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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Diferencia entre revisiones de «Juicio Divino»

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El Juicio Divino Considerado Subjetiva Y Objetivamente

El Juicio Divino (judicium divinum), como un acto inmanente de Dios, denota la acción de la justicia retributiva de Dios por la cual se decide el destino de las criaturas racionales de acuerdo a sus méritos y deméritos. Esto incluye: (1) El conocimiento de Dios del valor moral de los actos de las criaturas libres (scientia approbationis et reprobationis), y su decreto que determina las justas consecuencias de tales actos; (2) el veredicto divino sobre una criatura sujeta a la ley moral, y la ejecución de esta sentencia a modo de recompensa y castigo. Está claro, por supuesto, que el juicio, como está en Dios, no puede ser un proceso de actos distintos y sucesivos; se trata de un solo acto eterno idéntico a la esencia divina. Pero los efectos del juicio, ya que se lleva a cabo en las criaturas, sigue la secuencia de tiempo. El juicio divino se manifiesta y se cumple al inicio, durante el progreso y al final de los tiempos. En el principio, Dios pronunció juicio sobre toda la raza, como consecuencia de la caída de sus representantes, los primeros padres (Génesis 3). La muerte, enfermedades y miserias de esta fueron las consecuencias de esa sentencia original.

Además de este juicio común ha habido juicios especiales sobre individuos y pueblos particulares. Tales grandes catástrofes como el Diluvio (Gén. 6,5), la destrucción de Sodoma y Gomorra (Gén. 18,20), el terremoto que se tragó a Coré y sus seguidores (Núm. 16,30), las plagas de Egipto (Éxodo 6,6; 12,12) y los males que sobrevinieron sobre los opresores de Israel (Eze. 25,11; 28,22) son representados en la Biblia como juicios divinos. El temor de Dios es una idea tan fundamental en el Antiguo Testamento que insiste principalmente en el aspecto punitivo del juicio (cf. Prov. 11,31; Eze. 14,21). Una visión errónea de estas verdades llevó a muchos de los rabinos a enseñar que el mal que recae sobre el hombre es un castigo especial de lo alto, una doctrina que fue declarada falsa por Cristo.

Hay también en el mundo un juicio de Dios que es subjetivo. Por sus actos el hombre se adhiere o se desvía de la ley de Dios, y con esto se sitúa dentro de la esfera de la aprobación o condenación. En un sentido, entonces, cada individuo ejerce juicio sobre sí mismo. De ahí se declara que Cristo vino no a juzgar sino a salvar (Juan 3,17; 8,15; 12,47). El juicio interior procede de acuerdo a la actitud de la persona hacia Cristo (Juan 3,18). A pesar de que todos los acontecimientos de la vida no pueden ser interpretados como el resultado del juicio divino, cuya manifestación externa es, por tanto, intermitente, el juicio subjetivo tiene los mismos límites que la vida del individuo y de la raza. Al final de los tiempos el juicio complementará las visitas previas de la retribución divina y manifestará el resultado final del juicio secreto diario. Por su sentencia se decidirá el destino eterno de las criaturas. Ya que hay un doble fin del tiempo, asimismo hay un doble juicio eterna: el juicio particular, en la hora de la muerte, que es el fin del tiempo para el individuo, y el juicio general, en la época final de la existencia del mundo, el cual es el final de los tiempos para la raza humana.

Creencias Pre-Cristianas Respecto al Juicio Después de la Muerte

La idea de un reajuste final más allá de la tumba, que rectificaría el contraste agudo tan a menudo observado entre la conducta y la fortuna de los hombres, era prevalente en todas las naciones en tiempos antes del cristianismo. Tal era la doctrina de la metempsicosis o transmigración de las almas, como justificación de los caminos de Dios para el hombre, que prevalecía entre los hindúes de todas las clases y sectas, los pitagóricos, los místicos órficos, y los druidas. La doctrina de un juicio público y manifiesto en el mundo invisible, por el cual se determina la suerte eterna de las almas que han partido, era también ampliamente prevalente en los tiempos pre-cristianos.

La idea egipcia del juicio se expone con gran precisión de detalle en el "Libro de los Muertos", una colección de fórmulas diseñadas para ayudar a los muertos en su paso por el mundo subterráneo (Vea Egipto). Los babilonios y los asirios no hacen distinción entre el bien y el mal en cuanto a la futura morada se refiere. En el poema de Gilgamés se señala al héroe como juez de los muertos, pero no es claro si su regla era el valor moral de sus acciones. Un juicio infalible y compensación en la vida futura fue un punto cardinal en las mitologías de los persas, griegos y romanos. Pero mientras estos esquemas mitológicos eran acreditados como verdades estrictas por el pueblo ignorante, los instruidos los veían sólo como la presentación alegórica de la verdad. Siempre hubo algunos que negaban la doctrina de una vida futura, y esta incredulidad fue creciendo hasta que, en los últimos días de la República, el escepticismo respecto a la inmortalidad prevalecía entre griegos y romanos.

Con los judíos el juicio de los vivos era una idea mucho más prominente que el juicio de los muertos. El Pentateuco no contiene ninguna mención expresa de las remuneraciones en la vida futura, y fue sólo en un período comparativamente tardío, bajo la influencia de una revelación más completa, que la creencia en la resurrección y el juicio comenzó a desempeñar un papel capital en el fe del judaísmo (Vigouroux, "La Bible et les decouvertes modernes", pt.V, II, c. VI). Las huellas de este desarrollo teológico son claramente visibles en la época de los Macabeos. Entonces surgieron los dos grandes partidos opositores, los fariseos y los saduceos, cuyas interpretaciones divergentes de la Escritura llevaron a acaloradas controversias, especialmente respecto a la vida futura. Los saduceos negaban toda la recompensa y castigo en el más allá, mientras que sus oponentes sobrecargaban la verdad con detalles ridículos. Así algunos de los rabinos afirmaban que la trompeta que convocaría al mundo para el juicio sería uno de los cuernos del carnero que Abraham ofreció en lugar de su hijo Isaac. Además decían: “Cuando Dios juzgue a los israelitas, se pondrá de pie y hará el juicio breve y suave; cuando juzgue a los gentiles, se sentará y lo hará largo y severo.”

Aparte de tales fábulas rabínicas, la creencia corriente reflejada en los escritos de los rabinos y los fragmentos de escritura de comienzos de la era cristiana era la de un juicio preliminar y de un juicio final que ocurrirían en la consumación del mundo, el primero a ser ejecutado contra los malvados por la bizarría personal del Mesías y de los santos de Israel, el segundo a ser pronunciado como una sentencia eterna por Dios o el Mesías. El juicio particular de la persona individual se pierde de vista en el juicio universal mediante el cual el Mesías reivindicará las injusticias sufridas por Israel. Con el judaísmo alejandrino, por el contrario, al menos con aquel del que Filón es el exponente, la idea dominante era la de una retribución inmediata después de la muerte. Las dos sectas disidentes de Israel, los esenios y los samaritanos, estaban de acuerdo con la mayoría de los judíos en cuanto a la existencia de una retribución discriminatoria en la vida futura. Los esenios creían en la preexistencia de las almas, pero enseñaban que la post-existencia era un estado inmutable de bienaventuranza o aflicciones según las obras hechas en el cuerpo. Los principios escatológicos de los samaritanos eran al principio pocos y vagos. Su doctrina de la resurrección y del día de la venganza y recompensa era una teología modelada a imitación del judaísmo, y formulada por primera vez para la secta por su mayor teólogo, Marca (siglo IV a.C.).


Fuente: McHugh, John. "Divine Judgment." The Catholic Encyclopedia. Vol. 8, pp 549-550. New York: Robert Appleton Company, 1910. 15 Oct. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/08549a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina