Herramientas personales
En la EC encontrarás artículos autorizados
sobre la fe católica
Viernes, 29 de marzo de 2024

Virtud

De Enciclopedia Católica

Saltar a: navegación, buscar

Definiciones

Según su etimología la palabra virtud (latín virtus) significa hombría o coraje. “Appelata est enim a viro virtus: viri autem propria maxime est fortitudo” (“El término virtud viene de la palabra que significa hombre; la principal cualidad de un hombres es su fortaleza”; Cicero, Tuscul.”, I, XI, 18). Tomada en su sentido más amplio virtud significa la excelencia de perfección de una cosa, justo como vicio, su contrario, denota un defecto o ausencia de la perfección debida a una cosa. Sin embargo, en su sentido estricto, según usada por los filósofos morales y teólogos, significa un hábito sobreañadido a la facultad del alma, que la dispone a obtener con prontitud actos conformes a nuestra naturaleza racional. “Virtud”, dice Agustín, “es un buen hábito consonante con nuestra naturaleza.” De la Cuestión completa de Santo Tomás de Aquino sobre la esencia de la virtud se puede deducir su breve pero completa definición de virtud:  : "habitus operativus bonus", un hábito operativo esencialmente bueno, en contraposición a vicio y hábito operativo esencialmente malo. Ahora bien, el hábito es una cualidad difícil de cambio en sí mismo, disponiendo bien o mal al sujeto en el cual reside, ya sea directamente en sí mismo o en relación a su operación. Un hábito operativo es una cualidad que reside en un poder o facultad indiferente en sí mismo a esta o aquella línea de acción, pero determinada por el hábito a esta en lugar de aquella clase de actos (Vea hábito). La virtud entonces tiene esto en común con el vicio, que dispone a una potencia a cierta actividad determinada; pero difiere específicamente de ella en que la dispone a actos buenos, es decir, actos en consonancia con la recta razón. Así, la templanza inclina el apetito sensual a actos de moderación conformes a la recta razón justo como la intemperancia impele el mismo apetito a actos de exceso contrarios a los dictados de nuestra naturaleza racional.

Sujetos de la Virtud

Antes de determinar los sujetos o potencias en los cuales residen las diferentes virtudes, será necesario distinguir dos clases de virtudes: las que son virtudes absolutas (simpliciter) y las que son virtudes sólo en un sentido restringido (secundum quid). La última confiere sólo una facultad para hacer el bien, y hace bueno al poseedor sólo en un sentido restringido, por ejemplo, un buen lógico. La primera, además de la facilidad para hacer el bien, hace que uno use la facilidad correctamente, y hace al poseedor completamente bueno. Ahora bien, el intelecto puede ser el sujeto de esos hábitos que son llamados virtudes en un sentido restricto, tal como la ciencia y el arte. Pero sólo la voluntad, o cualquier otra facultad sólo en la medida que es movida por la voluntad, puede ser el sujeto de los hábitos que son llamados virtudes en el sentido absoluto. Pues es función propia de la voluntad mover a sus respectivos actos todos los otros poderes que son racionales de cualquier manera. Así el intelecto y el apetito sensual, movidos por la voluntad, son los sujetos de la prudencia y la templanza, mientras que la voluntad misma es el sujeto de la justicia, una virtud en el sentido absoluto.

Divisiones de la Virtud

Las virtudes se pueden clasificar en morales, intelectuales y teologales.

Virtudes Intelectuales

La virtud intelectual puede ser definida como un hábito que perfecciona el intelecto para producir con prontitud actos que son buenos en referencia a su propio objeto, a saber, la verdad. Puesto que el intelecto es llamado especulativo o práctico según se confine a sí mismo a la sola contemplación de la verdad o considere la verdad en referencia a la acción, las virtudes intelectuales pueden ser clasificadas de acuerdo a esta doble función de la facultad mental. Las virtudes intelectuales especulativas son la sabiduría, la ciencia y el entendimiento.

  • Sabiduría es el conocimiento de conclusiones a través de sus causas supremas. Así, la filosofía, y particularmente la metafísica, es propiamente designada como sabiduría, puesto que considera la verdad del orden natural de acuerdo a sus más altos principios.
  • Ciencia es el conocimiento de conclusiones adquiridas por demostración a través de causas o principios que son finales en una clase u otra. Así hay diferentes ciencias, matemáticas, física, etc., pero sólo una sabiduría, el juicio supremo de todas.
  • Entendimiento se define como el hábito de los primeros principios; como hábito o virtud se debe distinguir, por lo menos lógicamente, de la facultad de la inteligencia. También es llamado intuición, puesto que tiene como objeto verdades que son evidentes, cuya percepción no requiere un proceso discursivo. Se debe señalar que estas virtudes difieren de los dones del Espíritu Santo, designados por el mismo nombre, considerando que son cualidades del orden natural, mientras que los dones son intrínsecamente del orden sobrenatural.

Las virtudes intelectuales prácticas son dos, a saber, el arte y la prudencia.

Arte:

Arte, según los escolásticos, significa el método correcto respecto a las producciones externas (recta ratio factibilium). Así como la ciencia perfecciona y dirige el intelecto correctamente a la razón respecto a su propio objeto en vista a la consecución de la verdad, así también el arte perfecciona y dirige el intelecto en la aplicación de ciertas reglas en vista a la producción de obras externas, ya sean éstas de un carácter útil o estético; de ahí la división en bellas artes y artes útiles. El arte tiene en común con los tres hábitos intelectuales especulativos que todos son virtudes sólo en un sentido restricto. Por lo tanto hacen al hombre bueno sólo en un sentido limitado, por ejemplo, un buen geómetra, un buen escultor. Pues la función propia de la ciencia, como arte, como tal, no es conferir bondad moral, sino dirigir el intelecto en sus procesos científicos o artísticos.

Prudencia:

Así como el arte es el método correcto de producción, la prudencia, según definida por Santo Tomás, es el método correcto de conducta (recta ratio abigilium). Difiere de todas las demás virtudes intelectuales en que es una virtud en el sentido absoluto, no sólo confiere disposición para las buenas obras, sino que nos hace usar esa disposición correctamente. Considerada más específicamente, es esa virtud la que nos dirige a escoger los medios más aptos, bajo las circunstancias existentes, para el logro de un fin esperado. Difiere de las virtudes morales en que reside no en los poderes del apetito, sino en el intelecto, siendo su acto propio, no escoger los medios adecuados, sino la dirección de esa selección. Pero aunque la prudencia es esencialmente una virtud intelectual, sin embargo, bajo cierto respecto (materialiter) puede ser considerada una virtud moral, puesto que tiene como su materia los actos de las virtudes morales. Pues si el fin es vicioso, aunque se manifieste cierta astucia en el discernimiento de los medios, tal astucia no es prudencia real, sino semejante a la prudencia (vea prudencia).

Virtudes Morales

Las virtudes morales son aquellas que perfeccionan las facultades apetitivas del alma, es decir, la voluntad y el apetito sensual. La virtud moral es llamada así por la palabra mos, que significa cierta inclinación natural o cuasi natural a hacer una cosa. Pero la inclinación a actuar se atribuye propiamente a la facultad apetitiva, cuya función es mover a los demás poderes a la acción. En consecuencia esa virtud llama moral porque perfecciona la facultad apetitiva. Pues como el apetito y la razón realizan distintas actividades, es necesario que no sólo la razón esté bien dispuesta por el hábito de la virtud intelectual, sino que los poderes apetitivos estén también bien dispuestos por el hábito de la virtud moral. De esta necesidad de las virtudes morales vemos la falsedad de la teoría de Sócrates, quien afirmaba que toda virtud era conocimiento, así como sostenía que todo vicio es ignorancia. Además, las virtudes morales aventajan a las intelectuales, excepto la prudencia, en que ellas no sólo dan la facilidad, sino también el recto uso de la facilidad para actuar bien. De ahí que las virtudes morales son virtudes absolutas; y cuando decimos que un hombre es completamente bueno, denotamos moralmente bueno. Puesto que la función propia de las virtudes morales es rectificar los poderes apetitivos, es decir, disponerlos a actuar según la recta razón, hay principalmente tres virtudes morales: (a) justicia, que perfecciona el apetito racional o la voluntad; (b) la fortaleza y (c) templanza, que moderan los apetitos inferiores o sensuales. La prudencia, como hemos observado, es llamada una virtud moral, no sólo esencialmente, sino debido a su materia, en la medida en que dirige los actos de las virtudes morales.

Justicia:

La justicia, una virtud esencialmente moral, regular las relaciones del hombre con su prójimo. Nos dispone a respetar los derechos de los demás, a dar cada cual lo que le pertenece (vea justicia). Entre las virtudes anexas a la justicia están:

  • la religión, que regula las relaciones del hombre con Dios, y lo dispone a darle el culto debido a su Creador;
  • la piedad, que nos dispone al cumplimiento de los deberes debidos a nuestros padres y a la patria (patriotismo);
  • la gratitud, que nos inclina a reconocer los beneficios recibidos:
  • la liberalidad, que restringe el desmedido afán por la riqueza;
  • afabilidad, por la cual uno está adecuadamente adaptado a sus congéneres en las relaciones sociales para tratarlos apropiadamente.

Todas estas virtudes morales, así como la justicia misma, regula al hombre en sus tratos con los demás. Pero además de estas hay virtudes morales que regulan al hombre respecto a sus propias pasiones. Ahora bien, hay pasiones que impelen al hombre a desear lo que la razón le ordena; de ahí que hay principalmente dos virtudes morales, a saber, la templanza y la fortaleza, cuya función es regular los bajos apetitos.

Templanza:

La templanza es la que restringe el impulso indebido de concupiscencia por el placer sensible, mientras que la fortaleza hace al hombre fuerte cuando de otro modo huiría, contrario a la razón, de peligros y dificultades inherentes a aquellos actos por los cuales la naturaleza humana se preserva en el individuo o se propaga en la especie. La templanza, entonces, considerada más particularmente, es esa virtud moral que modera de acuerdo a la razón los deseos y placeres del apetito sensual Las clases subordinadas de templanza son:

  • abstinencia, que dispone a la moderación en el uso de la comida;
  • sobriedad, que nos inclina a la moderación en el uso de bebidas espiritosas;
  • castidad, que regula el apetito respecto a los placeres sexuales; a la castidad se puede reducir la modestia, la cual se relaciona con los actos subordinados al acto de reproducción.

Las virtudes anexas a la templanza son:

  • continencia, que de acuerdo a los escolásticos, le prohíbe a la voluntad consentir a movimientos violentos o concupiscencia.
  • humildad, que restringe los deseos desordenados de la propia excelencia;
  • mansedumbre, que vigila los movimientos desordenados de la ira;
  • modestia o decoro, que consiste en ordenar debidamente los movimientos externos de la ira; a la dirección de la razón.

A esta virtud de puede reducir lo que Aristóteles llama eutrapelia, o buen ánimo, buen humor, el cual dispone a la moderación en los deportes, juegos y justas, según los dictados de la razón, tomando en consideración la circunstancia de persona, temporada y lugar.

Fortaleza:

Según la templanza y sus virtudes anexas remueven de la voluntad los obstáculos al bien racional que surge de los placeres sensuales, así la fortaleza remueve de la voluntad aquellos obstáculos que surgen de dificultades en hacer lo que requiere la razón. Por lo tanto, la fortaleza, que implica cierto coraje y fuerza moral, es la virtud por la cual uno se enfrenta y padece peligros y dificultades, incluso la muerte misma, y nunca nos desalienta el miedo a perseguir el bien que dicta la razón. (Vea fortaleza.) Las virtudes anexas a la fortaleza son:

  • Paciencia, que nos dispone a sobrellevar los males presentes con ecuanimidad; pues como el hombre valiente es el que reprime los miedos que lo hacen retraerse de enfrentar los peligros que la razón le dicta que debe arrostrar, así también el hombre paciente es uno que sobrelleva los males presentes de tal modo de no dejarse abatir excesivamente por ellos;
  • Munificencia, la que nos dispone a incurrir en grandes gastos para realizar adecuadamente una gran obra. Difiere de la mera liberalidad en que no se refiere a gastos y donativos ordinarios, sino a aquellos que son grandes. De ahí que el hombre munificiente es uno que da con generosidad reeal, que no hace las cosas en una escala mezquina sino magnífica, siempre, sin embargo, de acuerdo con la recta razón.
  • Magnanimidad; que implica el alcance del alma a grandes cosas, es la virtud que regula al hombre respecto a los honores. El hombre magnánimo tiene por objeto hacer grandes obras en toda línea de virtud, por lo que es su propósito hacer cosas dignas de gran honor. Ni la magnanimidad es incompatible con la verdadera humildad. “La magnanimidad”, dice Santo Tomás, “hace a un hombre considerarse digno de grandes honores en consideración a los dones divinos que posee; mientras que la humildad lo hace pensar poco de sí mismo en consideración a sus propios defectos”.
  • Perseverancia es la virtud que nos dispone a continuar en la realización de buenas obras a pesar de las dificultades inherentes a ellas. Como una virtud moral no se debe confundir precisamente con lo que se designa como perseverancia final, ese don especial de los predestinados por el cual uno se halla en el estado de gracia al momento de la muerte. Se usa aquí para designar la virtud que nos dispone a continuar cualquier obra buena no importa cuál sea.

(Para un tratamiento más detallado de las cuatro principales virtudes morales, vea virtudes cardinales)

Virtudes Teologales

Todas las virtudes tienen como su ámbito final disponer al hombre a actos conducentes a su verdadera felicidad. Sin embargo, la felicidad de la cual es capaz el hombre es doble, a saber: natural, la cual se consigue por los poderes naturales del hombre, y sobrenatural, la cual excede la capacidad de la naturaleza humana sin ayuda. Dado que, por lo tanto, los principios meramente naturales de la acción humana son insuficientes para un fin sobrenatural, es necesario que el hombre sea dotado de poderes sobrenaturales que le permitan alcanzar su destino final. Ahora bien, estos principios sobrenaturales no son más que las virtudes teologales. Se llaman teologales

  • 1. porque tienen a Dios por objeto inmediato y apropiado;
  • 2. porque son infundidas divinamente;
  • 3. porque sólo se conocen a través de la Revelación Divina.

Las virtudes teologales son tres, a saber: fe, esperanza y caridad.

Fe

La fe es una virtud infusa, por la que el intelecto se perfecciona por una luz sobrenatural, en virtud de la cual, en virtud de un movimiento sobrenatural de la voluntad, asiente con firmeza a las verdades de la Revelación sobrenatural, no sobre el motivo de la evidencia intrínseca, sino sobre la única razón de la autoridad infalible de Dios que revela. Puesto que el hombre se orienta en el logro de la felicidad natural por principios de conocimiento conocidos por la luz natural de la razón, también en el logro de su destino sobrenatural su intelecto debe ser iluminado por ciertos principios sobrenaturales, es decir, las verdades reveladas divinamente. (Vea fe).

Esperanza

Pero no sólo el intelecto del hombre debe ser perfeccionado con respecto a su fin sobrenatural, sino que su voluntad también debe tender a ese fin, como un bien posible de alcanzar. Ahora, la virtud, por la que se perfecciona la voluntad, es la virtud teologal de la esperanza. Se define comúnmente como una virtud divinamente infundida, por la que confiamos, con una confianza inquebrantable basada en la ayuda divina, para alcanzar la vida eterna.

Caridad

Pero la voluntad no sólo debe tender hacia Dios, su fin último, sino que también debe estar unida a él por una cierta conformidad. Esta unión espiritual o conformidad, por la cual el alma está unida a Dios, el soberano bien, se realiza por la caridad. La caridad es, pues, la virtud teológica por la cual Dios, nuestro fin último, conocido por la luz sobrenatural, es amado por razón de su bondad intrínseca o amabilidad, y nuestro querido vecino a causa de Dios. Se diferencia de la fe, en que no considera a Dios bajo el aspecto de la verdad, sino del bien. Se diferencia de la esperanza en la medida en que se refiere a Dios no como nuestro bien, precisamente (nobis bonum), sino como bien en sí mismo (in se bonum). Pero este amor de Dios tan bueno en sí mismo no excluye, como afirmaban los quietistas, el amor de Dios, puesto que Él es nuestro bien (véase quietismo). Con respecto al amor al prójimo, cae dentro de la virtud teologal de la caridad en la medida en que su motivación es el amor sobrenatural de Dios, y se distingue así del simple afecto natural. De las tres virtudes teologales, la caridad es la más excelente. La fe y la esperanza, que envuelven como lo hacen una cierta imperfección, a saber, la oscuridad de luz y la ausencia de posesión, cesarán con esta vida, pero la caridad que no implica ningún defecto esencial durará para siempre. Además, como la caridad excluye todo pecado mortal, la fe y la esperanza son compatibles con el pecado mortal; pero, como tales, son sólo virtudes imperfectas; es sólo cuando son informadas y vivificadas por la caridad que sus actos son meritorios de la vida eterna (véase virtud teologal de la caridad).

Causas de la Virtud

Para el intelecto humano, los principios básicos del conocimiento, tanto especulativos como morales, son connaturales; para la voluntad humana la tendencia al bien racional es connatural. Ahora bien, estos principios conocibles naturalmente y estas tendencias naturales al bien constituyen las semillas o gérmenes de donde surgen las virtudes intelectuales y morales. Además por razones del temperamento natural individual, resultante de las condiciones fisiológicas, los individuos particulares están mejor dispuestos que otros a las virtudes particulares. Así, ciertas personas tienen una aptitud natural respecto a la ciencia, otros a la templanza y otros a la fortaleza. Por lo tanto se puede asignar la naturaleza misma como la causa radical de las virtudes intelectuales y morales, o la causa de esas virtudes vistas en su estado embrionario. En su estado perfecto y completamente desarrollado, sin embargo, las antedichas virtudes son causadas o adquiridas por actos repetidos frecuentemente. Así, por actos múltiples las virtudes morales se generan en las facultades del apetito en la medida en que la razón actúa sobre ellas, y la determinación de los primeros principios (véase hábito).

Las virtudes sobrenaturales son inmediatamente causadas o infundidas por Dios. Sin embargo, una virtud puede llamarse infusa de dos maneras: en primer lugar, cuando por su misma naturaleza (per se) puede ser efectivamente producida sólo por Dios; en segundo lugar, de forma accidental (per accidens) en que puede ser adquirida por nuestros propios actos, pero es infundida por un designio divino, como en el caso de Adán y Cristo. Ahora bien, además de las virtudes teologales, de acuerdo con la doctrina de Santo Tomás, hay también virtudes morales e intelectuales de su misma naturaleza infundidas divinamente, como la prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Estas virtudes infusas difieren de las virtudes adquiridas

  • en cuanto a su principio de eficacia, siendo causadas inmediatamente por Dios, mientras que las virtudes adquiridas son causadas por actos de una fuerza vital creada;
  • por razón de su principio radical, pues las virtudes infusas se derivan de la gracia santificante como su fuente, mientras que las virtudes adquiridas no están esencialmente relacionadas con la gracia;
  • por razón de los actos que provocan, al ser los de virtudes infundidas intrínsecamente sobrenaturales y los de las adquiridas no exceden la capacidad de la naturaleza humana;
  • mientras que un pecado mortal destruye las virtudes infusas, los actos de pecado mortal no son necesariamente incompatibles con las virtudes adquiridas, puesto que los actos contrarios no se oponen directamente al correspondiente hábito contrario.

Propiedades de las Virtudes

La Media de las Virtudes

Una de las propiedades de las virtudes es que consisten en el justo medio, es decir, en lo que se encuentra entre el exceso y el déficit. Porque así como la perfección de las cosas sujetas a la norma consiste en la conformidad con esta norma, así también el mal en esas mismas cosas resulta de la desviación de esta norma, ya sea por exceso o defecto. De ahí que la perfección de las virtudes morales consiste en conformar los movimientos de los poderes del apetito a su propia regla, que es la razón, ni más allá ni por debajo de ella. Así, la fortaleza, que hace a uno valiente para enfrentar los peligros, evita por un lado la audacia temeraria y por el otro la timidez excesiva. Este justo medio, que consiste en la conformidad con la recta razón, a veces coincide con la media de la cosa objetivo (medium rei), como en el caso de la virtud de la justicia, lo que da a cada hombre lo debido, ni más ni menos. Sin embargo, el justo medio a veces se toma en referencia a nosotros mismos, como en el caso de las demás virtudes morales, a saber, la fortaleza y la templanza. Puesto que estas virtudes se refieren a las pasiones interiores, en el que no se puede fijar invariablemente la norma de lo correcto, en diferentes individuos varían con respecto a las pasiones. Así, lo que sería la moderación en uno sería el exceso en otro. Aquí también cabe señalar que el medio y los extremos en las acciones y las pasiones se determinarán según las circunstancias, que pueden variar. Por lo tanto, con respecto a cierta virtud, lo que puede ser un extremo de acuerdo a una circunstancia puede ser una media de acuerdo a otra. Así, la castidad perpetua, que renuncia a todos los placeres sexuales, y la pobreza voluntaria, que renuncia a todos los bienes temporales, son virtudes verdaderas, cuando son ejercidas por el motivo de ganar más seguramente la vida eterna.

Con respecto a las virtudes intelectuales, su justo medio es la verdad o la conformidad a la realidad, mientras que el exceso consiste en una falsa afirmación, y el defecto en una falsa negación. Las virtudes teologales no constituyen una media absolutamente (per se), ya que su objeto es algo infinito. Así que nunca podremos amar a Dios en exceso. Accidental (per accidens), sin embargo, lo que es extremo o media en las virtudes teologales puede considerarse relativamente a nosotros mismos. Así, aunque nunca se puede amar a Dios tanto como lo merece, todavía le podemos amar de acuerdo a nuestras fuerzas.

Conexión de las Virtudes

Otra característica de las virtudes es su relación entre sí. Esta relación recíproca existe entre las virtudes morales en su estado perfecto estado. "Las virtudes", dice San Gregorio, "si se separan, no puede ser perfectas en la naturaleza de la virtud, pues no es verdadera prudencia la que no es justa y templado y valiente". La razón de esta conexión es que la virtud moral no puede lograrse sin la prudencia, porque es la función de la virtud moral, al ser un hábito electivo, hacer una elección correcta, cuya rectitud de elección debe ser dirigida por la prudencia. Por otra parte la prudencia no puede existir sin las virtudes morales; porque la prudencia, siendo un método correcto de conducta, tiene como principios de procedencia los extremos de conducta, a cuyos extremos uno se inclina debidamente a través de las virtudes morales. Las virtudes morales imperfectas, sin embargo, es decir, las inclinaciones a la virtud que resultan del temperamento natural, no están necesariamente conectadas entre sí. Así, vemos a un hombre de temperamento natural presto a actos de liberalidad y no presto a los actos de castidad. Las virtudes morales naturales o adquiridas tampoco están necesariamente relacionadas con la caridad, aunque pueden ser de manera ocasional. Pero las virtudes morales sobrenaturales son infundidas simultáneamente con la caridad. Porque la caridad es el principio de todas las buenas obras referibles al destino sobrenatural del hombre. Por lo tanto es necesario que se infundan al mismo tiempo con la caridad todas las virtudes morales por las que uno realiza los distintos tipos de buenas obras. Así, las virtudes morales infusas no sólo están conectadas debido a la prudencia, sino también debido a la caridad. De ahí que el que pierde la caridad por el pecado mortal pierde toda la infusión, pero no las virtudes morales adquiridas.

A partir de la doctrina de la naturaleza y propiedades de las virtudes es muy claro el importante papel que desempeñan en la perfección verdadera y real del hombre. En la economía de la Divina Providencia todas las criaturas, por el ejercicio de su actividad propia, deben tender a ese fin destinado para ellos por la sabiduría de una inteligencia infinita. Pero, como la Sabiduría divina gobierna a las criaturas conforme a su naturaleza, el hombre debe tender a su destino final, no por un ímpetu ciego, sino por el ejercicio de la razón y el libre albedrío. Pero a medida que estas facultades, así como las facultades sujetas a ellos, pueden ser ejercidas para las facultades sujetas a ellas, pueden ser ejercidas para bien o mal, las funciones propias de las virtudes es disponer estas diversas actividades psíquicas a actos conducentes al verdadero fin último del hombre, así como la parte que el vicio juega en la vida racional del hombre es hacerle desistir de su destino final. Si, pues, la excelencia de una cosa se mide por el fin para el cual está destinada, sin duda, entre los principios de acción más elevados del hombre, el que juega un papel más importante en su vida racional, espiritual y sobrenatural es el que en el verdadero sentido de la palabra son justamente llamadas virtudes.


Bibliografía: ARISTÓTELES, Ética; PEDRO LOMBARDO, Sent., III, dist.XXV-XXXVI; SANTO TOMÁS, Suma Teol. I-II., Q. LV-LXXXI, tr. RICKABY, Aquinas Ethicus; SUAREZ, De virtutibus; JOANNES A. S. THOMA, Cursus theologicus, Comment. in I-II; SALAMANTICENSES, Tractatus XII de virtutibus; BARRE, Tractatus de virtutibus; LEQUEUX, Man. Comp. doct. mor de virtut; BILLOT, De virtut, infusis; PESCH, De virtutibus theologicis et moralibus (Friburgo, 1900); JANVIER, Conf. de Notre Dame: La vertu (París, 1906); RICKABY, Moral Fil. (Londres, 1910); CRONIN, Ciencia de la Éica; ULLATHORNE, Base de las Virtudes Cristianas (Londres, 1888); MING, Examen de la Data de la Ética Moderna.

Fuente: Waldron, Martin Augustine. "Virtue." The Catholic Encyclopedia. Vol. 15. New York: Robert Appleton Company, 1912. <http://www.newadvent.org/cathen/15472a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.