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Domingo, 24 de noviembre de 2024

Superstición

De Enciclopedia Católica

Revisión de 15:00 25 sep 2016 por Luz María Hernández Medina (Discusión | contribuciones) (Pecaminosidad de la Superstición en General)

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Superstición [Del latín supersisto, "tenerle terror a la deidad" (Cicerón, "De Nat. deorum", I, 42, 117); o de superstes, "sobreviviente": "Qui totos dies precabantur et immolabant, ut sibi sui liberi superstites essent, superstitiosi sunt appellati", es decir, "Aquellos que durante días enteros oraban y ofrecían sacrificio para que sus hijos les sobreviviesen, eran llamados supersticiosos” (Cicero, ibid., II, 28, 72). Cicerón también señaló la distinción: "Superstitio est in qua timor inanis deorum, religio quæ deorum cultu pio continetur", es decir, "Superstición es el miedo infundado a los dioses, la religión es el culto piadoso." De acuerdo a San Isidoro de Sevilla (Etymolog., l. 8, c. III, sent.), la palabra viene de superstatuo o superinstituo: "Superstitio est superflua observantia in cultu super statuta seu instituta superiorum", es decir "observancias añadidas al culto establecido o prescrito"]. Santo Tomás la define (II-II:92:1) como "un vicio opuesto a la religión a modo de exceso; no porque en el culto a Dios haga más que la verdadera religión, sino porque le ofrece el culto divino a seres diferentes a Dios o le ofrece el culto a Dios de una forma impropia”. La superstición peca por exceso de religión, y esto difiere del vicio de irreligión, el cual peca por defecto. La virtud teologal de religión está a medio camino entre las dos (II-II:92:1).

División

Hay cuatro clases de supersticiones:

Esta división se basa en las diversas formas en que la religión puede estar viciada por el exceso. El culto se convierte en indebitus cultus cuando se añaden elementos impropios, incongruentes, sin sentido al desempeño adecuado y aprobado; se vuelve idólatra cuando se ofrece a las criaturas creadas como divinidades o dotadas de atributos divinos. La adivinación consiste en el intento de extraer de las criaturas, por medio de ritos religiosos, un conocimiento de eventos futuros o de cosas que sólo Dios conoce. Bajo el título de observancias vanas vienen todas esas creencias y prácticas que, al menos implícitamente, atribuyen poderes sobrenaturales o preternaturales para bien o para mal a causas evidentemente incapaces de producir los efectos esperados.

En la siguiente lista aparecen el número y variedad de supersticiones más en boga en diferentes períodos de la historia:

  • astrología, la lectura del futuro y del destino del hombre en las estrellas;
  • aeromancia, adivinaciones por medio del aire y los vientos;
  • amuletos, cosas usadas como un remedio o preservativo contra los males o daños, como las enfermedades o la brujería; (Vea el artículo Uso y Abuso de Amuletos).
  • quiromancia, la adivinación por las líneas de la mano;
  • capnomancia, por el ascenso o el movimiento del humo;
  • catoptromancia, por medio de espejos;
  • alomancia, por la sal;
  • cartomancia, por los naipes;
  • antropomancia, por la inspección de las vísceras humanas;
  • belomancia, por el revoloteo de las flechas (Ezequiel 21,21);
  • geomancia, por puntos, líneas o figuras trazadas en el suelo;
  • hidromancia, por el agua;
  • idolatría, el culto a los ídolos;
  • sabeísmo, el culto al sol, la luna y las estrellas;
  • zoolatría, antropolatría y fetichismo, el culto a animales, hombre y cosas sin sentido:
  • culto al diablo;
  • el culto a las nociones abstractas personificadas, por ejemplo, la victoria, la paz, la fama, la concordia, que tenía templos y un sacerdocio para el ejercicio de su culto;
  • necromancia, o nigromancia, la evocación de los muertos, tan antigua como la historia y perpetuada en el espiritismo contemporáneo;
  • oniromancia, la interpretación de los sueños;
  • bebedizos, pociones o amuletos destinados a excitar el amor;
  • augurios o pronósticos de eventos futuros;
  • brujería y magia en todas sus ramificaciones;
  • días de buena y mala suerte, números, personas, cosas, acciones;
  • el mal de ojo, hechizos, encantamientos, ordalías, etc.

Origen

En primer lugar, la fuente de la superstición es subjetiva. La ignorancia de las causas naturales conduce a la creencia de que ciertos fenómenos sorprendentes expresan la voluntad o la ira de algún poder dominante invisible, e inmediatamente se deifican los objetos en los que tales fenómenos aparecen, como, por ejemplo, en el culto a la naturaleza. Por el contrario, muchas de las prácticas supersticiosas se deben a una noción exagerada o a una falsa interpretación de los fenómenos naturales, por lo que se buscan efectos que están más allá de la eficiencia de las causas físicas. La curiosidad también con respecto a las cosas que están ocultas o están todavía en el futuro juega un papel considerable, por ejemplo, en los diversos tipos de adivinación. Pero la principal fuente de superstición aparece señalada en la Escritura: “Sí, vanos por naturaleza todos los hombres en quienes había ignorancia de Dios y no fueron capaces de conocer por las cosas buenas que se ven a Aquél que es, ni, atendiendo a las obras, reconocieron al Artífice; sino que el fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a las lumbreras del cielo los consideraron como dioses, señores del mundo” (Sabiduría 13,1-2. Santo Tomás atribuye el origen de la idolatría a la ignorancia del verdadero Dios, junto con una veneración excesiva de la excelencia humana y el amor por las representaciones artísticas que apelan a los sentidos. Si bien estas son causas dispositivas, la causa consumativa, añade, fue la influencia de los demonios que se ofrecieron como objetos de culto a hombres errados, al dar respuestas a través de ídolos y al hacer cosas que a los hombres les parecían maravillosa (II-II: 94: 4).

Estas causas explican el origen y la difusión de la superstición en el mundo pagano. En gran medida fueron eliminadas por la predicación del cristianismo; pero la tendencia a la que dieron lugar estaba tan arraigada que muchas de las prácticas antiguas sobrevivieron, sobre todo entre los pueblos que comenzaban a surgir de la barbarie. Fue sólo poco a poco, a través de la legislación de la Iglesia y al avance del conocimiento científico que las formas anteriores de superstición fueron erradicadas. Sin embargo, la tendencia en sí no ha desaparecido por completo. Lado a lado de la filosofía racionalista y los métodos científicos rigurosos que son característicos del pensamiento moderno, todavía se encuentran varios tipos de superstición. En la medida en que esta incluye el culto a otras cosas que no son Dios, no sólo es una parte esencial, sino el fundamento también del sistema positivista (Comte), que establece a la humanidad como objeto de culto religioso (ver POSITIVISMO). Tampoco puede el panteísmo, que identifica a Dios y al mundo, llevar consistentemente a prácticas que no sean supersticiosas, sin embargo, puede en teoría renunciar a tal fin.

La mente humana, por un impulso natural, tiende a adorar algo, y si está convencida de que el agnosticismo es verdadero y que Dios es incognoscible, tarde o temprano ideará otros objetos de culto. También es significativo que justo cuando muchos científicos supusieron que se había probado finalmente que la creencia en una vida futura es una ilusión, el espiritismo, con sus doctrinas y prácticas, debería haber ganado una fuerte influencia, no sólo en los ignorantes, sino también, y en un sentido mucho más grave, en los principales representantes de la ciencia misma. Este hecho se puede interpretar como una reacción contra el materialismo; pero sin embargo, en el fondo es una evidencia del incansable deseo del hombre por penetrar, por cualquiera y todos los medios, el misterio que yace más allá de la muerte. Si bien es fácil condenar el espiritismo como supersticioso y vana, la condena no elimina el hecho de que el espiritismo se ha generalizado en esta era de la iluminación. Ahora, como en el pasado, el rechazo de la verdad divina en nombre de la razón a menudo abre el camino a creencias y prácticas que son a la vez indignas a la razón y peligrosas para la moral.

Pecaminosidad de la Superstición en General

Cualquier clase de superstición es una transgresión del primer Mandamiento: "Yo, Yahveh, soy tu Dios… No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra… No te postrarás ante ellas ni les darás culto” (Éxodo 20,2-5). También es contraria a la ley positiva de la Iglesia, que castiga los peores tipos de supersticiones con severas penas, y en contra de la ley natural en la medida en que va contra los dictados de la razón en materia de las relaciones del hombre con Dios. Tal pecaminosidad subjetiva es inherente a todas las prácticas supersticiosas desde la idolatría hasta las más inútiles de las observancias vanas, por supuesto, en diferentes grados de gravedad.

Respecto a la culpabilidad subjetiva ligada a ella hay que tener en cuenta que ningún pecado es mortal a menos que sea cometido con pleno conocimiento de su maldad y con plena deliberación y consentimiento. De estos factores esenciales a veces falta completamente el primero, y el segundo está sólo imperfectamente presente. Los numerosos casos en los que el evento parecería justificar la práctica supersticiosa, y la universalidad de tales creencias y actuaciones incongruentes, aunque no siempre pueden inducir la ignorancia inculpable, posiblemente, pueden oscurecer el conocimiento y debilitar la voluntad a un punto incompatible con el pecado mortal. Como cuestión de hecho, muchas supersticiones de nuestros días fueron actos de piedad genuina en otras ocasiones, y pueden ser así todavía en los corazones de la gente sencilla.

Supersticiones Especiales

Culto Inadecuado

Observancias Vanas en la Vida Diaria

Bibliografía: STO. TOMÁS, Summa, II-II, QQ. 92-96; S. ALFONSO LIGORIO, Theol. Mor., IV, I.

Fuente: Wilhelm, Joseph. "Superstition." The Catholic Encyclopedia. Vol. 14, pp. 339-341. New York: Robert Appleton Company, 1912. 25 Sept. 2016 <http://www.newadvent.org/cathen/14339a.htm>.

Está siendo traducido por Luz María Hernández Medina