Anarquía
De Enciclopedia Católica
Anarquía (a privativo, y arche, gobierno) significa ausencia de ley. Sociológicamente es la teoría moderna que propone suprimir todas las formas existentes de gobierno y organizar una sociedad que ejerza todas sus funciones sin ninguna autoridad directiva o controladora. Asume como base que todo hombre tiene el derecho natural de desarrollar todas sus facultades, satisfacer todas sus pasiones y responder a todos sus instintos. Insiste en que el individuo es el mejor juez de su propia capacidad; de que el interés personal, bien entendido, tiende a mejorar las condiciones generales; que cada cual reconoce la ventaja de la justicia en las relaciones económicas; y que la humanidad, en el hombre, está correcto en todo lo que hace. Como un ser humano es un agente libre e inteligente, cualquier restricción desde el exterior constituye una invasión de sus derechos y debe considerarse una tiranía.
Proudhon (1809-1865), cuyos escritos son difusos, oscuros y paradójicos, es considerado el padre del sistema; pero otros se lo adjudican a Diderot, y también a la asociación de los Enragés, o Hébertistes de la Revolución Francesa. Según Proudhon, “la anarquía es el orden” y, tomado prestado de J.J. Rousseau, sostiene que el hombre es naturalmente bueno, sólo las instituciones son malas. También, según él, “toda propiedad es un robo”. Como el delito se comete principalmente contra la propiedad, al abolirla, se evitan los delitos. No se debe castigar a los criminales sino tratarlos como lunáticos o como enfermos. No debe haber gobernantes ni en la Iglesia ni en el Estado; tampoco amos ni empleadores. Se debe eliminar la religión, porque introduce a Dios como base de la autoridad, y degrada al hombre al inculcarle docilidad y sumisión, convirtiéndolo en esclavo y privándolo de su dignidad natural. El amor libre ha de reemplazar al matrimonio, y la vida de familia, con algunas restricciones, debe cesar.
A la objeción de que los hombres no pueden vivir juntos sin sociedad, tanto por la contradicción implícita en tal demanda como por el instinto social que le es propio, la respuesta es la siguiente: no destruimos la sociedad, sino que excluimos la autoridad de ella. La anarquía presupone una asociación de individuos soberanos que actúan independientemente de ningún poder central o coercitivo. Tiene como objetivo una sociedad en la que todos los miembros están federados en grupos libres o corporaciones de acuerdo con las profesiones, artes, oficios, negocios, etc., que se adapten al gusto de cada cual, de modo que no solo todos sean copropietarios de todo –tierra, minas, máquinas, instrumentos de trabajo, medios de producción, intercambio, etc.– sino que cada uno pueda así seguir su inclinación individual. Además, como todos estarían unidos en una armonía de intereses, todos trabajarían al unísono para aumentar el bienestar general, igual que sucede en las corporaciones comerciales, en las que la unión se basa en el provecho mutuo, y se encuentra totalmente libre de cualquier presión exterior.
Las opiniones están divididas en cuanto a los medios que deberán emplearse para conseguir esta condición ideal; algunos se inclinan por el método evolutivo, otros por el revolucionario; los primeros proponen realizar su utopía con los medios que están a su disposición, sobre todo el sufragio universal; mientras que los segundos pretenden realizarlos inmediatamente mediante métodos violentos. En este aspecto, los primeros se transforman en socialismo colectivo y los segundos siguen siendo anarquistas puros. Sin embargo, ambos difieren del socialismo en un punto muy importante: pues mientras que los anarquistas concurren en la aunque el socialismo coincida con los anarquistas en lo deseable de abolir todas las instituciones existentes, el socialismo tiende hacia lo que llama una “sociedad socializada”. Postula un poder central que asignará las ocupaciones, distribuirá las retribuciones y supervisará y dirigirá los intereses colectivos. Absorbe al individuo a favor del Estado; la anarquía, en cambio, hace todo lo contrario.
En general, también, el socialismo reprueba los métodos violentos y busca su fin mediante una evolución gradual a partir de las condiciones actuales. Su alejamiento público de los métodos anárquicos se evidencia en el trato al ruso Bakounin, quien se hizo notable por su actividad durante la Revolución Francesa de 1848, y quien, al ser entregado a Rusia, escapó de Siberia y fomentó los desórdenes rusos de 1869, principalmente a través de su agente Netschaïeff, y que, finalmente, se asoció con Cluseret y Richard en las atrocidades de la Comuna Francesa de 1871. En 1868, había establecido la Alianza Internacional de la Democracia Social, e intentó unirla con la Asociación Internacional de Trabajadores fundada por el socialista Marx en 1864. La coalición fue de corta duración. En el Congreso de La Haya de 1872 se desató un violento cisma, y puede decirse que entonces el partido de la anarquía comenzó como una organización distinta. A continuación, Bakounin organizó la Fédération Jurassienne. Publicó un periódico llamado Avant Garde, pero no se hizo mucho más hasta que Elisée Reclus y Kropotkin fundaron La Révolte.
Los principios de la anarquía fueron de nuevo repudiados en el Congreso Socialista de París de 1881 (del cual se expulsó a los anarquistas) y en los congresos de Zürich (1893) y de Hamburgo y Londres (1897). Fue en el sexto congreso de los marxistas, celebrado en Ginebra en 1863, que el término anarquista se aplicó a una sección autónoma de esa Convención. Pero es difícil determinar hasta qué punto las teorías y prácticas de cada uno coincidían con las del otro; pues independientemente de los pronunciamientos oficiales de los diversos congresos, las líneas de demarcación entre ambos movimientos resultan frecuentemente oscuras. Así, según algunos escritores, los anarquistas pueden ser clasificados, primero, como individualistas extremos; aquellos que consideran la intervención del Estado como una “molestia” –esa es la palabra empleada– que debe reducirse al mínimo lo más pronto posible. Esta fue la posición de Herbert Spencer y de Auberon Herbert, a quienes probablemente les habría molestado ser colocados en la categoría de anarquistas. La doctrina de Spencer sobre minimización de la autoridad gubernamental la tomó de la “Justicia Política” de Goodwin (1793).
La segunda clase se puede describir como los “Expectantes”; aquellos que admiten un control central hasta que la opinión pública esté suficientemente educada para prescindir de él. William Morris abandonó a los socialdemócratas cuando se encontró a la deriva en esa dirección. Finalmente, están los “negativos universales”, o nihilistas, quienes creen en el tiranicidio de los gobernantes y en otras manifestaciones violentas de odio hacia las condiciones imperantes. La primera exposición supuestamente científica de este anarquismo nihilista parece haber sido hecha por el eminente geógrafo francés Elisée Reclus y el príncipe ruso Kropotkin, quienes lo construyeron en un sistema definido, aunque se hace una afirmación similar para Hess, quien en 1843 publicó dos volúmenes sobre "Philosophie der That und Sozialismus". Grün y Stern también formularon sus teorías aproximadamente para ese mismo tiempo.
La publicación de la Révolte por Reclus y Kropotkin fue seguida inmediatamente por actos espantosos cometidos por anarquistas declarados, tanto en Europa como en América, no solo el asesinato de gobernantes —el asesinato de McKinley es un ejemplo— sino el lanzamiento de bombas en los pasillos legislativos, la destrucción de iglesias, la matanza policías, como en Chicago, etc. Esta fue la propaganda por actos que habían sido defendidos por Bakunin; pero tanto Reclus como Kropotkin protestaron aduciendo que su concepto de la anarquía no contemplaba tales excesos. Debe dejarse al criterio de cada uno el determinar si hablaban la verdad o temían la execración pública. Sólo fue después del intento de asesinato del emperador Guillermo (1878) que los socialistas alemanes Bebel y Liebeknecht se declararon contra la anarquía
En Francia (a 1907) el partido que no sólo ha suprimido la Iglesia, sino que clama por la supresión del ejército, predica la rebelión a los soldados, ridiculiza la idea de patriotismo y reclama la abolición de las fronteras nacionales, son los anarquistas, pero al mismo tiempo parecen afiliarse al partido socialista que controla el gobierno. Ya sea por simpatía o por un plan para dejar que la anarquía haga el trabajo de destrucción sobre el que el socialismo construirá su Estado futuro, no es tema de controversia, por lo menos entre los conservadores franceses. Es en Francia donde la anarquía está mostrando su mano y ejerciendo el mayor poder, aunque no se la conoce por su nombre distintivo. Pero, de hecho, donde el socialismo profesa el ateísmo, ya es anarquía.
Hasta ahora (a 1907) los anarquistas parecen no tener una organización central, pero publican catorce diarios en francés, aunque no todos se imprimen en Francia; 2 en inglés, 1 en Londres y el otro en Nueva York; 3 en alemán; 10 en italiano; 4 en español; 1 en hebreo; 2 en portugués y bohemio; 1 en holandés. Como no existe una organización compacta, y como sus principios son también a menudo admitidos por aquellos que no son anarquistas declarados, es casi imposible formarse una idea exacta del número de sus miembros.
La raíz de todo este mal es la apostasía del cristianismo, tan marcada en algunas naciones, y la aceptación o influencia del ateísmo. Una vez dado que no hay Dios, inmediatamente se vuelve injusto e imposible que alguien le exija obediencia o sumisión a otro. Si no hay Dios, no puede haber amo. La conclusión anarquista es lógica. De igual modo, todos los mandamientos de Dios quedan necesariamente abolidos, y queda justificada la pretensión de que el hombre tiene derecho a satisfacer todas sus propensiones y pasiones. No puede existir la familia, ni el Estado, ni la Iglesia, ni tampoco ninguna sociedad. El individuo ha de ser el centro y el poder determinante de todo, y es su culto al individuo, que se origina en el egoísmo de la filosofía de Hegel, y quizás culmina en Nietzsche, con su atroz “superhombre”, que ha sido el medio para acelerar la propagación de las doctrinas anárquicas.
Las concepciones distorsionadas de libertad de pensamiento, libertad de prensa, libertad de expresión, libertad de conciencia, que se reclaman como derechos y se consideran esenciales en la civilización moderna, sin importar a qué extravagancia puedan ser llevadas –incluso a la propagación de las doctrinas más revolucionarias e inmorales– han magnificado la importancia y el carácter sagrado del individuo hasta que se ha convertido en una ley en sí mismo en ética y religión, y está prácticamente persuadido de su independencia absoluta del Creador en su conducta en la vida. En mucha de la literatura actual existe casi una idolatría del poder humano, sin importa la cantidad de crimen con el que esté asociado.
Nuevamente, el método de educación en algunos países, que excluye absolutamente incluso la mención del nombre de Dios en las escuelas, y que no admite ninguna instrucción religiosa, o solamente un código ético sin sanción ni autoridad, no pudo dejar de desarrollar una generación de anarquistas. Sus padres conservan algunos recuerdos de la religión y un sentido de la obligación unido a ellos; la generación siguiente no tendrá ninguno. Finalmente, la acumulación excesiva de riquezas en manos de unos pocos por métodos supuestamente deshonestos, y el supuesto uso de ellas para corromper las legislaturas para que perpetúen los abusos, provee material para que demagogos sin principios despierten las peores pasiones en la multitud. Además, incluso si la condición de los pobres no es tan mala como solía serlo, el contraste con el lujo de los ricos es suficiente para excitar la codicia y la ira, mientras que la ausencia de motivos religiosos hace que la pobreza y el sufrimiento sean no sólo insoportables, sino, a los ojos de las víctimas, innecesarios e injustos.
La teoría de la anarquía va contra toda razón. Aparte del hecho de que se opone a algunos de los instintos más apreciados de la humanidad, como, por ejemplo, la vida de familia y el amor a la patria, es evidente que una sociedad sin autoridad no podría mantenerse ni un momento. Los hombres cuyo único propósito fuese satisfacer todas sus inclinaciones se encuentran, por ese mismo hecho, al mismo nivel de la creación animal. Los métodos que ya utilizan para la prosecución de sus designios muestran como los instintos animales se imponen rápidamente. El único remedio para este desorden es evidentemente un retorno a la recta razón y a la práctica de la religión; y, como protección para el futuro, inculcar la moral cristiana en la educación de los jóvenes.
Bibliografía: BAKOUNIN, Dieu et l'état (París, 1895); PROUDHON, Œuvres (París, 1851); HERZEN, De l'autre rive; TCHEMCHEWSKY, L'économie politique jugée par la science; ELISÉE RECLUS, Evolution et Revolution (París, 1891); SPENCER, The Individual vs. the State; EMILE GAUTIER, Propos anarchistes; Heures de travail; KROPOTKIN, Aux jeunes gens; Parole d'un révolté; TUCKER, Instead of a Book (Nueva York, 1893); ELY, The Labor Movement in America (Londres, 1890); KERKUP, A History of Socialism (Londres, 1892); Revue des Deux Mondes (Nov. 15, 1893).
Fuente: Campbell, Thomas. "Anarchy." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1, págs. 452-453. New York: Robert Appleton Company, 1907. 21 agosto 2021 <http://www.newadvent.org/cathen/01452a.htm>.
Traducido por Estela Sánchez Viamonte. lmhm