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Jueves, 21 de noviembre de 2024

Escepticismo

De Enciclopedia Católica

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Definición

Escepticismo (griego sképsis, especulación, duda; sképtesthai, escrutar o examinar cuidadosamente) puede significar (1) duda basada en motivos racionales, o (2) incredulidad basada en motivos racionales (cf. Balfour, "Defence of Phil. Doubt", p. 296), o (3) una negación de la posibilidad de alcanzar la verdad; y en cualquiera de estos sentidos puede extenderse a todas las esferas del conocimiento humano (escepticismo universal), o a algunas esferas particulares del mismo (escepticismo mitigado). El tercero es el sentido estrictamente filosófico del término escepticismo, que se considera universal, a menos que se especifique lo contrario. El escepticismo es, entonces, una negación sistemática de la capacidad del intelecto humano para conocer con certeza cualquier cosa. Se diferencia del agnosticismo en que este último niega solo la posibilidad de la metafísica y la teología natural; del positivismo en el sentido de que el positivismo niega que de facto conozcamos algo más allá de las leyes por las que los fenómenos se relacionan entre sí; del ateísmo en el sentido de que el ateo niega solo el hecho de la existencia de Dios, no nuestra capacidad para saber si Él existe.

Historia del Escepticismo

Las grandes religiones de Oriente son en su mayor parte esencialmente escépticas. Tratan la vida como una vasta ilusión, destinada en un momento u otro a dar lugar a un estado de nesciencia, o a ser absorbida por la vida de el Absoluto. Pero su escepticismo es un tono mental más que una doctrina filosófica razonada basada en un examen crítico de la mente humana o en un estudio de la historia de la especulación humana. Si deseamos el último, debemos buscarlo entre las filosofías de la antigua Grecia. Entre los griegos, la forma más antigua de especulación filosófica se dirigió hacia una explicación de los fenómenos naturales, y las teorías contradictorias que pronto fueron desarrolladas por el prolífico genio de la mente griega, condujeron inevitablemente al escepticismo.

Heráclito, Parménides, Demócrito, Empédocles, Anaxágoras, aunque diferían en otros puntos, todos llegaron a la conclusión de que no se podía confiar en los sentidos, de donde habían derivado los datos sobre los que se basaban sus teorías. En consecuencia Protágoras y los sofistas distinguen "apariencias" de "realidad"; pero, al ver que no había dos filósofos que estuviesen de acuerdo en cuanto a la naturaleza de esta última, declararon que la realidad era incognoscible. El escepticismo total que resultó es evidente en las tres famosas proposiciones de Gorgias: "Nada existe"; "Si existiera algo, no podría ser conocido"; "Si se conociese, el conocimiento de ello sería incomunicable".

El primer paso hacia la refutación de este escepticismo fue la doctrina socrática del concepto. No puede haber ciencia de lo particular, dijo Sócrates. De ahí que antes de que cualquier ciencia sea posible debemos aclarar nuestras nociones generales de las cosas y llegar a algún acuerdo respecto a las definiciones. Platón, quien adoptó esta actitud pero aún sostenía la opinión de que los sentidos solo pueden dar dóxa (opinión) y no epistéme (conocimiento verdadero), elaboró una teoría intelectual del universo. Aristóteles, que siguió, rechazó la teoría de Platón y propuso en su lugar una muy diferente, con el resultado de que tuvo éxito otra epidemia de escepticismo.

Pero Aristóteles hizo mucho más que eso. Propuso la doctrina de la intuición o verdad evidente por sí misma. Todas las cosas no pueden ser probadas, dijo, un retroceso infinito es imposible. Por tanto, en algún lugar debe haber principios evidentes por sí mismos que no son meras suposiciones, sino que subyacen la estructura del conocimiento humano y son presupuestos por la naturaleza misma de las cosas (Metaph., 1005 b, 1006 a). Más tarde esta doctrina sería una de las principales fuerzas que frenaron el ataque destructivo de los escépticos; pues, incluso si la máxima de Aristóteles no puede ser probada, no obstante establece un hecho que para muchos es en sí mismo evidente. Fueron los estoicos los primeros en tomar la "evidencia" como criterio último de la verdad. Enseñaron que las percepciones son válidas cuando están caracterizadas por la enárgeia, es decir, cuando sus objetos son manifiestos, claros u obvios. Del mismo modo, las concepciones y los juicios son válidos cuando somos conscientes de que en ellos hay katálepsis, una aprehensión de la realidad.

Sin embargo, al mismo tiempo que Zenón, el fundador del estoicismo, vivió Pirrón el Escéptico (murió hacia el 270 a.C.), quien, aunque admitió que podemos conocer la "apariencia", negó que podamos conocer algo de la realidad que subyace a ella. Oudèn mâllon —nada es más una cosa que otra. Las declaraciones contradictorias, por tanto, pueden ser ambas verdaderas. Un escepticismo tan radical como éste, argumentaban los estoicos, es inútil para la vida práctica; y este argumento dio sus frutos. Arcesilao, fundador de la Academia Media (siglo III a.C.), aunque rechazó el criterio estoico y afirmó que nada se puede conocer con certeza, admitió sin embargo que se necesita algún criterio para orientar nuestras acciones en la práctica, y con esto en mente sugirió que debemos asentir a lo que es razonable (tò eúlogon).

Para "el razonable" Carnéades, que fundó la Tercera Academia (siglo II a.C.), sustituyó "lo probable": proposiciones que, después de un examen cuidadoso, no manifiestan contradicción alguna, externa o interna, son pithané (probables) kaà aperístatos (seguras) kaì perideuméne (probadas a fondo) (Sexto Empírico "Adv. Math.", VII, 166). Sin embargo, luego de que resultase inútil un intento posterior de reconciliar doctrinas en conflicto, la Academia cayó en el pirronismo. Enesidemo resume los argumentos tradicionales de los escépticos bajo diez encabezados, que más tarde (siglo II d.C.) Sexto Empírico redujo a cinco:

  • 1. los juicios y las teorías humanos son contradictorios;
  • 2. toda prueba implica una regresión infinita;
  • 3. los datos perceptuales son relativos tanto al perceptor como entre sí;
  • 4. los axiomas, o verdades evidentes por sí mismas, son realmente suposiciones;
  • 5. todo razonamiento silogístico implica diállelos (un círculo vicioso), pues la premisa mayor sólo puede probarse mediante inducción completa, y la posibilidad de inducción completa supone la verdad de la conclusión (Sexto Emp., "Hyp. Pyrrh.", I , 164; II, 134; Diógenes Laercio, IX, 88).

Desde el escepticismo los neoplatónicos buscaron refugio en la inmediatez de una experiencia mística; Agustín y Anselmo en la fe que en materias sobrenaturales debe preceder tanto a la experiencia como al conocimiento (cf. (cf. Augustine, "De vera relig.", XXIV, XXV; "De util. cred.", IX; Anselmo, "De fid. Trin.", II); Santo Tomás y los escolásticos en una teoría racional, coherente y sistemática de la naturaleza última de las cosas, basada en verdades evidentes pero sí mismas pero consistentes también con los hechos de la experiencia, y consistente también con la verdad de la revelación, que sirve así para confirmar lo que ya hemos descubierto a la luz de la razón natural.

Pero con el Renacimiento, caracterizado como estuvo por un entusiasmo indiscriminado por todas las formas de pensamiento griego, era natural que el escepticismo de los griegos reviviera. En este movimiento participaron todos los siguientes: Montaigne (m. 1592), Charron (m. 1603), Sánchez (m. 1632), Pascal (m. 1662), Sorbière (m. 1670), Le Vayer (m. 1672), Hirnhaym (d. 1679), Foucher (m. 1696), Bayle (m. 1706), Huet (m. 1721). Su objetivo era desacreditar a la razón sobre los viejos fundamentos de contradicción y de imposibilidad de probar algo. Huet, obispo de Avranches, y otros intentaron argumentar desde la quiebra de la razón hasta la necesidad y suficiencia de la fe. Pero para la mayoría la fe, entendida en el sentido católico de creencia en un sistema de doctrinas reveladas capaces de expresión inteligente e interpretación racional, lejos de estar exenta de los ataques de los escépticos, fue más bien (como todavía lo es) el principal objeto contra el que se dirigían sus esfuerzos. La fe, tal como la entendían, era ciega e irracional. En su opinión, la diversidad de doctrina introducida por el protestantismo había convertido a toda otra fe en no menos contradictoria que la filosofía y la creencia natural.

En Hume el escepticismo encuentra un nuevo argumento derivado de la psicología de Locke (vea EMPIRISMO). Se dijo que un examen crítico de la cognición humana revela el hecho de que los datos del conocimiento consisten simplemente en impresiones —distintas, sucesivas, discretas. La mente las conecta de varias formas, y estas formas de conectar las cosas se vuelven habituales. Así, el principio de causalidad, las proposiciones de aritmética, geometría y álgebra, leyes físicas, etc., en resumen, todas las formas de síntesis y relaciones, son de origen subjetivo. No tienen validez objetiva y su supuesta "necesidad" no es más que un sentimiento psicológico que surge de la fuerza del hábito. Sin duda creemos en cosas reales y causas reales; pero esto se debe simplemente a que nos hemos crecido acostumbrados a agrupar y conectar nuestras impresiones mentales.

Los argumentos de Pirrón y otros escépticos son incontestables, su escepticismo razonable y bien fundado; pero en la vida práctica es demasiado molesto pensar de otra manera de lo que pensamos, y no podríamos seguir adelante si lo hiciéramos. La respuesta de Kant a Hume se plasmó en una filosofía tan eminentemente subjetiva como la del propio Hume; en consecuencia, fracasó y sólo dio lugar a un mayor escepticismo, implícito, si no realmente profesado. Y hoy día la ciencia física, que solo en la época de Kant se defendió de las incursiones del escepticismo, está tan profundamente impregnada de él como el resto de nuestras creencias. Debe bastar un ejemplo: el del Sr. A. J. Balfour, quien en su "Defensa de la duda filosófica" busca defender la creencia religiosa sobre la base equívoca de que es más cierta que la teoría y el método científicos. Dice que no hay: (1) ningún medio satisfactorio para inferir lo general de lo particular (c. II), (2) no hay prueba empírica de la ley de causalidad (c. III), (3) ninguna garantía adecuada de la uniformidad de la naturaleza y la persistencia de la ley física (cc. IV, V).

Una vez más, de los argumentos filosóficos populares que se "presentan como fundamentos finales y concluyentes de la creencia” (p. 138), el argumento del consentimiento general no es definitivo; que del éxito en la práctica, aunque nos da motivos para la confianza en el futuro, no puede ser concluyente, ya que es de carácter empírico; mientras que el argumento del sentido común que afirma que el intelecto, cuando trabaja con normalidad, es digno de confianza, implica un círculo vicioso, ya que el funcionamiento normal se puede distinguir del anormal sólo porque conduce a la verdad (c. VII). De manera similar, los "dictámenes de la conciencia" originales, a los que apelan los intuicionistas escoceses, no sirven de nada porque es imposible determinar qué dictámenes de la conciencia son originales y cuáles no.

Volviendo a la cuestión de la ciencia, Balfour encuentra que contradice el sentido común en que (por ejemplo) declara que los cuerpos, que parecen coloreados a nuestros sentidos, están hechos en realidad de partículas incoloras y, al mismo tiempo que desacredita la confiabilidad de observación, no proporciona ningún criterio para distinguir las observaciones que son fiables de las que no lo son. Su método tampoco es concluyente, pues siempre puede haber otras hipótesis que expliquen los hechos igualmente bien (c. XII). Por último, la evolución de la creencia tiende a desacreditar por completo su validez, ya que nuestras creencias están determinadas en gran medida por causas no racionales e, incluso cuando la evidencia es su motivo, lo que consideramos como evidencia se resuelve por circunstancias totalmente fuera de nuestro control (c. XIII).

Examen Crítico del Escepticismo

Una respuesta a los abundantes argumentos del escéptico enumerados anteriormente podría tomar la siguiente línea:

(1) El escéptico no distingue entre la certeza moral práctica que excluye todos los fundamentos razonables para la duda, y la certeza absoluta que excluye todos los posibles fundamentos para la duda. Esto último sólo puede obtenerse cuando la evidencia es completa, la prueba totalmente adecuada, obvia y concluyente, y cuando todas las dificultades y objeciones pueden resolverse por completo. En matemáticas esto a veces es posible, aunque no siempre; pero en otros asuntos, la "certeza práctica", como regla, es todo lo que podemos obtener. Y esto es suficiente, ya que "certeza práctica" es certeza para seres razonables.

(2) Se debe insistir en la verdad axiomática o evidente por sí misma. La verdad de un axioma nunca puede probarse, pero puede volverse manifiesta, incluso para aquellos que por el momento lo dudan, cuando su significado y su aplicación se comprenden claramente.

(3) Los juicios perceptuales refieren cualidades (no sensaciones) a las cosas, pero no declaran cuál es la naturaleza de estas cualidades y, por tanto, no contradicen la teoría científica.

(4) La percepción es confiable porque nos revela el carácter general y el comportamiento de las cosas —tanto de nosotros mismos como de los objetos externos. No solemos confundir una pala con un cuchillo de mesa o un pavo con un hipopótamo. Los sentidos no pretenden ser precisos en detalle (a menos que estén asistidos por instrumentos) o en circunstancias anormales.

(5) El funcionamiento "normal" de nuestras facultades puede determinarse independientemente de cualquier cuestión en cuanto a la verdad de sus dictámenes. El trabajo de nuestras facultades es "normal", (a) cuando están libres de la influencia de factores subjetivos, distintos de los que pertenecen a su propia naturaleza (es decir, libres de enfermedad, impedimento, influencia de prejuicios, deseos, expectativas, etc. .), y (b) cuando se ejercen sobre sus propios objetos propios. En el caso de los sentidos, esto significa sobre los objetos con los que nos encontramos día a día en circunstancias normales. Si las circunstancias son extraordinarias, nuestros sentidos siguen siendo confiables, sin embargo, siempre que se tengan en cuenta las circunstancias.

(6) Las supuestas contradicciones inherentes a los términos filosóficos se deben a la ambigüedad, la incomprensión, la falta de una definición precisa o la influencia de una filosofía falsa. Por ejemplo, las contradicciones que señala el señor Bradley (apariencia y realidad, Lb. I) en términos como tiempo, espacio, sustancia y accidente, causalidad, el yo, no se encuentran en estos términos tal como los definen los escolásticos.

(7) Las contradicciones entre diferentes teorías filosóficas pueden (a) explicarse y (b) eliminarse. (a) Surgen de ambigüedad, variedad de definiciones, conceptos erróneos, malas interpretaciones, inferencias descuidadas, suposiciones infundadas, hipótesis no verificadas y el descuido de hechos relevantes. Sin embargo (b) todo error contiene un elemento de verdad, y las contradicciones suponen un principio común ya concedido antes de su divergencia; y estos principios y elementos de verdad subyacentes contenidos en todas las teorías pueden distinguirse de los errores en los que están envueltos.

(8) Las creencias que surgen de bases no racionales o desconocidas deben restablecerse por bases racionales o descartarse. Todas las creencias deben ser evidentes ya sea (1) inmediatamente, como en el caso (por ejemplo) de nuestra creencia en la realidad externa, o (2) mediatamente por inferencia de una verdad conocida, o (3) sobre la base de un testimonio adecuado.

(9) El escéptico asume la capacidad del intelecto para criticar la facultad del conocimiento y, por tanto, en la medida en que niega su capacidad para conocer algo, se contradice implícitamente.


Fuente: Walker, Leslie. "Scepticism." The Catholic Encyclopedia. Vol. 13, págs. 516-518. New York: Robert Appleton Company, 1912. 24 oct. 2020 <http://www.newadvent.org/cathen/13516b.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina