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Domingo, 22 de diciembre de 2024

Apocatástasis

De Enciclopedia Católica

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San Gregorio Niseno
San Germán de Constantinopla
Orígenes
San Clemente de Alejandría

(Griego, apokatastasis; latín, restitutio in pristinum statum, restauración a la condición original).

Apocatástasis es el nombre dado en la historia de la Teología a la doctrina que enseña que llegará un tiempo en que todas las criaturas libres compartirán la gracia de la salvación; de un modo especial, los demonios y las almas de los réprobos.

San Gregorio de Nisa enseñaba explícitamente esta doctrina, y en más de uno de sus pasajes. En primer lugar, aparece en su “De anima et resurrectione” (P.G., XLVI, cols. 100, 101) donde, al hablar del castigo por el fuego asignado a las almas después de su muerte, lo compara con el proceso mediante el cual se refina el oro en un horno, donde se separa la escoria del resto de la aleación. Por lo tanto, el castigo por el fuego no es un fin en sí mismo, sino que es un proceso de mejoramiento; la única razón de infligirlo es para separar el bien del mal en el alma. Más aun, este proceso es en sí mismo doloroso; la agudeza y duración del dolor están en proporción con el mal del cual cada alma es culpable; la llama durará mientras quede algún mal que destruir. Entonces vendrá un tiempo en que todo mal dejará de existir ya que no tiene existencia propia fuera del libre albedrío, al cual es inherente; cuando cada libre albedrío se vuelva hacia Dios, estará en Dios y el mal ya no tendrá donde existir. Continúa San Gregorio de Nisa, así se cumplirá la palabra de San Pablo: Deus erit omnia in omnibus (1 Cor. 15,28, que significa que, finalmente, el mal dejará de existir, ya que, si Dios será todo en todo, no habrá más lugar para el mal. (cols. 104, 105; cf. col. 152).

San Gregorio recurre al mismo pensamiento de la aniquilación final del mal, en su “Oratio catechetica”, cap. XXVI; también se encuentra aquí la misma comparación del fuego que limpia el oro de sus impurezas; así también el poder de Dios purgará a la naturaleza de aquello que es preternatural, es decir, el mal. Tal purificación será dolorosa, como lo es una operación quirúrgica, pero la restauración, en última instancia, será completa. Cuando esta restauración haya sido efectuada (he eis to archaion apokatastasis ton nyn en kakia keimenon) toda la Creación dará gracias a Dios, tanto las almas que no han tenido necesidad de purificación como aquellas que sí la hayan necesitado. Sin embargo, no sólo el hombre se verá libre del mal, sino también el diablo, por quien entró el mal al mundo (ton te anthropon tes kakias eleutheron kai auton ton tes kakias eyreten iomenos). La misma enseñanza se puede encontrar en el “De mortuis” (ibid., col. 536). Bardenhewer justamente observa (“Patrologie”, Friburgo, 1901, pág. 266) que San Gregorio en otra parte dice no menos respecto a la eternidad del fuego y el castigo de los réprobos, sino que el santo entendía esta eternidad como un período de muy larga duración, aunque uno que tiene un límite. Compare este con “Contra Usurarios” (XLVI, col. 436), donde se dice que el sufrimiento de los réprobos es eterno, aionia, y “Orat. Cathechet.”, XXVI (XLV, col. 69), donde el mal es aniquilado después de un largo período de tiempo, makrais periodois. Estas contradicciones verbales explican por qué los defensores de la ortodoxia habrían pensado que los escritos de San Gregorio de Nisa habían sido manipulados por los herejes.

San Germán de Constantinopla, que escribió en el siglo VIII, fue tan lejos como para decir que aquellos que sostuvieren que los demonios y los réprobos algún día serían liberados habían osado “infundir a la más pura y sana primavera de sus escritos (de Gregorio) el veneno negro y peligroso del error de Orígenes, y atribuir astutamente esta herejía absurda a un hombre famoso tanto por sus virtudes como por su erudición” (citado por Focio, Bibl. Cod., 223; P.G. CIII, col. 1105). Tillemont, "Mémoires pour l'histoire ecclésiastique" (París, 1703), IX, pág. 602, se inclina por la opinión de que San Germán se basaba en buenas razones. Empero, debemos aceptar, con Bardenhewer loc.cit.) que la explicación ofrecida por San Germán de Constantinopla no se sostiene. Este era, también, el parecer de Petavio, “Theolog. Dogmat”. (Amberes, 1700), III, “De Angelis”, 109-111.

De hecho, la doctrina de la apokatastasis no es sólo propia de San Gregorio de Nisa, sino que está tomada de Orígenes, quien a veces parece renuente en tomar decisiones respecto al asunto de la eternidad del castigo. Tixeront ha dicho bien que Orígenes, en su “De principiis” (I.6.3), no se atreve a asegurar que todos los ángeles malos retornarán a Dios tarde o temprano (P.G., XI, col. 168, 169); mientras que en su “Comment. in Rom.”, VIII, 9 (P.G., XIV, col. 1185), declara que Lucifer, a diferencia de los judíos, no se convertirá, ni siquiera al final de los tiempos. Por otra parte, en otros pasajes, y como regla, Orígenes enseña la apokatastasis, la restauración final de todas las criaturas inteligentes a la amistad con Dios. Tixeront escribe al respecto: “No todos disfrutarán de la misma felicidad, pues en la casa del Padre hay muchas moradas, pero todos podrán alcanzarla. Si la Escritura a veces parece hablar del castigo de los malvados como eterno, esto es para aterrorizar a los pecadores, para que vuelvan a la senda correcta, y siempre es posible, con atención, descubrir el verdadero significado de estos textos. Sin embargo, siempre se debe aceptar como principio que Dios no castiga sino para corregir, y que la única finalidad de su mayor ira es el mejoramiento de los culpables. Así como el médico emplea el fuego y el acero en ciertas enfermedades profundamente arraigadas, así Dios usa el fuego del infierno para curar al pecador impenitente. Por lo tanto, todas las almas, todos los seres impenitentes que se han descarriado serán restaurados, tarde o temprano, a la amistad con Dios. La evolución será larga, en algunos casos incalculablemente larga, pero llegará el momento en que Dios será todo en todos. El último enemigo, la muerte, será destruido, el cuerpo se hará espiritual, el mundo de la materia se transformará, y en el universo sólo habrá paz y unidad” (Tixeront, Histoire des dogmes, (París, 1905), I, 304, 305). El texto palmario de Orígenes debería ser referido a “De principiis”, III, 6,6; (P.G. XI, col. 338-340). Para las enseñanzas de Orígenes y los pasajes en donde se expresa, consultar a Huet, “Origeniana”, II, qu. 11, n. 16 (publicado nuevamente en P.G., XVII, col. 1023-26); y Petavio, “Theol.dogmat., De Angelis”, 107-109; también Harnack (Dogmengeschichte” (Friburgo, 1894), I 645-646), quien conecta las enseñanzas de Orígenes en este punto con las de Clemente de Alejandría.

Tixeront también escribe muy acertadamente sobre este tema: “Clemente admite que las almas pecadoras sean santificadas después de la muerte por un fuego espiritual, y que los malvados, del mismo modo, sean castigados por el fuego. ¿Será eterno su castigo? No parecería así. En la Stromata, VII, 2 (P.G., IX, col. 416), el castigo al que se refiere Clemente, y que sigue al juicio final, obliga a los malvados al arrepentimiento. En el capítulo XVI (col. 541) el autor establece el principio de que Dios no castiga, sino que corrige; es decir que todos los castigos de su parte son reparadores. Si se supone que Orígenes partió desde este principio para llegar a la apokatastasis ---así como San Gregorio de Nisa--- es extremadamente probable que Clemente de Alejandría lo entendiera en el mismo sentido” (Histoire des dogmes, I, 277). Empero, Orígenes no parece haber considerado la doctrina de la apokatastasis como una destinada para ser predicada a todos, al ser suficiente, para la generalidad de los fieles, conocer que los pecadores serán castigados. (Contra Celsum, IV, 26 en P.G., XI, col.1332).

Entonces, Orígenes y Clemente de Alejandría fueron los primeros en enseñar la doctrina, que ejerció influencia en su cristianismo debido al platonismo, tal como Petavio nos lo ha expresado claramente (Theol. dogmat. De Angelis,106), siguiendo a San Agustín “De civitate Dei”, XXI, 13. Comparar con Janet, “La philosophie de Platon” (París, 1869), I, 603. Además, es evidente que la doctrina abarca un esquema puramente natural de justicia divina y de redención. (Platón, República, X, 614b.)

A través de Orígenes la doctrina platónica de la apokatastasis pasó a San Gregorio de Nisa y simultáneamente a San Jerónimo, por lo menos durante la época en que San Jerónimo fue un origenista. No obstante, es cierto que San Jerónimo lo atribuye solamente a los bautizados: “In restitutione omnium, quando corpus totius ecclesiæ nunc dispersum atque laceratum, verus medicus Christus Jesús sanaturus advenerit, unusquisque secundum mensuram fidei et cognitionis Filii Dei… suum recipiet locum et incipiet id esse quod fuerat” (Comment. In Eph., IV, 16; P.G., XXVI, col. 503). En todos sus demás escritos San Jerónimo enseña que el castigo de los demonios y de los impíos, es decir, de aquellos que no han asumido la fe, será eterno. (Ver Petavio, Theol. dogmat. De Angelis, 111, 112). Por otra parte, “Ambrosiastro” parece haber extendido los beneficios de la redención a los demonios, (In eph., III, 10; P.L., XVII, col. 382), aún así la interpretación de “Ambrosiastro” a este respecto no está exenta de dificultad. [Ver Petavo, pág., 111; también, Turmel, Histoire de la théologie positive, depuis l’origine, etc. (París, 1904) 187.]

Sin embargo, desde el momento en que prevaleció el anti-origenismo, la doctrina de la apokatastasis fue abandonada definitivamente. San Agustín protesta más fuertemente que ningún otro escritor contra un error tan contrario a la doctrina de la necesidad de la gracia. Vea, especialmente, su “De gestis Pelagii”, I: “In Origene dignissime detestatur Ecclesia, quod et iam illi quos Dominus dicit æterno supplicio puniendo, et ipse diabolus et angeli eius, post tempos licet prolixum purgati liberabuntur a poenis, et sanctus cum Deo regnantibus societate beatitudinis adhærebunt”. Aquí Agustín alude a la sentencia pronunciada contra Pelagio por el Concilio de Dióspolis en 415 (P.L., XLIV, col. 325). Incluso recurre al tema en muchos pasajes de sus escritos, y en el Libro XXI “De Civitate Dei” se propone encarecidamente probar la eternidad del castigo contra el error platónico y origenista respecto a su carácter intrínsecamente purgante.

Además, señalamos que la doctrina de la apokatastasis estaba en boga en Oriente, no sólo por San Gregorio de Nisa sino también por San Gregorio Nacianceno, “De seipso”, 566 (P.G., XXXVII, col. 1010), pero este último, aunque hace la pregunta, no se decide finalmente a favor ni en contra, sino que, más bien, le deja la respuesta a Dios. Köstlin, en “Realencyklopädie für protestantische Theologie” (Leipzig, 1896), I, 617, art. “Apokatastasis” menciona a Diodoro de Tarso y a Teodoro de Mopsuestia como sostenedores de la doctrina de la apokatastasis, pero no cita ningún pasaje en apoyo de su afirmación. En todo caso, la doctrina fue condenada formalmente en el primero de los famosos anatemas pronunciados en el Concilio de Constantinopla de 543: Ei tis ten teratode apokatastasis presbeuei anatema esto [Ver también Justiniano, Liber adversus Originem, anatemas 7 y 9]. En adelante la Iglesia consideró heterodoxa la doctrina.

Sin embargo, estaba destinada a ser revivida en las obras de algunos escritores eclesiásticos. Sería interesante verificar la afirmación de Köstlin y Bardenhewer de que debe ser rastreada a Bar Sudaili, de Dionisio el Areopagita, Máximo el Confesor, Escoto Eriúgena y Amalrico de Bena. Reaparece en la Reforma en los escritos de Denk (m. 1527), y Harnack no ha dudado en afirmar que casi todos los reformadores eran apocatastasistas de corazón, y que explica su aversión a la enseñanza tradicional en relación con los sacramentos (Dogmengeschichte, III, 661). La doctrina de la apokatastasis considerada como creencia en la salvación universal se puede encontrar entre los anabaptistas, los Hermanos Moravios, los cristadelfianos, entre los protestantes racionalistas y finalmente entre los universalistas profesos. También la han sostenido algunos protestantes filosóficos como Schleiermacher, y unos pocos teólogos, por ejemplo, Farrar en Inglaterra, Eckstein y Pfister en Alemania y Matter en Francia. Consulte a Köstlin, art. Cit., y Grétillut, “Exposé de théologie systématique” (París, 1890), IV, 603.


Fuente: Batiffol, Pierre. "Apocatastasis." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. 4 Jul. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/01599a.htm>.

Traducción de Estela Sánchez Viamonte. lhm