San Martín de Tours
De Enciclopedia Católica
Martín, quien era aún solo un catecúmeno, recibió prontamente el bautismo, y poco después finalmente fue liberado del servicio militar en Worms en el Rin. Tan pronto estuvo libre, se apresuró a Poitiers para hacerse discípulo de San Hilario, el sabio y piadoso obispo cuya reputación como teólogo ya estaba pasando más allá de las fronteras de la Galia. Sin embargo, dado que deseaba volver a ver a sus padres, regresó a Lombardía a través de los Alpes. Los habitantes de la región, infestados de arrianismo, eran agriamente hostiles hacia el catolicismo, por lo que Martín, que no ocultaba su fe, fue muy maltratado por orden del obispo Aujencio de Milán, el líder de la secta herética en Italia. Martin estaba deseoso de regresar a la Galia, pero, al enterarse de que los arrianos perturbaban ese país también y que habían logrado exiliar a Hilario a Oriente, decidió buscar abrigo en la Isla Gallinaria (ahora Isola d´Albega) en medio del Mar Tirreno.
Tan pronto como Martín supo que un decreto imperial había autorizado a Hilario a regresar a la Galia, se apresuró al lado de su elegido maestro en Poitiers (361), y obtuvo permiso de él para abrazar, a cierta distancia de allí en una región desierta (ahora llamada Ligugé), la vida solitaria que había adoptado en Gallinaria. Pronto se siguió su ejemplo y un gran número de monjes se congregaron a su alrededor. Así se formó una verdadera laura en esta Tebaida gala, a partir de la cual luego se desarrolló la famosa Abadía Benedictina de Ligugé. Martín permaneció cerca de diez años en esta soledad, pero la dejaba a menudo para predicar el Evangelio en las regiones centrales y orientales de la Galia, donde los habitantes rurales todavía estaban sumidos en la oscuridad de la idolatría y abandonados a todo tipo de supersticiones groseras. La memoria de estas jornadas apostólicas sobrevive hasta nuestros días en las numerosas leyendas locales de las cuales Martín es el héroe y las cuales indican aproximadamente las rutas que él siguió.
Su papel en el asunto de los priscilianos e “itacianos” fue especialmente notable. Algunos obispos ortodoxos de España, liderados por el obispo Itacio, presentaron cargos airados ante el emperador Máximo contra Prisciliano, el heresiarca español y sus partidarios, quienes habían sido justamente condenados por el Concilio de Zaragoza. Martín se apresuró a Tréveris, no realmente para defender las doctrinas gnósticas y maniqueas de Prisciliano, sino para removerlo de la jurisdicción secular del emperador. Al principio, Máximo accedió a su súplica, pero cuando Martin se hubo marchado, cedió a las solicitudes de Itacio y ordenó que decapitaran a Prisciliano y a sus seguidores. Profundamente acongojado, Martín rehusó comunicarse con Itacio; sin embargo, cuando regresó a Tréveris un poco después pidió el perdón para dos rebeldes, Narses y Leocadio, a lo cual Máximo accedió con la condición de que Martín hiciese las paces con Itacio. Para salvar las vidas de sus clientes, accedió a la reconciliación, pero luego se reprochó a sí mismo amargamente por este acto de debilidad.
Luego de una última visita a Roma, Martín se fue a Candes, uno de los centros religiosos creados por él en su diócesis, cuando fue atacado por la enfermedad que terminó con su vida. Ordenó ser llevado al presbiterio de la iglesia, donde murió en el año 400 (de acuerdo a algunas autoridades, más probablemente en 397) a la edad de alrededor de 81 años, evidenciando hasta el final ese espíritu ejemplar de humildad y mortificación que siempre había mostrado. La Iglesia de Francia siempre ha considerado a Martín como uno de sus mayores santos, y los hagiógrafos han registrado un gran número de milagros debidos a su intercesión durante su vida y luego de su muerte. Su culto fue muy popular a través de la Edad Media, se le dedicaron una multitud de iglesias y capillas y un gran número de lugares han sido llamados con su nombre. Su cuerpo, llevado a Tours, fue guardado en un sarcófago de piedra, encima del cual sus sucesores, San Bricio y San Perpetuo, construyeron primero una simple capilla, y después una basílica (470). San Eufronio, obispo de Autun y amigo de San Perpetuo, mandó a cubrir la tumba con una losa de mármol esculpida.
En 1014 se construyó una basílica más grande, la cual fue quemada en 1230 para ser reconstruida pronto a una mayor escala. Este santuario fue el centro de grandes peregrinaciones nacionales hasta 1562, el año fatal cuando los protestantes la saquearon de arriba abajo, destruyeron el sepulcro y las reliquias del gran hacedor de milagros, el objeto de su odio. La desafortunada colegiata fue restaurada por sus canónigos, pero le esperaba una nueva y más terrible desgracia. El martillo revolucionario de 1793 la sometería a una última devastación. Fue totalmente demolida con la excepción de dos torres las cuales están aún de pie, y para que su reconstrucción fuese imposible, la municipalidad atea mandó a construir dos calles en su lugar. En diciembre de 1860 unas excavaciones hábilmente ejecutadas localizaron el lugar de la tumba de San Martín, de la cual se descubrieron algunos fragmentos. Estos preciosos restos están ahora protegidos en una basílica construida por Monseñor Meignan, arzobispo de Tours, la cual es desafortunadamente de muy pequeñas dimensiones y recuerda solo débilmente el antiguo y magnífico claustro de San Martín. En esta iglesia el 11 de noviembre de cada año se celebra solemnemente la fiesta de San Martín en presencia de un gran número de fieles de Tours y otras ciudades y pueblos de la diócesis.
Fuente: Clugnet, Léon. "St. Martin of Tours." The Catholic Encyclopedia. Vol. 9, págs. 732-733. New York: Robert Appleton Company, 1910. 13 dic. 2019 <http://www.newadvent.org/cathen/09732b.htm>.
Traducido por Juan Ramón Cifre. lmhm