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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Iglesia

De Enciclopedia Católica

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El Término Ecclesia

El término iglesia es el nombre empleado para traducir el griego ekklesia (ecclesia), término con el que los autores del Nuevo Testamento designan a la sociedad fundada por Nuestro Señor Jesucristo. El término inglés church (en anglosajón cirice, circe; en alemán moderno, Kirche; en sueco, Kyrka) es el nombre empleado por los idiomas teutónicos para traducirlo. El origen de esta palabra ha sido muy debatido. Hoy se admite que procede del griego kyriakon (cyriacon), esto es, la casa del Señor, un término que desde el siglo III se utilizaba, tanto como el de ekklesia, para significar un lugar de culto cristiano. Aunque una expresión menos usual, ésta es la que aparentemente obtuvo éxito entre las razas teutónicas. Las tribus norteñas se habían acostumbrado a saquear las iglesias del imperio, mucho antes de su propia conversión. De ahí que, incluso antes de la llegada de los sajones a Bretaña, su idioma hubiera adquirido palabras que designaban algunos de los aspectos externos de la religión cristiana.

Para comprender la fuerza precisa de esta palabra, se debe decir en primer lugar algo respecto a su empleo por los traductores de la Versión de los Setenta del Antiguo Testamento. Aunque en uno o dos lugares (Sal. 25,5; Jd. 6,21; etc.) se usa la palabra sin significación religiosa, meramente en el sentido de “asamblea”, éste no es habitualmente el caso. Ordinariamente se emplea como el equivalente griego del hebreo qahal, esto es, la entera comunidad de los hijos de Israel contemplada en su aspecto religioso. El Antiguo Testamento emplea dos palabras hebreas para significar la congregación de Israel, a saber, qahal y ‘êdah. En Los Setenta se traducen, respectivamente, como ekklesia y synagoge. Así en Proverbios 5,14, donde las palabras aparecen juntas, “en medio de la iglesia y la congregación”, la traducción griega es “en meso ekklesias kai synagoges”. La distinción en realidad no se observa rígidamente---así en Éxodo, Levítico y Números, ambas se traducen generalmente por synagoge---pero se cumple en la gran mayoría de los casos, y puede considerarse como una regla establecida. En los escritos del Nuevo Testamento las palabras se distinguen netamente. En ellos ecclesia designa la Iglesia de Cristo; synagoga, a los judíos todavía adheridos al culto de la Antigua Alianza. Ocasionalmente, es cierto, ecclesia se emplea en su significación genérica de “asamblea” (Hch. 19,32; 1 Cor. 14,19); y synagoga aparece una vez en referencia a una reunión de cristianos, aunque aparentemente de carácter no religioso (Stgo. 2,2). Pero los Apóstoles nunca emplean ecclesia para designar la Iglesia Judía. La palabra como expresión técnica se ha trasladado a la comunidad de creyentes cristianos.

Se ha discutido frecuentemente si hay alguna diferencia en el significado de las dos palabras. San Agustín (Sobre el Salmo 77) las distingue sobre la base de que ecclesia es indicativa de la convocatoria de hombres, y synagoga de la reunión forzosa de criaturas irracionales: “congregatio magis pecorum convocatio magis hominum intelligi solet”. Pero se puede dudar que haya algún fundamento para esta opinión. Parecería, más bien, que el término qahal se usaba con la significación especial de “los llamados por Dios a la vida eterna”, mientras que ‘êdah designaba meramente a “la comunidad judía existente actualmente” (Schürer, Histora del Pueblo Judío, II, 59). Aunque la prueba de esta distinción se obtiene de la Mishna, y pertenece por tanto a una fecha algo posterior, aun así la diferencia de significado probablemente existía en tiempos del ministerio de Cristo. Pero aunque pueda haber sido así, su intención al emplear el término, hasta entonces utilizado para el pueblo hebreo considerado como una iglesia, para designar la sociedad que Él estaba estableciendo no puede ignorarse. Implicaba que esta sociedad ahora constituía el verdadero pueblo de Dios, que la Antigua Alianza había finalizado, y que Él, el Mesías prometido, estaba inaugurando una Nueva Alianza con un nuevo Israel.

Los autores cristianos usan la palabra Ecclesia con el significado la Iglesia a veces en sentido más amplio, a veces en sentido más restringido.

  • Se emplea para designar a todos los que, desde el comienzo del mundo, han creído en el verdadero Dios, y han sido hechos hijos suyos por la gracia. En este sentido, se distingue a veces, entre la Iglesia antes de la Antigua Alianza, la Iglesia de la Antigua Alianza, o la Iglesia de la Nueva Alianza. Así el Papa San Gregorio I (Libro V, Ep. 18) escribe : “Sancti ante legem, sancti sub lege, sancti sub gratiâ, omnes hi… in membris Ecclesiae sunt constituti” (Los santos antes de la Ley, los santos bajo la Ley, y los santos bajo la gracia---todos son constituidos miembros de la Iglesia).
  • Puede significar el conjunto de los fieles, incluyendo no meramente los miembros de la Iglesia que viven en la tierra sino, también, los que, en el Purgatorio o en el Cielo, forman parte de la Comunión de los Santos. Así considerada, la Iglesia se divide en Iglesia militante, Iglesia purgante, e Iglesia triunfante.
  • Se emplea además para significar la Iglesia militante del Nuevo Testamento. Incluso en esta acepción restringida, hay alguna variedad en el uso del término. En el Nuevo Testamento a menudo se menciona a los discípulos de una determinada localidad como una Iglesia (Apoc. 2,18; Rom. 16,4; Hch. 9,31), y San Pablo incluso aplica el término a discípulos pertenecientes a una casa determinada (Rom. 16,5; 1 Cor. 16,19; Col. 4,15; Fil. 1,2). Además, puede designar especialmente a los que ejercen el oficio de enseñar y gobernar a los fieles, la Ecclesia Docens (Mt. 18,17), o también a los gobernados en cuanto distintos de sus pastores, la Ecclesia Discens (Hch. 20,28). En todos estos casos el nombre que pertenece al todo se aplica a una parte. El término, en su plena significación, designa al conjunto de los fieles, tanto gobernantes como gobernados, en todo el mundo (Ef. 1,22; Col. 1,18). Es en este sentido en el que se trata de la Iglesia en este artículo. Así entendida, la definición de la Iglesia dada por Belarmino es la habitualmente adoptada por los teólogos católicos: “Un conjunto de hombres unidos por la profesión de la misma fe cristiana, y por la participación en los mismos Sacramentos, bajo el gobierno de legítimos pastores, más especialmente del Romano Pontífice, único Vicario de Cristo en la tierra” (Coetus hominum ejusdem christianae fidei professione, et eorumdem sacramentorum communione colligatus, sub regimine legitimorum pastorum et praecipue unius Christi in Terris vicarii Romani Pontificis. – Belarmino, De Eccl., III, II, 9). La exactitud de esta definición se revelará en el curso de este artículo.

La Iglesia en las Profecías

La profecía hebrea se refiere en proporciones casi iguales a la persona y a la obra del Mesías. Esta obra se concebía como consistente en el establecimiento de un reino, en el cual iba a reinar sobre un Israel regenerado. Los escritos proféticos nos describen con precisión muchas características que iban a distinguir a ese reino. Durante su ministerio Cristo no sólo afirmó que las profecías relativas al Mesías se iban a cumplir en su propia persona, sino también que el esperado reino mesiánico no era otro que su Iglesia. Una consideración de las características del reino tal como las presentaban los profetas, debe por tanto ayudarnos en gran manera a comprender las intenciones de Cristo al instituir la Iglesia. En realidad muchas de las expresiones empleadas por Él en referencia a la sociedad que estaba estableciendo sólo son inteligibles a la luz de estas profecías y de las consiguientes expectativas del pueblo judío. Se verá además que tenemos un sólido argumento para el carácter sobrenatural de la revelación cristiana en el cumplimiento preciso de los oráculos sagrados.

Un rasgo característico del reino mesiánico, tal como se predijo, es su alcance universal. No meramente las doce tribus, sino que los gentiles iban a rendir homenaje al Hijo de David. Todos los reyes le servirán y obedecerán; su dominio se extenderá a los confines de la tierra (Sal. 21,28ss; 2,7-12; 116,1; Zac. 9,10). Otra serie de notables pasajes declara que las naciones que se le sometan tendrán la unidad concedida por una fe común y un culto común---un rasgo representado mediante la impactante imagen de la concurrencia de todos los pueblos y naciones a rendir culto en Jerusalén. “Sucederá en días futuros [esto es, en la era mesiánica] …que numerosas naciones dirán: Venid, subamos al monte de Yahveh, a la Casa del Dios de Jacob; para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos. Pues de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén la palabra de Yahveh” (Miq. 4,1-2; cf. Is. 2,2; Zac. 8, 3). Esta unidad de culto será el fruto de una revelación divina común a todos los habitantes de la tierra. (Zac. 14,8).

Como corresponde al triple oficio del Mesías como sacerdote, profeta y rey, debe señalarse que en relación con el reino, las Sagradas Escrituras insisten en tres puntos:

  • estará dotado de un nuevo y peculiar sistema de sacrificios;
  • va a ser el reino de la verdad poseída por revelación divina;
  • va a gobernarse por una autoridad que emana del Mesías.

Con relación al primero de estos puntos, el sacerdocio del propio Mesías mismo se afirma explícitamente (Sal. 110(109),4); mientras que se enseña además que el culto que va a inaugurar sustituirá a los sacrificios de la Antigua Ley. Esto está implícito, como nos dice el Apóstol, en el título mismo, “sacerdote según el orden de Melquisedec”; y la misma verdad se incluye en la predicción de que se instituirá un nuevo sacerdocio, sacado de otros pueblos además de los israelitas (Is. 66,18), y en las palabras del profeta Malaquías que predijo la institución de un nuevo sacrificio que iba a ser ofrecido “desde donde sale el sol hasta el ocaso” (Mal. 1,11). Los sacrificios ofrecidos por el sacerdocio del reino mesiánico van a perdurar tanto como duren el día y la noche (Jer. 33,20).

La revelación de la verdad divina bajo la Nueva Alianza confirmada por Jeremías: “He aquí que vienen días, oráculo del Señor, en que yo pactaré con la casa de Israel y con la casa de Judá… y ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano diciendo: Conoced a Yahveh, pues todos ellos me conocerán, del más chico al más grande” (Jer. 31, 31.34), mientras Zacarías nos asegura que en esos días Jerusalén será conocida como ciudad de la verdad. (Zac. 8,3).

Son numerosos los pasajes que predicen que el Reino poseerá un peculiar principio de autoridad en el gobierno personal del Mesías (por ej.: Salmos 2 y 71; Is. 9,6 ss.); pero en relación con las propias palabras de Cristo es de interés observar que en algunos de esos pasajes la predicción se expresa mediante la metáfora de un pastor guiando y gobernando su rebaño (Ez. 34,23; 37,24-28). Hay que señalar, además, que igual que las profecías relativas a la función sacerdotal predicen el nombramiento de un sacerdocio subordinado al Mesías, así las que se refieren a la función de gobierno indican que el Mesías asociará consigo mismo otros “pastores”, y ejercerá su autoridad sobre las naciones a través de gobernantes delegados para gobernar en su nombre (Jer. 18, 6; Sal. 45(44),17; cf. San Agustín Enarr. in Psalm. 44, no. 32). Otra característica del reino ha de ser la santidad de sus miembros. El camino a ella va a ser llamado “la vía sacra; no pasará por ella el impuro”. Los incircuncisos y los impuros no entrarán en la renovada Jerusalén (Is. 35,8; 52,1).

La literatura apocalíptica tardía no inspirada de los judíos nos muestra cuán profundamente estas predicciones han influido en sus esperanzas nacionales, y nos explica la intensa expectación entre el pueblo descrita en las narraciones del Evangelio. En estas obras como en las profecías inspiradas los rasgos del reino mesiánico presentan dos aspectos muy diferentes. Por un lado, el Mesías es un rey davídico que reúne a los dispersos de Israel, y establece en esta tierra un reino de pureza y ausencia de pecado (Salmos de Salomón, XVII). El enemigo exterior va a ser sometido (Asunción de Moisés, c. X) y los malvados van a ser juzgados en el valle del hijo de Hinnon (Enoch, XXV, XXVII, XC). Por otro lado, se describe el reino con características escatológicas. El Mesías es preexistente y divino (Enoch, Simil., XLVIII, 3); el reino que establecerá va a ser un reino celestial inaugurado por una gran catástrofe cósmica, que separará este mundo (aion outos) del mundo que va a venir (mellon). Esta catástrofe estará acompañada de un juicio tanto de los ángeles como de los hombres (Jubileos, X, 8; V, 10; Asunción de Moisés, X,1). Los muertos resucitarán (Salmos de Salomón, III, 11) y todos los miembros del reino mesiánico se harán semejantes al Mesías (Enoch, Simil., XC, 37). Este doble aspecto de las esperanzas judías relativas al Mesías por venir debe tenerse en cuenta, si se ha de comprender el uso que hizo Cristo de la expresión “Reino de Dios”. Con frecuencia, es cierto, la emplea en un sentido escatológico. Pero mucho más habitualmente la usa para un reino establecido en esta tierra---su Iglesia. Estos, en realidad, no son dos reinos, sino uno. El Reino de Dios que se establecerá en el último día es la Iglesia en su triunfo final.