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Lunes, 25 de noviembre de 2024

Adoración

De Enciclopedia Católica

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En sentido estricto, es un acto de religión que se ofrece a Dios en reconocimiento de su suprema perfección y dominio, y de que todas las criaturas dependen de Él; en un sentido más amplio, la reverencia mostrada a cualquier persona u objeto que posee inherentemente o por asociación, un carácter sagrado o un alto grado de excelencia moral. La creatura racional, al levantar la vista hacia Dios, a quien la razón y la revelación muestran ser infinitamente perfecto, no puede, en derecho y justicia mantener una actitud de indiferencia. Esa perfección, que es infinita en sí misma y la fuente y cumplimiento de todo el bien que poseemos o que poseeremos, es la que debemos adorar reconociendo su inmensidad y sometiéndonos a su supremacía. Esta adoración requerida por Dios, y dada exclusivamente a Él como Dios, es designada por los griegos como latreia (latinizada, latría), para la cual la mejor traducción que ofrece nuestra lengua es la palabra adoración.

La adoración difiere de otros actos de culto, tales como la súplica, la confesión de los pecados, etc., en la medida en que consiste formalmente en la propia humillación ante el Infinito y en un devoto reconocimiento de su transcendente excelencia. En Apocalipsis 5,11-12 se da un excelente ejemplo de adoración: "Y en la visión oí la voz de una multitud de ángeles alrededor del trono, de los vivientes y de los ancianos; y caían rostro en tierra frente al trono y adoraban a Dios, diciendo: ‘Amén, bendición y gloria, y sabiduría, y acción de gracias, honor, y poder y fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén”. El precepto revelado de adorar a Dios fue mencionado por Moisés en el Monte Sinaí y fue reafirmado en las palabras de Cristo “Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él darás culto.” (Mt. 4,10).

El elemento primario y fundamental en la adoración es un acto interior de la mente y la voluntad; la mente percibe que la perfección de Dios es infinita, y la voluntad que nos ordena a exaltar y dar culto a esta perfección. Sin alguna medida de esta adoración interior "en espíritu y en verdad" es evidente que cualquier muestra exterior de culto divino sería mera pantomima y falsedad. Pero igualmente evidente es que la adoración sentida dentro buscará la expresión exterior. La naturaleza humana demanda algún tipo de expresión física para sus estados de ánimo espirituales y emocionales; y es a este instinto por la auto expresión que se debe todo nuestro aparato de lenguaje y expresión corporal. La supresión de este instinto en la religión sería tan irrazonable como reprimirlo en cualquier otra esfera de nuestra experiencia. Más aún, haría atroz daño religioso reprimir su tendencia a manifestaciones externas, ya que la expresión externa reacciona sobre el sentimiento interior acelerándolo, reforzándolo y manteniéndolo.

Como enseña Santo Tomás: "es connatural para nosotros pasar de los signos físicos a la base espiritual en que se apoyan" (Summa II-II:48:2). Es de esperarse, entonces, que los hombres se hubiesen puesto de acuerdo sobre ciertas acciones convencionales que expresen adoración al Ser Supremo. De estas acciones, una ha significado adoración preeminente y exclusivamente, y esa es sacrificio. Otros actos han sido usados extensamente para el mismo propósito, pero la mayor parte de ellos ---exceptuando siempre al sacrificio--- no han sido reservados exclusivamente para el culto divino; también han sido usados para manifestar amistad o reverencia a altos personajes. Así Abraham "cayó rostro en tierra" frente al Señor (Gén. 17,3). Esto claramente fue un acto de adoración en su más alto sentido; aunque pudo haber tenido otro significado, sabemos, por ejemplo, de 1 Sam. 20,41, que dice que David “cayo rostro en tierra" adoró ante Jonatán, quien había venido a advertirle del odio de Saúl. Del mismo modo Gén. 33,3 narra que Jacob, al encontrar a su hermano Esaú "se inclinó en tierra siete veces ". Leemos de otras formas de adoración entre los hebreos, tales como quitarse los zapatos (Éx. 3,5), la prostración, (Gén. 24,26), y se nos dice que los publicanos contritos se ponían de pie cuando oraban, y que San Pablo se arrodilló cuando hizo adoración con los ancianos de Éfeso. Entre los primeros cristianos era común adorar a Dios de pie, con los brazos extendidos y de cara al oriente.

Finalmente, tal vez deberíamos mencionar el acto de adoración pagano que parece contener la explicación etimológica de nuestra palabra adoración. La palabra adoratio muy probablemente se originó a partir de la frase (manum) ad os (mittere), que designaba el acto de besar la mano a la estatua del dios que uno quería honrar. Concerniente a la manifestación verbal de adoración ---es decir, la oración de alabanza--- no es necesaria ninguna explicación. La conexión entre nuestros sentimientos interiores y su declaración articulada es obvia.

Hasta aquí hemos hablado del culto rendido directamente a Dios como el ser infinitamente perfecto. Está claro que la adoración en este sentido no puede ser ofrecida a objetos finitos. Sin embargo, el impulso que nos conduce a adorar la perfección de Dios por sí misma, nos mueve también a venerar los rastros y atribuciones de esa perfección tal como aparecen conspicuamente en los hombres y mujeres santos. Incluso le rendimos algún tipo de reverencia a objetos inanimados que por una u otra razón nos recuerdan notablemente la excelencia, majestad, amor y misericordia de Dios. La bondad que poseen estas criaturas por participación o asociación es un reflejo de la bondad de Dios; honrándolos de forma apropiada ofrecemos tributo al dador de todo bien. En tales casos Él es el fin último de nuestro culto, ya que Él es la fuente de la perfección derivada que le dio origen.

Empero, como sugerimos más arriba, cuando el objeto inmediato de nuestra veneración es una creatura de este tipo, el modo de culto que le dedicamos es fundamentalmente diferente del culto que pertenece a Dios solamente. Como ya dijimos, latría es el nombre del culto a Dios; y para el culto a los ángeles y santos empleamos el término dulía. La Santísima Virgen María, la cual manifiesta de una manera más sublime que cualquier otra creatura la bondad de Dios, merece de nosotros un reconocimiento más elevado y una veneración más profunda que cualquier otro de los santos; y este culto particular que merece debido a su posición única en la economía divina, la teología lo designa con el nombre de hiperdulía, es decir, dulía en un grado eminente.

Es desafortunado que ni nuestra lengua ni el latín posean en su terminología la precisión de la lengua griega. La palabra latría nunca se aplica en ningún otro sentido que la incomunicable adoración que se debe a Dios únicamente. Pero en el inglés las palabras adore y worship aún se emplean algunas veces, y en el pasado se usaron comúnmente, para denotar tipos inferiores de veneración religiosa e incluso para expresar admiración o afecto por personas vivas sobre la tierra. Así David "adoró" a Jonatán. De la misma manera Meribbaal "cayendo sobre rostro, se postró" ante David (2 Sam. 9.6). Tennyson dijo que Enid en la sinceridad de su corazón adoraba a la reina. Aquellos que forzosamente adoptaron estas maneras de expresión entendieron perfectamente bien lo que ellas significaban y por tanto no estaban en peligro de invadir los derechos de la Divinidad. Se hace apenas necesario hacer notar que los católicos también, aún los menos letrados, no están en peligro de confundir la adoración que deben a Dios con el honor religioso que se da a criaturas finitas aun cuando se emplee la palabra culto, que debido a la pobreza de nuestro lenguaje, se aplica a ambos. El Séptimo Concilio General (787) plantea el asunto en pocas palabras cuando dice "la verdadera latría se dará solamente a Dios"; y el Concilio de Trento (Ses. XXV) aclara la diferencia entre invocación de los santos e idolatría.

Para concluir, se pueden añadir unas pocas palabras sobre las ofensas que tienen conflicto con la adoración a Dios. Pueden resumirse en tres categorías:

La primera clase abarca pecados de idolatría. La segunda clase abarca pecados de superstición. Estos pueden tomar muchas formas que serán tratadas en otros artículos. Baste decir que la teología católica repudia enfáticamente las observancias vanas que descuidan lo esencial en el culto a Dios y exageran características puramente accidentales o desprecian lo esencial en excesos fantásticos y pueriles. Honrar, o pretender honrar a Dios, por medio de números místicos o frases mágicas, como si la adoración consistiese principalmente en el número o la declaración verbal de las frases, corresponde a la cábala judía o mitología pagana, no al culto del Altísimo. (Vea blasfemia, idolatría, María, Comunión de los Santos, culto cristiano).


Fuente: Sullivan, William L. "Adoration." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01151a.htm>.

Traducido por Javier L. Ochoa M. rc