, PL, XXXVII, 1922).
  • Las Constituciones Apostólicas aconsejan la discreción al dar limosnas: “No se debe dar limosnas a los malvados, a los intemperantes o a los vagos, para que no se premie el vicio" (Const. Apost., II, 1-63; III, 4-6).
  • San Cipriano afirma que los seguidores de otras religiones no deben ser excluidos de participar de la caridad católica (De Opere et Eleemosynâ, c. XXV, P.L., IV, 620).

Después de la época patrística, la enseñanza de la Iglesia sobre la limosna no varió a lo largo de los siglos. Santo Tomás de Aquino ha resumido admirablemente esta enseñanza durante el período medieval (Santo Tomás, Summa Theol., II-II, QQ. XXX-XXXIII, De Misericordiâ; De Beneficentiâ; De Eleemosynâ). Ningún escritor de los tiempos modernos ha resumido tan admirablemente la posición de la Iglesia como León XIII (Encs. Rerum Novarum, 15 mayo 1891; Graves de Communi, 18 enero 1901).

En la medida en que la obligación de dar limosna se coextiende con la obligación de la caridad, todos están sujetos a la ley. El donante, sin embargo, debe tener derecho a disponer de lo que aporta, porque la limosna generalmente implica que el beneficiario adquiere un título sobre lo que da su benefactor. Los eclesiásticos están obligados de manera especial a observar el precepto de la limosna, porque son padres constituidos de los pobres y, además, están obligados por su ejemplo a conducir a los laicos a tener opiniones correctas sobre la importancia de este deber. Como regla general, los indigentes de toda clase, santos o pecadores, compatriotas o extranjeros, amigos o enemigos, tienen sus pretensiones sobre la caridad de los competentes para dar limosna (Prov. 25,21; Rom. 12.20; Silvio, Summa, II-II, Q.32: art. 9; De Conninck, Disp.27: Dub.6, No. 70). La conjunción de la indigencia genuina en los pobres y la capacidad de proveer alivio de los ricos es necesaria para concretar la obligación de dar limosna (Santo Tomás, op. Cit., II-II, QQ. XXXII, art. 5, ad 3am).

Carácter de la Obligación

La diversidad de las condiciones reales que circunscriben a los necesitados especifican el carácter de la indigencia. La indigencia es extrema cuando falta lo necesario para vivir o cuando un peligro inminente amenaza intereses vitales. La indigencia es grave o apremiante cuando la ausencia de ayudas conduce a graves reveses en bienes o fortuna. La indigencia es común u ordinaria cuando la búsqueda de lo necesario para vivir implica problemas considerables. La obligación de dar limosnas se extiende a esta triple indigencia. La Escritura y los Padres hablan indiscriminadamente de los pobres, los necesitados y los indigentes sin restringir la obligación de dar limosna a ninguna especie particular de indigencia. Casi todos los teólogos adoptan este punto de vista.

Sin embargo, para determinar mejor el carácter de esta obligación en lo concreto, es necesario considerar el carácter de las temporalidades en quienes tienen dominio sobre las propiedades. En primer lugar, la propiedad necesaria para mantener los intereses vitales es indispensablemente necesaria. Se considera superflua la propiedad sin la cual no se ponen en peligro los intereses vitales. Desde un punto de vista social, se considera igualmente indispensable la propiedad requerida para mantener el prestigio social, es decir, vivir de acuerdo con la posición de uno en la sociedad, educar a los hijos, emplear a los domésticos, entretener, etc. Se considera superflua la propiedad sin la cual no se pone en peligro el prestigio social. En consecuencia, nunca existe la obligación de utilizar lo necesario para la vida para dar limosna, porque la caridad bien regulada normalmente obliga a todos a preferir sus propios intereses vitales a los del prójimo. La única excepción ocurre cuando los intereses de la sociedad se identifican con los de un miembro necesitado (Müller, Theol. Moralis, II, tr., I, sect. 30, 112).

A un vecino en situación de extrema indigencia se le debe proveer el alivio mediante el uso de bienes superfluos para intereses vitales, aunque sean necesarios para obtener ventajas sociales (Santo Tomás, Summa Theol., II-II, Q. XXXII, art. 6 ; San Alfonso, Teol. Moralis, III, no 31). Porque la caridad exige que los intereses vitales de un vecino indigente sobrepasen las ventajas personales de un orden mucho más bajo (Suárez, De Charitate, Disput. VII, sec. 4, no. 3). La transgresión de esta obligación implica un pecado mortal. Sin embargo, nadie, por rico que sea, está obligado a tomar medidas extraordinarias para ayudar a un vecino, incluso en situaciones espantosas, por ejemplo, un ciudadano rico no está obligado a enviar a un pobre agonizante a un clima más saludable, ni a sufragar los gastos de una intervención quirúrgica difícil para el mejoramiento de un pobre (Suárez, loc. cit., sec. 4, no. 4). Un individuo rico tampoco está obligado a poner en peligro su posición social para ayudar a un vecino en extrema necesidad (La Croix, Theol. Moralis, II, no. 201). Pues la caridad no obliga a nadie a emplear medios extraordinarios para salvaguardar su propia vida (San Alfonso, op. Cit., III, no. 31).

A un vecino en situación de indigencia grave o apremiante, se le debe dar limosna mediante el uso de mercancías superfluas en relación con las ventajas sociales presentes. Es más, es más probable que en las formas más agudas de tal indigencia, aquellos bienes que en alguna medida puedan tender a futuras ventajas sociales deban ser gravados para ayudar a esta indigencia (Suárez, loc. Cit., N. ° 5; De Conninck, loc. cit. , no. 125; Viva, in porp. XII, damnatam ab Innoc. XI, no. 8). La transgresión de esta obligación asimismo constituye un pecado grave, porque la caridad bien regulada obliga a uno a satisfacer las necesidades graves del otro cuando se puede hacer sin desventaja personal seria (San Alfonso, H. Ap. Tr., IV, no. 19).

En la indigencia ordinaria que confrontan los pobres se les deben dar limosnas de tales temporalidades que solo son superfluas para los requerimientos sociales. Esto no implica la obligación de responder a todas las llamadas, sino más bien una disposición a dar limosna según los dictados de la caridad bien regulada (Suárez, loc. cit., Sec. 3, núms. 7, 10). Los teólogos se dividen en dos escuelas respecto al carácter de esta obligación. Aquellos que sostienen que la obligación es seria parecen abrazar una causa en armonía con la enseñanza de la Escritura y la autoridad de los Padres (San Alfonso, op. cit., III, no. 32; Bouquillon, Institutiones Theol. Moralis Specialis, III , no 488).

En todo caso, los individuos ricos que siempre se niegan a dar limosnas o rechazan dura e indiscriminadamente a los mendigos son incuestionablemente culpables de un pecado grave. Quien esté realmente obligado a aliviar la indigencia extrema o apremiante, debe dar lo que sea necesario para mejorar las condiciones existentes. No es fácil determinar qué cantidad se debe dar como limosna a quienes viven bajo la indigencia ordinaria. San Alfonso, cuya opinión a este respecto es compartida por muchos de los moralistas modernos, afirma que un desembolso correspondiente al dos por ciento de las temporalidades superfluas al prestigio social es suficiente para satisfacer la obligación, porque si todos estuviesen interesados en adoptar este método, se podría remediar fácilmente la indigencia ordinaria. Al mismo tiempo, no siempre es práctico reducir a una base matemática los problemas que dependen en gran medida de la apreciación moral (Lehmkuhl, Theologia Moralis (Specialis), II, ii, no. 609). Además, todos los que contribuyen espontáneamente a organizaciones benéficas públicas y privadas o pagan los impuestos exigidos por la legislación civil para apoyar a los indigentes, satisfacen esta obligación hasta cierto punto (Lehmkuhl, loc. cit., No. 606).

Los médicos, abogados y artesanos están obligados a prestar sus servicios a los pobres, a menos que los fondos públicos provean para estos. El alcance de los servicios a prestar y el carácter de la obligación que los vincula dependen del tipo de indigencia y las inconveniencias que tales servicios impongan a los médicos, abogados o artesanos (Lehmkuhl, loc. Cit., No. 609). Aunque la noción de dar limosnas encarne la donación de bienes necesarios para aliviar la miseria humana, los moralistas admiten que es suficiente prestar un objeto cuyo uso por sí solo sirve para satisfacer la necesidad del vecino (San Alfonso, op. Cit., III, no. 31 ; Bouquillon, op. cit., núm. 493). Además, el sentido común repudia la entrega de limosnas a los necesitados simplemente porque ellos no trabajan para escapar de tal necesidad (San Ambrosio, De officiis Ministrorum, XXX, no. 144).

Cualidades de las Limosnas Espiritualmente Fructíferas

Además de sus características innatas, el dar limosnas debe estar investido de cualidades que tiendan a producir frutos para el dador y el receptor. De ahí que al dar limosnas se debe ser discreto, a fin de llegar a las personas o familias que la merecen (2 Tes. 3,10; Eclo. 12,4); pronto, a fin de garantizar la oportunidad (Prov. 3,28); secreto y humilde (Mt. 6,2); alegre (2 Cor. 9,7); abundante (Tobías 4,9; Santo Tomás, Summa Theol., II-II, Q. XXXII, art. 10). La cosecha de las bendiciones que se recogen con la limosna basta ampliamente para inspirar a los cristianos de espíritu noble a "hacerse amigos con el dinero injusto".

En primer lugar, la limosna hace que el donante sea semejante a Dios mismo (Lc. 6,30.36); es más, hace que Dios mismo sea deudor de los que dan limosna (Mt. 25,40 ss.). Además, la limosna añade una eficacia especial a la oración (Tobías 4,7), tiende a apaciguar la ira divina (Heb. 13,16); libera del pecado y su castigo (Eclo. 29), y así allana el camino al don de la fe (Hch. 10,31). La experiencia diaria demuestra que los que ayudan a detener las miserias de los pobres con frecuencia preparan el camino para la reforma moral de muchos cuya miseria temporal palidece ante su miseria espiritual. Por último, la limosna tiende a proteger a la sociedad de pasiones turbulentas cuya furia a menudo se frena con la limosna.

Fases de la Entrega de Limosnas

Las diversas fases de la limosna pueden reducirse a dos clases principales: individual o transitoria y organizada o permanente.

Los casos de indigencia que caen con frecuencia bajo la mirada de observadores comprensivos constituyen el tema de la limosna transitoria. Aunque las organizaciones caritativas han multiplicado su esfera de utilidad, siempre abundan los casos especiales de indigencia, a los que se llega más fácil y eficazmente mediante la atención individual. Además, la experiencia demuestra que la conducta y la conversación de los benefactores privados con frecuencia disponen a sus beneficiarios a reformar sus formas y vidas y a convertirse en miembros útiles de la Iglesia y el Estado. Por esta razón, siempre habrá un amplio campo para la limosna individual.

Al mismo tiempo, muchas personas dignas pobres son demasiado sensibles para apelar a personas privadas, mientras que muchas personas indignas asumen el papel de mendigos profesionales para extorsionar la ayuda de aquellos cuya simpatía se conmueve fácilmente y cuyos hilos del bolsillo se aflojan para responder a cada llamada. Además, cuánto mejor prevenir que aliviar la indigencia. Hacer que los pobres sean autosuficientes y confíen en sí mismos es el logro más noble de la caridad bien regulada. La sólida educación religiosa y secular, los medios y las oportunidades de trabajo, más que la limosna, facilitarán la realización de este noble objetivo. Por eso se han constituido diversas organizaciones para paliar las diferentes formas de miseria corporal. A la Iglesia le corresponde el mérito de haber tomado la iniciativa de promover el esfuerzo sistematizado para el bienestar de los necesitados. Su labor ha sido tan bendecida que su éxito ha suscitado la admiración de sus enemigos jurados (Enc. Rerum Novarum, tr., 18). La historia de ayer y la experiencia de hoy demuestran que la Iglesia sigue siendo amiga del pobre.

La caridad organizada se ve favorecida por la acción concertada de personas en su capacidad privada o por el procedimiento oficial de aquellos cuya posición les obliga a buscar el bienestar temporal de todas las clases de la sociedad. Los diversos rincones del mundo están repletos de instituciones de diversa índole, criadas y mantenidas por la generosidad de partidos privados. La miseria humana en sus diversas etapas, desde la cuna hasta la tumba, encuentra en ella un remanso de consuelo y descanso, mientras que las oraciones de los presos, legión en número, invocan la bendición de aquel que es el Padre de los pobres, sobre las cabezas de aquellos cuya liberalidad prueba que la caridad de la hermandad desafía la limitación.

Aunque admirable y de gran alcance en su influencia, la caridad organizada de forma privada es incapaz de afrontar eficazmente las diversas formas de miseria. Es por eso que los gobiernos civiles dan forma a su legislación para hacer provisión para aquellos sujetos que fracasan en sus esfuerzos en la lucha por la existencia. Varias instituciones destinadas a atender a los ciudadanos necesitados de todas las clases se llevan a cabo bajo el patrocinio del Estado. Se nombran directores, se instalan asistentes, se requieren visitas e inspecciones, se presentan informes y se hacen asignaciones anuales para satisfacer las exigencias de dichas instituciones. El estímulo y la oportunidad no se les niega a quienes están dispuestos a la ambición, el respeto propio y a la autosuficiencia.

De hecho, son dignas de mención las organizaciones benéficas asociadas inauguradas por el gobierno para promover la caridad organizada. En todas las ciudades, se establecen oficinas y se delegan funcionarios para examinar la situación real de los mendigos, a fin de discriminar entre apelaciones dignas e indignas, para cuyo fin se alientan las visitas amistosas. El proselitismo está desacreditado, tanto que en muchas localidades católicos y no católicos se unen en la obra de la caridad organizada. Movimientos en este sentido se encuentran en Inglaterra, Escocia, Francia, Italia y Canadá. Quienes están mejor capacitados para hablar con autoridad en este asunto son elocuentes en su expresión del buen sentimiento entre los trabajadores católicos y no católicos, e igualmente elocuentes en resumir los admirables resultados obtenidos a través de esta unión de fuerzas. Estos movimientos representan la culminación del más noble esfuerzo por concretar la limosna en su plenitud, para que los propios dadores compartan afecto, simpatía y pensamiento con los receptores, animando así la limosna con un elemento humano, más aún, divino, tendiente a ennoblecer a los pobres en curar su miseria.

Bibliografía

En la Escritura: Éxodo 22,25; Levítico 19,9 ss; Deuteronomio 14,28 ss.; 15,11; Tobías 4,7; Proverbios 11,26; 15,21; Eclesiástico 4,1 ss.; Isaías 58,7; Ezequiel 16,49; 18,7 ss.; Daniel 4,24; Mateo 25,34 ss.; Lucas 3,11; Hechos 4,32; 2 Cor. 8,13 ss.; 9,6 ss.; 1 Timoteo 6,17 ss.; Stgo. 2,13; 1 Juan 3,17.

Los Padres: CLEMENT DE ALEjANDRÍA, Pædagogus, III, VI, P.G., VIII, 603-607; ID., Stromata, II, XVIII, en P.G., VIII, 1015-39; SAN SIRILO DE JERUSALÉN, Catecheses, XV, 26, En P.G., XXXIII, 907; EUSEBIO, Church History IX.8, en P.G., XX, 818, 819; BASILIO, Sermo de Eleemosynâ, en P.G., XXXI, 1154-67; GREGORIO NACIANCENO., De Amore Pauperum, En P.G., XXXV, 858-910; CRISÓSTOMO, De Eleemosynâ, en P.G., XXI, 291-300; TERTULIANO, Apologeticus, XXXIX, en P.L., I, 531-539; SAN AGUSTÍN, Sermo 35, 41, 42, 60, 85, 86, En P.L., XXXVIII, 251 sS.; PAPA SAN GREGORIO I, Moralia, XXI, Xix, En P.L., LXXVI, 206-208. La doctrina de los Padres respect a este asunto es expuesta por GUIGNEBERT, Tertullian (París, 1901); SCARAMELLI, Directorium Aseticum, IV, 339-356 (tr., Londres, 1897); BALMES, Protestantism and Catholicity Compared (Baltimore, 1851), 184 ss.; CUTHBERT, Catholic Ideals in Social Life (Nueva York, 1904), 106 ss.; GAUME, Catechism of Perseverance (tr., Nueva York, 1890), II, 600 sd.; IRLANDA, The Church and Modern Society (Chicago, 1897); SCHAFF, History of the Christian Church, II, 374, 375; ULHORN, Christian Charity in the Ancient Church (Nueva York, 1883); WARNER, American Charities (Nueva York, 1894); LOCH, Charity Organization (Londres, 1893); POTTER, The Co-operative Movement in Great Britain (Londres, 1888); CRAFTS, Practical Christian Sociology (Nueva York, 1896); The Charities Review (Nueva York, marzo, 1892; feb., 1895; enero 1896; julio y agosto 1897; oct., 1898); Proceedings of National Conferences of Charities and Corrections; Reports of St. Vincent de Paul Conferences; BEUGNET in VIG., Dict. de la Bible (París, 1893), I, col. 1244-53, s.v. Aumône; MANY in Dict. de théol. Cath. (París, 1893), fascículo IX, 2561 ss., s.v. Aumône; OZANAM, Vie de Fred. Ozanam (París, 1882), iv, v; LEFEBURE, L'organization de la charité privée en France (París, 1900); ID., Paris charitable et prévoyant (París, 1900); DU CAMP, La charité privée à Paris (París, 1888); SANTO TOMÁS, Summa Theol., II-II, QQ., XXX-XXXIII; SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, Theol. Mor., III, tr. III, dub. 3, no. 30 ss.; SUáREZ, De Charitate, Disp. VII; BILLUART, Summa St. Thomæ, tract. De charitate, Diss. v; SPORER, Theol. Mor. (Venecia, 1716), I, tr. III, VI, sect. 2; LAYMANN, Theol. Mor. (Padua, 1733), I, lib. V, tr. III, VI; MÜLLER, Theol. Mor. (Viena, 1899), lib. II, tr. I, 30 ss.; LEHMKUHL, Theol. Mor. (Spec.) (Friburgo, 1898), I, lib. II, II, no. 605 ss.; BOUQUILLON, Inst. Theol. Mor. Specialis (Brujas, 1890), lib. III, no. 493 ss.; BALLERINI, Opus Theologicum Morale (Prato, 1899), II, tr. v, sect. 3, dub. 3.

Fuente: O'Neill, James David. "Alms and Almsgiving ." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1, págs. 328-331. New York: Robert Appleton Company, 1907. 18 oct. 2020 <http://www.newadvent.org/cathen/01328f.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina