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Sábado, 23 de noviembre de 2024

Bien

De Enciclopedia Católica

Revisión de 02:23 12 ago 2016 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Ético)

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Definición

Bien es una de esas ideas primarias que no pueden ser definidas estrictamente. Con el fin de fijar su significado filosófico debemos comenzar por observar que la palabra es usada primeramente como un adjetivo y segundamente como un sustantivo. Esta distinción, que está claramente marcada en francés por los dos términos diferentes bon y le bien, se puede conservar en inglés anteponiendo un artículo al término cuando se emplea sustantivamente. Llamamos buena a una herramienta o instrumento si sirve al propósito para el que está destinado. Es decir, es bueno porque es un medio eficaz para obtener un resultado deseado. El resultado, a su vez, puede ser deseable por sí mismo, o puede ser buscado como un medio para un fin ulterior. Si lo buscamos por sí mismo, es o estimamos que es un bien, y por lo tanto deseable por su propia cuenta. Cuando tomamos algún paso para obtenerlo, es el fin de nuestra acción. La serie de medios y fines ya sea se extiende indefinidamente, o debe terminar en algún objeto u objetos deseados que son fines en sí mismos. De nuevo, a veces llamamos buena a una cosa porque posee por completo, o en un alto grado, las perfecciones propias de su naturaleza, como una buena pintura, buena respiración. A veces, también, las cosas se denominan buenas porque son de tal índole que producen algo deseable; es decir, que son buenas casualmente. Por último, hablamos de buena conducta, un buen hombre, una buena intención, y aquí el adjetivo tiene para nosotros un sentido diferente de cualquiera de los anteriores, a menos que de hecho, seamos filósofos utilitaristas, para quienes moralmente bueno es sólo otro término para útil.

Entonces en todas estas locuciones la palabra transmite directa o indirectamente la idea de conveniencia. Lo simplemente útil se desea por el fin hacia el que se emplea; el fin se desea por su propia cuenta. Este último se concibe como poseedor de un poco de carácter, calidad, potencia, lo que lo convierte en un objeto de deseo. Ahora surgen dos preguntas: (1) ¿Qué es lo que, en la naturaleza o ser de cualquier objeto, lo convierte en deseable? O, en palabras más técnicas, metafísicamente hablando, qué constituye el bien o la bondad de una cosa, considerada absolutamente? (2) ¿Qué relación existe entre el bien así absolutamente constituido y el sujeto para quien es deseable? ¿O qué se implica por bien, considerado relativamente? Estas dos preguntas se pueden combinar en una sola: "¿Cuál es el bien en el orden ontológico?" En la exposición de la respuesta a esta pregunta trataremos sobre el bien moral y el aspecto ético del problema, que se tratará en segundo lugar.

Ontológico

En la filosofía griega ningún tema recibe más atención que la naturaleza del bien. Las especulaciones de Platón y Aristóteles especialmente han tenido una notable influencia en el pensamiento cristiano; fueron adoptadas, de manera ecléctica, por los primeros Padres, quienes combinaron muchas de las antiguas ideas filosóficas con la verdad revelada, mediante la corrección de algunas y la ampliación de otras. La síntesis fue llevada a cabo por los primeros escolásticos, y tomó forma definitiva de la mano de Santo Tomás. Algunos de sus predecesores, así como algunos de sus seguidores, discrepan de él en algunos puntos de menor importancia, la mayoría de los cuales, sin embargo, son de un carácter demasiado sutiles para llamar la atención en este artículo. Por lo tanto, presentaremos la doctrina de Santo Tomás en resumen como la enseñanza autorizada de nuestras escuelas.

PLATÓN

Según Platón, en el orden objetivo correspondiente a nuestro pensamiento, hay dos mundos diferentes: el mundo de las cosas, y el incomparablemente superior, más noble mundo de las ideas, que trasciende el mundo de las cosas. Los objetos que corresponden directamente a nuestros conceptos universales no son cosas, sino ideas. La idea objetiva no habita dentro de las esencias de las cosas que caen dentro del alcance de nuestro concepto universal correspondiente, sino que la cosa toma prestado o deriva algo de la idea. Mientras que el ser o existencia propia del mundo de las cosas es imperfecto, inestable, esencialmente transitorio, y por lo tanto no es verdaderamente merecedor del nombre de ser, el cual implica permanencia; las ideas, por el contrario, son incorruptibles, inmutables y verdaderamente existencia.

Entonces, entre las ideas la más noble y más alta es la idea bien: es la idea suprema y soberana. Cualquier cosa que posea bondad la tiene sólo porque participa en o la extrae de El Bien Supremo. Entonces su bondad es algo distinto de, y añadida a, su propia esencia o ser. No necesitamos explicar con más detalle lo que en la mente de Platón es la naturaleza de esta participación, que la hace consistir en esto, que la cosa es una copia o imitación de la idea. Esta idea soberana, el Bien, es idéntico a Dios. No es una síntesis de todas las otras ideas, sino que es única, trascendente e individual. No está bastante claro si Platón sostuvo que en Dios existen otras ideas como en su propia morada. Así interpretó Aristóteles a Platón; y es muy probable que Aristóteles estaba mejor cualificado para entender el significado de Platón de lo que lo estaban los filósofos posteriores que han disputado su interpretación. El Bien Supremo le imparte al intelecto el poder de percibir, y le da inteligibilidad a lo inteligible. Es, por lo tanto, la fuente de la verdad. Dios, el Bien Supremo y esencial, no puede impartir nada que no sea bueno. Este punto de vista conduce a la inferencia de que el origen del mal está más allá del control de Dios. La teoría se inclina, por lo tanto, al dualismo, y su influencia puede ser rastreada a través de las primeras herejías gnósticas y maniqueas, y, en menor grado, en las doctrinas de los priscilianistas y albigenses.

ARISTÓTELES

A partir de la definición platónica, bien es lo que todos deseamos, Aristóteles, rechazando la doctrina platónica de un mundo trascendente de ideas, sostiene que el bien y el ser son idénticos; el bien no es algo que se añade al ser, es el ser. Todo lo que es, es bueno porque es; la cantidad, si se puede usar la palabra vagamente, de ser o existencia que una cosa posee, es al mismo tiempo el acopio de bondad. Una disminución o un aumento de su ser es una disminución o aumento de su bondad. El ser y el bien son, entonces, objetivamente son lo mismo, cada ser es bueno, todo bien es ser. Nuestros conceptos, ser y bien difieren formalmente: el primero denota simplemente existencia; el segundo, la existencia como una perfección, o el poder de contribuir a la perfección de un ser. De esto se deduce que el mal no es ser del todo; que es, por el contrario, la privación de ser. Una vez más, mientras que el ser, visto como el objeto de la tendencia, apetito o voluntad, da lugar al concepto bien, así, cuando se considera como el objeto propio del intelecto, se representa bajo el concepto de verdadero o verdad , y es el hermoso, en la medida en que su conocimiento es acompañado por esa emoción placentera particular que llamamos estética. Como Dios es la plenitud del ser, así, por lo tanto, el ser supremo e infinito es también El Bien Supremo del cual todas las criaturas derivan su ser y bondad.

NEOPLATONISMO

Los neoplatónicos perpetuaron la teoría platónica, mezclada con ideas aristotélicas, judaicas y otras ideas orientales. Plotino introdujo la doctrina de una triple hipóstasis, es decir, lo uno, la inteligencia y el alma universal, por encima del mundo del ser cambiante, el cual es múltiple. La inteligencia está ordenada al bien; pero, incapaz de captarlo en su totalidad, lo rompe en partes, las cuales constituyen las esencias. Estas esencias al unirse con un principio material constituyen las cosas. Dionisio el Pseudo-Areopagita propagó la influencia platónica en su obra “De Nominibus Divinis”, cuya doctrina está basada en las Escrituras. Dios es supereminentemente ser ---“Soy el que soy”--- pero en Él el bien es anterior al ser, y el inefable Nombre de Dios está por encima de todos sus otros nombres. El bien es más universal que ser, pues abarca el principio material que no posee ningún ser propio. El vínculo que une a los seres entre sí y con el Ser Supremo es el amor, que tiene por objeto el bien. La tendencia de Pseudo-Dionisio está lejos del dualismo que admite un principio del mal, pero por otro lado, se inclina hacia el panteísmo.

LOS PADRES DE LA IGLESIA

Los Padres, en general, trataron la cuestión del bien desde el punto de vista de la hermenéutica en lugar de desde el filosófico. Su principal preocupación es afirmar que Dios es El Bien Supremo, que Él es el creador de todo lo que existe, que las criaturas derivan su bondad de Él, mientras que son distintas de Él; y que no hay un principio del mal supremo e independiente. San Agustín, sin embargo (De Natura Boni, PL, XLIII), examina el tema completamente y con gran detalle. Algunas de sus expresiones parecen teñidas de la noción platónica de que el bien es anterior al ser; pero en otros lugares pone el bien y el ser en Dios fundamentalmente idénticos. Boecio distingue una doble bondad en las cosas creadas; en primer lugar, aquella en ellos es una con su ser; en segundo lugar, una bondad accidental añadido a su naturaleza por Dios. En Dios estos dos elementos del bien, el esencial y el accidental, no son más que uno, ya que no hay accidentes en Dios.

DOCTRINA ESCOLÁSTICA

Santo Tomás comienza a partir del principio aristotélico de que el ser y el bien son objetivamente uno. El ser concebido como deseable es el bien. El ser difiere de la verdad en que mientras ambos son objetivamente nada más que seres el bien es considerado como el objeto del apetito, el deseo y la voluntad, siendo la verdad el objeto del intelecto. Dios, el Ser Supremo y la fuente de todo otro ser, en consecuencia, el sumo bien, y la bondad de las criaturas resulta de la difusión de su bondad. En una criatura, considerada como un sujeto que tiene existencia, se distinguen varios elementos de la bondad que posee:

  • (a) Su existencia o ser, que es el fundamento de todos los demás elementos.
  • (b) Sus facultades, actividades y capacidades. Estos son el complemento del primero, y le sirven para perseguir y apropiar todo lo que sea requisito para y que contribuya a sostener su existencia, y a desarrollar esa existencia en la plenitud de la perfección que le es propia.
  • (c) Cada perfección que se adquiere es una medida más de la existencia de ella, por lo tanto, un bien.
  • (d) La totalidad de estos diversos elementos, formando su bien total subjetivamente, es decir, la totalidad de su ser en un estado de perfección normal de acuerdo a su mente, es su bien completo. Este es el sentido del axioma: omne ens est bonum sibi (cada ser es un bien en sí mismo).

La privación de cualquiera de sus poderes o perfecciones debidas es un mal para ella, como, por ejemplo, la ceguera, la pérdida del poder de la vista, es un mal para un animal. De ahí que el mal no es algo positivo y no existe en sí mismo; como el axioma expresa, malum in bono fundatur (el mal tiene su base en el bien).

Vamos a pasar ahora al bien en su sentido relativo. Cada ser tiene una tendencia natural a continuar y desarrollarse. Esta tendencia trae sus actividades al juego; cada potencia tiene su propio objeto, y un conato empujándolo a la acción. El fin al que se dirige la acción es algo que es de una naturaleza para contribuir, cuando se obtiene, para el bienestar o la perfección del sujeto. Por esta razón se necesita, se persigue, se desea, y debido a su deseabilidad, se designa como bien. Por ejemplo, la planta para su existencia y desarrollo requiere luz, aire, calor, humedad, nutrientes. Tiene varios órganos adaptados para apropiarse de estas cosas, que son buenos para ella, y, cuando por el ejercicio de estas funciones los adquiere y se apropia de ellos, alcanza su perfección y sigue su curso en la naturaleza. Entonces, si nos fijamos en el cosmos, percibimos que las innumerables variedades de seres en él están unidos entre sí en un sistema indescriptiblemente complejo acción e interacción mutua, según obedecen las leyes de su naturaleza. Una clase contribuye a la otra en esa relación ordenada que constituye la armonía del universo. Es cierto ---para cambiar la metáfora--- que con nuestros limitados poderes de observación no podemos seguir los innumerables hilos de esta poderosa red, pero las rastreamos con grandes y variadas barridas para garantizar la inducción de que todo es bueno para alguna otra cosa, que todo tiene su propio fin en el gran todo. Omne ens est bonum alteri. Dado que esta correlación ordenada de cosas es necesaria para ellas con el fin de que puedan obtener el uno del otro la ayuda que necesitan, también es buena para ellas. Este orden también es un bien en sí mismo, ya que es un reflejo creado de la unidad y la armonía del ser y la bondad divinos. Cuando consideramos el Ser Supremo como la causa eficiente, conservador y el director de este orden majestuoso, llegamos a la concepción de la Divina Providencia. Y entonces surge la pregunta, ¿cuál es el fin al que esta Providencia dirige el universo? El fin de nuevo es el bien, es decir, Dios mismo. No es de hecho que, como en el caso de las criaturas Él pueda derivar alguna ventaja o perfección del mundo, sino que, al participar en su bondad, puede manifestarla. Esta manifestación es lo que entendemos por la expresión, “dando gloria a Dios”. Dios es el Alfa y el Omega del bien; la fuente de donde fluye, el fin al que regresa. “Soy el Principio y el Fin”. Se debe recordar que, a través del tratamiento de este tema, el término “bien”, como otros términos que predicamos de Dios y de las criaturas, se usa no unívocamente, sino analógicamente cuando se refiere a Dios. (Vea ANALOGÍA).

La doctrina definida sobre el bien, ontológicamente considerado, es formulada por el Concilio Vaticano I (Ses. III, Const De Fide Catholica, cap. I): “Éste único, solo, Dios verdadero, de su propia bondad y omnipotencia, no para el aumento de su propia felicidad, no para adquirir sino para manifestar su perfección por las bendiciones que Él otorga a las criaturas, con absoluta libertad de consejo creó desde el principio de los tiempos a la criatura tanto la espiritual como la corporal, a saber, la angélica y la mundana; y después la criatura humana."

En el Canon 4 leemos: “Si alguno dijere que las cosas finitas, tanto corporales como espirituales, o por lo menos espirituales, han emanado de la substancia divina; o que la esencia divina, por la manifestación y evolución de sí mismo, se convierte en todas las cosas; o, por último, que Dios es un ser universal o indefinido, que mediante la determinación de sí mismo constituye la universalidad de las cosas distintas según las especies, géneros e individuos, sea anatema."

Ético

El bien moral no es una clase distinta del bien visto ontológicamente; es una forma de perfección propia de la vida humana, pero, debido a su excelencia e importancia práctica suprema, requiere un tratamiento especial con referencia a su propio carácter distintivo que lo diferencia de todos los demás bienes y perfecciones del hombre. Es de nuevo en la filosofía griega que nos encontramos con los principios que han suministrado la escuela con una base para especulaciones racionales, controladas y complementadas por la revelación.

PLATÓN

El bien supremo del hombre es, como hemos visto, la idea bien, idéntica a Dios. Por la unión con Dios, el hombre alcanza su bien subjetivo más alto, que es la felicidad. Esta asimilación se efectúa mediante el conocimiento y el amor; los medios para lograrlo es preservar en el alma una debida armonía a través de sus diversas partes en subordinación al intelecto que es la facultad más elevada. El establecimiento de esta armonía lleva al hombre a una participación en la unidad divina; y por medio de esta unión el hombre alcanza la felicidad, que permanece aunque él sufra dolor y la privación de los bienes perecederos. Para regular nuestras acciones armoniosamente permanecemos en la necesidad de un conocimiento verdadero, es decir, la sabiduría. El más alto deber del hombre, por lo tanto, es la obtención de la sabiduría, que conduce a Dios.

ARISTÓTELES

El fin del hombre, su bien subjetivo mayor, es la felicidad o bienestar. La felicidad no es el placer; pues el placer es una sensación consecuente a la acción, mientras que la felicidad es un estado de actividad. La felicidad consiste en la acción perfecta, es decir, el ejercicio real por el hombre de sus facultades ---especialmente de su facultad más elevada, el intelecto especulativo--- en perfecta correspondencia con la norma que prescribe su propia naturaleza. La acción puede desviarse de esta norma, ya sea por exceso o por defecto. Se debe conservar el justo medio, y en esto consiste la virtud. Las diversas facultades, superiores e inferiores, están reguladas por sus respectivos virtudes para llevar a cabo sus actividades en el orden debido. El placer sigue a la acción debidamente realizada, incluso la forma más elevada de actividad, es decir, la contemplación especulativa de la verdad; pero, como se ha señalado, la felicidad consiste en la propia operación misma. Una vida de contemplación, sin embargo, no puede ser disfrutada a menos que el hombre posea suficientes bienes del orden inferior que lo eximan de los trabajos y los cuidados de la vida. De ahí que la felicidad esté más allá del alcance de muchos. Hay que observar, por lo tanto, que, si bien Platón y Aristóteles, así como los escolásticos, sostienen que la felicidad es el fin del hombre, su concepción de la felicidad es bastante diferente de la idea hedonista de felicidad según se presenta en el utilitarismo inglés. Pues la felicidad utilitaria es la suma total de los sentimientos placenteros, de cualquier fuente que se puedan derivar. Por otro lado, en nuestro sentido, la felicidad ---eudaimonia, beatitudo--- es un estado o condición distinta de la [[conciencia] que acompaña y depende de la realización en la conducta de un bien o perfección definitiva, cuya naturaleza se fija objetivamente y no depende en nuestras preferencias individuales. (Vea UTILITARISMO).

HEDONISTAS

El bien supremo del hombre, según Arístipo, es el placer o disfrute del momento, y el placer es esencialmente un movimiento suave. El placer nunca puede ser malo, y la forma primaria de él es el placer corporal. Pero, con el fin de asegurar el máximo placer, es necesario el autocontrol; y esta es la virtud. Epicuro afirmaba que el placer es el bien supremo; pero el placer es reposo, no movimiento; y de la forma más elevada de placer es la ausencia de dolor y la ausencia de todos los deseos o necesidades que no podemos satisfacer. Por lo tanto, un medio importante para la felicidad es el control de nuestros deseos, y la extinción de aquellos que no podemos satisfacer, lo cual es producido por la virtud. (Vea Escuela Cirenaica de Filosofía, hedonismo, felicidad.)

LOS ESTOICOS

Todo en el universo está regulado por la ley. El bien supremo, o felicidad, del hombre es conformar su conducta a la ley universal, que es divina en su origen. Perseguir este fin es la virtud, la cual debe ser cultivada en desprecio de las consecuencias, ya sean placenteras o dolorosas. El principio estoico, "sólo el deber en aras del deber", reaparece en Kant, con la modificación de que la norma de la acción correcta no se ha de considerar como impuesta por voluntad divina; su fuente original es la mente humana, o el espíritu libre mismo.

SANTO TOMÁS DE AQUINO

La diferencia radical que distingue las formas más nobles de la ética antigua de la ética cristiana es que, mientras que la primera identifica la vida virtuosa con la felicidad, es decir, con la posesión y disfrute de el bien supremo, la concepción cristiana es que una vida virtuosa, mientras que es, de hecho, el fin próximo y el bien del hombre, no es, en sí misma, su fin último y bien supremo. Una vida de virtud, el bien moral, lo guía a la adquisición de un fin ulterior y último. Además la felicidad, que en una medida imperfecta asiste a la vida virtuosa, puede ir acompañada de dolor, pena y la privación de los bienes terrenales; la felicidad completa (beatitudo) no se encuentra en la existencia terrenal, sino en la vida por venir, y consistirá en la unión con Dios, El Bien Supremo.

A. El Fin y Bien Próximo (Bonum Morale)

Como todas las criaturas que participan en el sistema cósmico, el hombre necesita y busca para la conservación y la perfección de su ser una variedad de cosas y condiciones, todas las cuales son, por lo tanto, buenas para él. Un ser compuesto, en parte corporal y en parte espiritual, posee dos grupos de tendencias y apetitos. Racional, él emplea su inventiva con el fin de obtener bienes que no están a su alcance inmediato. Para que pueda alcanzar la perfección de esta naturaleza altamente compleja, debe observar un orden en la búsqueda de diferentes tipos de bienes, no sea que el disfrute de un bien de valor inferior pueda causarle la pérdida o descuido de uno mayor, en cuyo caso el primero no habría sido de ningún beneficio [[verdad[[ero para él en absoluto. Además, con una jerarquía de actividades, capacidades y necesidades, él es una unidad, un individuo, una persona; de ahí que para él existe un bien en el que todos sus otros bienes se centran en correlación armónica; y ellos han de ser vistos y valorados a través del medio de este sumo bien, no sólo en relación aislada a sus respectivos apetitos correspondientes.

Hay, entonces, varias divisiones del bien:

  • (a) bien corporal es cualquier cosa que contribuya a la perfección de la naturaleza puramente animal;
  • (b) el bien espiritual es aquel que perfecciona la facultad-conocimiento espiritual, la verdad;
  • (c) un bien útil es aquel que es deseado simplemente como un medio para algo más; el bien deleitable o placentero es cualquier bien considerado meramente a la luz del placer que produce.

El bien moral (bonum honestum) consiste en el debido ordenamiento de la acción libre o conducta de acuerdo a la norma de la razón, la facultad más elevada, a la que ha de conformarse. Este es el bien que determina la verdadera valoración de todos los demás bienes buscados por las actividades que constituyen la conducta. Cualquier bien inferior adquirido en detrimento de éste es realmente solo una pérdida (bonum apparens). Mientras que todos los otros tipos de bienes pueden, a su vez, ser vistos como medios, el bien moral es bueno como un fin y no es un simple medio para otros bienes. Lo placentero, aunque no en el orden de las cosas un fin independiente en sí, puede ser elegido deliberadamente como un fin de la acción, u objeto de persecución.

Ahora apliquemos estas distinciones. Al ser el bien el objeto de cualquier tendencia, el hombre tiene tantas clases de bienes como tiene apetitos, necesidades y facultades. El ejercicio normal de sus poderes y la adquisición por ello de cualquier bien es seguida por la satisfacción, que, cuando alcanza un cierto grado de intensidad, es la sensación de placer. Él puede y a veces persigue cosas no debido a su valor intrínseco, sino simplemente porque puede obtener placer de ellas. Por otro lado, él puede buscar un bien debido a su poder intrínseco para satisfacer una necesidad o para contribuir a la perfección de su naturaleza en algún aspecto. Esto puede ser ilustrado en el caso de los alimentos; porque como lee el viejo dicho, "el sabio come para vivir, el epicúreo vive para comer."

La facultad que es distintivamente humana es la razón; el hombre vive como un hombre hablando con propiedad cuando todas sus actividades están dirigidas por la razón según la ley que la razón lee en su propia naturaleza. Esta conformidad de la conducta con los dictados de la razón es la más alta perfección natural que sus actividades puedan poseer; es lo que se entiende por la rectitud de conducta, justicia o bien moral. “Las acciones”, dice Santo Tomás, “son buenas cuando son conformes a la razón; son malas las que son contrarias a la razón.” (I-II:18:5). “La regla próxima de acción libre es la razón, la remota es la ley eterna, es decir, la Naturaleza Divina” (I-II:21:1, I-II:19:4). El motivo que nos empuja a buscar el bien moral no es el interés propio, sino el valor intrínseco de la rectitud. ¿Por qué un hombre justo paga sus deudas? Pregúntale y te responderá, tal vez, en primera instancia, "Porque es mi deber". Pero pregúntale más: "¿Por qué cumples con este deber?" Él responderá: "Debido a que es correcto hacerlo." Cuando se persigue otros bienes en violación del orden racional, se priva a la acción de su debida perfección moral y, por lo tanto, se convierte en errónea o mala, aunque pueda retener toda su restante bondad ontológica. El bien que es el objeto de tal acción, aunque conserva su bondad relativa particular con respecto a la necesidad a la que sirve, no es un bien para toda la personalidad. Por ejemplo, si en un día en el que se prohíbe el comer carne, un hombre come el rosbif, la comida es tan buena físicamente como lo sería en cualquier otro día, pero esta bondad es preponderada, porque su acción es una violación de la razón que dicta que debe obedecer la orden de la autoridad legítima.

Mientras que el bien moral es fijado por el Autor de la naturaleza, sin embargo, debido a que el hombre está dotado de libre albedrío o la facultad de elegir cuál bien hará la meta de la acción, él puede, si le place, ignorar los dictados de la recta razón y buscar sus otros bienes de una manera desordenada. Puede buscar el placer, la riqueza, la fama, o cualquier otro fin deseable, aunque su conciencia ---es decir, su razón--- le dice que es incorrecto el medio que usa para satisfacer su deseo. Frustra con ello su naturaleza racional y se priva a sí mismo de su más alta perfección. Él no puede cambiar la ley de las cosas, y esta privación de su [[El Bien Supremo |sumo bien] es el castigo esencial inmediato incurrido por su violación de la ley moral. Otro castigo es que la pérdida es acompañada, en términos generales, por esa sensación dolorosa peculiar llamada remordimiento; pero este efecto puede dejar de ser percibido cuando los impulsos morales de la razón han sido ignorados habitualmente

Para que una acción posea un grado esencial ---ninguna acción es absolutamente perfecta--- su perfección moral, debe está en conformidad con la ley en tres respectos:

  • (a) La acción, considerada bajo el carácter por el cual se clasifica como un elemento de conducta, debe ser buena. El acto físico de darle dinero a otra persona puede ser un acto de justicia cuando uno paga una deuda, o puede ser un acto de misericordia o benevolencia, si uno da el dinero para aliviar la angustia. Ambas acciones poseen el elemento fundamental de bondad (bonum ex objecto).
  • (b) El motivo, si hay un motivo más allá del objeto inmediato del acto, también debe ser bueno. Si uno le paga a un hombre algún dinero que uno le debe con el propósito, de hecho, de pagar una deuda, pero también con el propósito ulterior de capacitarlo para poder realizar un plan para asesinar a un enemigo de uno, el fin es malo, y la acción de este modo queda viciada. El fin que es el motivo también debe ser bueno (bonum ex fine). Así, una acción de otro modo buena se echa a perder si se dirige a un fin inmoral; por el contrario, sin embargo, una acción que en su carácter fundamental es mala no se vuelve buena por dirigirla a un buen fin. El fin no justifica los medios.
  • (c) Las circunstancias bajo las que se realiza la acción deben estar en plena conformidad con la razón, de lo contrario, le falta algo de compleción moral, aunque no se puede hace por ello totalmente inmoral. Con frecuencia decimos que algo que una persona hizo fue lo suficientemente correcto en sí mismo, pero no lo hizo en el lugar o la estación apropiada.

Esta triple bondad se expresa en el axioma: bonum ex integra causa, malum ex quocumque defectu (“Una acción es buena cuando es buena en todos sus aspectos; es incorrecta cuando es incorrecta en cualquier aspecto”).

B. El Bien Último; Dios; Beatitud

La perfección de vida, entonces, es percibir el bien moral. Pero ahora surge la pregunta: ¿Es la vida su propio fin? O, en otras palabras: ¿Cuál es el fin último destinado para el hombre? Para contestar a esta pregunta debemos considerar el bien primero bajo el aspecto de fin. "No solo actuamos", dice Santo Tomás, "para un fin inmediato, sino que todas nuestras acciones convergen hacia un fin o bien último, de otro modo la serie completa no tendría sentido." La prueba por la cual podemos determinar si cualquier objeto de persecución es el fin último es: "¿Satisface todo deseo?" Si no es así, no es suficiente para completar la perfección del hombre y establecerlo en posesión de su sumo bien y la consiguiente felicidad. Aquí Santo Tomás, siguiendo a San Agustín, examina los varios objetos del deseo humano –placer, riqueza, poder, fama, etc.--- y los rechaza todos como inadecuados. ¿Cuál es entonces el sumo bien, el fin último? Santo Tomás apela a la revelación que enseña que en la vida venidera los justos poseerán y disfrutarán de Dios mismo en posesión eterna. El argumento se resume en las muy conocidas palabras de San Agustín: "Tú nos has hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti". La condición moral necesaria para esta futuro consumación es que nuestra voluntad aquí se conforme a la voluntad divina tal como se expresa en la ley moral y en su ley positiva revelada. Así, el logro del bien próximo en esta vida conduce a la posesión de El Bien Supremo en la siguiente. Otra condición indispensable es que nuestras acciones sean vivificadas por la gracia divina (vea los artículos Gracia, Gracia Actual y Gracia Santificante). Lo que precisamente será el acto por el cual el alma aprehenderá el Sumo Bien es una cuestión controvertida entre los teólogos. La teoría tomista es que va a ser un acto del intelecto, mientras que la opinión escotista es que va a ser un acto de la voluntad. Como quiera que esto sea, una cosa es cierta dogmáticamente: el alma en esta asimilación no perderá su individualidad, ni será absorbida según el sentido panteísta de la substancia divina.

Se puede añadir una o dos palabras sobre un punto que, debido a la prevalencia de las ideas kantianas es de importancia real. Como hemos visto, el bien moral y El Bien Supremo son fines en sí mismos; no son medios, ni han de ser perseguidos simplemente como medios para el placer o la sensación agradable. Pero ¿podemos hacer de lo agradable alguna parte de nuestro motivo? Kant responde en la negativa; pues permitir que esto entre en nuestro motivo sería viciar el único motivo moral, "lo correcto en aras de lo correcto," por el interés propio. Esta teoría no tiene la debida consideración por el orden de cosas. La sensación placentera que acompaña a la acción, en el orden de la naturaleza, establecida por Dios, sirvió como un motivo para la acción, y su función es garantizar que no se descuiden las acciones necesarias para el bienestar. ¿Por qué, entonces, sería ilegal apuntar a un fin que Dios ha unido al bien? Del mismo modo que el logro de nuestro bien supremo será la causa de la felicidad eterna, podemos razonablemente hacer de este fin acompañante el motivo de nuestra acción, siempre y cuando no lo convirtamos en el motivo único o predominante.

En conclusión, podemos ahora establecer en una palabra la idea central de nuestra doctrina. Dios como Ser Infinito es bien infinito; las criaturas son buenas porque derivan su medida de ser de Él. Esta participación manifiesta su bondad, o glorifica a Dios, que es el fin para el que creó al hombre. La criatura racional está destinada a estar unida a Dios como el Fin y Bien Supremo de una manera especial. Con el fin de que pueda alcanzar esta consumación, es necesario que en esta vida, al conformar su conducta a la conciencia, el intérprete de la ley moral, perciba en sí mismo la justicia que es la verdadera perfección de su naturaleza. Así Dios es el sumo bien, como principio y como fin. "Yo soy el principio y soy el fin.”


Bibliografía: S. Tomás, Summa Theol., I, QQ. V, VI, XLIV, XLVII, LXV; I-II, V, XVII-XX, XCIV; IDEM, Summa Contra Gentiles, tr. RICKABY, God and His Creatures (Londres, 1905). II, XXIII; III, I-XI LXXXI, CXVI; S. AGUSTÍN, De Natura Boni; IDEM, De Doctrina Christiana; IDEM, De Civitate Dei; PLATÓN, Republic, IV-X; IDEM, Phaero, 64 sqq,; IDEM, Theatetus; ARISTÓTELES, Metaphysics, I, II, IV, VI; IDEM, Nicomach. Ethics, I, I-IV; IX; X; BOUQUILLON, Theologia Fundamentalis, lib. I; lib, III, tract. I; lib. IV; todos los libros de texto de la filosofía escolástica-bien se trata en ontología y en ética; RICKABY, Moral Philosophy (Londres, 1901); MIVART, On Truth, sect. III, IV (Londres, 1889); TURNER, History of Philosophy (Boston y Londres, 1903), passim; JANET Y SEAILLES, History of the Problems of Philosophy, ed. JONES (Londres y Nueva York, 1902), II, I, II; FARGES, La liberte et le Devoir, pt. II, iii; MCDONALD, The principles of Moral Science, bk. I, chs I-VI, XL; HARPER, The Metaphysic of the School (Londres, 1884), vol. I, bk. II, ch. IV.

Fuente: Fox, James. "Good." The Catholic Encyclopedia. Vol. 6. New York: Robert Appleton Company, 1909. 10 Aug. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/06636b.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina