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Lunes, 23 de diciembre de 2024

Marsilio de Padua

De Enciclopedia Católica

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Marsilio de Padua fue médico y teólogo; nació en Padua alrededor de 1270 y murió hacia 1342. Contrario a la afirmación de varios autores, era solamente un laico y ni fue religioso ni el legítimo arzobispo de Milán, aunque era canónigo de su ciudad natal. Al principio sirvió en el ejército del emperador y después, siguiendo el consejo de Mussato comenzó el estudio de la medicina en la Universidad de Padua. Fue a Paris para completar sus estudios de medicina y antes del 25 de diciembre de 1312 se convirtió en rector de aquella universidad.

Poco después se trasladó a Aviñón y obtuvo de Juan XXII cartas en las que le nombraban a una de las canonjías de la Iglesia de Padua (Reg. Vat., a. I, p. 2, n. 1714). Por entonces Luis de Baviera estaba a punto de reabrir contra el Papa las luchas de Felipe el Hermoso contra Bonifacio VIII. Juan XXII acababa de denunciarle como defensor de herejes y le excomulgó ordenándole que dentro tres meses dejase de administrar los asuntos del Imperio. El emperador estaba buscando ayuda y Marsilio, que ahora había comenzado a estudiar teología, se unió a Juan de Janduno, canónigo de Senlis, para ofrecerle su ayuda. Entre ambos compusieron el “Defensor pacis”, en París y hacia 1326, fueron a Alemania y presentaron la obra al emperador, del que se hicieron íntimos amigos y en varias ocasiones le expusieron sus enseñanzas.

¿Cuáles eran las enseñanzas de estos doctores parisinos cuya audacia asombró al principio al mismo Luis de Baviera? Revivieron las más extrañas teorías de los legistas de Felipe el Hermoso y teólogos cesarianos como Guillermo Durando y el dominico Juan de París. Las enseñanzas de estos últimos habían sido propuestas con vacilación, restricciones y moderación de lenguaje que no encontraron favor ante la rigurosa lógica de Marsilio de Padua. El abandonó completamente la antigua concepción teocrática de la sociedad. Dios, ciertamente, permanecía como última fuente de poder pero surgía inmediatamente del pueblo que tenía además el poder de legislar. La ley era la expresión no de la voluntad del príncipe, como enseñaba Juan de París, sino de la voluntad del pueblo que, por voz de la mayoría, podía aprobarla, sancionarla, interpretarla, modificarla, suspenderla o abrogarla a voluntad. El jefe electo de la nación poseía solamente una autoridad secundaria, instrumental y ejecutiva. Así llegamos a la teoría de “El Contrato Social”.

En la Iglesia, según el "Defensor Pacis", los fieles tienen estos dos grandes poderes: el electivo y el legislativo. Ellos nominan a los obispos y seleccionan a los que han de ser ordenados. El poder legislativo es, en la Iglesia, el derecho a decidir el significado de las antiguas Escrituras; que es la tarea para un concilio general, en el que el derecho de discusión y voto pertenece a los fieles o sus delegados. El poder eclesiástico, el sacerdocio, proviene directamente de Dios y consiste esencialmente en el poder de consagrar el Cuerpo y Sangre de Jesucristo y perdonar los pecados o, más bien, declararlos perdonados. Es igual en todos los sacerdotes, cada uno de los cuales puede comunicarlo por ordenación a un sujeto legítimamente propuesto por la comunidad. Lutero habría reconocido sus teorías en estas afirmaciones heréticas y los galicanos de tiempos posteriores habrían suscrito encantados tan revolucionarias declaraciones. Los dos escritores son igual de audaces en su exposición de los respectivos roles del Imperio y de la Iglesia en la sociedad cristiana y de las relaciones entre los dos poderes.

Según la idea de Estado propuesta por Marsilio todo el poder eclesiástico procedía de la comunidad y del emperador, su principal representante, sin que existan límites en los derechos del estado laico (cf. Franck, "Journal des savants" March, 1883; Noël Valois, "Histoire littéraire de la France", XXXIII). Respecto a la Iglesia, no tiene cabeza visible. San Pedro no recibió más poder o autoridad que los otros apóstoles, y es dudoso que alguna vez llegara a Roma. El Papa tiene solamente el poder de convocar un concilio ecuménico que es superior a él. Sus decretos no son vinculantes y solo puede imponer al pueblo aquello que el concilio general ha decidido e interpretado. La comunidad elige a los párrocos y supervisa y controla al clero en el cumplimiento de sus deberes; en pocas palabras, la comunidad o el Estado lo son todo, y la Iglesia juega un papel totalmente subsidiario. No puede legislar, adjudicar, poseer bienes, vender o comprar sin autorización; es una menor perpetua. Como está claro, aquí tenemos la constitución civil del clero. Más aún, Marsilio se muestra como un censor severo y a menudo injusto de los abusos de la Curia Romana.

Respecto a las relaciones entre el emperador y el Papa, se afirma en el “Defensor Pacis” que el soberano pontífice no tiene poder sobre ningún hombre, excepto con el permiso del emperador; mientras que el emperador tiene poder sobre el Papa y el concilio general. El pontífice solo puede obrar como agente autorizado del pueblo romano; todos los bienes de la Iglesia pertenecen por derecho al césar. Esto es el concepto más crudo del imperio pagano y un asalto herético contra la constitución de la Iglesia y una vergonzosa negación de los derechos del soberano pontífice a favor del emperador. Sobrepasa a Dante, el teórico gibelino; iguala a Arnoldo de Brescia y Guillermo de Ockham nunca podría haber propuesto nada más revolucionario.

El Papa Juan XXII se sintió perturbado por estas doctrinas heréticas, y en la Bula del 3 de abril de 1327 le reprochó a Luis de Baviera el haber acogido a duos perditionis filios et maledictionis alumnos (Denifle, (Chart”, II, 301); el 9 de abril los suspendió y excomulgó (“Thesaurus novus anecdotorum”, II, 692). Una comisión nombrada por el Papa en Aviñón condenó el 23 de octubre cinco de las proposiciones de Marsilio, en los siguientes términos:

  • ”1. Estos réprobos no vacilan en afirmar sobre lo que se relata sobre Cristo en el Evangelio según San Mateo, a saber, que El pagó tributo… que lo hizo no por condescendencia y liberalidad, sino por necesidad —una afirmación que va contra las enseñanzas del Evangelio y las palabras de nuestro Salvador. Si uno fuera a creer a estos hombres, resultaría que toda la propiedad de la Iglesia pertenece al emperador y que puede tomar posesión de ella de nuevo cuando quiera;
  • 2. Estos hijos de Belial son tan audaces que afirman que el apóstol San Pedro no recibió más autoridad que los otros apóstoles, que no fue nombrado su jefe y más aún, que Cristo no dio cabeza a su Iglesia y no nombró a nadie como su vicario aquí abajo —todo lo cual es contrario a la verdad evangélica y apostólica;
  • 3. Estos hijos de Belial no temen afirmar que el emperador tiene el derecho de nombrar, destronar e incluso castigar al Papa —lo que sin duda repugna a todo derecho.
  • 4. Estos hombres frívolos y mentirosos dicen que todos los sacerdotes, sean Papas, arzobispos o simples sacerdotes, poseen la misma autoridad e igual jurisdicción, por la institución de Cristo; que todo lo que uno posee más que otros es una concesión del emperador que puede revocar lo que ha concedido —afirmaciones que son ciertamente contrarias a las sagradas enseñanzas y saben a herejía.
  • 5. Estos blasfemos dicen que la Iglesia universal no puede infligir una pena coactiva a ninguna persona sin el permiso del emperador.”

Todas las proposiciones papales opuestas a las declaraciones de Marsilio de Padua y Juan de Janduno se prueban extensamente en las Escrituras, tradiciones e historia. Estas declaraciones fueron condenadas por ser contrarias a la Sagrada Escritura, peligrosas para la fe católica, heréticas y erróneas y sus autores, Marsilio y Juan, por ser sin duda herejes e incluso heresiarcas. (Denzinger, "Enchiridion", 423, ed. Bannwart, 495; Noel Valois, "Histoire littéraire de la France", XXXIII, 592).

Mientras estas condenas caían sobre la cabeza de Marsilio, el culpable iba de camino a Italia en el séquito del emperador y viendo que sus ideas revolucionarias se iban poniendo en práctica. Luis de Baviera se hizo coronar por Colonna, el síndico del pueblo romano; destronó a Juan XXII remplazándolo por el fraile menor Pedro de Corbara, al que invistió con poder temporal. Al mismo tiempo dio el título de vicario imperial a Marsilio y le permitió perseguir al clero romano. El Papa de Aviñón protestó dos veces contra la conducta sacrílega de ambos. Sin embargo, el triunfo de Marsilio fue breve; el emperador lo abandonó en octubre de 1336 y murió a finales de 1342.

Entre sus obras principales, el "Defensor Pacis", que se conserva en veinte manuscritos, ha sido impreso con frecuencia y traducido a varios idiomas. El "Defensor Minor", que es un resumen de la obra precedente compilada por el mismo Marsilio, ha sido recuperado en la Biblioteca Bodeliana de Oxford (Canon. Miscell., 188). Arroja luz sobre ciertos puntos en la obra más amplia, pero todavía no se ha publicado. "De translatione Imperii Romani" se ha impreso cuatro veces en Alemania y una vez en [[Inglaterra. "De jurisdictione Imperatoris in causa matrimoniali" ha sido editado por Preher y por Goldast (Monarchia sancti Rom. Imperii, II, c. 1283). La influencia del “Defensor pacis” fue desastrosa, y Marsilio muy bien puede ser considerado uno de los padres de la Reforma.


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Fuente: Salembier, Louis. "Marsilius of Padua." The Catholic Encyclopedia. Vol. 9, pp . New York: Robert Appleton Company, 1910. 27 Nov. 2019 <http://www.newadvent.org/cathen/09719c.htm>.

Traducido por Pedro Royo. lmhm